RINCONES
QUE CANTAN
UNA GEOGRAFÍA MUSICAL DE QUITO
RINCONES QUE CANTAN
UNA GEOGRAFÍA MUSICAL DE QUITO
Autor
FERNANDO JURADO NOBOA
Paco Moncayo Gallegos
Alcalde Metropolitano de Quito
Carlos Pallares Sevilla
Director Ejecutivo del Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural de Quito
FONSAL
Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural de Quito
Venezuela 914 y Chile / Telfs.: (593-2) 2584-961 / 2584-962
Verónica Jarrín
Corrección de Textos
FOTOGRAFIA
Sebastián Crespo
David Marín
Juan Diego Pérez
ISBN-9978-45-393-8
ISBN-978-9978-45-393-3
Dirección de arte
Arq. RÓMULO MOYA PERALTA
Gerente de Producción
Ing. JUAN CRUZ MOYA
Arte Portada
D.G. DIEGO ENRÍQUEZ
Arte
D.G. CHRISTIAN LASSO
Preprensa: TRAMA
Impresión: Imprenta Mariscal
Impreso en Ecuador
RINCONES
QUE CANTAN
UNA GEOGRAFÍA MUSICAL DE QUITO
INDICE RINCONES QUE CANTAN
CONTENIDO
PRESENTACIÓN 9
DEDICATORIA 15
ESTUDIO INTRODUCTORIO 17
4.10. Los pasillos Al oído, Esta pena mía y Cómo podré curarte, Quito, 154
4.10.1. Pedro Enrique Rivadeneira Avendaño 159
4.11. El aguacate,Quito, 1928 161
4.12. Ángel de luz, Quito, hacia 1930. 166
4.13. De conchas y corales, Quito,1931 168
4.14. El pasillo Negra mala, Quito, 1934 170
4.14.1 La célebre y colonial casa de la Negra Mala en la Morales 963 174
4.15. El pasillo Celos de Luis Alfonso Espinosa y Hugo Argüello Yépez, 1942. 178
4.16. El pasillo Al besar un pétalo, Quito, 1950. 180
4.17. Los pasillos Pasional y Confesión de Enrique Espín Yépez. 1950 y 1952 182
4.18. El pasillo Subyugante, Quito, hacia 1942. 186
4.19. Luis Alberto Valencia Córdova, el Potolo Valencia. 190
4.20. Unas notas sobre la presencia de Julio Jaramillo en Quito. 192
ANEXO Las estudiantinas de Quito en la primera mitad del Siglo XX. 241
1. La 32 formada por Carlos Amable Ortiz 242
2. Estudiantina ecuatoriana, 1888 242
3. Estudiantina de Quito, 1892 242
4. Estudiantina Centenario, 1922 242
5. La Estudiantina Félix Valencia, 1923 243
6. La estudiantina Lira Quiteña y Reinaldo Suárez, 1923 243
7. Estudiantina Centro Musical Obrero, 1927 245
8. Estudiantina Ecuador, 1928 245
9. La estudiantina Independencia, 1928 246
10. Estudiantina Santa Cecilia, 1929 247
11. La estudiantina Cultura del Obrero en Santo Domingo, 1930 248
12. La estudiantina de la Juventud Antoniana, 1934 248
13. La estudiantina Buena Esperanza, 1936 248
14. La estudiantina Alma Latina, años 40 249
15. Otras estudiantinas 249
GLOSARIO 251
PRESENTACIÓN
Quito es una ciudad de arte y de cultura, reconocida así en su larga historia y especialmente celebrada por la
magnificencia de su extraordinario período colonial, además de su rico pasado indígena que comenzamos a clarificar
con los importantes trabajos arqueológicos realizados por el FONSAL. El patrimonio cultural quiteño no se reduce sin
embargo a las artes plásticas ni a la monumentalidad arquitectónica, comprende todas las expresiones del espíritu
plasmadas en la producción artística de muchas generaciones. Entres estas, en destacado lugar, se encuentra el género
musical.
La creación artística, exclusiva del espíritu humano, nace de la inspiración intangible, íntima y secreta que logra
impresionar la sensibilidad de la comunidad, transformándose en parte indisoluble de su cotidianidad. El autor será
venerado si su obra trasciende, si es acogida y apreciada por el grupo social receptor que de ella se apropia, para
disfrutarla una y otra vez y volver a hacerlo nuevamente, mientras satisfaga sus aspiraciones estéticas.
En el libro que nos entrega el FONSAL se debe destacar una aproximación novedosa, cuando Fernando Jurado Noboa
nos habla de una geografía musical de Quito, porque no se refiere con exclusividad a la ciudad, sino al país entero.
No es usual integrar en el análisis de los distintos aspectos de la vida social las influencias de la geografía, cuando
es evidente, especialmente en el campo de la cultura, la íntima vinculación del territorio con las expresiones artísticas
más variadas. Ese es un aporte inteligente del autor en la presentación de su obra. Los elementos geográficos han
sido muchas veces la inspiración de poetas, pintores, músicos, novelistas, escultores. Y no podía ser de otro modo
ya que los seres humanos estamos íntimamente vinculados al terruño, al paisaje, al espacio en distintos niveles de
proximidad.
No hay dolor más profundo que el de la separación de lo que, aunque siendo de apropiación ajena, consideramos
como parte de lo propio. Bien es conocido que en Atenas el castigo mayor, incluso que la propia muerte, era el
destierro. En el libro Rincones que Cantan: una geografía musical de Quito, se percibe muy claramente la influencia
tanto territorial como temporal en la producción de las más importantes obras musicales propias de nuestra cultura,
especialmente del pasillo.
10 RINCONES QUE CANTAN
Ha sido un compromiso de esta administración apoyar la recuperación del patrimonio cultural intangible; con este
fin, uno de los proyectos más importantes ha sido impulsar la publicación de la Biblioteca Básica de Quito, la cual
recoge historias, tradiciones, leyendas, poesías, biografías y tantas otras expresiones de nuestra compleja identidad.
Es grato inaugurar con la presentación de esté libro la colección Quito y su música, dedicado a nuestra música y nuestros
músicos que constituyen pilares básicos del sentimiento de ecuatorianidad.
He vivido en muchos rincones de la geografía ecuatoriana y he podido experimentar como en Costa, Sierra, Amazonía
y en el Archipiélago, los corazones de nuestro pueblo vibran por igual con nuestros pasillos y pasacalles. Por lo tanto,
es loable que los nombres de los músicos y poetas que nos dejaron tan preciado legado, así como de los artistas que
llevaron estas obras al conocimiento y sensibilidad de la Nación no queden en el olvido.
La historia siempre es esquiva e incompleta, ya que, cada vez, se vuelve obsoleta, porque
los datos nuevos obligan a replantear los contenidos y la forma
Dedicatoria
A la querida memoria de
Alberto Mena Checa,
José Rodríguez Yépez,
Oswaldo Loayza Astudillo.
Artistas y maestros.
ESTUDIO INTRODUCTORIO
Me ha sorprendido agradablemente la lectura de este libro, que abarca tanto la geografía humana y cultural del pasillo,
nuestro principal género romántico, como de todo el espectro de la música popular quiteña, desde los ritmos indígenas
originales, caracterizados por su raíz folklórica, es decir, por su creación y recreación colectiva, hasta el pasillo
contemporáneo, de compositor, autor e intérprete conocidos. Es más, al ser Quito la ciudad nuclear del Ecuador, un
estudio acerca de su cultura musical, como éste que hoy nos ocupa, termina siendo, necesariamente, un estudio impor-
tante para el conocimiento de la música ecuatoriana o de la mayor parte de ella.
En síntesis, hallo que se trata de una obra realmente significativa, en la que se percibe una notable suma de
conocimientos acumulados a lo largo del tiempo, así como una confluencia de variadas aptitudes del autor: el olfato de
investigador, la acuciosidad del genealogista, el gusto del melómano y la vocación por la amistad.
El resultado de esa suma de información y aptitudes es este libro, grato de ver y más grato de leer, en el que Fernando
Jurado Noboa, a manera de un moderno Diablo Cojuelo, nos conduce por las calles y callejas del viejo Quito, que él tanto
conoce, para introducirnos por los corredores de los conventos o llevarnos hasta las cantinas públicas y los aposentos
particulares, siempre en busca de la canción o el verso que la alimenta. Porque la canción quiteña es hija de la bohemia
diurna y nocturna, civil y religiosa, puesto que, en asuntos de canto y de fandango, nuestros frailes y curas no se han
quedado atrás de sus feligreses y, en ocasiones, los han sobrepasado. Como ejemplos de lo afirmado, ahí están el
afamado “padre Almeida”, fraile franciscano que en su tiempo fuera parte de la picaresca quiteña y hoy forma parte de
la leyenda de la ciudad, o el sabio jesuita Juan Bautista Aguirre, que a su hora despotricara poéticamente contra Quito,
antes de caer finalmente vencido por los ojos de una “quiteña imaginaria”, a la que dedicó un bello soneto, hoy
convertido en pasillo, o el “Colorado Andrade”, legendario canónigo que disputó espada en mano los amores de una
bella dama con el pintor Joaquín Pinto.
La respuesta nos exige algunas precisiones históricas respecto de los géneros musicales actualmente existentes en el
país. Los más antiguos, tales como el albazo o el yaraví, son de origen precolombino e inicialmente se hallaban
vinculados a diversas celebraciones religiosas de la cultura solar.
El albazo expresaba la alegría con la que las gentes celebraban cada día el nacimiento del Sol por el horizonte, momento
en el que cantaban, tocaban sus instrumentos y danzaban alegremente al compás de la música. Pero esa alegría
cotidiana se transformaba en fiesta colectiva en el amanecer de los grandes días de la astronomía andina, es decir, en
los solsticios y los equinoccios, que marcaban los cambios estacionales y la llegada de los tiempos de siembra, de
barbecho y recolección de frutos tiernos, de cosecha y de descanso. No hay mención alguna de esa “fiesta del alba” o
alborada en los testimonios históricos sobre el incario, pero si la hay en citas históricas referidas a nuestro país, lo que
nos lleva a concluir que se trató de un festejo propio de los pueblos originales de la región ecuatorial.
18 RINCONES QUE CANTAN
Ya en la época colonial, los indios quiteños y sus descendientes, privados de su ethos cultural, prohibidos de danzar y
cantar a la antigua usanza de sus antepasados, constreñidos a las celebraciones festivas marcadas por el calendario
oficial o el santoral religioso, lograron, de todos modos, mantener algunas de sus tradiciones festivas e incluso
recrearlas bajo el alero de la fiesta religiosa y, en general, de la fiesta popular.
El albazo fue una de las expresiones de esa resistencia cultural que se manifestó en el marco de la cultura colonial. De
este modo, junto a una arquitectura quiteña en la que se entremezclaban expresiones de manierismo italiano, mudéjar
andaluz y barroco jesuítico, floreció también una fiesta barroca, en la que se fundían y confundían los perfiles de la
antigua herencia indígena, los aportes exóticos traídos por el conquistador y las nuevas creaciones y recreaciones del
naciente pueblo mestizo americano.
Así, pues, los indios y otras gentes de la plebe colonial hicieron de la “fiesta del alba” una ocasión para regocijarse a sus
anchas y desbordar los rígidos controles de la autoridad. Con “multiplicados repiques, golpes de música, estruendos de
la pólvora que se dispara[ba] en cohetes, y otras invenciones”, llenaron de bullicio y alegría los amaneceres quiteños,
aunque con ello produjeran “la incomodidad del vecindario en el tiempo más a propósito para la quietud y el reposo,
[así como para] la fatiga de los enfermos y otras consecuencias…”1.
Obviamente, la celebración de los albazos provocó protestas de las “gentes de bien”, quienes pidieron una y otra vez a
la autoridad que refrenara los escándalos de la plebe congregada en las madrugadas para tales festejos. Respondiendo
a tales reclamos, el presidente de la Audiencia de Quito, don José Diguja, dictó en 1769 un Auto sobre prohibición de
albazos o alboradas, que en su parte resolutiva manifestaba:
(El Presidente de la Audiencia de Quito), deseando atender al bien de la República, evitar las ofensas a Dios y los
desórdenes, dijo: que debía de prohibir y prohíbe las Alboradas o Albazos, absolutamente, y mandó que ningún músico,
cohetero ni otro oficial (artesano) concurra a celebrarlas, ni con este motivo se junte y congregue gente en las calles a la
medianoche o el alba (…)2.
Claro está, lo que hoy conocemos por albazo es una forma modernizada de esa antigua canción indígena, que durante
la etapa colonial y, especialmente, en la etapa republicana, evolucionó bajo el influjo de otros géneros musicales, hasta
llegar a convertirse en una canción mestiza, muy del gusto de los sectores populares de la Sierra, donde todavía es
común iniciar las fiestas populares, religiosas o de una localidad con un toque de albazo, ejecutado por una banda de
pueblo.
Hablemos ahora del yaraví, que aparece registrado por cronistas e historiadores como un género musical propio del
incario, cuya influencia se extendió a todos los rincones del imperio, incluido el norte o región de Quito (Chinchay Suyo).
1 Archivo Nacional de Historia, Quito, Auto sobre prohibición de albazos o alboradas dictado por el presidente José Diguja, Sección Autos Acordados.
2 Ibídem.
Fernando Jurado Noboa 19
En una de sus variantes originales, el yaraví fue un canto de amor, hecho para entonar ternuras, endechas y nostalgias.
Su nombre primitivo fue aravi o haravi, según cronistas como Cristóbal de Molina, fray Martín de Morúa, Bernabé Cobo
y Huamán Poma de Ayala. El inca Garcilaso, en sus Comentarios Reales, nos dice que a los poetas del Incario se les
llamaba árabe, que quiere decir inventador, y él mismo los llama haravicos. Muy rico es el testimonio de los primeros
frailes catequistas del Perú, que con fines de evangelización estudiaron la lengua quechua y luego escribieron
gramáticos y vocabularios sobre la llamada “lengua general del Inca”. El vocabulario de González Holguín, escrito en
1608, se refiere a los Aravia y los define como “cantares de hechos de otros o memoria de los amados ausentes y de amor
y aflicción”. Un siglo y medio más tarde, el Arte y Vocabulario de Torres Rubio, de 1754, habla del haravi, pero incluye la
variante faraví, que significa “canción triste”. A fines del siglo XVIII, el Vocabulario y Gramática Ilustrada de José de
Rodríguez menciona al haravi y al haravicuy, que este autor traduce como “canciones de indios a manera de endechas
de cosas de amores”. Un ejemplo del yaraví ceremonial de aquel periodo es el famoso “Yupaichishca”, que luego la Iglesia
Católica asimiló y reformó para convertirlo en el “Salve, salve gran señora”, que todavía se canta en los templos
ecuatorianas.
Pero en la época precolombina también hubo haravis o aravíes alegres, adecuados para cantar las alegrías de la vida
agrícola, como lo demuestran numerosos testimonios de cronistas. Según Cristóbal de Molina, en la fiesta del Aymoray
los indios llevaban gozosos el maíz desde las chacras hasta sus casas: “traíanlo en unos costales pequeños con un cantar
llamado aravi, con unos vestidos galanos”3. Por su parte, el fraile Morúa señala que “cuando sembraban sus chacras y
danzaban todos juntos con las propias tachas” [arados], cantaban “aires y otros diversos yaravíes que son romances que
ellos cantaban en su lengua”4. Guamán Poma habla en su Nueva Crónica y Buen Gobierno de diversas clases de aravíes:
“De esta manera prosigue cada ayllo hasta Quito, nuevo reino, desde el Cuzco, cada ayllo con sus taquis y sus aravíes. …
Los cuales, danzas y aravis, no tienen cosa de hechicería ni de idolatrías”.
Se detecta, pues, una transformación progresiva del araví o yaraví. Originalmente era sinónimo de canción, fuese triste
o alegre. Luego se volvió canción lírica o sentimental, hecha especialmente para cantar afectos y recuerdos.
Y finalmente, como efecto de la conquista y dominación colonial, llegó a transformarse en canción triste, hecha para
cantar dolencias y lamentos, que es como la conocemos hoy en gran parte del área andina.
Similar es la opinión de los efectos del fenómeno colonial en la música del yaraví expresada por Juan Agustín Guerrero,
el polifacético artista quiteño del siglo XIX, quien consignó en una de sus obras:
…Los indianos, desposeídos de su propiedad y abatidos con el recuerdo de sus padres, lloraban en sus cabañas,
manifestando su pena al son del pingullo y del rondador. Y he aquí el origen del yaraví, de esa música natural como la
del tiempo de los patriarcas, y que ha disputado a la europea, no por su perfección, porque nada tiene de perfecta, sino por
el amor con que ha sido recibida y conservada por el pueblo5.
3 Molina, Cristóbal de. Fábulas y ritos de los Incas.
4 Fr. Morúa, Martín de. Historia de los reyes Incas del Perú: crónica del siglo XVI, Lima, Colección de Libros y Documentos Referentes a la Historia del Perú,
Tomo IV, Sanmarti y Cai., 1922.
5 Guerrero, Juan Agustín. “La música ecuatoriana desde su origen hasta 1875”, en Pablo Guerrero Gutiérrez, estudio introductorio, Yaravíes quiteños. Música
ecuatoriana del siglo XIX, de Juan Agustín Guerrero, Quito, Ediciones del Archivo Sonoro del Municipio de Quito, 1993, p. 4.
20 RINCONES QUE CANTAN
Pero, por otra parte, Guerrero también testimonió el importantísimo hecho de que el término yaraví todavía abarcaba
en el Quito del siglo XIX, al igual que en la época precolombina, tanto a formas de música triste como alegre, que
servían para llorar o divertirse, según fuera el caso. Escribió al respecto:
El yaraví nada tiene de fantástico ni hermoso, por el contrario, es tan natural y sencillo como un suspiro, y falto de reglas
músicas; … pero lo cierto es que para el quiteño no hay mejor música de corazón que el yaraví, con él llora o se divierte,
y entre el yaraví y una ópera italiana, él está siempre por la música de su país; y no le falta razón, porque es la música
de sus padres, se ha connaturalizado con ella desde la infancia, y parece que sus acentos melancólicos son aún los vínculos
del amor para con su patria6.
Confirmando el sentido amplio e incluyente que tenía todavía en esa época el término yaraví, está el hecho de que
Guerrero incluyera tonadas tristes y alegres en su Colección de Yaravíes Quiteños que organizó a partir de 1865, por
encargo del historiógrafo español Marcos Jiménez de la Espada, quien la presentó en el Congreso Internacional de
Americanistas, celebrado en 1881, como una investigación suya, sin mencionar para nada al verdadero investigador. En
efecto, en esa colección, publicada contemporáneamente por el Banco Central del Ecuador, Guerrero incluyó tonos
tristes, como el yaraví propiamente dicho, junto a otros de corte alegre o de baile, como el albacito, el yumbo, el
amorfino y el alza que te han visto.
Este carácter incluyente del término yaraví fue inclusive más allá de la expresión gramatical y, como señala Pablo
Guerrero Gutiérrez, “en la segunda mitad del siglo [XIX]… en el yaraví se establecieron dos partes, rítmicamente
parecidas, pero diferentes en su tempo. En la parte final de algunos yaravíes se introducía un albazo o una tonada, en
movimiento allegro.”7
Tal forma musical del yaraví, desarrollada por Carlos Amable Ortiz y otros, es una de las que hemos seguido cultivando
durante el siglo XX y comienzos del XXI, junto a la tradicional, del yaraví íntegramente triste. Así, entre los más notables
ejemplos de yaraví triste con final alegre se halla la famosa pieza Momentos de tristura de Carlos Amable (el “Pollo”)
Ortiz o el yaraví Puñales de Ulpiano Benítez. Por su parte, entre los simbólicos yaravíes íntegramente tristes figuran No
me olvides de Cristóbal Ojeda Dávila, Adiós a la tierra de Carlos Bonilla Chávez, Desesperación de Francisco Villacrés
Falconí y Veneno de amor de Hervel Chávez.
Emparentado con el yaraví se halla un género musical contemporáneo, gestado en el siglo XX, bajo el influjo formal de
la música norteamericana, pero con profundo sentimiento indígena: el fox incaico. Curiosamente, el asunto comenzó
por el desprecio de las clases altas de América Latina a los bailes de la tierra, que las llevó, a comienzos del siglo XX, a
bailar ritmos importados de los Estados Unidos y especialmente el fox–trot, creado en 1913 por Harry Fox. Este ritmo,
que se puso de moda en los años veintes, terminó asimilándose al folklore andino por su similitud con la cadencia del
huayno y el sanjuanito. En el Ecuador evolucionó de ritmo de baile a canción triste bajo la influencia del yaraví, y en
esta forma fue cultivado y difundido por grandes compositores populares como Rudecindo Ingavélez con La bocina y
6 Ibídem.
7 Guerrero Gutiérrez, Pablo. “El yaraví, yaraví”, apéndice Nº 1, Yaravíes quiteños. Música ecuatoriana del siglo XIX, p. 83.
Fernando Jurado Noboa 21
Constantino Mendoza Moreira con La canción de los Andes. Uno de sus últimos y mejores ejemplos es el afamado Collar
de lágrimas de autoría de Segundo Bautista, canción que se ha convertido en uno de los estandartes musicales de la
emigración ecuatoriana hacia otros países.
El fandango es uno de los más antiguos géneros musicales españoles, que nos llegó en tiempos de la conquista. Como
baile es un estilo muy antiguo, de carácter popular, que fue adquiriendo con el tiempo características propias del
flamenco. Se trata esencialmente de un baile de pareja, con giros propios de los bailes de galanteo. El compás original
es de tres tiempos, por lo que el fandango es un ejemplo básico de compás ternario.
Aunque en el principio fue “cante para bailar”, posteriormente surgieron variantes de fandango que eran “cantes para
escuchar”, con temas de carácter sentencioso, algunos con importante carga político-social o con significación amorosa.
Se atribuye su lugar de nacimiento a Alosno, un pueblo de la Andalucía Occidental, aunque tempranamente se difundió
por todo el Golfo de Huelva, donde se halla Palos, el puerto de donde salieron Colón y los primeros españoles que pisaron
América. Y de Palos de Moguer, hoy llamado Palos de la Frontera, procedían los notables marineros hermanos Pinzón,
cuyos herederos –es el caso de los Garfia Pinzón- residen todavía en la zona. El fandango de baile pasó a América con
los viajeros andaluces y extremeños y se asentó en la costa caribe de México (Veracruz), la Audiencia de Quito y la Nueva
Granada, entre otros lugares.
Siendo un aire popular bailable, adecuado para ser ejecutado por una pareja, con movimiento vivo y formas de galanteo
y de insinuación erótica, el fandango se popularizó rápidamente en Quito, donde sus cultores le sumaron lo que hoy se
llama “valor agregado”, convirtiéndolo en un baile de franco carácter erótico, cultivado en privado y en trasnoche, donde
las parejas se iban mostrando cada vez más audaces a medida que subía el consumo de vino o aguardiente.
Esto hizo que la danza del fandango fuera objeto de reiteradas censuras y prohibiciones eclesiásticas. Se destacó en esta
labor el obispo don Juan Nieto Polo del Águila, un aristócrata criollo oriundo de Popayán, quien, preocupado por los
“excesos y vicios” del populacho quiteño, a los que el clero no era ajeno, persiguió activamente a los clérigos que anda-
ban metidos en casas de juego, corridas de toros y bailes; prohibió modas femeninas que consideró poco honestas, tales
como los “vestidos de tres talles”, y amenazó con excomulgar a quienes siguieran bailando el fandango, danza en la cual,
al decir del arzobispo-historiador Federico González Suárez, “padecía grave quebranto la moral”.
Pero el fandango no sólo fue censurado por el poder eclesiástico, sino también por el poder civil, que lo estimaba fuente
de vicios y actitudes delincuenciales. Así se explica la censura que dictó contra este baile, tiempo más tarde, el Presidente
de Quito don Juan Pío Montúfar y Frasso, primer Marqués de Selva Alegre, entre una serie de medidas policivas destinadas
a evitar la delincuencia en la ciudad de Cuenca. Ahí figuraba la prohibición que incluimos a continuación, que demuestra
cómo el fandango había ampliado su influencia geográfica hacia el resto del país quiteño:
22 RINCONES QUE CANTAN
Del mismo modo se prohíben, a todas horas y a cualesquier personas, los fandangos escandalosos y juntas ilícitas y los
juegos de dados y otros vedados por las leyes, y, a los que se aprendieren en ellos, se les aplicará la pena que Su Señoría
arbitre, según la calidad de sus excesos8.
Sanción similar, e inclusive más activa, sufrió el canto y baile del carnaval, otro género musical venido de España con
los conquistadores. Al margen de la historicidad propia del festejo del Carnaval, que tiene su origen en las “fiestas de
Baco”, las saturnales romanas y otras fiestas de la antigüedad europea, lo cierto es que el “carnaval de cante y baile” nos
llegó también del golfo de Huelva, tierra de origen de los primeros colonizadores españoles y donde hoy mismo se sigue
cultivando el canto del Carnaval y se realizan grandes festivales musicales de este género.
En este caso, lo que motivó la irritación de las gentes del poder fue la picaresca expresiva de las coplas del carnaval,
cargadas de connotaciones sexuales y también de burlas y mofas a la autoridad. Para citar unos pocos ejemplos:
El resultado de la irritación de las autoridades se expresó en medidas represivas contra el canto del carnaval, el cual fue
prohibido y perseguido como un grave delito. Un ejemplo de esa actitud es el Auto de buena gobernación para Guaranda
emitido por el corregidor don Fernando Antonio de Echeandía, en 1766, en el que se incluía un acápite que decía:
Iten. Que nadie diga ni cante palabras obscenas, sucias o deshonestas, de noche ni de día, en poblado, ni en camino, so pena
de cien azotes, y destierro de un año, conforme a la Ley, y al contraventor que cualquier particular pueda denunciarlo9.
En cuanto hace referencia al pasodoble y al pasacalle, ritmos de canto y baile clasificados dentro del género de
“canciones de ronda”, su carácter abierto y de festejo público los puso a cubierto de la represión oficial durante la
última etapa colonial y les permitió ser cultivados sin problema y pervivir hasta nuestros días.
Con todo, el pasodoble ecuatoriano, aunque mantiene el ritmo vivo y alegre de su pariente español, y se sigue bailando del
mismo modo, no deja de tener una musicalidad y un sabor propiamente nacionales, como se puede observar, por
ejemplo, en el afamado Sangre ecuatoriana de Julio Cañar, interpretado y grabado originalmente por orquestas
argentinas de tango y bandas españolas.
8 Auto sobre las medidas que se han de observar en la ciudad de Cuenca para evitar la delincuencia, expedido por don Juan Pío Montúfar y Frasso, Marqués de
Selva Alegre y Presidente de la Audiencia de Quito, el 7 de agosto de 1755.
9 En Núñez, Jorge. Pueblos, ciudades y regiones en la historia del Ecuador, Quito, Ediciones de la Academia Nacional de Historia, 2003.
Fernando Jurado Noboa 23
Respecto del pasacalle ecuatoriano, el asunto es más complejo. Su ritmo original de marcha, hecho para ir por la calle
con música, parece venir de Italia (passacaglia) y seguramente llegó a nuestra América con la colonización española (no
olvidemos que, para entonces, el imperio español abarcaba el sur de Italia y las dos Sicilias). Lo cierto es que cobró
raigambre popular en la zona andina de los actuales Ecuador y Perú. Su actual estructura rítmica y compás se parecen
a los del pasodoble, aunque su melodía tiene una identidad particular, con mucho sabor terrígeno.
En Ecuador, su gran desarrollo se dio particularmente en el siglo XX, bajo el influjo de algunos compositores
nacionalistas: Alfredo Carpio, Carlos Rubira Infante, Rafael Carpio Abad, entre otros, que lo utilizaron para celebrar a
diversas ciudades. De este modo, convirtieron al pasacalle en lo que hemos denominado Himno de la Patria chica y, por
ende, en un símbolo de identidad local y regional, que expresa el amor por lo propio y el sentido de pertenencia. Tal es
el caso del pasacalle Guayaquileño de Rubira Infante, que fuera escrito en Quito, según la interesante revelación que
nos hace Fernando Jurado Noboa en este libro, pero que indudablemente es un canto de amor por nuestro bello puerto
y de exaltación de los valores estéticos e históricos de los pobladores de Guayaquil.
Tres son en nuestro país los principales géneros musicales de raigambre criolla, es decir, no indígena ni española; todos
ellos desarrollados en el país a partir de otros géneros importados: el alza que te han visto, el vals y el pasillo.
