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Bachelard.

Del cientifismo a la imaginación de la materia


Por Albert Ribas Massana. Universidad Oberta de Catalunya (UOC).

ABSTRACT: El filósofo francés Gaston Bachelard (1884–1962) se centró en sus primeros trabajos
en el estudio de la historia y la filosofía de la ciencia. De este ámbito pasa a desarrollar una
contribución muy original en el campo de la filosofía del imaginario. En esta vertiente destacan
sus trabajos sobre la imaginación de la materia (fuego, aire, agua, tierra), estableciendo una
fecunda línea de comunicación entre la epistemología y la poética.

Méthode, Méthode, que me veux-tu? Tu sais bien que j’ai mangé du fruit de l’inconscient
("Método, Método, ¿qué pretendes de mí? Sabes bien que he comido el fruto del inconsciente").
Jules Laforgue.

La obra de Gaston Bachelard se resiste a las clasificaciones. Y por la misma razón,


probablemente, sea difícil considerarlo cabeza de una escuela filosófica –pese a que su
influencia haya sido muy amplia–. Habría muchos seguidores de Bachelard, pero no sabríamos
identificar ‘bachelardianos’ estrictos.

La razón estriba en una rasgo de su obra, cuál es una aparente dispersión, una aparente
falta de sistematicidad. Se diría que, cómo ocurre con la imaginación o la ensoñación –que son
objeto de su investigación–, la materia de su obra se resiste a fijarse en una rígida retícula, en
un método fijado de antemano que permitiera a sus seguidores fáciles transposiciones. Su obra,
pues, está hecha más bien de meandros, de muy ricas sugerencias, que obligan a nuevos
derroteros que no sean simples aplicaciones del original.

Esta aparente falta de método la hemos reflejado en la cita que encabeza estas líneas, cita
que Bachelard había destacado en el encabezamiento de una de sus últimas obras, La poética
de la ensoñación (La poétique de la rêverie, 1960). Y, sin embargo, visto desde el significado
original del término "método", o sea camino, sí hay un camino que contiene su propia
coherencia. Como tantas veces se ha destacado, el "método" es el camino una vez recorrido –
contra la pretensión de una previa determinación de él–; por eso, tantas metodologías son malas
construcciones retóricas a posteriori.

La coherencia del recorrido de Bachelard no es, pues, la coherencia de un designio previo,


sino el despliegue de unas ideas que van trazando nuevos campos de aplicación, nuevos objetos
de reflexión. Concretamente, y para decirlo muy resumidamente, Bachelard avanza desde el
ámbito de la filosofía de la ciencia, de una epistemología, al ámbito de la poética, de una
filosofía de la imaginación. Ciencia y poesía son ámbitos tan distintos que parece que hubiera
dos Bachelard, pero justamente el esfuerzo y la contribución de Bachelard consiste en ponerlos
en relación.

La reflexión sobre las mutaciones de la ciencia

Bachelard, licenciado en Matemáticas en 1912, profesor de Física y Ciencias Naturales, y


licenciado en Filosofía en 1920, se interesa en primer lugar por la historia y la filosofía de la
ciencia. Sus tesis doctorales y sus primeras publicaciones tratan de esas cuestiones. Así por
ejemplo, en El nuevo espíritu científico (Le nouvel esprit scientifique, 1934) y sobre todo luego
en La formación del espíritu científico (La formation de l’esprit scientifique, 1938) profundiza
en las consecuencias epistemológicas de la que ha sido una mutación fundamental en la ciencia
del siglo XX. La física relativista de Einstein ha sustituido a la newtoniana, los esquemas
mentales extraídos del mecanicismo (filosóficamente formulados en la epistemología cartesiana)
ya no son válidos. En este contexto, Bachelard acuña la noción de ‘corte’ o ‘ruptura’
epistemológica: los avances en la ciencia no sólo requieren una acumulación, requieren una
ruptura con los hábitos mentales del pasado. Los avances se producen, pues, venciendo
resistencias y prejuicios, aquellos que pertenecen al cuadro conceptual y a las imágenes
dominantes en la configuración epistemológica que ha de superarse. Esta noción se corresponde
aproximadamente a lo que dirá luego Kuhn sobre los cambios de paradigma.
Pero la reflexión de Bachelard va más allá de la identificación de los sucesivos paradigmas
desde el punto de vista de su aparición histórica. En cierto modo, al profundizar en las
condiciones del pensamiento científico su reflexión se hace metahistórica. La intención la
formulará netamente en su Psicoanálisis del fuego (La psychanalyse du feu, 1938), al decir que
pretende encontrar "la acción de los valores inconscientes en la base misma del conocimiento
empírico y científico".

