Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Introducción
1
“Discurso que en la solemnidad del 16 de septiembre de 1844, aniversario de la gloriosa
proclamación de la independencia, pronunció en esta capital [Guadalajara] el ciudadano licenciado
Cosme Torres”, El Siglo Diez y Nueve, 7 de octubre de 1844, p. 2.
127
128 Pensar la Hacienda pública
2
Iguíniz, “Apuntes”, 1911, p. 13; Fregoso, “Francisco”, 2005, pp. 142-155; Montes de Oca, Co-
laborador, 1922; Corona, “Tiempo”, 1960, pp. 147-202; Machorro, Francisco, 1938, y Webster, “Mal-
donado”, s. a.
3
Palacio, “Impugnar”, 1998, pp. 85-110, y Webster, “Maldonado”, s. a.
4
Fregoso, “Francisco”, 2005, pp. 142-161, y Webster, “Maldonado”, s. a.
5
Machorro, Francisco, 1938, p. 15, y Webster, “Maldonado”, s. a.
130 Pensar la Hacienda pública
Su legado intelectual
6
Maldonado, Nuevo, 1821.
Francisco Severo Maldonado 131
ñol. Otra razón de tales medidas fue la falta de claridad acerca del lamenta-
ble estado de la estructura recaudatoria y del déficit existente, así como la
creencia de que el gobierno tenía el potencial para reunir abundantes recur-
sos en corto tiempo, toda vez que se acabarían las remesas a España. Para
los primeros meses de 1822 era evidente que las decisiones y los cálculos
habían sido errados. Una alternativa que Iturbide expuso ante el primer
Congreso Constituyente, primero como presidente de la Regencia y luego
como emperador, fue la contratación de deuda externa.7
En cuanto Maldonado se enteró de la intención de contraer deuda
fuera del país, retomó el proyecto de Hacienda, publicado un año antes. Lo
amplió, modificó y publicó con el título de “Bosquejo de un plan de Ha-
cienda, capaz de cubrir todos los gastos del servicio público”. Su propósito
era “conjurar la tempestad horrible, que va a descargar sobre los habitantes
del imperio mexicano, un empréstito de veinte y cinco a treinta millones,
para cuya solicitación entre los extranjeros acaba de autorizar al gobierno
el supremo Congreso nacional”.8 En realidad el objetivo era mucho mayor.
En 146 páginas expuso un proyecto que contemplaba una reforma agraria
y la formación de un banco nacional para resolver de manera definitiva los
problemas sociales y financieros del país y su gobierno. De hecho, la piedra
angular de su proyecto es la cuestión de la propiedad de la tierra. De ella se
derivan las cuestiones hacendarias y financieras.
Sin embargo, la obra más conocida de Maldonado es el Contrato de
asociación para la república de los estados del Anáhuac, publicada en 1823. Se tra-
ta de un proyecto constitucional en el cual se perciben algunos elementos
planteados en su Nuevo pacto social propuesto a la nación española para su discusión
en las próximas Cortes de 1822-1823, de 1821. De manera resumida, y como
apéndices, reprodujo en dicho texto sus ideas acerca de la realización de la
reforma agraria y la creación del banco nacional. También expuso sus ideas
sobre cómo organizar el comercio exterior, utilizar la moneda de cobre y
regular las obvenciones eclesiásticas.9
La siguiente obra se publicó hasta 1830, El triunfo de la especie humana
sobre los campos elíseos del Anáhuac, en la que propone la formación de una
“escala”, es decir, una ruta transoceánica de Altamira a San Blas por la
cual circularían libremente las mercancías de todo el mundo, convirtien-
7
“Decreto de 25 de junio de 1822 para contratar de 25 a 30 millones”, Dublán y Lozano, Le-
gislación, 2004, t. i, ley núm. 301, p. 617.
8
Maldonado, “Bosquejo”, 1822, p. 289.
9
Maldonado, Contrato, 1823.
132 Pensar la Hacienda pública
10
Maldonado, Triunfo, 1830.
11
Según José María Luis Mora: “El doctor don Francisco Severo Maldonado, hombre de vas-
ta lectura, de no vulgar capacidad, excesivamente extravagante, y de una arrogancia y presunción
inauditas, fue el escritor más notable que patrocinó por entonces la causa de la insurrección.” Mora,
México, 1856, vol. 4, pp. 121-122.
