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pasado y presente Desconocides por lo general en Europa y al norte del Rio Grande, el arte y la arquitectura de América latina se pre- sentan como un confuso conglomerado del cual se conecen s6lo algunos datos episédicos, el nombre de algunos de sus grandes monumentos y el ritmico vocablo que designa ol re- céndito lugar donde se erigen. Contrariamente a lo que seria dable imaginar, los latinoamericanos no conocemos en general mucho mas profundamente la realidad que nos proponemos examinar en estas p&ginas, y si ello es asf es porque recién estamos descubriendo que el conocimiento mutuo requiere un trabajo cotidiano que debe realizarse més allé de la retérica del panamericanismo. De esta vasta regién se ignora més de lo que se conoce y por ello se tiende a englobar en una imagen simplificada ef pasado y el presente de su produccién artistica, presuncién que se extiende ademés a otras esferas del quehacer humano. Sin embargo, los desarrollos culturales de estos palses, con tener muchos puntos de contacto, distan de ser intercambia- bles, y sus tradiciones arquitecténicas, en consecuencia, no son absolutamente coincidentes. Un mundo de diferencias 1 Vista de la pirémide principal del Siste- ma IV, Monte Alb’n, Oaxaca Foto Zamora. México, u 2 Portal de la casa de las ventanas-de hie- Fro. Coro, Est. Falcén, Venezuela, Foto G. Gasparini, At, Creole. Vista del atrio del Buen Jestis de Matosi- hos, profetas Joel, Oseas, Nehum, Daniel, Congonhas do Campo, Minas Geraes, Bra- sil, Foto Horacio Coppola. separa la evolucién de las grandes culturas mesoamericanas de las formas de existencia y de los magnificos productos ar- tisticos que se concretaron en el rarificado clima del altiplano boliviano 0 en las costas peruanas del Pacifico. A despecho del vigor de sus esculturas en piedra y de la de- licadeza de sus disefios cerémicos, las culturas del noroeste argentino no produjeron nunca una obra que alcanzara los contornos monumentales de Sacsahuaman o la urbanistica ela- boracién de Chichen Itzé, y es evidente que la accién de los grupos humanos que ocupaban la inmensidad del horizonte Pampeano o la selvatica realidad del mato amazénico no puede parangonarse con la de los habitantes de las regiones antes citadas. Es por ello que el pasado precolombino se presenta a los ojos de los propios latinoamericanos de modos tan diversos. Asi, por ejemplo, resulta muy diffcil a un argentino aceptar como una herencia directa lo que jamés percibe como una realidad inmediata, en tanto, un mexicano tiene a cada paso elementos que le recuerdan que en esas tierras no hace mucho tiempo Texcatlipoca, el “espejo humeante”, reinaba en las cuatro direcciones con color -distinto, Todas las tardes los pescadores del Titicaca retornan a las iillas del lago en balsas de disefio milenario, y en un pueblo préximo la vida transcurre como habiendo escapado a la his- toria e ignorando la conquista hispana. En las grandes urbes del Plata, en tanto, pareciera que nada hubo. antes que los conquistadores asentaran su planta en esas tierras. El pasado precolombino es para todos un enigma. Desde las murallas de Machu Picchu un descendiente de los Incas se pierde en la contemplacién de las montafias distantes mientras el estruendo de las aguas del Urubamba le recuerdan bajaban répidas en tiempos de la construccién evacuacién de la ciudad solitaria; pero su mirada no pareciera poder penetrar més que la nuestra en el pasado. zLa conquista habria asi cerrado para todos y para siempre la comprensién efectiva de un mundo iluminado por mitos solares? Y sin embargo, como acechados por una angustia metafisica, los latinoamericanos volvemos nuestra mirada a los muros de Cuzco y creemos descubrir en la tens: de los sillares todo un modo de ver y sentir que pensamos ra ser nuestro. América latina es por otra parte una herencia de la conquista ibérica y toda verdadera explicacién del fenémeno debe por lo tanto partir de una comprensién de los orfgenes espafal y portugués, No siempre se comprende que la faz de Espafia dista' de ser uniforme y que la locuaz y colorida gesticulacién de un Narciso Tomé tiene por contrapartida el agénico laco- nismo y la grandeza del Escorial. Demasiadas veces se olvida cugnto subyace de érabe en la tradicién arquitecténica, y adn en nuestros dias, no sélo a través de motivos superficiales sino