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De la Plaza Mayor a la Plaza de Armas: la politica borbonica y el espacio urbano de Lima (1740-1820): Gabriel Romén Jot Intute RierAgier Poeiies Univenidad Catéica dl Poré Hizo Plaza de Armas la que antes Armas de Plaza, que eran los pataco: nes que corrfan en ellaen sus comercios, que no hay hoy con los comer cios de elas Drama de los Palanganas Veterano y Bisotio (1776). 1. Interseccién funcional La Plaza Mayor ha sido el elemento central -espacial y politica- mente~ de las ciudades coloniales hispanoamericanas. Desde el monu- mental Zécalo mexicano hasta fa diminuta Plaza Matriz de Monte- video, guardan una profunda semejanza formal y funcional. Estos atri- butos las hacen objetos idéneos para la historia urbana comparada’. Aunque las jerarquias propias del sistema colonial provocaron gran variabilidad entre estos cuadrilateros, durante los dos primeros siglos del Virreinato compartieron algunos de los siguientes atributos? a. Real o ficticiamente, marcaban el espacio donde se habia rea- lizado la ceremonia de fundacién, lo cual les conferia un alto valor sion- bolico, Representaban la conexién entre el presente y el origen de la urbe, Eran un eje politicamente sagrado. En todo sentido, la ciudad colonial hispanoamericana nacia a partir de este lugar b. Congregaban a su alrededor inmediato los edificios de las ins tituciones coloniales rectoras (la Iglesia y el Palacio Episcopal, el Cabildo, el Palacio del Virrey) y las residencias de los principales veci- nos. Del mismo modo, las viviendas de los personajes més acaudalados 1 ores y torn Noa de la ciudad estuvieron proximas a la plaza, al menos durante el siglo XVI c. Fueron sede de las ceremonias civiles, militares y religiosas. Tal fue el caso del recibimiento de los virreyes, de la celebracién de victo. rias militares, de la conmemoracién del nacimiento, la entronizacién 0 las exequias reales. Sirvieron como escenario de eventos del calendario litrgico, del santoral, de la oratoria sagrada y de ceremonias especiales durante episodios exiticos (sismos, epidemias) que inclufan desde pro- cesiones hasta corridas de toros. En sus inmediaciones se realizaron los ritos de sancién, de la justicia civil y religiosa, La presencia del rollo 0 picota marcé el lugar donde se efectuaban los suplicios y las ejecucio- nes, En ocasiones, la Santa Inquisicin realize sus actos de fe en este cuadribitero®, 4. Eran el punto principal del sistema hidréulico urbano. Tenian por ello una pila ornamental que, ademés de servir para ef abasteci- miento de agua, fungia como elemento de ostentaci6n, ¢, Funcionaron como centros de difusién informativa, Desde alli, las campanas de la catedral marcaban el ritmo cotidiano. En oca- siones se tania especialmente para convocar a la poblacién urbana 0 anunciar determinados acontecimientos. Hasta que no se trazaron ‘otras plazas, fueron ‘el’ sitio donde se colocaba los bandos y se difun- dia los pregones. f. Sirvieron como mercado, tanto por la venta de productos en sus inmediaciones como por la acumulacién de recintos comerciales en los edificios aledaitos. Fucton el epicentro de las reformas urbanas. Por su privilegia- da ubicacién eran el lugar donde se introducian las novedades, las cxa- les podian ir desde el empedradbo sistemético hasta los diversos tipos de alumbrado, pasando por la renovacién de las fachacas de los predios. Imprimir orden en este recinto era el primer paso antes de continuar con el resto de la ciudad. Por lo menos en Lima, la interseccién de estas funciones ya esta- ba plenamente cristalizada antes de concluir el primer siglo desde la 289 fandacién de la ciudad. La plaza fue el espacio piblico limeno por cexcelencia, calificada a fines del sigho XVIII como “centro universal de las funciones pablicas, y reunién de todo el vecindario"6. Todo lo indi- cado tuvo un significative corolario documental: fa Plaza Mayor se convirti6 en la secci6n urbana con mayor cantidad de referencias’. Esto permite trazar una cronologfa densa de su historia yla hace un privile giado elemento de diagndstico para registrar las manifestaciones espa. ales del programa politico borbénico, Se trata de analizar localmente el denominado paso de “la polivalencia medieval al uso més restringi- doy mas estricto de la época moderna”®. Esto puede descomponerse en las siguientes interrogantes: jcudles eran los usos del centro de la ciu- dad en el siglo XVIIE, 3e6mo este espacio fue afectado por los precep- tos urbanisticos propios de las reformas borbénicas? Y_viceversa: zoomo el sistema urbano del que participaba la plaza interfirié con el impetu reformista? Para mediados del setecientos la Plaza Mayor limea ostentaba ricticamente todos los usos anteriormente resefiados®. Una excepcion seria le ubicacién del rollo, desplazado a la ribera del Rimac en la déca- da de 1560", No obstante, debe considerarse que los principales juicios, sumarios ~como el de seis cabecillas rebeldes de la asonada de 1750.0 €l de los once ladrones en agosto de 1773- continuaron escenificando- se en este cuadrilatero!, La indicada variedad funcional habia hecho de la Plaza Mayor el espacio mds cotizado de la ciudad, consolidando un patrén urbano de larga duracién: el precio del suelo aumentaba a medida que se aproxi- ‘maba a este recinto, donde alcanzaba su pice (Ramén, 1999: 54, n, 37) En términos generales, era un lugar que atrafa ala poblacién urbana, al piiblico y, por tanto, aseguraba la difusibn de todo tipo de informacién. Especificamente ~desde la perspectiva econémica— garantizaba la variedad ce oferta para los compradores y viceversa. Por este motivo, paulatinamente, los edificios aledatios (residenciales ¢ institucionales) fueron adquiriendo un uso comercial. Incluso la institucién que con- sgregaba a los mercaderes de la ciudad (el ‘Tribunal del Consulado) se instal allia fines del siglo XVI. En 1773, la l6gica del proceso de valo- rizacion de este cuadrilétero fue claramente advertida por tn funciona~ rio colonial con amplia experiencia de viajes por el continente ameri- 290 acon Rantery Kaede Noack cano: “las casas de Ia plaza son las peores que tiene la ciudad, ‘como sucede en casi todo el mundo’, porque los conquistadores y duciios de aquellos sitios tiraron a aprovecharlas para que sirvieran a los comer- ciantes estables, que son los que mejor pagan los arrendamientos”!2, Pese a que Carrié de Ja Vandera describe el centro cuzquefio, esta obser- vacién resultaba perfectamente aplicable a Lima, donde también la temprana ostentacién cedia ante las mundanas exigencias pecuniarias Bata alteracién funcional de Jos alrededores inmediatos se dejé sentir en el deteriorado aspecto fisico de la explanada, Una forma de medir la distancia comercial de la Plaza Mayor res- ppecto de otros lugares, andlogos pero de menor escala repattidos por la ciudad (plazueles), es considerar el costo anual de la concesién de los toldos y asientos. Previo remate, un individuo asumfa la administra- ci6n del drea no edificada del cuadrilétero y la subarrendaba separada- mente (asientos), con la potestad de alquilar toldos. En 1756, el asen- tista de la Plaza Mayor pagaba 4.510 pesos, mientras que el de Santa ‘Ana -el segundo mercado de Lima~ menos de la décinia parte: 410 pesos! En 1774, por la primera se debia pagar 5325 pesos, mientras que el pago por la segunda habia descendido a 50 pesos en 177214. A inicios del siglo XIX, los precios eran 5.500 y 300 pesos, respectivamen- tel5. Cuando, hacia 1815 la Plazuela del Baratillo fue alquilada como mercado, el asentista pag6 25 pesos. Tres aftos después, se ofrecia 6.100 por la Plaza Mayor!