12
Si se comparan las ideas de Francisco Severo Maldonado con las de varios intelectuales es-
pañoles que lo antecedieron –por ejemplo, Pedro Rodríguez de Campomanes, Pablo de Olavide y
Gaspar Melchor de Jovellanos–, podrán encontrarse muchas semejanzas pero también significativas
diferencias. De hecho, no hay identidad entre la propuesta de Maldonado y estos autores. Para un
análisis del pensamiento de estos y otros pensadores españoles, véase Fuentes, Economía, 2000, t. 3.
También podrían encontrarse similitudes con pensadores novohispanos como Manuel Abad y Quei-
po, aunque no hay evidencias de que conociera los ensayos de este sobre el tema agrario. El pensa-
miento económico y social de Abad y Queipo quedó plasmado en las representaciones que envió a
la corona española a fines del siglo xviii y principios del xix. Moreno, Favor, 1986, pp. 123-202.
Francisco Severo Maldonado 133
nes por cuenta propia, pues todos compartían una tradición intelectual.13
Con estos matices, podría darse por buena la originalidad reclamada por
el cura nayarita.
Maldonado creía que todo proyecto político, social y económico de-
bía estar sustentado en la razón y la experiencia. Como educador que era,
insistió en la importancia de pensar de manera sistemática. Así lo sugiere
la traducción del francés al español que realizó en 1796 de la Lógica o los pri-
meros elementos del arte de pensar, de Etiene Condillac, texto que utilizó para
su labor docente.14 Mediante la razón se podía tener acceso a las leyes que
regulaban la naturaleza, cuyo origen radical era divino. En este punto Mal-
donado muestra su condición, nada insólita, de católico ilustrado e iusnatu-
ralista. Era enemigo acérrimo de “la indecisa, perezosa y superficial filosofía
de charlatanes modernos que no saben otra cosa que trastornar, embrollar
y paralizar, como si no se propusiesen otro objeto que reducir a los pueblos
a la última desesperación”.15
Desde su punto de vista, las decisiones en materia de economía políti-
ca no debían estar sustentadas en “las producciones indigestas de los publi-
cistas, sino en el gran libro de la sociedad, que es el más instructivo de to-
dos, y cuyo estudio jamás podrán impedir los déspotas”.16 Sus argumentos
son pragmáticos y funcionales. Alguien podría calificarlo de utilitarista. Por
ejemplo, a las objeciones doctrinarias de que los monopolios y empresas de
Estado atentaban contra la propiedad individual, la libertad de trabajo y de
mercado, respondía que los ingresos de tales instituciones contribuirían a
suprimir toda forma de contribución forzosa, pero, sobre todo, a atenuar la
desigualdad social.17 Estaba convencido que el bienestar social subordinaba
13
En este contexto hacemos nuestra la opinión de J. G. A. Pocock, quien advierte que el hecho
de que dos individuos sostengan posiciones doctrinarias idénticas o semejantes no significa necesa-
riamente que uno haya influido en el otro. El hecho puede ser resultado de la pertenencia al mismo
mundo cultural. Pocock, “Burke”, 1960, pp. 125-143.
14
La traducción que Maldonado hizo de la obra de Etiene Condillac no se publicó. Sólo la uti-
lizó para sus cursos. Es probable que se trate de la primera traducción al español de dicho trabajo,
pues la primera publicada en este idioma data de 1817 y la realizó Bernardo María de Calzada en
Barcelona, España. Fregoso, “Francisco”, 2005, pp. 146-147.
15
Maldonado, “Bosquejo”, 1822, p. 349.
16
Ibid.
17
Según Maldonado, los estancos tienen tres inconvenientes: impiden que todos los individuos
se dediquen libremente a la actividad monopolizada por el gobierno; inhiben el perfeccionamiento
del cultivo o manufactura en cuestión ante la falta de competencia y restringen la libertad de los con-
sumidores para comprar el producto de mayor calidad y mejor precio. Sin embargo, estos efectos in-
deseados no son inherentes a los estancos sino consecuencia de una mala planeación, por tanto, si se
encuentra la manera de anularlos, los monopolios gubernamentales podrían convertirse en la “única
palanca eficaz de la prosperidad nacional y del triunfo de la libertad del pueblo entero”. Ibid., p. 410.
