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Elecciones Mexico 2018.

Lo que está en
litigio
Mauricio Márquez Murrieta

¿No es exactamente esto lo que está en juego en el “desacuerdo” sobre las alternativas que se nos presentan en las
próximas elecciones? ¿No nos remiten ellas, precisamente, antes que a decidir en torno a dos alternativas de país, al
litigio sobre la manera que como país nos hemos de dar para resolver los desacuerdos mismos?

Pues, me parece, ellas no sólo remiten a una decisión entre dos alternativas posibles, sino al espacio mismo dentro del
cual las mismas alternativas pueden aparecer como tales, como alternativas posibles. La discusión en juego expone el
juego mismo dentro del que se dan las discusiones: la democracia plural y participativa que la “transición fallida” nos
ha quedado a deber.

Y me parece que éste es el caso porque se nos ha querido convencer de que lo que tenemos frente a nosotros es una
elección forzada, es decir, una elección que se niega a sí misma a través del simple pero eficaz recurso a presentarse a
sí misma como una dentro de la cual no hay más que una decisión correcta, con el velado resultado de siempre: negar la
posibilidad misma de una democracia real, plural y participativa.

¿De qué otra cosa se trata, si no, cuando el mismo mecanismo de elección, constitutivo de cualquier democracia, se
presenta a sí mismo como su propia negación? Se nos machaca el mensaje de que somos libres de elegir siempre que
elijamos la alternativa correcta. ¿Cuál? Aquella que se nos presenta en realidad como la única, puesto que la otra,
aquella ante la que no se repara en nada para ser expuesta como peligrosa, irresponsable, demagógica, populista y, por
lo tanto, como inelegible en sí misma, se expone de antemano como como una opción denegada.

¿Qué es, pues, de lo que realmente se nos ha privado una y otra vez? Simplemente, de nuestra derecho inalienable a
elegir libremente, es decir, nuestra aspiración democrática misma.

Porque en una democracia de verdad la gente elige con autonomía e independencia tanto a sus gobernantes como a sus
representantes.

En una democracia de verdad es el ciudadano quien tiene la última palabra, no sólo en lo que respecta al proyecto de
nación que considera es el más adecuado para él y para el mismo país, sino en cuanto a su capacidad para mantener una
estructura republicana de pesos y contrapesos, de transparencia y rendición de cuentas, capaz de exigir el cumplimiento
de las promesas y responsabilidades a sus gobernantes y representantes.

Porque en una democracia plural y participativa verdadera -no una democracia formal ni una democracia plebiscitaria –
el gobierno emana y se debe, no a esa entelequia amorfa a la que con frecuencia se apela llamada Pueblo, sino al
ciudadano con derechos y obligaciones que cada uno es, tanto individual como colectivamente, frente al Estado, para
quien existe el Estado.

La elección, compleja como sin duda lo es, es también muy sencilla. Se trata de una elección entre un México que siga
en manos de unas pequeñas élites -sean estatalistas, como antes del 82, o neoliberales, como las de hoy- que hacen y
deshacen a su antojo sin rendir cuentas a nadie, robando, defraudando y hasta matando, persiguiendo únicamente sus
pequeños y mezquinos intereses; o un México en manos de sus ciudadanos, un México en el que sean los intereses, las
necesidades, las aspiraciones y los derechos de todos los mexicanos sin excepción – ricos y pobres, mujeres y hombres,

1
de la ciudad y el campo, trabajadores y empresarios – los que se vean reflejados en las leyes, en las programas, en la
política, en la economía, en la cultura y todas y cada una de las dimensiones de nuestra vida en común.

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