Tal intención venía anunciada ya al reflexionar sobre las implicaciones de la nueva física. Por
ejemplo, la pretensión de un sujeto observador independiente del objeto observado ya no es un
supuesto válido a la luz del principio de indeterminación formulado por Heisemberg.
Inevitablemente, según tal principio de la física cuántica, el observador modifica lo observado.
Lo mismo cabría decir respecto a la caducidad del supuesto de la filosofía mecánica que
pretende reducir todo a figura y movimiento. Pero esta constatación no es sólo el resultado de
un episodio histórico en el desarrollo de la ciencia de este siglo. Bachelard la generaliza más allá
de ese contexto histórico. De ahí, esa derivación desde lo más particular –la caducidad de la
filosofía mecánica– hacia lo más general –descubrir los rasgos inconscientes en el propio
conocimiento científico–.

El estudio de ese inconsciente va más allá de un mero psicologismo, del psicologismo que
consistiera en describir las condiciones o limitaciones psíquicas en que se mueve el científico en
su ambiente intelectual. La derivación es más profunda: parte de la convicción de que ha de
romperse con la idea tan extendida de una neta separación entre un sujeto contemplativo y un
universo indiferente o independiente de esa mirada. La convicción es de orden ontológico: la
imagen crea realidad, la imagen es anterior al pensamiento. Hay, pues, un continuum entre lo
que llamamos ‘real’ y lo que llamamos ‘irreal’; la llamada realidad es también una construcción
realizada desde las imágenes.

Y ese programa, el de una filosofía de la imaginación, es el que desarrolla ese otro Bachelard,
un otro que no deja de ser el mismo.

La filosofía de la imaginación

Que es un mismo Bachelard, el epistemólogo y el filósofo de la imaginación, lo indica un dato


relevante: en 1938 publica La formación del espíritu científico, con el significativo subtítulo
Contribución a un psicoanálisis del conocimiento objetivo ; y en el mismo año también publica el
ya citado Psicoanálisis del fuego. Esta última obra inaugura el ciclo de sus estudios sobre la
imaginación de la materia. Luego en años posteriores seguirán cruzándose las obras de filosofía
científica y epistemología con las obras sobre el imaginario –aunque ciertamente este segundo
tipo destacará sobre el primero.

De estos estudios sobre el imaginario, destacan el citado ciclo sobre la imaginación de la


materia a través de los cuatro elementos. Iniciándose en el elemento fuego, se completa con
otras obras sobre los restantes elementos: el agua en El agua y los sueños: ensayo sobre la
imaginación de la materia (L’air et les songes: essai sur l’imagination de la matière, 1942), el
aire en El aire y los sueños: ensayo sobre la imaginación del movimiento (L’air et les songes:
essai sur l’imagination du mouvement, 1943), y la tierra en La tierra y los ensueños de la
voluntad (La terre et les rêveries de la volonté, 1948) y en La tierra y los ensueños del reposo
(La terre et les rêveries du repos, 1948).

