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Laëtitia o el fin de los hombres​ (Anagrama y Libros del Zorzal, 2017) es una investigación

de índole periodística realizada por el historiador ​Iván Jablonka​ sobre la vida de ​Laëtitia
Perrais​, una todavía adolescente de dieciocho años que fue asesinada y descuartizada,
seguramente violada, en 2011. Alrededor de Laëtitia pululan en el libro muchos hombres
que la fueron rondando como una manada de lobos acosando a Caperucita. Su asesino,
claro; también su padre biológico y su padre de acogida, que significaron pasar de
Guatemala a Guatepeor; además, tiene un peso propio ​Nicolás Sarkozy​, sin cuya
intervención no habría tenido una repercusión mediática tan prolongada.

El 25 de enero de 2011 justo una semana después del asesinato de Laëtitia, Sarkozy hizo
un discurso en el que cargó contra los jueces y el sistema penitenciario por haber permitido
que un criminal multirreincidente, peligroso y que según su perfil se dirigía inevitablemente
al asesinato pudiese estar libre para masacrar a su jovencísima víctima. Jablonka comenta

“Esa politización es tanto más impresionante cuanto que se apoya en una emoción que se
quiere apolítica. ¿Hábil recuperación para sí o mero eco de las expectativas populares?”

Del dirigente populista francés a los populistas de todos los partidos españoles, del PP a
Podemos. Los casos de la Manada y de Juana Rivas son especialmente relevantes, como
fue el caso del asesino de Laëtitia Perrier, porque muestran que el Estado de Derecho es
como un diamante, tan duro como frágil, imposible de rayar pero fácil de hacer pedazos si
alguien lo estampa contra el suelo de la chusma enfervorizada que se mueve al ritmo que
marcan los medios ante crímenes que convierten en éxitos de la “telerrealidad”. Lo común al
caso francés y a los casos españoles: la puesta en cuestión de los jueces cuando dictan
sentencias conformes a Derecho y la razón pero contrarios a la histeria popular y la
sensibilidad de la calle. Como dice Jablonka:

“Un suceso, una intervención pública. A cada crimen, su ley. Un asesinato viene a “probar”
los fallos del sistema penal existente; la ley que le sigue debe “cubrir” todos los crímenes
futuros. Más que un superpresidente, Nicolas Sarkozy se cree un salvador”

Lo que vale para el cuestionamiento de los jueces de Laëtitita vale para los de la Manada y
Juana Rivas. En lugar de Sarkozy tenemos a Pedro Sánchez, Rajoy y el resto de políticos
incapaces de afrontar el estercolero de las redes sociales y las performances de las
“manifas” orquestadas. Todos ellos buenas personas en el fondo. Como Sarkozy, gente
que comparte el dolor de las familias. Pero también conocen el afán justiciero de las
masas. Y el rédito electoral de surfear olas de alarma social. ¿Qué es “masa”? Todo aquel
que habla sin conocimiento fundamentado, que sale en manifestación a gritar “hermana, yo
sí te creo” y a pedir el linchamiento de los jueces “heteropatriarcales”, o su lavado de
cerebro, sin haberse leído ni una página de las sentencias. Individuo-Masa es todo aquel
que dicta sentencia basándose en sus prejuicios y afinidades en lugar de en los hechos y
las leyes. Individuo-Chusma es el que concibe que el universo se divide en dos bloques
perfectamente definidos y el que no está con él, está contra él. Jablonka traza su perfil:

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“Un suceso supone un culpable. Un suceso horrible exige un monstruo. Un monstruo debe
ser encerrado (...) El estigma del culpable va acompañado de la sublimación de la víctima:
esta es tanto más inocente cuanto que aquel es abyecto.”

Frente al gobierno de la razón, el de la emoción; en lugar de la educación en la


responsabilidad, la instrumentalización del miedo; en vez de una ponderación de pros y
contras, el discurso de la “vulnerabilidad”; en vez de hablar de una manera clara y precisa,
la invención de una lengua de trapo eufemística con términos como “migrantes” y
“aporofobia”.

El oportunismo a golpe de explotación del dolor justifica todo tipo de incrementos de las
penas, por parte de la derecha, y del gasto público, por parte de la izquierda, dirigido a
financiar una industria ideológica cada vez más extensa, en paralelo a su falta de
efectividad, de “observatorios” y cargos para “creyentes” y seguidores que pasan a formar
parte del Estado clientelar. Cuanto más resulta irrelevante este sistema clientelar más hay
que alimentarlo con dinero público en una dinámica espiral tan perversa como inoperante.

Sarkozy, como ahora la extrema izquierda feminista española, gustaba de señalar a los
jueces independientemente de que hubiesen hecho correctamente su trabajo de
ponderación de las pruebas existentes. Así en 2005 cargó contra el juez que “se atrevió a
volver a poner en libertad a semejante monstruo” después de que dicho “monstruo”
presuntamente asesinase a una mujer. Su panoplia de medidas para endurecer las penas
consistió en ampliar la noción de reincidencia, limitar los supuestos de libertad condicional,
alargar el periodo de prisión efectiva, la creación de hospitales-cárcel, la supresión de la
reducción de penas para los delincuentes sexuales y la reclusión puede renovarse con
carácter indefinido. En España, el asalto equivalente al Derecho Penal pasa por un
auténtico golpe de Estado constitucional que pasa por destruir principios fundamentales, así
como implementar por parte del Ministerio de Justicia “lavados de cerebro” para los jueces
que no comulgan con el dogma de que hay que legislar siempre a favor de las mujeres y en
contra de los hombres, culpables ellos por defecto según el feminismo de género. ​"Derecho
al honor", "principio de dignidad", "presunción de inocencia" son conceptos ilustrados que
ha costado siglos conquistar y actualmente son los jueces los que fundamentalmente los
defienden contra la muchedumbre descerebrada y los políticos populistas de todos los
partidos