En la perspectiva del tiempo, el primero que surgió fue el Alza que te han visto, género derivado del fandango, al igual
que la Rondeña, y que, según afirma Jurado Noboa, a su vez dio origen al Aire típico. Juan Agustín Guerrero registró
una pieza de este género en 1865, en la ciudad de Guayaquil, siendo el testimonio más antiguo de su existencia, aunque
cabe suponer que existía ya en la época colonial. Es un género de baile en pareja y, más precisamente, del tipo de “bailes
de galanteo”, en que el hombre se insinúa con la mujer mientras ésta coquetea con él.
De signo diferente son el vals y el pasillo, dos géneros musicales que nacen del mismo origen y que a veces se funden
y se confunden. Su origen está en el vals europeo, que empezó a difundirse por América a comienzos del siglo XIX y que
cobró mayor presencia a partir de la independencia hispanoamericana. Empero, muy prontamente el vals
hispanoamericano o vals criollo cobró formas y esencias musicales muy particulares, mismas que al final llevarían a
diferenciarlo totalmente de su similar europeo.
El primer y mayor ejemplo de vals criollizado fue el denominado vals colombiano, que aparentemente surgió en la actual
Venezuela y empezó a difundirse por los rincones de la naciente Gran Colombia, alcanzando gran popularidad en breve
plazo. Se trataba de una especie de vals con ritmo acelerado, similar a lo que hoy se conoce en Colombia como pasillo
fiestero, y que era llamado indistintamente vals a la colombiana o pasillo, denominación ésta nacida de los cortos y
rápidos pasos de este ritmo de baile. Uno de sus mayores cultores parece haber sido el propio Libertador Simón Bolívar,
quien lo popularizó entre sus tropas y lo llevó consigo en sus campañas, como una especie de estandarte musical de las
fuerzas libertadoras. Tiempo después, el Libertador recordaba esas experiencias entre las más gratas de su vida militar:
24 RINCONES QUE CANTAN
En mis épocas de campaña, cuando mi cuartel general se hallaba en alguna ciudad, villa o pueblo, siempre se bailaba casi
todas las noches; entonces, mi gusto era hacer un vals, ir a dictar algunas órdenes u oficios y volver a bailar y trabajar. Mis
ideas eran entonces más claras, más fuertes y mi estilo más elocuente; en fin, el baile me inspiraba y excitaba mi
imaginación10.
La verdad es que al Libertador le encantaba el baile y él mismo se consideraba un gran bailarín. “Siempre he preferido el
vals y hasta locuras he hecho, bailando de seguido horas enteras, cuando me ha tocado en suerte una buena pareja”11,
recordaba años más tarde.
Resumiendo, lo precisado nos lleva a establecer tres hechos: primero, que el pasillo surgió como una derivación del vals;
segundo, que el pasillo original era un rapidísimo ritmo de baile y no se parecía –salvo en su compás– a lo que hoy
conocemos en el Ecuador como pasillo, que es una canción del género lírico; y, tercero, que el pasillo que nos trajeron
los ejércitos de la independencia fue aquel, el de baile, y no éste de dolencias. Ahí tiene, pues, la respuesta a sus
inquietudes mi amigo Fernando Jurado Noboa, quien dice en este libro no haber encontrado huellas del pasillo en
aquella época, y mal pudo hallarlas, pues, según queda demostrado, no existía entonces el pasillo de canto que hoy
conocemos, con letra y música de corte lírico, sino un pasillo de baile, que también se conocía como vals colombiano.
A partir de esa coyuntura, el vals recibió carta de naturalización en nuestra América y se convirtió en uno de los más
populares géneros de baile. De este modo, durante el resto del siglo XIX y hasta comienzos del siglo XX se cultivaron en
nuestros países dos tipos de vals, ambos bailables: uno más apegado a la forma europea clásica y otro más rápido, de
forma y carácter criollo. En el caso de nuestro país, ello es fácilmente detectable al escuchar la música de la época de la
Revolución Liberal, período en el cual los compositores de la primera generación nacionalista componían indistintamente
valses de corte clásico o popular. Al mencionar a los de corte clásico, pienso en obras como Presidente Alfaro, de Juan
Manuel Gálvez; Luz de luna, de José Ignacio de Veintimilla; Últimas quejas, de Salvador Bustamante Celi; Chile y Ecuador,
de Antonio Clotario Cabezas; Mi pensamiento, de Juan Bautista Luces; o Porvenir, de Vicente Blacio, mientras que entre
las de corte popular recuerdo a los bellos valses El radical y Pobre madre, ambos de tipo criollo y autor desconocido.
En cuanto al vals rápido o pasillo, éste se mantuvo como ritmo de baile, aunque suavizó su velocidad y terminó por
parecerse a lo que hoy se conoce en Colombia como pasillo lento. Ahí tienen su origen histórico esos hermosos pasillos
costeños del Ecuador y también ciertos pasillos bailables de la Sierra, compuestos ya en el siglo XX, pero con grácil y
añejo ritmo de danza, entre ellos: Noches del Niza, del quiteño Luis Humberto Salgado; Lágrimas de Oro, del lojano
Miguel Jaramillo; o los “pasillos alentaditos” del gran compositor quiteño Víctor Aurelio Paredes –estudiado a cabalidad
en este libro– cuyo mejor ejemplo es el encantador Odio y amor.’
A comienzos del siglo XX, una vez concluida la etapa heroica de la Revolución Alfarista, se produjo un progresivo reflujo
de la música marcial y el paralelo resurgir de la música romántica y sentimental. Tras una época signada por el espíritu
10 Lacroix, Luis Perú de. Diario de Bucaramanga, Medellín, Ediciones Bedout, s.f., p. 92.
11 Ibídem.
Fernando Jurado Noboa 25
guerrero advino otra más calma y reposada, en la cual el país se dedicó a restañar las heridas dejadas por los últimos
conflictos civiles y a enfrentar los embates de la inestabilidad política, que llevaría a nuevos enfrentamientos armados
y a graves conflictos sociales. Sobre ese conflictivo mar de fondo, poco adecuado para la alegría personal o colectiva,
floreció en el alma popular esa canción de dolencias románticas y desgarramientos que es el pasillo lírico ecuatoriano.
Además, nuestro pasillo se cargó en aquel período de influencias provenientes de la música romántica europea y
también recibió la importante influencia de los ritmos indígenas locales.
La primera mutación fue de carácter estético y se dio desde el pasillo de baile hacia el pasillo de canto, mediante un
tránsito que tardó varias décadas, tiempo en el que uno y otro género convivieron en armonía. El cambio comenzó
cuando varios compositores de comienzos del siglo XX, siguiendo el ejemplo marcado por Carlos Amable Ortiz y otros
compositores ecuatorianos y colombianos de fines del siglo XIX, buscaron incorporar un texto poético a la composición
musical, con lo cual el pasillo evolucionó definitivamente desde el ritmo de baile hacia la canción. Más tarde, una
conjugación de fenómenos sociales, elementos estéticos y cambios tecnológicos terminaron por imponer la difusión
mayoritaria del pasillo de canto o “pasillo lírico” y el relegamiento progresivo del pasillo de baile o “pasillo rítmico”, hasta
llegar a su virtual extinción hacia los años cincuentas.
En buena medida, esa mutación estuvo determinada por la irrupción social de la emergente clase media, hija histórica
de la Revolución Liberal. Este nuevo estrato social, empeñado en hallar una identidad para sí mismo y para el nuevo país
que surgía, retomó el pasillo –y más tarde otros ritmos populares – como un símbolo identificador de lo ecuatoriano.
Pero a ese grupo social emergente no le bastaba con arrebatar a la aristocracia terrateniente un grato ritmo de baile;
estaba más interesada en cantar que en bailar, y requería de un tipo de canción que le permitiese expresar sus
inconformidades, rebeldías, angustias, frustraciones y ternuras. Bajo ese requerimiento, el pasillo poco a poco dejo de
ser de ser música de salón y paso de baile, y se convirtió prontamente en canción estremecida, donde hallaron alero el
amor y el desamor, la nostalgia, los celos, la angustia, la rebeldía, el despecho y, sobre todo, los adioses.
Ejemplo vivo de esta nueva función social asignada al pasillo es la canción La igualdad, de autor desconocido,
probablemente escrita y compuesta en la época de la Revolución Liberal y que fuera grabada hacia 1912–14 por la Casa
Encalada. En estricto sentido, fue nuestra primera “canción protesta” y nos ilustra bastante acerca del modo de pensar
que existía entre los de abajo:
Como consecuencia de esa mutación reseñada, se produjo el aparecimiento de una “estética de la tristeza”, que luego
se convertiría en característica general del pasillo ecuatoriano contemporáneo. Así, el pasillo romántico derivó
crecientemente hacia la nostalgia, la melancolía y la tristeza, bajo la convergente influencia del modernismo literario y
de la música indígena, todo ello sobre el mar de fondo de los problemas político–sociales. Uno de los primeros pasillos
grabados en el Ecuador (1912) y titulado A Julia, ejemplifica ya esa vocación por la tristura:
A partir de la segunda década del siglo XX, el “spleen”, la abulia y la angustia existencial de los poetas de la “Generación
decapitada” -el calificativo es de Raúl Andrade, como precisa el autor de esta obra- inundaron las letras de los pasillos
y se volvieron lugares comunes, expresiones del tipo de “tengo enfermo el espíritu”, “la angustia de vivir”, “la crueldad
de la vida”, “mis horas de tedio”, “mi enfermo corazón”, “mis crueles sufrimientos” o “enfermo de dolor”. Hay una frase
simbólica que resume el espíritu de entonces, estudiado en sus detalles humanos y literarios por Fernando Jurado, y es
un verso de Arturo Borja incluido en un pasillo de Miguel Ángel Casares: “...Esa tristeza enorme que me mata la vida...”
Por lo expuesto, no resulta casual que los versos de estos poetas alimentaran en gran medida los ya clásicos pasillos de
aquel tiempo memorable, en los que una hermosa estructura literaria inspiraba la creación de una obra musical de
similar nivel, para acto seguido producirse la introyección de ambas en el alma de los oyentes. Fue así que nuestro
pasillo lírico alcanzó las cumbres de la perfección artística, dejándonos hasta hoy una estela de adolorido romanticismo.
Paralelamente a la mutación del género musical y en un breve plazo de dos o tres décadas, esto es, de los veintes a los
cuarentas, se produjeron también un cambio de escenario y una renovación de los actores del mundo pasillero. El salón
elegante, donde las gentes de alta clase bailaban pasillos ligeros, al compás de la música interpretada por un conjunto
de cámara o un pianista de calidad, fue reemplazado por un nuevo escenario, modesto hasta el extremo límite pero
también más abierto a la socialización: la cantina, donde gentes del pueblo, embriagadas de alcohol y sumidas en su
propio romanticismo, cantaban pasillos u otras canciones nacionales, acompañadas por el tañer de una guitarra. Desde
entonces esa trilogía de pasillo, trago y cantina se volvió indisoluble e hizo del pasillo una típica “canción de taberna”.
Un afamado ejemplo es el terrible pasillo Rebeldía, cuya audaz letra, escrita por Ángel Leonidas Araújo allá por los años
treintas estremeció a los buenos católicos del Ecuador con su protesta, que no estaba enfilada contra el sistema
socio–político, sino contra el mismísimo Dios.
De otra parte, la generalización de las migraciones internas, especialmente entre la Sierra y la Costa, impuso una nueva
temática, marcada por las angustias del desarraigo. Florecieron, así, las “canciones de adiós” y los pasillos de añoranza
a los afectos lejanos, con lo cual el pasillo terminó por convertirse en una “canción de desarraigo”, adecuada para llorar
ausencias, desahogar infortunios y maldecir destinos desgraciados.
Antes que nada, cabe precisar que el desarraigo es un acto de alejamiento, entre forzado y voluntario, que se encamina
a poner distancia entre uno mismo y el sujeto o la tierra amados.
¿Por qué surge ese sentimiento de desarraigo? Opino que por muchas causas individuales y sociales. Estrictamente
individuales son, por ejemplo, ciertos motivos citados en las mismas letras de los pasillos: desamor, deslealtad, traición,
olvido, cansancio, hastío, resignación, desconsuelo, duda, soledad, desaliento, celos. En cambio, son de carácter social
otros fenómenos entrevistos en el pasillo como motivo del alejamiento, tales como la migración por pobreza, expresada
literalmente en ciertos estremecidos pasillos, como Cenizas o Casita Blanca.
Por su dimensión y su reiterada presencia, la migración es ciertamente el más complejo de los problemas sociales
reflejados en el pasillo. Es, desde luego, un problema típico de la nación pobre, pero también propio de un país de difí-
cil geografía, como el Ecuador, cruzado por altas montañas y grandes ríos, en donde han confluido las dificultades del
espacio geográfico y las viejas y rígidas estructuras del tiempo histórico, lo cual a limitado la comunicación entre las
gentes de diversas regiones, evitando tanto la emigración de trabajadores como la llegada de “ideas extrañas”.
En tal circunstancia, la única forma de migrar de la Sierra feudal hacia la Costa capitalista era, hasta hace unas décadas,
el emprender la fuga o desarraigarse de un tirón; lo que equivalía a efectuar una ruptura radical con el mundo
conocido, en nombre de la indefinida promesa de un mundo por conocer. Guayaquil era el imán que atraía a los
jóvenes serranos que partían con la ilusión de asomarse a un mundo mejor, y más tarde, luego de asegurar el éxito,
emprender un futuro retorno hacia la tierra amada. Empujados por la pobreza, las inundaciones, la sequía, o
simplemente, la quimera de la prosperidad, dejaban atrás un conjunto de ondas querencias y se autoexiliaban de su
mundo amado pero estrecho, en busca de horizontes más abiertos.
Fue así como, durante el siglo XX, generaciones enteras de jóvenes provincianos abandonaron el Ande para asentarse
en el gran puerto o las demás ciudades de la llanura tropical, en uno de los más extraordinarios y poco estudiados
movimientos demográficos de la historia ecuatoriana. Luego, cultivando pacientemente la regla de oro del inmigrante
(trabajo, frugalidad y ahorro), la mayoría de esos jóvenes serraniegos alcanzó efectivamente el éxito o la fortuna, pero
a costa de desgarrarse el corazón.
En ese marco histórico, cada región del país consigno en el pasillo sus testimonios de desarraigo. Así, en la lejanía
cantaban sus endechas el riobambeño asentado en las tierras calidas del trópico.
El pasillo, expresión fiel del alma nacional testimonió todas las variadas tristezas generadas por el desarraigo. Por
ejemplo, dejó prueba de cómo la mujer cantaba la angustia causada por ese alejamiento, en un bello pasillo de Carlos
Brito, con letra de la poetisa mexicana Rosario Sansores, titulado Sombras. Y también dejó rastro de las ansias de
desarraigarse, como por ejemplo, en el popular pasillo De Conchas y Corales, cuya autoría, según los registros de la
Sociedad de Autores y Compositores Ecuatorianos (SAYCE) pertenece al compositor Luis Fernando Sánchez, aunque
Fernando Jurado plantea en este libro una afirmación en contrario. Lo cierto es que la letra de ese pasillo, cuyo tema
central es otro, termina por derivar hacia el desarraigo:
… Y cuando yo me vaya
llevaré por guía
tu nombre, como estrella
que alumbre,
que alumbre mi ser.
En tiempos más cercanos y de modo paralelo a la migración interna, empezó a producirse en el Ecuador una
movilización poblacional todavía más difícil y angustiante: la migración hacia países extranjeros de mayor nivel de vida
o mayor promesa de futuro, eso ha hecho más doloroso el desarraigo; un fenómeno colectivo, pero que no por eso deja
de ser asumido como un problema individual y sufrido como un dolor íntimo.
¿Cuán generalizado es ese sentimiento de desarraigo en la cultura de Ecuador? Ciertamente se trata de un sentimiento
muy difundido, tanto a nivel de la composición literaria-musical como a nivel del sentimiento popular.
En cuanto al ámbito de la creación musical queremos destacar dos datos reveladores. Uno de ellos es el basto número
de pasillos ecuatorianos que hablan expresamente del desarraigo, esto es, de la partida, el viaje, el adiós, el retorno o la
espera. De una muestra de 478 pasillos en uso, analizados durante nuestra investigación en curso, hallamos que 110 se
refieren al fenómeno en estudio y otra cantidad similar contiene alusiones simbólicas al mismo. Ello significa que
alrededor de un 20 % de los pasillos que se oyen el la actualidad se refieren de alguna manera al desarraigo o están
vinculados con él, auque sea de manera figurada.
El otro lado de la presencia del desarraigo son los mismos títulos del pasillo, de los que nos limitaremos a citar
únicamente algunos de los más significativos: Acuérdate de mi, Alejándose, Amor grande y lejano, Ausencia y olvido,
Besándote me despido, Canta cuando me ausento, Casita blanca, Ciudad lejana, Cuando me aleje, Cuando retornes,
Despedida, Dolor de ausencia, En las lejanías, Esperándolo, Faltándome tú, La pena de no verte, La canción del olvido,
La canción del retorno, La ventana del olvido, Lejos de ti, Lejanas tierras, Los adioses, Mi último adiós, Mi soledad, No me
dejes partir, No me abandones, Regresa vida mía, Romance de mi destino, Siguiéndote los pasos, Sobre la olas, Te alejaste,
Tendrás que recordarme, Tu partida, Una lágrima y un adiós, Ven que te espero, Viajera, Viajero solitario, Vuelve al hogar,
Vuelve pronto.
Hay todavía más: ese sentimiento de desarraigo ha desbordado los límites del pasillo y ha buscado expresarse por medio
de varios otros géneros musicales, como el adolorido fox incaico, la graciosa tonada y aún el festivo pasacalle.
Fernando Jurado Noboa 29
Una cuestión a dilucidar, dentro de la cultura pasillera, es saber cuál intención es la que prevalece finalmente: la del
autor, la del intérprete o la del oyente-viviente. Lo cierto es que, al margen de los particulares motivos que pudieran
haber movido al creador para realizar una obra, y aun a contrapelo de lo significados expresos o simbólicos que él
consignara en esa canción, el pueblo la usa para expresar sus propias resonancias interiores y, algunas veces, la insufla
de un nuevo simbolismo, diverso al original.
De este modo se entiende que el pueblo ecuatoriano, haciendo suyo los recursos simbólicos de la poesía o incluso
renegando de ellos siga utilizando los pasillos para expresar esas tristezas ondas causadas por el amor ausente y por el
extrañamiento de un sol y suelo. Unas tristezas que sean multiplicado incalculablemente en los últimos tiempos a
consecuencia de la brutal crisis económica desatada en 1998, por un grupo de banqueros-bandidos que fugaron del
país, luego de haberse apoderado de los ahorros y depósitos de todos sus clientes. A consecuencia de ello, han salido
del Ecuador hacia otros países más de un millón de ecuatorianos y siguen saliendo otros muchos, en la más
desgarradora y angustiosa de las migraciones. Y es así que se explica la indefinida vigencia de pasillos tales como el
citado Romance de mi destino, que hace poco he escuchado cantar a los inmigrantes ecuatorianos en el madrileño
parque de El Retiro.
Por lo expuesto, tengo la seguridad que el pasillo tiene vida para largo. A diferencia de las canciones novedosas que
impone la moda, las que vienen y pasan como golondrinas de verano, el pasillo esta ahí, siempre presente, cambiando
periódicamente de estilo y de factura, pero enraizado en el alma ecuatoriana, testimoniando las alegrías y tristezas de
la gente de este país, eternamente fiel a los sentimientos del pueblo ecuatoriano.
Finalmente, quiero saludar el aparecimiento de esta nueva obra de Fernando Jurado Noboa, que constituye un esfuerzo de
compresión de nuestro propio ser colectivo, tanto pasado como presente. Y también deseo felicitar al Fondo de
Salvamente de Quito por su publicación, que sin duda ayudara a salvar parte del patrimonio intangible de esta ciudad
amada, siempre amenazado por la incuria de los hombres o la carcoma del olvido.
Si el afligido amante
De mis penas se informara
Compasivo y condolido
De la suya se olvidara
Carta de Miguel Isusi a doña Rosa Cortés y Juana Espinosa, 4 de febrero de 1792, folios 31 del expediente seguido por
el gobernador don José Antonio Vallejo, quien “interpone recurso sobre calumnia y sumaria actuada de oficio por el
Teniente de gobernador sobre el mismo asunto perteneciente al honor de la señora Presidenta”.
Archivo Nacional de Historia de Quito, sección Presidencia de Quito, Cr., exp., 16 de abril de 1792.
1
PRIMERA PARTE
Fernando Jurado Noboa 33
PRIMERA PARTE:
Reflexiones preliminares
1.1. Exordio
El escritor que se cree el ombligo del mundo no es mas que un pobre tonto. Si
no hubieran existido ni Cervantes, ni Dante, ni Shakespeare no habrí pasado
nada.
Nosotros, que nos clasificamos de primera, de segunda o de quinta, porque de tercera o cuarta es imposible; que nos
amamantamos con las colaciones de la Cruz Verde en San Roque, con los suspiros de la Plaza del Teatro y con ese olor
inefable de las fondas de la bajada de la calle Manabí; que no somos superiores ni inferiores, pero sí brutalmente
diferentes. Por todo esto se nos reconoce a leguas.
Nosotros, que nos inventamos sabiamente Latacunga para tener un puerto de veraneo y que fundamos Ibarra, hace
exactamente 400 años –con la ayuda de caranquis, cayambeños y otavaleños–, para tener una salida al mar… perdonen
si nos demoramos tanto en abrir esa salida… es que hemos estado muy ocupados.
Nosotros que, cuando somos del tipo profundo, creemos que vale la pena ser éticos simplemente por amor al prójimo,
sin importarnos recompensas ni castigos.
Que creemos en el diálogo entre Grecia, Roma y el Cuzco, entre la Plaza del Pópulo y la nuestra de La Magdalena, entre
la Plaza Mayor de Sevilla y cualquiera de las nuestras; entre la papa, el maíz y la rosa; entre cualquier palla indígena y
una inmigrante española o africana, nos dan exactamente igual.
Que tenemos pavor de influir negativamente en la gente y por eso preferimos no dar consejos (en eso nos diferenciamos abso-
lutamente de algunos cientos de chagras).
Que creemos que la moral y el servicio a los demás están muy por encima del rito.
Nosotros nos sentimos hermanos adoptivos de Francisco de Asís, de Neruda, de la Mistral, de García Márquez, de Borges
y de Cantinflas porque seguimos siendo mitad filósofos y mitad irreverentes.
Nosotros, que echamos prosa hasta en las cuestas, que todavía nos encantan las mujeres y aún las compras al fiado.
34 RINCONES QUE CANTAN
Que jamás nos importó la derrota ni la victoria, sino la lucha, por lo que ella tiene de creadora.
Nosotros, con ribetes y genes de chagra y de mono, porque nadie es perfecto. Además, siempre agradecidos a ese reno-
vado mestizaje que cada vez nos acerca más a lo universal, sin perder nuestra quintaesencia de chullas.
Nosotros, que pretendemos sentirnos muy orgullosos de que, seguramente y durante cientos de años, Quito haya sido
simplemente una aldea, un lugar más del estado Carangue, a sabiendas de que es hermoso tener orígenes humildes para
de allí haber ascendido tanto y hoy ser Capital Iberoamericana de la Cultura. ¡Qué envidia nos tienen! ¿Verdad?
Que aprendimos desde la cuna a: ‘enamorar con decencia’, ‘cantar desde el fondo del alma’, ‘recitar’, ‘tocar vihuela’,
‘hacer versos’. Y de vez en cuando leer un libro bueno, sin olvidar por supuesto y siempre, nuestra modestia.
Nuestra cédula de identidad del siglo XX fue definida por Kanela Andrade Moscoso hace más de ochenta años y llevará
siempre cuatro huellas digitales: la ironía, la desesperanza, el escepticismo y el cinismo finamente burlón.
De nosotros, el sabio Mutis dijo que llevábamos una vida irreprochable, Dios sabe por qué.
Nosotros, que a pesar de ser odiados y malentendidos por muchos –incluidos algunos falsos quiteños, porque la
envidia no tiene límites–, aprendimos de ese morlaco genial y quiteño de corazón, llamado Remigio Romero y Cordero,
que siempre debemos dejar que los envidiosos muerdan el mármol.
Nosotros en quienes se inspiró Agustín Lara para cantar ese “Nosotros que nos queremos tanto, debemos separarnos,
no me preguntes más”.
Nosotros, más antiguos que el león de la Plaza Grande y que el gallo de La Catedral, cuya leyenda nos dejara como
recuerdo don Ramón Miño y Valdés. Que ya no jugamos a los “huevos de gato”, como los Gándara, en la tierra de la
Plaza Mayor; que no pudimos sacar los triciclos junto al monumento, como los Miño y los Cajiao, porque no todos
teníamos triciclo ni Plaza Grande propia.
Nosotros, escribanos, próceres, comerciantes en joyas, militares, jefes de correo, administradores de haciendas, toreros,
profesionales, chulqueros, chóferes, artesanos de los mil oficios, pintores y escultores, cantantes y aficionados a todo,
porque al quiteño le sobran los títulos y las profesiones. Aquí no sabemos para qué se inventaron las universidades, si
no nos hacen falta. Éstas fueron y serán para los de afuera.
Nosotros, que venimos en línea recta de esos españoles que llegaron desde Nicaragua con mil indios a cuestas y pasaron por
Manabí, de esos indios mayas y aztecas que nos trajeron unas palabras bellas, como lo ha probado el filósofo Aquiles
Pérez en sus obras.
Nosotros, que nos sentimos orgullosos de decenas, de cientos de quiteñas que bullen en nuestra sangre y en nuestros
arquetipos. Gabriela Boada en sus versos nos ha enseñado que a ellas les debemos “el origen y la culminación” de la
vida. Nosotros antes del descubrimiento de la genética y de la mitocondria, siempre supimos lo que ellas valían, quizás
por eso fuimos tan y tan peligrosamente mameros.
Fernando Jurado Noboa 35
Nosotros, que vimos amasar los días con sonrisa y dulzura, que acogimos en nuestras casas –palacios o chozas– a los
peregrinos hambrientos y sedientos, con la comprensión, la amistad y la fe y, quizás, con ‘calé de pan y medio de cariño’.
Nosotros, que tuvimos de Mariana de Jesús, de Espejo, de Mejía, de Luis Felipe Borja y de González Suárez cientos de
glorias propias y muy nuestras.
Nosotros, que también tuvimos presidentes como Javier Espinosa, Antonio Flores Jijón, Emilio Estrada, Federico Páez,
Velasco Ibarra, Plaza o Ponce Enríquez y varios otros quiteñísimos de tuerca, tornillo y chullería como don Ignacio de
Veintemilla o como Páez, casi disoluto don Ignacio y cínico como el que más, don Federico. Sin embargo, todos tuvieron
dignidad ante la vida, señorío en el Palacio y sensatez ante la muerte. Aun Veintemilla, en los estragos de su bohemia y
mientras se hacía rasurar, se hacía leer con su edecán, Rafael Guerrero, las páginas de Las Catilinarias escritas por su
terrible enemigo don Juan Montalvo. Cosas como estas, otros serían incapaces de pensar y peor de hacer.
¡Cómo han cambiado los tiempos! Nos han dicho por ahí que un coronelito trepado en Carondelet, también ha nacido
en Quito. Es que las maternidades deben acoger a todos sin distinción y eso trae sus bemoles.
Con todos nuestros defectos y nuestras falencias nos sentimos profundamente orgullosos de ser quiteños, como creemos
que debieran sentirse las varias clases de monos y de chagras que han contribuido a generar una ciudad pujante y
hermosa.
Nos queda la satisfacción de no haber abandonado Quito en sus casi cinco siglos de latencia mestiza; quisiéramos tener
el sanísimo orgullo del bien decir, del bien hablar y del bien actuar. Nos queda siempre en la memoria esa genial frase
de nuestro Espejo: “Con ustedes renace la Patria”.
1.2. Introducción
Padre polvo que subes del fuego,
Dios te salve, te calce y te dé un trono,
Padre polvo que estás en los cielos.
El pasillo tuvo su época de oro entre 1909 y 1948, fueron cuatro décadas en que la mayoría de la población de entonces
–nuestros padres, abuelos o bisabuelos– se deleitó cantando, oyendo o interpretando cierta música que constituiría uno
de los pilares de nuestra cultura.
Algunos de aquellos viejos guardaron en sus petacas partituras rasgadas por el tiempo, algún soneto o unos versos que
definitivamente evocaban momentos de intensa vivencia afectiva. Todos los quiteños de hoy somos, de alguna manera,
herederos directos de aquellas cuatro décadas gloriosas que, por supuesto, se han prolongado hasta nuestros días,
aunque no con la fuerza de entonces.
El pasillo no es un ritmo vernáculo, no lo compusieron los pueblos aborígenes, ni los incas, ni los primeros
conquistadores, pero desde su llegada al país, hace apenas unos ciento treinta años, se impregnó tanto en nuestras células
que es ya parte constitutiva de ellas. Es brutal y absolutamente subjetivo, toma los afectos más hondos del ser de estas
latitudes, quizás ese es el secreto de su vigencia, de su vivencia, de su valor.
