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EL SURGIMIENTO DEL ISLAM EN LA HISTORIA EDUARDO MANZANO MORENO (Dpto, Historia Medieval. Centro de Estudios Histéricos, CS.LC.) Uno de los temas més fascinantes, estimulantes y comprometidos con los que se en- ‘cuentra e!historiador de la Edad Media es el del surgimiento del Islam. A su enorme com- plejidad intrinseca se le afiade el hecho de que ha dado lugar a una abundante historiografia ¥y de que en los tltimos afios ha suscitado un buen nimero de debates, as{ como un consi- ‘erable caudal de ideas nuevas que nos estén obligando a replantear muchos aspectos que hasta ahora parecian definitivamente establecidos. Mis que ofrecer una visiOn aparente- mente coherente y definitiva de este tema, mi objetivo en esta ponencia ser4, por 1o tanto, el intentar plantear las lineas generales en las que se sitda el estado de la cuesti6n y cl seftalar cuéles son los principales temas que hoy por hoy estén siendo discutidos en la historiografia reciente. Quisiera, sin embargo, subrayar -antes de entrar propiamente en materia~ que mi in- tencién es abordar el tema desde una perspectiva radicalmente histérica. Esta advertencia puede parecer superflua, pero es preciso tener en cuenta que lo que aqui vamos a tratar es ‘nada menos que del surgimiento de uno de los grandes credos universales, con una gran relevancia en nuestros dias, y con una enorme carga emocional, ¢ incluso politica para millones de personas en todo el mundo. Nunca se haré el suficiente hincapié en Ia necesi- ddad de respetar profundamente tales ideas y creencias, méxime cuando éstas son asumidas por amplias capas de la poblaciGn mundial tradicionalmente explotadas y desfasvorecidas, tanto dentro como fuera de sus regiones de origen. Sin embargo, y esto es algo que se puede aplicar para cualquier religién, cuando hablamos en términos hist6ricos estamos si- tuando la discusién en un plano muy distinto a aquel que afecta a las creencias personales, El papel del historiador no es el verificar y validar las revelaciones que la divinidad ha he- cho a la Humanidad -sea aquélla la divinidad de los judios, de los cristianos, de los mu- sulmanes o de los hinddes-, sino, mucho mas modestamente, el conocer Tos procesos histricos que los hombres han generado, muchas veces con sus ideas religiosas a cues tas. En una perspectiva de este tipo no existe, pues, un margen para lo sobrenatural, 10 ‘cual no est en absoluto refiido con el respeto hacia las ereencias de quienes se adhieren a un determinado credo religioso. Tal respeto, sin embargo, nunca podré impedirnos el in: tentar comprender por todos los medios las claves de nuestro propio pasado, el cual, se- ‘ain parece demostrar la experiencia acumulada de los sitimos miles de afios, ha estado de- terminado por causas profundamente terrenales. ‘Una vez hechas estas puntualizaciones, empezaré ofreciendo una visin muy general de los hechos que tuvieron lugar en el Pr6ximo Oriente durante el siglo VII de nuestra ‘era, siguiendo para ello la interpretaci6n tradicional, aunque més adelante veremos hasta ul [EDUARDO MANZANO MORENO qué punto tal interpretacién plantea serios problemas. Una visiGn de este tipo tiene, ob- viamente, como punto de referencia los comienzos del siglo VIl, cuando un hombre lia~ mado Mahoma, oriundo de La Meca, una ciudad del interior de la Peninsula Ardbiga con- ‘ertida al parecer en un importante centro comercial dela regi, revelaciones de Dios. EI menseje implicito en tales revelaciones era simple y terminate: Jos hombres debfan darse cuenta de una vee por todas de que existe un solo Dias, y de que cra preciso dejar de adorar a otras deidades. Omnisciente y omnipotent, pero también cle- mente y misericordioso, e1 Dios nico exigia a los hombres una completa sumisién a sus dictados. La experiencia, sin embargo, demostraba el carécter discolo de la especie hu- mana: a través de los profetas judios primero y del también profeta Jess después, el Dios sinico habia intentado ya transmitir sus mensajes a los hombres, pero éstos habfan aca- bado por distorsionar siempre su contenido. La evelacién encomendada a Mahoma se pre- sentaba, por lo tanto, como un eslabén més en la cadena de intentos que el Dios tnico habia hecho para manifestarse ante los hombres, pero tal eslabén presentaba una peculia- ridad importante: ibaa ser el timo y definitivo, el que sellara para siempre larevelacion divina hasta Ia Hegada del Dia final. En tales circunstancias los hombres deberfan aprest- rarse en testimoniar al Dios tnico y a su Enviado, el profeta Mahoma, y deberian apres- {arse a adorar a Dios mediante la oracién, el ayuno ritual, Ia asistencia alos pobres, la pe- regrinacién alos lugares santos y el cumplimiento, enfin, de toda una serie de normas due habrian de ayudar al creyente a seguirel camino dela recitud. Tal vez, de haber vivido en una época distin, Mahoma hubiera podido difundir su mensaje de una forma pacifica, similar ala que adopts el Cristanismo en sus inicios Sin embargo, el profetadrabe no conocié una unidad politica y cultural homogénea como Ja que habia representado el Imperio Romano en los primeros siglos de nuestra era. Pro- cedentes ademas de una zona excéntrica y marginal, Mahoma y sus sucesores tuvieron que enffentarse con un mundo enormemente fragmentado, en el gue los antiguos restos de la ‘Antigtiedad clésica habian entrado ya en una fase de transformacién, diversificacin o di- solucin ireversibles. ‘Uno de los cambios més llamativos presente en esta época era precisamente el que afectaba a la propia religiOn. Ya desde el fin del propio Imperio Romano, la religion