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LA UTOPÍA ANTITRIBUTARIA DE FRANCISCO

SEVERO MALDONADO (1822)

Jesús Hernández Jaimes


ffyl-unam

El doctor Maldonado partió del derecho natural y apoyado del cristia-


nismo y de la democracia como de dos firmes columnas, elevó a alta
cima su concepción atrevida de la perfección social. Se le burló, se le ca-
lificó de utopista: ¿Pero quién de los que han tomado la iniciativa en las
revoluciones de las ciencias que han rectificado las opiniones de los pue-
blos, no han corrido la misma suerte? Kepler, Galileo, Newton, Copér-
nico, ¿no son otros tantos ejemplos en comprobación de esta verdad?1

Introducción

La crisis de la monarquía española –que inició en 1808– abrió la po-


sibilidad para llevar a cabo una reconstitución de las bases políticas sobre
las cuales descansaba el imperio. Durante este proceso las autoridades me-
tropolitanas que ocuparon el lugar del ausente rey Fernando VII aceptaron
la participación de los españoles americanos en los debates y toma de de-
cisiones. Como es sabido, estos tuvieron representantes en las Cortes que
redactaron la Constitución de Cádiz de 1812, y varios de ellos intervinieron
de manera intensa en los debates hasta que el monarca disolvió dicho ór-
gano legislativo en 1814. La presencia y actividad de los representantes de
los españoles americanos nuevamente tendría lugar en el segundo periodo
gaditano abierto en 1820.

1
“Discurso que en la solemnidad del 16 de septiembre de 1844, aniversario de la gloriosa
proclamación de la independencia, pronunció en esta capital [Guadalajara] el ciudadano licenciado
Cosme Torres”, El Siglo Diez y Nueve, 7 de octubre de 1844, p. 2.

127
128 Pensar la Hacienda pública

Interesa destacar que algunos españoles americanos redactaron pro-


yectos no sólo para redefinir las relaciones entre la metrópoli y sus domi-
nios americanos, sino también para solucionar problemas torales de natu-
raleza social, económica y política que afectaban a todo el imperio. Cuando
la Nueva España rompió los vínculos con la madre patria, algunos de estos
pensadores adaptaron sus reflexiones a la realidad del nuevo país. En con-
secuencia, el escenario político que emergió en 1821 no tomó desprevenida
a toda la clase política e intelectual, ahora mexicana. Había experiencias e
ideas políticas de muy diversa matriz doctrinaria a partir de las cuales se
pensaron los modelos de Estado que se publicaron entre 1822 y 1823. En
este trabajo analizamos parte de uno de los proyectos más completos –pro-
bablemente el de mayor envergadura– que apareció en esos dos años.
En ese bienio fundacional se redactaron varios proyectos constitucio-
nales y propuestas sobre cómo organizar ramos específicos de la adminis-
tración de gobierno, como la Hacienda pública. Sin embargo, sólo Francis-
co Severo Maldonado empleó cientos de páginas para exponer un amplio
y detallado proyecto general que incluía una propuesta de constitución; así
como otra, aún más extensa, para afrontar los retos económicos del novel
país. En esta última, incluyó el plan de Hacienda pública, objeto de estudio
en este ensayo.

Francisco Severo Maldonado: el hombre

Francisco Severo Maldonado nació en la ciudad de Tepic, perteneciente a la


Nueva Galicia, el 7 de noviembre de 1775. Fue hijo de Rafael Maldonado
y María Teresa de Ocampo. Estudió en el seminario y en la Universidad
de Guadalajara. En 1799 fue ordenado sacerdote. En 1802, a sus 26 años,
obtuvo el grado de doctor en teología. En dicho seminario impartió las
cátedras de Primeros Rudimentos, Latinidad y Filosofía, que incluían ele-
mentos de lógica, aritmética, álgebra y geometría. Más tarde también sería
docente en la universidad de la misma ciudad. En 1804 ocupó de manera
interina el curato de Ixtlán. Dos años después fue nombrado titular de la
parroquia de Mascota. Ahí lo sorprendió la noticia del estallido de la insu-
rrección de 1810. Según sus biógrafos, en noviembre de dicho año, cuando
se enteró del arribo a Guadalajara de Miguel Hidalgo y compañía, acudió
a entrevistarse con él, le ofreció sus servicios como redactor del que sería
el primer órgano de propaganda insurgente, El Despertador Americano, cuyo
Francisco Severo Maldonado 129

objetivo era justificar la sublevación, difundir el ideario de los rebeldes y


atraer simpatizantes a la causa. Entre diciembre y enero de 1811 se impri-
mieron siete números del periódico.2
Cuando en el mismo mes de enero las fuerzas realistas –bajo las ór-
denes de Félix María Calleja– ocuparon Guadalajara, Maldonado volvió a
su parroquia de Mascota. No faltó quien lo denunciara. Fue aprehendido
y puesto a disposición de las autoridades realistas, sin embargo, en marzo
fue indultado. No queda claro si forzado o por iniciativa propia, a partir de
mayo de 1811 se ocupó de la redacción de un nuevo periódico, El Telégrafo
de Guadalajara, cuyo propósito era desacreditar la lucha insurgente, el cual
subsistió hasta febrero de 1813. En los meses siguientes publicó El Mentor
Provisional, que luego se llamó El Mentor de Nueva Galicia, de muy breve exis-
tencia y cuyo objetivo fundamental consistía en ilustrar a los lectores acerca
de las bondades de la Constitución de Cádiz.3 A fines de dicho año, Maldo-
nado ganó por concurso el curato de Jalostotitlán.4
En septiembre de 1813 participó como candidato a diputado a Cortes
por la Nueva Galicia, pero no obtuvo la posición. Sí la consiguió en marzo
del año siguiente, aunque no tomó posesión –ni viajó a España– debido a
que Fernando VII disolvió la referida asamblea. Tal parece que entre 1814
y 1820 abandonó la actividad política y periodística. No por ello perdió su
reputación de hombre bastante instruido y culto. En marzo de 1821 fue
electo diputado a las Cortes españolas, aunque la consumación de la inde-
pendencia impidió su traslado a la península ibérica.5 Por esa misma fecha
publicó su Nuevo pacto social propuesto a la nación española para su discusión en las
próximas Cortes de 1822-1823, un largo documento que contiene un proyecto
de Constitución y otro de Hacienda pública, entre otras propuestas. El re-
conocimiento social le fue refrendado con su designación como integrante
de la Soberana Junta Provisional Gubernativa, órgano legislativo que fun-
cionó entre octubre de 1821 y febrero de 1822. Cuando concluyó esta res-
ponsabilidad, permaneció en la ciudad de México y retomó su labor como
publicista. Publicó dos tomos de El fanal del imperio mejicano, en los cuales
reprodujo textos de diversos autores europeos e incluyó su proyecto de Ha-

2
Iguíniz, “Apuntes”, 1911, p. 13; Fregoso, “Francisco”, 2005, pp. 142-155; Montes de Oca, Co-
laborador, 1922; Corona, “Tiempo”, 1960, pp. 147-202; Machorro, Francisco, 1938, y Webster, “Mal-
donado”, s. a.
3
Palacio, “Impugnar”, 1998, pp. 85-110, y Webster, “Maldonado”, s. a.
4
Fregoso, “Francisco”, 2005, pp. 142-161, y Webster, “Maldonado”, s. a.
5
Machorro, Francisco, 1938, p. 15, y Webster, “Maldonado”, s. a.
130 Pensar la Hacienda pública

cienda pública en mayo de 1822. Después del fracaso político de Agustín


de Iturbide, Severo Maldonado volvió a Guadalajara, donde se incorporó
como docente en el Instituto de Ciencias y se mantuvo cercano al grupo de
jóvenes políticos y periodistas que publicaban el periódico La Estrella Polar.
En 1830 publicó otro opúsculo titulado El triunfo de la especie humana sobre los
campos elíseos del Anáhuac. Murió el 8 de marzo de 1832 en Guadalajara.

