Cierta vez un predicador se refirió al episodio de
la mujer encontrada en adulterio cuando habló sobre “el mayor milagro de Cristo: el milagro del perdón.”
Las palabras de Cristo a la mujer, “ni yo te condeno, vete
y no peques más,” son muy inspiradoras. Sin embargo, este relato encierra una de las más notables variantes textuales de todo el NT, especialmente porque se trata de una sección entera, y no sólo de un versículo o una parte de un versículo, como acontece en la mayoría de las veces. Las evidencias textuales a favor y en contra de la autenticidad del relato son las siguientes: Como se puede ver, a pesar de que existen siete variantes, los testimonios están divididos en apenas dos grupos: los que tienen el pasaje y los que no lo tienen.
Es muy importante observar que en el primer
grupo hay considerable diversidad en cuanto al lugar original del pasaje (cuatro últimas variantes), aparte de haber manuscritos en que el relato aparece señalado como textualmente dudoso por la presencia de los asteriscos. Evidencia externa. La evidencia documental no deja ninguna duda en cuanto al origen no- juanino del pasaje.
Los manuscritos griegos más importantes, los
mejores y más antiguos no tienen esta lectura: Códices Sinaítico y Vaticano.
El primero en registrarlo es el Códice Beza, de
final del siglo V o principios del VI. Los manuscritos A (Alejandrino) y C (De Ephraim) son defectuosos en ese punto del Evangelio, pero es muy probable que ninguno de ellos contenía el relato, pues una medición cuidadosa muestra que en las hojas perdidas no habría espacio suficiente para incluirlo junto con el resto.
L y D dejan algún espacio, pero igualmente
insuficiente. El segundo hecho que precisa ser mencionado es el carácter tan diverso de los manuscritos que omiten el pasaje: representantes de todas las familias textuales, incluyendo cerca de 80 minúsculos del tipo bizantino y cerca de un centenar de leccionarios.
El hecho de que el pasaje aparezca señalado con
asteriscos en un buen número de manuscritos sugiere mucho, como por ejemplo las sospechas de los copistas en cuanto a su autenticidad textual. Debe recordarse que en los manuscritos posteriores que contienen el relato éste aparece con un considerable número de variaciones, lo que indicaría que varias tradiciones se desarrollaron en torno a él.
Finalmente, debe recordarse que en los
manuscritos posteriores que contienen el relato éste aparece con un considerable número de variaciones, lo que indicaría que varias tradiciones se desarrollaron en torno a él. En cuanto a las versiones, la situación es la misma. En el Oriente, el pasaje está ausente de la Antigua Siríaca y de los mejores manuscritos peshitos, como también de las versiones coptas y de los más antiguos manuscritos boaíricos. Tampoco aparece en algunos manuscritos armenios y en la antigua versión Geórgica. En el Occidente , está ausente de la Gótica y de diversos manuscritos latinos antiguos. En cuanto a los padres de la iglesia, de los que comentaron el Evangelio de Juan y cuyas obras sobreviven, el pasaje sólo es citado por el más reciente de ellos, Eutimio, que vivió en la primera parte del siglo XII. Él declara que las copias más exactas del Evangelio no lo contenían. La primera conclusión a que se llega, por lo tanto, es que es “imposible asegurar que esa sección sea parte auténtica del Evangelio de Juan.” (Leon Morris, The Gospel According to John, p. 882). Evidencia interna. Las conclusión experimental de la evidencia externa es totalmente corroborada por las consideraciones internas, en términos de estilo y vocabulario. Comenzando por el vocabulario, el pasaje tiene algunos sustantivos como o!rqro", moiceiva, kuvptw, ejpimevnw, ajnakuvptw, kataleivpw y katakrivnw, que no aparecen ninguna otra vez en ese o en cualquier otro libro del apóstol. Además, Juan nunca menciona el monte de las Olivas (8:1), ni en 18:1. También hay palabras, como katagravfw, ajnamavrthto" y katakuvptw, que no aparecen en ninguna otra ocasión en todo el NT. En relación al estilo, no es difícil percibir que todo el relato tiene mucho más afinidad literaria con los sinópticos que con Juan, aunque hay también afinidades lingüísticas, como las siguientes: o!rqrou (8:2), como en Lucas 24:1, cuando la costumbre de Juan es usar prwi (18:28, 20:1); laov" (8:2) es usado muchas veces en Mateo y Lucas, pero es muy raro en Juan, que prefiere o!clo"; ajpoV tou~ nu~n (8:11) no se encuentra en Juan, pero es frecuente en Lucas (1:48; 5:10; etc.). Aparte de éstas, existen todavía aquellas construcciones que simplemente son un tanto extrañas a la dicción juanina, como el uso frecuente de dev en vez de ou^n de Juan, y poreuvomai eij" (7:53), siendo que el apóstol prefiere prov"(14:12, 28; 16:28; etc., aunque eij" sea usado en 7:35).*
*Ver Henry Alford, The Greek Testament, p.
