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El lugar del cuerpo en las psicopatologías actuales de la adolescencia1

The place of the body in the current psychopatology of adolescence

                                                                                                                                       
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Artículo publicado en Revista Gradiva, Vol. 16, Nº2 – 2015.
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Resumen: El siguiente trabajo tiene por objetivo analizar el lugar que el cuerpo adquiere en las

psicopatologías actuales de la adolescencia. Se analiza cómo en esta etapa el cuerpo se

transforma en un espacio de metamorfosis, siendo influenciado por cambios epocales que

producen nuevos modos de expresión de sufrimiento psíquico. Finalmente, se propone como

análisis el considerar que la psicopatología en la adolescencia no apela sólo a un sufrimiento

psíquico individual, sino también a uno intersubjetivo.

Palabras claves: adolescencia, psicopatología, cuerpo, sufrimiento psíquico, psicoanálisis

Abstract: The present work is to analyze the place that the body takes in current

psychopathology of adolescence. It discusses how the body at this stage is transformed into a

space of metamorphosis, being influenced by epochal changes that produce new modes of

expression of psychological distress. Finally, it is proposed as analysis considering that

psychopathology in adolescence does not appeal only to an individual psychological suffering,

but also one intersubjective .

Key words: adolescence, psychopatology, body, psychic suffering, psychoanalysis.


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La noción de psicopatologías actuales desde el psicoanálisis

Como ha sido revisado por autores como Untoiglich (2009), Janin y Kahansky (2009) y

LeBreton (2012), la psicopatología se encuentran bajo un nuevo contexto en el que los sujetos

parecen estar en condiciones más complejas y menos estables para construir su identidad y

elaborar sus problemáticas subjetivas e intersubjetivas. A pesar de que es poco probable de

que sólo en nuestra época surgieran estas problemáticas -pensando en la ilusión o idealización

del pasado que contemple una supuesta identidad no discutida, sólida y estable- hoy pareciera

que son develadas como nudos de problematización de forma más crítica. Mediante la

descripción y análisis de estos cambios sociosimbólicos y epocales, es posible generar otro

tipo de concepción respecto al advenimiento del sujeto y las manifestaciones psicopatológicas

que vivencia.

En este contexto, el cuerpo es también un agente que no puede disociarse del sujeto y sus

elaboraciones psíquicas, incluyendo su sufrimiento; considerando que “El yo es sobre todo

una esencia-cuerpo; no es sólo una esencia superficie (…) O sea que el yo deriva en última

instancia de sensaciones corporales, principalmente las que parten de la superficie del cuerpo”

(Freud, 1923, p.27-8).

El concepto de psicopatología se instituye como un campo de trabajo particular con el

trabajo de Jaspers quien “en su psicopatología general establecía el deslinde entre: la

psiquiatría como profesión práctica de cuidado, vigilancia, tratamiento y peritaje sobre casos

individuales; la psicología como estudio de la vida psíquica normal; y la psicopatología como

ciencia del acontecimientos psíquico patológico” (Sierra, 2013, p.58). Surgen de este modo,

tres caminos posibles para definir la psicopatología: una psicopatología psiquiátrica, una

psicopatología psicológica y una psicopatología general (Sierra, 2013).


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Ahora bien, la psicopatología para el psicoanálisis adquiere una definición epistemológica

particular y diferencial: “En su acto fundante, la psicopatología psicoanalítica se presenta

como una disciplina subversiva, que se apropia la porción de lo real que otras entidades

rechazan al constituirse: de la psicología, el inconsciente; de la psiquiatría, la neurosis y la

histeria. Es esta identidad transgresora lo que ha de cuidar cuando se le requiere participación

en las modalidades relacionales contemporáneas” (Sierra, 2013, p.65). Si bien el debate en

torno a la epistemología de la psicopatología en psicoanálisis es extenso, así como en

ocasiones contradictorio, es relevante destacar por sobre todo cómo adquiere con particular

relevancia al estatuto del sufrimiento psíquico asociado a la concepción de psicopatología:

