Está en la página 1de 1

El pollo

En otoño mi madre solía viajar a Moscú con mis hermanos pequeños, que estudiaban en la ciudad.
Mi padre, mi hermana y yo nos quedábamos en Yásnaia Poliana algunos meses más. Nosotras, al
igual que mi padre, vivíamos como Robinson; es decir, tratábamos de apañarnos sin ayuda del
servicio: limpiábamos las habitaciones y cocinábamos (por supuesto, era una comida
estrictamente vegetariana).

Una mañana nos enteramos de que ese mismo día vendría a visitarnos nuestra tía, gran amiga de
la familia, y a la que queríamos mucho. Sabíamos que a mi tía le gustaba la buena comida, sobre
todo la carne. ¿Qué podíamos hacer? ¿cocinar un “cadáver”? (así es como nos referíamos a la
carne). La sola idea de hacerlo nos llenaba de horror. Cuando mi hermana y yo lo estábamos
discutiendo, entró mi padre, y le dijimos que no sabíamos qué hacer.

-Cocinad lo de siempre- nos dijo.

Llegó nuestra tía, tan guapa, alegre y enérgica como de costumbre.

A la hora de comer fuimos al comedor. Y ¿qué fue lo que vimos? Entre los cubiertos de mi tía había
un enorme cuchillo de cocina; además, había un pollo vivo atado a la pata de una silla. El pobre
pollo se resolvía y tiraba de la silla.

-¿Ves esto? –le dijo nuestro padre a la invitada-. Como sabemos que te gusta comer seres vivos, te
hemos preparado un pollo. Pero como ninguno de nosotros lo puede matar, te hemos dejado aquí
ese instrumento mortífero. Hazlo tú misma.

-¡Ya estás con una de tus bromas! –exclamó la tía Tania riendo-. Tania, Masha, desatad
inmediatamente al pobre animal y ponedlo en libertad.

Nos apresuramos a cumplir su deseo. Tras liberar al pollo, servimos la comida que habíamos
preparado: macarrones, hortalizas y fruta. Nuestra tía se lo comió todo con gran apetito.

Sin embargo, debo decir que la lección que su querido cuñado le había dado no la hizo cambiar de
opinión: siguió comiendo carne.

Del diario de Tatiana Sujótina-Tolstaia,

hija de Lev Tolstói

También podría gustarte