Podría parecer extraño que alguien como yo, que ha dedicado su vida a la atención de sus pacientes enfermos y a
investigaciones largas y continuadas de Historia Social, llegue hoy con asuntos inéditos vinculados a uno de los temas
hermosos y profundos que tiene la ciudad: el pasillo.
Pero esta investigación tiene origen en dos motivaciones: la primera, vinculada al interés en todo lo que es nuestro y
que afianza nuestra identidad, pues pocas cosas pueden unir tanto como la música, en un país siempre dividido, quizás
hoy más que nunca. La segunda es que, en mis ya lejanas infancia y adolescencia, tuve la suerte de escuchar en casa a
Fernando Jurado Noboa 37
grandes pasilleros y artistas a los que pude interrogar, con la obsesión de hurgar en todos los escondrijos de la memoria y
sacar a luz lo que se había quedado en el más penoso olvido.
Recordé con nostalgia a Miguel Ángel Casares, a Lastenia Ribadeneira, a Gerardo Albán Martínez, quien fuera mi profesor
de guitarra y canto –de hecho con pésimos resultados–, a Olga Gutiérrez y a muchos otros de nuestros artistas.
Quienes estudiamos en el colegio Benalcázar tuvimos la oportunidad de compartir enseñanzas con tres maestros muy
ligados a nuestro folklore musical: Enrique Espín Yépez, profesor de música; Jaime Valencia Gálvez y Gonzalo Benítez,
además, profesores de dibujo. Valencia fue uno de los coautores de Vasija de barro. Esas presencias no se olvidan, se graban.
Más tarde, las largas horas de dedicación como médico externo y luego como interno del Hospital del Seguro Social de
Quito (1970 a 1975), me dieron la oportunidad de tratar a muchos de nuestros intérpretes y recoger, de sus labios,
multitud de testimonios y detalles que hoy los pongo a disposición del público, tras decenas de años de tenerlos
guardados.
En los años 80 la suerte me permitió contar en Quito con dos testimonios de primera mano: el de Ernesto Chiriboga
Ordóñez, gran amigo de Adolfo Simmons Guerrero, el inmortal periodista guayaquileño; y el de Fernando Chaves Reyes,
el autor de Plata y Bronce y el último sobreviviente del grupo de bohemios de la Plaza del Teatro, sitio a donde acudían
nuestros mejores músicos e intelectuales.
Al margen, merced mi dedicación a los temas de la negritud y a los temas montalvianos, tuve la inmensa suerte de
compartir muchísimas horas con dos ecuatorianos de primera: Adalberto Ortiz Quiñones –el gran escritor esmeraldeño
y Pablo Balarezo Moncayo, excelso poeta ambateño. El primero fue el autor de la letra del pasillo Pasional, el segundo
fue íntimo amigo de Sergio Mejía, el autor de Negra mala.
En la misma década, gracias a Humberto Jácome Harb, y por vía de sus parientes, pude contactar con el famoso Leonardo
Páez Maldonado, quien residía en Venezuela y quien era, realmente, un personaje de novela. Aquí se reproducen unos
párrafos de algunas de sus cartas, no todos, pues existen datos demasiado personales, que al público en general no
tienen por qué interesar.
En el mismo período, a partir de enero de 1990, se formó el grupo Roma, con gente tan curiosa como el periodista
Alejandro Carrión Aguirre, el historiador y dramaturgo Ricardo Descalzi del Castillo y Aníbal Hallo Granja, gran
aficionado al arte. Carrión fue el autor de Pequeña ciudadana, su conversación venía a ser una verdadera cátedra de lo
cotidiano.
La década de los noventa fue especialmente importante para evocar y recoger decenas de recuerdos y testimonios.
Luego de la publicación de El chulla quiteño (Quito, 1991), tuve la extraordinaria oportunidad de convertirme en asiduo
asistente de las tertulias musicales en casa de José Rodríguez Yépez, junto con Oswaldo Loayza Astudillo, alias Omoto,
y Humberto Jácome Harb. Y también pude contar con la valiosísima amistad de Hugo Delgado Cepeda, musicólogo e
historiador guayaquileño de gran calidad humana, de quien aprendí muchísimas cosas.
38 RINCONES QUE CANTAN
En capítulo aparte merecen ser tratadas la amistad y la correspondencia con Abel Romeo Castillo, el mayor experto sobre
Medardo Ángel Silva, a quien habré de referirme en detalle en uno de los capítulos de este libro.
Hace como tres años hallé en una vieja carpeta familiar, un arreglo de Mapa señora y otras piezas viejas, muy nuestras,
que fueran dedicadas por Cristóbal Ojeda al capitán Carlos Noboa Saá, el padre de mi madre, éstos hallazgos me hicieron
desempolvar cantidad de otros papeles, fichas y recuerdos.
Papel estimulante de enorme vitalidad han desempeñado, en estos últimos años, las tertulias con Lidia, Beatriz y Carlos
Noboa Irigoyen, así como con Wilma Granda Noboa. Ellos han hecho viable que se vierta en el papel lo que posiblemente
estuvo destinado a quedarse solamente guardado en la corta y lenta memoria.
Han aparecido en estos últimos años dos obras muy lúcidas que también han sido un incentivo. Me refiero a los dos
tomos de la Enciclopedia de la Música, obra de Pablo Guerrero Gutiérrez, y a Lo mejor del siglo XX. Música ecuatoriana
de Oswaldo Carrión. Merecen los más hondos parabienes.
Debo decir también que tratar sobre este tema no es fácil, aunque muchos podrían pensar lo contrario. El mismo artista
muchas veces tiene recuerdos trastrocados sobre fechas, lugares o situaciones en torno a una canción que luego se hizo
célebre. A veces, el testimonio documental, originado en un momento de inspiración, en un bar o en una cantina
cualquiera, es solo una servilleta manchada. Las dificultades en torno al protagonista o a quién fueron dedicadas,
también son complejas. Y en ello juegan mucho las diferentes variables de la vanidad humana. Hemos hecho arduos y
sostenidos esfuerzos para deslindar lo verdadero de lo falso, lo probable de lo absurdo. Lamentamos mucho si, con ello,
derruimos algunos mitos: el bien general y la historia como tal, valen cien millones de veces más que los simples
personalismos, muchos de ellos asentados en la más ruin de las maledicencias.
Pedro Vicente López y su extraordinario grupo musical han sido otro gran soporte artístico y afectivo para que este
proyecto se consolidara. A él nuestro reconocimiento eterno.
Decimos, finalmente, que el pasillo está imbricado en lo subjetivo de cada ser humano, es decir, pertenece a la historia
de los afectos, que es condición noble y bella de nuestra estirpe.
Existen personas que aseguran que el afecto no tiene historia, no deben haber amado jamás, y aunque eso es tristísimo,
respeto su lacerado criterio.
Se lo bailaba suelto, agitando pañuelos que simulaban armas de combate. Retando a la pareja se decían frases picantes
que los curas las llamaban obscenas y se hacían movimientos provocativos, llamados insolentes por los enemigos del
baile. Duraban mínimo tres horas y a veces pasaban “dando brincos” hasta por 24 horas enteras.
Cicala dice que era “el baile universal y de todas las clases sociales” durante la Audiencia, a mediados del XVIII.
Curiosamente, se lo consideraba como ritmo de personas de origen modesto y de gente licenciosa. El fandango ‘pegó’
muchísimo en las clases populares americanas, que lo bailaban en grandes fiestas mientras libaban chicha, mistelas y
aguardiente. El sitio donde más se lo cultivaba y con libertad era Latacunga, tal que los perseguidos en Quito y en
Ambato iban a parar en esa ciudad.
Fue muy común en la Sierra y Costa; en Cuenca, en 1754, estuvo muy ligado a las altas esferas sociales. Juan Chacón
ha publicado un expediente en el que consta la participación, en una de esas fiestas, de las señoras Sánchez de los Olivos,
de doña Ignacia Rojas, de doña María de los Ángeles Luna Victoria, de las señoras de los Ríos, del oidor Manuel de la
Vega y Bárcena, de los curas Miguel Larrea y Jerónimo Gallegos, de Juan Tello de la Chica, de un mozo apodado
Tumbabiro. La fiesta terminó muy mal, pues la señora Rojas y el oidor Vega protagonizaron un incidente bastante
desagradable. En Baba, en 1784, el propio cura convidaba al baile del fandango a zambas y mulatas y el Obispo de Quito,
José Pérez Calama, a fines de la Colonia, encontró al cura José Albuja bailando este ritmo en el barrio de la Mama
Cuchara.
Aún en 1830, se bailaba públicamente el fandango en Guayaquil; luego se fue extinguiendo, pues dio paso al Alza que
te han visto.
El fandango mestizo se lo interpretó con arpa. Pero existió también un fandango indígena donde se utilizaba violín, arpa,
guitarra, bandolín, bombo y flauta de carrizo.
Alza que te han visto: Ritmo que desciende del fandango y que a su vez da origen al aire típico. Menos extenso y
variado que el costillar –como variante de fandango– fue el ritmo más popular del siglo XIX en el país. Se consolidó
desde el siglo XVIII como música popular, que tomaba en cuenta las coplas primitivas compuestas antiguamente.
Parece que el alza que te han visto primitivo es costeño, siempre en tonalidad mayor al igual que el costillar. Cuando
pasó a la Sierra, se le añadió un estribillo en tonalidad menor. Se lo bailaba con arpa, más tarde, se le añadió el
acompañamiento de guitarra.
40 RINCONES QUE CANTAN
La zona serrana en donde tuvo más impacto fue Imbabura, se conservan, por ejemplo, dos coplas del siglo XVIII en
relación con Ibarra. Una de ellas se cantaba en 1768, cuando la prisión del alcalde don José de Grijalva Recalde por el
asesinato de su mujer, doña María Freile Lasteros:
Varias de estas coplas mezcladas del XVIII y del XIX aún viven gloriosamente en nuestras tenidas, valga cita dos de ellas:
Mi garganta no es de palo
Ni hechura de carpintero
Si quieren que yo les cante
Denme un trago primero.
42 RINCONES QUE CANTAN
Era pues una música popular, aunque no indígena. En la mitad del baile se describía una circunferencia completa para
luego llegar a la primera posición. Hassaurek describe que en época de García Moreno, en el Chota, existía una variante
mucho más rápida que el alza que te han visto, en la que la mujer tomaba un papel predominante, arremetiendo al
varón. En Cuenca, según Honorato Vásquez, el hombre doblaba la rodilla delante de la mujer.
Albazo y albazito: Se los considera bailes sueltos de raigambre indio-mestiza en el país, su origen es seguramente el
yaraví y viene a ser un yaraví rápido. Está muy ligado al bullicio de las festividades religiosas coloniales que despertaban
con el alba o madrugada, de donde proviene su nombre. Algunos, como el Dr. Tobar Donoso, le han considerado de
origen peruano, pero más bien pensamos que se trata de un ritmo andino popularizado en los dos países.
La gran diferencia con el aire típico –con el que muchos lo confunden– es el ritmo, pues el albazo tiene 6/8. En el
proceso de mestizaje, el albazo incorporó la guitarra española con una pequeña variante rítmica.
Segundo Luis Moreno Andrade, el gran musicólogo ecuatoriano, pudo datar la existencia del albazo ya en 1820, época
en la que vivían sus bisabuelos en Cotacachi, provincia de Imbabura.
Los más populares proceden de las creaciones de Jorge Araujo Chiriboga, de Víctor Valencia Nieto y de Víctor de
Veintemilla Trujillo, tales como Si tú me olvidas, El pañuelito, Decepciones, etcétera.
Aire típico: Baile suelto y alegre –básico en su definición– muy de la Sierra, con poca difusión en la Costa, técnicamente
del género popular, de ritmo ágil y modificaciones del tiempo en función de la danza, en tono menor y en metro ternario.
Se originó en el albazo, de éste se diferencia solamente en el cambio de acento. Se lo interpretaba básicamente con el
arpa. Se cree que estuvo ya estructurado en época de la Independencia, pero en forma documentada sólo se puede
hablar de él a partir de 1890.
Varios músicos confunden semánticamente el aire típico con el albazo, porque se cree que cualquier ritmo nacional
puede ser nominado como aire típico, como ocurre con composiciones guayaquileñas en ritmo de 3/4.
Los aires típicos nacionales más conocidos son: Vestida de azul, Pedazo de bandido y el Simiruco. Rubén Uquillas, César
Baquero, Guillermo Garzón Ubidia, Julio Nabor Narváez han sido sus más preclaros cultivadores.
Desde Riobamba hacia el sur, este ritmo suele recibir el nombre de capishca. Tanto el albazo como el aire típico eran el
repertorio básico de las serenatas.
2
SEGUNDA PARTE
Fernando Jurado Noboa 45
SEGUNDA PARTE
Orígenes del pasillo
Sólo se debe hablar de lo que se ama
Renán
Durante algunos años se ha mantenido la teoría de que el pasillo –baile y canción mestiza, y en sus orígenes una
adaptación del vals europeo, según Guerrero Gutiérrez– habría llegado al actual Ecuador con las tropas colombianas y
venezolanas de la Independencia. Pero no existe ninguna fuente seria que pueda respaldar tal teoría. Al contrario,
historiadores como don Rafael María de Guzmán España, aseguran que en Quito, y en épocas libertarias, se conocían
totalmente otros ritmos, mas no el pasillo.
Quizás uno de los cambios musicales más grandes en Quito se dio alrededor de 1840, pues fue entonces que murieron
ritmos como la cachucha y el curiquingue, quedando aún el sanjuanito, el yaraví y el alza que te han visto.
El notable polígrafo ibarreño don Víctor Manuel Guzmán Mera (nacido en 1884), en su artículo “La música”, asegura que,
entre los años de 1860 a 1880, figuró en Ibarra la orquesta del maestro José Dalgo, integrada por Antonio Chaves,
otavaleño nacido por 1840, Alipio García, Pancho Largo, Rafael Suárez, todos violinistas; Pedro Mena, José Nicolalde,
Rafael Pazmiño, Antonio Sánchez, los cuatro flautistas y Miguel Sánchez, quien interpretaba el violón.
Los ritmos preferidos eran: el costillar Ají de queso, el alza que te han visto El Sigse, el sanjuanito La cuadrilla de lanceros,
el pasodoble A los toro, y el pasillo La chola ibarreña, de tal manera que podríamos asegurar para 1860 la presencia de
este ritmo en la hermana ciudad. Sabemos además que Dalgo formó la nueva orquesta de la ciudad luego del terremoto
de 1868, que fue autor de numerosos yaravíes, polkas, marchas, etc., y que murió muy anciano en 1911.
Don Alejandro Andrade Coello, en su libro Perifonemas, asegura que el pasillo recién fue introducido en Quito en época
de Veintemilla, en 1877, y que dos diplomáticos colombianos, entre ellos el poeta Rafael Pombo, lo trajeron.
Pombo nació en Bogotá por 1833, fue hijo de los payaneses Lino de Pombo O’Donnell, prócer, gran humanista, alumno
del sabio Caldas, muerto en Bogotá en 1862 a los sesenta y seis años, y de Ana Rebolledo Tejada, hermana menor de
José María Rebolledo, nacido por 1797, quien se hallaba en Quito en 1822 al tiempo de la batalla de Pichincha. Como
cosa curiosa, tanto Ana como José María eran hermanos de Juana Francisca Rebolledo Tejada, nacida en Popayán por
1814, casada en Bogotá con Francisco Pontón, madre de Ramón y de Francisco Pontón Rebolledo. Francisca Rebolledo
y su marido murieron en Panamá en su juventud.
Cuando el poeta Pombo llegó a Quito en 1877, se topó con dos grandes grupos familiares que le eran muy afines: el de
los Rebolledo Velasco, hijos de su tío abuelo, don Francisco Rebolledo Valencia, quien se había casado en Quito con doña
Antonia Velasco Cobo y que tuvo su casa en una de las esquinas de la Plaza Mayor de Quito; y otro, que procedía de
otro tío abuelo, el Dr. José María Tejada y Gutiérrez de Celis, casado desde 1804 con doña Juana María del Mazo y
46 RINCONES QUE CANTAN
Aizpuru, prima hermana de Manuelita Sáenz y Aizpuru. Aquel murió en Quito en 1838. La ciudad era, pues, como para
sentirse en casa absolutamente propia.
Con la novedad traída por Pombo, la migración cultural del pasillo tuvo dos alumnos preferentes: por una parte, Carlos
Amable Ortiz y, por otra, el maestro Aparicio Córdova.
El primer pasillo creado en 1881 por Ortiz se llamó La patria en el Ecuador y lo dedicó al Cdte. Javier Guevara, vecino de
San Roque. Un año después compuso el pasillo Luis, dedicado al francés don Luis Charvet y, meses después, creó otro,
llamado Mi corazón en pedazos. En 1885 hizo el pasillo Un recuerdo y, un año después, El proscrito, en homenaje a los
desterrados políticos de su tiempo. Otro pasillo Mi dolor, data de 1887.
Por su parte, el maestro Aparicio Córdova, maestro de capilla en Santo Domingo, compuso dos pasillos pioneros,
aunque al parecer un poco más tarde que Ortiz: Los bandidos y otro, llamado ¿Te vas? Su hijo, Enrique Córdova Arboleda,
de apenas trece años de edad, compuso el pasillo Primeras quejas en 1898.
Un tercer discípulo de Pombo fue el joven Francisco Ramos Albuja, nacido en Quito hacia 1874, quien, hacia 1892,
compuso un popularísimo pasillo: Mis lágrimas
Ramos dejó también otros pasillos como el Ecos de mi tierra y el llamado Sufro por tu ausencia. Su prematura muerte
en Guayaquil, y la labor hecha por sus familiares, hizo muy grata su figura. Su primer pasillo alcanzó, como hemos dicho,
enorme popularidad. Sus hermanos mayores Rafael y José Ramos Albuja fueron músicos concertistas, todos fueron hijos
del músico David Ramos Castilla –de familia oriunda de Tanicuchí– y de la señora Concepción Albuja, quiteña; estos
últimos eran dueños de casa en la calle Benalcázar 21 y Manabí, esquina.
En resumen, ya hubo pasillos en Ibarra entre los años de 1860 y 1880, seguramente procedentes de Colombia y el
pasillo, en Quito, puede datarse desde 1877, por lo menos.
Fernando Jurado Noboa 47
Fuentes
Arboleda, Gustavo. Diccionario biográfico y genealógico del antiguo Cauca, Bogotá, 3ª edición, Horizontes, 1962.
Arboleda Valencia, Hernando. Estudio histórico sobre algunas familias de Popayán, Popayán, Universidad del Cauca, 1980.
Guerrero, Pablo. Enciclopedia de la Música, Quito, Corporación Musicológica Ecuatoriana, vol. 1 y 2, 2004 y 2005.
Guzmán, Rafael María de. Anecdotario de la época bolivariana, Quito, Colección SAG, 1998.
Guzmán, Víctor Manuel. Apuntes autobiográficos del propulsor del Ferrocarril del Norte, Ibarra, Centro de Ediciones
Culturales de Imbabura, 1996.
Jiménez, Adolfo. Guía de Quito, Quito, Escuela de Artes y Oficios, 1894.
Jurado, Fernando. “Discurso en el lanzamiento de la obra de Rafael María de Guzmán”, en Memorias del Cnel. José
Antonio Polanco, Quito, Colección SAG, 2001.
Informes del Dr. Gonzalo Bonilla Ramos, Quito, 1990 – 1992.
48 RINCONES QUE CANTAN
Brevemente, se trata de una anciana que pretende conquistar a un mozuelo ‘retrechero’, es decir, muy amante de las
retretas militares, mientras su anciano marido –don Tiburcio– era ya un inválido militar que, de seguro, había sido tambor
de alguna banda. La palabra ‘tiburones’ que se usa en el poema, hace referencia a que sus orígenes son de la Costa.
Anónimo
Fernando Jurado Noboa 49
Los lectores curiosos sobre nuestros temas vernáculos conocen ya que, gracias a la compositora Lidia Noboa de Granda,
se ha salvado el pasillo Petita Pontón. Lidia lo escuchó en su niñez de labios de su abuela doña María Saá Ribadeneira
de Noboa y lo ha guardado fielmente en su memoria.
¿Cuándo y dónde lo aprendió doña María Saá? Pues en Guayaquil, ciudad a donde dicha señora viajó a establecerse con
su corta familia en 1879; de tal manera que podemos asegurar que en ese año ya se lo cantaba en el puerto. Ella dejó
la ciudad en 1881, año en que ya aparece radicada en Latacunga y, prácticamente, jamás volvió a Guayaquil.
¿Quién era Petita Pontón? El gran crítico azuayo Dr. Carlos Aguilar
Vásquez dice que este pasillo llegó desde Colombia, lo que es
absolutamente probable. Hemos dicho ya que la familia Pombo
Rebolledo, que importara el pasillo a Quito, tenía parentesco direc-
to con los Pontón de Bogotá, una tradicional familia de esa ciudad
desde el siglo XVIII. Penosamente, los especialistas colombianos no
han logrado localizar a Petrona Pontón, quien es la protagonista
del pasillo.
Pero, ¿es esa niña la Petita Pontón del pasillo? Nos gustaría pen-
Doña María Saá, una de las salvadoras del pasillo
sar que sí; quizás en 1880 estaba absolutamente avejentada por el Petita Ponton . Foto: Archivo personal FJN.
hecho de haberse casado con un hombre muy mayor.
Pablo Guerrero ha encontrado una grabación de este pasillo, del año 1912, con el título de El Caballero. Se trata de un
pasillo cómico, grabado en el disco La Favorite. Sabemos, además, que este pasillo se cantaba aún en Latacunga, en los
años de 1940 y 50.
50 RINCONES QUE CANTAN
Fuentes
Jurado, Fernando. El libro de los saberes, la familia Saá en el Ecuador, inédito.
Guerrero, Pablo. Enciclopedia de la Música, Quito, Corporación Musicológica Ecuatoriana, vols. 1 y 2, 2004 – 2005.
Archivo del historiador Dr. Fernando Restrepo Uribe, Bogotá.
Archivo Nacional de Historia de Quito (ANHQ), Empadronamientos, Guayaquil, 1861.
Informes de Gonzalo Barriga Quevedo, Quito, noviembre del 2005.
Informes de Lidia Noboa de Granda, Quito.
3
TERCERA PARTE
Fernando Jurado Noboa 53
TERCERA PARTE
Por fuera de Quito y por fuera del pasillo.
El que no es apuesto a los 20
Ni fuerte a los 30,
Ni rico a los 40,
Ni sabio a los 50,
Nunca será ni apuesto,
Ni fuerte, ni rico, ni sabio
Goethe
Parodiando a Goethe, habría que decir que quién no amó al pasillo a los veinte, probablemente no lo amará nunca.
Hay música muy bella hecha fuera de Quito pero que ha sido parte consubstancial del alma de la ciudad y de los
quiteños. Hay bellísimos pasillos generados en Ambato o en Riobamba y, otros ritmos, como los albazos, por ejemplo,
que han sido compuestos en otras partes y que, definitivamente, son ya parte de nuestro patrimonio artístico y cultural.
¿Cómo no dedicar unas líneas, por ejemplo, a La mapa señora, al mejor pasodoble ecuatoriano que es sin duda Sangre
ecuatoriana, a Sendas distintas, a En el santo del Quintana, al aire típico Esta guitarra vieja, al pasillo Tatuaje, al
celebérrimo pasillo Sombras, al albazo Misa de doce, a Vasija de barro, a Mi panecillo querido?
54 RINCONES QUE CANTAN
El poema corresponde al gran autor madrileño Lope de Vega Carpio. La letra fue muy conocida en Quito y en el país
desde la época colonial. Se le ha llamado “canción colonial” pero no es verdad.
De manera documentada se sabe –de acuerdo, entre otras fuentes, con el diario El Comercio, de 15 de julio de 1937 que
el jesuita Teódulo Vargas, nacido en 1844 y muerto en 1911, compuso la música hacia 1874. Curiosamente, Vargas es
quien preparó al futuro historiador Luis Robalino Dávila para su primera comunión.
Podemos afirmar que el yaraví era una pieza muy conocida en Ibarra en las últimas décadas del siglo XIX. Víctor Manuel
Guzmán, en la página 71, de sus Apuntes autobiográficos, dice que, entre 1890 a 1900, las familias ibarreñas iban al lago
de Yaguarcocha en barcos fabricados por el maestro Eladio Valencia, los cuales llevaba acoderadas muy buenas boyas.
Mientras se navegaba, la canción cantada “a todo pecho” era Pobre barquilla mía.
Los militares ecuatorianos que iban de guarnición al Oriente la tenían por su preferida. En 1907, al entrar hacia
Archidona, el grupo del Tnte. Carlos Noboa Saá lo entonó igualmente “a pecho herido”. Fue también muy popular en
Otavalo y Caranqui, según versión de don Ulpiano Benítez Endara, autor del yaraví Puñales. Esta es la razón por la cual
se la enseñó, desde muy niño, a su hijo Gonzalo Benítez Gómez.
Segundo Luis Moreno dejó una versión para canto y piano. José Ignacio Canelos, el gran músico ibarreño, presentó una
versión con variantes en un concurso de obras corales en Guayaquil, con un coro a cuatro voces mixtas, en agosto de 1953.
El dúo Benítez–Valencia hizo una versión de sólo dos estrofas hacia 1945.
Fernando Jurado Noboa 55
Dúo Benítez y Valencia 1960, cuyo repertorio musical incluía el yaraví Pobre barquilla mía.
Foto: Archivo de Conmúsica, Foto Cifuentes.
Fuentes
Guerrero, Pablo. Enciclopedia de la Música, Quito, Corporación Musicológica Ecuatoriana, vols. 1 y 2, 2004 – 2005.
Guzmán, Víctor Manuel. Apuntes autobiográficos del propulsor del Ferrocarril del Norte, Ibarra, Centro de Ediciones
Culturales Imbabura, 1996.
Robalino, Luis. Memorias de un nonagenario, Quito, Editorial Ecuatoriana, 1974.
Informes del Tnte. Ángel Cardona Zambrano, Quito, 1967.
56 RINCONES QUE CANTAN
Y el cura de la parroquia
El enredo bautizó
Y elé la mapa señora
Perdonada se quedó
Mapa es voz quechua, significa sucia, de tal manera que su título vendría a ser La sucia señora. Fue compuesto en la
hacienda Pachanlica –propiedad de doña Anatolia Mera, viuda de Sevilla– hacia 1905, en una fiesta familiar. Se lo puede
datar con facilidad, pues en sus versos se habla ya del ferrocarril en Ambato, y éste llegó en 1904 a esa ciudad. Se trata
de unos versos burlones donde aparece de figura protagónica ‘la chola Zapata’ Según Segundo Luis Moreno, en su tomo
II e inédito de Historia de la Música en el Ecuador, este yaraví lo improvisó un arpista en una parranda.
Por muchos años, La mapa señora fue prácticamente el himno de Ambato, hasta que la canción fue prohibida por el
arzobispo Manuel María Pólit Laso, por alterar la moral y las buenas costumbres. El mismo criterio tuvo gente culta,
como Andrade Coello, que calificó la canción como burda y grosera, “infame, prosaica y sensual”, palabras escritas como
protesta cuando el sello Columbia la grabó con las voces de Nicasio Safadi y de Enrique Ibáñez Mora. En la misma
década, el maestro José Ignacio Canelos hizo una adaptación peculiar de la canción, se trataba de una fantasía para
violín y piano.
El mismo Moreno, en el tomo II de la obra de J. Gonzalo Orellana Pozo El Ecuador en cien años de independencia, dice
58 RINCONES QUE CANTAN
textualmente:
Cuando los ambateños oyen tocar el Mapa Señora en el arpa, en la guitarra o en el piano, saltan de emoción,
bailan con entusiasmo y se ponen más alegres que unas castañuelas (s/f: 260).
Valga referir una anécdota: hacia 1945 el Dr. Abel Alvear Arturo, conocido médico y tradicionista quiteño, dio en
arrendamiento casi toda su casa, de la carrera Caldas y Guayaquil, a estudiantes y familias ambateñas. Por coinciden-
cia, también vivía allí el gran escritor Augusto Arias Robalino –ambateño por los dos lados– quien frecuentemente hacía
gala de una agresividad proporcional a la cantidad de alcohol ingerida. Arias era especialista en disparar cenicero
contra las paredes. El Dr. Abel Alvear pretendió varias veces eliminarlos de la casa, pero fue imposible, pues uno de los
inquilinos –el Tocta Naranjo– era abogado y la cosa se volvía imposible.