“Tomado en su dimensión anímica, el sufrir no sólo toma el matiz de las desregulaciones que

un individuo puede hacer suyas a la luz de normas bien precisas. Lo anterior, solo conduciría a

pensar en las vías que pueden re-establecer dichos desarreglos (…)” (Bilbao, 2010, p.12)

Para el psicoanálisis, el sufrimiento se encuentra presente desde los orígenes de la vida

anímica, como organizador anímico que ampara el conflicto entre el placer localizado en la

parcialidad corporal y las demandas de la realidad cultural: “El sufrir como condición de

advenimiento subjetivo no puede curarse, antes bien, él es condición de compromiso, de

transformación y de tránsito subjetivo” (Bilbao, 2010, p.13). Ante esto, la psicopatología

devela a su vez las instancias de crisis y transformaciones vitales y contextuales a las que

adviene.

Frente a esta conceptualización de psicopatología puede plantearse la imposibilidad de no

integrar las variables de la cultura en su definición. Por esto se hace necesario situar cómo la

psicopatología responde también a condiciones temporales y culturales particulares, dentro de

las cuales es posible integrar la complejidad de pensar la psicopatología en la adolescencia

actual integrando los distintos avatares y elaboraciones psíquicas de la adolescencia, entre las
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que se encuentra la elaboración de la nueva constitución corporal iniciada con la impronta

puberal.

Históricamente, la adolescencia como etapa del desarrollo subjetivo ha sido constantemente

psicopatologizada, entendiendo esto como la búsqueda y apremio por rotular las modalidades

diferenciales de la adolescencia como actos psicopatológicos y manifestaciones conductuales

que, ante todo, deben ser curados y eliminados. El construir una profundización teórica que

permita reflexionar estos conceptos que tienden a estar amparados a una lógica de

normatividad estandarizada y naturalizada, en la cual: “(…) todas las personas crecemos del

mismo modo y en tiempo similares, ya que el decurso del desarrollo estaría biológicamente

determinado con anterioridad” (Untoiglich, 2009, p.20); ofrece posibilidades de repensar las

categorizaciones e intervenciones realizadas a la adolescencia desde la salud mental.

Por esto, es importante realizar algunos señalamientos en torno cómo pueden manifestarse

las psicopatologías actuales en la adolescencia, refiriendo lo importante que es diferenciar

entre los comportamientos esperables en el desarrollo adolescente (Gutton, 1993) y conductas

que pueden definirse como psicopatológicas.

En consideración de estos antecedentes, el objetivo del siguiente artículo teórico es analizar

de qué manera el cuerpo –en tanto transformación visible durante la adolescencia- se ve

mediado por estas modalidades de psicopatologías actuales, a partir de su sintomatología a

nivel corporal, en tanto espacio en el cual se intenta inscribir lo que no ha podido ser inscrito

psíquicamente: “(…) una historia de vivencias no tramitadas que el afecto, como forma más

elemental de registro pulsional, se “presenta” como estado somático sin representación

psíquica. Es decir, plantea como lo traumático, lo no elaborado, aquello que tiene dificultades

para expresarse psíquicamente, puede devenir estado somático” (Janin y Kahansky, 2009,

p.19).
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La psicopatología en la adolescencia hoy interroga a los profesionales sobre los abordajes

que se han conceptualizado como establecidos para la intervención en la psicopatología: “(…)

Si lo que predominaba en otra época era efecto del conflicto entre la represión y el retorno de

lo reprimido, ahora solemos encontrarnos con fallas en la estabilización de la represión

primaria, déficit en la constitución narcisista y dificultades para la tramitación pulsional”

(Janin, 2013, p.200). El contexto actual devela nuevos modos de subjetivación y nuevos

modos psicopatológicos con los que se expresa el sufrimiento en adolescentes, mostrando

nuevos diagnósticos, la demanda de una solución inmediata y urgente frente a problemas

complejos y el develamiento de la diversidad cultural en la cual hay una frágil diferenciación

ente lo íntimo y lo público, así como en la inscripción de una temporalidad para pensar la

constitución subjetiva. Como manifiesta Roudinesco (2000), actualmente parece que el trabajo

con psicopatologías se reduce a una técnica de supresión de síntomas, sin tiempo para

ocuparse de la historia del psiquismo.