®, Adems de los toldos y asientos, la Plaza Mayor tenia otros rubros negociables. En 1803, un postor pagé 125 pesos por utilizar cua- tro arcos de uno de los portales della plaza. En 1817, Mariano Navarrete ofrecié 1.000 pesos anuales por colocar una recoba mévil para vender licor y ottos efectos de badegajel”. El impacto del célebre recinto era tal que incluso la zona del Puente de Piedra (una cuadra al norte) ingresa- ba en la jurisdiceién del asentista, debido al privilegiado status comer- cial que su vecindad a la plaza le conferia™®, Otra fuente de ingresos que hacia de la Plaza Mayor un Jugar especialmente cotizado fueron los espectaculos publicos. Entre éstos destacaban las corridas de toros, frecuentemente realizadas en sus inmediaciones. Para estas ceremonias, la explanada y los arcos aledahos Conteatualandolacheid en Antica Laing 21 Cuadro 1 Asentistas de toldos y aslentos de la Plaza Mayor (1730-1818) not Pesona, Pree anual Fonts (pesos) 17306 oseph Gules 00 640 een 200010) | tro" cease ‘wo Vea esepn ui 910 AGN CAGE IE 15.11 LCL 755, Guitemo tcl 22x) 5% Ckrmene acta AEN CAGE G5. 14: LCL 165 _an Bemage Ten Laas 766 Len Gamede Toren 5325, resi caccic 15477 74 LenGamege aon 5305, saz? "1 kam Ooringe Ton 5000 AGN CARCI 637: 38 8 Aen Somngo Tarn powcagcie 7a en Gemage Tan 5050 PCN OGCIE NPA 13 Jet erén 700 00 Mariano Teta ‘900 AGN CACC 20 or Mana ers suaacle286.235 1810 kosé Teron 5720 AGN CAGCIC21 4.285 115 tone tren evan, 2517 jai oat rein kena aM 1818 Aten Gat poser) vetiows ¢ transformaban en un gran escenario, y muchos de los lugares eran vendidos. De este modo se obtenfa un significativo lucro, generalmen- te destinado a financiar las ceremonias de recibimiento de virreyes y las obras ptlicas!®. Cada uso de la plaza puede ofrecer una cronologia ‘specifica, pero ahora es preciso centrarse en uno, el mercado, a fin de caracterizar la novedad que en términos urbanos significé la coyuntu- ra borbnica, sovek 292 susen Remteny Kaci 2, Lo mundano cotidiano: la plaza como mercado A inicios del siglo XV, este uso de la Plaza Mayor fue detallada- mente descrito por eljestita Bernabé Cobo (1956 [1639]: Il, 309-310). fn al trfnsito hacia el petiodo borbénico, la documentaci6n va acom- pada por imagenes que muestran la plaza ocupada por vendedores Entre otras, destacan el grabado de 1640 y dos cuadros, de 1680 y de c 17152, {figura 1) Para la segunda mitad del siglo XVII, era posible distinguir diversos grupos de personajes en las inmediaciones de la plaza. gran~ des rasgos, éstos serian: los tenderos, comerciantes alojados en las tien ‘das al interior de los portales de Botonerds (lado sur) y Escribanos (ado oeste); los cajoneros, quienes ejercian su oficio en las covachas tubicadas principalmente frente al palacio del virrey (lado norte), al pelacio arzobispal ya la catedral (lado este) las recauderas,vivanderas D abastecedoras, quienes comerciaban viveres, dispersas por la explana~ ‘das los mercachifles 0 tendejoneros, vendedores menores, generalmen- Centesuliando ido en Ama Latina 293 te méviles, que negociaban con determinados productos; y los negros angarilleros, gremio encargado de transportar bultos a diversos puntos de la ciudad?, La ingente actividad econdmica asociada con la plaza -y particularmente la especializacién de sus alrededores~ quedé tempra- namente marcada en Ia nomenclatura de las calles aledafias: a los ya indicados botoneros y esctibanos, se agregaban sombrereros, mercade- 1es, espaderos, entre otros. Junto con los indicados personajes, dos instituciones rectoras formaban parte de este conglomerado: el Cabildo, propietario de la plaza y, por tanto, principal beneficiado con la actividad comercial alli reatizada, y el Tribunal del Consulado, encargado de velar por los inte~ reses de los comerciantes solventes22, De manera complementaria, cual Disagra, estaba el asentista de toldos y asientos, quien, amén de la indi- cada facultad de subarrendar puestos por un periodo aproximado de cinco anos, debia mantener la limpieza del cuadrilétero”?, Para calibrar el rol comercial de la plaza seria preciso remitirse a un contexto mis amplio, el cual aqut s6lo puede ser esbozado. Lima era un gran centro de acopio y distribucién de viveres obtenidos de diver- ‘sa5 Zonas rorales, principalmente de su hinterland. Al ingresar al medio urbano, Jos bienes eran oficialmente gravados y adquirian una mayor cotizacion, Para controlar su trifico, se contaba con una muralla de barro, cuyas portadas servian como garitas de control. El extremo, opuesto de este sistema cran los regatones, negociantes ilegales que interceptaban a los indigenasque traian mercaderias desde sus lugares de origen, antes de llegar a la frontera urbana, y luego las revendian con el respectivo incremento?5. Un caso ilustrative de la estrategia oficial asumida frente a los regatones era Jo sucedido con el tréfico de papas. Se resolvié que este producto debia ser mantenido en las portadas de la ‘muralla hasta las siete de la mafana, hora en que legaba el encargado oficial, a quien el guardia notificaba acerca de las cargas y sus dueiios. Finalmente, este empleado controlaria la conduccién de los vegetales hasta el portal de Escribanos, donde se venceria a los precios estableci- ddos*®, Por su ubicacién inmediata alas principales instituciones oficia les, y su posicion formalmente céntrica respecto de los limites urbanos, la plaza debia ser antipoda de los extramnros: lugar de observacién y control privilegiados, a4 user Ronis Korie Nek Antes de iniciar el anilisis diacrénico es preciso indicar que a mediados del siglo XVIII se dan dos sucesos significativos para el fun- cionamiento del mercado de la plaza. En primer lugar, la reorganiza cin del sistema, durante el gobierno del virrey Marques de Villagarcia (1736-1745), permitié que el arrendamiento alcanzara una cot adecuada (4.010 pesos), luego de haber tenide niveles muy bajos. EL Cabildo obtuvo la potestad de realizar los remates y, simultineamente, se le conmmin6 a efectuarlos en piblico. Desde entonces ~hasta concluir al periodo colonial- el precio de los toldos y asientos de la plaza man- tuvo —con leves altibajos~ un ritmo regularmente ascendente2’. En segundo lugar, el sismo de 1746 que perjucic6 el sistema y la estructu- ra urbana limemia tuvo consecuencias especificas en la plaza. La des- truccidn de las viviendas provocé el desplazamiento de los afectados a lugares abiertos, principalmente la periferia y también la Plaza Mayor, Muchas vendedoras se retiraron hacia los extramuros, siguiendo a su piiblico, y buena parte del cuadrilatero fue ocupado por establecimien- tos provisionales no comerciales (la capilla y sut plazoleta). Ademés, algunas vendedoras, principalmente las pescadoras del Callao, murie~ ron a causa del maremoto. Este intempestivo enrarecimiento de las reas comerciales oficiales provocé que el precio del alquiler del espa- cio alternativo (la Plaza de Santa Ana) subiera de 200 a més de 500 pesos’, Inmediatamente después del desastre, el Cabildo concedié una rebaja al asentista de toldos y asientos (de 4.010 a 1.700 pesos, adeins de noviembre y diciembre de gracia) y le otorgé la renta de los cajone- 10s portatiles del Puente de Piedra a cambio del espacio ocupado por {a capilla, Sin embargo, luego del despeje realizado por la proclarnacién de Fernando VI (23 de septiembre de 1747), la situacién comenzé a normalizarse. A fines de 1747, el asentista insistia en las condiciones especiales, basindose en la todavia precaria situacién de la plaza. Sin atender a sv pedido, el Cabildo decidié sacar a remate los toldos y asientos. Finalmente, con ligeras concesiones, el mismo asentista man- tuvo el arrendamiento de la plaza®®. 