134 Pensar la Hacienda pública
a las libertades, pero no las desdeñaba. Era sólo que sin el primero, estas no
podrían hacerse efectivas.
Al igual que muchos intelectuales europeos, Maldonado estaba escan-
dalizado por el rumbo que tomó la revolución francesa. Incluso creía que
las Cortes de Cádiz habían cometido algunos excesos, sobre todo por las
reformas que afectaban a las instituciones eclesiásticas. Maldonado se negó
a proponer para México esa ruta que condenó categóricamente.18 Es pro-
bable que esta convicción se haya afianzado a consecuencia de la violencia
practicada por los seguidores de Hidalgo en Guadalajara, y que el cura de
Mascota atestiguó. De ser así, habría razones fundadas para suponer que
su cambio al bando –en marzo de 1811– fue voluntario. Este temor al radi-
calismo revolucionario explica su insistencia en el gradualismo de las refor-
mas que propone y en el carácter voluntario de la traslación de la propiedad
de la tierra de manos privadas a las del Estado.
Como los liberales, Maldonado creía en el carácter natural del dere-
cho a la propiedad, la libertad individual y la igualdad jurídica. Afirmó que
oponerse a tales principios equivaldría a negar a los hombres el derecho a la
vida misma. Desde su perspectiva, su proyecto no contrariaba dichas máxi-
mas, por el contrario, establecía mecanismos sólidos para garantizarlos.
Sólo un propietario individual podría ser realmente libre e independiente.
Sin embargo, concebía la propiedad de manera muy distinta a los liberales.
Los hombres tenían el derecho divino y natural a usufructuar la tie-
rra, es decir, a poseerla. La idea liberal de la propiedad individual como ins-
titución jurídica era una convención humana y, por lo tanto, no necesaria.
De hecho, la propiedad jurídica individual era una forma de legitimar la
concentración de la tierra en unas cuantas manos y de negarla a la mayo-
ría de los miembros del cuerpo social, tal como había ocurrido en la Nue-
va España. La única manera de garantizar el acceso equitativo y universal
a la tierra era mediante la acción estatal. La intervención del Estado como
propietario legal de todas las tierras resultaba indispensable para regular el
usufructo de dicho bien. En este punto Maldonado se separa nítidamente
tanto de liberales como fisiócratas.
No obstante el desdén por la propiedad jurídica individual de la tierra,
el temor a las convulsiones radicales persuadió a Maldonado de que conve-
nía respetar el orden preexistente. La estatización de la propiedad sería gra-
dual y con el asentimiento del vetusto estamento terrateniente constituido
18
Ibid., p. 401.
Francisco Severo Maldonado 135
19
Ibid., p. 377.
20
Ibid., pp. 405-406.
21
Carlos Fregoso Gennis enlista a Agustín Rivera, Luis Páez Brotchie y a José López Portillo
y Rojas, entre los autores que han calificado como utópico a Francisco Severo Maldonado. Fregoso,
“Francisco”, 2005, p. 139. Véase también Ortiz, “Pensamiento”, 1968.
136 Pensar la Hacienda pública
El proyecto hacendario
22
Maldonado, “Bosquejo”, 1822, p. 332.
23
Ibid., pp. 407-408.
Francisco Severo Maldonado 137
24
Ibid., p. 328.
25
Uno de los problemas más extendidos del país era la falta de moneda de baja denominación,
situación que dificultaría el pago de contribuciones menores a medio real. Con la moneda de latón
se remplazarían las monedas informales de madera, cobre o hierro que circulaban en la mayor parte
de los pueblos de México elaboradas usualmente por los comerciantes para transacciones de bajo
monto. Idealmente, las monedas debían ser de platino, como en Colombia, pues su maleabilidad
permitía hacer coincidir el valor real con el nominal de la moneda. Como en México no se disponía
de él, mientras se conseguía, Maldonado propuso que se elaborara con latón, es decir, una aleación
de cobre y zinc. Ibid., pp. 292-294.