Una primera indicación de la intención de Bachelard nos viene dada ya en el uso de los
términos "songe" y "rêverie". El primero no sólo significa ‘sueño’: en francés es también un modo
del pensar y del recordar ("songer à quelqu’un" es ‘pensar en alguien’). El segundo, traducido
por ‘ensoñación’ o ‘ensueño’, quiere subrayar también ese estado intermedio entre lo
consciente y lo inconsciente, entre lo real y lo imaginado, o sea un estado de duermevela. En
ese intermedio se revela el valor productor de las imágenes. Al analizar, pues, el imaginario
(songes y rêveries) de los cuatro elementos se ponen de relieve todo un encadenamiento de
figuras, de lo que Bachelard llama complejos, de imágenes poéticas, de construcciones mentales
inconscientes, en lo que es la percepción-construcción de la realidad. Son las diversas pautas del
pensar y del imaginar que organizan el mundo.

Un ejemplo será esclarecedor. Al analizar el elemento agua, Bachelard considera su relación


con el elemento tierra, la mezcla de ambos: es la noción de pasta moldeable, ejemplificada en
la arcilla. Y entonces Bachelard subraya la diferencia esencial entre lo que sería la mirada
exterior a esa masa, que conduce al punto de vista contemplativo y geométrico, y lo que sería la
intervención manual en esa pasta. Es la diferencia entre el punto de vista de la mano ociosa y el
punto de vista de la mano trabajadora. El primero subraya esa distancia que Bachelard quiere
abolir. La convicción en clave epistemológica –contra una ciencia supuestamente exterior al
objeto– viene ejemplificada en esa imagen del modelar de la arcilla, aquí en clave de filosofía
de la imaginación.

Y como ésta, hay multitud de otras imágenes, de encadenamientos, de resonancias, que


visualizan las disposiciones ante la realidad. Para descubrirlas hay que seguir esas ensoñaciones
de la materia. Tal es el programa que se desarrolla en este ciclo sobre los cuatro elementos. Lo
que sobresale en esta línea seguida por Bachelard es el nuevo énfasis puesto justamente en la
materia, frente a lo que era más habitual, es decir el tomar la forma como supuesto objeto de la
imaginación. Parecería que la materia es un ámbito que pertenece más propiamente a la
"realidad", mientras la forma sería el ámbito propio de la imaginación. Bachelard subvierte esta
clasificación, declarando por ejemplo que "la materia es el inconsciente de la forma". Es decir, si
se quiere indagar en las imágenes hay que reconducirlas a su constitución material.

En resumen, hay que ver a Bachelard como una de las contribuciones más profundas y
originales a la filosofía de este siglo, particularmente en la situación de la filosofía europea de
entreguerras –cuando entra en escena una nueva consideración de los aspectos inconscientes, de
las variables míticas, de la referencia al imaginario–. Todo eso supone una pequeña revolución
en los ámbitos de la simbología, de la estética. Pero el mérito añadido de Bachelard es el de
haber relacionado este ámbito con el de la filosofía de la ciencia, rompiendo una barrera que
parecía insalvable.

NOTA BIBLIOGRÁFICA
Gaston Bachelard (1884–1962), tras sus estudios de matemáticas y físicas, se doctoró en filosofía
con la tesis Essai sur la connaissance approchée (1927). Hasta 1938, puede hablarse de una etapa
centrada en los estudios de filosofía de la ciencia. En 1940 se hace cargo de la cátedra de
Historia y Filosofía de la Ciencia de la Facultad de Letras de la Sorbona de París. En 1938 había
iniciado su ciclo sobre los cuatro elementos. Junto a él, pueden destacarse también La filosofía
del no (La philosophie du non, 1940), Lautréamont (1939), La poética del espacio (La poétique
de l’espace, 1957), La poética de la ensoñación (La poétique de la rêverie, 1960); y en la
vertiente epistemológica El materialismo racional (Le matérialisme rationnel, 1953) y
póstumamente Epistemología (Epistémologie, 1971).

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