Su legado intelectual

Si exceptuamos los escritos panfletarios de Francisco Severo Maldonado,


primero en favor de la insurgencia y luego contra ella, su pensamiento po-
lítico, económico y social quedó plasmado básicamente en cuatro obras. La
primera, Nuevo pacto social, se publicó en cuatro partes en 1821. Como su
nombre lo indica, su autor pretendía que se discutiera en las Cortes espa-
ñolas. En la primera sección, de 28 páginas y presumiblemente publicada
en marzo, manifiesta los fundamentos doctrinarios y dogmáticos en que
descansaba todo su proyecto. En la segunda, de 64 páginas y que apareció
en abril, presenta su plan de Hacienda, el cual es también una propuesta
de reforma agraria para acabar con el latifundio y proveer de tierra a todos
los individuos del imperio español. En las 19 páginas de la sección siguien-
te, publicada en junio, expuso sus sugerencias para reformar la estructura
político administrativa del imperio y sobre la manera de conducir la políti-
ca exterior. Ignoramos la fecha precisa en que publicó las 114 páginas que
constituyen la cuarta y última sección. Sí sabemos que para entonces había
aceptado el Plan de Iguala y, por lo tanto, la independencia. De ahí que esta
sección lleve por título “El pacto social de los mexicanos”, y esté destinada
a aconsejar acerca del modo en que debía establecerse el Congreso Consti-
tuyente; las formas de representación, los procedimientos y principios teó-
ricos que debían regir las acciones de dicho órgano.6
Una de las dificultades más severas que enfrentó el primer gobierno
mexicano fue la falta de recursos financieros. En los meses que siguieron a
la proclamación del Plan de Iguala, Agustín de Iturbide suprimió varios im-
puestos y redujo las tasas de otros. El objetivo era complacer a los grupos
sociales que creían que la independencia debía tener como consecuencia la
disminución significativa de la carga fiscal impuesta por el gobierno espa-

6
Maldonado, Nuevo, 1821.
Francisco Severo Maldonado 131

ñol. Otra razón de tales medidas fue la falta de claridad acerca del lamenta-
ble estado de la estructura recaudatoria y del déficit existente, así como la
creencia de que el gobierno tenía el potencial para reunir abundantes recur-
sos en corto tiempo, toda vez que se acabarían las remesas a España. Para
los primeros meses de 1822 era evidente que las decisiones y los cálculos
habían sido errados. Una alternativa que Iturbide expuso ante el primer
Congreso Constituyente, primero como presidente de la Regencia y luego
como emperador, fue la contratación de deuda externa.7
En cuanto Maldonado se enteró de la intención de contraer deuda
fuera del país, retomó el proyecto de Hacienda, publicado un año antes. Lo
amplió, modificó y publicó con el título de “Bosquejo de un plan de Ha-
cienda, capaz de cubrir todos los gastos del servicio público”. Su propósito
era “conjurar la tempestad horrible, que va a descargar sobre los habitantes
del imperio mexicano, un empréstito de veinte y cinco a treinta millones,
para cuya solicitación entre los extranjeros acaba de autorizar al gobierno
el supremo Congreso nacional”.8 En realidad el objetivo era mucho mayor.
En 146 páginas expuso un proyecto que contemplaba una reforma agraria
y la formación de un banco nacional para resolver de manera definitiva los
problemas sociales y financieros del país y su gobierno. De hecho, la piedra
angular de su proyecto es la cuestión de la propiedad de la tierra. De ella se
derivan las cuestiones hacendarias y financieras.
Sin embargo, la obra más conocida de Maldonado es el Contrato de
asociación para la república de los estados del Anáhuac, publicada en 1823. Se tra-
ta de un proyecto constitucional en el cual se perciben algunos elementos
planteados en su Nuevo pacto social propuesto a la nación española para su discusión
en las próximas Cortes de 1822-1823, de 1821. De manera resumida, y como
apéndices, reprodujo en dicho texto sus ideas acerca de la realización de la
reforma agraria y la creación del banco nacional. También expuso sus ideas
sobre cómo organizar el comercio exterior, utilizar la moneda de cobre y
regular las obvenciones eclesiásticas.9
La siguiente obra se publicó hasta 1830, El triunfo de la especie humana
sobre los campos elíseos del Anáhuac, en la que propone la formación de una
“escala”, es decir, una ruta transoceánica de Altamira a San Blas por la
cual circularían libremente las mercancías de todo el mundo, convirtien-

7
“Decreto de 25 de junio de 1822 para contratar de 25 a 30 millones”, Dublán y Lozano, Le-
gislación, 2004, t. i, ley núm. 301, p. 617.
8
Maldonado, “Bosquejo”, 1822, p. 289.
9
Maldonado, Contrato, 1823.
132 Pensar la Hacienda pública

do a México en “la gran democracia cosmopolita”. Para ello se formarían


compañías mixtas entre el Estado y particulares, nacionales y extranjeros,
que controlarían el comercio, transporte y toda la logística que una ruta
semejante requeriría.10
La preocupación de Maldonado por la desigualdad social, el escaso
desarrollo económico y la precariedad financiera del gobierno está presente
en todos sus escritos. No obstante, como se apuntó, el escrito que dedica de
manera exclusiva a estos tópicos es el “Bosquejo” de mayo de 1822; texto
poco estudiado, aunque no ignorado, del cual nos ocupamos aquí.

Los fundamentos doctrinarios


de su pensamiento

Tarea ardua resultaría pretender identificar las influencias y presencias doc-


trinarias en el pensamiento de Maldonado. También es difícil admitir su
afirmación de absoluta originalidad de su pensamiento. Quizá esta pre-
tensión sea una expresión de la personalidad extravagante y desbordada
soberbia que algunos de sus contemporáneos le atribuyeron.11 Tomar por
cierta tal autosuficiencia supone aislar a Maldonado de un horizonte cul-
tural del que obviamente formaba parte. Sin embargo, ello no implica que
sus ideas, o al menos algunas de ellas, necesariamente sean préstamos de
pensadores europeos. Podemos encontrar en sus proyectos muchas coin-
cidencias con varios de aquellos, españoles incluidos, cuya obra precedió
a la suya y que probablemente leyó.12 En ese caso, es verdad, Maldonado
bien pudo tomar prestadas algunas ideas sin reconocer tal deuda. No obs-
tante, también es perfectamente factible que llegara a las mismas conclusio-

10
Maldonado, Triunfo, 1830.
11
Según José María Luis Mora: “El doctor don Francisco Severo Maldonado, hombre de vas-
ta lectura, de no vulgar capacidad, excesivamente extravagante, y de una arrogancia y presunción
inauditas, fue el escritor más notable que patrocinó por entonces la causa de la insurrección.” Mora,
México, 1856, vol. 4, pp. 121-122.
12
Si se comparan las ideas de Francisco Severo Maldonado con las de varios intelectuales es-
pañoles que lo antecedieron –por ejemplo, Pedro Rodríguez de Campomanes, Pablo de Olavide y
Gaspar Melchor de Jovellanos–, podrán encontrarse muchas semejanzas pero también significativas
diferencias. De hecho, no hay identidad entre la propuesta de Maldonado y estos autores. Para un
análisis del pensamiento de estos y otros pensadores españoles, véase Fuentes, Economía, 2000, t. 3.
También podrían encontrarse similitudes con pensadores novohispanos como Manuel Abad y Quei-
po, aunque no hay evidencias de que conociera los ensayos de este sobre el tema agrario. El pensa-
miento económico y social de Abad y Queipo quedó plasmado en las representaciones que envió a
la corona española a fines del siglo xviii y principios del xix. Moreno, Favor, 1986, pp. 123-202.
Francisco Severo Maldonado 133

nes por cuenta propia, pues todos compartían una tradición intelectual.13
Con estos matices, podría darse por buena la originalidad reclamada por
el cura nayarita.
Maldonado creía que todo proyecto político, social y económico de-
bía estar sustentado en la razón y la experiencia. Como educador que era,
insistió en la importancia de pensar de manera sistemática. Así lo sugiere
la traducción del francés al español que realizó en 1796 de la Lógica o los pri-
meros elementos del arte de pensar, de Etiene Condillac, texto que utilizó para
su labor docente.14 Mediante la razón se podía tener acceso a las leyes que
regulaban la naturaleza, cuyo origen radical era divino. En este punto Mal-
donado muestra su condición, nada insólita, de católico ilustrado e iusnatu-
ralista. Era enemigo acérrimo de “la indecisa, perezosa y superficial filosofía
de charlatanes modernos que no saben otra cosa que trastornar, embrollar
y paralizar, como si no se propusiesen otro objeto que reducir a los pueblos
a la última desesperación”.15
Desde su punto de vista, las decisiones en materia de economía políti-
ca no debían estar sustentadas en “las producciones indigestas de los publi-
cistas, sino en el gran libro de la sociedad, que es el más instructivo de to-
dos, y cuyo estudio jamás podrán impedir los déspotas”.16 Sus argumentos
son pragmáticos y funcionales. Alguien podría calificarlo de utilitarista. Por
ejemplo, a las objeciones doctrinarias de que los monopolios y empresas de
Estado atentaban contra la propiedad individual, la libertad de trabajo y de
mercado, respondía que los ingresos de tales instituciones contribuirían a
suprimir toda forma de contribución forzosa, pero, sobre todo, a atenuar la
desigualdad social.17 Estaba convencido que el bienestar social subordinaba

