ABSTRACT: El filósofo francés Gaston Bachelard (1884–1962) se centró en sus primeros trabajos
en el estudio de la historia y la filosofía de la ciencia. De este ámbito pasa a desarrollar una
contribución muy original en el campo de la filosofía del imaginario. En esta vertiente destacan
sus trabajos sobre la imaginación de la materia (fuego, aire, agua, tierra), estableciendo una
fecunda línea de comunicación entre la epistemología y la poética.
Méthode, Méthode, que me veux-tu? Tu sais bien que j’ai mangé du fruit de l’inconscient
("Método, Método, ¿qué pretendes de mí? Sabes bien que he comido el fruto del inconsciente").
Jules Laforgue.
La razón estriba en una rasgo de su obra, cuál es una aparente dispersión, una aparente
falta de sistematicidad. Se diría que, cómo ocurre con la imaginación o la ensoñación –que son
objeto de su investigación–, la materia de su obra se resiste a fijarse en una rígida retícula, en
un método fijado de antemano que permitiera a sus seguidores fáciles transposiciones. Su obra,
pues, está hecha más bien de meandros, de muy ricas sugerencias, que obligan a nuevos
derroteros que no sean simples aplicaciones del original.
Esta aparente falta de método la hemos reflejado en la cita que encabeza estas líneas, cita
que Bachelard había destacado en el encabezamiento de una de sus últimas obras, La poética
de la ensoñación (La poétique de la rêverie, 1960). Y, sin embargo, visto desde el significado
original del término "método", o sea camino, sí hay un camino que contiene su propia
coherencia. Como tantas veces se ha destacado, el "método" es el camino una vez recorrido –
contra la pretensión de una previa determinación de él–; por eso, tantas metodologías son malas
construcciones retóricas a posteriori.
Tal intención venía anunciada ya al reflexionar sobre las implicaciones de la nueva física. Por
ejemplo, la pretensión de un sujeto observador independiente del objeto observado ya no es un
supuesto válido a la luz del principio de indeterminación formulado por Heisemberg.
Inevitablemente, según tal principio de la física cuántica, el observador modifica lo observado.
Lo mismo cabría decir respecto a la caducidad del supuesto de la filosofía mecánica que
pretende reducir todo a figura y movimiento. Pero esta constatación no es sólo el resultado de
un episodio histórico en el desarrollo de la ciencia de este siglo. Bachelard la generaliza más allá
de ese contexto histórico. De ahí, esa derivación desde lo más particular –la caducidad de la
filosofía mecánica– hacia lo más general –descubrir los rasgos inconscientes en el propio
conocimiento científico–.
El estudio de ese inconsciente va más allá de un mero psicologismo, del psicologismo que
consistiera en describir las condiciones o limitaciones psíquicas en que se mueve el científico en
su ambiente intelectual. La derivación es más profunda: parte de la convicción de que ha de
romperse con la idea tan extendida de una neta separación entre un sujeto contemplativo y un
universo indiferente o independiente de esa mirada. La convicción es de orden ontológico: la
imagen crea realidad, la imagen es anterior al pensamiento. Hay, pues, un continuum entre lo
que llamamos ‘real’ y lo que llamamos ‘irreal’; la llamada realidad es también una construcción
realizada desde las imágenes.
Y ese programa, el de una filosofía de la imaginación, es el que desarrolla ese otro Bachelard,
un otro que no deja de ser el mismo.
La filosofía de la imaginación
Una primera indicación de la intención de Bachelard nos viene dada ya en el uso de los
términos "songe" y "rêverie". El primero no sólo significa ‘sueño’: en francés es también un modo
del pensar y del recordar ("songer à quelqu’un" es ‘pensar en alguien’). El segundo, traducido
por ‘ensoñación’ o ‘ensueño’, quiere subrayar también ese estado intermedio entre lo
consciente y lo inconsciente, entre lo real y lo imaginado, o sea un estado de duermevela. En
ese intermedio se revela el valor productor de las imágenes. Al analizar, pues, el imaginario
(songes y rêveries) de los cuatro elementos se ponen de relieve todo un encadenamiento de
figuras, de lo que Bachelard llama complejos, de imágenes poéticas, de construcciones mentales
inconscientes, en lo que es la percepción-construcción de la realidad. Son las diversas pautas del
pensar y del imaginar que organizan el mundo.
En resumen, hay que ver a Bachelard como una de las contribuciones más profundas y
originales a la filosofía de este siglo, particularmente en la situación de la filosofía europea de
entreguerras –cuando entra en escena una nueva consideración de los aspectos inconscientes, de
las variables míticas, de la referencia al imaginario–. Todo eso supone una pequeña revolución
en los ámbitos de la simbología, de la estética. Pero el mérito añadido de Bachelard es el de
haber relacionado este ámbito con el de la filosofía de la ciencia, rompiendo una barrera que
parecía insalvable.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
Gaston Bachelard (1884–1962), tras sus estudios de matemáticas y físicas, se doctoró en filosofía
con la tesis Essai sur la connaissance approchée (1927). Hasta 1938, puede hablarse de una etapa
centrada en los estudios de filosofía de la ciencia. En 1940 se hace cargo de la cátedra de
Historia y Filosofía de la Ciencia de la Facultad de Letras de la Sorbona de París. En 1938 había
iniciado su ciclo sobre los cuatro elementos. Junto a él, pueden destacarse también La filosofía
del no (La philosophie du non, 1940), Lautréamont (1939), La poética del espacio (La poétique
de l’espace, 1957), La poética de la ensoñación (La poétique de la rêverie, 1960); y en la
vertiente epistemológica El materialismo racional (Le matérialisme rationnel, 1953) y
póstumamente Epistemología (Epistémologie, 1971).