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Pues lo primero es reconocer que toda definición está respaldada por una
epistemología, y ésta, a su vez, por una axiología y una antropología. Tomemos el
término ‘aprendizaje’. Hay una definición clásica, la de Marcy Driscoll, que sostiene
que el aprendizaje es un cambio duradero producido a partir de la interacción
social con los otros. Esta definición sintoniza con el socioconstructivismo, las
teorías conversacionales y de la interacción, a la vez que se sustenta en una
concepción concreta de la naturaleza humana. La definición de Driscoll cumple la
condición que acabo de exponer: es general, parece palmaria y fuera de toda
duda. Pues bien, precisamente ese ‘estar fuera de toda duda’ es lo que, a mi juicio,
la convierte en ingenua. Me resisto a creer que ésa sea una buena explicación del
aprendizaje.
Sin duda, nada hay que impida llamar “aprendizaje” a un cambio cognitivo en el
sentido expresado, aunque yo prefiero llamarlo simplemente un cambio de
postura, pues creo que hay algo radicalmente diferente -y es ahí donde sitúo mi
problema con los conceptos generales- en reposicionarse en un dilema moral al
reconocer las razones del otro, que en comprender la teoría de cuerdas.