13
En este contexto hacemos nuestra la opinión de J. G. A. Pocock, quien advierte que el hecho
de que dos individuos sostengan posiciones doctrinarias idénticas o semejantes no significa necesa-
riamente que uno haya influido en el otro. El hecho puede ser resultado de la pertenencia al mismo
mundo cultural. Pocock, “Burke”, 1960, pp. 125-143.
14
La traducción que Maldonado hizo de la obra de Etiene Condillac no se publicó. Sólo la uti-
lizó para sus cursos. Es probable que se trate de la primera traducción al español de dicho trabajo,
pues la primera publicada en este idioma data de 1817 y la realizó Bernardo María de Calzada en
Barcelona, España. Fregoso, “Francisco”, 2005, pp. 146-147.
15
Maldonado, “Bosquejo”, 1822, p. 349.
16
Ibid.
17
Según Maldonado, los estancos tienen tres inconvenientes: impiden que todos los individuos
se dediquen libremente a la actividad monopolizada por el gobierno; inhiben el perfeccionamiento
del cultivo o manufactura en cuestión ante la falta de competencia y restringen la libertad de los con-
sumidores para comprar el producto de mayor calidad y mejor precio. Sin embargo, estos efectos in-
deseados no son inherentes a los estancos sino consecuencia de una mala planeación, por tanto, si se
encuentra la manera de anularlos, los monopolios gubernamentales podrían convertirse en la “única
palanca eficaz de la prosperidad nacional y del triunfo de la libertad del pueblo entero”. Ibid., p. 410.
134 Pensar la Hacienda pública

a las libertades, pero no las desdeñaba. Era sólo que sin el primero, estas no
podrían hacerse efectivas.
Al igual que muchos intelectuales europeos, Maldonado estaba escan-
dalizado por el rumbo que tomó la revolución francesa. Incluso creía que
las Cortes de Cádiz habían cometido algunos excesos, sobre todo por las
reformas que afectaban a las instituciones eclesiásticas. Maldonado se negó
a proponer para México esa ruta que condenó categóricamente.18 Es pro-
bable que esta convicción se haya afianzado a consecuencia de la violencia
practicada por los seguidores de Hidalgo en Guadalajara, y que el cura de
Mascota atestiguó. De ser así, habría razones fundadas para suponer que
su cambio al bando –en marzo de 1811– fue voluntario. Este temor al radi-
calismo revolucionario explica su insistencia en el gradualismo de las refor-
mas que propone y en el carácter voluntario de la traslación de la propiedad
de la tierra de manos privadas a las del Estado.
Como los liberales, Maldonado creía en el carácter natural del dere-
cho a la propiedad, la libertad individual y la igualdad jurídica. Afirmó que
oponerse a tales principios equivaldría a negar a los hombres el derecho a la
vida misma. Desde su perspectiva, su proyecto no contrariaba dichas máxi-
mas, por el contrario, establecía mecanismos sólidos para garantizarlos.
Sólo un propietario individual podría ser realmente libre e independiente.
Sin embargo, concebía la propiedad de manera muy distinta a los liberales.
Los hombres tenían el derecho divino y natural a usufructuar la tie-
rra, es decir, a poseerla. La idea liberal de la propiedad individual como ins-
titución jurídica era una convención humana y, por lo tanto, no necesaria.
De hecho, la propiedad jurídica individual era una forma de legitimar la
concentración de la tierra en unas cuantas manos y de negarla a la mayo-
ría de los miembros del cuerpo social, tal como había ocurrido en la Nue-
va España. La única manera de garantizar el acceso equitativo y universal
a la tierra era mediante la acción estatal. La intervención del Estado como
propietario legal de todas las tierras resultaba indispensable para regular el
usufructo de dicho bien. En este punto Maldonado se separa nítidamente
tanto de liberales como fisiócratas.
No obstante el desdén por la propiedad jurídica individual de la tierra,
el temor a las convulsiones radicales persuadió a Maldonado de que conve-
nía respetar el orden preexistente. La estatización de la propiedad sería gra-
dual y con el asentimiento del vetusto estamento terrateniente constituido

18
Ibid., p. 401.
Francisco Severo Maldonado 135

durante 300 años de virreinato. El clérigo nayarita no se atrevió a estimar


el tiempo que llevaría este proceso, pero sugiere que podría tomar algunos
cientos de años. Por consiguiente, esa podría ser la duración de los impues-
tos que Maldonado presenta en su plan como temporales. Su proyecto de
regeneración social era efectivamente de muy largo plazo. Sin embargo, era
preferible el gradualismo a los cambios abruptos como los promovidos por
“los exaltados republicanos de la Francia y los españoles sus imitadores”,
que sólo causaron desolación y trastornos “por haber querido correr mu-
chos siglos dentro de cortísimos periodos”.19
No compartía el principio de la libertad de acumulación de tierras,
debido a que propiciaba la desigualdad económica, que llevada a los extre-
mos, como en la Nueva España, privaba de sentido a la igualdad jurídica.
Desde su perspectiva, la naturaleza establece también restricciones a la po-
sesión agraria. En otras palabras, la libertad de acumulación no es absoluta,
su límite está dado por la necesidad humana. El acopio individual de tierra,
más allá de la indispensable para subsistir de manera holgada, constituye
una transgresión de las leyes naturales y divinas.20 Maldonado estaba cons-
ciente que la necesidad no es una barrera que los individuos estén dispues-
tos a respetar. De ahí la importancia de la presencia y función del Estado
para hacer obedecer las leyes de la naturaleza. Sin embargo, la labor de este
no podía limitarse al dictado de leyes, debía convertirse en un actor más
proactivo. Recomendó convertirlo en propietario legal de todas las tierras
del país para que velara por su distribución equitativa y general. Evidente-
mente, estos planteamientos acercan a Maldonado a los socialistas utópicos
contemporáneos suyos, pero no fue socialista, ni siquiera precursor, como
algunos de sus biógrafos lo han querido ver.21 Tampoco conocemos eviden-
cias de que hubiera leído los textos de aquellos.
Como apuntamos, todos sus escritos están marcados por su desaso-
siego a causa de la extrema desigualdad social cuya expresión más transpa-
rente era la dispar distribución de la tierra. Sin embargo, no era partidario
de la igualdad económica, tal vez porque la juzgaba imposible. Defendió la
libertad jurídica, así como el espíritu individualista de acumulación y repro-
ducción del capital, por supuesto, dentro de las restricciones a la concentra-

