Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Santiago Kovadloff
En diálogo con Mons. Estanislao Karlic, el autor de estas páginas replantea nuestra
cultura desde sus mismos fundamentos: la necesidad de un verdadero encuentro con
el otro, que suponga una actitud de diálogo, apertura y perdón.
Plantearía esta pregunta: ¿es posible una cultura del “desencuentro”? La noción de
cultura supone acuerdo, supone encuentro, consenso colectivo, un consenso que
trasciende el interés sectorial, la inscripción en el campo fragmentario, la insistencia en
lo puramente individual. Un individuo, justamente, es culto en el sentido en que aquí
importa, cuando su voz resulta representativa de valores comunitarios consensuados.
No puede sino ser “cultura” todo lo que implique encuentro y “contracultura” lo que
promueva el desencuentro.
De manera que el proyecto de encaminarnos hacia una cultura del encuentro debe
partir de la evidencia explicitada de que lo hacemos desde el terreno del
desencuentro. No vamos hacia una cultura del encuentro como si “encuentro” no fuese
sino una modalidad de la cultura. El encuentro no es una modalidad de la cultura: el
encuentro es la única cultura posible. Donde hay humanidad, hay cultura, y donde hay
cultura, el encuentro está vivo. Por lo tanto, diría yo que la crisis de nuestro tiempo es
una crisis profundamente cultural en la cual la cultura corre un riesgo: el riesgo de
extinción que amenaza a nuestra cultura es que ella no está asentada en el encuentro
y, por lo tanto, su carácter es aparente. El mundo de la apariencia ha sustituido
sinonímicamente al mundo de la cultura.
Quisiera dejar sentado este primer planteo porque me parece que puede ser útil. No
se trata de elegir entre modalidades de cultura. El término prolifera hoy
demagógicamente: se nos habla de una cultura del trabajo, de una cultura del
esfuerzo, de una cultura de la literatura, de una cultura de los medios.
Es lógico que allí donde no existe responsabilidad expresiva, los términos se usen con
impunidad moral. Pero por lo pronto lo que me parece importante asentar, es el hecho
de que no hay otra cosa que encuentro, si hay cultura. La crisis de nuestro tiempo no
es una crisis cultural, es una crisis de la ausencia de cultura.
1
Conferencia pronunciada el 5 de junio de 2006 en el auditorio Mons. Derisi de la Pontificia
Universidad Católica Argentina.
2
Clemencia pide Caín, cuando tras el asesinato de su hermano, le ruega a Dios que lo
proteja para que nadie lo mate al descubrir que él es un asesino. Esto es la clemencia
en el sentido de demandarle al otro protección, sin asumir responsabilidad ante lo que
se ha hecho. En Génesis 4, 14, justamente eso está retratado de tal manera que
vemos que Caín se dirige a Dios para pedirle que lo ponga a salvo de la muerte que
pueda amenazarlo, sin que medie en esta solicitud de protección la asunción
responsable de la magnitud de lo hecho. Este es un signo de debilidad.
Voy a darles un ejemplo de esto, entre tantos: cuando el Estado de Israel celebró sus
cuarenta años de vida, en 1988, los cancilleres de Alemania e Israel firmaron e
hicieron público conjuntamente un documento en el cual el gobierno alemán
manifestaba que se comprometía a sostener a diario la memoria de lo ocurrido entre
1933 y 1945 en Alemania y, particularmente, en la Shoa. Se compromete a hacer de la
subsistencia del Estado de Israel un problema de Estado interno de Alemania y a no
disociar jamás su desarrollo y su progreso de la conciencia de la barbarie realizada.