241 Ordenar la plaza Si bien, las autoridades coloniales vigilaban constantemente el funcionamiento del mercado, durante el gobierno de Manuel de Amat la estrategia tradicional atraves6 un momento critico, En un bando eculuandola ciudad en Anse Latin 295 contra los regatones, este virrey denunciaba los constantes robos y veja~ ciones suftidos por los indigenas que llevaban sus mercaderias a la Plaza Mayor “con ocacion de la Multitud de gente que alli concu- rren”®°, Un incidente ocurrido en 1772 permite apro i6n de la explanada. arse ala situa. A causa de una enfermedad atribuida a la came vendida en la plaza, los miembros del Cabildo intentaron hacer un reconocimiento del lugar. Enteradas de ello, las vendedoras se alertaron mutuamente y cocultaron Ja mercaderia sujeta a castigo (pan con peso insuficiente, carne malograda 0 vedada}, Como solucién, se propuso organizar el mercado segiin clases o calles de cada especie (carne, recado seco, ver- duras, pan y los articulos de los carboneros, floreras, efiateros y mart tequeros). De este modo, las antoridades obtendrian pleno control visual de las mercaderfas, los compradores podrian orientarse, acu- diendo directamente a la calle de su eleccién, y los transetintes y coches tendrian espacio suficiente para circular. Esta propuesta fue inmediatamente aceptada por el virrey, quien solicit6 que se hiciera un plan figurado de la disposicién de las mercaderias y puntualizé las penias para los infractores!!, No sélo se trataba del centro de la plaza: la congestién provoca- a por las actividades comerciales rebasaba los limites del cuadrilatero, En 1775, el procurador general informaba de a dificultad que tenfan los escribanos situados en el portal homénimo para ¢jercer su oficio, “por el inmenso conjunto de gentes en comercio con los caxoneros q? se han puesto a uno y otro lado sin poderse leer los Ynstrum"® a tarde yy maftana’, Este cruce de actividades lev6 al funcionario a plantear una segregacién espacial. En sus propios términos, “era oprobio de una capital como esta que por el corto interes que se reputaba de tan moderna introduccién se hubiese hecho lugar de mercado 6 feria el destinado por el Soverano para la sircunspeccion de la Just quando en todas las republicas bien regladas la feria y comercio tienen sus lugares destinados y tambien todos los negocios de Pluma"22, La defensa se hhace en téminos tradicionales, contra las innovaciones (moderna introducci6n), pero sin especificar sila segregacién funcional propues- ta se harfa dentro o fuera de la plaza. Lo cierto es que, en Jo inmediato, se impuso el corto interés: algunos arios después, los escribanos fueron 296 Susan Rance y Karoline low desplazados de su antiguo portal. Entre 1786 y 1787, se reagruparon en “im edificio en la calle de Santo Domingo, a dos cuadras de la plaza’, Lo sucedido con los escribanos no era un hecho aislado: para evi- tar innevesarias mezclas se debfa atribuir un edificio « cada funcién specifica, lo cual, en un espacio densamente ocupado como el centro Tipeno, sélo podia comertirse en un exilio hacia los extramuros ‘Aunque el desplazamiento de los escribanos fe més bien corto, perte ece a una época en que la periferia se convierte en destino. Sinultineamente, la disposicién urbana general hacia cada yer més atractiva la plaza, lo cual provocaba una progresiva aglutinacién fan- ional que se tradujo en constantes disputas. ‘Alo indicado se suman nuevos preceptos sobre el uso del espa cio, los cuales incidfan especialmente en el centro de Ja ciudad. Ya en W981 ge hace una breve menci6n a las discusiones levadas a cabo en el Gabildo sobre “quitar los Ranchos de la Plaza introducidos de poco sas de doe anos 4 esta parte, p* que quede despejada y libre toda ella lana y sin embarazo, y que Jos toldos de ella se pongan en los quatro cantos a disposicion de los S* Alcaldes ordinarios’™, En un momento tena cual los especticulos taurinos ya contaban con un escenario alter- hativo -la plaza de Acho, 1768- otro de los atributos de la Plaza Mayor resultaba amenazado"®. Cierto es que la expulsion apuntaba a un tipo xpecifico de puestos (Jos ranchos) y no hay indicacién de la nueva fan Cin, pero queda claro que se le require despejada. Con todo, ain se trataba de intenciones, ya que durante algunos afios perdurarian las prugnas al modo antigo. A una de ells es preciso alu en la media fn que iustra el panorama social de la plaza ys por tanto el terreno sobre el que legarian las reformas. 2.2 Expulsar a los mercachifles enderos y cajoneros de En diciembre de 1787 los comerciantes, 1a Plaza Mayor, es decit, aquéllos con puestos fijos y mayores ingresosy presentaron un escrito al tribunal del consulado contra los mercachi- Thee transedintes, lamados sanganos, dedicados a vender elas. Reelamaban que estos ‘itimos se habian sedentarizado (habian toma: do asiento fjo) y les ocasionaban notables perjuicios econémicos, pues Contestnizandolacicaden Amica Latina 297 vendian a menores precios. Los demandantes advertian que esta com petencia los estaba arruinando. No era la primera vez que se habia intentado expulsar a los mercachifles; anteriormente, se les habia com: pelido a alejarse cinco cuadras de la plaza. No obstante, luego de algt tiempo, se habfan “buelto a introducir con mayor fuerza y desorden La sancién sugerida por tenderos y cajoneros no era uniforme y debia descomponerse socialmente, ya que entre los mercachifles “se notan algunos, tan indignos de exercer en este comercio, que se han conocido en las epocas passadas, de acarreadores de alfalfa, y otros iguales destinos a tan inferior clase”. Este grupo, las castas de Vaja esfe- ra, estaba legalmente impedido de ejercer el comercio. Para sustentar su solicitud, los comerciantes invocaban preceptos de politica metropoli- tana y continental: los casos de Cadiz y Ciudad de México, donde per- sonajes similares habfan sido expulsados de los centros de abasto. Habia un segundo grupo que podia ejercer el comercio, pero con una autorizacién previa y lejos del centro. De este modo, realizaban una labor complementaria “para el pronto auxilio de aquellas Personas, que por su indigencia, no pudiesen ocurrir, a nuestras tiendas” Finalmente, se acusaba a los mercachifles de vender productos robados. Los miembros del Tribunal del Consulado acogieron la solicitud de tenderos y cajoneros, senalando que no tendrian ningin inconve niente en impedir el ejercieio del comercio a los individuos de vaja esfe- ra, Para decidir la expulsion de la plaza de “los que no tuviesen ese obise”, convocaron a una junta general, en la cual se reconoci6 el grave dafio econémico provocado por este tipo de mercachifles. Acordaron solicitar al virrey que diera las providencias necesarias para enviarlos a las plazuelas de los conventos 0 ala del Baratillo, donde podrian traba jar quienes tuvieran la credencial del tribunal. El espacio urbano colonial estuvo condicionado por una serie de normas entrecruzadas. Su uso se sujetaba a multiples restricciones, especialmente comerciales. Asi, por ejemplo, el arrendatario de cuatro aarcos del portal de escribanos tenfa la exclusividad para vender medias y panuelos, y se quejaba de que estos productos estuvieran siendo expendidos en otras areas®7. Mas amplias eran las atribuciones institu- cionales. El Hospital de Santa Ana contaba con “el privilegio exchusivo 298 ‘Suse Rama y Kareine Now [...] para que en quatro quadras en contorno no haya otros tambos, ni casas de espeserias”™8, En el mismo sentido, algunos gremios tenian potestad para determinar el ejercicio de labores en ciertas zonas de la ciudad. Ello sucedfa con los pulperos, quienes podian impedir que se abriera un negocio semejante que vulnerase comercialmente @ sus miembros. Mis especificamente atin, el diputado del gremio de cajone- ros de ribera solicitaba al Cabildo que prohibiera la venta de especeri as en las inmediaciones de la Plaza Mayor’. Este fundamento legal de las jerarquias espaciales se complemen- taba con el patron urbano tradicional. Antes que un aislamiento de ‘grupos sociales, esto se traducia en el uso socialimente diferenciado de Jatraza, Era imposible ejercer una segregacidn absoluta en la medida en que la fuerza laboral de las castas de vaja esfera resultaba imprescindi: ble para cl resto de Ia sociedad. No obstante, las diferencias se dejaban sentir en el espacio urbano®. En este entramado, un desplazamiento radical no s6lo implicaba la modificacién de los usos del espacio, sino una quiebra de las relaciones sociales establecidas, Pese a proponer la expulsién de Jos mercachifles, los comerciantes precisaban de ellos en Ja medida en que no podian abastecer a todo el piblico (“aquellas per- sonas, que por su