en lo que es més decisivo: en la concepcién del espacio. Es importante comprender asimismo que las tradiciones lusi- tanas no eran absolutamente coincidentes con las espafolas, Aun cuando con Felipe Il ambos reinos estuvieron reunidos bajo un mismo monarca, el trazado urbano de las ciudades rp hd 4 Coie popular, Venezuela, Foto G. Gaspa- 14 Fini, At. Cre ole. brasilefias muestra bien claramente que una concepcién més libre y esponténea que inclufa vistas y niveles cambiantes presidfa su ereccién. Sélo algunos ejemplos de la América espafiola parecen escapar al autoritario trazado ortogonal, pero a pesar de lo que sugiere una mirada répide de los planos urbanos el resultado distaba de ser monétono. Contrariamente a lo que habla acontecido en Europa las nuevas ciudades de América antes que ejercer una atraccién centripeta, se désarrollaron centrifugamente como cabeceras de un flujo constante tendiente a la ocupacién del suelo. Si bien la conquista espafiola signifies la casi total oblitera- cién de las culturas urbanas preexistentes lo cierto es que los centros del nuevo poder se levantaron a menudo practica- mente sobre las ruinas de los viejos muros estableciéndose una continuidad en muchos casos sorprendente.” La violenta colisién cultural consecuencia de la conquista espa- fiola tuvo efectos bien distintos on las diversas Sreas que constituyen hoy Latinoamériga, y si bien Bolivia, México, y Perd pueden reclamar para sf un gran pasado arquitecténico colonial, fruto alguna ver de la integracién de las tendencies artisticas de los colonizadores europeos con las necesidades expresivas de la mano de obra nativa —o en el caso de Brasil, de la africane—, no podria afirmarse lo mismo en el caso de otras naciones americanas. Nada hay en el Uruguay ni en Chile comparable a la plaza del Cuzco 0 a la capilla del Sagrario de Puebla, y figuras de la talla de un Aleijadinho ‘no surgieron sino excepcionalmente en el continente. Por otra parte, en muchos lugares la arquitectura colonial fue més una modatidad esponténea y popular que una corriente afirmada en grandes ok = do arte. 7 pot de Es verdad que la independencia politica de principios del ond i todos los pafses a un alejamiento pero seria apresurado afirmar que el proceso cobré en partes igual vigor o significado. [os pales del Plata conocieron, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX, un acentuado proceso de euro- peizacién y cosmopolitismo debido a un particular desarrollo cultural, pero esta situacién no se reprodujo en México o Bra~ sil, aun cuando allt también pueden hallarse rastros evidentes del proceso. Es que mientras en el Sur las clases dirigentes lograron en buena medida erradicar los antiguos. patrones culturales. y sustituirlos por nuevos patrones importados de Europa, en otras partes ello no pasé de ser un intento desti- nado al fracaso; en México, a causa de la persistoncia de una tradicién popular de gran arraigo y quizés por reaccién a la intervencién austro-francesa y més tarde al Porfirismo; on Bra- sil, por una suerte de idiosincrasia particular.” En la regién del Plata, probablemente las grandes masas inmigratories (espe- olas, italianas, inglesas y francesas) pesaron decisivamente en la balanza, alterando por completo la composicién étnica y cultural de la poblacién. Bastarfa con echar un vistazo a les metrépolis sudamericanas para percibir en seguida las pro- fundas diferencias que las separan como consecuencia de los diferentes procesos culturales sufrides. En México el pasado colonial opera como un gran telén de fondo que quizés no tenga parangén como poten ‘como, realidad de conjunto en ningdn otro lugar de América latina. Y aun cuando se lo rechace las més de las veces en el plazo de la conciencia social, lo cierto es que parece haberse posesio- nado a lo largo del dilatado conflicto histérico de los gestos, de Ia realidad espiritual, del paisaje rural y urbano. Buenos Aires earece en cambio précticamente de arquitectura colo- rial —buena parte del centro de la ciudad presenta un acento : parisino finisecular entre estilista y Art Nouveau—, y si bien Rio de Janeiro conserva bastante de su pasado colonial, |. arquitectura del iltimo ochocientos no asume en esta la misma importancia que tuvo en el Plata. Los grandes fazen- deros brasilefios, tal como nos los describe Gilberto Freire, refaccionaron sus antiguas casas de campo y