138 Pensar la Hacienda pública
26
Según las especulaciones de Maldonado, con las disposiciones anteriores, sólo las casas de
moneda de la ciudad de México y Zacatecas podrían acuñar 30 000 000 de pesos anuales de plata
y oro. Incluso si entregaban dos terceras partes a los vendedores de estos metales, quedaría para
el erario al menos 10 000 000 para respaldar los 2 000 000 de latón. Para las emisiones posteriores
de moneda de latón debería cuidarse que tuviera siempre el soporte en plata y oro en una relación
de uno a cinco, “garantía que jamás han tenido las cédulas del mismo banco de Londres”. De esta
manera se generaría la confianza necesaria entre los mexicanos para consolidar el uso del latón en
el mercado interno y se conseguiría “que la plata duerma tranquila en los cofres del Estado, libre de
los peligros de la extracción”. En suma, la moneda de latón sería el “eje de toda la felicidad nacio-
nal”, por tanto, la falsificación se consideraría uno de los peores delitos acreedor “del mayor de los
castigos”. Cada ciudadano debía convertirse en un vigilante celoso para evitar esta práctica y quien
la delatara sería recompensado con 200 pesos. Ibid., pp. 298-302 y 307-308.
27
La contribución sobre las casas sería de 1.5 granos por cada 25 pesos del valor de la propie-
dad establecido en la escritura correspondiente. A falta de esta dos peritos evaluadores estimarían el
valor de la propiedad. Si el inmueble estuviera alquilado, el propietario pagaría 1.5 reales por cada
peso del valor del arriendo. El pago se haría el 1 de enero; a quien no lo cubriera en dicha fecha se
le duplicaría el monto y pagaría los honorarios del soldado o funcionario que llevara la respectiva
reconvención. La contribución sobre las tierras seguiría el mismo modelo que la anterior. En este
caso, la cuota sería de medio real –seis granos– por cada 25 pesos del valor de la propiedad. De
acuerdo con las reflexiones de Maldonado, esta contribución aportaría al tesoro público 4 356 000
pesos, aunque si se repartieran las tierras nacionales se podrían obtener poco más de 17 000 000 que
casi bastarían para cubrir el gasto público estimado en 20.
Estas contribuciones satisfacían las exigencias de todo impuesto: eran tan bajas que incluso
un mendigo podría pagarlas. Esta moderación no afectaba de ninguna manera la reproducción del
capital, como alegaba la “turba de economistas”, enemigos de gravar el capital y partidarios de ha-
cerlo con la renta. En la opinión de Maldonado, su propuesta era más razonable porque se fundaba
en una base gravable fija de modo que no dejaba margen a la arbitrariedad de las autoridades, a dife-
rencia de lo que ocurría con los impuestos sobre la renta, tan difícil de precisar. Estas contribuciones,
según su proponente, debido a su carácter diferenciado eran también proporcionales a la renta de
cada individuo. En consecuencia, permitía hacer realidad el principio básico del pacto social de que
todos contribuyeran en “proporción a sus bienes, o en razón de la suma de protección que reciben
del dinero”. Ibid., pp. 295-296 y 311-312.
28
La extinción del cobro de aranceles a los extranjeros por sus importaciones tenía el objetivo
de acabar con el contrabando y ganar el apoyo de todas las naciones para el sostenimiento de la in-
dependencia. La única condición para los países que se interesaran en comerciar con México sería
que remitieran un cónsul a la ciudad de México para garantizar la buena fe de sus connacionales,
que sólo mostrarían una patente expedida por su gobierno con que los autorizaba para comerciar.
Francisco Severo Maldonado 139
tendría fines recaudatorios, sino la ruptura del monopolio que ejercía un re-
ducido grupo de hombres de negocios, asentados sobre todo en la ciudad de
México.29 Se formarían juntas de comercio en cada provincia en las cuales
se inscribirían quienes desearan internar y vender mercancías extranjeras.
Dichas juntas recaudarían una contribución de 80% sobre el valor a que
fueran adquiridas las mercancías.30 Este gravamen también sería coyuntural.