De manera tal que lo que se pueda hacer no encubra ni enmascare jamás lo que se
llegó a hacer. Aquí la dimensión de la barbarie no aparece como lo estrictamente
irreparable; aparece como lo inconmensurable que sólo puede ser redimido por la
“tarea incesante del amor”. Si la tarea es incesante, es porque la memoria de lo
inconmensurable y del horror no va a desaparecer. Pero tampoco preponderará
aislada, de manera tal que impida la reconciliación. Podrá desaparecer el dolor, pero el
sufrimiento es tarea. El sufrimiento es lo que hacemos con el dolor. Es la herida que
no desaparece, pero ya no agota la identidad del hombre. Es Jesús, en el caso del
Cristianismo, como “tarea incesante”. Es entre nosotros, los judíos, la idea de que la
palabra del profeta debe volver a ser oída, para no presumir que ha sido entendida, sin
que deje de ser comprendida.
En la tradición hebrea existe un bien que merece ser recordado. Nosotros hemos
considerado en nuestra tradición el acto de la interpretación de la Torah, la Palabra de
Dios, como un acto sagrado: interpretar la Biblia es acercarnos a la Palabra de Dios
sin poder agotar en nuestra interpretación el sentido de esa Palabra. La interpretación
es indispensable e insuficiente. Es indispensable porque implica sostenernos en el
encuentro con el Señor. Y es insuficiente porque nadie puede jactarse de tener el
monopolio de su comprensión acabada. Al no ser suficiente, al no tener yo el
monopolio de la palabra de Dios, el prójimo se me impone como indispensable, porque
él, con su comprensión, matiza la mía. Si él tiene el derecho a interpretar la Palabra de
Dios, como yo lo tengo, si la mía no alcanza y la de él es también insuficiente, juntos
podemos sostenernos en el acto de la interpretación, mediante el reconocimiento del
prójimo como indispensable para que subsista el misterio de la Palabra de Dios como
tarea.
Esto es indispensable, pero no es nada fácil. Es que no hemos nacido para lo fácil.
Nacer para lo fácil significa estar inscriptos únicamente en el campo de la biología. El
animal ha nacido para lo fácil, porque no tiene responsabilidad interpretativa sobre lo
real. No hay particular empeño en un camello en ser adulto, porque la biología asume
la responsabilidad global de la tarea de desplegarlo como ente vivo. En nosotros, es
inútil que el tiempo pase si no está capitalizado por la interpretación, es decir por el
esfuerzo significativo. De manera que nosotros somos “posibles” en tanto somos
“humanos”. El hombre es un ser que “insiste” en ser, no “existe”, “insiste”. Y esta
insistencia tiene dos vertientes significativas que atañen a nuestro tema: una es la
voluntad: el hombre está dotado de voluntad para empeñarse, es decir para insistir en
ser. Pero, si la voluntad no descansa sobre la Gracia, se agota en la omnipotencia.
Cuando la voluntad lo es todo, el hombre presume que tiene todo el poder. La Gracia
le recuerda al “creador” que es “criatura”. Es decir, que cuenta con atributos que no ha
creado, que le han sido dados: ciertamente el hombre puede “decir”, pero él no ha
creado su “posibilidad de hablar”. Que podamos hablar, que podamos valernos de la
palabra, que nuestros signos de comunicación no se agoten en tres registros, como el
de un pájaro, que tengamos la posibilidad de imprimirle a lo real significación y abrirlo
al campo del debate y del intercambio, es un don de Dios. Nosotros también lo
4
El arrepentimiento
Hay también en Génesis un extraordinario “arrepentimiento” del que les quiero hablar
hoy en el marco de esta charla, que es una expresión de fortaleza o de grandeza
excepcional, y que va por cuenta de Dios. Se lee en el capítulo octavo, versículo 21
del Génesis: han bajado ya las aguas, ha terminado el diluvio, Noé ha pisado la tierra,
ha comenzado a sembrar y ha ofrecido en holocausto a Dios parte de los frutos recién
cosechados. Y allí ocurre esto: Dios contempla a la tierra rediviva, el resurgimiento de
las especies, el retorno, en suma, de lo viviente, y afirma que no volverá a maldecir la
tierra a causa del hombre.
