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DANZA DE LAS TIJERAS

TRADICION
ANTECEDENTES
• Se cree que la danza de las tijeras se originó en Ayacucho, después de 1565, como prolongación
del movimiento de resistencia cultural Taki Onkoy o enfermedad del canto, que tuvo su apogeo
entre 1560 y 1570.
• Los seguidores del movimiento no aceptaban las nuevas creencias, costumbres y formas de vida
impuestas por los españoles. Al ser perseguidos por los extirpadores de idolatrías, se refugiaron
en las zonas altas, por lo que se pensó que se habían extinguido. Reaparecieron a finales del siglo
XVI e inicios del siglo XVII.
• Durante la colonia participaron en diversas fiestas. Una prueba de ello es la pintura que data de
1835, atribuida a Pancho Fierro. Allí se aprecia a cuatro danzantes de tijeras en Lima,
acompañados por un guitarrista, un quenista y un arpista.
El danzante es un personaje ritual que es capaz de mediar entre los hombres y la naturaleza. La
antropóloga Lucy Núñez Rebaza señala que al terminar el aprendizaje de la danza, el bailarín
recibe la fuerza de los wamanis y de los dioses de la cosmovisión andina. Por eso, está presente
en las ceremonias agrícolas, como la limpieza de los canales, y en las fiestas religiosas.
En Ayacucho, Huancavelica y Apurímac se han identificado una veintena de pasos o etapas. En
cada uno, que demanda entre media y una hora, se ofrecen salidas o bailadas para demostrar la
habilidad de cada danzante. En estos pueblos, las cuadrillas se presentan durante varios días en la
plaza principal, las calles y la casa del mayordomo (carguyoq), incluso desde antes que amanezca.
En Lima, la danza de las tijeras se ha adaptado a las condiciones de vida y a las oportunidades
que los artistas populares encuentran para compartir sus expresiones culturales. A diferencia de
los pueblos andinos, en la capital hay menor tiempo para el contrapunto y los motivos para
ejecutarlo son diferentes. En general, las fiestas duran uno o dos días, y por cada jornada se baila
de dos a tres horas.
Los aniversarios de danzantes y músicos reconocidos, los concursos organizados por asociaciones
y las remembranzas de fiestas patronales son ocasiones para los contrapuntos. Los migrantes
promueven su práctica en las reuniones sociales que realizan en locales o sus viviendas. Además,
el arte se aprecia en teatros, hoteles o peñas, espectáculos dirigidos para turistas, sin olvidar los
programas de televisión.
El etnomusicólogo Manuel Arce Sotelo señala que la danza se ha adaptado al lugar y al tiempo
limitado para cada presentación. Por eso, solo se ofrecen las partes más espectaculares y se repite
la pieza que gusta más al público. En cuanto al acompañamiento, se cuenta de un violinista y un
arpista para dos danzantes, en lugar de las cuadrillas de los pueblos andinos.
EN AYACUCHO, HUANCAVELICA Y APURÍMAC SE HAN IDENTIFICADO UNA
VEINTENA DE PASOS O ETAPAS. EN CADA UNO, QUE DEMANDA ENTRE MEDIA Y
UNA HORA, SE OFRECEN SALIDAS O BAILADAS PARA DEMOSTRAR LA HABILIDAD
DE CADA DANZANTE.
Danza de Tijeras: ritual y espiritual

Llamada así por el par de varillas de hierro que cada danzante blande en su mano derecha, la
danza de las tijeras es realizada tradicionalmente por hombres de pueblos quechuas en el centro
sur del Perú. Este baile se lleva a cabo durante los meses de temporada seca, que coinciden con
las fases principales del calendario agrícola. Así, representa una forma ritual de celebrar las
divinidades andinas ligadas a la naturaleza, como el Sol (Inti) y la Luna (Quilla).
La coreografía es extremadamente difícil de dominar, y requiere de una intensa preparación física.
Así, la mayoría de danzantes son entrenados desde niños. Como un rito de iniciación, los jóvenes
quechuas, que pretenden ser los hijos de Wamani, el espíritu de la montaña, reciben un nombre
asociado con uno de los espíritus para que puedan bailar bajo su protección. Este conocimiento
físico y espiritual se transmite de maestro a alumno en cada comunidad andina para garantizar el
sustento de la extraordinaria danza generación tras generación.
Un pacto con el diablo: la danza diabólica de las tijeras
El origen de la danza es incierto; sin embargo, algunos creen que fue creada en reacción contra el
colonialismo y la represión de los ideales indígenas. Durante el año 1500, los bailarines fueron
perseguidos por los cristianos porque se creía que la danza era una manifestación de la magia
oscura. Los artistas fueron considerados supaypa guagua –hijos del diablo– que se negaron a
disipar sus antiguas prácticas e hicieron un pacto con el demonio para obtener tales habilidades.
Aunque el baile ahora se acepta y se practica en las celebraciones cristianas, hasta el día de hoy a
los bailarines se les prohíbe entrar en una iglesia mientras estén disfrazados.

Canto y baile de la enfermedad


Varios antropólogos vinculan la danza de tijeras con el Taki Onqoy que en quechua significa
“enfermedad del canto”. Este fue un movimiento religioso andino que apareció en 1564 en el área
de Chanka (Ayacucho, Huancavelica y Abancay) en rebelión contra el dominio colonial español.
El Taki Onqoy abogó por un rechazo total de la imposición violenta de la fe católica y la
extirpación de las creencias espirituales nativas. Según las crónicas españolas, las huacas
(deidades prehispánicas) “poseían” los cuerpos de los indígenas, lo que les permitiría retorcerse
en la danza febril durante horas o días, señalando una profecía e impulsando el regreso de los
dioses antiguos a la derrota del Dios cristiano de los españoles.
Sin embargo, esta rebelión nunca se materializó, y la Inquisición española asumió la tarea de
exterminar la rebelión, que desapareció por completo en 1572. No todos los expertos en danza de
tijeras están de acuerdo con esa teoría de origen histórico, pero nadie duda de su importancia
como símbolo de identidad cultural en los Andes peruanos. Por el contrario, el simbolismo de la
danza de las tijeras, según José María Arguedas, se relaciona con un proceso ecológico de vida,
muerte y regeneración respecto a la deidad de Wamani. Arguedas, uno de los mayores
intelectuales indigenistas del siglo XX en el Perú, trazó el baile siguiendo los conceptos andinos
tradicionales de la dualidad cósmica, aunque coincide en que la danza manifiesta una clara
rebelión contra un opresor extranjero.

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