indigencia, no pudiesen ocurrir a nuestras tiendas") Se trataba de imponer jerarquias funcionales, traducibles en distancias: cinco cuadras segiin argumentaban tenderos y cajoneros, las plazuelas de los conventos © el Baratillo segin el Tribunal del Consulado. Concretamente, un individuo de vaja esfera podia circular por la Plaza Mayor, pero no en calidad de vendedor. En este orden consolidado en el espacio puede buscarse la expli- caci6n a las viseisitudes de las reformas urbanas. Bl conflicto entre ley y costumbre también se hace patente en la dificultad de expulsar @ determinados gremios, como los negtos angarilleros de ls Plaza Mayor. En 1787, pese a contar con el permiso para usar esta explanada, se les conminé a abandonarla, Una década después, obtuvieron el derecho para ocupar las cuatro esquinas. La razén fue que su labor ~distribu- ci6n de bultos pesados resultaba indispensable para el uso comercial de la plaza‘! Contetunizand econ An 299 3. :Armar la plaza? Silos conflictos anteriores pueden ser caracterizados como co} suetudinarios, conviene ahora abordar otto tipo de alteraciones, aqué- lias que pueden ofrecer indicios de novedad en el tratamiento del cor junto urbano. Se trata de modificaciones locales orquestadas desde la metrpoli ¢s decir de politica colonial Las primeras evidencias de Ja marcada presencia militar en la Plaza Mayor aparecen en 1773, cuando se organizé el homenaje al virrey Manuel de Amat, condecorado con la Insigne y Real Orden de San Genaro. Aunque los actos piiblicos se remontaban a inicios de la época colonial, lo peculiar ~y més criticado— de esta celebracién fue que quebré todos los plazos convencionales. Segin el asentista de to! dos y asientos, las tropas habian permanecido noventa y cinco dias en Ia plaza, mermando su vida comercial, Si bien, podria tratarse de una exageracién para justificar una rebaja en el alquiler, el testimonio del representante nombrado por el Cabildo ratificé la situacion. Luego de aludir a las condiciones del contrato, el procurador general sefialaba “mas ninguna de ellas expresa, dice relacion o tiene analogia con lo que ahora sucedes porque es ‘enteramente diverso y distinto™. Si bien, el asentista se habfa comprometido a limpiar la plaza y a tolerar los actos oficiales als escenificados. Los presentes son de diversa clase y tan inesperados qe. no padicron caer en ninguna comprehension ;Porque 4 la verdad quien en elafio de 1765 en que se hizo este remate imaginé qe. las Milicias de este Reyno ppudiesen llegar al grado de perfeccién en que hoy se hallan? Quien cre- ceria que se havian de executar en esta Plaza mayor por los Milicianos, uunas operaciones extraordinarias y las mas famosas de todas las que ensefia el arte de la guerra? Quien juzgaria que podria tener cumplido cfecta cl idead proyecto de disciplinar hombres volantarios y sin suel- do con ineesante afan y teson, sin que ninguno sienta dejar el trabajo dle st respectivo oficio por aprender el exercicio militar que no han profesado? El Cabildo reconocié parcialmente el pedido del asentista, con- firmando el cardcter extraordinario de la prolongada presencia militar. Cuando en 1776 se pacts el siguiente contrato, el precio bajé de 5.325 300 125.000 pesos, y hubo expresa mencién de la nueva situacién, condicio- nando el acuerdo a la permanencia de los vendedores en la plaza. Ese mismo ano, habfa circulado el Drama de los palanganas, el cual descri- be claramente la novedad de las mencionadas ceremonias castrenses. Este dilogo anénimo atribuido @ Francisco Ruiz Cano, Marqués de Soto Florio, va dirigido contra el virrey Amat, enfatizando los aspec- tos urbanos limenos y, particularmente, las celebraciones de 1773, Anteriormente, en 1755, Ruiz Cano habia publicado un elogio arqui- tecténico a la reconstruccién de la catedral por el virrey Manso de Velasco. En el censurado Drasma, la perspectiva critica es multilateral. Se cuestiona la militarizacién como forma de homogenizacién social, ‘como medio de ascenso para las clases subalternas, Se alerta del peligro de entrenar militarmente a las castas de negros y mulatos y, especial- mente, a los indios. En tercer Ingar, se critica el despotismo del gobier~ no de Amat, su exagerada politica represiva e incluso la atbitrariedad implicita en las festividades. El documento trasluce el resentimiento de tun aristécrata local ante la novedad de la jerarqufa militar representa- da por el virrey. Se incide, ademas, en las nefestas consecuencias econd- micas de la introduccién del concepto de Plaza de Armas, Una década después de las festividades de Amat, el asentista seguia quejandose de la presencia militar. Instaladas las intendenc Jas flamantes autoridades auscultaron el arrendamiento de la Plaza ‘Mayor, pero sin efectuar mayores modificaciones. Para entonces, el pre ciado cuadrilétero ya no era el tinico espacio paiblico afectado por el orden marcial. En 1786, se habia utilizado la Plazuela de La Merced para alojar a los dragones del vivac#, Sila sefialada intervenci6n festivo-militar de la céntrica explana- da fue coytintural, a fines de siglo esto parecia convertirse en perma- nente, Para entonces, se comenzaron a implantar los preceptos del urbanismo moderno en las principales ciudades espafiolas ¢ hispanoa rmericanas. En lo concerniente a la Plaza Mayor, se trataba de despejar- lay de convertirla en una suerte de plataforma aislada, en un podium o lugar de exhibicién de los simbolos de la Corona. En suma, transfor= matla en Plaza de Armas! El estratégico papel del disputado cuadri- Jétero en esta coyuntura de intervencién y su imbricacién con el resto del tejido urbano se evidencian en un altercado entre el virrey Cortestusondola dike en Antica Lata 301 Ambrosio O'Higgins y el Cabildo limenio en 1799. Antes de abordarlo, conviene mirar en perspectiva continental y aludir a un caso semejan- teen Nueva Espanat®, : En México, el vitrey segundo Conde de Revillagigedo (1789. 1794) aproveché las festividades por la coronacin de Carlos IV (1789) para dejar sentir el poder estatal. Probibié reinstalar los cajoncillos de San José, retirados con ocasi6n de las celebraciones. La plaza fue empe- rada, la fiente central sustituida por cuatro artefactos menores ubica os a los lados yal costado del Sagrario, se colocé una estatua ecuestre del monarca, En 1792, los puestos ambulantes fueron enviados a la vecina Plaza del Volador, al flamante mercado del Factor (Baratillo) y a Jas plaauelas de Santa Catarina Martir y Jess. La remodelacién conti- nud con el siguiente virrey, Marqués de Branciforte, quien mands eri- gir una nueva estatua ecuestre de bronce rodeada de una balaustrada (1796), Este ciclo culminé con los arreglos realizados por el virrey Itarrigaray (1803), aunque la fuerza de la tradicién ~y de la elite local se dej6 sentir en la permanencia de los establecimientos comerciales ce los portales y del arin, Esta intervencién hizo que la forma, funcién y posesion de la plaza mexicana cambiaran simulténeamente, En ade- lante, el enorme simbolo real marcaria la victoria del poder estatal sobre el Cabildo, el cual habia perdido el control del cadiciado cuadri- litero"7. ¥ mientras tanto, ;qué pasaba en Lima? En marzo de 1799, cl virrey O'Higgins ordenaba que las vivande- ras desalojaran la Plaza Mayor, los portales, las esquiinas y las calles ale- daitas. En adelante, la céntrica explanada se dedicaria exclusivamente a la “Parada, distribucién de Ja ‘Tropa a sus respectivos puestos, Revistas, mensuales de Comisario, Exersicios doctrinales del tiempo de Asamblea de Milicias, y generalmente quanto sea, y consierna al servi- cio militar™®. Dado que todo desplazamiento implica un destino, ser- virian de mercados las plazuclas de Santa Ana, Universidad Cinguisicién), San Francisco, San Agustin, San Marcelo y San Juan de Dios. A cada uno de estos recintos se distribuirfan los productos bési- 0s y se les organizaria en calles o files para poder realizar una limpie- za adecuada. ESS ee ee ee 302 acon Raney Karine Noack [Ante esta