19
Ibid., p. 377.
20
Ibid., pp. 405-406.
21
Carlos Fregoso Gennis enlista a Agustín Rivera, Luis Páez Brotchie y a José López Portillo
y Rojas, entre los autores que han calificado como utópico a Francisco Severo Maldonado. Fregoso,
“Francisco”, 2005, p. 139. Véase también Ortiz, “Pensamiento”, 1968.
136 Pensar la Hacienda pública

ción de la tierra. Dicho de otra manera, consideraba nocivo el acopio sin


límites de tierra, pero no el de capital. Una vez que el Estado entregara la
tierra en arriendo vitalicio, los beneficiarios podrían realizar todas las me-
joras deseadas y aumentar su plusvalía. Si por alguna razón renunciaban al
arriendo, el Estado pagaría dicho valor agregado. De esta manera, Maldo-
nado creía preservar e impulsar el espíritu de empresa, aunque la propiedad
legal de la tierra correspondiera al Estado. Es así que su defensa del indivi-
dualismo impide calificarlo como socialista.
Maldonado creía que con su propuesta se resolvería la tensión entre la
libertad y la desigualdad en el acceso a la tierra. Asimismo, estaba convenci-
do que todos los actores, individuales y corporativos, saldrían beneficiados.
Las instituciones religiosas obtendrían un beneficio con el reparto de tierras
y el aumento de la productividad, pues recibirían mayores ingresos deci-
males. Por otro lado, en caso de una guerra, no sería necesario imponerles
contribuciones forzosas y onerosas. También los hombres ricos quedarían
exentos de estas molestias tan comunes en el periodo colonial. La sociedad
en su conjunto, pero, sobre todo, la parte más pobre, tendría la seguridad
de que no serían afectados con ningún gravamen.22

El proyecto hacendario

Francisco Severo Maldonado estaba convencido de que la independencia


había abierto la posibilidad para el establecimiento de un nuevo Estado,
pero sin romper abruptamente con la herencia colonial. La tarea era co-
rregir los vicios del viejo sistema y transformarlo de manera radical, pero
sin violencia y de forma gradual; el reto era construir sin desestabilizar.
De la nueva Constitución que daría forma a este principio dependería la
felicidad de los mexicanos. Según su opinión, los pueblos no se constitu-
yen –bien o mal– más que una sola vez, por ello era preciso constituirse
“sobre bases solidísimas, las más propias para disfrutar de un reposo y de
un orden de justicia sempiterno, sin dejar el germen más ligero de guerras
ulteriores y de convulsiones distintas”.23 Bajo esta premisa, Maldonado
puso a consideración de la opinión pública su plan de Hacienda y más tar-
de su proyecto constitucional. Con el primero, pretendía que el país se des-

22
Maldonado, “Bosquejo”, 1822, p. 332.
23
Ibid., pp. 407-408.
Francisco Severo Maldonado 137

hiciera de “golpe de todos los ahogos” y consiguiera “una cura completa


y radical” para los problemas hacendarios. Se trataba, según sus palabras,
de una idea que no había “sido soñada por ninguno de los legisladores an-
tiguos y modernos”, a pesar de sus buenas intenciones. Era, según él, una
propuesta completamente original.24
Como hemos insistido, el pensamiento económico y social de Maldo-
nado estaba subordinado a su preocupación mayor: ¿Cómo acabar con la
pobreza en que estaba sumida la mayor parte de la población mexicana?
Tenía la convicción que de ahí derivaban prácticamente todos los males,
incluida la tiranía que ejercían los gobernantes, producto también de la ig-
norancia. Por ello la insistencia de fomentar la educación de todos los mexi-
canos, hombres y mujeres, aunque debía ser distinta para cada sexo.
El “Bosquejo de un plan de Hacienda” tiene dos partes expuestas
de manera poco sistemática. En la primera sugiere medidas coyunturales
destinadas a resolver las carencias financieras del momento. La segunda
incluye las políticas estructurales y, por lo tanto, el proyecto de Hacienda
propiamente dicho. En cuanto estas comenzaran a rendir frutos, las prime-
ras se suprimirían. Su propuesta para el corto plazo consistía en la emisión
de 200 000 pesos en moneda menuda de latón: 100 000 en Guadalajara y
los otros 100 000 en Zacatecas, que se lanzarían a la circulación de forma
expedita.25 En los meses siguientes se acuñarían 3 000 000 de pesos más en
moneda de latón. Uno se utilizaría para reemplazar las monedas de cobre
y plata; la primera porque circulaba sumamente devaluada a consecuencia
de su falsificación y la segunda para destinarla exclusivamente al pago de
importaciones y porque buena parte de ella carecía del feble estipulado por
la ley. Los otros 2 000 000 de pesos se emplearían en la compra de la plata
y el oro que tuvieran los particulares en forma de vajilla y alhajas. El objeti-
vo era almacenar dichos metales en las casas de moneda para suplir al que
habían dejado de producir las minas y para evitar que saliera sin control

24
Ibid., p. 328.
25
Uno de los problemas más extendidos del país era la falta de moneda de baja denominación,
situación que dificultaría el pago de contribuciones menores a medio real. Con la moneda de latón
se remplazarían las monedas informales de madera, cobre o hierro que circulaban en la mayor parte
de los pueblos de México elaboradas usualmente por los comerciantes para transacciones de bajo
monto. Idealmente, las monedas debían ser de platino, como en Colombia, pues su maleabilidad
permitía hacer coincidir el valor real con el nominal de la moneda. Como en México no se disponía
de él, mientras se conseguía, Maldonado propuso que se elaborara con latón, es decir, una aleación
de cobre y zinc. Ibid., pp. 292-294.
138 Pensar la Hacienda pública

del territorio nacional. La reactivación de las casas de moneda permitiría


comprar la plata de los mineros a su precio real.26
Transitorias serían también dos contribuciones directas: una que pa-
garía “todo propietario de una casa, aunque sea una choza miserable”; y
otra que recaería sobre la tierra.27 Según Maldonado, estas contribuciones
no enfrentarían objeciones, debido tanto a su moderación como a su fuga-
cidad. Además, serían las únicas contribuciones generales. Todas las demás,
debían suprimirse.
Se extinguirían las alcabalas interiores. Los comerciantes extranjeros
dejarían de pagar aranceles por sus importaciones.28 Los mexicanos que de-
searan introducir mercancías extranjeras pagarían una patente anual que no

26
Según las especulaciones de Maldonado, con las disposiciones anteriores, sólo las casas de
moneda de la ciudad de México y Zacatecas podrían acuñar 30 000 000 de pesos anuales de plata
y oro. Incluso si entregaban dos terceras partes a los vendedores de estos metales, quedaría para
el erario al menos 10 000 000 para respaldar los 2 000 000 de latón. Para las emisiones posteriores
de moneda de latón debería cuidarse que tuviera siempre el soporte en plata y oro en una relación
de uno a cinco, “garantía que jamás han tenido las cédulas del mismo banco de Londres”. De esta
manera se generaría la confianza necesaria entre los mexicanos para consolidar el uso del latón en
el mercado interno y se conseguiría “que la plata duerma tranquila en los cofres del Estado, libre de
los peligros de la extracción”. En suma, la moneda de latón sería el “eje de toda la felicidad nacio-
nal”, por tanto, la falsificación se consideraría uno de los peores delitos acreedor “del mayor de los
castigos”. Cada ciudadano debía convertirse en un vigilante celoso para evitar esta práctica y quien
la delatara sería recompensado con 200 pesos. Ibid., pp. 298-302 y 307-308.
27
La contribución sobre las casas sería de 1.5 granos por cada 25 pesos del valor de la propie-
dad establecido en la escritura correspondiente. A falta de esta dos peritos evaluadores estimarían el
valor de la propiedad. Si el inmueble estuviera alquilado, el propietario pagaría 1.5 reales por cada
peso del valor del arriendo. El pago se haría el 1 de enero; a quien no lo cubriera en dicha fecha se
le duplicaría el monto y pagaría los honorarios del soldado o funcionario que llevara la respectiva
reconvención. La contribución sobre las tierras seguiría el mismo modelo que la anterior. En este
caso, la cuota sería de medio real –seis granos– por cada 25 pesos del valor de la propiedad. De
acuerdo con las reflexiones de Maldonado, esta contribución aportaría al tesoro público 4 356 000
pesos, aunque si se repartieran las tierras nacionales se podrían obtener poco más de 17 000 000 que
casi bastarían para cubrir el gasto público estimado en 20.
Estas contribuciones satisfacían las exigencias de todo impuesto: eran tan bajas que incluso
un mendigo podría pagarlas. Esta moderación no afectaba de ninguna manera la reproducción del
capital, como alegaba la “turba de economistas”, enemigos de gravar el capital y partidarios de ha-
cerlo con la renta. En la opinión de Maldonado, su propuesta era más razonable porque se fundaba
en una base gravable fija de modo que no dejaba margen a la arbitrariedad de las autoridades, a dife-
rencia de lo que ocurría con los impuestos sobre la renta, tan difícil de precisar. Estas contribuciones,
según su proponente, debido a su carácter diferenciado eran también proporcionales a la renta de
cada individuo. En consecuencia, permitía hacer realidad el principio básico del pacto social de que
todos contribuyeran en “proporción a sus bienes, o en razón de la suma de protección que reciben
del dinero”. Ibid., pp. 295-296 y 311-312.
28
La extinción del cobro de aranceles a los extranjeros por sus importaciones tenía el objetivo
de acabar con el contrabando y ganar el apoyo de todas las naciones para el sostenimiento de la in-
dependencia. La única condición para los países que se interesaran en comerciar con México sería
que remitieran un cónsul a la ciudad de México para garantizar la buena fe de sus connacionales,
que sólo mostrarían una patente expedida por su gobierno con que los autorizaba para comerciar.
Francisco Severo Maldonado 139