219. En verdad, todo el relato parece extraño al texto de Juan, siendo muy poco apropiado el lugar que ocupa, entre 7:52 y 8:12.
CONCLUSIÓN
Basándose en las evidencias tanto externas
como internas, parece no haber duda de que la perícopa de la adúltera no es de origen juanino. Se ha afirmado algunas veces que el relato habría sido deliberadamente omitido del cuarto evangelio, porque podría ser entendido como una especie de indulgencia para el adulterio. (Ver John Peter Lange, Commentary on the Holy Scriptures, vol. 17, p. 270). Además hay una declaración de San Agustín en la cual él afirma que ciertas personas habían sacado de sus códices tal sección por temer que las mujeres la usaran como disculpa para su infidelidad. (O adulterio conjugal, II, 7). A pesar de toda la austeridad ascética que de hecho existía entre los siglos II y IV, esa hipótesis se debilita por la completa ausencia de cualquier adición de los escribas de un pasaje tan extenso sólo para salvaguardar la moralidad. Por otro lado, no se puede explicar por qué los tres versículos preliminares (7:53 – 8:2), tan importantes para situar en el tiempo y en el espacio los discursos del capítulo ocho, fueran omitidos juntamente con los demás. Así, parece no haber duda de que el relato de la mujer adúltera no es obra de Juan. El problema no termina aquí, pues aunque no podemos afirmar que la historia sea parte del cuarto Evangelio, podemos “sentir” que es verdadera y corresponde plenamente al carácter de Jesús.
En efecto, “el carácter inspirado y la
autenticidad histórica” del relato deberían ser colocados encima de cualquier sospecha. (Vawter, Bruce. Evangelio según San Juan. En: Comentario bíblico San Jerónimo, p. 466). Esta opinión es defendida por muchos autores, tanto antiguos como modernos, incluyendo los investigadores de las Sociedades Bíblicas Unidas, lo que explica el grado de certeza “A” que aparece en el aparato crítico. Se cree, en general, que ese relato consiste en un fragmento de material evangélico auténtico no incluido originalmente en ninguno de los cuatro Evangelios, pero que siendo preservado mediante alguna tradición escrita u oral, acabó más tarde siendo anotado al margen del Evangelio de Juan, tal vez para ilustrar la declaración de Jesús en 8:15 – ”yo a nadie juzgo”— y de ahí llegó a ser incluido en el texto de muchas copias. La mayoría de los copistas evidentemente pensó que interrumpía menos la narrativa si el pasaje era insertado después de 7:52, mientras que otros lo insertaron después de 7:36 (mss. 225), después de 7:44 (varios mss. Geórgicos) o de 21:25 (f1 y mss. Armenios); y otros aun lo pusieron en Lucas, después de 21:38 (f13 o 24:53 (mss. 1333), y eso puede haber acontecido en función del estilo, que obviamente es mucho más lucano que juanino. Que se trata de una narrativa bastante antigua no hay la menor duda, aunque haya demorado para ser introducido en la tradición manuscrita griega.
En la Didascalia, obra de origen siria de
principios del siglo III, aparece una referencia específica a la historia de la adúltera como un ejemplo bien conocido de la bondad de Jesús. Como parte de un conjunto de reglamentos eclesiásticos para uso de una comunidad étnico-cristiana, esa referencia ciertamente significa que la historia era bien popular en Siria en el siglo II.
De acuerdo con Eusebio, Papías también
parece haberla conocido y explicado. Él declara: “El mismo escritor [Papías] explicó otro relato acerca de una mujer acusada ante el Señor de muchos pecados, el que está contenido en el Evangelio de los Hebreos”. (Historia Eclesiástica III, 39).
Si esa fuera realmente una referencia a la
mujer adúltera, como parece, entonces la historia se remonta a la era apostólica, ya que, según Ireneo, Papías habría sido discípulo del apóstol Juan. Con respecto a la demora en ser aceptado por los cristianos en general, eso podría muy bien ser atribuido a la rígida disciplina eclesiástica para con el adulterio, ya que que la narrativa revela que Cristo perdonó muy fácilmente a la mujer.
Solamente cuando la disciplina adoptó
métodos menos intolerantes, después del siglo IV, fue que la iglesia habría estado dispuesta a aceptarlo. Una cosa es cierta: Las pruebas que tenemos a disposición son muy fuertes, pero apenas para contrariar el registro evangélico de la narrativa, y no su origen evangélico.
La historia, según Camplin, respira el hálito del
Espíritu de Cristo (O Novo Testamento interpretado, v. 2, p. 395), y dispone de todos los indicios de ser históricamente auténtica. De ahí que, en vez de ser sacada del texto bíblico, debería ser mantenida en su lugar tradicional, aunque sea entre corchetes dobles, y no habría el menor problema en continuar usándola como ilustración de aquel que realmente fue, y es todavía, “el mayor milagro de Cristo.
Tomado de: Paroschi. Wilson. (1993). Crítica textual do Novo