Adolescencia y psicopatologías actuales

El concepto de psicopatologías actuales surge como alternativa para describir y analizar de

otro modo las clásicas psicopatologías pensadas sólo como categorías y diagnósticos, no con

un fin de agrupar distintos cuadros, sino de pensar las coordenadas en común que expresan,

dentro de su indefinición y confusas expresiones sintomáticas. De este modo, Untoiglich

(2009) define las psicopatologías actuales como todas las distintas manifestaciones que

expresan la fragmentación en torno al pensar, con intentos fallidos de poder tramitar ciertos

malestares, sin lograr construir una significación al respecto ni incorporar novedades en el

psiquismo. Una lógica que es muy consecuente con los tiempos actuales, en los cuales, no hay
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procesos de historización, sino más bien de inmediatez y evacuación de los afectos mediante

el acto, sin representación: “La referencia a las neurosis actuales en Freud nos permite pensar

aquello del orden de lo psíquico que se encuentra en el borde de la palabra, allí donde fracasa

la posibilidad de simbolización y que, por esa razón, quedaba situado en el límite de lo

analizable” (Untoiglich, 2009, p.16).

Así emerge el concepto de las psicopatologías actuales, relacionadas con las llamadas

“neurosis actuales” (Freud, 1895) en las que la tensión sexual somática no lograba ser

representada ni elaborada en el psiquismo, sólo habiendo descarga, sin contenidos, sin

representaciones, sin simbolización y sin significación, alejándose de la concepción clásica de

síntoma –en tanto metaforización de un conflicto entre deseo y defensa-, recayendo en la mera

descarga. Hoy, las neurosis actuales son descritas como trastornos alimenticios, pasajes al

acto, adicciones; es decir, espacios de descarga de esta energía psíquica que el sujeto no logra

elaborar.

Los desbordes, las fugas, la falta de elaboración psíquica pueden conflictuar en distintos

momentos vitales, comprendiendo estos momentos en coordenadas histórico sociales actuales,

que aluden al problema de “¿cómo distinguir funcionamientos patológicos de modalidades

subjetivas que cobran cada vez mayor protagonismo en la actual escena social y que podrían

corresponder a novedosas conformaciones subjetivas acordes con los tiempos de fluidez?”

(Untoiglich, 2007, p.14). Y yendo más allá, ¿cómo distinguir estos funcionamientos

patológicos en las etapas del desarrollo y sus procesos anímicos e intersubjetivos, pensados no

como efectos de maduración evolutiva o estadios que obedecen a un orden lineal?

Un ejemplo de estas etapas del desarrollo es la adolescencia, período generalmente definido

como la elaboración de la pubertad, y amparado bajo conceptos como crisis, cambio, peligro,

abandono de la sexualidad infantil y de tope en el cual debe constituirse la posterior identidad


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adulta. Si bien se realiza la diferenciación entre pubertad y adolescencia, dejando a la primera

como los cambios de maduración hormonales y físicos, y a la adolescencia como los procesos

elaborativos respecto a estos cambios; la metamorfosis no apela sólo a la forma, sino también

a los nuevos modos de vincularse con el otro para resolver esta demanda de lo somático,

vivenciada como incomprensible, enigmática y ominosa: “Tomada como objeto de estudio, la

problemática adolescente ha permitido al psicoanálisis conocer las bases más fundamentales

de los procesos de estructuración del yo, del advenimiento del objeto, como del conjunto de

problemas vinculados al narcisismo” (Bilbao & Morlans, 2009, p. 11).

Surge entonces como debate la noción de definir la crisis adolescente como mera

reproducción del escenario edípico o más bien como un trabajo original de apropiarse de un

nuevo cuerpo, de investir figuras fuera de la familia y pensar por si mismo. Pero, como refiere

Viñar (2013), tal debate puede no adquirir sentido cuando se refiere a cómo ambas

definiciones convergen, ya que no se conforma mediante a una causalidad lineal, sino que

circular y recurrente: “Habrá que entender la adolescencia como proceso más que como la

franja etaria donde los logros madurativos y las transformaciones ocurren o se inhiben y

fracasan” (p.30).