Uno de los ambateños levantaba pesas, alguna vez se cayó una de éstas en forma estruendosa sobre la sala del Dr. Alvear
y destrozó su lámpara… Fue una época muy penosa. Cuando tocaba pagar los arriendos, el sufrido Dr. Alvear interponía
reja para protegerse. Cuando ya no podía más, salía a un balcón interior y gritaba: Ambateños, hijos del Largo Pacho y
la Mapa señora.
Gerardo Nicola, en el tomo IV de su Historia de la provincia de Tungurahua, dice que el autor de esta pieza es José
Domingo Feraud Guzmán. Creemos que hay una confusión total de los hechos, pues en 1905 Feraud tenía apenas catorce
años de edad y quizás ni siquiera había conocido Ambato.
Fuentes
Jurado, Fernando. “Latacunga en 1861: un recorrido por la ciudad”, en El Ecuador regional, sus raíces históricas y genealógicas,
Quito, 2004.
Nicola, Gerardo. Historia de la Provincia de Tungurahua, Ambato, Edición Gerardo Nicola y Casa de Montalvo, 1995 -1998
Moreno, Segundo Luis, Historia de la Música en el Ecuador, vol. 2, s/f. ms. inédito.
Orellana Pozo, Gonzalo. El Ecuador en cien años de independencia, pp. 260
Archivo Nacional, Quito, Empadronamientos, Cotopaxi, caja de 1864.
Archivo particular de Fernando Jurado Noboa.
Informes de Gerardo Nicola, Ambato, 1998 – 1999.
Informes de Gonzalo Sevilla Naranjo, Quito, 2005.
Informes de Jaime Dousdebés, Quito, 1990 – 2006.
Fernando Jurado Noboa 59
A mí me llaman el chagra
Chagra soy en realidad
Pero para las quiteñas
No me falta habilidad
Se trata de una tonada de muy vieja que sin duda, fue traída por los militares de los ejércitos libertadores, pues en el
folklore venezolano se conserva una estrofa típica que dice así:
En Ambato estaba muy de moda una versión muy parecida que Juan León Mera hizo constar, en 1892, en su obra
Cantares del pueblo ecuatoriano. Allí se puede leer, por ejemplo, la tercera estrofa que ahora cantamos.
En 1910, Carlos Chávez Bucheli, en el barrio de Santa Bárbara en Quito, sobre la base de la tonada, compuso otra muy
parecida. El muchacho tenía apenas quince años y estaba enamorado de Luz María Rodríguez, una de las muchachas
bellas de ese barrio. Ella se casó impensadamente con un señor Baquero, Chávez se dedicó algunos días a la copa y
compuso una letra modificada con solamente dos estrofas:
60 RINCONES QUE CANTAN
De tal manera que la letra es, en buena parte, original de Chávez, mas no la música, que tenía larga data.
Chávez fue hijo del otavaleño Víctor Manuel Chávez, tocador de flauta y de guitarra, y de doña Clara María Bucheli quien
cantaba muy bien; además, fue sobrino del notable don Virgilio Chávez Orbe; le venía, pues, la música en la sangre. De
niño escuchó seguramente, en Otavalo o de voz de su padre, la música de la tonada. Es decir, la tonada se inmortalizó
en genes otavaleños, tanto por el caso de Chávez como por el de Guillermo Garzón. El primero también autor del san
juanito Otavalo.
Fuentes
Carrión, Oswaldo. Lo mejor del siglo XX, Quito, Ediciones Duma, 2002.
Guerrero, Pablo. Enciclopedia de la Música, Quito, Corporación Musicológica Ecuatoriana, vols. 1 y 2, 2004 y 2005.
Mera, Juan León. Cantares del Pueblo Ecuatoriano, Quito, Ediciones del Banco Central, 1982.
Morlás, Alberto (comp.). Florilegio del pasillo ecuatoriano, Quito, Editorial Jodoko Ricke, 1967.
62 RINCONES QUE CANTAN
Partitura de pasodoble instrumental Sangre Ecuatoriana, escrito por Julio Cesar Cañar.
Archivo Commúsica.
Fernando Jurado Noboa 63
Creado por el maestro Julio César Cañar. La versión instrumental de Enrique Rodríguez y su orquesta fue grabado en la
Argentina en 1945 y se convirtió en una pieza de fama continental.
Cañar nació en Baños, el 10 de septiembre de 1898, en una familia de ancestros indígenas. Fue hijo de Avelino Cañar,
maestro de capilla de la iglesia del pueblo, y de Manuela Cárdenas, muerta muy anciana en 1958. Desde niño ya tocaba
el melodio y reemplazaba a su padre en la iglesia, luego aprendió a tocar órgano y piano.
En 1913, llegó a Baños el embajador Víctor Eastman Cox, quien al quedarse admirado de la habilidad del chico de sólo
quince años, le consiguió una beca en el Conservatorio de Música por los siguientes 5 años. Allí fue compañero de José
Ignacio Canelos, su paisano, Segundo Granja Almeida y Ricardo Romero, entre otros.
En junio de 1930 se empleaba en la colocación de música de fondo para películas silentes. En una ocasión debió colocar
la música apropiada para una sobre toros. Esa noche, en su modesta habitación de la calle de la Loma Grande, compuso el
inmortal pasodoble, el cual se escuchó por primera vez en la Plaza Arenas, el 1° de noviembre de 1930, a cargo de la
Banda Municipal con el maestro Carlos Ramírez ¡Esa casita de La Loma merece una placa sin lugar a dudas!
El hermano Gerardo Miguel Morán le puso letra, pero no tuvo éxito. Se la debe escuchar en la versión instrumental.
Fue Luis Pino Yerovi quien, emocionado al escucharla, la recomendó a la marca Odeón, en Buenos Aires, varios años
después.
Cañar fue prolífico compositor, fue autor de los fox incaicos Vírgenes incaicas y Adoración incaica, con letras extraídas
de la novela Cumandá de Juan León Mera.
En 1934, con motivo de la inauguración del monumento a Bolívar, creó la marcha Quito a Bolívar. En 1950 declaró que
vivía en la calle Rocafuerte y Vásconez. En 1965 compuso el pasodoble Jesús del Gran Poder, Patrón de los toreros.
Otto Mayer lo cita en su libro de 1947 Música y músicos de Latinoamérica, editado en México.
Fuentes
Carrión, Oswaldo. Lo mejor del siglo XX, Quito, Ediciones Duma, 2002.
Gangotena Emilio, El libro de la ciudad de San Francisco de Quito, Edición Cegan, 1951.
Guerrero, Pablo. Enciclopedia de la Música, Quito, Corporación Musicológica Ecuatoriana, vols. 1 y 2, 2004 y 2005.
Mayer, Otto. Música y músicos de Latinoamérica, México, Municipio del Distrito Federal, 1947.
Morlás, Alberto (comp.). Florilegio del pasillo ecuatoriano, Quito, Editorial Jodoko Ricke, 1967.
64 RINCONES QUE CANTAN
Gral.Antonio Farfán, Cuenca, hacia 1860 (citado en la obra de José María Ortega).
Araujo nació el 27 de febrero de 1889, desde hacía varias generaciones sus familiares eran apodados los ‘Gatos Araujo’,
pues decían que de niños lloraban como gatitos. Desde muchacho aprendió a tocar, de oído, el piano, la guitarra y el
bandolín, en las tenidas que se hacían en la quinta La Florida, del deán Juan Félix Proaño Castillo, en las afueras de
Riobamba, y donde su hermana Manuela, que era ciega, deleitaba a los asistentes. En julio de 1911 terminó el tercer año
de jurisprudencia y en enero de 1912 participó en la campaña de Huigra, Naranjito y Yaguachi de lado de las tropas
constitucionales. Estuvo en la campaña contra las montoneras del coronel Carlos Concha, obteniendo su grado militar.
Fernando Jurado Noboa 65
Radicado de fijo en Quito, cursó estudios de medicina y fue compañero de Carlos Velasco Montesdeoca, cuando éste
compuso la pieza teatral Los estudiantes bohemios. Araujo –apodado el ‘Gato’, como hemos dicho– fue uno de los
actores de esa pieza, pero le surgió tanto interés por el arte que abandonó sus estudios.
Poco después asistió, en el Conservatorio de Música, a las clases del profesor Carlos Revoredo, quien fue gestor del
primer curso de declamación. De este curso nació la Compañía Dramática Nacional que más tarde se dividiría, pues de
ella saldría la llamada Compañía de Variedades de Jorge Araujo, con doña Carlota como protagonista, con gran auge en
Quito, a partir de 1927.
Luego fue alumna del maestro Rafael Ramos Albuja quien, en su casa de las calles Benalcázar y Manabí, creó la primera
Compañía Nacional de Teatro, llamada Orfeón Quito, cuyos alumnos primeros fueron Eva Raquel Echeverría Saá, María
Victoria Aguilera Mesías, Leonardo Barriga León, N. Carrillo, etc. Fue en esa casa en donde Carlota conoció a Araujo, el
gran amor de su vida.
En 1926, la joven de veintidós años se radicó en Ambato como profesora del Liceo Hispano América; en el mes de
septiembre, Araujo la fue a visitar, fue entonces que nació la célebre canción. Un año después se casaron en Guayaquil.
Carlota Jaramillo ha sido sin duda la más popular figura musical ecuatoriana de todo el siglo XX. Convertida en actriz y
cantante de la compañía, su vida se llenó de hechos estelares, por ejemplo, la interpretación del pasillo Sombras en 1935,
que realizó asesorada por el propio autor musical, don Carlos Brito. Más tarde, protagonizó el estreno de En la cruz de
Adolfo Jiménez y del maestro Víctor Valencia, Amor grande y lejano, etcétera.
Varias de las canciones de Guillermo Garzón Ubidia fueron popularizadas, a partir de 1938, mediante la estupenda voz
de Carlota. Quizás la más conocida de ellas era Compadre péguese un trago. Pocos años después conformó un trío con
Luis Alberto Valencia y con Bolívar Ortiz, actuando en varias ciudades de Colombia. Para 1940 grabó el pasillo Honda
pena, de Guillermo Garzón y Carlos Villafañe, logrando enorme acogida. El año 42 y con Luis Alberto Valencia grabaron
Sendas distintas, tanto para Ecuador como para Argentina. Actuó públicamente hasta 1970, cuando contaba con
sesenta y seis años de edad.
Fuentes
Descalzi, Ricardo. Historia del Teatro Ecuatoriano, Quito, Ediciones de la Casa de la Cultura, vol. 2, 1968.
Jurado, Fernando. “Diccionario biográfico de chimboracenses del siglo XX”, en Riobamba, Chimborazo y su gente, Quito,
Ediciones de la Sociedad de Chimboracenses Residentes en Quito, 2003.
Viteri, Carlos. Tipos quiteños, ms., inédito.
Informes de Blanca Castillo Argüello, Quito, 1976.
Informes de Gonzalo Bonilla Ramos, Quito 1992.
Informes de Isabel Castro Valencia de Vela, Chambo, 1975.
Informes de Jorge Araujo Chiriboga, Quito, 1966.
Fernando Jurado Noboa 67
3.6. El pasacalle “En el santo del Quintana” o “La tuna quiteña”, Quito, hacia 1930.
La ausencia es una de las manifestaciones más temibles de la muerte
Carlos Aguilar Vásquez, Obras completas.
En el santo del Quintana
Vamos a pasar muy bien
Asómate con tu hermana
Para tomar lo que den
Todas las ñatas del barrio
Con sus guambritas vendrán
Va a haber fiesta, va a haber baile
Como nunca se verá
Esta noche yo me animo
Con la Tránsito Román
Y si quiere nos casamos
Más arriba de San Juan
Las del Sapo de Agua vienen
También las del Cebollar
Vienen las de Guangacalle
Junto con las del Tejar
La costurera Rosaura
Y la negrita Isabel
La gordita Carolina
Y la mujer del Manuel
Por la izquierda y la derecha
Pues al pavo bailarán
Zapateando y con hincadas
Al santo festejarán
Tocarán los Curcos Víctor
Cantarán los Peñafiel
Darán mistela rosada
Y chinguero como miel
Esta tuna de mi Quito
Con guambritas sin igual
Es tuna de gente buena
Es una tuna legal
Letra y música: Leonardo Páez Maldonado
68 RINCONES QUE CANTAN
Mi tío Leonardo Páez Maldonado –primo hermano de mi papá Humberto Jácome Maldonado– fue un hombre fuera de
serie: ya al verlo físicamente uno se quedaba encantado, tenía la pinta de artista y el caminado de artista, como echándose
hacia delante. El pelo generalmente largo le daba un aire especialísimo. Fue mi primer profesor de defensa personal, allá
en los años cuarenta. Salir con él al centro de Quito, era una maravilla. Sabía conversar y encandilaba a la gente, sabía
cantar divinamente, para los tangos era un as, sabía de historia, geografía y literatura. Su ‘Romancero Quiteño’ está indu-
dablemente inspirado en García Lorca y en Miguel Hernández. Las mujeres le buscaban sin cesar.Vivió años en Maracay
y luego en Caracas, donde fue subdirector del diario El Universal, se casó allá y tuvo cinco hijos, todos educados en los
Estados Unidos.Ya viejo y a pesar de que tenía ya dificultades con sus dedos, aprendió guitarra clásica con el famoso Lauro.
La última vez que vino a Quito exclamó algo muy bello: “Mi Quito ya no es mi Quito”.
Esa alusión de casarse más arriba de San Juan es una quiteñada, pues más arriba ya no hay ni había nada, quería decir
que se podía jurar matrimonio, pero simplemente por un ratito.
Tránsito Román era una señora anciana ya en esa década, antes vecina de Riobamba y que vivía cerca de la cantina
donde se realizó la canción. Había tenido una juventud un tanto complicada, la mención de su nombre venía a ser otra
de las chuscadas de Páez, pues resultaba insólito que alguien quisiera proponer matrimonio a una señora “que ya no
estaba para el efecto, donde no se debía romper, sino desarrugar”.
El popular compositor manabita Gonzalo Vera Santos en algún momento se consideró el autor de la música. Esto no
tiene fundamento alguno. Vera fue internado por un severo problema mental en 1946 y no se restableció hasta su
muerte en 1989.
Se ha escrito también –por parte del señor Jaime Vega Salas– que La tuna quiteña se escribió en el sitio del actual Teatro
Alhambra, pero es otra afirmación inconsistente. Cuando se le preguntó por tal cosa al señor Quintana, se quedó pro-
fundamente extrañado, pues jamás su cantina estuvo en ese sitio.
En todo caso, esa cantina fue el sitio en donde se encontraba a Francisco Jara Caldas, mediano pintor y gran guitarrista;
Gonzalo Moncayo Narváez, compositor; otro excelente guitarrista, Luis Romero, que hacía dueto con Moncayo; Jaime
Hernández, guitarrista y pintor; Ibo y su carnal Lucero, dueto de los más populares de la ciudad; el Ciego Palacios,
violinista; los Curcos Víctor, guitarristas, quienes residían en la Plaza Victoria; el dúo Villavicencio Páez.
Este dúo merece unas líneas. Se formó hacia 1930 y actuó en toda esa década, presentándose en la radio El Prado, de
Riobamba, en la HCJB en Quito, también en varios teatros del país, e hicieron grabaciones para la firma Victor.
En 1934 se incorporaron a la Compañía Dramática Nacional de Marco Barahona y Marina Moncayo y participaron
cantando a dueto, por detrás del escenario, en la grabación de la película Guayaquil de mis amores. El dueto participó
en sonadas piezas como el sanjuanito Buena yesca, de Guillermo Garzón Ubidia, con el cuarteto mixto de guitarras,
unidos a las hermanas Fierro; el cachullapi Compadre ñato, de Alfredo Carpio, también con el conjunto Alma Nativa; la
jota Chicha de la Santa, del mismo Garzón Ubidia, acompañados del mismo conjunto Alma Nativa; el danzante Procesión
indígena, de Julio César Cañar, con el conjunto Alma Nativa y las hermanas Fierro; la chilena Caray caramba cariucho,
de Marco Tulio Hidrobo, con el mismo conjunto y las hermanas Fierro.
Fuentes
Jurado, Fernando. Habemus Páez, Quito, Colección SAG, vol. 2, 2006.
.Los Larrea, Colección SAG, Quito, 1985.
Vega, Jaime. Reminiscencias, Quito, Ediciones del Municipio, (1929) 1996.
Informes de Avelino Quintana a su médico Dr. Diego Proaño, San Antonio de Pichincha, 1979 – 1980.
Informes de Blanca Castillo Argüello, Quito, 1976.
Informe escrito de Leonardo Páez, Mérida, 1967.
Informes de Pedro Vicente López Vallejo, Cayambe, 17 de diciembre de 2005.
Informes de la familia Jácome Harb, sobrinos del artista, Quito, 1991 – 2005.
Fernando Jurado Noboa 71
Uno de los monstruos de nuestro cancionero fue Rubén Uquillas Fernández, nacido en Quito, el 15 de febrero de 1901,
fue hijo de don Benjamín Uquillas Vela, nacido en Guaranda hacia 1855, dueño, a fines de siglo, de una importante
cantina quiteña que funcionaba en la esquina de la Plaza Mayor donde hoy está el FONSAL. Su madre fue la señora
María Fernández Alzamora, nativa de Riobamba y pariente muy cercana del notable artista Marco Salas Yépez, quien por
el lado de los Alzamora guardaba un lejano parentesco con la Dra. Mercedes Suárez Alzamora la madre de González
Suárez. Infancia muy triste la de los Uquillas, pues su padre era jugador y perdió todo su dinero hasta llegar a una
situación insostenible, fue entonces que la religiosa Estatira Uquillas Vela, superiora de las marianas en Riobamba y tía
carnal de los muchachos, los invitó a radicarse en esta ciudad con el objeto de apoyarles.
Desde niño vivió, pues, en Riobamba en una casa llamada “Barco de Palo”, era íntimo amigo de Francisco Robelly
Chiriboga. Cursó la primaria con los salesianos y la secundaria en el colegio Maldonado. Bohemio desde siempre y con
profundo éxito entre las mujeres, cuando les decía a sus amigos: “Me retiro porque voy a visitar a una tía monja”, casi
todos pensaban que era una tomadura de pelo.
Contó también con la amistad del poeta Ángel Leonidas Araujo Chiriboga –hermano de Jorge– y por esa razón, desde
los quince años de edad, puso música a numerosos poemas de Araujo, entre ellos Cantares, pasillo, 1916; Lágrimas de
oro, pasillo, 1917; Ni lágrimas ni versos, yaraví, 1917; Sombras, pasillo, 1918; Añoranzas, pasillo, 1919; Como un adiós,
pasillo, Quito, 1919; Sangre del pasado, Riobamba, 1921; Maleficio, Riobamba, 1925.
Hacia 1916, radicado de nuevo en Quito, estudió por poco tiempo en el colegio Mejía. Refiere Kanela Andrade, en su
libro Los Inolvidables, que Rubén llegó con una pinta totalmente campesina y que se matriculó en la Escuela de Bellas
Artes para 1917. Un año después fue alumno del Curso de Declamación y del Teatro Nacional, que nació en la casa de
la calle Vargas y Manabí, propiedad de don Canuto Silva Terán y que fue obra, ante todo, de Humberto Dorado Pólit. En
1919 participó en el grupo teatral Orfeón Quito, creado en la casa de Rafael Ramos Albuja, fue compañero del citado
Dorado, así como de Eduardo Albornoz Viteri, Miguel Ángel Casares Viteri, Marco Barahona, Alfredo León Donoso, fue
alumno, otra vez y enseguida, de la escuela de Bellas Artes y de la Academia de Declamación. El mismo año, y en dúo
con Humberto Dorado, compuso también a dueto los pasillos Sepulturero y Las Doce en el Carmen Bajo, y un vals
llamado Claro de luna, todas muy populares en su tiempo.
En 1920, se afilió a la compañía Saullo de zarzuelas y operetas, debutando con ella y en Guayaquil como actor y
cantante. Cantó el pasillo Mis flores negras con música de Enrique Floril.
Luego, en 1921, integró la compañía de Efraín Orozco, con quien viajó a Colombia y Centro América. A su regreso al país,
obtuvo el título de dibujante en la Escuela de Bellas Artes y de 1922 a 1924 vivió en Riobamba, dedicado a profesor en
el colegio Maldonado, a una fina bohemia, al amor –se casó por entonces con Beatriz Ordóñez Robalino– y colaboró con
la radio El Prado. En 1923 compuso el aire típico Vestida de azul saliste, dedicado a la joven Mariana Cadena Tapia. En
1928, nació su hija Lida Uquillas Cadena, luego notable artista.
En 1928, y en la misma Riobamba, formó dúo con Augusto Albán Zúñiga, con quien viajó nuevamente a Guayaquil,
donde cosecharon éxitos.
Fernando Jurado Noboa 73
Desde 1930 deambuló por todo el país como miembro de la compañía de Marco Barahona y de Marina Moncayo,
trabajando al lado de Jorge Icaza, Marina Gozembach y del propio Humberto Dorado; más tarde se pasó a la Compañía
de Comedias y Variedades de Jorge Araujo y Carlota Jaramillo, que contaba con la presencia de Miguel Ángel Casares y
de Olivia Demarie Valdivieso, esposa de Casares.
Con un fan imparable de viajar, hacia 1933 formó otra vez el dúo con Augusto Albán, con quien recorrió Colombia y
Panamá, en este último país a Albán le cogió la nostalgia y se regresó a Riobamba, mientras Uquillas se radicó en Cali
como empleado de la emisora La Voz del Valle.
En 1934, y durante una estadía en Cali, sobre la base de la letra del diplomático colombiano Chula París de Aguirre,
compuso el bellísimo pasillo Tatuaje, considerado su mejor composición. Suya es también la tonada Ojos azules. En 1935,
se radicó en Venezuela, donde integró un célebre trío con su hermano Plutarco y con Carlos Izurieta; en 1937, hizo
ochenta y cuatro grabaciones con la RCA Victor de Medellín y volvió a recorrer Colombia como artista de teatro en la
compañía española de Gobelay.
Vivió dos años en Cuba de 1939 al 41, regresó en este año a Guayaquil donde hizo honda amistad con Luis Alcívar
Elizalde, Ney Vela Rendón y Rafael Guerrero Valenzuela. Estuvo una temporada en Quito y pasó finalmente a Venezuela.
Se radicó en el pueblecito de Rubio, en el estado Táchira, donde instaló un taller de fotografía a una cuadra de la Plaza
Bolívar, allí le entrevistó el guayaquileño Ricardo Proaño, en octubre de 1958. Murió en Venezuela a los setenta y cinco
años de edad, el 28 de diciembre de 1976.
Su hermano Plutarco es considerado el autor literario de la pieza Samba Samba, creada cerca de la esquina del Carmen
Bajo, en Quito, un día a las dos de la madrugada. La música corresponde a Rubén Uquillas.
Fuentes
Carrión, Oswaldo. Lo mejor del siglo XX, Quito, Ediciones Duma, 2002.
Morlás, Alberto (comp.). Florilegio del pasillo ecuatoriano, Quito, Editorial Jodoko Ricke, 1967.
Archivo Parroquial de Guanujo, en Archivo de la Curia, Guaranda.
Archivo Robles Chambers, Guayaquil.
Informes de Francisco Robelly Chiriboga, Quito, 1966 y 1967.
Informes escritos de José Freile Larrea desde Riobamba, 1970 – 1982
Informes de Marco Salas Yépez, Quito, 1989.
74 RINCONES QUE CANTAN
Y en la penumbra vaga
De la pequeña alcoba
Donde una tibia tarde
Me acariciaste toda
Te buscarán mis brazos
Te buscará mi boca
Y aspiraré en el aire
Con un olor de rosas,
Cuando tú te hayas ido
Me envolverán las sombras.
Este pasillo, que viene a ser nuestra verdadera canción de exportación, aunque se inspiró y se gestó en Quito, fue escrito
realmente en Riobamba.
Considerada una de las más bellas canciones latinoamericanas, la han cantado Julio Jaramillo, Raphael, Alberto Cortés,
Julio Iglesias, Yaco Monti, etcétera.
1Ultima estrofa tomada del libro “Cantares inolvidables del Ecuador” de Francisco José Bustamante,Guayaquil, Editorial Arquidiocesana, 1982, p. 272
Fernando Jurado Noboa 75
La letra es de la conocida poetisa mexicana Rosario Sansores Pren (1889–1972), el poema apareció en México, en 1933,
en su libro La novia del sol. Este libro llegó a Quito por el año 1935. Carlos Brito Benavides, quien era entonces director
de la banda del Regimiento Vencedores en Riobamba –cargo que lo dejó en 1936–, llegó a Sangolquí para asistir a los
funerales de su madre, la dama tuquerreña María Benavides. Entró alguna tarde en una cantina de esa población y vio
el poema en uno de los periódicos que empapelaban una de las paredes de la cantina. Esta versión corresponde a su
familia íntima –a la que hemos escuchado– y al periódico Novedades de Yucatán.
Brito se quedó fascinado con el poema y encomendó a su sobrino N. Arrobo Brito que buscara en Quito esa obra. Arrobo
la encontró en la tienda del famoso ‘Mapa Pelotas’ –don Eliécer Sandoval Gómez– en una de las esquinas de la plazoleta
de Santa Clara y lo entregó a su tío cuando éste llegó de visita a su casa.
Brito se llevó el libro a Riobamba y allá puso música a tres poemas que escogió de la Sansores: Sombras, Imploración
de amor y Alas rotas. El segundo fue cantado por Carlota Jaramillo con el acompañamiento del trío de guitarras
Rodríguez–Palomeque–Valencia.
Por el año 1920, Carlos recibió clases privadas, en Quito, del maes-
tro Sixto María Durán, en su casa de la calle Espejo y Venezuela.
Aún muy joven, mientras estuvo de guarnición en Quito y en San
Gabriel, fue director de banda del regimiento nº 3 Calderón y, en
1928, pasó a ser director de la banda del Vencedores, con la que
recorrió Guayaquil y ganó el primer premio de bandas en 1929.
También recorrió Cuenca, Girón, Ambato (donde se inspiró para
Los Huachis) y finalmente Riobamba, donde vivió entre 1932 y
1936, por lo menos.
Carlos Brito.
Foto: Archivo Commúsica.
76 RINCONES QUE CANTAN
En Riobamba tuvo su época de oro, las hermanas Fierro se convirtieron en las que difundieron su excelente música; allá
compuso, a más de los tres títulos citados de Rosario Sansores, Solo penas, con letra de su autoría; Melancolía, con letra
del poeta Arturo Borja Pérez; Fatalismo, con letra de Noboa Caamaño; Ella; Ojos melancólicos, con letra de Lino
Torregrosa; Tus ojeras, con letra de Augusto Arias; el pasillo Una negra tristeza, con letra del guaneño Jorge Isaac
Montalvo; Lejos de mi madre, pasillo, con letra del mismo Montalvo.
Le encantaba pasearse en Guano, por eso hizo gran amistad con el poeta Jorge Isaac Montalvo.
Carlos Brito Benavides murió el 2 de febrero de 1943, a los cincuenta años, con colitis tuberculosa. Empleado del
hospital Espejo. Sus padres fueron: Manuel Brito y Mariana Benítez. Estuvo casado con María Quintanilla Cevallos.
Tuvo cuatro hijos: José, Manuel, Inés y Teresa. No testó. Testigos: Manuel Guillermo Terán, de cuarenta y siete años,
agricultor, casado.
Fuentes
Toscano, Humberto. “Biografía de Carlos Brito”, en Alberto Morlás (comp.), Florilegio del Pasillo ecuatoriano, Quito, Editorial
Jodoko Ricke, 1967.
Correspondencia del poeta y escritor Jorge Isaac Montalvo con el autor, Riobamba 1975 y 1976.
Informes de las familias Brito Luna y Flores Brito, Carapungo, 2005.
78 RINCONES QUE CANTAN
Se grabó en Quito en 1952 con el dúo mixto de los hermanos Valencia y la orquesta de Luis Aníbal Granja, pero su
creación fue muy anterior.
Un día pasaba por la iglesia de San Agustín al medio día y ví una guambra de lamerse los labios. Era una típica morena
quiteña. La fui siguiendo, perdido la cabeza y desapareció por una casa de la Marín. Quedé loco por ella. A la noche en
mi domicilio de la calle Ambato, compuse el albazo que lo guardé por años. Por alguna razón que no alcanzo a
comprenderse cambiaron algunas palabras, por ejemplo el original dice y decía al final de la primera estrofa un verso
quichuizado como entonces se hablaba en Quito ‘a la copa me vua dar’ y le han puesto ‘a la copa me voy a dar’.
Pero lo más grave es que en la tercera estrofa dice ‘rosadita y sin pintura’ cuando el original decía ‘morenita y sin pintura’ y
esto me estremeció, porque como buen quiteño a mí nunca me han gustado las rosadas.Tuve una sola enamorada de esa
(sic) color, de apellido Donoso y de la vergüenza que yo tenía, nos veíamos de noche. Ese romance duró muy poco. Si Ud.
puede hacer algo a que se retome la versión original yo le quedaría profundamente agradecido.