El proyecto estructural del jalisciense estaba articulado en torno a la
existencia de un banco nacional, idea que había esbozado en 1821. Los
objetivos “primarios, perpetuos y directos” de dicha institución serían, pri-
mero, la compra gradual de todas las tierras del país, es decir, que poco
a poco irían pasando de las manos de los particulares a las del Estado. El
segundo consistía en la creación de un fondo financiero que permitiera al
Estado cubrir todos los gastos de la administración pública y obras socia-
les, “sin necesidad de impuestos, ni contribuciones”. Hay que apuntar que
Maldonado consideraba innecesario pero, sobre todo despótico, todo tipo
de gravamen. En su opinión, los impuestos y contribuciones eran “la llaga
más profunda y dolorosa que mantiene exánimes y exhaustos a todos los
cuerpos políticos modernos”.31 Aspiraba, pues, al establecimiento de un
En su opinión, esta medida no tendría consecuencias negativas para la Hacienda pública; por el
contrario, contribuiría al incremento significativo de los ingresos públicos. Ibid., pp. 312-318.
29
Ibid.
30
En cada provincia habría un diputado del comercio que representaría por un año a todos
aquellos que hubiesen comprado patente. Este individuo, electo por doce de sus pares, suspendería
sus actividades comerciales durante el periodo de su cargo y a cambio recibiría un salario del go-
bierno. Los representantes de las provincias del oriente del país mudarían su residencia a la ciudad
de Jalapa y los de las occidentales se distribuirían en las de Tepic, San Blas y Chilpancingo, depen-
diendo de cuál estuviera a más corta distancia. Los diputados asentados en cada una de las ciudades
anteriores formarían una junta cuya función sería negociar los precios con los comerciantes extran-
jeros. Ningún mercader mexicano podría comprar directamente al margen de la junta.
Este órgano mercantil también sería el responsable de cobrar el impuesto a los comercian-
tes nacionales de 80% sobre el precio de compra. Los comerciantes que invirtieran más de 50 000
pesos pagarían el gravamen íntegro en el momento; quienes lo hicieran con una suma menor, sólo
pagarían al instante dos tercios y el resto podrían entregarlo después. Las mercancías nacionales
exportadas no pagarían arancel alguno, con excepción de la grana cochinilla y “algunos otros pro-
ductos preciosos que abundan poco en el imperio” que pagarían 25% ad valorem. Según Maldonado,
su proyecto para organizar el comercio exterior no afectaría la producción nacional, pues el dinero
que se ahorraría al suprimir la estructura administrativa del aparato recaudatorio de origen colonial
se destinaría a financiar el traslado de artesanos europeos y asiáticos que sacarían “nuestra indus-
tria de las mantillas en que la han dejado envuelta los españoles”. Ese era el “arbitrio infalible para
salir cuanto antes de la dependencia de las naciones extranjeras”. Una vez alcanzada la calidad de
las manufacturas extranjeras, las nacionales podrían venderse en todo el territorio nacional con la
ventaja de que estarían exentas de todo tipo de impuesto interior. Mientras tanto, si fuera necesario,
se podrían gravar aún más las importaciones, pero en el lugar de consumo, para evitar el contra-
bando. Ibid., pp. 314-326.
31
Maldonado, Nuevo, 1821, p. 26.
140 Pensar la Hacienda pública
Hay que subrayar que Maldonado imaginó como ideal un Estado patri-
monialista dependiente exclusivamente de sus rentas para solventar los
gastos propios de su función. Acorde con este principio, la fuente fun-
damental de recursos para el banco sería el producto del arriendo de las
tierras propiedad del Estado mexicano que, como se dijo, en algún mo-
mento lo serían todas las del país. A la larga, esta medida bastaría “por sí
sola para salvar la especie humana de las garras del hambre, del vicio y
de la miseria, el único [objetivo] que desde luego hubiera debido llamar
la atención de todos los publicistas que han tratado de remediar los males
32
Ibid., p. 331.
33
Ibid., p. 332.
34
Ibid., p. 338.
Francisco Severo Maldonado 141
35
Ibid., pp. 377-378.
36
Ibid.
37
Además de las empresas de Estado que Maldonado recomendaba preservar o crear, propu-
so conservar el monopolio estatal del azogue con el fin de garantizar su abasto a bajo precio para
los mineros. Sin embargo, este monopolio no tendría ninguna función hacendaria. Sugirió comprar
azogue en China, pero no se pagaría con plata, sino con “objetos de puro desperdicio, que tenemos
puestos en el tránsito de aquel camino”, es decir, la abundante carne y cueros de reses de California
que “en el día no se aprovechan por falta de sal e inteligencia en la preparación de la cecina y curti-
do de los cueros, objetos ambos muy valiosos en Cantón”. De hecho, Maldonado sugería estrechar
los lazos comerciales con Asia más que con Europa, incluso, prefería la población china a la europea
para poblar los yermos territorios mexicanos. Ibid., p. 304.
