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Apuntes apocalípticos sobre los sueños: Utopía de Tomas Moro (II)

Llevo un tiempo pensando las fluctuaciones sinusoidales de mi consumo cultural. Hace unos años
miraba las primeras temporadas de Mad Men y de Breaking Bad; leía el anime de Naruto y los
cuentos de Borges; seguía fielmente los lanzamientos de Halo y Call of Duty; e invertía mucho
tiempo jugando World of Warcraft. Ahora, siento que estoy en el lado opuesto. Estoy pasando el
Fallout 3 y Dark Souls II; espero con ansias los nuevos capítulos de Attack on Titan (o Shingeki no
Kyojin); veo algunos capítulos de The Walking Dead, de Adventure Time y de Rick and Morty; y leo
lo que me encuentre por ahí o lo que me recomienden (ya no me gustan los juegos en línea porque
me parecen una profunda pérdida de tiempo). Este seguimiento me ha servido en otras ocasiones
para conocerme un poco mejor y para dar cuenta de ciertos desplazamientos de mis preocupaciones
o intereses. Supongo que debe haber un hilo inconsciente que va llevando nuestra atención de una
cosa a la otra (bueno, además de la publicidad y la ideología) y que siempre es sintomático. En esta
ocasión, me preocupa estar consumiendo tanta distopía y postapocalipsis (también volví a ver las
noticias nacionales en TV) y quise, digamos, equilibrarme espiritualmente (huir de la depresión), por
eso decidí leer de nuevo Utopía de Thomas More.

Y la verdad, fue un fracaso.

Mi opinión parecía clara y bien fundada. Se trataba de un ejercicio anacrónico, llamativo, y


conmovedoramente cándido. Además, me parecía llamativo que haya sido un libro de constante
referencia para los socialistas franceses y a los movimientos New Age de la segunda mitad del siglo
pasado. También pensaba que se trataba de algo medio anquilosado por su lectura obligatoria en
los Colegios, ya fuera para explicar el humanismo o el socialismo premarxista. Contra todo
pronóstico, me encontré con algo que me ayudó a revisar las ideas que, al menos hasta donde yo
sé, rigen económica e ideológicamente los discursos populares de desarrollo y éxito. Utopía, por
irónico que suene, es una refutación del Coaching.

Lo primero que me sorprendió es la carta que funciona como prefacio e introducción. Se trata de
las indicaciones de More para la edición de su libro y las esperanzas que tiene puestas en él. ¡Qué
diferentes de otras utopías que me ha tocado soportar! Y no es que haya vivido en un país perfecto
o que venga de un lugar especialmente desarrollado (Suba-Bogotá). Digo que “he soportado”
porque las utopías no se mantienen al margen de la realidad, están presentes en todos lados y
muchas son francamente asfixiantes. ¿Acaso no hay algo de utópico en todo paisaje que, sin tener
mucho que ver con nuestra situación actual, se muestra cómo preferible y deseable? Ejemplos hay
muchos, abundan hasta el hastió: los comerciales, las promesas de los programas universitarios, los
manifiestos políticos y artísticos, las promesas tecnológicas, etc, etc... Sin embargo, More es muy
recatado: apenas quiere referir el relato de Rafael Hithloday, quien no guarda pretensión alguna de
volverse gobernador ni consejero.

Por eso me fascina que pregunte “¿Qué contenido hay en mi relato que no pueda ni deba decirse
en ningún lugar?” (111). ¡Claro! En principio no hay nada que no pueda decirse en el espacio público
y que, además, no deba ser tenido en cuenta en los asuntos que nos importan a todos; lo cual no
quiere decir que deba ser llevado a la práctica. More no hace de legislador, más bien nos propone
un ejercicio muy potente de crítica cultural. No trata de decir qué hay que hacer, sino de ofrecernos
una perspectiva privilegiada a partir de la cual podamos cuestionar el orden establecido. Las utopías
de hoy son más bien como promesas, en muchos casos vacías o simplemente particularísimas,
hipócritas y egoístas (un ejemplo es la utopía del viajar, que yo prefiero llamar “turistear mal”: no
te comprometes con nada, vas de un lado a otro pensando que conoces algo nuevo sin darte cuenta
que recibes en gran parte una experiencia pre-fabricada y, finalmente, los pocos momentos de
auténtica realidad que puedas llegar a tener probablemente pueden desencadenar una serie de
malos comentarios en Booking o en AirBnb).

