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Misa en la plaza de San Pedro del Vaticano en 2013. STEFANO RELLANDINI (REUTERS)
Es difícil llegar al cielo siendo banquero de Dios. Ese título, atribuido a quienes han
dirigido el Instituto para las Obras de Religión (el IOR o banco del Vaticano) desde que
Pío XII lo fundó en 1943, suele ser más bien una autopista en el sentido contrario. Ahí
está el recuerdo de monseñor Paul Marcinkus, a quien Juan Pablo II protegió de la
justicia italiana escondiéndolo en el Vaticano y cuyos dos principales aliados, el abogado
de la mafia Michele Sindona y el banquero Roberto Calvi, fueron asesinados. Al primero
le sirvieron un café con cianuro en la cárcel y al segundo lo colgaron de un puente de
Londres. Tales antecedentes debieron de pesar en el ánimo de Ettore Gotti Tedeschi, el
economista que Benedicto XVI situó en 2009 al frente del IOR para limpiar las finanzas
vaticanas, hasta el punto de que, tras percatarse de lo que escondían algunas de las
24.000 cuentas opacas del banco, redactó un expediente con documentación sensible,
se lo entregó a dos amigos íntimos y les dijo: “Si me asesinan, aquí está la razón de mi
muerte”.
El Vaticano refuerza
el control de sus La reacción de Gotti Tedeschi se produce semanas después de que
finanzas monseñor George Pell, el cardenal australiano a quien Jorge Mario
Bergoglio ha otorgado un poder casi absoluto para supervisar todos
los departamentos financieros del Vaticano —incluido el IOR—, empezara a sufrir una
cacería similar a la que sufrió él. Parecida en las armas —la filtración de documentos
reservados para minar su prestigio— y también en el motivo: tanto Gotti Tedeschi, por
orden de Ratzinger, como ahora Pell, por orden de Bergoglio, están dispuestos a
colaborar con las autoridades italianas y europeas para evitar de una vez que la Santa
Sede deje de ser un paraíso fiscal en el centro de Roma y adopte los procedimientos
internacionales contra el blanqueo de capitales y la financiación del terrorismo. Lo de
menos —para quienes desde dentro del Vaticano se siguen oponiendo a la transparencia
— es que de las 21.000 cuentas que había en el IOR en 2009 ahora ya solo queden
15.000, sino que a Pell se le ocurra colaborar con el Gobierno italiano, con el que acaba
de alcanzar un acuerdo fiscal, e incluso pasarle información sobre los propietarios y los
movimientos de las cuentas hasta ahora opacas. Ello sería considerado una traición al
secretismo vaticano que ya perpetró Gotti Tedeschi en 2010, cuando la fiscalía de Roma
secuestró 23 millones que el IOR tenía depositados en un banco italiano, y del que
también creen capaz al cardenal australiano, quien el pasado mes de diciembre desveló
que había encontrado cientos de millones de euros escondidos.
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