La psicopatología en la adolescencia alude a distintas manifestaciones que pueden

desplegarse a nivel corporal en distintos planos, ya que lo corporal se despliega a su vez en

diferentes aspectos de la subjetivación. Por una parte, pueden referirse sufrimientos a nivel

corporal expresados en distintas sintomatologías, siendo referidas a continuación las que

tienen una relación más cercana con el padecer corporal, el cual está presente en cualquier

sufrimiento psíquico, ya que ambos elementos no pueden disociarse.


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Las escarificaciones: dolor y sufrimiento corporal

Dentro de las primeras posibles manifestaciones de psicopatologías actuales con el cuerpo

en la adolescencia se encuentran las escarificaciones. Estas son definidas como cortes

realizados en la piel, los cuales se construyen como marcas que se transforman en objetos

cargados de sentido. Estos ataques no se relacionan con el deseo de muerte concreta o

suicidio, sino más bien con un recurso que busca detener el sufrimiento a partir del dolor

corporal: “Los ataques contra el cuerpo son antes que nada un ataque contra los significados

asociados a éste” (Le Breton, 2012, p.100). Estos significados han sido inscritos en la piel

desde los primeros cuidados: “La madre va libidinizando al niño, erogeneizando diferentes

partes de su cuerpo, marcándolo en un recorrido de cuidados y caricias. Por lo que cada sujeto

tiene su propio mapa erótico” (Janin y Kahansky, 2009, p.16).

En este ámbito la psicopatología se inscribe en el cuerpo considerando una reconstrucción

y reapropiación de los significados que han sido otorgados e inscritos en el cuerpo del antes

niño y ahora adolescente, los cuales no logra inscribir en esta nueva instancia vital. Así, es

como si de manera simbólica se intentara destruir la piel como símbolo del cuerpo, para así

convertirse a si mismo en la persona que quiere ser: “Numerosas incisiones involucran a

jóvenes que sufren de ausencia de límites, de una incertidumbre acerca de las fronteras de su

psiquismo y su cuerpo, de su realidad y su ideal, de lo que depende de ellos y de los otros. Al

sufrir de un déficit narcisista, son vulnerables a la mirada de los otros o a las fluctuaciones de

su entorno” (Le Breton, 2012, p.100-1).

En la piel, el otro, en tanto cuidador y mediador, parte inscribiendo distintos significados

respecto a la subjetividad del bebé, quien en la infancia continua apropiándose de éstos, pero

que en la adolescencia deben resignificarse aún con el apoyo de otro mediador, ya no sólo
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familiar, sino que también cultural. De este modo se construye una relación en que el yo del

adolescente ha sido investido de forma frágil, por lo cual su relación con el mundo también se

fragiliza: (…) desollados del sentido, indiferencia de estos ante sus expectativas” (Le Breton,

2012, p.101).

Las escarificaciones pueden entenderse como una expresión sintomática de las

psicopatologías actuales en la adolescencia a nivel corporal, en tanto buscan cortar el

desamparo mediante una separación realizada de forma concreta y agresiva hacia el propio

sujeto adolescente, mediante una suerte de voluntad de autonomización (Le Breton, 2012,)

debido a no poder hacer podido encarnar su cuerpo como imagen total subjetivizada, así como

tampoco haber logrado establecer una distancia adecuada con los otros, ya sea por exceso o

déficit de la presencia del otro: “Los ataques al cuerpo intentan restaurarle a la piel una

capacidad de contención por medio del establecimiento regular de un envoltorio de dolor, no

uno de sufrimiento” (Le Breton, 2012, p.105).

Trastornos alimenticios: ¿cómo se significa el cuerpo?

En el caso de la anorexia el cuerpo se torna un espacio desamparado que busca el vacío y

donde la falta de significación del mundo se trasporta al cuerpo, el cual busca ser un espacio

limpio que se construye como una frontera rígida que hace frente a las incertidumbres y

desamparos que el mundo ofrece, en el cual las necesidades del sujeto adolescente no logran

metabolizarse y quedan sólo en el plano concreto. Le Breton (2012) refiere que también existe

la necesidad de diferenciación y separación que no ha podido ser elaborada de forma más

adaptativa, sobre todo en relación con la figura de la madre en los casos de anorexia de

adolescentes mujeres: “Busca primero diferenciarse de su madre, y después de la mujer, para


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acceder a un mundo que ya no sea el de la necesidad y en el seno del cual pueda por fin ser

reconocida por ella misma. Su madre se le pega a la piel, privándola de su aventura personal,

haciendo de su hija su “cosa”, impidiéndole, a pesar suyo, nacer por fin a sí misma” (Le

Breton, 2012, p.137).

