Lo cierto es que la aparición de los nuncios no fue
bien vista en muchos países, ni siquiera por la propia
jerarquía eclesiástica local. Los obispos veían a estos enviados de Roma como una clara «interferencia» en los asuntos nacionales, principalmente en aquellos países donde el clero defendía su derecho a negociar sus propios acuerdos con los gobiernos hostiles, sin interferencias vaticanas.