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Siexoojovin asciravstratio Horacio que vivia en lasafueras de Quebrada Herrera, alla, a la erilla izquierca —viniendo do San Felipe—del rio Putsendo, Debe haber sido por alli por el mes de lio... vee ero no habia sid el dinico en tener esa idea, al llegar a su casa me encontsé con un montin de primos quehabian tenidola misma idea. jQué bien|, pons, ésta parace que seri tuna velada entretenida. Sin embargo, habia un problema... jy serio! Mi tio no era un hombre rico y coincidi6 queen ose momento no tenia comicaen la casa y carecia, ademis, de dinero para comprarla. —Lo siento, muchachos —nos dijo—,no sé qué hacer, Todos quedamos bastante apesadum- brados, Levantando en alto su brazo y con todas, las fuerzas que pudo reunis, el tio hizo un arco enel aire. Un arco calculado para que el sable cercenara la cabeza del animal. Peroéste, tan escurridizo como todos los demas conejos, desapareci6 entrela maleza sin haber sufrido siquiera ni un rasguno. EI brazo de mi tio—incluido el sable—, sin hallar Ia resistencia que esperaba, siguié trazando la curva proyectada... 176 el pasto, ‘paso por delante de las patas del caballo, co- ‘menz6 nuevamente a subir, leg6 al cuello... y de un solo sablazo...jZasl... lo cor'é. La cabeza del potro cayé rodando al suelo, Mi tio Horacio, ni corto ni perezoso, mientras la Huvia cafa torrencial, salto dgil al suelo, agarré la cabeza y aprovechando que la sangre estaba atin caliente —y, por tanto, ‘pegajosa—...jplofl...la volvié a colocar enér- gicamente en el cuello de Ia bestia que ain se SSostenfa en sus cuatro patas. {Claro}, lacabeza quedé pegadadenuevo al cuerpo, pero... decididamente ése no era el dia de suerte de mi tio. ‘Volvié a colocar la cabeza con tan mala suerte que con el apuro, la boca del caballo, abierta de par en par, le qued6 para arriba, recibiendo el agua de la violentisima lluvia... 10 leyendo y leyendo sin detenerme. Al cabo de bastante tiempo —varios afios, creo—me di cuenta de que llevaba afios, leyendo el mismo libro sin aburricme. No obstante, pasados otros cuantos, seguf haciéndolo pero dejé de pensar en ello mientras lei. Volvi a preocuparme de cudnto hacia que estaba leyencoaque! libro, cuando recordé que tendria que haberlo devuelto. Harin, por lo menos unos treinta anes, para ser mas exacta, treinta y dosafies y unos ‘meses, creo. Pero... bueno, lo més probable es que me decidiera a comprar tno nuevo para eniregarlo a la biblioteca, pues éste, bastante dscuajaringado, no me era posible retornarl. En ese momento se me ocurri6 también —no sé por qué extraiia razén—examinar cutintas paginas eran las que tenia el dichoso libro. Para ello, comencé por buscar la titima pagina, pero lo extranio demasiado extra- fio— fue que no logré encontraria. Siempre que llegaba hasta lo que parecia ser la ultima... surgia otra hoja... y otra... y otra més. ‘Comprendi que ssioel destino —quizasla ‘muerte, supuse—mediriacudl seriael final de mi lectura de ese apasionante e inacabable libro. jAleachofas? Donctraroome ceniquenatia plantadoakachofas, asies que paraagesiome invitaria a comer una rica entrada dealcachofas ala vinagreta y un pastel de alcachofas como plato fuerte: jun verdadero banguete de alcauciles, como también les dicen poral Me entusiasmé. ‘Comencé a saborear, con varios meses de “nticipacién, el encanto de las alcachofas. Recordaba las alcachofasa la parmesana. Me saboreaba de solo pensar en una rica salsa americana para untar las hojas suaves y camosas, 0 e508 exquisitos fondas de alcachofa ‘con salsa de ati Asi es que pensé, zpor qué mejor no planto yo tambign alcachofas y asi no tengo ‘que esperar la invitacién de mi compadre? Dicho y hecho. ice arar un pedazo de mi parcela y preparéel terreno para plantar alcachofas. Iba paseando camino a Putaendo absolutamente inadmisibles— junto a una zanja cercana en la cual se habia posado algo deagua. *Porgue, ahorast meena duds: sera el perro el que desbarataba mi sembradio? Decidi, por ello, no descuidar mis alcachofas y me preccupé especialmente por regarlas y limpiar la maleza cercana, Asi, hasta que lleg6-el momento de cose- charlas. jLindas y camosas se veian las alcachofas en las puntas de sus tallos! “Toméun gran canasto, lo coloqque cerca de laplantacién, Me puse los guantes, agarré una fijera grande y me acerquéa la primera mata. A menos de un metro, zsaben lo que sucedi6? Pues que —por razones que me son totalmente ininteligibles, abstrusas € inopoctu- ‘nas—sacando las raices del suelo, como quien se arremanga los pantalones o levanta las po- lloras, la planta de alcachofascomenz6 a correr. i¥ lo mismo sucedio con las demast Mata a la que yo me acercaba, mata que, enrollando sus hojas, emprendia feroz carrera. ‘Aunque estuve toda la manana en ello, no pude pillar ni una, ;pero ni una sola! Por razones que, ahora si, tengo muy laras, me vi obligado a aceptar la invitacién de mi compadre Gerardo... El hamster Coanco nn cri tenia un mas cola. Era un hermoso y simpitico hamster. Lo habia llamado Sandro. Sandro siempre me acompanaba embu- tido en el bolsillo de mi pantalsn. Para donde yo fuera, iba. Un dia, tomando mi bicicleta, meti a Sandro ene! botsillo de mibiusa—en el bolsillo

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