tendría fines recaudatorios, sino la ruptura del monopolio que ejercía un re-
ducido grupo de hombres de negocios, asentados sobre todo en la ciudad de
México.29 Se formarían juntas de comercio en cada provincia en las cuales
se inscribirían quienes desearan internar y vender mercancías extranjeras.
Dichas juntas recaudarían una contribución de 80% sobre el valor a que
fueran adquiridas las mercancías.30 Este gravamen también sería coyuntural.
El proyecto estructural del jalisciense estaba articulado en torno a la
existencia de un banco nacional, idea que había esbozado en 1821. Los
objetivos “primarios, perpetuos y directos” de dicha institución serían, pri-
mero, la compra gradual de todas las tierras del país, es decir, que poco
a poco irían pasando de las manos de los particulares a las del Estado. El
segundo consistía en la creación de un fondo financiero que permitiera al
Estado cubrir todos los gastos de la administración pública y obras socia-
les, “sin necesidad de impuestos, ni contribuciones”. Hay que apuntar que
Maldonado consideraba innecesario pero, sobre todo despótico, todo tipo
de gravamen. En su opinión, los impuestos y contribuciones eran “la llaga
más profunda y dolorosa que mantiene exánimes y exhaustos a todos los
cuerpos políticos modernos”.31 Aspiraba, pues, al establecimiento de un

En su opinión, esta medida no tendría consecuencias negativas para la Hacienda pública; por el
contrario, contribuiría al incremento significativo de los ingresos públicos. Ibid., pp. 312-318.
29
Ibid.
30
En cada provincia habría un diputado del comercio que representaría por un año a todos
aquellos que hubiesen comprado patente. Este individuo, electo por doce de sus pares, suspendería
sus actividades comerciales durante el periodo de su cargo y a cambio recibiría un salario del go-
bierno. Los representantes de las provincias del oriente del país mudarían su residencia a la ciudad
de Jalapa y los de las occidentales se distribuirían en las de Tepic, San Blas y Chilpancingo, depen-
diendo de cuál estuviera a más corta distancia. Los diputados asentados en cada una de las ciudades
anteriores formarían una junta cuya función sería negociar los precios con los comerciantes extran-
jeros. Ningún mercader mexicano podría comprar directamente al margen de la junta.
Este órgano mercantil también sería el responsable de cobrar el impuesto a los comercian-
tes nacionales de 80% sobre el precio de compra. Los comerciantes que invirtieran más de 50 000
pesos pagarían el gravamen íntegro en el momento; quienes lo hicieran con una suma menor, sólo
pagarían al instante dos tercios y el resto podrían entregarlo después. Las mercancías nacionales
exportadas no pagarían arancel alguno, con excepción de la grana cochinilla y “algunos otros pro-
ductos preciosos que abundan poco en el imperio” que pagarían 25% ad valorem. Según Maldonado,
su proyecto para organizar el comercio exterior no afectaría la producción nacional, pues el dinero
que se ahorraría al suprimir la estructura administrativa del aparato recaudatorio de origen colonial
se destinaría a financiar el traslado de artesanos europeos y asiáticos que sacarían “nuestra indus-
tria de las mantillas en que la han dejado envuelta los españoles”. Ese era el “arbitrio infalible para
salir cuanto antes de la dependencia de las naciones extranjeras”. Una vez alcanzada la calidad de
las manufacturas extranjeras, las nacionales podrían venderse en todo el territorio nacional con la
ventaja de que estarían exentas de todo tipo de impuesto interior. Mientras tanto, si fuera necesario,
se podrían gravar aún más las importaciones, pero en el lugar de consumo, para evitar el contra-
bando. Ibid., pp. 314-326.
31
Maldonado, Nuevo, 1821, p. 26.
140 Pensar la Hacienda pública

Estado patrimonialista que subsistiera exclusivamente con la rentas extraí-


das de la propiedad de la tierra. El tercer objetivo era aumentar el capital
social, de manera que las familias mexicanas no tuvieran “necesidad de
venderse y prostituirse al despotismo”.32
Un cuarto objetivo del banco era “garantizar la independencia indivi-
dual del ciudadano, eximiéndolo de la necesidad de acudir en sus apuros
a los usureros”. La institución proporcionaría el capital requerido para las
actividades productivas. Asimismo, permitiría satisfacer los haberes de un
ejército capaz de salvaguardar la independencia e imponer respeto entre los
enemigos externos, “para convertirlos en polvo, en caso necesario”. Final-
mente, el banco impediría que, como se planeaba en ese momento, el erario
nacional contrajera deuda externa, “cuyo peso agostará en la aurora de su
germinación el arbusto de la libertad nacional”.33 Como es obvio, no se tra-
taría de una institución exclusivamente hacendaria, sino también financiera
y de fomento económico.
La matriz del banco estaría en la ciudad de México, pero tendría su-
cursales en las capitales provinciales, cabeceras de distrito y pueblos subal-
ternos. Cada oficina tendría como función recaudar y concentrar las rentas
estatales en su respectiva territorialidad. En ellas también se pagarían los
salarios de los burócratas de cualquier jerarquía y ámbito de gobierno. De
igual modo cumplirían con las funciones de intermediarias financieras.34

Fuentes de ingreso para el banco

Hay que subrayar que Maldonado imaginó como ideal un Estado patri-
monialista dependiente exclusivamente de sus rentas para solventar los
gastos propios de su función. Acorde con este principio, la fuente fun-
damental de recursos para el banco sería el producto del arriendo de las
tierras propiedad del Estado mexicano que, como se dijo, en algún mo-
mento lo serían todas las del país. A la larga, esta medida bastaría “por sí
sola para salvar la especie humana de las garras del hambre, del vicio y
de la miseria, el único [objetivo] que desde luego hubiera debido llamar
la atención de todos los publicistas que han tratado de remediar los males

32
Ibid., p. 331.
33
Ibid., p. 332.
34
Ibid., p. 338.
Francisco Severo Maldonado 141

de la sociedad, si se hubiera querido subir hasta su fuente, y esto es pre-


cisamente lo que ninguno de ellos ha pensado hacer”.35 En la medida que
estos recursos, abundantes, perpetuos y continuos, aumentaran se libraría
a la nación “de la necesidad de acudir a los gastos del servicio público con
impuestos y contribuciones directas o indirectas”. 36
Otras rentas de menor importancia hacendaria serían los monopolios
y empresas de Estado, cuya conservación obedecía a razones sociales más
que financieras.37 Contra la opinión de muchos de sus contemporáneos,
Francisco Severo Maldonado era partidario de la preservación del estanco
del tabaco para que proveyera capitales al banco. No veía contradicción
alguna entre este monopolio y las libertades y derechos que la mayoría de
los políticos e intelectuales de su época –él incluido– creían naturales. El
desembolso que los consumidores hacían, a diferencia de los impuestos, era
totalmente voluntario y de acuerdo con su capacidad adquisitiva. Por otro
lado, los recursos gastados retornarían a los fumadores, ya que se beneficia-
rían del gasto social y de los préstamos ejercidos por el banco.38 El mono-
polio verdaderamente nocivo era el de la tierra en unas cuantas personas,
no el del tabaco en manos del gobierno. Absurdo resultaba a Maldonado
que los detractores del segundo nada dijeran acerca de la concentración de
la propiedad agraria.39
Cualquier mexicano podría cultivar tabaco. Sólo pagaría dos pesos
por una patente anual. Los cosecheros de cada partido formarían una com-
pañía y nombrarían a su capitán y cuadrilleros, quienes velarían que nadie
sembrara sin la debida autorización. En 1822 el estanco estaba descapitali-
zado y desarticulado a consecuencia de la guerra de los años previos. Mien-
tras se restablecía, los cultivadores venderían su rama en los lugares que no
estuvieran abastecidos por el gobierno central. En general, los particulares