En nuestra tradición hebrea, el día del perdón, el Yom Kippur, tiene precisamente este
significado. Cuando el creyente se dirige a Dios en ese día, rogándole que lo perdone
por todas sus desmesuras y pecados, la tradición talmúdica recuerda que Dios no
5
puede en ese instante otorgar el perdón si el prójimo afectado por esa desmesura y
ese pecado no lo otorga. Es decir, es en el encuentro con el prójimo en donde se
realiza el encuentro con Dios en una de sus dimensiones fundamentales. Es la
capacidad, en tanto pecador, de ser reconocido por el afectado como indispensable
para la propia eticidad. Tarea mayor, tarea difícil, tarea constante, pero posible.
Porque el hombre pertenece al ámbito de lo “posible”, no pertenece al ámbito de lo
“real”, no está “acabado” en el campo de lo que está biológicamente consumado. No
somos especie. Tenemos un único Dios, porque cada uno de nosotros es único,
irrepetible. Y acaso que hayamos querido santificar en nuestra tradición judeo-cristiana
la idea primordial de que la singularidad difiere de la individualidad en esto: individuos
tienen todas las especies, singularidades, la nuestra con mucho empeño, si somos
capaces de descubrir nuestra propia trascendencia, nuestra propia inscripción en
nuestra a condición de criaturas habilitadas para reconocerse porque el misterio de la
conciencia no es otro que el de descubrirse existente.
Perdón y conciencia
Tener conciencia no es saber algo acerca de las cosas, es descubrir que uno sabe,
acerca de las cosas, algo. La dimensión primordial de la conciencia es la
autoconciencia del milagro de la conciencia. El encuentro exige también que la víctima
se reconozca simultáneamente como aquel que consiste en lo que él ha hecho y a la
vez como aquel que no se reduce a lo que ha hecho, y esto gracias al amor de su
prójimo. Porque el perdón es gratuito, es decir, amoroso. No proviene del carácter
irrelevante o menor del pecado cometido, sino de la Gracia. Se perdona
amorosamente, no en proporción a la magnitud del pecado, sino a la magnitud de la
necesidad de reconocernos en el prójimo. No perdonamos lo que “podemos”;
perdonamos lo que “no podemos” perdonar. Sólo entonces hay perdón. Quien perdona
lo que puede, aún actúa fuera del campo de la Gracia.
Hoy hemos adormecido la conciencia moral y hemos perdido el sentido del deber y de
la ley. Es necesaria la amistad social y no sólo la justicia y que el hábito del perdón es
un hábito de interpelación, que busca la salvación del otro, la necesita. No puede uno
constituirse en nadie, si no busca la salvación del otro. Yo y tú, como señala Buber. La
“y”, la conjunción, es comunión. No hay yo sin tú. La nuestra justamente es una cultura
en que esa conjunción, esa “y”, está opacada. Hemos perdido el sentido de la
interdependencia, que acaso no hayamos llegado a tener nunca plenamente entre
nosotros.
¿Qué es, entonces, la esperanza? ¿La expectativa de un futuro mejor? Creo que la
esperanza es la vivencia festiva de que el porvenir, como redención, está vivo en el
6
Pues bien, creo yo que la Argentina es un país desculturalizado, es decir, apartado del
encuentro porque no ha logrado vivenciar protagónicamente la dimensión más honda
de la subjetividad, que es la del amor al prójimo. Sin duda necesitamos medidas
prácticas, medidas sociales. Pero sin una cultura, es decir, sin una militancia en el
campo del encuentro y de su sentido trascendente, no habrá comunidad, y por lo tanto
no habrá perdón.
Por eso hoy el perdón toma formas profundamente secularizadas que permiten
homologarlo a la concesión. Uno concede el perdón. Uno, que no es pecador, concede
el perdón a otro que sí lo es. Acá no hay redención, porque es deber moral de quien
da el perdón reconocerse a su modo en la figura de quien lo pide. Este supone cultura.
Esto supone, por eso mismo, encuentro. Y en última instancia, creo yo, trabajo el
cívico que debemos realizar en nuestro país, no puede sino ser un trabajo en donde lo
político es una dimensión de la sed de trascendencia.