propuesta, el Cabildo retrucé: “considera el Cavilda que o las circunstancias locales, u otros invencibles embarazos hacen inverificable la colocacion en todas las Plazuelas de todo lo preciso para el abasto del vecindario"®. Los atribulados representantes de la elite Jimena esgrimian miiltiples razones. Descartada la posibilidad de colo- car todos los tipos de productos en cada una de las indicadas plazuelas, jcomo saber qué viveres asignar a cada uno de estos recintos, para no ddesabastecer a ninguno y no perjudicar a los comerciantes? En caso de {que se ideara un sistema, jcmo lidiar con “unos vendedores que no estén sugetos a padrén, y que vienen con las papas, as carnes saladas, Jos quesos, las fratas, miniestras, sal y pescado de muchos pueblos, de la sierra, y de la costa?” Esto hubiera implicado formalizar todo ese otro mundo allende las murallas, lo cual eta innecesario si se continuaba utilizando la Plaza Mayor, que como punto tinico era mejor vigilado. Los miembros del Cabildo advertian que, con el sistema de mer- cados esparcidos, cualquier ausencia debida a imprevistos en los luga- res de origen seria itremplazable. Incluso si las ganancias disminuian a causa de esta nueva distribucién espacial, con seguridad los vendedo- res mudarfan de giro, desabasteciendo la ciudad, En el lado opuesto, los consumidores serian afectados, especialmente los patrones, “porque las ‘asas tienen perdidos por toda la mafiana los criados buscando de Plazuela en Plazuela, y de Calle en Calle lo que no encuentran en su determinado lugar’ “Cierto o falso, agregaban, éste era un gran pretesto para pasear- se toda la maiiana, al mismo tiempo que las casas estan sin cosineros ¥ sin especies que cosinar hasta muy tarde”. El aumento del pablico no sélo provocaria el “embarazo de las calles, sino la imposibilidad de e- gar a las puertas de las Yglesias que estan en el Centro de las Plazuelas Como $M Fran® a que se agrega el tropel en las concurrencias de Yglesias, no habiendo Plazuelas donde colocar los carruages’. Esto resultaria en una irreverencia religiosa “con perturbacién de los Divinos Oficios se halle toda la bulla de Recauderas, cosineras, y gentes bajas con griteria, y tal vez en obsenidad de palabras, y en un desorden que detesta nuestra Religion: lo que no sucede en Ja Plaza Ma°t tanto por la distancia de la puerta de ia Tg!* como por las otras circunstancias {que concurren y se presentan a la vista’ Contests dil on Ane 303 Para cerrar su defensa, un detalle: las plaguelas eran propieda los convents. De efectiase el trisnd,e Cabildo perder ee nga, sos por el emate de toldos y asientos. Este privilegio pecuniatie: no debia ser perturbado por los ejercicios militares que “se han hecho Siempre en la Plazuela de la Ynquisicion, ni de la Parada de Regimiento «que se ha verificado en los Quarteles mismos sin necesidad de Plazuel, ni mucho menos Plaza Mayor”. En suma, el desplazamiento del merca, do alterarfa el sistema urbano tradicional, el cual tenia ala plaza como centro e incluia desde la distribucién comercial extramuros hasta la organizacién laboral en los domicilios. Cun arraigado estaba este patrén, que incluso afectaba la cotizacién de los predios aledaios. Segiin explicaban los miembros del Cabildo, “esa concurrencia tan Antigua, y tan grande en Ia Plaza Mayor ha becho apreciables y de mayor valor las casas inmediatas a las Bodegas, y Pulpertas, a las quales con este respecto se les hace el repartimiento de la Alcavala: y no es menos conducente el expendio de las tiendas de mercaderes, y caxone- 108 de Rivera en que tambien son interesados los Propios”. Ante esta retahila de argumentos, dias después, el virrey acepta ba la solictud del Cabido y decretabala“estitucion de las vibanderas y vibanderos a la Plaza Mayor”®®, La mellada reforma se limitaba a dejar un érea libre para el trénsito de los carruajes, caballerias y peato- nes, ya reservar parte de la plaza para la venta exclusiva de carne y pes- cado “con aquel aseo y limpieza devida y que el pablico hecha menos”! La apresurada respuesta del virrey Ambrosio de O'Higgins marcé una victoria del Cabildo, es decir de las autoridades locales. Pero no debié pasar mucho tiempo para que volvieran las pugnas. En 1804, para fundamentar una cotizacion menor para los toldos y asientos el asentista Mariano Terén argumentaba que: i" La Plaza no es hoy la misma que era antes en quanto 4 sus productos ppor que con haver estrechado su recinto al pretesto de arzeglarla, y for~ mado calles, no solo se han retirado Tos recauderos, y recauderas poniendo tiendas pf. diversas Calls, i no que ‘se ha reducide mucha parte de la Plaza & un Corral de Bestias, no haviendo infiuide poco en [a despoblacion por retiro ce Recauder. el gravamen que se les impu- s0 de dexar libres los Asientos, y desembarazado el terreno de parte de Noack 308 susan Rares y Ka tarde, con lo qual se veian precisados a gastar en las conducciones y en tun quarto inmediato a la Plaza como lo executan los que han quedado en ella, ‘Ademés de la reduccién del rea comercial, lo que se describe aquies el paso de la plaza como deposito permanente de mercaderias y puesto de ventas a exclusivamente lo segundo. Bs dct, la introduccién de uno de los atributos del concepto de Plaza de Armas. Esto a su ver, impticaba un inctemento para los vendedores que debfan invertir en alojamientos y almacenes para sus mercaderias. Y aungue finalmente se desestims al pedido de Ter6n, un documento sobre la Plaza de Santa ‘Ana permite indicar que su posicién no era aislada, En su informe al Cabildo, el procurador general, Francisco Arias de Saavedra, coincide ‘asi literalmente en Jas eriticas a las modificaciones realizadas en la Plaza Mayor, recomienda no aplicarlas en Santa Ana e introduce deta- Iles que petmiten caracterizar la reforma practicada: Hasta ge por desgracia de los Propios de esta ciudad, del Publico abs. tecido, y de los Miserables vendedores, ocurrio el proyecto del arreglo de la Plaza Mayor. Aqui fue donde se consumieton dies mill, y tantos ps. En los empedrados, y rellenos que costeaban la incomodidaa, y cla mor del Publico. Aqui fue donde ‘se quiso caracterisar de Plaza de Armas, esta Plaza Mayor, y donde @ pesar de ese mismo clamor de la falta de Provission abundante y oportuna, y del desorden de los criados, se sobstubo el sistema de mantener desembarazada la Plaza, y quando ‘ya no se pudieron cerrar los oydos al grito del Publico se toms el arbi iio de hazer una ridicula Bstacada enlazada con sogas, Costosa & los Propios, € incapaz de duracion solo proporcionada 4 la Plara de un Pueblo de Yndios: ‘se reduyo el centro, 4 un corral de Bestia’ se dio gran pasto a los distribuidores de las Calles,y Asientos y se establecio por regla general, llevando adelante aquel sistema de Plaza de Armas, ‘como si fuese la del Calo, que por la tarde se desembarasase, y queda- se despejada por toda la noche’. FI documento anterior permite pensar en la curiosa afinidad entre los més vatiopintos personajes: el autor del Drama de las palan- ganas, los diversos asentistas de la plaza, los miembros del Cabildo y el procurador general. Todos coinciden en su carécter local y en criticar Jos efectos nocivos de la militarizacién de la Plaza Mayor. ¥ tal vez ello ayude a explicar el mantenimiento de la funcién mercado*. \Centestualaanda la caded en Arca Lating 305 De otro lado, el énfasis en Ja reforma no cesaba: tres décadas des- pués de conchuido el gobierno de Amat, el virrey José de Abascal (1806- 1816) insistia en el establecimiento de la Plaza de Armas, pero en una versién ligeramente modificada, Como de costumbre, el primer indicio esl testimonio del asentista, Mariano Terén, quien en febrero de 1807 solicit6 al Cabildo una rebaja de la cuota anual debido a los perjuicios provocados por Ia “separacién de los abastecedores a las otras Plazuelas”®5, En un oficio de noviembre de 1808, Abascal informaba al Cabildo que “por las extraordinarias circunstancias que han sobreveni- do, se alej6 de mi la idea de poder