35
Ibid., pp. 377-378.
36
Ibid.
37
Además de las empresas de Estado que Maldonado recomendaba preservar o crear, propu-
so conservar el monopolio estatal del azogue con el fin de garantizar su abasto a bajo precio para
los mineros. Sin embargo, este monopolio no tendría ninguna función hacendaria. Sugirió comprar
azogue en China, pero no se pagaría con plata, sino con “objetos de puro desperdicio, que tenemos
puestos en el tránsito de aquel camino”, es decir, la abundante carne y cueros de reses de California
que “en el día no se aprovechan por falta de sal e inteligencia en la preparación de la cecina y curti-
do de los cueros, objetos ambos muy valiosos en Cantón”. De hecho, Maldonado sugería estrechar
los lazos comerciales con Asia más que con Europa, incluso, prefería la población china a la europea
para poblar los yermos territorios mexicanos. Ibid., p. 304.
38
Ibid., p. 348.
39
Ibid., p. 398.
142 Pensar la Hacienda pública

podrían vender la hoja o sus derivados manufacturados, mientras no se


restaurara el estanco, pagando una patente anual de tres pesos. Si alguien
montaba un taller para la manufactura, no podría emplear más de 25 perso-
nas con el fin de evitar que un grupo reducido de personas monopolizara el
mercado en detrimento de la gente pobre. Una vez que el estanco se hubie-
ra recapitalizado, compraría la hoja a todos los cultivadores y se haría cargo
de la manufactura y comercialización de puros y cigarros. Si la producción
se destinaba a la exportación no se pagaría ningún derecho al gobierno.40
La renta de correos, propiedad del gobierno y que estaría a cargo del
ejército, también ayudaría a capitalizar el banco.41 El cobro por este servicio
se ajustaba al “modo más saludable filantrópico de hacer que los hombres
contribuyan para la manutención de la fuerza pública, disfrutando; no su-
friendo, recibiendo beneficios; no padeciendo extorsiones, en una palabra,
logrando un bien de mucho más valor que el precio a que lo pagan, y del
cual podrían adquirirlo a un costo mucho mayor sin comparación”.42
Los estancos de la sal y de tequesquites, que ya estaban bajo el control
del gobierno nacional y organizados de manera semejante al del tabaco y de
correos, también debían continuar. Cualquier mexicano podría dedicarse a
la extracción de dichos productos, pero estaría obligado a venderlos al go-
bierno. De este modo se evitaría la concentración de las utilidades en unos
cuantos particulares y se garantizarían precios bajos. Quienes los compra-
ran al gobierno para la reventa, pagarían medio real por cada peso del valor
de la sal y tres granos por el tequesquite.43
Otro venero de recursos para el proyectado banco sería la lotería nacio-
nal. Contra la opinión de “charlatanes [y de] los que no lo son”, esta institu-
ción debía subsistir, pues tenía una de las ventajas de la contribución ideal:
era voluntaria. Es verdad que las probabilidades de ganar para los partici-
pantes eran casi nulas, pero si los recursos se destinaban al banco, y por lo
tanto al bienestar público, toda la sociedad ganaría. Cada sucursal provincial
del banco rifaría sus excedentes mensuales dividiéndolos en varios premios
que no rebasarían los 9 000 pesos, ni de doce en la capital del país, con el
propósito de no contribuir así a la concentración de la riqueza.44

40
Ibid., pp. 357-358.
41
Ibid., pp. 419-423.
42
Ibid., pp. 369-377.
43
Ibid., pp. 410-411.
44
Ibid., pp. 362-363.
Francisco Severo Maldonado 143

La última empresa de Estado sería el “estanco de la filantropía”, es de-


cir, una compañía impresora y comercial que distribuiría de manera exclu-
siva los “libros y papeles de uso común, como los destinados a la enseñanza
de la juventud e instrucción pública, los del rezo eclesiástico, almanaques,
etc.” Esta “renta filosófica”, como la llama Maldonado, además de original,
tenía como propósito “diseminar todo lo posible los medios de la ilustración
por todas las clases de la sociedad [y] proporcionar libros a los ciudadanos
más pobres, al precio más barato posible”. La intención era “hacer en Amé-
rica la filosofía tan común y barata como el atole”.45
Maldonado previó que las utilidades de estas empresas monopólicas
de Estado no fluirían con la celeridad que las necesidades de la adminis-
tración pública y las obras sociales demandaban. Las más pausadas serían
las provenientes de las tierras estatizadas, es decir, aquellas que debían con-
vertirse en el principal y casi único sostén del Estado. De inmediato se re-
partirían entre las familias desposeídas las llamadas tierras nacionales. Sin
embargo, las que aún estaban en manos de particulares pasarían a las del
Estado de manera gradual y mediante venta voluntaria. Por consiguiente,
era necesario capitalizar al banco por vías más expeditas.
En primer lugar, se conminaría a los responsables de las catedrales,
parroquias e instituciones del clero regular a depositar en el banco las alha-
jas de oro y plata, que no fueran indispensables para el culto, con las cua-
les se acuñaría moneda. A cambio, el banco se comprometería a devolver
el metal en un plazo preestablecido con el mismo peso y ley, pero con una
manufactura y forma mejoradas. Como garantía del rembolso se usaría el
poco más de 500 000 pesos que las referidas instituciones religiosas entre-
gaban anualmente al gobierno por la parte de diezmos que le correspondía.
En caso de incumplimiento podrían cobrarse directamente de dicho fondo.
También se usaría como fianza la moneda acuñada con las alhajas recibi-
das y que quedaría en el banco para amortizar el dinero fiduciario que se
emitiera. Si la moneda fuera prestada a los particulares, estos pagarían 5%
de interés, cuyo monto también se utilizaría como garantía para las insti-
tuciones eclesiásticas. La misma función tendría el producto de 1% que el
banco cobraría por las libranzas para que los privados movieran sus capita-
les dentro del territorio nacional. Finalmente, también los bienes nacionales
servirían para afianzar el préstamo de las alhajas.46

45
Ibid., pp. 363-367.
46
Ibid., p. 330.
144 Pensar la Hacienda pública

De igual manera se incentivaría a los particulares para que deposita-


ran sus capitales en el banco con la oferta de una tasa de interés de 5%. La
institución también absorbería los fondos del Monte Pío, la cual desapare-
cería y sus funciones serían asumidas por aquella. Igual destino tendrían los
fondos acumulados para financiar las instituciones educativas y hospitala-
rias, así como los capitales píos cuyo fin fuera pagar las misas en beneficio
de canónigos, curas, vicarios y frailes. En el futuro, estas celebraciones co-
rrerían por cuenta del Estado. Las fincas urbanas y rústicas sobre las cuales
recayeran dichos capitales se venderían mediante subasta y el producto de
la venta se entregaría al banco. Si se tratara de tierras, estas se repartirían
entre las familias pobres.47
El banco también dispondría de la moneda provisional de plata que se
había acuñado en los años previos, así como del oro y la plata en cualquier
presentación, que se compraría con la moneda de latón. Los particulares re-
cibirían un premio de acuerdo con la cantidad entregada. Entre más grande
fuera la cantidad de oro y plata, mayor sería la compensación recibida. La
donación que hicieran los habitantes del país sería otro manantial de ingre-
sos para el banco, “siendo de esperar que será muy cuantioso, pues cercio-
rados sus habitantes del yugo del empréstito extranjero, que les amenaza,
es más que probable que harán todos sus esfuerzos para salvarse y salvar a
la patria de tamañas calamidades”. En reciprocidad, los donantes tendrían
preferencia vitalicia para acceder a préstamos bancarios.48
La sociedad sin impuestos imaginada por Maldonado estaba ubicada
en un futuro muy distante, y lo sabía. Por ello consentía en preservar algu-
nos gravámenes que, aunque algún día desaparecerían, quizá tendrían que
existir por un largo tiempo. No como las contribuciones a la propiedad rús-
tica y urbana, cuya vigencia sería efímera, si bien no fijó una fecha precisa
para su extinción. El gravamen más general que subsistiría sería el diezmo
eclesiástico, aunque se modificaría la forma de recaudarlo. Se suprimiría la
concesión de su cobro a particulares y se encargaría a las guarniciones mi-
litares. Estimaba que con estos cambios la suma recibida se incrementaría
debido a que los militares se conducirían con mayor eficiencia e integridad
moral que los recaudadores civiles. Como esta contribución se cobraba en
especie, Maldonado proponía utilizarla para pagar una tercera parte e, in-
cluso, la mitad de los haberes de los militares. De igual modo se procedería