Así, pareciera que se perpetua la percepción de la incapacidad de otro que logre metabolizar

y procesar ciertos estados afectivos –sobre todo los desagradables-, para ubicar al sujeto como

otro diferente; por lo cual se busca la diferenciación a través de la inanición y de un cuerpo

que busca desaparecer hasta que ya no haya desamparo.

En cuanto a la bulimia, se expone otro modo de lidiar con el desamparo de afecto, el cual

conlleva la relación entre el llenar y el vaciar, a modo de actividad transicional en la cual el

sujeto despliega en su cuerpo la voracidad afectiva y la necesidad de sentir un corte en esta

dependencia. El vómito parece tranquilizar y reactivar al adolescente, como si pudiera partir

de cero, borrando de forma agresiva todo lo anterior, sin abrirse a las posibilidades de la

integración o historización de su sufrimiento, sino que buscando –casi como mágicamente- la

eliminación de lo desagradable en el plano psíquico, mediante la purga: “En el acto redentor

de purgarse, la bulímica clarifica su espíritu de la culpa y de su miedo de perder el control, de

la misma manera en que lava su cuerpo de la comida no deseada” (Hewitt, 1997, p.50. En Le

Breton, 2012, p.146).

La bulimia pareciera ser una puesta en acto del desamparo a nivel corporal, en tanto

reproduce una voracidad del afecto representado en la alimentación, y mediante la puesta en

juego del cuerpo como un depósito de sensaciones. La bulimia puede simbolizar la necesidad

de poder verificar por el cuerpo su existencia como sujeto al mismo tiempo que la existencia

de su sufrimiento, que no logra ser mediado y queda en el desamparo y la angustia que esto

genera en el sujeto.
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Somatizaciones y el cuerpo como voz

Como refiere Janin y Kahansky (2009), en el cuerpo se despliegan muchos de los

sufrimientos y problemáticas psíquicas a las que el sujeto se enfrenta. En el cuerpo

adolescente se conflictúa la impronta puberal con la capacidad de elaboración del psiquismo

del ahora adolescente para metabolizar estos cambios y aprehender su nueva corporalidad. Así

pueden emerger dificultades en este aspecto, sobre todo por sensaciones de desamparo del

adolescente frente a un otro familiar y social que ayude y contenga en estos momentos,

comprendiendo la inestabilidad propia de este período, sin caer en categorizaciones

patologizantes. Janin y Kahansky explicitan que un modo de entender lo que articula el

psiquismo con el soma es el afecto: “El afecto es un representante pulsional que tiene siempre

un efecto en el cuerpo, un aspecto de descara corporal, ya sea a través de sudor, lágrimas,

palpitaciones, etcétera. Por eso, en su doble faz de representación y de transformación

corporal, es el elemento que nos permite pensar el tema de las somatizaciones” (Janin &

Kahansky, 2009, p.19).

El adolescente se encuentra con su cuerpo e intenta inscribirlo de algún modo en su

psiquismo, considerando su historia anterior y también su proyecto identificatorio, así como

todas las elaboraciones que la adolescencia conlleva. Cuando el aparato psíquico no logra

mediar esta tarea, surgen las dificultades para simbolizar: “Cuando la angustia, la aflicción, la

rabia, el terror o la excitación inhabituales son somatizados en lugar de ser reconocidos y

elaborados psíquicamente, el individuo queda de pronto inmerso en un modo primitivo de

pensamiento, en el cual los significantes son preverbales… La somatización puede ser

conceptualizada entonces como una forma de funcionamiento preverbal o protosimbólico, que


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constituye también u protolenguaje” (McDougall, 1998, p.204. En Janin & Kahansky, 2009,

p.23).