facilitar la formacién de una Plaza para los Abastos Publicos en parage comodo y proporcionado™, Ese mismo afto, Abascal habia inaugurado el Cementerio General, edificio ‘que, salvando las distancias, curnplia con la misma légica urbanfstica ‘que su Plaza para los Abastos Pablicos, Ya no se trataba de repartir la funcién mercado, sino de desplazarla concentréndola en un “parage comodo y proporcionado”, como se habfa hecho con los cadéveres extramuros, Pese a su declaracién de fracaso, hay evidencias de que algin tipo de intervencién habia sido realizada. Como antafo, los miembros del Cabildo indicaban que el publico era “incapaz de acomo- darse a la falta de Abasto en la Plaza Mayor”, El virrey agregaba que hhacia ya algin tiempo estaba tratando que los vendedores volvieran a la plaza, Jo que se efectuaria la semana siguiente. Este retorno inclufa algunas modificaciones parciales. En primer término, implicaba la organizacién interna del mercado, de manera que los abastos “no cau- sen confucion y desaseo dejando el centro libre, y formando en los qua- tro frentes calles recta” para facilitar el transito de los compradores y de lalimpieza. Por otro lado, las “recauderas de fija residencia” serfan ubi- cadas en cajones, tal como se estaba haciendo en algunas plazas de Cadiz y Madrid, Diversas fuentes documentan la reposicién del mercado en la plazaS, Inclusive, los otrora expulsados mercachifles (1787) retorna- ban con impetu al centro, Entre 1815 y 1818 suceden una serie de soli citudes de estos comerciantes para formalizar su ya efectivo ingreso ala codiciada explanada, Esto concluye con st aceptacién oficial a través de la creacién de un rubro especifico: el remate de los puestos de “tende- jones portitiles”™®, Todas estas disputas ratifican el magnetismo de la Plaza Mayor en las postrimerias coloniales. Sin embargo, ya no era el | 306 Susan Rainy Karle ease Ginico mercado: al menos las plazuelas de la Inquisicién, de Santa Ana y del Baratillo cumplian una tarea semejante®, Alproliferar las asonadas patriotas en el continente, Lima adqui- rié un matiz marcadamente militar. Convertida en bastion realista, albergé numerosas tropas. Con tal fin se acondicionaron algunos espa- ios como la Plazuela de la Inguisicién, que fue modificada y cuya pila se retir6®. Esta coyuntura también se dejé sentir en la Plaza Mayor. En 1818 el asentista de los toldos y asientos solicité una tebaja al Cabildo por el “sitio que se le haba privado p* las tropas”, amenazando con res- indir el contrato, Aparentemente, a plaza mantenfa intacto su atracti- vo comercial, ya que de inmediato aparecieron postores, ante lo cual se brig el remate®. Uno de los rasgos de la Proclamacién de la Independencia en la Giudad de Lima fue el énfasis en el elemento simbélico. José de San Martin, militar argentino que acaudillé este evento, estuvo particular: mente interesaclo en extirpar las huellas del viejo régimen del escenario urbano: modificé nombres de plazas, calles y baluattes, cteé nuevas plazas, proyecté monumentos y decreté la extirpacién de todo sfmbo. lo virreinal del espacio pablic. En lo concerniente al mercado, el indicado trance tuvo un coro- lario paradéjico: en consonancia con el anhelo borbénico (especifica mente en su variante abascalina), se planeaba confinarlo en un lugar especifico. El multicitado decreto de junio de 1822 requiere algunas ptecisiones. Primero, confirma dos desplazamientos: no menciona la Plaza Mayor como sede entonces vigente del mercado, sino a la plazue- Ja de la desparecida Inquisicién (“La plazuela de la Universidad y sus calles inmediatas donde hoy se halla e] mercado, ofrecen la vista mas desagradable de toda la poblacién’). El decreto agrega que, desde el siguiente mes (julio), ls locales de abasto alli ubicados se distribuirian en “cien cajones movibles’ situados en las plazuelas de Santa Ana (30), San Agustin (20), Baratillo (20), San Francisco (15) y San Juan de Dios (15). En segundo lugar, sélo se trataba de una modificacién temporal que precedia a una reforma mayor: “mientras se realiza mas en grande el proyecto de un ‘nuevo mercado’ que corresponda en su utilidad y magnificencia a las ideas del gobierno y a las necesidades del pueblo” Cortetuszondo lo cid en América Latina 307 Se concretaba asi la propuesta del virrey O'Higgins (1799) y la funcion mercado quedaba repartida por toda la cindad®, El cambio de la temprana reptblica no significé nuevos recintos crigidos ex profeso: se caracteriz6 mas bien por la adaptacién de edif- ios. Euego de la sefialada distribucién en una serie de plazuelas, se dio una jerarquizacién en la que destacaban las de San Francisco y San Agustin (Proctor, 1971 [1823-1824]: 196). Sin embargo, la zozobra administrativa impidié que la reforma se mantuviera firme. Para agos- to de 1825 hay alusiones al alboroto provocado por las vendedoras en la Plaza Mayor, cuyos “puestos de pan, fruta, y demés embarazos inco. modan el paso a los que trafican, o que ‘traigan inmundicias y presen- ten mala vista’, Debido a esto, nuevamente, se pretendia retirarlas de los portales y calles aledaitas y confinarlas en las plazas de mercado “o donde mejor convenga"®*, Otros testimonios confirman que la Plaza Mayor no habia sido totalmente despejada, pues el espacio inmediato a los portales seguia ocupado por “carpas y tiendas temporales [... }. que se arman, con su contenido expuesto en Ja mafiana y se recogen y desarman al atardecer” (Stewart, 1971 {1829]: 331). Aunque la incertidumbre de la repablica temprana dificulté la reorganizacién de las funciones urbanas, para la década de 1840 el panorama se habia modificado, Segin el viajero aleman ‘Tschudi, el mercado principal se encontraba en la plaza de la fenecica Inquisicién yeentre los menores destacaba San Agustin®®, En esta misma décad: reiniciaron los debates para reubicar el mercado, al que se le pretendia asignar un lugar especifico, Como antaiio con el mercado de la Plaza Mayor, ahora las autocriticas recafan en el de la Inquisicién: “nuestro patriotismo se avergiienza al considerar que en el tiltimo pueblo de otras repiblicas hay mercados establecidos con todas las comodidades que exije la ‘salud puiblica, mientras que en la capital del Perti hasta hoy no se habia atendido a tan preferente exigencia”®%, En los albores de 1850, el Monasterio de la Concepcién fue parcialmente expropiado, seccionado y modificado por el Estado para albergar al Mercado Central de Lima, cuya inauguracién (1852) materializ6 un viejo pro: yecto colonial, dando fin a toda una época®?, 308 Susan Ramer Korine Naek 4. Forma(s) dela reforma Constatado el desplazamiento, conviene ahora salir del trayecto, desctito para divisarlo, brevemente, desde una perspectiva comple- ‘mentaria. Esto permitirs registrar la trascendencia de esta medida més, alld del émbito meramente administrativo local. Con tal fin, se ha esco- {ido dos series documentales: los viajeros y las imagenes. La comparacién de relatos de extranjeros que pasaron por Lima, antes y después del triunfo patriota, permite esbozar una explicacion complementaria de la transformacién operada en la plaza. A diferencia dela documentacién local, estos testimonios inciden en detalles proba blemente nimios (por cotidianos, inmediatos 0 intrascendentes) para los habitantes de Lima, pero atractivos para los lectores extranjeros (principales destinatarios de este género narrativo)®. Este tipo de rela to es tambien ilustrativo en la medida en que trata de individuos qu habitaban y conocian ciudades que ya habfan experimentado alteracio. nes urbanas inusitadas en Lima. Por este motivo coinciden en descri- birla como ubicada en un ‘antes’ respecto de sus lugares de origen. Situada en pleno centro de la ciudad, la Plaza Mayor era un t6pi- co obligado de toda descripcién de la capital peruana. Ya desde los pri- eros relatos poscoloniales, como los de René Lesson (1971 [18: 344), Robert Proctor (1971[1823-1824]) y Gabriel Lafond (1971: 119), se indica que el mercado habia sido trasladado por