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SELECCIÓN DE TEXTOS

1. FRAGMENTOS DE LOS RÍOS PROFUNDOS, 1958

EL MURO que el protagonista contempla a su llegada a Cusco, la antigua


capital del imperio incaico
Eran más grandes y extrañas de cuanto había imaginado las piedras del muro
incaico; bullían bajo el segundo piso encalado que por el lado de la calle angosta, era
ciego. Me acordé, entonces, de las canciones quechuas que repiten una frase patética
constante: "yawar mayu", río de sangre; "yawar unu", agua sangrienta; "puk'tik yawar
k'ocha", lago de sangre que hierve; "yawar wek'e", lágrimas de sangre. ¿Acaso no
podría decirse "yawar rumi", piedra de sangre, o "puk'tik yawar rumi", piedra de sangre
hirviente? Era estático el muro, pero hervía por todas sus líneas y la superficie era
cambiante, como la de los ríos en el verano, que tienen una cima así, hacia el centro del
caudal que es la zona temible, la más poderosa. Los indios llaman "yawar mayu" a esos
ríos turbios, porque muestran con el sol un brillo en movimiento, semejante al de la
sangre. También llaman "yawar mayu" al tiempo violento de las danzas guerreras, al
momento en que los bailarines luchan.
Capítulo I

LOS RÍOS

El RÍO APURÍMAC :

El viajero entra a la quebrada bruscamente. La voz del río y la hondura del abismo
polvoriento, el juego de la nieve lejana y las rocas que brillan como espejos, despiertan
en su memoria los primitivos recuerdos, los más antiguos sueños.
A medida que baja al fondo del valle, el recién llegado se siente transparente,
como un cristal en que el mundo vibrara. Insectos zumbadores aparecen en la región
cálida ; nubes de mosquitos venenosos se clavan en el rostro. El viajero oriundo de las
tierras frías se acerca al río, aturdido, febril, con las venas hinchadas. La voz del río
aumenta, no ensordece, exalta. A los niños los cautiva, les infunde presentimientos de
mundos desconocidos. Los penachos de los bosques de carrizo se agitan junto al río. La
corriente marcha como a paso de caballo, de grandes caballos cerriles.
-¡Apurimac mayu! ¡Apurimac mayu! –repiten los niños de habla quechua, con ternura y
algo de espanto.

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Capítulo I

EL RÍO PACHACHACA:
Al despedirse el protagonista de su padre:
El subiría la cumbre de la cordillera que se elevaba al otro lado del Pachachaca; pasaría
el río por un puente de cal y canto, de tres arcos... Y mientras en Chalhuanca, cuando
hablara con los nuevos amigos, sentiría mi ausencia, yo exploraría palmo a palmo el
gran valle y el pueblo; recibiría la corriente poderosa y triste que golpea a los niños,
cuando deben enfrentarse solos a un mundo cargado de monstruos y de fuego, y de
grandes ríos que cantan con la música más hermosa al chocar contra las piedras y las
islas.
Capítulo III

A veces, podía llegar al río, tras varias horas de andar. Llegaba a él cuando más
abrumado y doliente me sentía. Lo contemplaba, de pie sobre el releje del gran puente,
apoyándome en una de las cruces de piedra que hay clavadas en lo alto de la columna
central.
El río, el Pachachaca temido, aparece en un recodo liso, por la base de un precipicio,
donde no crecen sino enredaderas de flor azul. En ese precipicio suelen descansar los
grandes loros viajeros; se prenden de las enredaderas y llaman a gritos desde la altura.
Hacia el este, el río baja en corriente tranquila, lenta y temblorosa; las grandes ramas de
chachacomo que rozan la superficie de sus aguas se arrastran y vuelven violentamente,
al desprenderse de la corriente. Parece un río de acero líquido, azul y sonriente, a pesar
de su solemnidad y de su hondura. Un viento casi frío cubre la cima del puente.
El puente del Pachachaca fue construido por los españoles. Tiene dos ojos altos,
sostenidos por bases de cal y canto, tan poderosos como el río. Los contrafuertes que
canalizan las aguas están prendidos en las rocas, y obligan el río a marchar bullendo,
doblándose en corrientes forzadas. Sobre las columnas de los arcos, el río choca y se
parte; se eleva el agua lamiendo el muro, pretendiendo escalarlo, y se lanza luego en los
ojos del puente. Al atardecer, el agua que salta de las columnas, forma arcoiris fugaces
que giran con el viento.