La casa donde se compuso este estupendo albazo está en la calle Ambato, más al occidente de la Imbabura y permanece
totalmente en pie. Es parte de nuestro recorrido por la música quiteña.
Fuentes
Correspondencia de Leonardo Páez, Archivo personal del autor.
Informe de la familia Maldonado, primas hermanas de Leonardo Páez, Quito, 1991.
Albazo compueto por Veintemilla en su casa de la calle Laureano Silva nº 316, en el barrio de La Vicentina. Se grabó
primero con las voces de Esperanza Rivadeneira y Luis Alberto Valencia con el sello de la firma de Luis Aníbal Granja.
Veintemilla había nacido en Quito, el 18 de noviembre de 1914. Su padre, José Ignacio de Veintemilla Marconi, nacido
en Guayaquil en 1861 y educado en Italia, era un conocido pianista de la ciudad, que todas las tardes, pasadas las cinco,
recibía en su casa al músico Francisco Salgado, nacido en Cayambe en 1880.
Víctor recibió la primera información musical en su casa, fue alumno de la escuela de San Blas de los Hermanos
Cristianos, siendo compañero, entre otros, de Ricardo Descalzi y de Mauro Noboa Castillo. En 1922, a los ocho años, se
presentó con su hermano Gonzalo –tres años menor– en un acto artístico en el convento de Santo Domingo, tocando
el piano a cuatro manos y dejando estupefacta a la concurrencia.
Integró el conjunto Cachullapi, llamado así en homenaje a Víctor Salgado. Hizo, al mismo tiempo, un curso de
dactiloscopia con la Misión Chilena y fue auxiliar de esta dependencia policial. Trabajó en varias radios de Quito y llegó
a administrar la Radio Democracia, donde trabajó durante veintiséis años. Fue profesor de música en la Escuela de
Trabajo nº 1, situada en el partidero a Tumbaco, en la calle 6 de Diciembre, entonces el extremo norte de la ciudad.
En la década de los 60 se presentó en Canal 2 de TV con su programa “A media luz”, que gozaba de gran popularidad.
Fernando Jurado Noboa 81
Era hombre modesto y con gran don de gentes. Sus pasillos más conocidos fueron: Anhelos, con letra del poeta Pablo
Hanníbal Vela, cantado por la solista María L. Martínez y con la interpretación del conjunto Cachullapi; Mi última
ofrenda, con letra de autor anónimo; la chilena Naides me ronca, cantado por el dúo Romero Moncayo; el sanjuanito
Chamiza, con letra del guayaquileño José Guerra Castillo y que lo cantaron originalmente Carlota Jaramillo y Luis
Alberto Valencia; el aire típico Por tu culpa, cantado por las hermanas Mendoza Suasti; el vals Perdón madrecita con letra
del mismo Guerra Castillo, cantado por las hermanas Naranjo Moncayo.
Fuentes
Jurado, Fernando. Los Ribadeneira antes y después de Colón, Quito, Servimpress, tomo 2, 1987.
.Los Veintemilla en la Sierra Central del Ecuador y en Lima, Quito, Colección SAG, 2002.
El Comercio. Artículo Póstumo, 7 de enero de 1984.
Mi Panecillo querido (albazo) [grabación discográfica; 78 rpm; pizarra], Esperanza Rivadeneira y Luis Alberto Valencia;
Orquesta de Luis Aníbal Granja.
Informes de Mauro Noboa Castillo, Quito 1966 – 1980.
Informes de Ricardo Descalzi, Quito, 1982 – 1990
82 RINCONES QUE CANTAN
Según las declaraciones de don Carlos Rubira Infante, autor de la letra y de la música de este popularísimo pasacalle,
lo compuso en 1948, mientras residía en Quito.
Estaba parado “en la esquina de la Botica Pichincha”, actuales calles Guayaquil y Esmeraldas, conocida como la esquina
de los chullas, con su alumno de canto y guitarra don Alfredo Jarrín Maldonado. Vieron cómo un grupo de aficionados
al fútbol –quiteños de nacimiento– daban una serenata a los deportistas guayaquileños que habían venido a participar
en el campeonato de fútbol de las dos ciudades, los cuales estaban hospedados en el vecino Hotel Quito, de Sergio Mejía
Aguirre. Cantaron Guayaquil de mis amores, pero con muchas fallas, de tal manera que el ingeniero Jarrín, le insinuó
que compusiera algo mejor para ese equipo costeño.
La creación de este pasacalle representa de alguna manera las regiones del país: nació en Quito, su autor es
guayaquileño, su inspirador un profesional oriundo de Cayambe. Nació además en una de las esquinas típicas de la ciudad
capital.
Rubira tenía veintisiete años, había nacido en septiembre de 1921, desde los catorce años se ganó la vida limpiamente.
Fue un hombre hecho a plomo: como empleado de la Sanidad envolvía el veneno para las ratas, fue ayudante de
gasfitero, ordenanza del batallón Quito, etc.
En 1942 ya era un conocido artista. Tiene el gran mérito de haber formado a Julio Jaramillo, con quien hizo un dúo, allá
por 1952, al igual que con Olimpo Cárdenas.
Fernando Jurado Noboa 83
En una entrevista hacia 1980, Jaramillo, ante la pregunta ¿A quién crees que debes como artista? Respondió:
…sencillamente a nadie, mi carrera se la debo a Dios. Recuerdo a las personas que me enseñaron a cantar sus temas como
Carlos Rubira Infante, Gonzalo Vera Santos, Nicasio Safadi.
En 1943, visitó en Quito al gran poeta y médico guayaquileño Wenceslao Pareja y Pareja, quien le entregó su extenso
poema En las lejanías. Rubira tomó cuatro estrofas y las musicalizó, así nació uno de nuestros más conocidos y
populares pasillos.
Es el autor de la música del pasacalle Ambato tierra de flores, con letra de Gustavo Égüez Villacreses. Música compuesta un
día camino a casa desde la Radio Continental en la cual trabajaba, es decir, en el recorrido que va de la calle Espejo a
la Oriente, en Ambato donde residio de 1945 a 1950. Estuvo vinculado también a la Radio Municipal de la misma ciudad.
Mientras vivió allí produjo numerosas canciones, tales como el pasillo Pedazo de bandido y los pasacalles: Adiós pillareña;
Altivo ambateño, compuesto en agosto del 1949 luego del terremoto; Mujer ambateña; Paco Barona; Pelileo inmortal;
Chica linda entre más de cuatrocientas producciones.
Fuentes
Carrión, Oswaldo. Lo mejor del siglo XX, Quito, Ediciones Duma, 2002.
Guerrero, Pablo. Enciclopedia de la Música, Quito, Corporación Musicológica Ecuatoriana, vols. 1 y 2, 2004 y 2005.
Pérez, Rodolfo (comp.). “Biografía de Carlos Rubira Infante”, en Diccionario Bibliográfico Ecuatoriano, Guayaquil,
Editado por la Universidad de Guayaquil, 1985.
84 RINCONES QUE CANTAN
En un paisaje de totorales
La linda Imbaya me cautivó
Y desde entonces, dichosa mi alma
De sus encantos, presa quedó.
Aunque se ha escrito repetidamente que este pasacalle hermosísimo fue escrito en Ibarra, luego de la quema del edificio
del diario El Comercio, esto no es verdad.
El pasacalle lo hizo Páez en su domicilio de la calle Matovelle y Vargas en Quito, a fines de 1948. Tan es verdad, que el
señor René Torres, muy conocido locutor de la Radio Quito, quien entró a trabajar en esta emisora radial a fines de enero
de 1949, lo escuchó del propio Páez, autor de la letra y de la música.
Fernando Jurado Noboa 85
Por otro lado, el barrio de La Chilena, tan entrañable para Páez, está en buena parte de su obra musical y sobre todo,
dramática. De allí la presencia del Sapo de Agua en su Tuna quiteña.
Fue alumno de la escuela Espejo desde 1918, cuando funcionaba en las calles Montúfar y Olmedo, allí empezó a figurar
como cantante; también estuvo en El Cebollar, luego, en el colegio Mejía. Cuando era aún muy joven y debido a su estre-
chez económica, se empleó de amanuense de una comisaría, donde su jefe, cuando no había trabajo, le obligaba a copiar
a máquina el diario El Comercio, lo que le convirtió en excelente mecanógrafo.
Con el tiempo llegó a jefe de pesquisas, pues tenía un magnífico olfato social y conocía a todo el mundo. Era además
un hombre orquesta, pues refieren aún, sus numerosos amigos y parientes, que mientras hacía un libreto teatral, con-
versaba, despachaba asuntos y contestaba el teléfono.
86 RINCONES QUE CANTAN
Muy joven, y con su primo Humberto Jácome, cantó con la Orquesta Típica de Música Argentina, pues fue uno de los
cultores del tango en Quito. Desde 1930, integró con Luis Villavicencio el dúo Villavicencio–Páez, que se lució en varias
ciudades del país, sobre todo en la radio El Prado de Riobamba, propiedad de Carlos Cordovez Borja y luego en la HCJB
en Quito. Con este dúo y con el conjunto Alma Nativa, grabaron dos piezas muy conocidas en su época: el cachullapi
Compadre ñato, obra de Alfredo Carpio y la jota Chicha de la santa del gran otavaleño Guillermo Garzón Ubidia.
El mismo dueto intervino en la grabación de otras piezas tales como la chilena Caray, caramba cariucho, de Marco Tulio
Hidrobo; el pasillo Amor perdido, del mismo Guillermo Garzón; el pasillo Canto de mi alma, de Hidrobo; la tonada El
cedacero, de Benjamín Aguilera.
En el año 31 se presentaron varias veces en el Teatro Sucre con indumentaria gaucha, formando la Orquesta Típica
Argentina con su citado primo y con Luis y Vicente Villavicencio.
En el segundo semestre de 1933, en dúo con Luis Villavicencio, viajó a Guayaquil, y tuvo intensísima actividad en el
Teatro Victoria. Allí se presentó con el dueto Alvarado-Valdivieso, el cual la primera noche se llevó las palmas.
Sin embargo, un grave regionalismo distorsionaba el verdadero color de las cosas. En la siguiente presentación, el
público les recibió con el grito “Ahora los longos”. Se lucieron tanto que obtuvieron el primer lugar. Con el mismo dúo
participaron detrás del telón en la proyección de la película Guayaquil de mis amores.
Ocasionalmente, y con las hermanas Fierro, formaron un gran cuarteto que grabó el sanjuanito Buena yesca, del mismo
Garzón Ubidia; el danzante la Procesión indígena, de Julio César Cañar.
En 1934, se asoció a la Compañía Dramática Moncayo–Barahona, donde fue cantante en grupo y en dúo. Se inició como
autor teatral, siguiendo la tendencia cómica de tipo costumbrista, muy en boga entonces. Actuó al lado de Guillermo
Garzón, Pedro Pablo Caicedo, Rodrigo Chávez González, Gregorio Cordero y León, Luis Moscoso Vega y Gonzalo Almeida
Urrutia.
En esa década de los 30 escribió dos estampas quiteñas: El zapatero de la Tola y No hay vacantes, sainete en un acto con
nueve actores, ambas obras fueron puestas en escena por la compañía Gómez Albán.
Son cortos ensayos sobre la vida del pueblo o en crítica acerba a la petulancia y miseria espiritual de los poderosos. Piezas
de ensayo, de desfogue emotivo, un poco en serio y un poco en broma, como para encauzar su espíritu en lo que más tarde
será su vocación definitiva.
Después escribió dos estampas más, para luego incursionar en la escuela dramática con la obra La bruma frente al espejo,
ganadora de un premio nacional de teatro. Se trata de un ensayo trágico, con notables conocimientos psiquiátricos, en
tres actos y con siete personajes, que se editaría en Quito en 1957.
Fernando Jurado Noboa 87
La obra Lluvia de verano, enmarcada como teatro liviano, en la variante de comedia, tuvo un solo acto y tres personajes, a
esta obra la crítica la consideró de primera calidad.
En 1939, Humberto Vacas puso prólogo al primer libro de Páez Romancero Quiteño, escribiendo:
Páez es un hombre inteligente, humilde, sencillo y sobre todo es un tímido. Desconfía mucho de lo que hace y de lo que
vale. Carece de esa chocante rumbosidad de pavo real de algunos intelectuales, que siempre están decantando sus hazañas
y citándose ellos mismos en sus escritos. ¡Pobres egocentristas superficiales!
En 1941, el maestro Gerardo Guevara puso música al albazo La toronja y el limón, de la autoría de Páez.
En la Radio Colonial, Páez presentó una magnífica dramatización del terremoto de Ibarra en 1868, en donde estuvieron
varios de sus antepasados paternos. Fue periodista y miembro de la redacción del diario El Comercio, pasando luego a
la Radio Quito.
Compuso unas cincuenta canciones, varias se perdieron y otras aparecieron como de otros autores, por ejemplo, el
danzante Amorcito volvé que apareció como de Víctor de Veintemilla, hasta que este mismo tuvo la decencia de aceptar
que no era verdad.
Recibía por cada pieza un promedio de cincuenta sucres como honorarios de la firma de Luis Aníbal Granja. Sus piezas
que más popularidad han alcanzado son: el pasacalle La tuna quiteña; el albazo Misa de doce, grabado con los
hermanos Valencia y con la empresa de Luis Aníbal Granja en 1952; el albazo Romance de la naranja, con música de
Gerardo Guevara; el pasacalle Toros en mi pueblo; los pasillos Amar en silencio, Retorno, Tu juramento; el vals criollo El
Pañuelo, grabado con el dúo Aguirre Prado y con la orquesta de Luis Anibal Granja.
Con gran chispa escribía desde Venezuela: “De Amorcito volvé, ya sólo puedo hacerte llegar la letra, ya que el silbo no
puedo remitírtelo”.
Era hombre muy peculiar, profundamente introvertido para sus asuntos íntimos, nadie conocía de su vida personal, ni
siquiera sus más cercanos. Poseía un ramalazo burlón que solía escapársele de las manos. Eso se manifiesta con sus
clásicos programas de los años treinta La marcha de los siglos y Fray Gregorio, que aterrorizaban a chicos y grandes y
que causaron insomnios a miles de escuchas de la radio.
En los años treinta vivía en la calle Ambato, más arriba de la Imbabura, luego y en la siguiente década vivió en un
departamento de la Matovelle y Vargas. Solía visitar con frecuencia la casa del médico César Jácome Moscoso en la calle
Ante, entre Larrea y Vargas. Tenía otros dos sitios predilectos de visita: la casa de sus primas Pozo Maldonado, en la Av.
América, y la casa de los Arcos Córdova, en la calle Ambato, cerca de la plazoleta Victoria.
Los jueves tenía en la Radio Quito el programa Cosas de Familia, dedicado al análisis de temas de actualidad.
88 RINCONES QUE CANTAN
En 1945 dirigía en la misma radio el programa Teatro de domingo, colaboraban con él César Beltrán, Abraham Cevallos
junior, Blanca Espinosa, América Chiriboga y Marina Moncayo de Icaza. Ese mismo año, Páez contrató a la adolescente
pillareña Blanca Salazar Bautista para que fuera parte del programa. Este grupo montó la obra Casa de muñecas con
gran éxito.
El año 46 organizó la primera Fiesta del Pasillo, siendo su mano derecha Aziz Noé Mucarzel, dueño de la Voz de la
Democracia, la velada final se dio en el Círculo Militar en la calle Venezuela y Mejía.
Imitaba la voz a todo el mundo. En la difusión del programa La Guerra de los Mundos, efectuado en la Radio Quito la
noche del 12 de febrero de 1949, imitó con mucho realismo al arzobispo Carlos María de la Torre y a los ministros de
Gobierno y de Defensa del entonces presidente Galo Plaza. El público quedó convencido de que los marcianos, desde
Cotocollao, entraban ya en Quito, el Alto Mando montó operativos de seguridad y cuando, una hora más tarde, se
enteraron de que era una farsa decidieron quemar la radio, el periódico y por supuesto a Páez y a su grupo.
En el incendio murieron algunas personas. El Potolo Valencia llegó verdaderamente ‘con el pelo parado’ y desgarrada su
ropa a su domicilio en las calles Venezuela. Páez con varios artistas logró escapar por una terraza hasta el colegio de la
Providencia, saliendo por la puerta que da a la calle Cuenca; sin embargo, perdió en el incendio a una persona con quien
le ligaban profundos lazos.
Durmió esa noche en un domicilio de la Chile e Imbabura y de allí, a la mañana siguiente, sus primos Del Castillo
Maldonado lo sacaron disfrazado, en un camión, y lo condujeron a su propiedad en Nono, donde permaneció oculto
varios meses. También, otra temporada, pasó oculto en Imbabura y otra, de incógnito en Quito. Aquí dejó sus escritos y
composiciones a su primo Humberto.
En 1953 se radicó en Mérida (Venezuela) con su esposa Judith Rivadeneira y tres hijos ecuatorianos, escogió Mérida
porque le recordaba el clima de su ciudad. En ese país triunfó abiertamente, trabajó en la radio Universal, fue durante
23 años director de la Radio Universidad de Mérida, y reportero cultural del Diario de Caracas, compuso numerosos
joropos y llaneras, editó su libro Romancero popular de Bolívar.
Recibió el Premio Nacional de Periodismo, en Venezuela, recibió la condecoración Andrés Bello y la membresía de la
Sociedad Bolivariana de Escritores y de la Asociación Venezolana de Escritores.
En 1957, la Casa de la Cultura Ecuatoriana editó sus dos obras de teatro. El 29 de julio de 1966, la compañía Huancavilca,
de Guayaquil, puso nuevamente en las tablas su vieja obra Lluvia de verano.
Veinte años estuvo exilado moralmente del país. En 1970, Francisco Romero Albán editó, en la revista Estrellas de
Guayaquil, un artículo sobre Páez titulado “Qué lindo es mi Quito”.
En 1975, se editó en Caracas la segunda edición de su Romancero Quiteño. En el año 82, en la misma ciudad, apareció
su folleto de 108 páginas Los que siembran el viento.
Fernando Jurado Noboa 89
Leonardo volvió a Quito a los treinta y seis años del drama de 1949, es decir, a fines de 1985. En el aeropuerto preguntó:
– Los chullas ya deben haberse olvidado de ese asunto, pero ¿y los chagras?
Y a la risotada, le replicaron:
– Cholito, olvídate, que ya los chullas se murieron, te vas a encontrar con puro chagra.
– Ojalá, sean de Ibarra, respondió, y no de Latacunga.
En Radio Quito se dieron varias entrevistas de ‘desagravio’ y hubo un concierto en su honor en el Teatro Sucre. Es que
Páez había sido chulla a tiempo completo, cantante, actor, compositor, escritor, tanguero, libretista y cien cosas más.
El diario Hoy, en su edición de 6 de diciembre de ese año, publicó un artículo en su honor. El diario Últimas Noticias, en
1989, también publicó otro artículo en su honor, obra de César Larrea Velásquez y se tituló “Un chulla quiteño en
Venezuela”.
Murió en Mérida el 4 de marzo de 1991, a los 79 años, dejando siete hijos: tres ecuatorianos y cuatro venezolanos.
Leonardo era simpatiquísimo, ocurrido, el rey de una farra, pero con una característica especial: jamás fue plantilla.
Era blanco, de pelo obscuro y crespo, de mediana estatura.
90 RINCONES QUE CANTAN
Fuentes
Alarcón, Cesar. Diccionario biográfico ecuatoriano, Quito, Editorial Raíces, 2000, pp. 864.
Gangotena Emilio, El libro de la ciudad de San Francisco de Quito, Quito, Ediciones Cegan, 1950.
Descalzi, Ricardo. Historia crítica del teatro ecuatoriano, Quito, Casa de la Cultura, vol. 2, 1968.
Guerrero, Pablo. Músicos del Ecuador, Quito, Edición Banco Central, 1995, pp. 122.
Jurado, Fernando. Habemus Páez, Quito, Colección SAG, vol. 2, 2006.
Larrea Velásquez, Cesar. “Humberto Jácome hombre orquesta del tango, la rumba y el jazz en Quito”, en Revista Diners, Nro.
75, Quito, 1986.
Morlás, Alberto (comp.). Florilegio del pasillo ecuatoriano, Quito, Editorial Jodoko Ricke, 1967.
Vacas, Humberto. Prologo a la segunda edición del Romancero Quiteño, Caracas, Editorial Arte, 1975, p. 8.
Vega, Jaime. Reminiscencias, Quito, Edición del Municipio, (1929), 1996, pp. 13.
Pérez, Rodolfo. “Biografía de Blanca Salazar Bautista”, en Diccionario Bibliográfico Ecuatoriano, Guayaquil, Editado por
la Universidad de Guayaquil, vols. 12, 13, 15, 1985.
Informes del Guillermo del Castillo Guerrero, sobrinos del artista, 2000 -2003.
Informes de Humberto Jácome Harb, Quito, 1991 - 2005.
Informes de Jorge Acosta Cisneros, Otavalo, octubre del 2005.
Informes de la familia Pozo Maldonado, Quito, 1991.
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CUARTA PARTE
Fernando Jurado Noboa 93
CUARTA PARTE
Geografía urbana del pasillo quiteño
Verdaderamente que la historia no es solamente un conjunto de episodios
guerreros, con generales, tenientes y soldados, con fusiles y metrallas, con cornetas
y tambores. La historia es más bien todo el conjunto de esfuerzos que la sociedad
humana hace en un medio pacífico en procura de mejoramiento cultural.
Luis Gavilanes Real. Brevísima Historia del Colegio Nacional Pedro Carbo, Guaranda 1966, p. 18
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LA VICTORIA
1.Cantina Las Guitarras donde se presentaron varios artistas entre ellos Julio Jaramillo. Calle Barahona.
2. Casa donde vivió Leonardo Páez. Calle Ambato 1175, entre Imbabura y Chimborazo.
3. Casa de Rosa Saá de Yépez donde ella declamó el poema Triste de Amado Nervo, que dio origen a uno de los mejores pasillos de
José Ignacio Canelos. Calle Loja 1226.
SAN ROQUE
4.Cantina del señor Quintana donde el mismo Leonardo Páez compuso el pasacalle La tuna quiteña o En el Santo del Quintana. Calle
Imbabura y Av. 24 de Mayo esquina.
5. Casa próxima a la Capilla del Robo donde Leopoldo Noboa Saá compuso el pasillo De conchas y corales. Av. 24 de Mayo, entre
Imbabura y Cuenca.
6.Casa en donde vivió el compositor Miguel Ángel Casares. Calle Bolívar Oe6-119 y Cuenca.
LA MERCED
7. Viejo Conservatorio de Música, oficina de la mayor parte de nuestros artistas. Calle Cuenca N4-66 y Mideros.
8.Casa donde Hugo Arguello Yépez en 1942 compuso el pasillo Celos. Calle Olmedo Oe7-27 y Cotopaxi.
SAN SEBASTIAN
9. “Murcielagario” paradero de nuestros grandes poetas desde 1920. Aquí, en 1932, Carlos Guerra compuso el aire típico Esta guitarra
vieja. Calle Morales Oe3-111, esquina con Venezuela.
10. Casa de la familia de doña Ana Luisa Muñoz donde Sergio Mejía compuso Negra mala. Calle Morales Oe3-61 y Venezuela.
11. Casa de Carlos Guerra, donde compuso sus grandes pasillos Al oído, Esta pena mía, Cómo podré curarte. Calle Morales Oe3-54,
entre Guayaquil y Venezuela.
12. Casa de Hugo Alemán donde el poeta Humberto Fierro pasó numerosas noches. Calle Morales Oe1-113 y Guayaquil.
GONZÁLEZ SÚAREZ
13. Casa donde vivió la mayor parte de su vida el poeta Arturo Borja. Calle Montúfar N1-74, entre Rocafuerte y Pereira.
14. Casa donde vivió Ernesto Noboa en la década de 1910. Montufar N2-14 y Pereira.
15.Casa en la que Julio Jaramillo declara haber vivido en 1966. Flores 230 y Pereira.
16. Casa donde vivió el pastuso Miguel Ángel López Álvarez y en donde Víctor Valencia compuso varias de sus mejores piezas.
Montufar y Junín.
17. Edificio de la antigua Tesorería Municipal donde el poeta Humberto Fierro laboró de 1919 a 1929. Calle Espejo Oe1-45 y Montúfar.
18. Casa de los Bonifaz donde nació el poeta Arturo Borja. Calle Flores N4-79 y Espejo.
19. Casa del Dr. Sixto María Durán donde dio clases a varios músicos célebres, entre ellos a Carlos Brito. Calle Espejo Oe3-34, entre
Guayaquil y Venezuela.
SAN MARCOS
20. Casa de Carlos Amable Ortiz donde compuso prácticamente toda su música. Calle Junín.
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GONZÁLEZ SÚAREZ
21. Casa donde el gran poeta José María Egas tuvo su despacho. Calle Olmedo Oe2-08 y Flores.
22. Salón de doña Felisa Pazmiño, donde Medardo Ángel Silva compuso, en 1918, el poema Alma en los labios.Plaza del Teatro N8-26.
23. Antiguo Hotel Quito, diagonal a la Plaza del Teatro, cuyo dueño fue Sergio Mejía.
24. Casa de los hermanos de Víctor Valencia Nieto en la calle Esmeraldas Oe1-86, entre Guayaquil y Montúfar.
LA MERCED
25. Casa donde vivió en su juventud Benigna Dávalos, la autora de la letra y música de Ángel de luz, así como de Brumas. Calle
Manabí Oe4-46, entre Garcia Moreno y Venezuela.
LA TOLA
26. Casa donde vivió Benigna Dávalos en los años de 1950. Calle Don Bosco E3-79 y Calixto.
27. Cantina del Sargento en la que tocaba con frecuencia Julio Jaramillo, León E3-171 y Don Bosco.
28. Casa donde nació Luis Alberto Valencia Córdova. Calle Esmeraldas E4-60 entre Los Ríos y León.
SAN BLAS
29. Casa donde vivía el capitán Noboa en 1925 y donde pasó alojado una semana el poeta Ernesto Noboa Caamaño. Calle Oriente
E1-81 y Pedro Fermín Cevallos.
30. Casa donde Marco Tulio Hidrobo compuso buena parte de su obra musical. Calle Caldas O1-124.
LA ALAMEDA
31. Casa de los Guerrero Caicedo donde se escribió El aguacate. Calle Los Ríos N11-239 y Elizalde.
32. Casa donde murió Ernesto Noboa en 1927. Calle 6 de Dicimebre y Pazmiño.
LARREA
33. Casa donde vivió Leonardo Páez en 1948, lugar en el que compuso Reina y señora. Calle Ante 346 y Vargas.
100 RINCONES QUE CANTAN
4.1. Los pasillos “No te olvidaré” y “A unos ojos”, Quito, 1908 y 1909.
Don Carlos Amable Ortiz es, sin duda, una de las piedras angulares de
nuestra música. Quiteño a carta cabal, hacía gala del humor en todas
sus manifestaciones, le encantaba la burla y la parodia. Nació en la
parroquia de Santa Bárbara, el 12 de marzo de 1859. Era hijo del
sargento Segundo Miguel Ortiz Figueroa y de Dolores Merizalde García
Moreno, nacida en Quito en 1840 y que reclamaba un parentesco
directo con Gabriel García Moreno.
Es el colmo que un chagra me haya dado hasta por el saco, pero me inclino reverente hacia su valor.Además es un año mayor
que yo. Pero al mudo del Cuy Nieto2 que no se le ocurra que, por esta pérdida, me voy a amargar ni que él me va a dar.
2 Se refería a su peculiar enemigo don Antonio Nieto Espinosa, nacido en Quito en 1835; quien fuera alumno del compositor y organista Manuel Jurado, autor
del ave maría Rosario de la aurora, tan conocido por largos años. Entró tardíamente al Conservatorio de Música en 1870, siendo alumno de don Antonio
Neumane. Nieto fue experto en marchas fúnebres, hizo más de treinta, pero no se preocupó de bautizarlas. Sus marchas más conocidas fueron: a la Muerte de
Atahualpa, a Mi Madre, El fusilamiento de Vargas Torres escrita en 1887 y Juan Montalvo compuesta en 1889. En 1917, escribió El duelo por González
Suárez y dejó otra llamada Marcha fúnebre por Nieto, para que fuera tocada en sus funerales. Se hizo muy popular cuando, al conocer la noticia del fusilamien-
to del famoso ladrón Miguel Pazmiño, compuso una marcha fúnebre que le acompañara en su camino desde la cárcel, llamada de la Audiencia– tras del Palacio
de Gobierno–, hasta la plaza de La Recoleta, lo que hizo derramar lágrimas a muchísima gente. Fue director de la banda de músicos del batallón N° 2, la mejor
banda hasta antes de 1895.Trabajó largos años en la iglesia de La Merced, seguramente de 1860 a 1895, al punto de que se sentía dueño de ésta, cuando los
frailes no cantaban con buena voz, les gritaba: “Mierda, canten bien o me largo”. En 1909, de más de setenta años, pidió una beca para entrar en el conservato-
rio, decía estar muy pobre. Por entonces residía en el barrio de El Tejar, moraba solo, en un cuarto bajo, y escribía la música saliendo al corredor. Hacia 1915 pasó
a vivir en una tienda de la quinta de don Abelardo Portilla Álvarez, que lindaba con la quebrada de El Tejar. En todos esos años fue maestro de capilla en El
Tejar con el sueldo de seis sucres al mes, solía tener todos sus papeles personales en este convento. Fue autor de dos pasillos muy conocidos:Venus y Soñarse pollo.