disposicién de San Martin, No obstante, la funcién comercial de sus alrededores inmedia- tos (los portales y las tiendas) perduraba, lo cual asemejaba la plaza a una especie de gran bazar. En una época en que las ciudades del hemi ferio boreal experimentaban transformaciones decisivas en su forma que, entre otros objetivos, apuntaban a la delimitacién precisa de lugares para funciones especificas-, la explanada limena resultaba agra- dablemente pintoresca para algunas (Lafond, Stevenson) e insufrible para otros (Golovnin), pero siempre ‘arcaica’ i desfase entre lo que debia ser una capital nacional y Lima resi dia en un detalle: la fachada del principal edificio nacional -el palacio de gobierno estaba cubierta por tiendas que la opacaban. En términos “urbanos, se trataba, literalmente, de un lastre colonial. Sobre este punto | | Contestzando cided an Antica Line 309 hubo consenso y fue Lafond (1971 [1828}: 114) quien propuso una cer- tera explicacién del asunto, muy proxima alla ya citada de Carrié de la Vandera para Cuzco, Para este francés, el mentado edificio “tiene tna insignificante apariencia y se encuentra casi perdido entre un monton de tienduchas de madera que se apoyan contra su fachada’, Pese a sus renovados esfuerzos, los primeros gobemantes republicanos no habjan podido erradicar este escollo, pues “en Lima, como en otras partes, la utilidad publica es sacrificada muy a memudo a ciertos intereses mise- rables’, concretamente econémicos, “y tampoco se atreven a expropiar, por el temor sin duda, de tener que pagar indemnizaciones demasiado onerosas, ya que el ctédito ordinario de estas tiendas no baja de seis a doce til piastras”. Celebrado el primer paso, el desplazamiento del mercado, estas descripciones implicitamente exigfan al segundo, la elt ninacién de los cajones. Motivos semejantes a los que hicieron de la Plaza Mayor tema narrativo privilegiado ls convirtieron en t6pico recurrente dela pls a colonial hispanoamericana. Su valor como epitome y proemio de la urbe resulté en wn variado corpus que incluye cuadros, murales, graba- dos iluminaciones de mapas. Cudn emblemitico seria este cundriléte- ro en la definicién de la ciudad, que incluso las representaciones de centros urbanos distantes al imperio hispano y cronolégicamente Femotos inclaian sus atributos®®. Ya que se suele usar este tipo de imé ‘genes como evidencia del-estado de la plaza limeiia, conviene hacer algunas observaciones e identificar tendencias en las convenciones de representacién, especificamente, en relacidn con la presencia de atribu- tos vinculados a la funcién mercado durante el siglo XVII Mis allé de la variedad de funciones/destinos de las representa- ciones grificas, que podria implicar énfasisrelativos en diversos deta les de la Plaza Mayor, cabe identificar una secuencia formal y cronolé- ica. Un primer grupo, propio del siglo XVII y parte del XVII, repre~ sentarfa en detalle a funcién mercado, independientemente del medio utilizado. Asi sucede en el grabado anénimo (1640) ineluido en una hagiografia de fray Francisco Solano, Tras la titénica figura del religio so estan ubicados dos atributos propios de la Plaza Mayor: la catedral limefta, con sus gradas, y la pileta. La explanada aparece colmada de individuos comerciando”, En el cuadro anénimo de 1680, fa presencia rey Keane Hood 310 usin del mercado es atin més destacada, protagénica: se ha enfatizado en teste detalle mediante la identificacién de los personajes y los productos vendidos, agregando leyendas explicativas (Marco Dorta (1964) {coleccién particular inglesa]). Este tltimo ejemplo esta en sintonia con pinturas hispanoamericanas contemporaneas, como la de Antonio Ramirez Montufar dedicada a la edificacién de la catedral de Santiago de Guatemala (1678) y Ia de Cristobal de Villalpando (1695) sobre ‘México”!, Pese a ciertas diferencias (por ejemplo, a de Guatemala enta~ tiza Ja catedral y sélo retrata poco mas de Ja mitad de Ia plaza), pueden ser inscritas en un mismo conjunto caracterizado por la incidencia en fl uso de la sefialada explanada como centro comercial. Este tipo de representacién puede llegar hasta la segunda mitad del siglo XVILL con el cuadro andnimo del desfile de bienvenida al nuevo virrey, marqués ‘de Croix (1770) en México. Pertenece también a esta categoria la repre: sentacién de la Plaza Mayor de La Par, incluida en la parte superior del “Retrato de Martin de Landaeta” de Diego del Carpio (1788). Delante de Ia catedral aparece la provesién de San Juan de Dios y algunas reco- vas y otros atributos de la funcién mercado, ligeramente soslayados hacia el extremo inferior derecho”, En estas pinturas se conjugan usos, posteriormente distanciados: la comparsa ceremonial (civil y religiosa) y los vendedores ambulantes. Una variedad de este primer conjunto esté conformada por eu ‘dros que representan parcialmente la plaza e incluyen ligeros atributos de la funcién comercial. El andnimo “Robo del copén de la iglesia del Sagrario” (ca. 1715) incide en el lugar del suceso y, entre los escasos personajes que muestra, incluye individuos dedicados a las ventas, BL retrato oficial del Conde de Superunda (1758), elaborado por Crist6bal de Lozano, el cual resalta su labor en la reconstrueci6n de la catedral, s6lo presenta la escalinata de la misma, junto a Ja cual se incluye una covachuela”. En un segundo grupo temprano, la funcién mercado resulta ate- nuada o desaparece por la presencia de otra actividad alternativa. Por tun lado, estan Las pinturas de desastres (sismos y epidemias), en las cua- les el énfasis en el sueeso abarca toda la escena, como sucede por ejem- plo en el mural de Catea 0 en el lienzo de Tiobamba (Cuzco) sobre la peste, Se incluyen también Ios cuadros sobre acontecimientos con- | | ontettleandola che en Anica ati an suetudinarios, como las festividades religiosas. Para Lima, se tiene el par anénimo de la “Procesién del Viernes Santo” (1665). Uno de los cuadros muestra la secci6n norte de la Plaza Mayor durante la noche, poblada de personajes que acompafan la ceremonia y participan en ella. Algo andlogo sucede con los cuadtos de la serie cuzquena del Corpus Christi de Santa Ana, que aluden a la Plaza Mayor y a la del Regocijo (1675-1680), y con la tardia representacién de la predicacién de Francisco Solano en Lima (1780) (Wuffarden, 1996; 1999: 54). No hay intencién de mostrar el mercado ni necesidad de obviarlo, ya que sdlo se representan porciones restringidas de la plaza y ni siquiera se incluye la pileta central?®, Un caso cuzqueo permite mostrar la interseccién de las dos categorias deseritas, Se tata del cuadro anénimo (1650-1660) sobre el terremoto de 1650: en una vista de la ciudad, aparece la Plaza Mayor y las plazuelas aledanas (Regocijo y San Francisco). Junto a una serie de atributos que marcan la sincronia con el desastte (techos quebrados, gente corriendo), se presenta la procesién ad hocy se distinguen hue- lias del mercado, especialmente las recovas instaladas en el lado sur de Ia Plaza Mayor y en el Regocijo. Para enfatizar la conmocién del ‘momento, las actividades habituales como el mercado~ se han deteni- do, pero quedan rastros de su presenci Para las postrimerias del siglo XVI, el trance en Ia representa- cién ya ha sido identificado para México: el animado desfile del virvey de Croix (1770) es sucedido por representaciones como la “Vista de la Plaza Mayor de México, reformada y hermoseada” (1793), que presen- ta una plaza despejada y con individuos organizados en riguroso orden militar. En Ja misma categoria, destaca la “Vista de la Plaza de México” (1796), que muestra el zécalo reformado, sin gente y con Ts flamante cestatua ecuestre regia’8, El corpus colonial limeno no permite sefalar vuna plena anulacién figurativa del mercado, pero si una reduccidn asu :ininsa expresién, En obras dedicadas a mostrar la plaza en conjunto, como el dibujo que ilumina un mapa elaborado durante el gobierno del virrey Amat (1775), la céntrica explanada aparece como Plaza de Armas, marcadamente