permanecieron en ell las pampas argentinas en cambio las grandes casas de estancia a la inglesa o a la francesa comienzan a surgir entre 1890 y 1910. La adopcién de éstilos del pasado implicé de todos modos, al igual que en Europa, una pérdida de auten- ticidad, con el agravante de que esta actitud nostélgica adqui- ria en Latinoamérica un carécter més falaz, pues se trataba en realidad de una nostalgia por el pasado de otros. La reaccién anticuropefsta no tardé en manifestarse, y surgié en la sequn- da década del siglo bajo la forma de un retorno a las formas del pasado colonial o hispano, Pero la busca de una expresién propia y auténtica, sentida como una urgencia impostergable, no podia resolverse por medio de una solucién anacrénica y en el fondo tan poco vital. El problema, sin solucién, quedd flotando en las conciencias. Desde comienzos del siglo, el tema de la arquitectura americana y posteriormente el de la arqui- tectura nacional parece haber preocupado a distintas gene- raciones de arquitectos. En la Argentina, Alejandro Christophersen (de origen noruego} en un articulo titulado "Nuevos Rumbos", de 1915, planteaba | la necesidad de superar el "pastiche" de! siglo XVIll francés. y buscar nuevos rumbos inspiréndose con sinceridad en tradiciones del pats y logrando un arte que recordase en cada detalle el clima, las costumbres y los materiales de! suelo argentino. Ajios més tarde, en el Brasil al su cién del vocabulario arquitecténico moderno a la realidad del trépico, con su pai- saje, clima y ambiente peculiares, y buscarse un acercamiento a formas y procedimientos del gran pasado arquitect6nico co- lonial. De all el empleo del “brise-soleil" y la introduecién del atulejo y de las formas libres. Igual empefio puede descubrirse en ol retorno a lo precolombino que se produjo en México a comienzos de 1950, sucediendo al primitivo funcionalismo que tenfa en Villagrén Garcia a su personalidad més represen- tativa. La sola proocupacién por ef problema demuestra desde ¥8 5 sanatorio para tuberculoos, Hulpuleo, Mée que se esté frente a una toma de conciencia de la dependen- xico D. Fa Arq, José Vileagréa Garcia, cia de modelos exteriores que debe considerarse como parte 1929. de la lucha de Latinoamérica por asumir una personalidad — § Casa de Ia calle Dublin 7, México D. F. 3 cultural nueva y definida. Sin cuestionar la legi Arg. José Villagrén Garcia, 1937. 15 7 Casa en Flores, Buenos Aires, Argentina, ‘Arg. Wladimiro de Acosta, Gérnez Automévil Club de Mar del Plata, Prov. de Buenos Aires, Argentina, Ing. A. U. Vilar, 1938, Foto Gémez. 1935, Foto 16 Pi planteo, resulta necesario analizar su verdadera naturaleza y despejar algunos equivocos notorios que existen al respecto. Dos errores manifiestos parecen existir alrededor de esta cues- ti6n. El primero de ellos reside en el supuesto de que la mera transcripcién objetiva de un conjunto de datos locales con- duce necesariamente a una auténtica expresin artistica; el segundo parte de la idea de que existe algo asf como un ser nacional ya constituido cuya expresién debe lograrse. Pero resulta que la mera transcripcién objetiva no ha conducido nunca a la obra de arte auténtica. Més imposible aun es detec- tar “'a priori” al ser nacional, para después expresarlo en forma artistica, pues justamente el espiritu nacional o de pueblo, lejos de ser una constante-histérica, es una variable que, indo de ser una fuerza impersonal, es ‘algo que reside en los individuos ¥ que las obras, de existir, contribuyen cada vez a concretar. Un corolario de esta posicién resulta el argumento (eventual- mente extratdo de Wortinger) que defienden algunos arqui- tectos mexicanos en el sentido de que las tendencias posra- cionalistas no hacen sino revelar una vez més ol eterno instinto racial azteca.” Resulta dificil pensar que la voluntad de forma —si es que tal abstraccién existe en la realidad y no es mera- mente un instrumento critico de generalizacién— sea el resul- tado de una determinada herencia biolégica. Lo espafiol en el arte, por ejemplo, no es algo que pudiera llegar a deter tarse por fuera de las obras de un Lope, de un Velézquez, de un Churriguera, de un Herrera o de los autores anénimos de la arquitectura popular o de Gaudi, sino que justamente es una realidad que surge con ellos, adquiere consistencia sélo a través de sus obras y, por otra parte, obtiene reco- nocimiento universal en la medida en que, al superar la simple instancia local, se dirige a una conciencia universal. De ahi que pueda afirmarse que la inconsistencia de lo no americano no reside fundamentalmente, como piensa el nacio- nalism en el campo de lo ético-politico, sino mas bien en el dor estricto del arte. Y es su falta de autenticidad artistica lo que lo condena.’ La expresién nacional, por eso mismo, no podré ser ni seré el resultado de un programa o de un preconcepto teérico, que sélo puede concluir en el clisé; no puede ser ni ser&-un producto forzado, sino el resultado de un auténtico proceso creador. La vigencia del problema de la arquitectura americana sélo puede re venders cabalmente si nos remontamos a los origenes de la arquitectura moderna en Latinoamérica. Cuan- do el modernismo racionalista hizo su aparicién en la década del veinte en el mundo Hspanoam no, lo hizo en cierto modo como un producto de importacién cultural. Es verdad el ideal funcionalista representé una nueva fuente de ins- i6n que si tiles recetas estilisticas pasatistas, y que comprometia a quie- nes abrazaban las postulaciones de Le Corbusier y Gropius en la bisqueda sincera de una nueva expresin arquitect6- nica, basada en una objetivacién de las necesidades del hom- bre moderne y de los medios técnicos a su disposicién. Pero lo cierto es que las circunstancias socio-econémicas y cultu- rales del momento distaban de ser idénticas a las que impe- ea raban en el viejo continente, y ello convirtié a los primeros ensayos racionalistas més en expresiones de una “intelligent- zia" progresista pero aislada que en productos con sélidas raices en suelo americano, Dichos ensayos no gozaron de la simpatfa de las masas, que fo comprendian este vocabulario ascético, y menos aun con- siguieron el favor de las asi llamadas clases ilustradas. De ello no debe deducirse, sin embargo, que las obras realizadas entre 1928 y 1938 carecieran de valor, pero resulta sintomético el hecho de que en la actualidad sélo se las considere como antecedentes de lo que después se construyé. r Tanto las obras de Villagrén Garcia, de O'Gorman y Cetto en México, como las de Gregori Warchavchik y Alvaro Vital en Brasil, las de Vilamajé y Cravoto en el Uruguay y las de y Prebisch en la Argentina, respondian a una cortiente arqui- tecténica que por entonces ponfa especial énfasis en su inter- nacionalismo, la cual presumia la eliminacién de todo tipo de caracterizacién localista, considerada como una manifestacién retrégrada, De alli que tanto la casa de la calle Dublin de Villagrén, como la casa Vilamajé en Montevideo o la casa de la rua Itépolis, de Warchavchik, en Pacaembd, pudieran concebirse a primera vista como construidas en cualquier lugar del mundo. En’ cierto modo, esta actitud encubria una contradiccién flagrante, pues si las funciones de uso, de acuerdo con la nueva concepcién, debian constituir el fundamento de toda forma, no se comprende bien por qué las diferencias de clima, condi- ciones sociales y procedimientos constructivos no debian refle- jarse de algén mode en las obras de arquitectura. Pero debe comprenderse que la etapa purista racional, por su propia dialéctica interna, debia desembocar en una diver- sificacién regionalista, y ello era cierto tanto para el caso de los patses latinoamericanos como para el resto del mundo. No escaparé al lector informado que la reaccién a la postura abstracta del funcionalismo purista comenz6 a gestarse en el interior mismo de los movimientos de vanguardia europea. Asi, las primeras reflexiones sobre las formas tipicas de las construeciones folkléricas y ef nacimiento del neoempiri: noeaico son productos de mediados de la cuarta década del siglo. En América | ina, la contrapartida de estas nuevas inquie- iz6 en el deseo de formular un vocabulario propio y estuyo encarnada en el movimiento brasilefio surgido del Ministerio de Educacién y Salud, en México en el retorno prehispano y en la Argentina en el grupo Austral. Pero el sig- nificado de estos tres movimientos, aparte de esa comin reaccién contra el clisé de la “machine & habiter", divergia en mas de un aspecto, y si bien tenfan en comin una honda preocupacién por lo social, su acento y cardcter distaba de ser el misma. 9 Hall del Cine Gran Rex, Buenos Aires, Argentine, Arg. Alberto Prebisch, 1937, Foto Gémer. 7

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