Murió el 18 de noviembre de 1920 a los 85 años y fue enterrado en una bóveda del cementerio del Tejar por bondad de los padres mercedarios.
Fernando Jurado Noboa 101
Fue organista de la iglesia de San Marcos y de la Catedral de Quito. Dominaba el francés y le encantaba participar en
las tertulias del general Emilio María Terán –en su casa del alto de San Juan– y en las del Dr. Sixto María Durán, muy
cerca de la Plaza Grande.
Tú la dueña de mi amor,
Ven, mis cantos a escuchar
Ven, que yo quiero besar tu fresca tez
Para que así comprendas pues,
Cuánto te sé adorar.
De tal manera que este bello pasillo tiene una mezcla de tres culturas: la música es de un gran quiteño, la letra de un
negro esmeraldeño y el primer acompañamiento de un turco ilustre como Nicasio Safadi.
Compuso también la polka Darling para la pianista Teodelinda Terán Vaca, en 1910.
El pasillo A unos ojos fue compuesto originalmente en marzo de 1909 cuando el artista cumplió cincuenta años de
edad, en base a la letra del poema de Julio Jáuregui. La firma formal tiene fecha de 15 de octubre de 1930.
Consta en su partida de defunción que: Carlos Amable Ortiz Merizalde, de 78 años de edad, murió el 3 de octubre de
1937 de una oclusión intestinal. Estuvo casado con Victoria Alejandrina, de quien quedó viudo. Sus hijos fueron: Miguel
Benigno, José Benjamín, María Victoria, Rosa María y Pedro Pablo. Sus padres fueron: Segundo Miguel Ortiz y María
Merizalde. Testó. Testigo: José Lino Borja, de treinta y ocho años, empleado, viudo, recomendado.
Vidal Moisés Cortés le presentó a Safadi las piezas que don Carlos Amable Ortiz había escrito y así Safadi compuso la
música de los pasillos Soñarse muerto y Corazón que sufre; Cortés acompañó a Safadi en Suerte aciaga, obra del segundo,
en que usaron bandolín y guitarra; fue autor de la letra y de la música de los pasillos Quejas, Un beso en el alma, Corazón
de mármol, Pobre mi corazón, Ojos traviesos, El suicida; el vals Presidente Alfredo Baquerizo Moreno, cantado a dúo con
Safadi en 1916 y grabado en tiple con guitarra; el vals Rogelio; el vals María Isabel, grabado en Guayaquil en disco de
pizarra con el dúo de guitarra Zapatier y Antepara.
Autor también de los poemas No pretendas, No sabes cuánto te amo, musicalizados por Enrique Ibáñez Mora.
Por años hizo dúo con Nicasio Safadi. Su hermano Dionisio fue autor del pasillo Destino cruel, también llamado
Angustia, de otro llamado Declaración y de Dolores del corazón.
Fuentes
Guerrero, Pablo. Enciclopedia de la Música, Quito, Corporación Musicológica Ecuatoriana, vols. I y II, 2004 y 2005.
Jurado, Fernando. Historia social de Esmeraldas, Quito, Editorial Delta, 1995.
Archivo privado de Iván Bilbao Hadhatty, Quito, 1995.
Informes de Guillermo Benjamín Ortiz González, Quito, 1980
Fernando Jurado Noboa 105
Valga recordar que, justamente en 1918, Silva le había enviado a Arias un laurel rosado, cortado en los bosques
porteños y que constituía una felicitación por la revista quiteña Vida intelectual. El año anterior le había enviado al
mismo Arias todos los números de la revista Patria de Carlos Manuel Noboa, de la cual Silva era su subdirector, cuando
apenas contaba con diecinueve años de edad. Más tarde, en 1992, doña Clemencia Coloma de Arias, viuda de Augusto,
se dignó dejarnos revisar todo el archivo del gran escritor y periodista.
Las hijas de don Isaac Barrera, que poseían el riquísimo archivo de su padre, ampliaron la noticia: Silva habría estado
dos temporadas cortas en Quito, la primera vez visitó a don Isaac en su casa de la calle Benalcázar y Bolívar, muy cerca
de la plaza de San Francisco.
La sobrina del gran César Arroyo, doña Julia Arroyo de Bucheli, quien acaba de fallecer, tuvo la bondad, en la década
pasada, de franquearnos todos los testimonios respecto de su ilustre tío. Todo esto, unido a datos tomados de múltiples
fuentes más, dieron vida a la casi desconocida biografía de Arroyo que apareció en mi obra de 1998 Quito secreto.
Pero el asunto había que consultarlo con la máxima autoridad sobre el poeta, el también poeta e historiador, Abel Romeo
Castillo, con quien nos habíamos carteado desde los años sesenta. En 1983, Castillo editó un gran volumen sobre Silva,
en el cual afirmaba incluso que el poeta tenía profundo miedo a salir de Guayaquil. Con el Dr. Rodolfo Pérez Pimentel,
acudimos a visitar a Castillo en su oficina del Centro de Investigación y Cultura del Banco Central, en 1986. Advirtiéndole
de todos los datos anteriores, Abel Romeo se sonrió y dijo:
– Yo tuve numerosas pistas al respecto, pero un gran amor a Guayaquil me hizo pensar que esa gestación desde Quito era
imposible o por lo menos le quitaba valor al lírida (sic.) y a su obra…
a) Desde su primera infancia, el mundo serrano y el quiteño en particular estuvieron muy cerca de la vida de Silva; por
ejemplo, su profesor de primaria fue don Toribio Sierra, oriundo de Cotacachi, así como más tarde fue en la secundaria,
don Vicente Pástor Larrea, guaneño.
b) Silva admiró profundamente al poeta quiteño Arturo Borja Pérez, tanto es así que sus inicios de crítico literario,
partieron exactamente de la obra de este poeta.
c) Una experiencia decepcionante constituyó para Silva el no obtener respuesta del joven otavaleño don Isaac a sus cartas
de 12 de abril y 2 de noviembre de 1914. La primera de estas misivas empezaba así:
Después de mucho titubear le dirijo las presentes líneas a las que adjunto una composicioncita, que si Ud. la conceptúadigna
de aparecer en su importante revista, me haga el honor de publicarla.
d) En marzo de 1916 Silva tuvo uno de los más grandes espaldarazos de su vida a través del artista quiteño Guillermo
Latorre, en la revista Vida intelectual.
e) En 1916 Silva se quedó fascinado cuando escuchó al peruano Daniel Alomía Robles –que entonces vivía en
Guayaquil–, sus Melodías incásicas, origen de las melodías quechuas que Silva interpretó luego al piano. Todo lo cual
demuestra su gran interés por lo indígena.
Fernando Jurado Noboa 107
f) Por entonces, Silva cobró intensa amistad con el joven José Antonio Falconí Villagómez que, aunque guayaquileño,
era hijo de padres serranos, quienes atendían en su casa con sumo cariño al poeta.
g) La residencia de su viejo amigo el poeta José María Egas en Quito, a partir de 1917, y, posteriormente, desde inicios
de 1919, la de su otro amigo, el escritor Adolfo Simmons, motivaron sin duda su interés en conocer la capital.
h) En 1918, Silva se carteaba con otro poeta quiteño, Humberto Fierro, a quien el enviaría “un laurel rosa”, en palabras
de Raúl Andrade (Gobelinos de Niebla, 91).
i) Silva habla profusamente en su obra de sus ansias viajeras: Francia, el Oriente, lo gitano. La muerte, sin duda, truncó
este proyecto.
Silva, que era un entusiasta de escribir cartas, se hizo de varios amigos quiteños a través de ellas, es el caso de: Luis
Aníbal Sánchez Melo; Ernesto Noboa Caamaño a quien le dedicaría El viajero y La sombra; José María Egas Miranda
–estos útimos costeños radicados en la capital–; Isaac J. Barrera con quien sostuvo correspondencia desde 1914,
aunque no del todo grata para el poeta; y sobre todo, el gran César E. Arroyo, a quien en una de sus visita a Quito Silva
le dedicara La emperatriz y unos pocos poemas más.
Arroyo residió en España de 1912 a 1922; fue, justamente, la amistad de ellos y la necesidad de contar con su ayuda, lo
que motivó el único viaje del gran vate a Quito. Viaje que debió realizarse en diciembre de 1918, fecha que figura al pie
del Alma en los labios en la edición parisina de Poesías escogidas.
¿Dónde se alojó Silva durante los días que permaneció en Quito? Sin duda en alguna casa de la Plaza del Teatro, quizás
en el hotel Europa.
De aquella célebre visita del poeta a Quito en 1918, se conservan unos pocos datos:
f) Una o dos entrevistas con Humberto Fierro, entonces ya casado y que vivía muy modestamente en casa de su familia
política, pocos metros al oriente de la Plaza del Teatro, en la calle Manabí entre Montufar y Flores.
Fue a comienzos de aquel mismo año de 1919 –el último de la vida del poeta– en que se agudizó la pasión que sentía
Silva por una bella niña, mucho menor en edad que él, a pesar de su juventud, que asistía a la escuela y era su vecina de
barrio. Parece que el idilio pudo comenzar, cuando menos, un año antes y que se mantuvo siempre en el más estricto
platonismo.
Se llamaba (y se llama, porque entendemos que aún vive y ante ella nos inclinamos con nuestro más caballeroso respe-
to) Rosa Amada Villegas Morán. Tenía quince años, usaba melena corta o “peluca” como se decía entonces. Era blanca
y buenamoza, en el sentido físico que dan a este vocablo, los españoles. Poseía unos grandes y bellísimos ojos negros.
Siendo aún una colegiala, usaba faldas a media pierna y calcetines cortos. Así la vimos pasar más de una vez, frente a
nosotros, denotando pulcritud y corrección, por la seriedad de su bello rostro juvenil y el porte distinguido y señorial
que la caracterizaba. Pertenecía a una familia de mujeres bellas, algunas de las cuales contrajeron matrimonio con hom-
bres de buena posición económica.
El poeta comenzó a frecuentar la casa de la familia Villegas, con pretexto de ayudar a la niña en sus deberes escolares,
pues él era profesor de escuela y dominaba todos los temas de estudio.
Las madres de ambos eran antiguas amigas y las unía un parentesco espiritual, pues doña Mariana Rodas Vda. de Silva
era madrina de María Luisa Villegas Morán, hermana de Rosa Amada. Naturalmente, siendo vecinas de barrio y coma-
dres, las dos señoras se visitaban con frecuencia y las familias mantenían estrecha amistad.
Poco a poco, el poeta fue prendándose de la niña. Pero, según lo atestiguan los mismos escritos de Silva, no correspon-
día ella a sus requerimientos amorosos, ni se sometía a sus órdenes y caprichos, ni quiso salir con él, ni aceptó sus invi-
taciones al cine, que era entonces la única distracción a la que pudiera aspirar una pareja de enamorados.
Tal vez, precisamente porque Silva era solicitado e invitado por señoritas de todas las clases sociales –algunas de ellas
pertenecientes a las más encumbradas familias porteñas– y se sentía siempre halagado en su vanidad de hombre, esa
actitud de seriedad, de aparente indiferencia o rechazo de la niña, llegó a exasperarlo. Hasta el extremo de querer doble-
garla, a fuerza de lirismo, de ternura o de cualquier otro ardid.
Uno de ellos consistió en aparentar dejar olvidada, una noche tras la consabida lección escolar, la carta de una mujer
desconocida, para provocar los celos de la colegiala, lo que al parecer consiguió, si nos atenemos a los términos de una
carta íntima que se encontró posteriormente en la gaveta del escritorio del poeta, entre sus papeles personales. La carta
de la niña dice textualmente:
“Medardo:
Te remito la cartita que me dejaste anteanoche; la cartita de una desconocida, cosa que se me hace imposible creer.
No sé cómo puedes decir que no sabes quién es, evocando ella tantos recuerdos pasados, y aún así dices que no la conoces. No es
tampoco la única carta que te dirige; según lo expresa ella, hay otras anteriores; también expresa no haber obtenido contestación,
110 RINCONES QUE CANTAN
pero no por eso pierde la esperanza de encontrar en tu mirada una caricia ideal, una prueba de recompensa al amor que ella te
profesa.
Tú no sabes cuánto me hace pensar esa carta, desde el momento en que la leí y tal ha sido la impresión que he experimentado al
leerla que, a pesar de mi imposibilidad para escribir, tomé la resolución de hacerlo de la manera que pudiese.
Rosa Amada”
[…]Por lo pronto, el poeta ha conseguido convencer a su núbil enamorada de que lo acompañara al cine, lo que signi-
ficaba un enorme progreso en sus relaciones amorosas. Al menos, es lo que parece deducirse de las palabras de un escri-
to lírico publicado y que dice así:
“Recordatorio
Recuerda, Amada, esas noches románticas del cinema, cuando como los amorosos románticos, teníamos las manos en las manos y
los ojos en los ojos; ¿Recuerdas nuestras veladas sentimentales con besos, suspiros y música de Straus?… ¡Tanta adorable locura,
tanta bella tontería, tantas horas pueriles y amables!
Acaso sea aquello un poquito cursi; acaso tenga una comicidad folletinesca; también ser muy tonto; pero, se iban tan dulcemente
las horas y reposaba mi corazón agitado por anhelos irrealizables e infinitos deseos.
Y esta noche, solo con mi fastidio, viendo contorsionarse en el ecran a una actriz de ojos y delgadez judíos; pienso que pasara muy
bien a tu lado, como el colegial de antaño, hablándote con elocuentes apretones de manos y conjugando mil veces el verbo divino:
¿Me quieres? ¡Te quiero! ¡Te querré!...”3
Y le sigue cantando, mencionando públicamente su nombre –Amada– que muchos confundirán, creyendo que es un
apelativo amoroso, aún cuando solo ella –Rosa Amada– sabe que es su nombre propio el que el poeta menciona en sus
escritos literarios que se publican en las columnas de los diarios y en las páginas de las revistas.
Varios son los trozos imperados en su delectación por ella que aparecen en la columna del diario en que Silva escribe,
simulando ser delicados poemas en prosa, muestras bellísimas de su exquisito numen poético. Pero solo ella y él com-
parten el amoroso secreto y saben que son públicas declaraciones de amor, en forma disimulada para quienes las lean...
Y casi en vísperas del trágico suceso, le dedica mentalmente otra exquisita gema preciosa en prosa, titulada Historia de
un poema en que declara que ella es la luz, el aroma, y la música en un verdadero, vívido y palpitante poema.
3Publicado en el diario El Telégrafo del miércoles siete de mayo de 1919, reproducido en Obras Completas, vol. 3, bajo el título de “Recordatorio”.
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Unas semanas antes, el poeta ha publicado una especie de carta amorosa en que, por primera vez, trata de atemorizar
indirectamente a la niña, previniéndole de que puede darle de repente una desagradable sorpresa, no llegando a la cita
acostumbrada. Ni ese día, ni el otro, ni muchos más. Aun cuando, bastante conocido, lo reproducimos aquí, por su
ternura humana, su belleza literaria y porque es un eslabón en el desarrollo de la trama que precedió al desenlace.
“Adorable pequeña:
Este largo crepúsculo de invierno –¿sabes?– ha impregnado de una melancolía más, mi corazón triste por todo y por nada. Sé que
me amas, sé que me piensas y sé que me esperas sonriendo con tu fresca sonrisa luminosa suspendida a tus labios como la flor pre-
dilecta que te nombra.
¡Mira que frío está el crepúsculo de nubes comparables a rizosos cabellos de abuela, de frío color ceniza!...
Y un día esperarás en vano... y otro… muchas tardes y muchas noches me esperarás en vano.Y luego hallarás mi nombre en un
periódico, dentro de un marco negro.
Y perderás por dos lunas, acaso por más de dos lunas, tu sonrisa luminosa que hace más lindo tu nombre de flor y tus cabellos
cortos. Porque recordarás al buen amigo de los ojos tristes que de tan especial modo te decía: ¿me quieres?
Pero, un día, revolviendo tus cartas encontrarás mi nombre.Y te pondrás pálida porque así como la brisa que balancea las ramas
y los nidos, despertando la melodiosa algarabía de los pájaros, mi nombre despertará en tu corazón los pretéritos días inalcanzables.
Y tú, viejecita: tú, abuela, llorarás mucho pero mucho, y muy bajito, porque ya no me verás nunca, porque no podremos bailar juntos,
porque ya no serás una chiquilla con lindo nombre de flor y cabellos cortos.
Medardo Ángel”
Pero el poeta quiere estrechar el círculo, planteando a la niña el dilema de que sea suya, amenazándola con abandonarla
definitivamente desapareciendo de este mundo –es decir, suicidándose– si ella no accede.
112 RINCONES QUE CANTAN
Una carta dirigida por el poeta a la amada, unos pocos días antes de llegar a su mayoría de edad –cumplió los 21 años,
precisamente el 8 de junio de 1919, dos días antes de su trágica muerte– es bastante elocuente y categórica en sus
planteamientos. Dice así:
“Amada mía:
De todas las amables tareas, ninguna para mi tan grata como escribirte: pongo, en ello, tan grande intensidad de alma, que mi
amor se hace más tangible aún en mis cartas. Quisiera tener el don divino, de todas las frases dulces, de todas las palabras acari-
ciantes, de todos los vocablos de ternura, para que tú las oigas.
No sé qué profunda sugestión tienes para mi alma que, sólo al recordarte, cantan en mí las evocaciones risueñas y las esperanzas
infinitas. Puedes juzgarme –por mi vida anormal– de modo censurable; pero, si fueran de cristal los corazones, leerías en mí sólo
la profunda eternidad de mi amor, la perenne melodía de cariño que, a todas horas, musita mi alma para la tuya...
El dar el cuerpo cuando se ha dado el alma, es la verdadera gracia del amor –dice Verhaeren, en un libro que anoche, hubiera que-
rido leer junto a ti; un bello libro de amor y de muerte, luminoso y trágico,Amada, parecido a tus ojos… Te sé con el talento sufi-
ciente para comprenderme, sé que mi corazón no hallaría en la vida una enfermera de mis dolores y una hermanita de mis melan-
colías más amable que tú; tú sabes de mis horas tristes y mis horas alegres –¡tan pocas!– y una palabra tuya me haría feliz para
siempre y para siempre esclavo tuyo y como también destrozaría, otra, mi vida que te pertenece. Quisiera que fueras a mi lado no
sólo el Amor, sino la Piedad, que sobre mi espíritu rebelde de incomprendido, pusieras el rocío de ternura de tu alma. ¡Estoy tan
ávido de cariño, de un profundo cariño, que va más allá de la historia vulgar y de los amoríos de una hora!
Veo tu amor como el camino y el fin de mi vida: ábreme tu alma; tengo sed de ella, quisiera diluirme, fusionarme con tu ser para
vivir juntos y morir también juntos. Si ahora me reprochas algo, (¿verdad que me perdonas?). Desde el día en que me quieras no
habrá en tus labios divinos queja alguna para mí. ¡Fuéramos tan dichosos a cambio de mucho amor, a costa de un gran sacrificio
de aquéllos que la pasión verdadera no rehúsa!... Para que tengas la seguridad de mi cariño, te ofrezco de alma como siempre, lo
que me pidas a cambio de tenerte –a ti que eres mi efectivo paraíso– llegara a la locura...Te pido así, en nombre del amor que
dices tenerme, un poco menos de inflexibilidad de carácter, porque si no ¿qué armonía puede existir entre nosotros si tu voluntad
aspira al dominio; si nunca, ni en nimiedades, haces otra cosa que tus caprichos?...Tú, inflexible; yo, violento, ¿cuándo podremos
tener un solo deseo y una alma sola? ¿no crees que antes de vivir en esta continua tortura del opiniones hostiles, valdría que no
me vieras más, para así saber hasta cuándo perdurará tu cariño que, por cuanto haces, me parece muerto?... Me encuentro en una
hora decisiva de mi vida, pues, dentro de pocos días no necesitaré de la tutela de nadie; puedo disponer de mi vida; te la ofrezco,
si algo vale, a cambio del cumplimiento de tu antigua promesa… si no, puedes considerar que no existe, tu
Medardo Ángel
que te adora”
Pocos días después, precisamente el día de su mayoría de edad, se decide remitirle aquel poema que se ha hecho famoso
en todo el mundo, que va dedicado a ella y que reproducimos con la dedicatoria, la firma y la fecha final que figuran
en el original, escrito en dos hojas, en papel membretado con el nombre y dirección postal del poeta, la que reposa en
nuestro poder:
Fernando Jurado Noboa 113
Fue así, con el envío de este poema, de contenido tan sentido y patético, como quedó planteado el tremendo dilema,
que oscilaba entre el amor y muerte, y que esa ingenua y candorosa niña de quince años debía resolver, con toda la pre-
mura y resolución que el poeta requería.
Tomado de Abel Romeo Castillo, Medardo Ángel Silva, Capítulo XXIII. p.p. 201–209
114 RINCONES QUE CANTAN
Hacia 1932, Francisco Paredes Herrera le cambió la música anterior y le dio el ritmo actual, pero hay que reconocer que
el mérito fundamental en la composición musical es obra de José Alberto Valdivieso.
Valdivieso nació en Machala, por 1889, estudió en Guayaquil en la escuela de Antonio Maquilón. A partir de 1910 –casi
un niño, pues apenas tenía catorce años de edad- se hizo muy conocido cuando empezó a cantar con el turco Safadi;
después, los dos artistas se hicieron muy populares al interpretar los pasillos Súplicas y Al cielo.
En 1912, cuando Valdivieso empezó a grabar en dúo y en unión de Nicasio Safadi, se difunde su pasillo Ámame Julia y
el famoso Flores negras. Ese dúo con Safadi fue, sin duda, el más conocido y popular de su época. Ambos interpretaban
el pasillo Merceditas, con arreglos de Safadi y el pasillo Enriqueta, con letra de Valdivieso. Igualmente, el pasillo Mi amor
es de la autoría literaria del mismo Valdivieso. En 1914 formó otro dúo con Alberto Guillén Navarro, con el que viajó al
Perú y Chile. Fue autor de varios pasillos, valses y tangos. Desde 1934, se radicó en Chile donde murió.
Valga citar que Safadi musicalizó los poemas de Medardo Angel Silva, Lo tardío, con ritmo de pasillo; del mismo modo,
Palabras de otoño, Retorno, y otos.
Luego de la muerte de Silva, Safadi tuvo gran amistad con el artista Lauro Dávila Echeverría, quien terminó despo-
sándose con la ex novia de Silva. Fue a Dávila a quien realmente Safadi dedicó gran parte de su producción musical,
componiendo música en ritmo de pasillo para poemas tan conocidos como Alas, One step, Club Sport Ecuador, Corazón
llorando, Lágrimas del alma, Florecita de esperanza, Mascarita en carnaval, el Delirio del indio, Guayaquil de mis amores,
popularísima pieza en ritmo de aire típico; también compuso pasacalles como La guayaquileña y Jilguerito tráeme besos,
etcétera.
Cuando se conoció en Quito El alma en los labios, el caricaturista N. Lara se burló del pasillo mediante un zapato viejo,
una lata vacía de sardinas y un palo de escoba, debajo estaba el célebre verso Y quisiera ser todo lo que tu mano toca.
Cuando Silva se enteró vibró de iras terribles, como así lo recordaría el gran poeta Remigio Romero y Cordero, testigo
presencial de este episodio. Este mismo refiere que al fin Silva perdonó a Lara, cuando se enteró que éste era un gran
admirador de su obra.
Leopoldo Benítez Vinueza, cuyo centenario del nacimiento, acabamos de conmemorar, en el libro dedicado a Silva, dejó
escrito: “Pese a la actitud despectiva de la crítica dogmática que excomulgó a Silva, es el poeta que todos leen, que casi
todos saben de memoria, que no ha perdido su calidad a pesar del tiempo y que, contra todos los dogmatismos, dice algo
a las sensibilidades humanas de hoy”.
Fernando Jurado Noboa 115
Fuentes
Delgado Cepeda, Hugo. “El legendario Diablo Ocioso”, en Revista Estrellas (Guayaquil), Nro. 110, 1984.
Páez, Leonardo. Los que siembran el viento, Caracas, Editorial Arte, 1982.
Pérez, Rodolfo (comp.). “Biografía de Juan Elías Naula”, “Biografía de Augusto Arias” “Biografía de Carlos Manuel Noboa”
y “Biografía de Gustavo Becerra Ortiz”en Diccionario Bibliográfico Ecuatoriano, Guayaquil, Editado por la
Universidad de Guayaquil, vols. 13, 14, 16, 21, 1985.
“Prueba de que Alma en los Labios es obra de Paredes”, El Telégrafo (Guayaquil), 11 abril 1934, A5.
Romeo Castillo, Abel. Medardo Ángel Silva, Guayaquil, Ediciones del Banco Central, 1983.
Valdivieso, José Alberto. “Un comentario a la novela romántica del maestro Paredes”, El Telégrafo (Guayaquil), 8 abril 1934.
Archivo privado de Augusto Arias Robalino en poder de sus herederos.
Archivo privado de César Arroyo, en poder de su sobrina Julia Arroyo de Bucheli.
Archivo privado de Ernesto Chiriboga Ordóñez.
Archivo privado de Esmeralda González Castro, Lima, 1998.
Archivo privado de Isaac en poder de sus herederos.
Informes de Abel Romeo Castillo, Guayaquil, 1982.
Informes de Enrique Suárez Baquerizo, Quito, 1993.
Informes de Gualberto Montalvo Viteri, Cotocollao, 2003.
Informes de Gustavo Becerra Ortiz, Roma, 1995
Informes de José Eliseo Carrión Cevallos y Laura Noboa de Carrión, Quito 1997.
Informes de Julio Castillo Jácome, Quito 1995 -1996.
Informes de Susana Reyes Paz, sobrina política del poeta Humberto Fierro, Quito, 2006
116 RINCONES QUE CANTAN
4.3. Los pasillos “Hacia el ayer” y “Disección”, y el albazo “Dolencias”, Quito, 1918.
Víctor Valencia Nieto fue uno de los más auténticos quiteños de todos los tiempos, fue hermano de Amable Valencia, a
quien Carlos Amable Ortiz, el Pollo, le dedicó, en 1919, el vals tranquilo Mis gemidos por Blanca. Ambos fueron hijos de
don Daniel Valencia Galdós, nacido en Riobamba por 1832, luego ‘quiteño’ por adopción del barrio de Santa Bárbara,
gran calígrafo, y, de doña Elena Nieto, nacida en Quito por 1853, pariente del famoso periodista conservador Vicente
Nieto Otoya, alias Fray Gerundio.
Séptimo y último hijo de sus padres, nació en Machachi el 24 de diciembre de 1894 en una casa muy cercana a la plaza
matriz de esa población, sus hermanos mayores fueron Carmela de Cevallos; Amable, esposo de Rosa Elvira Coronel
Moscoso; Isidoro, que fue soltero, al igual que sus hermanas María Adela y Ubaldina; y María Ester, muerta en 1964.
El propio Víctor decía en sus tertulias: “Muy chico quedé huérfano de padre”. Le interrumpían para decirle: “di: Muy longo
chiquito quedé” y él cortaba:
Carajo, yo nunca fui indio, de chiquito era rubio, Uds. qué saben que nací el día de Navidad, por eso parecía un Niño
Dios, aunque ya de viejo, y por tanto sufrimiento, me ha salido un poco el indio y ya no me parezco al Niño Dios sino
a Caifás … huérfano, en mi infancia me encandilaron algunos parientes: mi tío, el capitán Rafael Valencia, de la
Fernando Jurado Noboa 117
época de Veintemilla; mi tía Mercedes de Vélez, que era la única rica de la familia; mi otra tía, Fabianita, que fue
una víctima del destino y fue una de las Tres Gracias más desgraciadas de la ciudad; mi tío materno, el periodista
Vicente Nieto, quizás el ser más maravilloso que conocí en mi vida y mis cuatro hermanos, solterones y solteronas
a tiempo completo y de quienes por poco sigo el maravilloso ejemplo.
