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CAPITULO 27
349. Esta engañada mujer, que por otra parte tenía muy
ligera la ira, se fue toda muy enfurecida a nuestra
mansísima cordera María santísima y la dijo en su rostro
execrables injurias y vituperios. Pero dejándola poco a
poco derramar el enojo concebido, la habló Su Alteza con
palabras tan humildes y dulces, que la trocó toda y le
puso blando el corazón. Y cuando estuvo más en sí, la
consoló y sosegó, amonestándola se guardase del
demonio, y dándola alguna limosna, porque era pobre, la
despidió en paz; con que se desvaneció este enredo,
como otros muchos de esta condición que fabricó el
padre de la mentira Lucifer, no sólo para irritar a la
mansísima Señora, sino también para de camino
desacreditarla. Pero el Altísimo previno la defensa de la
honra de su Madre santísima por medio de su misma
perfección, humildad y prudencia, de tal suerte que
jamás pudo el demonio desacreditarla en cosa alguna;
porque ella obraba y procedía con todos tan mansa y
sabiamente, que la multitud de máquinas que fraguaba
el dragón se destruían sin tener efecto. La igualdad y
mansedumbre, que en este género de tentaciones tuvo la
soberana Señora, fue de admiración para los Ángeles, y
aun los mismos demonios se admiraban, aunque
diferentemente, de ver tal modo de obrar en una criatura
humana y mujer, porque jamás habían conocido otra
semejante.
CAPITULO 28
LIBRO IV
ONTIENE LOS RECELOS DE SAN JOSÉ, CONOCIENDO EL PREÑADO
CAPITULO 1
C
onoce el santo José el preñado de su esposa María
Virgen y entra en grande cuidado sabiendo que en
él no tenía parte.
CAPITULO 2
CAPITULO 3
CAPITULO 4
CAPITULO 5
CAPITULO 6
435. Hija mía muy amada, quiero que muchas veces sea
renovada en ti la ciencia del Señor y que tenga ciencia
de voz (Sab 1, 7) en ti, para que conozcas y conozcan los
mortales el peligroso engaño y perverso juicio que
hacen, como amadores de la mentira (Sal 4, 3), en las
cosas temporales y visibles. ¿Quién hay de los hombres
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CAPITULO 7
CAPITULO 8
461, 470, 589, 619, 622, 631, 634, etc.). Y la gran Reina fue
renovada y preparada con nueva luz divina, en que
conoció nuevos misterios de los trabajos que se le
ofrecerían nacido el niño Dios, con la persecución de
Herodes y otros cuidados y tribulaciones que
sobrevendrían. Y para todo ofreció su invicto corazón
preparado (Sal 107, 2) y no turbado, y dio gracias al
Señor por todo lo que en ella obraba y disponía.
CAPITULO 9