Esto me lleva a mi segundo punto: Utopía de Thomas More no es propiamente una añoranza por
un mundo mejor, se trata de un ejercicio de derecho comparado y es, con ello, una primera relectura
de Platón. Vamos por partes. Primero: el derecho comparado es, grosso modo, una rama de los
estudios de Derecho que se encarga de comparar la legislación de dos dependencias diferentes
(pueden ser dos países o dos estados). Esto es útil para muchas cosas: puede ayudarnos a ver la
influencia de las condiciones sociales en la efectividad de la aplicación de la ley, puede mostrarnos
indirectamente los factores que deben ser tenidos en cuenta para formular leyes efectivas y,
especialmente, nos permite enfrentar dos tipos de legislación para evaluar sus fortalezas y virtudes
en función de sus resultados. La primera parte del libro nos encausa hacia esta lectura: Rafael
Hithloday discute acaloradamente con un grupo de dirigentes la inconveniencia práctica y moral de
la pena de muerte para los ladrones. Y la segunda parte nos ofrece un tratado sobre las leyes de los
utopienses, a partir del cual podríamos replicar lo mismo que se hace en la primera parte con otros
aspectos de la vida en sociedad.

Segundo: es una relectura de Platón. Y no digo “crítica” porque hay varios debates sobre el estatuto
de lo dicho en la República; llamarlo así es más o menos, políticamente correcto. Lo cierto es que
Platón viajó a Siracusa a intentar llevar a la práctica lo propuesto en su tratado. El resultado:
esclavizaron a Platón y se gestó un golpe de estado. El sentido utópico de República puede
formularse así: nos da las indicaciones para lograr una sociedad perfecta en consonancia con la
razón. Digamos que es la mejor patria posible (incluso al margen de la situación geográfica). Hacia
ella debe tender cualquier gobierno que se establezca racionalmente. El escaso éxito de Patón
pareciera ser apenas un “problema logístico”, pero se ha replicado hasta el cansancio en los
múltiples intentos de dar lugar a una sociedad perfecta. Sin embargo, More, me parece a mí, nos
ofrece una perspectiva diferente sobre la utilidad de figurarse una “república ideal” en la segunda
parte de su libro: primero (aunque suene a relleno) hace una descripción un poco lela1 de la
situación geográfica de Utopía. Y, empero, ahí está: nos describe una gran cantidad de leyes que
regulan desde la cantidad de personas por ciudad hasta el plazo máximo de viaje permitido. Sigue a
Montesquieu en la idea de que las leyes deben acoplarse a la situación concreta del país, a su
geografía, su historia y los deseos y necesidades de sus habitantes. Si esto es así, la República no es
precisamente un sueño, es otra cosa. Se trata de una herramienta crítica que puede servirnos para
evaluar y pensar nuestras leyes. No es un manual, sino, por decirlo así, un parámetro de control de
calidad, pues a partir de ella podemos hacer más o menos los mismo que hizo Rafael Hithloday con
la legislación de Inglaterra. Pero... ¿esto qué tiene que decirnos sobre la utopía y la distopía... y
nuestros sueños y aspiraciones?

Al menos una cosa muy clara: las utopías no imponen sus propios límites, lo que a mi parecer exige
tener presente siempre una perspectiva distópica. Es más que conocido que a la hora de imaginar

1
“lela” porque exige mucho, es algo así como el modo creativo de Minecraft. Si todo fuera tan fácil no
tendríamos problemas.
y de desear no hay límites y menos en una época donde todo parece tan posible, tan fácil, tan a la
vuelta de la esquina. Eso sí, con buena actitud y energía. Además, es claro que nuestros deseos y
aspiraciones no parecen tener límites. Hay algo así como un afán de progreso aparentemente muy
bien fundamentado en todas partes (emprendimiento, investigación, grados académicos, etc...). Y
frente a esta situación me pregunto (como otros muchos) ¿hacia dónde? Muchos creativos pueden
inventar “sueños” o “metas” a las que deberíamos aspirar, por ejemplo, un país en paz con una
economía estable, una cultura sin injusticias, entre otros muchos. Utopía de More propone una
lectura diferente de este asunto: la sola idea de una sociedad perfecta que se logre por medio de
ciertas leyes ideales es engañosa, más bien a lo que podemos aspirar es a una constante búsqueda
fundamentada en una crítica y una práctica acorde. Un instrumento para la crítica son nuestros
mismos ideales y aspiraciones. Por eso no hay que preguntar hacia dónde, sino poner todo el
esquema en duda ¿hay un lugar al que deberíamos querer llegar? Según More, ese lugar no existe.
No hay destino, nunca lo hubo. Lo que tenemos es un sueño, un espacio virtual que puede
ayudarnos como fulcro para pensar de nuevo nuestra situación. La diferencia de ambas perspectivas
es un espacio (incómodo) que nos ayuda a pensar.