De este modo, los procesos psicosomáticos en la adolescencia pueden ser comunes durante

la adolescencia, ya que es esperable la dolencia a nivel corporal debido a la reapropiación que

debe realizarse del cuerpo. Si el llamado “aparato para sentir los sentimientos” (Janin, 2009)

no logró ser constituido en la historia previa del adolescente, estos procesos no lograrán

elaborarse y el cuerpo surgirá como voz de este malestar.

Las toxicomanías y la intromisión corporal

Otro modo de presentación de las psicopatologías actuales en el cuerpo adolescente son las

toxicomanías, las cuales pueden diferenciarse de las actuaciones patológicas anteriores en

tanto un objeto externo intenta taponar algo del sufrimiento. Las conductas de dependencia a

sustancias durante la adolescencia parecieran aparecer en relación a elementos primarios de la

infancia, interrogando en torno a las dificultades que se han construido respecto de

desprenderse de filiaciones de tipo narcisistas: “Este tipo de conductas son reveladoras, por su

ejemplaridad, de fracasos en el proceso de separación-individuación cuando la problemática

del vinculo de filiación se exacerba en la adolescencia” (Corcos, 2009, p.224).

De este modo, debido a que el niño y ahora adolescente no logró nutrirse ni extenderse en

sus vínculos ni historia familiar, ya sea porque su historia ha estado vacía, estereotipada o

desinvestida, el objeto droga llena este vacío y anuda de una forma confusa la historización

que el sujeto no logra elaborar: “(…) ha faltado y falta espacio, por defecto de alimento

afectivo o por el dominio ejercido sobre el adolescente, lo cual altera la construcción y

reconstrucción de su yo corporal y psíquico” (Corcos, 2009, p.225). Así, el síntoma adictivo


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puede comprenderse en la adolescencia como una puesta en acto -utilizando el propio cuerpo-

del defecto de investimiento hecho en las etapas tempranas, siendo el objeto droga una muleta

ante este defecto.

Esta problemática puede relacionarse con la dificultad en elaborar una transicionalidad

(Winnicott, 1979) que permita pensar en el establecimiento de una distancia adecuada con los

objetos, más allá de lo interno y externo. Parece construirse debido a estas fallas en las

dinámicas de dependencia e independencia un “objeto adictivo”, el cual fue descrito por

McDougall (1978; en Corcos, 2009) al indagar en torno a un objeto no transicional, pero si

transitorio.

Reflexiones: El lugar del cuerpo en las psicopatologías actuales en la adolescencia

Como fue revisado, emerge con particular importancia el cuerpo en la constitución de la

subjetividad en la adolescencia, pensado como vehículo identitario y superficie en el cual se

inscriben registros identificatorios y sexuados. Lo biológico impuesto por la pubertad tiene en

muchas ocasiones una cualidad traumática transformando el cuerpo en un espacio de tensión y

de conflictos, en el cual se inscriben significantes y mandatos, puesta en escena de este

proceso de transformación. Esto ocurre porque cuando el cuerpo es definido –o se intenta

definir- desde el psicoanálisis, no apela a su réplica como objeto orgánico sino a las

representaciones inconscientes en torno al cuerpo de cada adolescente, historizada también por

sus experiencias anteriores, con sus fantasías, deseos y temores.

Así, el cuerpo deja marcas y huellas en el psiquismo, se inscribe de diferentes modos y en

diferentes momentos de la vida del sujeto. Las vivencias en relación al cuerpo dejan marcas en

el psiquismo desde los primeros momentos, siendo éstas diferentes de acuerdo a los modos en
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que se liguen y como el mundo vincular permita tramitar tales huellas, sobre todo en el caso de

las inscripciones que se remiten a un vacío, a lo no dicho, a lo que no ha podido ser

simbolizado.

Lo corporal en la adolescencia sufre diferentes transformaciones que necesitan una

adecuación psíquica que sigue otro tipo de temporalidad, no necesariamente causal o lineal

respecto a lo que el cuerpo va comunicando, mediante la impronta somática puberal. Es

posible pensar el cuerpo en las psicopatologías actuales en la adolescencia a partir de

dificultades en la tramitación de la impronta puberal a nivel psíquico, recurriendo al cuerpo

como objeto concreto en el cual se busca depositar la angustia y dificultosa elaboración

psíquica al respecto.

