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La tragedia del moralismo

Sobre la película Dies Irae de C. T. Dreyer, comentado por Don Luigi


Giussani

El dramatismo que el sentido religioso introduce en la vida, como se


documenta en Dios tiene necesidad de los hombres, se convierte en tragedia
para el hombre que piensa, para el hombre capaz de reflexionar realmente sobre
sí mismo: éste es el mensaje amargo, tremendo, grandioso de esta película.

Se trata de una obra cinematográfica de un gran valor artístico tanto por el


uso de la palabra como por su fuerza comunicativa. El silencio se adueña de las
primeras secuencias e imprime el tono dominante a la película. Ciertamente, todas
las palabras que aparecen podrían escribirse en tres o cuatro hojas de cuaderno y,
sin embargo, hablan al corazón como descargas poderosas.

El silencio de los primeros minutos se rompe con una frase de la bruja:


“Grande es la fuerza del mal”. He aquí el verdadero título de la película. Grande
es la fuerza del mal que se insinúa en la ilusión a la que se inclina el corazón
del individuo, que penetra en la forma normal de vivir de la multitud y la
dispone a la violencia contra aquello que no corresponda a la propia imagen
ideal: la bruja, precisamente. Pero también se insinúa y domina en el corazón de
la gran figura del pastor protestante: el protagonista de la película, el poseedor,
el proclamador y amante de la ley. Por lo demás, todo esto no le ha
impedido elegir como esposa, siendo ya anciano, a una muchacha jovencísima;
no ha tenido en cuenta el ronzal con el que la atrapaba, el destino sofocante al
que la obligaba y el precio de esta elección, es decir, la excepción a la regla.
Porque en efecto, debería haber condenado, según sus reglas, a la madre de esta
muchacha que era bruja, pero no la condena, contraviniendo a su
conciencia. Grande es la fuerza del mal que perturba y corrompe la
frescura juvenil de la muchacha, que asedia la voluntad y los sentidos del hijo
del pastor. También la mujer demostrará tener el espíritu maléfico de su madre la
bruja. La joven mujer del pastor, llena de vitalidad, angustiada y aprisionada por
aquella relación, intentará liberarse a través del hijo. Pero el mal está en la
sangre, ha heredado de la madre el poder mágico de la brujería.

La mujer que aparece al principio es una amiga de la madre, y al revés


que ella será condenada a la hoguera. Le dice al pastor: “No habéis condenado a
mi amiga; si has hecho una excepción con ella, hazla conmigo”.
Grande es la fuerza del mal; y de hecho, el deseo de la joven mujer,
cargado de este extraño poder, hará morir al pastor.
¿Qué puede hacer un hombre ante esta fuerza del mal? Aquí llega el
verdadero significado de la película: el dramatismo del sentido religioso se
convierte en tragedia para el hombre que piensa. El sujeto de este mensaje, el
personaje que muestra esta tragedia es la encarnación del protestantismo; la
interpretación protestante es, sin duda, la interpretación más profunda que la con-
ciencia humana haya dado del sentido religioso.
El hombre no puede hacer nada contra el mal. Puede irritarse hasta
reaccionar con violencia (quemar a la bruja), pero no puede hacer nada. Es la
humillación que el pastor protestante lleva en su corazón para toda la vida,
consciente en el fondo al error al que se ha adherido y al que se adhiere, a pesar
de sus palabras y de su rol lleno de dignidad, guía del pueblo; es una demos-
tración de esta imposibilidad del hombre para resistir al mal. La tradición de la
Iglesia denomina a este fenómeno “pecado original”, fuente amarga y ambigua
que se halla en la raíz de nuestras acciones, de cada vida.

Pero Cristo ha venido por este mal, Dios ha venido a liberarnos de este
mal. ¿Cómo? Según la visión protestante, poniendo la esperanza en el más allá,
en una realidad sin conexión con el presente, sin relación con el presente,
abstracto, como nubes sobre los asuntos humanos. Este es, por tanto, el
único consuelo que puede sentir el hombre que piensa y que descubre en sí
la tragedia del mal: la esperanza en el más allá, en el más allá donde se
encuentra la misericordia. La bruja, poco antes de ser condenada a la hoguera, se
dirige al pastor y le dice: “¡Libérame, como has liberado a la madre de tu
mujer!”. Y el pastor le repite: “Ánimo, dentro de poco serás libre”, es decir,
después del fuego, en el más allá. “¡Pero es en el más acá dónde quiero vivir!”
dice la bruja, justamente, humanamente. Pero no recibe respuesta.

El punto culminante de la película es la última escena, cuando, después


de la muerte imprevista del pastor, su madre, la severa celadora del justo, acusa a la
nuera, durante el funeral y delante del pueblo, de ser la causa de la muerte de su
hijo. La acusa de ser una bruja como su madre. Las palabras que cierran la obra,
las últimas palabras, dan voz al rostro de la joven esposa del pastor: “Mis
ojos están llenos de lágrimas y nadie me las seca”. De este modo se explica la
contradicción con la secuencia de la película en la que ella llora al ver la muerte
de la bruja en la hoguera, y el hijo del pastor acude a ella y, viéndola envuelta
en lágrimas, le dice: “Yo te las seco”. Aquí no se halla la esencia de la vida;
aquella es sólo una breve compañía ilusoria. El sentido de la vida, tal como
emerge en esta película, es más exacto en su expresión última: “Mis ojos están
llenos de lágrimas y nadie me las seca—“.

Se trata, por tanto, de un cristianismo que planea sobre la vida de un modo


moralista, porque sólo indica el más allá. De este modo se proclama una
ley que expresa de manera más clara, potente, el sentido del pecado, la
conciencia del mal que está en nosotros, el sentido de la ambigüedad, de la
impostura, de la mentira que hay en nosotros. Porque sin ley, como también dice
San Pablo, el hombre se daría menos cuenta de esta mentira que hay en él.
Un cristianismo como éste planea sobre el mundo, gravita sólo como
comunicación de leyes morales que exaltan el sentimiento del mal para el
que no existe ningún remedio.

El remedio está en un más allá que no tiene nada que decir a


nuestra vida cotidiana, a nuestra aspiración y a nuestro dolor cotidiano. Es
únicamente una propuesta de huida. Tú, bruja, que estás a punto de ser quemada,
piensa en el más allá.

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