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Yo no sabía si amaba más al puente o al río. Pero ambos despejaban mi alma, la
inundaban de fortaleza y de heroicos sueños. Se borraban de mi mente todas las
imágenes plañideras, las dudas y los malos recuerdos.
Y así, renovado, vuelto a mi ser, regresaba al pueblo; subía la temible cuesta con pasos
firmes. Iba conversando mentalmente con mis viejos amigos lejanos: don Maywa, don
Demetrio Pumaylly, don Pedro Kokchi... que me criaron, que hicieron mi corazón
semejante al suyo.
[...]
- ¡Como tú, río Pachachaca ! –decía a solas
[...]
¡Sí! Había que ser como ese río imperturbable y cristalino, como sus aguas vencedoras.
¡Como tú, río Pachachaca ! ¡Hermoso caballo de crin brillante, indetenible y
permanente, que marcha por el más profundo camino terrestre !
Capítulo V

ZUMBAYLLU, el trompo con el que juegan los niños en el internado al que


va el protagonista
La terminación quechua yllu es una onomatopeya. Yllu representa en una de sus
formas la música que producen las pequeñas alas en vuelo; música que surge del
movimiento de objetos leves. Esta voz tiene semejanza con otra más vasta: illa. Illa
nombra a cierta especie de luz y a los monstruos que nacieron heridos por los rayos de
la luna. Illa es un niño de dos cabezas o un becerro que nace decapitado; o un peñasco
gigante, todo negro y lúcido, cuya superficie apareciera cruzada por una vena ancha de
roca blanca, de opaca luz; es también illa una mazorca cuyas hileras de maíz se
entrecruzan o forman remolinos; son illas los toros míticos que habitan en el fondo de
los lagos solitarios, de las altas lagunas rodeadas de totora, pobladas de patos negros.
Todos los illas, causan el bien o el mal, pero siempre en grado sumo. Tocar un illa, y
morir o alcanzar la resurrección, es posible. Esta voz illa tiene parentesco fonético y una
cierta comunidad de sentido con la terminación yllu.
Se llama tankayllu al tábano zumbador e inofensivo que vuela en el campo
libando flores. [...]

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Pinkuyllu es el nombre de la quena gigante que tocan los indios del sur durante
las fiestas comunales. [...]
En el pinkuyllu y el wak'rapuku se tocan sólo canciones y danzas épicas. [...]
[...]Tocan el pinkuyllu y el wak'rapuku en el acto de la renovación de las
autoridades de la comunidad; en las feroces luchas de los jóvenes, durante los días de
carnaval; para la hierra del ganado; en las corridas de toros. La voz del pinkuyllu o del
wak'rapuku los exalta, desata sus fuerzas; desafían a la muerte mientras lo oyen. Van
contra los toros salvajes, cantando y maldiciendo; abren caminos extensos o túneles en
las rocas; danzan sin descanso, sin percibir el cambio de la luz ni del tiempo. El
pinkuyllu y el wak'rapuku marcan el ritmo; los hurga y alimenta; ninguna sonda,
ninguna música, ningún elemento llega más hondo en el corazón humano.
La terminación yllu significa propagación de esta clase de música, e illa la
propagación de la luz no solar. [...] Estas especies de luz no totalmente divinas con las
que el hombre peruano antiguo cree tener aún relaciones profundas, entre su sangre y la
materia fulgurante.
[...] No, no es un ser malvado; los niños que beben su miel sienten en el corazón,
durante toda la vida, como el roce de un tibio aliento que los protege contra el rencor y
la melancolía. Pero los indios no consideran al tankayllu una criatura de Dios como
todos los insectos comunes: temen que sea un réprobo. Alguna vez los misioneros
debieron predicar contra él y otros seres privilegiados.
[...]
Encordelé mi hermoso zumbayllu y lo hice bailar. El trompo dio su salto
armonioso, bajó casi lentamente, cantando por todos sus ojos. Una gran felicidad fresca
y pura iluminó mi vida. Estaba solo, contemplando y oyendo a mi zumbayllu, que
hablaba con voz dulce, que parecía traer al patio el canto de todos los insectos que
zumban musicalmente entre los arbustos floridos.
-¡Ay, zumbayllu, zumbayllu! ¡Yo también bailaré contigo! –le dije.
Capítulo VI

LA CARTA que escribe el protagonista para la novia de su amigo


Markask'a
Un orgullo nuevo me quemaba. Y como quien entra a un combate empecé a
escribir la carta del "Markask'a".