El cuerpo emerge en las psicopatologías actuales de la adolescencia como un cuerpo

constituido como otro anexo, disociado, en el cual se despliegan estas tramitaciones de forma

autonomizada; con el fin de tramitar la dependencia y la sensación de desamparo psíquico

vivenciado en función de la elaboración psíquica de la pubertad, impronta frente a la cual el

adolescente parece sentirse sin referentes simbólicos con los cuales pueda tramitar esta

experiencia.

A partir de esto se torna relevante la noción del otro, en tanto las complejas elaboraciones

psíquicas que la adolescencia conlleva, necesitan de otro que sostenga y facilite sentidos para

su comprensión, al modo del desvalimiento o desamparo descrito. En la adolescencia no deja

de ser necesario el auxilio ajeno, no sólo comprendido como figura particular, sino también

como el entorno sociosimbólico que sostenga y en el cual puedan significarse estos momentos

de constitución psíquica.

Las psicopatologías actuales confrontan al sujeto con el estatuto de la dependencia y con el

rol del otro en la constitución psíquica, en tanto pareciera que no hubiera otro mediador de
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quien depender, por lo cual el vínculo con el otro es una amenaza de desamparo y abandono,

ya que la inmediatez rige como temporalidad que no permite la construcción de los vínculos y

la internalización de los objetos. El otro en la adolescencia no deja de ser importante, e incluso

más, ya que incluye de forma más constante al otro social y cultural, además del familiar. Por

esto, el desamparo surge como amenaza con lo cual el cuerpo pareciera ser utilizado como

objeto por el cual se intenta evadir la dependencia propia de la constitución del psiquismo, a

modo de negación y de metaforización en otros objetos que se relacionan con el cuerpo.

Se hace importante reflexionar en torno a la historia de los actos descritos y de este cuerpo,

así como en la capacidad de crear modos de elaboración psíquica e intersubjetiva para las

transformaciones puberales descritas. Con el cuerpo usado como objeto externo el adolescente

logra encontrar acceso a esta experiencia, la cual una vez finalizada da cuenta de que la

capacidad se pierde (cuando acaba el atracón en la bulimia, cuando el efecto de la toxicomanía

pasa, o cuando el corte ya fue realizado, por ejemplo). La dependencia puede ser considerada

como una etapa de la vida, pero también como un proceso que entra en la dinámica psíquica

de todo sujeto, ya que le permite vincularse al objeto y mediar la separación.

Por esto, la noción de desamparo psíquico puede construir una psicopatología no pensada

como sufrimiento psíquico individual, sino también en función del vínculo y lugar del otro

como sostén psíquico que permita mediar con lo que no se puede elaborar individualmente. Al

mencionar las variables culturales, se integra además la relevancia de la noción del otro y la

experiencia de desamparo psíquico en la constitución de la psicopatología no pensada como

un sufrimiento psíquico individual, sino que también intersubjetivo.

Pero bien, si se apela al ideal del alcanzar cierta estabilización en la vivencia del cuerpo

durante la adolescencia, ocurrirán problemas, ya que este proceso no es homogéneo y adquiere

ciertas particularidades respecto a las modalidades diferenciales que la adolescencia adquiere.


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Como se mencionó anteriormente, las psicopatologías actuales se constituyen como un nuevo

modo de teorizar y trabajar en torno a ciertas modalidades de subjetivación y sufrimiento

particular que se dan en nuestro contexto epocal. El cuerpo adquiere un estatuto diferente en

nuestra época, en la cual la inmediatez y desborde lo intenta establecer como lugar –como

reemplazo de la elaboración psíquica- de inscripción respecto a los cambios que van

ocurriendo y, bajo esto, el cuerpo debe entenderse en la complejidad que el psicoanálisis

ofrece.

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Autor

Daniela Paz Fernández Olguín, Psicóloga, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso,

Magíster en Psicología Clínica con Niños y Jóvenes, Universidad Alberto Hurtado. Correo:

daniela.paz.f@gmail.com. Docente en Universidad Viña del Mar.

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