Cursó estudios primarios en Quito y en 1907, a los trece años de edad ingresó al Colegio Mejía, situado entonces en la
calle Benalcázar, fue compañero de Braulino Bustamante, José Leonidas Baca, Ángel Darquea, Oscar del Pozo, Leonardo
Endara, Cornelio Pozo, Abel Troya, etcétera.
Cuando César Guerrero Tamayo, el pastuso, llegó a Quito en 1913, uno de sus primeros amigos fue Valencia. Ya por
entonces era un gran cantante de tinte dramático, pues solía cortar las canciones y hacer una pausa para así lograr que
el auditorio tomara conciencia.
Le encantaban los yaravíes y los autores colombianos, por eso puso música a obras como Disección de Julio Esaú
Delgado, Hacia el ayer de Enrique Álvarez Henao, Es en vano del famoso Julio Flórez, En la cruz de Adolfo León Gómez,
etcétera.
Víctor integró un trío de amigos, muy popular en Quito, con Arcesio Domínguez Grijalva y el capitán Carlos Noboa Saá.
Noboa compuso una copla titulada Don Arcesio en la que Víctor Valencia es actor:
El chulla jurista
Quienes lo conocieron a fondo, dan cuenta y razón de que Arcesio Domínguez, fue una de las inteligencias más
privilegiadas que ha dado el Ecuador en los últimos cien años, como jurista no tuvo rival, poseyó la gracia, el chiste, la
ironía, el sentido dicharachero y el espíritu bohemio más encarnado.
Nació en Quito en 1878 y se bautizó en el Sagrario, hijo del militar Manuel Domínguez y de Dra. Rosa Grijalva, profesora
de obstetricia y comadrona; tuvo sólo dos hermanas mujeres.
118 RINCONES QUE CANTAN
Se graduó de bachiller en el San Gabriel, en 1896 y, de abogado, el 30 de enero de 1903, con las máximas calificaciones.
Era el Dr. Domínguez, miembro de la clase media, con ribetes y leyendas de abolengo por el lado materno, ribetes que,
con inteligencia, jamás los sacó a cuento y colación, pues la tradición, en el mejor de los casos, es vena muy íntima, que
apenas puede explicar conductas y costumbres, mas jamás sirve de acicate, estímulo, tormento, magullamiento, oprobio,
orgullo, ni tristeza.
Apenas abrió su consulta, los clientes fueron en aumento gradual, sin embargo, sus honorarios no le permitían formar
capital alguno y vivía de arriendo, trasladándose de barrio en barrio.
En 1911, a los treinta y tres años, era vecino de San Blas y decidió casarse con su prima segunda Angelita Maldonado
Grijalva, latacungueña; contaban, en familia –Domínguez era pariente de mi abuelo materno–, que la noche de bodas
le pidió a Angelita que hiciera strip tease palabra que ella ni siquiera había oído, le explicó Arcesio lo que era y ella se
quedó aterrada y lo único que se le ocurrió es envolverse en las cobijas y salir a la calle, dando alaridos, yendo a parar
en un convento, donde vivió varios años.
Enseguida ella plantó a su marido y primo, juicio de nulidad ante el arzobispo González Suárez, pero Arcesio puso tantas
mañas y artimañas, que jamás salió el divorcio y peor la nulidad y a los mismos familiares de Angelita, les decía:
“Yo no me divorcio ni me divorciaré nunca de Angelita; pues ella es mi protección y mi ángel de la guarda; mientras yo esté casado,
puedo tener todas las aventuras que quiera y nadie me puede pedir nada; a ese ángel yo no lo pierdo nunca”.
En los años 20 se trasladó a San Roque, donde formó familia con la señora Mercedes Lasso, en la que tuvo dos hijos.
Posteriormente vivía en San Marcos y allí estuvo hasta el final de su vida; por allá, a finales de los años 30, tenía la cos-
tumbre de farrear en casa de amigos en la Pedro Fermín Cevallos y Oriente hasta las cinco de la madrugada, salía total-
mente jumo y, en lugar de pedir taxi, llamaba a unos indios de Zámbiza, que a esa hora empezaban a hacer la limpieza
de la ciudad, les daba 2 reales y se montaba en la carretilla, en la cual, regocijadamente, llegaba a su casa, ante la mirada
atónita de las beatas que pululaban por toda la calle Montúfar.
Voy a referir unas tres anécdotas de Domínguez, protagonizadas en los años 20 y 30:
El Dr. Domínguez solía caminar acompañado de un perro chiquito al que le llamaba “Gosquezín”, un día vino a su con-
sulta, en el segundo piso de la casa del Champús –esquina de la Benalcázar y Mejía–, Juan Stacey, el carnicero de la
vecindad y le denuncia que un perro ha entrado a su tienda y se ha llevado tres libras de carne:
– Vecino y amigo: si conoce al dueño del animal, abórdele amistosamente y dígale que debe pagar el daño; si no hay
tal, demándele.
– No hay problema –le dice Domínguez– yo le debo a Ud. los siete sucres de las tres libras de carne, pero la consulta
cuesta diez, así que me hace el favor los tres sucres de diferencia...
Algún tiempo tuvo una lora en su consultorio, alguna vez se fue al campo por dos días y dejó a la lora, encerrada y a
obscuras. Desesperada, la lora horadó el piso del despacho, que estaba malo, y cayó a una tienda del primer piso, que
también estaba cerrada, y allí hizo una revolución: picó toda la panela que pudo y se cubrió de harina.
El lunes siguiente, a las seis de la mañana, la dueña de la tienda se llevó tremenda sorpresa al abrirla al público y, cono-
ciendo que era la lora del doctor, esperó la llegada de éste y le hizo el debido reclamo.
Domínguez le respondió que era un caso fortuito, que a él, la lora le había dañado el piso; que el haber picado la ras-
padura no era mayor cosa, que incluso así podía aún venderla.
– Más bien, le reclamo, –le dijo Domínguez– que mi lora casi se muere enharinada y me tocó bañarla con mucho cuidado.
La señora no se convenció y puso juicio a Domínguez, pidiendo daños y perjuicios y ganó el juicio. Arcesio apeló a la
corte, pero ésta no aceptó la apelación y fue condenado finalmente a multa o a dimitir bienes.
Conocedor de esto, Domínguez puso un escrito a la Corte, diciendo que aceptaba el veredicto, que no tenía dinero para
pagar la multa y que... dimitía la lora.
Solía reunirse Domínguez, todos los días, a las doce para tomar el aperitivo hasta la una, en el salón de Mercedes
Bolaños, en la esquina de la Guayaquil y Chile, donde libaban una botella de pisco peruano. Los contertulios de siempre
eran: el notario Carlos Moya, Remigio Romero y Cordero, Nicolás Vega, Manuel Nieto, Silva, Nieto, Marín. Aparte de eso,
Domínguez solía darse otras escapadas al restaurante para comer empanadas de morocho y chanchuco, y mientras lo
hacía, alistaba sus expedientes.
Un día, llegó una señora a pedir defensa, pues le había dicho a su vecina: “Cállate trompuda volantona que comís por
el c…”. Ésta la había acusado y llevado a juicio. Domínguez aceptó el defender a la agresora, presentó sólo el primer
escrito señalando como domicilio su despacho de abogado y no hizo más, mientras la parte contraria presentaba testigos
a ‘tuti y fruti’ en el juzgado; la cliente se hallaba angustiada, pues todos los vecinos le juraban que perdería el juicio e
iría a la cárcel, pero Domínguez le pedía paciencia.
Exactamente una hora antes de que expirara el término de prueba, Domínguez presentó un escrito:
“Para haber lugar a querella, es menester injuriar de palabra y obra que menoscaben la dignidad de la persona, le perjudiquen en
su aspecto físico o en su moral.Todos, comemos por la boca, el que la querellante coma por el c... no es insulto, es habilidad y puede
jurar por Dios mi defendida, que esa fue su intención: demostrar que su vecina es muy hábil y que debería exhibirse.”
120 RINCONES QUE CANTAN
Varias de las letras de canciones que aún se recitaban y cantaban en Quito en los años 60, fueron modificaciones
originales de Arcesio Domínguez, como aquella de:
En 1937, un ex Jefe de Estado le encargó su juicio de divorcio; la parte contraria era defendida por el Dr. Manuel Benigno
Cueva García. Estaba tan intemperante el ex–mandatario que le dijo:
Domínguez murió hacia 1945, de unos 67 años, luego de un intento de divorciarse para casarse con una persona cuya
inteligencia y chispa admiraba muchísimo pero, hombre de palabra, había jurado no divorciarse y murió cumpliendo lo
dicho. Angelita heredó 3000 sucres de la mortuoria del marido que apenas le duró unas horas.
En 1918 –como no tenía piano–, Víctor Valencia acudía de continuo a casa de su amigo el capitán Noboa, que entonces
vivía en la esquina de la Guayaquil y Elizalde, en el barrio de San Blas. Fue allí donde puso música al tremebundo pasillo
Disección de Julio Esaú Delgado. La letra la había compuesto este ilustre colombiano, en el Colegio del Rosario en
Bogotá en 1886.
Hay que tener cuidado en no confundir esta composición con el poema En la morgue hecho por otro Valencia, el
latacungueño Félix Valencia Vizuete.
Dr. Julio Esaú Delgado Genin, nació en Popayán, su madre, Pepita Genin, fue hija de un relojero suizo que fue a Popayán
por 1862. Cursó secundaria en el colegio de la Universidad del Cauca y terminó sus estudios en los colegios liberales de
Bogotá, siendo alumno de Salvador Camacho Roldán.
Admiró a Alfaro desde 1884, al saber de la jornada de Jaramijó. Dejó las aulas en el 85 y luchó en Chiribío y luego volvió
a Bogotá, para estudiar con su hermano Roberto en el Colegio del Rosario... En 1886 ya se hizo notar como poeta.
Estudió leyes en el colegio del Externado en Bogotá y redactó La protesta, donde publicó la biografía de César Conto. En
1889 fue perseguido por Rafael Núñez y marchó a Venezuela y de allí, en 1890, lo llamó el Gral. César Conto Ferrer, expa-
triado en Guatemala, como redactor de El imparcial; allá terminó sus estudios de abogado y fue colega de Rubén Darío
y de Federico Proaño en la redacción de algunos periódicos; Rubén le dedicó su famosa oda Colombia…
Muerto Conto, en julio del 91, pasó a vivir en El Salvador, al servicio de los ezetas y como director de “El correo
Nacional”…
En El Salvador fue también secretario del Presidente de la República y profesor de ciencia constitucional, así como en
Guatemala había sido profesor de filosofía.
Caído Ezeta, vivió en San José de Costa Rica de 1892 al 95, donde, con Juan de Dios Uribe, fundaron El Periódico, desde
donde disparaban dardos al conservatismo ecuatoriano.
En 1893 se hizo amigo de Eloy Alfaro, de quien fue su secretario particular algún tiempo y ambos fueron en enero del
94 a Nicaragua, cuando Alfaro llegó de asesor del gobierno de aquel país.
En Nicaragua vivió de 1894 al 97 como profesor y como redactor del periódico El 93. Fue allí muy amigo del gran héroe
cubano Antonio Maceo, a quien le salvó la vida en 1895, cuando fue atacado por los españoles.
122 RINCONES QUE CANTAN
El 1896 participó en la guerra de Nicaragua y estuvo en los combates del Obraje y de Momotambo… en junio del 1896
se le nombró jefe del Poder Judicial en Zelaya, abogado consultor en Bluefields y redactor en dos periódicos.
El 97 vino a Quito, llamado por el Gral. Alfaro, fue nombrado en noviembre profesor del colegio Mejía, fundó El Atalaya
con Emilio Ma. Terán.
Participó en la campaña del 1898 con el Gral. Nicanor Arellano; el 1899 estuvo en El Oro; en 1900 publicó, en Guayaquil,
su folleto Tiranos y libertadores.
Participó en la guerra de los mil días, en 1901, con el Cnel. Avelino Rosas, fue nombrado, en agosto, secretario del
Comandante en Jefe del Ejército del Sur. Terminada la campaña se estableció en Portoviejo, donde fue presidente del
concejo de 1901 al 1903; dirigió El semanario Manabita, fue, además, asesor del gobernador Tomás Larrea. De Rosas fue,
en Tulcán, su ayudante y coronel.
En 1903 fue por segunda vez a Manabí; en 1905 editó, en Portoviejo, su folleto Dos conferencias; en 1907 estuvo
dedicado al comercio; en 1908 residía en Manta, fue también secretario de la Gobernación de Manabí; el año 1910
ofreció su espada de coronel a Alfaro, para ir a luchar contra el Perú.
En 1911 publicó en Guayaquil la segunda edición de Ciencia constitucional como también la colección de versos
Esqueletos.
En 1916 estuvo radicado de nuevo en Quito, desde donde escribía artículos para el exterior; en 1918 fue gran amigo de
Manuel J. Calle y, a fines de este año, viajó a Colombia, país del que se había alejado 30 años atrás; vivió algún tiempo
en Bogotá, en 1920 se trasladó a Cali; el año 21 fue designado cónsul del Ecuador en Cali; luego, cónsul en Panamá y
en Cuba en los años 20; más tarde, vivió en La Habana; por 1930 fue designado senador y viajó a Bogotá con sus dos
hijas a ejercer su profesión en esa ciudad; en 1932 volvió al Ecuador como cónsul de Colombia en Tulcán; el 1940 estu-
vo radicado en Guayaquil, murió en 1945. Formó familia con Rosa Hermelinda Pintado Salvador, nacida en Quito por
1878. Es autor de la letra del pasillo Disección.
Tomado de Fernando Jurado Noboa, De dónde venimos los quiteños, Quito, Ediciones S.A.G.,Vol. II, 1990.
Víctor Valencia fue autor de los albazos más populares de su tiempo, como Ay no se puede, Dolencias, Tormentos.
Para 1922, entró a trabajar como calígrafo de la cancillería, la cual funcionaba entonces en la calle Cuenca, muy cerca
de la policía. Luego se trasladó a la antigua Casa Presidencial, en la calle Chile, a raíz de que en 1924 el Dr. Gonzalo S.
Córdova, decidiera no vivir en ella.
Fernando Jurado Noboa 123
En los primeros años de la década de 1930, iba continuamente a la casa del famoso pianista pastuso, el estudiante de
médico, Miguel Ángel López Álvarez (1910–1994)4 y de su esposa, la guayaquileña Alicia Gómez Granja, quienes moraban
en la esquina de la Montúfar y Junín. Fue en esa casa donde puso música de pasillo al poema Hacia el ayer, del colombiano
Enrique Álvarez Henao.
Respondía:
Casa perteneciente al pianista Miguel Ángel López, donde Víctor Valencia compuso –Encantado muchachos, yo me encargo de las
varias de sus mejores piezas, esquina de la Montúfar y Junín. Foto: Sebastián Crespo. baterías.
4López Álvarez, a más de estupendo pianista, tocaba otros instrumentos, se radicó en Pelileo en 1935 y era el alma de las propiedades de los Samaniego Álvarez, donde era fama que
le entonaban “de más” a ver si perdía el oído, pero él jamás fallaba. Desde los años 40 se radicó en Pasto definitivamente.
124 RINCONES QUE CANTAN
Era el que conseguía guambritas, sobre todo por el sector de las Guacas en Iñaquito y por Cotocollao.
Le tenía malquerencia a uno de los empleados de nuestra oficina, quien en realidad se quejaba cuando había exceso de
trabajo y también se quejaba cuando no había nada que hacer. Era el ‘chuqui’ de este famoso quiteño, que para burlarse le
escondía el sombrero prácticamente todos los días.
– Este parece gata: llora porque le meten, llora por que no le meten
Víctor Valencia era una caja de música, quizás es el quiteño más entrañable que he conocido.Tenía un humor de primera, a
pesar de su entraña un tanto depresiva, pero muy bien
disimulada.
– Soy, creo, un buen padre de familia, por lo tanto considero a todas mis piezas por igual.
En sus últimos años, hizo varios negocios prósperos, pero se volvió totalmente huidizo.
En 1960, Carlos Andrade Moscoso, su viejo amigo de juventud, así se queja de él: “Víctor de joven no fue plantilla, pero
de viejo, se ha vuelto completísimo”.
Murió el día que cumplía exactamente setenta y dos años, el 24 de diciembre de 1966.
En 1980 el grupo Sadran, en Guayaquil, editó doce de sus canciones, letras y partituras.
Su albazo Dolencias, considerado pieza clave de nuestra historia musical, dice así:
La piedra se desmorona
Y el calicanto falsea
No hay amor que dure mucho
Por más constante que sea
Fuentes
Carrión, Oswaldo. Lo mejor del siglo XX, Quito, Ediciones Duma, 2002
Guerrero, Pablo. Enciclopedia de la Música, Quito, Corporación Musicológica Ecuatoriana, vols. I y II, 2004 y 2005..
Jurado, Fernando. “Historia y trayectoria de una familia andaluza en el Ecuador”, en Revista del Centro Nacional de
Investigaciones Genealógicas (Quito), Nro. 2 (1981).
.“Orígenes y posteridad del gran pintor Nicolás Javier de Goríbar”, en Revista del Centro Nacional de
Investigaciones Genealógicas (Quito), Nro. 3 (1982).
Morlás, Alberto (comp.). Florilegio del pasillo ecuatoriano, Quito, Editorial Jodoko Ricke, 1967.
Rolando, Carlos. “Anuario administrativo de la República del Ecuador”, Boletín del Centro de Investigaciones Históricas
de Guayaquil, (Guayaquil), vol. 7 (1947).
Archivo del Banco Central, fondo Chiriboga Granizo.
Archivo de Carlos Acosta Solarte (+), Pasto.
Archivo del Carlos Miranda Torres, Pelileo.
Archivo de Octavio Valencia Llerena (+), Quito.
Informes de Hernán Jurado Gómez, 1995 – 1998.
Informes de Julio Castillo Argüello, 1973.
Informes de Mauro Noboa Castillo, 1967 – 1973.
Informes de Familia López Gómez, Pelileo y Pasto, 1995 – 1996.
Fernando Jurado Noboa 127
– A mí, la calle Olmedo me fascinó siempre, por eso, largos años tuve mi despacho de abogado en la casa 608, cerca de
las calles Montúfar y Flores.
130 RINCONES QUE CANTAN
Este poema se publicó, un año después, en el libro Unción y otros poemas. Diez años más tarde, Nicasio Safadi, en
Guayaquil, le propuso a Egas ponerle música. En cuanto éste la escuchó, le agradó sobremanera.
Dr. José María Egas Miranda, el más ilustre de cuantos Egas ha producido el país, nació el 27 de noviembre de 1896,
discutida su cuna, pues el poeta declaró, a Pérez Marchant y a su amigo Hugo Alemán, haber nacido en Bahía, pero en
su madurez afirmaba haber nacido en Manta, en una casa esquinera de dos pisos de la calle América y Juan Montalvo.
Quedó huérfano de madre a los cuatro años de edad, la familia se trasladó a Manta, donde transcurrió su infancia.
Contó con su padre, hasta la edad de seis años, cuando la enfermedad de éste, ya no le permitió seguir ayudando a la
familia.
En 1902 o 1903, sus tías maternas, las Miranda, se lo llevaron a Guayaquil, a que empezara su educación, pues era el
sobrino preferido. Vivió entonces en el puerto principal en un departamento en la calle Sucre, entre Pichincha y Pedro
Carbo, donde las tías se hicieron cargo de los huérfanos, ya completamente, desde 1907, cuando José María tenía once
años y pudo ver a sus dos hermanos. Hizo la primaria en la escuela del Prof. Leonardo Aulestia, que estaba situada en
la 10 de Agosto y Boyacá.
En 1909, a los trece años, ingresó al colegio Vicente Rocafuerte y a los pocos meses, elaboró un soneto perfecto, lla-
mado Patria, con el que participó en un concurso y ganó el primer premio.
Perdió un año de secundaria. En 1913, comenzando el cuarto curso, se hizo amigo de Medardo Ángel Silva, que estaba
en tercero y contaba con quince años. Muchos años después lo describiría como “un joven moreno, nervioso, teatral,
precipitado. Escribía mucho, aceleradamente, como si presintiera el Viaje Eterno”.
El primer periódico en donde se publicaron sus poesías fue El Guante, en Guayaquil. Adolescente aún, buscó la manera de
contactar con el poeta Noboa Caamaño, a que (sic.) éste encontrara la manera de entroncarlo en la revista Letras de
Isaac Barrera. Egas era, por supuesto, un ilustre desconocido y Noboa dirigió a Barrera la siguiente carta:
Mi enfermedad me ha impedido cumplir con Ud. a pesar de mis buenos deseos. Le remito un soneto mío y otro de un joven Egas,
que le ha de conocer de nombre, que me ha pedido se lo envíe para que le dé publicidad, si es de su agrado.
Noboa
Desde 1915 –estando en sexto curso– empezó a colaborar en el diario El Guante y escribió Marina, que le abrió las puertas
de la fama.
En 1916, y con Falconí Villagómez, fundaron en Guayaquil la revista Renacimiento, con un tiraje de 300 ejemplares y
que imprimía Uzcátegui, en Guayaquil.
Por esta época, el profesor del Colegio Vicente Rocafuerte, José Eduardo Molestina, le obsequió una suscripción a la revista
madrileña Cervantes, que José María se la prestaba a su hermano Miguel y mucho más influyó en éste que en aquél.
A fines de 1916 se vino a vivir en Quito, con el objeto de cursar Derecho, tomando contacto con los jóvenes poetas de
entonces. Fue así muy amigo de Ernesto Noboa y de Adolfo Simmons, viviendo días borrascosos por el uso de la morfina
–muy en boga entonces. Egas fue el único poeta que se escapó de la autoviolencia, debido al espíritu místico encerrado en él.
En febrero de 1917, al conocer la muerte de Rubén Darío, Egas junto con Falconí Villagómez, Ernesto Noboa, Humberto
Fierro, Carlos H. Endara y Luis Eliseo Gómez, se vistieron de luto por tres días. La revista Renacimiento murió en este año 17.
En el mismo año 17, durante unas vacaciones en Riobamba, compuso el poema Arias íntimas, que luego sería musica-
lizado y que lo hizo en honor a su primer gran amor.
En 1918 volvió a Guayaquil y se dedicó a seguir con su carrera y a hacer vida intelectual en El Telégrafo Literario.
En esta época solía estudiar las noches en casa de Lautaro Aspiazu Carbo, en la calle General Córdova (calle de la Gallera)
y 9 de octubre, siendo el tercer compañero de estudios, Francisco Arízaga Luque, cuatro años menor que Egas.
El lunes 10 de junio de 1919, el poeta Medardo Ángel Silva fue a casa de Egas y le pidió le consiguiera un retrato de
Oscar Wilde, para la crónica literaria del día jueves. A las 6: 30 de la noche, los dos poetas se encontraron en la esquina de
Luque y Chimborazo, donde había una botica, Silva le manifestó que iba a comprar fármacos para diez días, que le habían
recetado, y juntos entraron en la farmacia. Los dos vates conversaron una hora y media en la esquina y se despidieron.
Egas fue a casa de Aspiazu y una hora más tarde Adolfo Hidalgo Nevares le gritó desde la calle: “Poeta, baje, que Silva
se ha matado”.
En la casa de la novia de Silva, constataron su cadáver y el revólver cerca de la mano derecha. El suicidio de Silva –efec-
tuado esa noche– le impresionó muchísimo y al día siguiente, pronunció una oración fúnebre en las exequias del cementerio.
Estos antecedentes hicieron que jamás Egas creyera en el suicidio de Silva como tal, sino en un acto teatral. Hoy se ha
analizado el hecho desde muchos ángulos, en realidad hubo cierta teatralidad, pero el poeta traía ideas suicidas muy
bien masticadas desde años antes.
132 RINCONES QUE CANTAN
El impacto de este suceso en su vida, radicaba también en que los poetas preferidos de Egas eran por entonces Silva y
Noboa.
En el mismo año 19, J. J. Pino de Ycaza publicó en la revista La Campana, una parodia del poema de Egas, Plegaria lírica,
burlándose del gobernador Enrique Baquerizo Moreno. Esto le valió una durísima reprimenda por parte de éste.
En octubre de 1920, en los Juegos Florales del Centenario, ganó el primer premio con Plegaria lírica, que lo recitó en el
Teatro Olmedo. Los asistentes lo sacaron en hombros desde el boulevard hasta el salón Fortich, al grito de “Viva el poeta”.
Desde entonces se dedicó a escribir versos en cuanto abanico se le ponía por delante.
Estos versos han figurado en todas las antologías, entre los cien mejores poemas de la lengua castellana.
Con altibajos, su carrera de leyes le demoró once años entre Quito y Guayaquil.
En 1921 regresó a la Universidad de Quito, cobrando más amistad con el grupo de Fierro, Noboa y más poetas modernistas.
En Quito, nuevos males de amor le carcomieron el alma y compuso dos poesías muy bellas y famosas: Vaso de lágrimas y
Estancias de amor.
Para sobrevivir y debido a su fama, el gobierno de Tamayo lo nombró hacia 1923, introductor de diplomáticos de la can-
cillería.
En Quito –y lo declara Hugo Alemán– Egas se hizo discípulo fervoroso de Amado Nervo, lo que trajo como consecuencia
una técnica versificadora no muy original, por cierto. Una ambivalencia extrema, en la que se mezclaban misticismo,
espíritu contemplativo, bohemia y otras cosas más, terminaron de modelar –y al fin salvar– el espíritu y el cuerpo de
este gran poeta.
El halo raro que rodeaba al vate en Quito, “un infortunio humilde” y la recitación de su famosa Plegaria en los salones
de la ciudad, hicieron de él un poeta de moda por muchos años.
Los compositores tuvieron, desde entonces, predilección por los versos de Egas y los convirtieron en bellísimos pasillos:
Carlos Guerra Paredes musicalizó Estancia de amor; Nicasio Safadi, en Guayaquil, lo hizo con Invernal; Miguel Ángel
Casares lo hizo con el ya famoso Arias íntimas; y Segundo Cueva Celi, desde Loja, dio ejemplo al llevar al pentagrama
Vaso de lágrimas (“No te arrimes mucho sobre mi desgracia…”). Pocos autores en el Ecuador han logrado calar tan hondo
en el alma popular.
Fernando Jurado Noboa 133
Hacia 1922, asistió con algunos intelectuales a un homenaje a Montalvo en Ambato, visitaron Ficoa y entrevistaron a
quienes habían conocido al maestro. En una tribuna improvisada Egas habló con “el gesto sereno y la actitud
desenfrenada”.
En 1923, en la Imprenta Nacional en Quito apareció su primero y único libro, durante largo tiempo: Unción. Fue prolo-
gado por César Arroyo.
Por esta época, Rafael Coronel llegó de Chile y sus amigos le ofrecieron un homenaje en la modesta habitación de Pío
Jaramillo Alvarado. Egas arrendaba un cuarto contiguo, los amigos decidieron darle una sorpresa al poeta, quien no se
encontraba con el grupo. Augusto Arias, Jorge Carrera Andrade y Hugo Alemán, forzaron la habitación de Egas, dieron
la vuelta todos los muebles, quitaron la luz, colocaron verticalmente la cama. Cuando pasada la media noche, se oyeron
los pasos del poeta, hicieron silencio, a instantes se oían los gritos de éste, topándose con un mundo que jamás había
soñado, alcanzó a gritar:
– Doctor, doctor, algo pasa, doctor Jaramillo, socorro.Y entró en estado de pánico.
Los amigos sádicos no pararon, desfilaron ante Egas, cubiertos de sábanas blancas en orden de estatura: el primero Arias
y el último Carrera Andrade, con sus 1.90 metros de estatura. Al fin se descubrieron y aclararon el suceso, y naufraga-
ron en bodegas de wisky. Egas –ya tranquilizado– fue a traer la Guía de Pecadores de fray Luis de Granada, y con ella
amanecieron.
En 1925, la cancillería de Córdova le remitió a Chile como enviado especial para la transmisión del mando, cuyo gobierno
le dio la condecoración de la Orden al Mérito.
A su regreso, decidió de nuevo pisar Guayaquil, consiguió el cargo de visitador de escuelas municipales y al visitar el
colegio Rita Lecumberry, una adolescente de quince años –Isabel Herrería– se soltó dramáticamente en llanto al verlo,
pues había hecho creer a sus compañeras, que era la protagonista de …Gitana.
En 1926 se graduó de abogado y su tesis doctoral “El principio del Uti Possidetis americano y nuestro litigio de fronteras
con el Perú” mereció gran acogida y el mismo año lo imprimió la imprenta de la Universidad de Guayaquil.
Fue subdirector de límites de la cancillería, autor de un estudio sobre el Protocolo Ponce Castro Oyanguren y profesor
de Derecho Territorial en la Universidad Central de Quito.