4
"Usted es la dueña de mi alma, adorada niña. Está usted en el sol, en la brisa, en
el arco iris que brilla bajo los puentes, en mis sueños, en las páginas de mis libros, en el
cantar de la alondra, en la música de los sauces que crecen junto al agua limpia. Reina
mía, reina de Abancay; reina de los pisonayes floridos; he ido al amanecer hasta tu
puerta. Las estrellas dulces de la aurora se posaban en tu ventana; la luz del amanecer
rodeaba tu casa, formaba una corona sobre ella. Y cuando los jilgueros vinieron a cantar
desde las ramas de las moreras, cuando llegaron los zorzales y las calandrias, la avenida
semejaba la gloria. Me pareció verte entonces, caminando solita, entre dos filas de
árboles iluminados. Ninfa adorada, entre las moreras jugabas como una mariposa..."
Pero un descontento repentino, una especie de aguda vergüenza, hizo que
interrumpiera la redacción de la carta. Apoyé mis brazos y la cabeza sobre la carpeta;
con el rostro escondido me detuve a escuchar ese nuevo sentimiento. "Adónde vas,
adónde vas? ¿Por qué no sigues? ¿Qué te asusta, quién ha cortado tu vuelo?" Después
de estas preguntas, volví a escucharme ardientemente.
"¿Y si ellas supieran leer? ¿Si a ellas pudiera yo escribirles?"
Y ellas eran Justina o Jacinta, Malicacha o Felisa; que no tenían melena ni
cerquillo, ni llevaban tul sobre los ojos. Sino trenzas negras, flores silvestres en la cinta
del sombrero... "Si yo pudiera escribirles, mi amor brotaría como un río cristalino; mi
carta podría ser como un canto que va por los cielos y llega a su destino." ¡Escribir!
Escribir para ellas era inútil, inservible. "¡Anda; espéralas en los caminos, y canta! ¿Y si
fuera posible, si pudiera empezarse?" Y escribí:
"Uyriy chay k'atik'niki siwar k'entita..."
"Escucha al picaflor esmeralda que te sigue; te ha de hablar de mí; no seas cruel,
escúchale. Lleva fatigadas las pequeñas alas, no podrá volar más; detente ya. Está cerca
la piedra blanca donde descansan los viajeros, espera allí y escúchale; oye su llanto, es
sólo el mensajero de mi joven corazón, te ha de hablar de mí. Oye, hermosa, tus ojos
como estrellas blancas, bella flor, no huyas más, detente! Una orden de los cielos te
traigo: ¡te mandan ser mi tierna amante...!"
Esta vez, mi propio llanto me detuvo. Felizmente, a esa hora, los internos
jugaban en el patio interior y yo estaba solo en mi clase.
No fue un llanto de pena ni de desesperación. Salí de la clase erguido, con un
seguro orgullo; como cuando cruzaba a nado los ríos de enero cargados del agua más
pesada y turbulenta. Estuve unos instantes caminando en el patio empedrado.
Capítulo VI

5
LA MÚSICA DEL MUNDO
Cantaban, como enseñadas, las calandrias, en las moreras. Ellas suelen posarse en las
ramas más altas, cantaban también, balanceándose, en la cima de los pocos sauces que
se alternan con las moras. Los naturales llaman tuya a la calandria. Es vistosa, de pico
fuerte, huye a lo alto de los árboles. En la cima de los más oscuros: el lúcumo, el
lambra, el palto, especialmente en el lúcumo, que es recto y coronado de ramas que
forman un círculo, la tuya canta; su pequeño cuerpo amarillo de alas negras se divisa
contra el cielo y el color del árbol; vuela de una rama a otra más alta, o a otro árbol
cercano para cantar. Cambia de tonadas. No sube a las regiones frías. Su canto trasmite
los secretos de los valles profundos. Los hombres del Perú, desde su origen, han
compuesto música, oyéndola, viéndola cruzar el espacio, bajo las montañas y las nubes
que en ninguna otra región del mundo son tan extremadas. ¡Tuya, tuya! Mientras oía su
canto, que es, seguramente, la materia de que estoy hecho, la difusa región de donde me
arrancaron para lanzarme entre los hombres, vimos aparecer en la alameda a las dos
niñas.
Capítulo IX

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