Los jueces franceses hicieron frente a Sarkozy y al acoso de la masa justiciera. Incluso se
manifestaron bajo la consigna “Justicia atacada, democracia en peligro”. No ha pasado
igual en el caso del juez del voto particular en el caso de la Manada, al que el ministro de
Justicia de Rajoy llegó a sugerir que tenía un problema mental. La respuesta de los jueces
españoles no fue tan unánime como en el caso de Sarkozy. El problema fundamental
entonces y ahora, en Francia y en España, es que las víctimas son aduladas, engañadas,
usadas, distorsionadas. Sarkozy fue representado como un buitre en la revista satírica
Charlie Hebdo​, con un brazo de Laëtitia en el pico y el epígrafe: “Desmembrada por un
bárbaro, hallada por un carroñero”. En el caso de la Manada y de Juana Rivas, los
carroñeros han sido tantos, periodistas y políticos, intelectuales e “influencers”, a derecha e
izquierda, que mencionar sus nombres ocuparía todo el resto del artículo.

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La misión del juez, nos informa Jablonka, es casi sobrenatural. Ante un criminal, el
tratamiento consiste en que hay que considerarlo inocente hasta que se demuestre lo
contrario. Para ello hay que evaluar las pruebas puestas a su disposición y solo ellas.
También es casi inhumana la tarea de considerar humano a quien nos gustaría considerar
una bestia, tanto en el sentido de animal inconsciente como de dios cruel. Para un
magistrado en cumplimiento de su función no hay más verdad que la fundada en elementos
objetivos judicialmente reconocidos. Mientras no hay sentencia, el acusado está en un
estado epistemológicamente “borroso”, ni culpable ni inocente (al fin y al cabo, y a diferencia
de los absolutamente inocentes, está sentado en el banquillo y en algunos casos en prisión
“preventiva”). Frente a la mayoría de los periodistas y los políticos, los jueces suelen actuar
sin ira ni pena. En ellos prima el análisis, la ponderación de las pruebas y la hermenéutica
de las leyes. Es una labor compleja porque para llegar a un juicio de razón objetiva hay que
vencer los sesgos ideológicos, sociales, experienciales y culturales. Pero a diferencia del
común de los mortales, los jueces, como los científicos, están entrenados en un método que
les aproxima más que nadie a ese ideal regulativo de la objetividad.

Como en el caso de la Manada, también aquí los jueces de instrucción discutieron si había
habido violación o no. Había indicios: líquido prostático hallado en la boca, la ira de la
mujer al bajarse del coche, la llamada a un amigo relatando que “algo grave” le había
pasado… todo indica que Laëtitia lo vivió como una violación ¿pero está esto jurídicamente
tipificado? Finalmente la fiscal no puede mantener el cargo de violación ya que los indicios
no tienen suficiente peso para ser considerados pruebas.

La lección final de "Laëtitia o el fin de los hombres" consiste en una advertencia contra los
populistas -políticos, periodistas, intelectuales- que aprovechan un caso mediático para sus
torticeros fines ideológicos. En el caso francés fue Nicolás Sarkozy el que aprovechó la
marea de indignación popular y el afán de la chusma justiciera para atacar al sistema
judicial y tratar de mangonear las leyes para su causa. En los casos españoles de la
Manada y Juana Rivas es fundamentalmente la izquierda, con la ayuda inestimable de
aquel ministro rajoyista de Justicia de cuyo nombre no me quiero acordar, la que lanza una
campaña de desprestigio sobre los jueces. Como nos recuerda Jablonka, "Justicia atacada,
democracia en peligro".

Los que piden el indulto para Juana Rivas en realidad lo piden para ellos mismos, por
haberla convertido en una mujer engañada, adulada, distorsionada y usada para sus fines
ideológicos de acoso al Estado de Derecho, para convertir la Justicia en una caricatura a su
servicio. Del mismo modo que los asesores fiscales de Cristiano Ronaldo también tendrían
que rendir cuentas ante la Justicia por sus "consejos", deberían pasar por los tribunales
todos aquellos que apoyaron y animaron a Juana Rivas en su conducta delictiva.
Empezando por el infausto Rajoy, siguiendo por el infame Pedro Sánchez y, en fila y
respetando el turno, el resto de la jauría maniquea que crearon el "relato" de la "doliente
madre española" vs. el "demoníaco monstruo extranjero".

Aunque Laëtitia y el fin de los hombres parece una recriminatoria contra los hombres
-Jablonka dedica el capítulo más flojo, parece impostado y puesto bajo presión al final del

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libro, a justificar que se trató de un crimen “de género” (el primer gran crimen de su asesino
consistió, por cierto, en violar a un hombre por haber asimismo violado a una mujer)-,
también es inconscientemente un alegato a favor de los hombres. Porque desde el mismo
Jablonka a los jueces y policías que investigaron el caso, la mayoría de las personas que
ayudaron a resolver el crimen y a condenar al asesino fueron hombres. El “fin” queda
entonces como un equívoco entre “finalización” y “meta” u “objetivo”. Y es que aunque hay
quien sueña con la finalización de los hombres, la gran mayoría, a pesar del feminismo
dominante y los medios oportunistas, apuntamos hacia una meta de hombres y mujeres
juntos en armonía hacia una sociedad más libre, igual y justa donde sea casi imposible (el
“riesgo cero” no solo es una utopía, como indica Jablonka, sino un motivo de frustración y
medidas erróneas) que se pueda volver a dar un caso tan trágico como el de Laëtitia
Perrier.

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