47
Ibid., pp. 343-344.
48
Ibid., pp. 344-345.
Francisco Severo Maldonado 145

con las dietas que el Estado entregaría a los párrocos y vicarios que presta-
ran servicios en lugares donde los víveres escasearan. El maíz del diezmo
disponible, una vez entregadas las raciones a militares y clérigos acreedores
a ellas, se vendería a la población en general, a precios módicos, los días
viernes, sábados y domingos. Los particulares podrían vender el suyo el
resto de la semana.49 Como puede inferirse, con la conservación del cobro
de este diezmo también se pretendía controlar el mercado de artículos de
consumo básico, como el maíz.
Asimismo, el proyecto de Maldonado contemplaba la existencia de
un mercado limitado parcialmente por el Estado. El comercio del tabaco
sería monopolio estatal para proporcionar recursos al erario público; el de
azogue, sal y tequesquite, para fomentar la minería; el de la impresión de
libros, para impulsar la educación. Debido a su relevancia social, el servicio
de correo quedaría en manos del Estado. El control del mercado y precios
del maíz sería un instrumento de política social. El resto del mercado inter-
no quedaría abierto a la participación de los particulares que utilizarían mo-
neda fiduciaria de latón y papel, es decir, moneda y libranzas.
Congruente con el principio de que las contribuciones generales de-
bían suprimirse, Maldonado proyectó la disminución gradual del diezmo
eclesiástico, así como la del pago de las obvenciones.50 La extinción debía
ser paulatina, porque “ninguna parte del edificio social se debe echar aba-
jo, sin haber antes acopiado y preparado todos los materiales necesario
para reconstruirla”.51
También se fijaría un diezmo sobre la producción minera y otro so-
bre la amonedación. No se trataría de impuestos tan generalizados como el
diezmo eclesiástico, pero sí aportarían sumas significativas para el erario.
El primero sería legítimo en la medida que se trataba de una contribución
para garantizar el derecho al goce del referido producto del subsuelo. El se-
gundo recaería en realidad sobre los habilitadores o rescatadores de plata,
quienes solían llevar el metal hasta las casas de moneda. Sería un impuesto

49
Ibid., pp. 419-423.
50
Con el apoyo de lo dicho en las cartas escritas al abate de Pradt, por un “natural de la Amé-
rica del Sur”, Maldonado creía que el Estado debía cobrar las obvenciones parroquiales, pero a cam-
bio se encargaría de la manutención de los clérigos. También creía que debían uniformarse en todo
el territorio nacional y acabar con las diferencias entre una diócesis y otra, e incluso entre las parro-
quias de una diócesis. Reflexiones, 1820, pp. 144-145. Maldonado, “Bosquejo”, 1822, pp. 430-431.
51
Ibid., p. 432.
146 Pensar la Hacienda pública

voluntario, pues siempre existiría la opción de convertir el preciado metal


en vajilla y venderla.52
El ejercicio de algunas otras actividades productivas y mercantiles
también requeriría de patentes anuales cuyo producto se destinaría exclu-
sivamente al arreglo de “la policía general y formación de la estadística del
imperio”. El costo de las patentes por las minas de oro y plata sería de 25
pesos; si se trataba de minas de “metales inferiores” como el cobre, hierro,
estaño, plomo etc., sólo de tres pesos. En caso de que las propiedades es-
tuvieran inactivas la patente costaría la mitad. De igual modo, todas las
personas que vendieran productos de los estancos nacionales o poseyeran
pulperías, requerirían de una patente anual de doce pesos. Los maestros y
dueños de los talleres, oficinas, fábricas, industrias y haciendas pagarían
una patente de tres pesos.53
Se instaurarían o conservarían algunos cobros, de casi nula importan-
cia financiera, por espectáculos peligrosos o que pudieran propiciar situa-
ciones de riesgo como el teatro, circos ecuestres, títeres, maromas, suertes,
juegos de manos, toros, gallos, billares. El dinero recaudado tendría como
fin prevenir o corregir los daños y perjuicios que de dichas prácticas pudie-
ran derivarse. La medida partía del supuesto de que, aunque no debían fo-
mentarse tales juegos, era imposible evitarlos. Por consiguiente, era mejor
legalizarlos para facilitar su control que condenarlos a la clandestinidad. Sí
estarían prohibidos los juegos de azar con excepción del de naipes. Quien
quisiera montar un sitio para esta diversión compraría una boleta de diez
pesos, siempre y cuando el dinero en juego no superara los 1 000 pesos,
en cuyo caso se pagaría 0.5% extra. La autorización sólo tendría vigencia
hasta la media noche; si se rebasaba dicha hora se tendría que adquirir otra
boleta por el mismo precio con vigencia hasta las seis de la mañana. Adicio-
nalmente, el responsable pagaría dos pesos por el servicio de un cabo y dos
soldados que estarían en el sitio con el fin de evitar cualquier desorden. 54
Para montar espectáculos circenses, ecuestres o teatrales de ocasión se
pagarían seis pesos. Si se tratara de establecimientos permanentes como tea-
tros y plazas de toros se haría una subasta y se asignaría la autorización al
mejor postor. Los bailes estarían exentos de contribuciones, a menos que se
realizaran o prolongaran después de las nueve y media de la noche, en cuyo

52
Ibid., pp. 360-361.
53
Ibid., pp. 412-414.
54
Ibid., pp. 414-416.
Francisco Severo Maldonado 147

caso la persona responsable pagaría un peso. Igual suma se cobraría para


los bailes durante las fiestas nacionales. También pagarían dos pesos para
el cabo y el par de soldados. Asimismo, se impondría una contribución de
tres pesos anuales sobre los coches, debido a que eran objetos de lujo “o
síntoma de una riqueza superabundante”. 55 Vale apuntar que Maldonado
no aclara si los cobros con fines de control social desaparecerían también
cuando los ingresos por los arriendos de la tierra estatizada fueran suficien-
tes para cubrir todos los gastos de la administración pública. Es probable
que no, en virtud de que carecían de propósitos hacendarios.

Comentarios finales

Salvo algunos comentarios elogiosos emitidos entre 1821 y 1823 en favor


del Nuevo pacto social y de su versión ampliada, el Contrato de asociación, no con-
tamos con evidencias de que la obra de Francisco Severo Maldonado haya
tenido buena recepción entre la clase gobernante de su época.56 Hasta don-
de sabemos, su proyecto hacendario en particular sólo mereció un comen-
tario negativo del clérigo poblano Juan Nepomuceno Troncoso en 1821.57
Según las palabras de Cosme Torres, publicadas en 1844, y que sirven de
epígrafe a este texto, el sacerdote nayarita fue más bien objeto de burla y su
proyecto calificado despectivamente como utópico.