38
Ibid., p. 348.
39
Ibid., p. 398.
142 Pensar la Hacienda pública
40
Ibid., pp. 357-358.
41
Ibid., pp. 419-423.
42
Ibid., pp. 369-377.
43
Ibid., pp. 410-411.
44
Ibid., pp. 362-363.
Francisco Severo Maldonado 143
45
Ibid., pp. 363-367.
46
Ibid., p. 330.
144 Pensar la Hacienda pública
47
Ibid., pp. 343-344.
48
Ibid., pp. 344-345.
Francisco Severo Maldonado 145
con las dietas que el Estado entregaría a los párrocos y vicarios que presta-
ran servicios en lugares donde los víveres escasearan. El maíz del diezmo
disponible, una vez entregadas las raciones a militares y clérigos acreedores
a ellas, se vendería a la población en general, a precios módicos, los días
viernes, sábados y domingos. Los particulares podrían vender el suyo el
resto de la semana.49 Como puede inferirse, con la conservación del cobro
de este diezmo también se pretendía controlar el mercado de artículos de
consumo básico, como el maíz.
Asimismo, el proyecto de Maldonado contemplaba la existencia de
un mercado limitado parcialmente por el Estado. El comercio del tabaco
sería monopolio estatal para proporcionar recursos al erario público; el de
azogue, sal y tequesquite, para fomentar la minería; el de la impresión de
libros, para impulsar la educación. Debido a su relevancia social, el servicio
de correo quedaría en manos del Estado. El control del mercado y precios
del maíz sería un instrumento de política social. El resto del mercado inter-
no quedaría abierto a la participación de los particulares que utilizarían mo-
neda fiduciaria de latón y papel, es decir, moneda y libranzas.
Congruente con el principio de que las contribuciones generales de-
bían suprimirse, Maldonado proyectó la disminución gradual del diezmo
eclesiástico, así como la del pago de las obvenciones.50 La extinción debía
ser paulatina, porque “ninguna parte del edificio social se debe echar aba-
jo, sin haber antes acopiado y preparado todos los materiales necesario
para reconstruirla”.51
También se fijaría un diezmo sobre la producción minera y otro so-
bre la amonedación. No se trataría de impuestos tan generalizados como el
diezmo eclesiástico, pero sí aportarían sumas significativas para el erario.
El primero sería legítimo en la medida que se trataba de una contribución
para garantizar el derecho al goce del referido producto del subsuelo. El se-
gundo recaería en realidad sobre los habilitadores o rescatadores de plata,
quienes solían llevar el metal hasta las casas de moneda. Sería un impuesto
49
Ibid., pp. 419-423.
50
Con el apoyo de lo dicho en las cartas escritas al abate de Pradt, por un “natural de la Amé-
rica del Sur”, Maldonado creía que el Estado debía cobrar las obvenciones parroquiales, pero a cam-
bio se encargaría de la manutención de los clérigos. También creía que debían uniformarse en todo
el territorio nacional y acabar con las diferencias entre una diócesis y otra, e incluso entre las parro-
quias de una diócesis. Reflexiones, 1820, pp. 144-145. Maldonado, “Bosquejo”, 1822, pp. 430-431.
51
Ibid., p. 432.
146 Pensar la Hacienda pública
52
Ibid., pp. 360-361.
53
Ibid., pp. 412-414.
54
Ibid., pp. 414-416.
Francisco Severo Maldonado 147
Comentarios finales
55
Ibid.