se habia incardinado de forma tan inextricable dentro del discurso politico de poder, que cual- uier desafio a la ortodoxia representada por éste venfa a ser considerada como una sedi- cidn merecedora de una respuesta contundente. Ejemplos de esto no faltan en el Préximo Oriente desde el siglo V en adelante. Las querellas heréicas que desgarraron el Imperio Bi- zantino durante estos siglos o la formidable amenaza que supuso el Mazdakismo para el orden politico y social dl Imperio Sasénida consttuyen buenos ejemplos dela profunda dimensién politica que alcanzaban los debates de tipo religioso. Es curioso que un fenéme- ‘no muy similar se reprodujera en una ciudad perférica de los grandes imperios como era La Meca, donde segtin nos cuenta a tradicién musulmana, el profundo rechazo de los gru- pos dirigentes de esta ciudad hacia las nuevas ideas religiosas propagadas por Mahoma forza- ron aéstey asu nicleo de seguidores a tener que emigrar ala ciudad de Medina en la céle- bre fecha del afo 622 que, como es sabido, marca el inicio de la nueva era musulmana, Entremezclado de esta forma el contenido de su mensaje religioso con ls propias cit- cunstancias polfticas que le habfan tocado vivir, la posterior carrera de Mahoma habria es- tado condicionada por una doble vertiente que M. Watt ha definido, tal vez algo exagera- damente, como lade un profeta y un hombre de ¢stado!. En calidad de profeta, Mahoma LN, Watt, Muhammad. Prophet and Statesman, Oxford, 1961 2 EL SURGIMIENTO DEL ISLAM EN LA HISTORIA ‘se presenta como el recipendiario de 1a Revelacién definitiva que ha sido transmitida por Dios, y que con el paso del tiempo acabard siendo recopilada en un libro que con el nom- bre de Cordn reproduce palabra por palabra el contenido de los mensajes directamente emanados de Dios, un rasgo éste muy importante. Como hombre de estado la tradicién musulmana presenta la carrera de Mahoma como orientada, a su vez, en una doble faceta: ‘una interna, en calidad de organizador de la comunidad formada por sus seguidores —un aspecto éste que también tendré importantes repercusiones en el futuro-, y otra externa {que se vers marcada por el enfrentamiento politico y bélico que Mahoma tuvo que em: prender contra sus conciudadanos de La Meca. ‘Serfa excesivamente prolijo entrar a detallar aquf el desarrollo de tales enfrentamien- tos que pienso son ya suficientemente conocidos. Como se sabe, su resultado final fue el triunfo completo de Mahoma, simbolizado en su entrada en la ciudad de La Meca en 630, yy en la conversién a Ia nueva religi6n de quienes en un principio se habfan mostrado més recalcitrantes al mensaje del Enviado de Dios. Lo que siguié a continuacin suele ser in- terpretado como una consecuencia légica de la nueva situacién. La toma de La Meca por parte de Mahoma y sus seguidores, y la conversién de esta ciudad al nuevo credo tuvo como efecto el trastocar el delicado sistema de alianzas imperante hasta entonces en elit terior de Arabia. Durante los tltimos afios de su vida Mahoma se vio obligado a combatit a diversas tribus drabes y a establecer nuevas alianzas que permitieran mantener la situa: cin preeminente de! nucvo poder surgido en la regién del Hif/z. El resultado de todo ello. fue que a la muerte del Profeta en 632 practicamente toda Arabia se encontraba sometida, de forma més o menos directa al Enviado de Dios que en los tltimos afios se habla esta- blecido defintivamente en Medina. Los sucesos posteriores a la muerte de Mahoma producen, si cabe, una sorpresa atin ‘mayor por una serie de razones, En primer lugar, la desaparicién de la figura carismatica el Profeta no implicé la disolucién de la Comunidad de creyentes que se habia formado ‘como resultado de su predicacién. Antes al contrario, dicha comunidad pudo llegar a do- tarse de un liderazgo en las personas de la serie de “califas" un titulo éste sobre cuyo sig. nificado también habremos de volver que asumieron parte de la jefatura religiosa y la to- talidad del legado politico del profeta Mahoma. Aunque esta herencia no estuvo exenta de problemas, motivados especialmente por la rebelién de buen nimero de tribus érabes en las lamadas guerras de la apostasfa (ridda), lo cierto es que acabé siendo preservada e in- cluso aumentads por los primeros califas que sucedieron a Mahoma al frente de la Comu- nidad de los Creyentes. ‘Una vez finalizadas las guerras dela ridda, se inicia, en efecto, la gran expansién mi litar érabe. Su enorme rapidez, extensiGn y éxito han causado siempre un bien justificado asombro. En apenas 10 afios, el Imperio Sasdnida, que durante siglos habia sido el princi pal rival de Bizancio por la hegemonfa en el Préximo Oriente, desaparecié por completo, ‘mientras que el Imperio Bizantino vefa perderse para siempre los territorios de Siria, norte del actual Iraq y Egipto, desde donde se lanzarian las posteriores ofensivas que habrian de poner fin ala hegemonia bizantina en el norte de Africa, lo que Hevaria a su vez a la con- uista del reino visigodo en la Peninsula Ibérica en el ao 711 En pocos afios, por consiguiente, los seguidores de Mahoma habrfan pasado de ser ‘un nticleo perseguido en su propia ciudad de origen a controlar un impresionante imperio ue se extendia desde los confines con el Asia Central hasta Egipto y el norte de Africa. Lo més llamativo de todo este proceso, sin embargo, y 1o que le afade ademés unas face- tas de mayor complejidad, es el hecho de que la gran expansidn drabe no se resolvi6 dni ccamente con un mero control politico de numerosas poblaciones y de grandes territorios, B

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