55
Ibid.
56
Según el mismo Maldonado, el Nuevo pacto social recibió comentarios elogiosos de Antonio
Joaquín Pérez, obispo de Puebla. Wenceslao de la Barquera se expresó en buenos términos de la
obra en un tratado de derecho público que escribió. Un tal J. M. Q. publicó una nota elogiosa en el
Noticioso General del 26 de julio de 1822. Similar opinión expresó en una carta enviada a una dama,
“célebre por los grandes sacrificios que ha hecho por la independencia de la patria”. Los editores de
dicho cotidiano también dedicaron en el mismo número comentarios bastante favorables a la obra
del cura nayarita. El canónigo magistral de la catedral de Monterrey, José Francisco Arroyo de Anda
y Villagómez, remitió una carta a Maldonado para ponderar algunos de los asuntos tratados en su
proyecto. En términos similares se expresaron los editores de El Iris de Jalisco en su primer número,
así como los de la Gaceta de Guadalajara cuando anunciaron la aparición de la obra en 1823. Estos
comentarios fueron reproducidos por el mismo Maldonado en la introducción al Contrato de asociación
para la República de los Estados Unidos del Anáhuac. Maldonado, Contrato, 1823, introducción.
Otras notas periodísticas elogiosas se publicaron en La Sabatina Universal. Periódico Político y
Literario, ciudad de México, 6 de junio de 1822, pp. 72-73. El Águila Mejicana, 12 de agosto de 1823,
remitido firmado por “El Tapatío”.
57
“Carta [de Juan Nepomuceno Troncoso] al general en jefe del Ejército Imperial del Señor
don Agustín de Iturbide”, Puebla, 16 de septiembre de 1821, en Hemeroteca Nacional de México
(hnm), fondo Reservado, LAF 811, Q-I-5-6, sub-dir. misc. v. 811.
148 Pensar la Hacienda pública

Consecuente con el alto concepto que según algunos autores tenía de


sí mismo, Maldonado estaba convencido de que su proyecto era un aporte
valiosísimo, original, perfecto y viable. Nada había de utópico en él. Según
sus propias palabras:

En todas estas disposiciones, nada [hay] de quimérico, nada de imaginario,


nada que huela a delirio de academia, nada que sea imposible de realizarse
[…]. En nuestro código es desconocido el arte de hacer derramar lágrimas
a nadie, y si un sólo individuo de la generación presente resultase dislocado
de la adopción de nuestros planes, no nos hubiéramos resuelto jamás a pu-
blicarlo. Sin atacar, pues, al clero, como lo han de costumbre los anarquistas
modernos, sin que por eso hayan medrado nada los legos y dejando en toda
la plenitud y goce de sus rentas a los obispos y canónigos, y ciñéndonos a
reformar solamente la renta de los futuros.58

Ignoramos si Maldonado intentó hacer llegar su “Bosquejo” al Con-


greso constituyente o si se limitó a publicarlo. Sí sabemos que nunca se discu-
tió en dicho órgano. No obstante, la diversidad de intereses, la polarización
de las posiciones políticas, las expectativas sociales y las discrepancias entre
el Congreso y el emperador Iturbide –durante el segundo semestre de 1822–
sugieren que no había condiciones para un proyecto como el del cura nayari-
ta. Desde antes de 1821 el poder político se había fragmentado y dispersado
entre los gobiernos provinciales que veían con sumo recelo cualquier intento
de hegemonía de los grupos de interés asentados en la capital del imperio.
La independencia se había realizado no sólo en Madrid, sino también en la
ciudad de México. Cualquier intento de centralización sería resistido perti-
nazmente en los siguientes años. En este contexto, un proyecto hacendario
que tenía como una de sus premisas la centralización y el fortalecimiento del
Estado resultaba poco viable, como lo constató Agustín de Iturbide.59

58
Maldonado, “Bosquejo”, 1822, pp. 367 y 423.
59
Según Francisco Severo Maldonado: “En una sociedad bien organizada, cual jamás lo ha
sido ninguna de cuantas hoy existen, ningún ramo debe girar por conductos aislados, en todos debe
reinar el espíritu de unidad de acción y de energía, sobre todo, en el sistema de rentas”. Por consi-
guiente no debería haber más “que una sola mano recaudadora de todo género de rentas, dándole
todos los subalternos necesarios, a fin de que jamás tenga excusa de presentarle a la nación, cuando
esta la llame a cuentas y la haga responsable de las faltas más ligeras”. La centralización del cobro de
las rentas tenía la “ventaja incomparable de disminuir mucho los gastos de recaudación, empleando
en ella […] el menor posible número de brazos, y el de poder asalariar mejor a estos, libertándolos
de las infidelidades a que dan lugar los sueldos mezquinos que no bastan para la subsistencia del
sirviente”. Ibid., p. 419.
Francisco Severo Maldonado 149

El liberalismo doctrinario que tanto desdeñaba Maldonado estaba en


la mente de la mayor parte de la clase política. No eran pocos los que que-
rían deshacerse inmediatamente de las instituciones coloniales, percibidas
como símbolos del despotismo, sin importar las consecuencias financieras.
En ese caso se encontraban los estancos gubernamentales. La libertad eco-
nómica, el individualismo y el derecho a la acumulación de las tierras y del
capital estaban en proceso de convertirse en dogmas para la elite política y
económica. La idea del Estado propietario, en especial de la tierra, cayó en
un terreno estéril que la condenó a perecer.
Una buena parte de la sociedad tenía la creencia de que la indepen-
dencia implicaba el fin de los excesos impositivos del antiguo régimen, en
especial de los préstamos forzosos. La disposición a contribuir voluntaria-
mente con el erario, como deseaba Maldonado, no estaba en el ánimo de
la mayoría de los mexicanos. Existía un profundo imaginario antitributa-
rio constituido como principio. Cierto que Maldonado lo compartía, pero
como una realización a muy largo plazo. De manera inmediata, no había
más remedio que aceptar la continuidad de algunos gravámenes. En opo-
sición, muchos mexicanos pensaban que la disolución de la estructura re-
caudatoria, al menos la central, debía extinguirse de inmediato. En el mejor
de lo casos sólo estaban dispuestos a colaborar con sus gobiernos locales.
El erario público de 1822, y los años posteriores, enfrentó necesida-
des ingentes que reclamaban resolución inmediata. No dejaban margen
para la experimentación y establecimiento de una estructura fiscal nueva.
En consecuencia, los temidos préstamos que Maldonado buscaba evitar
se convirtieron en una de las formas más comunes de financiar el gasto
público. En este contexto, la mayor parte de los proyectos hacendarios es-
tuvieron condicionados por las abrumadoras necesidades que requerían
atención inmediata. Pocos individuos, como Maldonado, se tomaron el
tiempo para pensar en el largo plazo y proponer soluciones estructurales
para acabar con los problemas e, incluso, para imaginar un nuevo orden
social. Utópico, sin duda, pero que refleja con nitidez la creencia de algu-
nos intelectuales y políticos de la época de que formaban parte de una ge-
neración que tenía la oportunidad y obligación de sentar los cimientos del
nuevo Estado. Esta excepcionalidad del sacerdote nayarita obedeció, tal
vez, al hecho de que, a diferencia de otros escritores de su época, fue un
intelectual con muy poca participación en la política. Su proyecto no nació
en una oficina de gobierno, sino en la penumbra de la habitación de un
hombre de letras que parece haber desdeñado los puestos públicos. Así lo
150 Pensar la Hacienda pública

sugiere el modesto papel que desempeñó en la Soberana Junta Provisional


Gubernativa, a pesar de su vasta cultura.
El deslumbrante pensamiento social y económico del teólogo nayari-
ta chocó bruscamente con la realidad mexicana de su tiempo. Sin duda se
trató de un enorme ejercicio intelectual, prueba de su talento poco común.
No obstante, su agudeza mental no le permitió leer con realismo el contexto
político ni comprender el imaginario de sus connacionales, a quienes, por
cierto, tenía en poca estima intelectual. Parece que la historia de Maldona-
do es una más de los pensadores incomprendidos. Como otros, concluyó
su vida decepcionado y renegando de los hombres de su tiempo. Ciego y
al borde de la muerte, cuentan que dijo: “Los mexicanos son ocho millones
de orangutanes; el único hombre soy yo.”60

FUENTES CONSULTADAS

Archivos

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Hemerografía

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60
La anécdota la cuenta Agustín Rivera de la siguiente manera: “Me decía mi tío el doctor [Cle-
mente] Sanromán que una vez él y el cura de Tepatitlán doctor don Manuel Moreno (lo conocí siendo
canónigo, era candoroso), fue a visitar al doctor Maldonado cuando ya estaba ciego, y que les dijo:
‘Los mexicanos son ocho millones de orangutanes; el único hombre soy yo.’” Rivera, Hijos, 1897, p. 54.
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