marcial, con tropas ingresando por el extremo este, Aunque retrata algunas recauderas al extremo sur 32 Susan Kane Karoline Nek Figura 2] A diferencia de las representaciones anteriores, el palacio del virrey ha reemplazado a la catedral como fondo. Esta obra tiene estre- cha filiacién con el grabado mexicano de 1793, con el que debe com partir una matriz europea®®, Si bien, se podria argumentar que la ante- rior es una representaci6n militar, algo semejante sucede con el graba- do de José Maria Montes de Oca (1801), incluido en un homenaje al fallecido arzobispo de Linta, Juan Domingo Gonzélez de la Reguera ese a que se incluye buena parte de la plaza y la fuente central, s6lo aparecen un par de recauderas*l, Cierra este conjunto una pintu- ra andnima de inicios del régimen republicano (c, 1830), que represen ta una escena précticamente idéntica, pero con la explanada totalmen- te vacta®?, Contextylaandola cad en ns {Figura 3} (Figura 4) a3 3 Sse Rantery Kocline Now Este fugaz seguimiento permite reconocer una primera serie en la cual los atributos de la funcién mercado eran aceptados por la con- vencién y consecuentemente representados tal como la barahinda comercial era normalmente tolerada por las autoridades-. Aunque no se puede sefialar una ruptura rotunda, en las postrimerias del siglo XVIII es posible reconocer la preponderancia de un nuevo modo figu- rativo en algunas capitales hispanoamericanas. Si, ya existian cuadros {que soslayaban o anulaban el mercado, sustituyéndolo por una fanci6n alternativa, pero no dejaban de incluir la presencia popular. Contrariamente, en la tltima etapa predomina el espacio despejado, el vvacio, asociado a la funcién marcial, a la Plaza de Armas. Como los documentos oficiales, las representaciones comienzan a dar cuenta del proyecto de desalojo: prefiguran el cambio, documentan una ‘inten- i6n’ antes que el ‘estado’ de la plaza, el cual por entonces ~como ano- tara el censurado Tervalla y Landa~ bullia de plebe. 5. Epilogo ‘Como el centro hundido de una gran superficie céncava, la Plaza Mayor atrajo desde su cteacién a la poblacién limeria, Este magnetismo ‘era el corolario espacial de una citdad planeada desde y hacia el centro. Pata el siglo XVIIL, las funciones tempranamente asociadas a este lugar perduraban, y a mayor escala. Sin embargo, la plaza mantenia su rea original. A ello se sucle agtegar el crecimiento demogréfico que result en la densificaci6n de la ciudad y, especificamente, del cuadrilstero cen- tral, lo que dio un marco adecuado para el recrudecimiento de los con flictos. No obstante, en iltima instancia el problema residia en los usos sociales del espacio publico’ Ante los continuos cruces, la ciudad ‘of cial’ intervino, planteando las pautas. Asi sucedié con el reordenamien- to interno del mercado (1772) o en la expulsion de los mercachifles (1787). En ambas ocasiones, la plaza mantuvo su principal funcién de antaio (mercado). A estos lios consuetudinarios se suma la presencia de una serie de propuestas especificas legadas desde la metr6poli: el reformismo borb6nico. El programa de transformacién se materializa~ ba en forma de intervenciones 0 edificios, cuya sola presencia podia significar también la alteracién del sistema urbano tradicional, por lo aque su aplicacién vari6 de acuerdo a las condiciones locales®®, Contetualondole cad en América Ltn as Para Lima, el proyecto urbano borbénico debe caracterizarse tanto por las presencias (construcciones y desplazamientos realizados) como por las ausencias (proyectos inconclusos}. E} paso de Plaza Mayor a Plaza de Armas fue nna de estas tiltimas y puede resultar tan ilustrativa como la exitosa ereccién del Pante6n General. A diferencia de los sucesos més tempranos (1771 y 1787), protagonizados por usua- rios de Ja plaza y vinculados a problemas cotidianos, los testimonios posteriores (1799, 1804 y 1808) implican el enfrentamiento entre dos niveles de la autoridad colonial. Por n lado, el Estado virreinal cum. pliendo directivas reales- por otro, el Cabildo ~como representante de la elite locale incluyen algo nuevo: un cambio de funcién, precisa mente de la mas rentable. Mis alla ce la aplicacién parcial de la reforma urbana borbénica, ‘estos nuevos ingtedientes habfan Hegado para quedarse. Como en otras latitudes, el régimen republicano asumiria algunos componentes del programa de reformas borb6nicas*4, En Lima, el eje de conexidn fue San Martin, quien pese a su enconado interés por extixpar todo simbo- lo colonial, llev6 a cabo uno de los objetivos de los tltimos virreyes. La desaparicién del Cabildo como institucién y fuerza politica durante la temprana reptiblica faclité la intervencién estatal directa®®, La erradicaci6n de la Inquisicién (1813) y la subordinacién del poder eclesidstico al nuevo Estado ~que luego de algunas confiscacio nes intempestivas llevaria a la paulatina secularizacién de buena parte de su patrimonio inmueble- contribuyeron a atenuar la dificultad del cambio: dejaron espacio libre, como las plazuelas. No es casual que el Mercado Central y Ja primera plazuela republicana (Siete de Septiembre) hayan sido crigidos precisamente en antiguas propiedades eclesidsticas, El interés por recluir a los vendedores en un lugar espect fico sera retomado durante el periodo guanero, El Mercado Central y la reformada Plaza Mayor seran entonces das elementos cruciales dentro del ciclo constructivo de mediados del siglo XIX. Pee ee ena 316 Susan Rarer Krone Nase Notas 10 n Sainsbury Resch Univer nla (Norwich). arto foam parte dl investiga imponta ena waza urbanism bobo coe Lin aus pore Jairo Riva Aghe Bl enor smparative de eto recinos fe advertido desde hace algunas {tsadas (Rican, 198) ha sido un srgomento de base par a realizacion Gea anenon un pa de veuniones academies (Chevalier eal, 1978: Ala reve al, DAD) Pir et tad se ha utiliza informacion de fos sigbientes taba everae: Bonet (978 1986), Durston (199), Maser (1959), Guts tera (1990, Bicad (1947), Solano (1980). b. Especics: Feoninder {9% [Carnes Cost Rly Hernnder (1996 [Mexeo], king (1987 {Aigo jan (1969 Antigua), Mesh yGisbert (1975: 73-75 (La Fal), fbi 1993)» Ober (1999 [Mexivo), ers (1999 Lm) Sale el simbolsm funacionl, Ease ef rial de Salcedo (2000) para Gaadslajra de Baga (Colombia. Dra las estan yceremonie en Lima, ease Walfarden y Gubovih (1995 5133) Sobre la plot, vase Fraser (1985: 57-63 chivas ee a Monicpalidad! de Lima (AHL), Obras Pabas, nly 2481196, Soha mo com ilo document Libro de cis de Line (LCL € Tao deeulsyproviines (LCP) ambos alajdos en el AHML, Se rata Gite perpectivaradouene stints de fw estos que abordon ee Scales Como sala Monnet (1990), est tno tipo de docamentacién thinds na men eereoipat el coarser qu ola sevirde pl furnaaative pata inda, solo e contexte con emis diverse tipo Fcc permet dentin los proceor pot lon que ataves est seein tian, Ene os tabajes preview sobse Ia Pissa Mayor de tina, puede arse Abad 9 Cardents (1973), Marco Darta (1964), Darin (1994 {er 195) fueras (1999, Epacicmente sobre peta se pede ver Di Domenica (1945) y Stastny (2000) Durin 1958) ela unica qe ha usado rofuamente el LEL ye LCP al trata se a plac, pet, lis en eidancad otempovaD, no expen el fneionariento de este espacio Bar el eso hspano, Bonet (1978: £0), Una deseripcion dala en Lowry (991: 758) LL, 231562 Seguin Lowry (993: 77), ating se citar eeferenciny, fs sta a tego a Santa Ara paca amediatar la poblctn indies ai Fuentes {18581095} y Diario de Lia 5.17. 1791:2.Otas oasones en gos tn plana tovo uso andlogo: LCP. XXIV: 1624, ZIV 1780: LCD. XXX: 267 3 4 15 16 0 25 comtexvatzand ach 1 Amdt Latina a7 23.1178; LCP. XXIX: 3366, 12.X.1797; LCP, XXVIL,2.V11.17984 LC 350, 10X11.1798, Carts, 1974 61 Archivo General de la Nacion (AGN) CA GC 1 ¢.15.d.143 LCL. 23.X.1756, AGN CA GC 1 e5 6.27 y £17 €.84. AGN CA GC } C20 6.208 (1804) y CA GC 4 6.30 459, LCL. 4.VILL1818. Si bien estos precios se vinculan también a fluctwaciones (en las condiciones del contrat

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