Sin embargo, parece que necesitamos de cierta forma la utopía. Buscamos los paisajes idílicos y las
promesas porque nos dan perspectiva (admito que funciona bastante bien, por ejemplo, en la
planeación y en la gestión de proyectos). Parece que hace parte de la posibilidad de concebir algo a
futuro, en cada caso nos estamos proyectando y esperamos que dichos proyectos tengan una
consumación feliz. A veces nos da por inventarnos un panorama en el que todos los finales son
felices y de allí parece que surgen las utopías. Entonces el problema me parece claro: por una parte,
como hemos dicho hasta aquí, las utopías ofrecen quimeras que oscurecen los verdaderos
problemas; por otra: no es tan simple como extirparnos la perspectiva utópica y quitarles el poder
a estas fantasías sobre nuestra forma de ver el mundo. Por ejemplo, definitivamente SÍ queremos
un país en paz... a la vez somos conscientes de que la idea de “paz” puede ser un pretexto para otras
cosas, es decir, una quimera que oculte nuevas y atroces formas de injusticia (lo mismo puede pasar
con muchos ideales ilustrados como la educación, la seguridad, la democracia, etc...).

Una respuesta directa me parece excesivo y excede los límites de este escrito, creo que es más
pertinente volver a More para abordar este asunto. Utopía nos propone una clave de lectura para
las utopías, en la que ellas dejan de ser sueños y se vuelven herramientas del pensamiento. ¿Cómo
funcionan? Lo más importante de las utopías es que, como muestra More, tienen el poder de señalar
el carácter distópico del discurso dominante. Cundo Rafael habla con los cardenales no hace otra
cosa que mostrar que su legislación ideal esconde una serie de injusticias y de contradicciones si se
considera a partir de una constitución de un pueblo cercano a Utopía. Lo que parecía un sueño
hecho realidad se convirtió en una pesadilla. La utopía realizada se mostró distópica. Esto es muy
potente, pues nos ofrece una fuente inagotable de crítica siempre y cuando no se lleve a la práctica.

¿y para qué la crítica? ¿para polarizar? Jajajaja. No.

La crítica puede parecer algo que pone trabas y que destruye, pero lo que también nos enseña More
es que se trata de algo que hay que saber abrazar. La crítica nos obliga a decidir y evita que nos
dejemos llevar por nuestras ocurrencias. Decidir significa aquí pensar, investigar y finalmente actuar
(y no al revés). Las distopías, en últimas, no son más que el resultado de estos enfrentamientos, allí
radica esa incertidumbre que se vive cuando uno se adentra en una. Por eso las distopías son un
esfuerzo de pensamiento tan valioso. En Huxley todos son felices y sin embargo algo anda mal,
nuestra libertad se ha eliminado a niveles moleculares. La utopía de un mundo feliz se ha mostrado
macabra a la luz de la utopía de un mundo “libre”. Lo mismo en el caso de Fahrenheit 451 la utopía
del confort y el desarrollo tecnológico se muestra aterradora a los ojos de la utopía ilustrada (la
lectura y las relaciones humanas). Y así, sucesivamente.

Un ejemplo actual para terminar: Houellebecq nos presenta una distopía muy potente en Las
partículas elementales. Aunque parezca que apenas está narrando la frivolidad de las relaciones
contemporáneas y la miseria de la existencia (y a su modo la realización final de la distopía de
Huxley), el giro final de relato nos abre una perspectiva aún más desoladora. El libro como tal es un
documento, algo así como un informe o un documental, hecho por seres inmortales que nos ven
como un ancestro evolutivo que está condenado a desaparecer. Es la distopía post-humana, una en
la que no nos podemos reconocer tan fácilmente y que, al menos a mí, me parece aterradora. Es
claro que la utopía que está en juego es la inmortalidad al menos desde una perspectiva biológica,
pero ¿cuál es la utopía que la lleva hasta la distopía? Eso es lo que me inquieta, parece que es la
utopía de la muerte, del fin, del cierre. El libro de Houellebecq nos ofrece un contrapunto crítico
inesperado: el fallecimiento del cuerpo, la vejez o el deceso. De cierta forma, la finitud. A partir de
esta utopía (¿Quién diría que la muerte se nos iba a mostrar como utopía?) se nos señala también
algo de nosotros mismos: nuestro insospechado amor por la muerte.

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