56
Según el mismo Maldonado, el Nuevo pacto social recibió comentarios elogiosos de Antonio
Joaquín Pérez, obispo de Puebla. Wenceslao de la Barquera se expresó en buenos términos de la
obra en un tratado de derecho público que escribió. Un tal J. M. Q. publicó una nota elogiosa en el
Noticioso General del 26 de julio de 1822. Similar opinión expresó en una carta enviada a una dama,
“célebre por los grandes sacrificios que ha hecho por la independencia de la patria”. Los editores de
dicho cotidiano también dedicaron en el mismo número comentarios bastante favorables a la obra
del cura nayarita. El canónigo magistral de la catedral de Monterrey, José Francisco Arroyo de Anda
y Villagómez, remitió una carta a Maldonado para ponderar algunos de los asuntos tratados en su
proyecto. En términos similares se expresaron los editores de El Iris de Jalisco en su primer número,
así como los de la Gaceta de Guadalajara cuando anunciaron la aparición de la obra en 1823. Estos
comentarios fueron reproducidos por el mismo Maldonado en la introducción al Contrato de asociación
para la República de los Estados Unidos del Anáhuac. Maldonado, Contrato, 1823, introducción.
Otras notas periodísticas elogiosas se publicaron en La Sabatina Universal. Periódico Político y
Literario, ciudad de México, 6 de junio de 1822, pp. 72-73. El Águila Mejicana, 12 de agosto de 1823,
remitido firmado por “El Tapatío”.
57
“Carta [de Juan Nepomuceno Troncoso] al general en jefe del Ejército Imperial del Señor
don Agustín de Iturbide”, Puebla, 16 de septiembre de 1821, en Hemeroteca Nacional de México
(hnm), fondo Reservado, LAF 811, Q-I-5-6, sub-dir. misc. v. 811.
148 Pensar la Hacienda pública
58
Maldonado, “Bosquejo”, 1822, pp. 367 y 423.
59
Según Francisco Severo Maldonado: “En una sociedad bien organizada, cual jamás lo ha
sido ninguna de cuantas hoy existen, ningún ramo debe girar por conductos aislados, en todos debe
reinar el espíritu de unidad de acción y de energía, sobre todo, en el sistema de rentas”. Por consi-
guiente no debería haber más “que una sola mano recaudadora de todo género de rentas, dándole
todos los subalternos necesarios, a fin de que jamás tenga excusa de presentarle a la nación, cuando
esta la llame a cuentas y la haga responsable de las faltas más ligeras”. La centralización del cobro de
las rentas tenía la “ventaja incomparable de disminuir mucho los gastos de recaudación, empleando
en ella […] el menor posible número de brazos, y el de poder asalariar mejor a estos, libertándolos
de las infidelidades a que dan lugar los sueldos mezquinos que no bastan para la subsistencia del
sirviente”. Ibid., p. 419.
Francisco Severo Maldonado 149
FUENTES CONSULTADAS
Archivos
Hemerografía
Bibliografía
Dublán, Manuel y José María Lozano, La legislación mexicana o colección completa de las
disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república, México, Su-
prema Corte de Justicia de la Nación/Tribunal Superior de Justicia del Estado
de México/Colmex/Escuela Libre de Derecho, 2004.
60
La anécdota la cuenta Agustín Rivera de la siguiente manera: “Me decía mi tío el doctor [Cle-
mente] Sanromán que una vez él y el cura de Tepatitlán doctor don Manuel Moreno (lo conocí siendo
canónigo, era candoroso), fue a visitar al doctor Maldonado cuando ya estaba ciego, y que les dijo:
‘Los mexicanos son ocho millones de orangutanes; el único hombre soy yo.’” Rivera, Hijos, 1897, p. 54.
Francisco Severo Maldonado 151
Pocock, J. G. A., “Burke and the Ancient Constitution. A Problem in the History of
Ideas”, The Historical Journal, vol. 3, núm. 2, 1960, pp. 125-143.
Reflexiones sobre el estado actual de la América o cartas al abate de Pradt escritas en francés por
un natural de la América del Sur y traducidas al castellano por don Antonio de Frutos
Tejero, presbítero, doctor en Sagrada Teología y médico penitenciario de los reales hospitales
generales y pasión de esta corte, Madrid, Imprenta de Burgos, 1820.
Rivera, Agustín, Los hijos de Jalisco o sea catálogo de los catedráticos de filosofía en el Semina-
rio Conciliar de Guadalajara, Guadalajara, México, Escuela de Artes y Oficios,
Taller de Tipografía dirigido por José Gómez Ugarte, 1897.
Webster, Cérida, “Maldonado Ocampo, Joseph Francisco Severo” en Diccionario
biográfico de parlamentarios españoles, 1820-1854 [cd-rom], España, Cortes Ge-
nerales, s. a., vol. 2.