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vecindario, asomarse por la ventana de cada casa y echar un vistazo dentro. Esto es
precisamente lo que hace nuestra narradora, Esperanza, a lo largo del libro: espiar la
vida que trascurre en su casa y en las que la rodean. No es simple curiosidad de niña.
Esperanza no observa a cualquiera, observa a las mujeres porque ella es mujer y quiere
escoger qué mujer ser, busca en las mujeres de su vecindario la mujer que quiere ser. El
una casa propia. La casa se convierte, entonces, en una poderosa metáfora de la vida
femenina que se construye a lo largo de los cuentos de la novela para dar una imagen
Desde el principio queda claro: Esperanza quiere su propia casa. “Desde ese
momento supe que debía tener una casa. Una que pudiera señalar. Pero no esta casa. La
casa de Mango Street no” (5), dice la narradora en el primer cuento, insatisfecha del
hacia el final de la novela la intención de Esperanza persiste: “Un día llenaré mis maletas
de libros y papel. Algún día le diré adiós a Mango Street” (112), afirma Esperanza en el
aquel que abre el libro “No siempre hemos vivido en Mango Street […]” (3 y 111). Esta
conexión establece el marco del libro: la búsqueda de una vida por fuera de Mango
Street. Y sabemos que en realidad se trata de una vida más que de una casa si prestamos
atención al penúltimo cuento “Una casa propia”, donde Esperanza describe la casa que
A lo largo de la novela vemos la vida que transcurre al interior de las casas del
la narradora menciona a alguna de sus vecinas y esclarece dónde vive cada una. Por
ejemplo, para introducir a Marín, Esperanza cuenta: “Bajo la casa de Meme hay un
sótano que […] rentó a una familia puertorriqueña. La familia de Louie” (23). En este
caso Louie es tan solo un vehículo para hablar de su prima, Marín. Esto sucede a
menudo en La casa en Mango Street: los personajes masculinos son tan solo un medio
para hablar de las mujeres. Lo mismo sucede en “El Earl de Tenesse” cuando se describe
dónde vive Earl para luego hablar de una mujer misteriosa que lo visita, o también en
“No Speak English”, que empieza con la frase “Mamacita es la mujer enorme del hombre
Todas estas mujeres que rodean a Esperanza se presentan como opciones de vida,
como casas posibles en las que podría vivir la narradora. Por supuesto, ninguna le
resulta atractiva. Y es que a lo largo del libro se demuestran las pocas opciones que
tienen las mujeres que rodean a Esperanza, muchas veces, precisamente, a través de la
figura de la casa. “Edna es la dueña del edificio de al lado”, leemos en el quinto cuento,
“Antes tenía un edificio grande como una ballena, pero su hermano lo vendió” (12). Algo
parecido sucede con la “mamasota” de “No Speak English” que vive en su casa porque su
esposo la trajo hasta allí, o con Rafaela en el cuento que sigue, que es prisionera de su
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propia casa porque “es demasiado bonita para que la vean” (81). Las mujeres de La casa
en Mango Street parecen condenadas a vivir donde viven sin poder elegir, tal como
vemos en el personaje Sally, a la que la narradora escribe: “Sally, ¿no deseas a veces no
tener que ir a casa?, ¿no te gustaría que un día tus pies […] te llevaran lejos de Mango
Street?” (84), y quien, siete cuentos después, se ha casado “para escapar” (103).
relegada al ámbito doméstico. Es de ese tipo de casa que la narradora quiere huir, pero
no le queda tan fácil. Al final de la novela queda tan solo la intención: “Un día me iré”
(112), aquella intención establecida desde el primer cuento, aquel que termina con un
mensaje desesperanzador: “Pero yo sé como son esas cosas” (5). Esperanza termina por
ser su casa, Mango Street, la vida a la que están condenadas todas las mujeres de su
barrio.
Trabajos citados
Cisneros, Sandra. La casa en Mango Street. Trad. Elena Poniatowska. Nueva York:
Vintage Español, 1984.