Se casó con Lola Ribas Vergara, nacida en Guayaquil; su abnegada compañera, era hija de Ramón Ribas y Reniú, nacido en
Barcelona, España, y casado en Guayaquil el 31 de julio de 1897 con Rosa Vergara Echeverría.
134 RINCONES QUE CANTAN
En 1929 tenía instalada su oficina en Guayaquil y llevó a trabajar allí a su hermano Hugo Mayo, con quien le unía entra-
ñable afecto y total diferencia de criterios literarios.
En noviembre de 1930 se había radicado de nuevo en Guayaquil. Con otras cincuenta personas, en un local del diario
La Prensa, fundaron el grupo Renovación, que propugnaba “La eliminación de la lucha de clases y el absolutismo estatal,
como también la creación de un Senado técnico”.
En diciembre de 1931, fue miembro fundador del Centro de Estudios Literarios de la Universidad de Guayaquil.
En 1932 y en homenaje al Centenario de Montalvo, compuso Diálogo de Cumbres. A su amigo Cesar Dávalos Rivera le
dedicó el poema En el tiempo.
En esta misma época, y por el auge fonográfico en el país, se musicalizaron varias de sus estrofas, de esta manera El
verso imposible, Estancia de amor, Invernal y Lindica, pasaron a ser oídos de todos los sitios en donde se pugnaba por
amar o se odiaba por la pérdida del objeto querido.
En los años 30 y 40 fue profesor de derecho público y privado en la Universidad de Guayaquil, profesor de derecho terri-
torial, diplomático y consular en la Universidad Central, jefe de Protocolo de la cancillería, secretario del Consejo de
Estado y abogado de la Caja del Seguro por 1946.
En el gobierno de Arroyo del Río, (1940–41) tuvo gran acogida por parte de éste, se especializó en asuntos de inmigración
y pudo obtener pasaportes para cientos de judíos deseosos de ingresar al Ecuador por los problemas de Alemania.
En 1941, publicó en Quito Unción y otros poemas, saliéndole al paso como duros críticos Cesar Andrade, en Cuenca y
Aurelio Espinosa Pólit, S.J., en Quito. El primero dijo que en Egas se encontraba “lo morboso de Baudelaire derivando
hacia la beatitud” y Espinosa calificó sus versos de “adefesios”, sin aceptar la religiosidad romántica y mundana. Más
tarde cambiarían ambos de criterio.
En 1947, asistió a una fiesta de la Lira, en Cuenca; la multitud lo reconoció y el poeta recitó Líndica y luego en seguidilla
otras de sus producciones, la lista se hacía interminable, como también las libaciones, hasta que se alejó, dejando
imborrable recuerdo.
En 1950, Líndica seguía siendo el mayor poema popular del país y a varios niños, a los cinco años de edad, se los hacía
aprender de memoria; uno de ellos fue el futuro escritor Fernando Artieda.
Los cincuenta y cuatro años le hicieron dar un vuelco en su vida, data de 1950 un cambio total hacia la mística, “hacia
la derecha” como han llamado sus críticos. Buscó a Espinosa Pólit y le pidió que prologara su libro.
Fernando Jurado Noboa 135
En 1951 se había radicado de nuevo en Quito, al amparo de Velasco, como miembro del Tribunal Supremo Electoral, tenía
su oficina en la Olmedo 608.
Cumplió los cincuenta y cinco años en 1951, con una honda emoción religiosa; producto de esto fue su libro El milagro,
cuyo prólogo –lo hemos dicho– fue de Espinosa Pólit, encantado con los nuevos poemas edificantes del Dr. Egas.
La crítica considera que Egas fue víctima de esta presionante ortodoxia, muy de derecha, y que así se perdió su estilo
estupendo. A su vez, las corrientes de izquierda vieron en este viraje, un sarcasmo, frente a la literatura de denuncia, tan
en boga entonces.
“José María era el más sincero de todos porque cantaba con una espontaneidad nativa que a los demás nos parecía silvestre…
Junto a los epígonos de Baudelaire, el poeta Egas nos resultaba un Juan Ramón criollo”
Desde 1956 y en el gobierno de Ponce Enríquez, ocupó los cargos de miembro del Tribunal Supremo Electoral, Ministro
de la Corte Suprema en Quito, Ministro de la Corte de Apelaciones en materia agraria, etcétera.
En 1956, desde Quito, Guillermo Bustamante hizo una crítica a su obra, llamándolo “poeta religioso”.
En 1959, y con motivo del centenario de Alfredo Baquerizo Moreno hizo su Canto a Guayaquil, una de sus menos felices
producciones. En 1960, el Municipio editó este poema.
En 1961, empezó su amistad con el joven escritor Rodrigo Pesantes. Dos años más tarde, G. Humberto Mata (el chiquito
Mata) publicó “Revisión del poeta José María Egas”, texto que trajo enorme polémica.
En 1964, Arroyo del Río, en su libro Páginas literarias, hizo un notable elogio del poeta.
En 1965, el Municipio de Guayaquil le dio la medalla de oro al Mérito Literario, siendo también condecorado por el
gobierno español y llamado por la Academia de la Lengua, a punto de cumplir los setenta años de edad.
Data de esta época su tercer libro: Poemas de ayer y de hoy. En total su producción fue escasa, pues los tres libros suyos
apenas llegaban a las 250 páginas.
En sus últimos años, el poeta vivió en una modesta villa “Rosa Piedad” de la Ciudadela Miraflores, en la Av. Del Salado
404 y la Sexta.
136 RINCONES QUE CANTAN
En mayo de 1974, el periodista manabita Dumas Iglesias Mata le entrevistó en Guayaquil y al pedirle su opinión sobre
la vida y la muerte, el Dr. Egas respondió: “La vida es el principio de la eternidad, y la muerte, la sorpresa que Dios nos
depara”.
Y al preguntarle qué pediría para el momento de la muerte, enfatizó: “Me gustaría que me entierren acompañado por
los seres más queridos de mi vida: las mujeres que uno amó, los amigos que uno quiso, los familiares… “
Indudablemente, por debajo del místico aún bullían restos de la carne, de la misma que tanto batalló en Rafael Romero
de Torres.
En abril de 1976, Rodolfo Pérez Pimentel, concejal comisionado de cultura en Guayaquil, tuvo la idea de coronar al
poeta, así como otros cinco ya lo habían sido en el país.
En octubre de 1976 fue coronado en ceremonia apoteósica, en la que Egas recitó Amor y gloria, calificado como su
testamento literario. La recepción le fue ofrecida por doña Esperanza Mateus de Peña. Le saludaron muchas voces:
Leopoldo Benítez, Jorge Salvador Lara, César Andrade, Luis Cordero Crespo, Ángel F. Rojas, etcétera.
El mismo año, se colocó su busto en el Salón de Honor de la Biblioteca Municipal. En 1977 se editaron sus Obras completas.
Sus últimos años estuvo casi ciego y con la audición muy disminuida.
En 1979, se dedicó a buscar sus ancestros, quería demostrar un probable parentesco con Mariana de Jesús, a través de
su bisabuelo Manuel Egas Paredes, pero me tocó desilusionarlo.
Murió a los ochenta y seis años, el 16 de febrero de 1982, las honras fúnebres se celebraron en el Municipio y, por cosas
del destino, a nombre del Centro Municipal de Cultura, le despidió Isabel Herrería de Saad, la misma que lloró en 1925.
Tomado de: Fernando Jurado Noboa, De Los Puento a los Egas, Quito, Talleres José Miguel Rodríguez, 1992, p. 82-95
Fernando Jurado Noboa 137
Con el profuso
aceite de mis lágrimas,
yo ablandaré
el rigor del cruel destino;
Lamparilla
ardiente de mis ojos
No desmayes
jamás en mi camino
Miguel Ángel Casares Viteri nació en Quito, el 8 de junio de 1903, fue inscrito en el Registro Civil el 7 de julio. Fue hijo
del connotado médico Dr. Manuel María Casares de la Torre, quien intervino, en 1900, en el descubrimiento de los
restos de Sucre. Su madre fue doña Manuela Viteri Larrea, propietaria en Puembo. Durante su infancia, Miguel Ángel iba
continuamente a casa de Alejandro y Fernando Casares de la Torre en la calle Mejía 942, entre Venezuela y García
Moreno.
Su infancia la pasó en unión de su hermanastro Eduardo Albornoz Viteri en el barrio de Santa Bárbara, muy cerca de la
plazoleta de esta parroquia. Fue muy amigo de los Andrade Moscoso, de los Mancheno Ribadeneira, etc. Por eso Kanela
le dedica algunos recuerdos en su libro Los inolvidables.
Estuvo tres años en el Conservatorio, donde aprendió acordeón, piano y guitarra. Fue un chulla completo, Alejandro
Carrión lo describía así, en 1957, cuando tenía ya cincuenta y cuatro años:
138 RINCONES QUE CANTAN
Alto, con la frente despejada y altiva, con una voz maravillosa, robusta, varonil, forjada en las serenatas de media noche,
invulnerable a las corrientes de aire y a las pulmonías… con unos dedos de ángel para la caricia de la guitarra, con una
facilidad para componer canciones populares, pasillos, cachullapis, albazos, pasacalles y yaravíes, que era pasmo de orquestas y
cantores, con una gracia para decir las cosas y una facilidad para crear versos que encantaba; con un acento para representar
una innata ciencia de actor que era la alegría de las compañías nacionales; y con una despreocupación y alegría de vivir y
de andar como pocas han florecido en esta tierra ecuatoriana.
En 1923, a los veinte años de edad, escuchó el poema Quiero llorar de la poetisa riobambeña Luz Elisa Borja Martínez;
le impactó vivamente, tomó dos estrofas –la sexta y la séptima– les puso música y así nació, en apenas quince minutos,
con otro nombre, el pasillo Lamparilla.
La señora Borja había publicado por primera vez su poema en 1913, en el periódico El Ecuatoriano. Había sido hecho
con motivo de la muerte de la madre María Uquillas Vela, ocurrida en Riobamba el 16 de septiembre de 1910.
Curiosamente esta religiosa era la tía y formadora de Rubén Uquillas Fernández, su sobrino carnal y gran músico.
¿Dónde compuso Lamparilla Casares? No podemos asegurar nada, es posible que en su vieja casa de Santa Bárbara. En
alguna declaración, Casares afirmó que, para componer la música, se inspiró muchísimo de los desastres del Chanchán,
pero éstos se dieron en enero de 1931, y no hay coincidencia cronológica.
Desde 1924 a 1928, compuso los pasillos A los náufragos, con letra de Félix Valencia, interpretado por el dúo
Benítez–Valencia y por el trío de guitarras de Ortiz–Idrobo y Guaña; Tu boca, con letra del mismo Valencia; Arias íntimas,
con letra de José María Egas; Espinas, Una lágrima mía, Para mí tu recuerdo, con letra de Arturo Borja y que tuvo gran
popularidad.
En julio de 1925, Casares y Humberto Dorado Pólit –también vecino de Santa Bárbara en los altos de la calle Manabí–
vivían en Guayaquil, formando un célebre dúo que cosechó notables triunfos en el puerto.
A su regreso a Quito, y en unión del grupo de la Lira Quiteña, pararon unos días en Riobamba, donde aquel dúo se unió
con Rubén Uquillas, para formar un inolvidable trío.
En 1926, trabajó en la Compañía de Zarzuelas Ramos Albuja, donde conoció a las hermanas Inés y Carlota Jaramillo.
En 1928, Miguel Ángel era uno de los actores de la célebre Compañía de Comedias y Variedades de Araujo junto con su
hermano Eduardo, Humberto Dorado Pólit, Humberto y Gonzalo Proaño, Jorge Araujo, Jorge Icaza, Marco Barahona,
Telmo y Carlos Vásconez, Arturo Valencia Gómez, Jorge Fegan Cárdenas y Alfredo Pérez Chiriboga. En esta compañía
también trabajó su primera esposa, doña Olivia Demari Valdivieso. El mismo año, sufrió una crisis afectiva y dejó de
componer música.
En 1930, actuó varias veces en la radio El Prado, de Riobamba, en unión de Dorado Pólit. A la muerte tan temprana de
éste –antes de 1932– se unió a Rubén Uquillas.
Fernando Jurado Noboa 139
Posteriormente, fue miembro de la Compañía Teatral de Ernesto Albán, donde hacía el papel de Quiroga; su segunda
esposa, Lastenia Ribadeneira, hacía el de Jesusa –en herencia a Marina Gonzembach–, y Gonzalo Proaño hacía el de
Gringo. Con esta compañía recorrió Colombia, Venezuela, Costa Rica, Panamá y Chile.
En Quito se le encontraba muchas veces en casa de su hermanastro Eduardo Albornoz Viteri, en la calle Junín 757.
Nació en Riobamba el 15 de mayo de 1903, hija de Ricardo Borja León y de Victoria Martínez Dávalos quien era dueña
de casa en las calles 10 de Agosto y Rocafuerte; se bautizó como expósita, mereciendo más tarde la protección familiar.
Se educó en el asilo San Vicente de Paúl, fue poetisa desde niña, a más de música, escultura y pintora. En octubre de
1918, cuando tenía quince años, en la revista Luz y Patria, apareció su poesía Reflexión; en 1920, en la “Memoria del
Centenario”, editó su A Riobamba en el Centenario de su Independencia, en tres páginas y, el mismo año, otro poema A
Riobamba, en el periódico El Observador. Por entonces pretendió casarse con el joven Luis Alfredo Castillo, pero finalmente
lo hizo con el Dr. José Alejandro Égüez Andrade, conocido jurista quiteño.
En mayo de 1921 apareció otra poesía suya: Plegaria, en el mismo vocero, y en julio, el mismo, periódico su Al señor de
la Misericordia.
En enero de 1923, apareció Un año más en la Voz de la Verdad de Guayaquil, y el mismo mes, Nocturnal, en la nombrada
publicación. A fines de año, salió No despiertes mi ilusión en La Razón, de Riobamba.
En marzo del 24, los lectores leyeron su poema No vuelvas a mirarme, en El guante blanco, revista que se producía en
su ciudad; en abril, en la misma revista apareció Lo que es amor; en mayo, Nostalgia, en la misma fuente y en julio, en
idéntica publicación, los versos llamados Injusticia.
En enero del 25, en el mismo vocero, apareció “Motivo primaveral”; en febrero y en El derecho de Quito editó su Poema
soñado; en abril y en El guante blanco salió Ensueño y realidad; el mismo mes Atardeceré, en El Sol de Quito.
En enero de 1926 apareció su Himno al 9 de julio de 1925, en la revista quiteña Claridad, así como Mi Bandera. En agosto
y en El derecho salió El marino.
Todo el año 27 pasó muy enferma, murió el 10 de julio de ese año, de apenas 24 años, posteriormente a su muerte, fueron
salvadas algunas de sus producciones, por ejemplo:
Tomado de: Fernando Jurado Noboa, Riobamba, Chimborazo y su gente, Quito, Ediciones de la Sociedad de
Chimboracenses residentes en Quito, 2003, pp. 262 - 263.
Fuentes
Carrión, Alejandro. “El cantor sin luz”, Últimas Noticias (Quito), 17 junio 1957.
Carrión, Oswaldo. Lo mejor del siglo XX, Quito, Ediciones Duma, 2002, pp. 103 y 104.
Descalzi, Ricardo. Historia crítica del teatro ecuatoriano, Quito, Casa de la Cultura, vols. 2, 1968, pp. 744 y 1000.
Fajardo, Eliécer Leonidas. La Rosa del Guayas, Quito, La Prensa Católica, 1961, p. 273.
Gangotena Emilio, El libro de la ciudad de San Francisco de Quito, Ediciones Cegan, 1951
Guerrero, Pablo. Enciclopedia de la Música, Quito, Corporación Musicológica Ecuatoriana, vols. 2, 2004, pp.426.
Jurado, Fernando. Quito una ciudad de casta taurina, Quito, 1996, p. 179
.Riobamba, Chimborazo y su gente, Quito, Ediciones de la Sociedad de Chimboracenses residentes en
Quito, 2003.
Morlás, Alberto (comp.). Florilegio del pasillo ecuatoriano, Quito, Editorial Jodoko Ricke, 1967.
Romero, Francisco. Lamparilla, pieza inmortal de Miguel Ángel Casares, Revista Estrellas, Nro. 21 (Guyaquil), 1974.
Archivo privado del Dr. José Torres Bucheli, Quito.
Informes de Humberto Jácome Harb, Quito, 2004 - 2005
Informes de Leonor Bustamante Sánchez, Quito, 1970 - 1976
142 RINCONES QUE CANTAN
Música:
Víctor Aurelio Paredes
Fernando Jurado Noboa 143
Uno de los mejores intérpretes de Odio y amor fue el joven Homero Iturralde García, nacido en 1902, portentoso artista y
alumno del conservatorio. La interpretación la hacía en doble cuerda de violín y dándole al pasillo las segundas necesarias.
El maestro Víctor Aurelio Paredes Galárraga, alias ‘El Ñato’, nació en Quito el 11 de marzo de 1896, fue hijo de Juan
Paredes Loza y de Juana Galárraga León. Cursó sus estudios primarios en esta ciudad, en la escuela del Cebollar, en el
barrio El Tejar. En 1912, a los dieciséis años, ingresó en el Conservatorio de Música de la calle Cuenca, en el período de
Sixto María Durán, fue alumno de violín del maestro Pedro Paz Díaz y llegó a ser un consumado violinista.
Se graduó en 1928 como profesor de viola, a los treinta y dos años, actuando en el teatro Sucre. En 1929 se le nombró
profesor titular de viola en el conservatorio.
Como profesor de violón, fue experto en la Quinta Sinfonía de Beethoven. En 1934, al ver los grandes méritos de la
estudiantina Santa Cecilia, los citó en su casa tres veces a la semana durante siete meses, hasta que los convirtió en
virtuosos de esa pieza. Con esa preparación ganaron, en diciembre de ese año, el primer premio en el concurso promovido
por la alcaldía de Quito, en el Teatro Sucre.
Desde 1934 hasta 1950, fue director de la mentada estudiantina. Posteriormente integró varios cuartetos con Gerardo
Alzamora Vela, Homero Iturralde, Nicanor Muller y Pedro Pablo Echeverría. En 1950 colaboró en el boletín de la
institución con un artículo sobre el Cuarteto Terán.
El 2 de marzo de 1951, presentó un estupendo acto en el Teatro Cápitol, con la colaboración del Cuarteto de Cámara
Ortiz, el Conservatorio y el coro del colegio La Salle. El 19 de abril del mismo año, presentó otro acto en honor de las
Américas, que contó con la asistencia del presidente Galo Plaza.
Paredes revolucionó de alguna manera el pasillo, dándole calidad y elegancia, el crítico Neptalí de Jesús Oñate escribió
que esos pasillos tenían: “entonación clásica, depuración y originalidad…con nostalgia de altura, de ideal, de perfección”.
Fue autor de los pasillos Hastío, Por qué son tristes tus ojos, Alma del paisaje, Soñemos otra vez, Ricurita, Romanza -muy
conocido, con letra de N. Rojas, ambas escritas sólo para violín-, Ojos tristes, Evocación, Bohemio, Cuando vendrán,
Aidita, Esperando, Intermedio, Feliz con tu cariño, El rouge de tus labios y Obsesión, estas últimas compuestas para piano.
Fuentes
Gangotena, Emilio. El libro de la ciudad de San Francisco de Quito, Quito, Edición Cegan, 1951.
Guerrero, Pablo. Enciclopedia de la Música, Quito, Corporación Musicológica Ecuatoriana, vols. 1 y 2, 2004 y 2005.
Archivo privado del historiador Ramiro Ávila Paredes, sobrino nieto del compositor.
Informes de Lidia Noboa de Granda, Quito, 2005.
146 RINCONES QUE CANTAN
Empezó como músico en Ibarra en el año 1904, cuando tenía seis años, donde su padre era organista de la iglesia matriz.
En 1905, la familia se radicó en Otavalo, José Ignacio tocaba en el armonio y cantaba en el coro de la iglesia de El Jordán.
Hacia 1916, vino a vivir en Quito y por su pobreza consiguió alojamiento en el convento de los padres mercedarios
–gracias al antiguo trabajo de su padre. Allí tocaba el órgano y ayudaba en el coro. Se matriculó en el conservatorio,
graduándose en 1921 a los veintitrés años.
¡Cabecita auri–rizada
Hay un hueco en la almohada
De mi tálamo de amor;
Cabecita de oro intenso
Qué vacío tan inmenso
Tan inmenso en derredor!
Hacia 1926, Publio Falconí Pazmiño, nacido en Chone en 1906, creó, luego de una ruptura amorosa, el poema Al morir
de las tardes. Pocos años después, cuando Canelos residía en Guayaquil, integrando el quinteto Hermanos Blacio,
conoció el poema y lo musicalizó. En esa misma época y en un concurso protagonizado por el Club de la Unión, ganó
el primer premio con una marcha de su autoría.
En agosto de 1930, con la Orquesta Sinfónica del Conservatorio, estrenó, en el Teatro Sucre, la suite sinfónica en cuatro
movimientos Escenas campestres, bajo la dirección de Sixto María Durán. Poco después reeditó La mapa señora, a la cual
ya nos hemos referido, como fantasía para piano y violín,.
Hacia 1932, y a instancias del capitán, Carlos Noboa, su amigo personal y admirador artístico, sobre la base del pasillo
Pobre barquilla mía, de Lope de Vega, muy popular en Quito y en Ibarra, hizo un arreglo para cuatro voces mixtas y lo
mantuvo guardado muchos años hasta que ganó un concurso en Guayaquil.
Fernando Jurado Noboa 149
En 1934, hizo composiciones que se han hecho muy famosas como la tonada Ambato bohemio, o la gran marcha Gloria
a Quito; el pasillo Pétalos marchitos con letra de Roberto Arregui, compuesto en Guaranda, ciudad en donde fue
profesor de música en el colegio Pedro Carbo.
Suya es también la música del conocido pasillo Quisiera ser con letra de Alfonso Pallares García, que se grabó en disco
de pizarra, cantado por el dúo Cornejo Cáceres.
Canelos vivió solo cincuenta y nueve años, de éstos, cuarenta años fueron de vida artística activa, en los que compuso
más de seiscientas canciones; es decir, a promedio de quince canciones por año y más de una por mes. Muchísimas
fueron vendidas en precios ínfimos, por las grandes dificultades económicas que pasó en su vida.
En 1938, estrenó en la iglesia de La Merced en Quito la obra Siete palabras, a tres voces. En 1940, cuando Canelos fue
profesor del conservatorio, tuvo como su alumno dilecto al adolescente Carlos Bonilla Chávez. Una década después, éste
fue el promotor del reconocimiento a su maestro y, entre varias cosas, hizo arreglos a dos de sus más bellos pasillos:
Ojos glaucos y Al morir de las tardes.
En los años 40 y en época de Arroyo del Río, fue director de la Banda de los Carabineros en Ibarra. En esta ciudad
compuso el himno Ibarra ciudad blanca, de la Escuela América; variaciones para la tonada Imbabura de mi vida, obra del
maestro Virgilio Chávez y popularizada por Alejandro Plazas; el pasillo Las arirumbas, el poema sinfónico Atahualpa, el
Canto del Tatuando.
En 1950, vivía en Quito, en la calle Bahía y Ambato, en la quinta casa mirando a la muralla del hospicio. Estaba casado
con una profesora llamada Elena, con quien dejó algunos hijos.
Residió los últimos años de su vida en Cuenca, como subdirector del conservatorio, moraba en una casa de un solo piso
en el Barrio Obrero, muy cerca de la Av. Huayna Cápac y en el barrio de San Blas, el barrio había sido creado en 1937,
merced a los esfuerzos de Carlos Cueva Tamariz. Datan de esa ciudad varias composiciones como el pasillo Alma
cuencana; el capricho indiano Añoranza, con letra de Francisco H. Salazar, hecho el 5 de junio de 1951; Canto maternal
con letra de Alfonso Estrella Marchán; los himnos a Santiago el Mayor, patrono de Gualaceo y los de la escuela Honorato
Vásquez, Manuela Garaycoa de Calderón y del colegio Herlinda Toral, con letra de Alfonso Cordero Palacios.
En agosto de 1953, obtuvo el primer premio en el Conservatorio Antonio Neumane de Guayaquil, con su canción Pobre
barquilla mía, arreglada a cuatro voces, arreglo hecho en Quito más de veinte años antes.
Fuentes
Gavilanes Real, Luis. Brevísima historia del Colegio Pedro Carbo, Guaranda, 1966.
Guerrero, Pablo. Enciclopedia de la Música, Quito, Corporación Musicológica Ecuatoriana, vols. 1 y 2, 2004 y 2005.
Archivo de Abelardo Morales Granda, (+) Ibarra.
Archivo del Amilcar Varela Jara, Quito
Archivo del Edmundo Carrión Noboa, Ibarra.
Archivo de José Mosquera, Ibarra.
Archivo de Miguel Díaz Cueva, Cuenca.
Fernando Jurado Noboa 151
Cristóbal Ojeda Dávila, uno de los más brillantes y proficuos compositores ecuatorianos, nacido en Quito el 26 de junio
de 1906. Desde niño, su vida se caracterizó por un dolor constante: el divorcio de sus padres, la muerte de la madre
cuando tenía ocho años y poco después la de su hermana Laura, que hicieron de él un hombre sensitivo, enormemente
melancólico, a pesar de que su pena aparecía recubierta de alegría y hasta de jocosidad.
A los ocho años creaba ya piezas musicales y ejecutaba en armónica, flauta y rondador; a los once años ingresó al
Conservatorio de Música y logró modificar el estilo del pasillo ecuatoriano. Es el creador de numerosos pasillos, valses,
pasodobles, barcarolas, habaneras, y hasta trozos clásicos. Sus títulos creados son los siguientes Hojas secas, Hacia ti,
Anhelo, Cuando miro tus ojos, Por qué me olvidas, Bajo cenizas, Tan cerca y tan lejos (fue su último pasillo), Tu recuerdo,
Idilio indiano, Despedida, No me olvides, Plegaria al Señor, Alejandra, Sentirse solo, Ojos negros, Flor de un día, Esperanza,
Alma lojana, Tan mía y tan ajena, Sangre ecuatoriana, Noche de lágrimas, No sé si te quiero, Penas mías, A mi madre
queda, Latidos, Esperando, Ven, Amor lejano, Viñedos, Soñando en tus miradas, Pobre de mí, Sueño de amor, Divagando,
Sin tus caricias, Cariñito mío.
Nunca se sometió al estudio sistemático, solía pedir la ayuda de otros amigos para que le escribieran la música que com-
ponía, y que le salía espontáneamente apenas se sentaba al piano. A pesar de que su hermano Jorge, en sus travesuras
bohemias, destruyó parte de la producción de Cristóbal, es abundante lo que nos ha quedado.
152 RINCONES QUE CANTAN
Vivió en Loja de 1928 a 1930, allí se enamoró de una dama de alcurnia, Rosario Carrión Mora, y compuso la música de
Alma lojana u Orillas del Zamora, de las más hermosas creaciones del Ecuador. Ojeda mandó la partitura para piano a
una casa distribuidora de discos y el pasillo fue grabado al principio sin ninguna letra. En octubre de 1929 y en Cuenca,
el profesor normalista Emiliano Ortega Espinosa, oyó la música y, a pedido de un familiar, compuso la letra, adaptándola al
pentagrama impreso.
Ojeda regresó a Quito en 1930 y murió en la casa de sus abuelos, en las calles Chile e Imbabura, el 31 de agosto de 1932,
mientras reposaba en su cama. Una partida armada buscaba al Tnte. Humberto Vizuete, confundió a éste con el
compositor y le dio muerte de un tiro en la frente. Sus familiares guardaron el cadáver tres días y al fin, cuando aún no
cesaba el tiroteo de aquellos días, lo sepultaron en El Tejar. En su lápida, un ángel exangüe sostiene una lira y la
partitura de Tan cerca y tan lejos.
Siendo escolar hizo ya sus primeros versos en las estampas de primera comunión de sus compañeros, estimulado por
su padre y tíos paternos. A los trece años lanzó su primera canción Con tus desengaños, que fue la primera de más de
cincuenta creaciones.
En 1919, colaboraba con la revista Acuarela, fundada por Miguel Ángel León, y fue testigo de cómo este gran poeta
escribía en cualquier papel y con pequeños lápices, guardando luego, cuidadosamente, los papeles en el bolsillo de su
chaleco. El año 21 produjo el texto y la música de los conocidos pasillos Cuando me miras y Ojeras.
En 1923, publicó su poema La tragedia del Gólgota, lo que le valió el calificativo de “el poeta rebelde”. En 1927 se radicó
en Ibarra, donde se casó con Lucía Castillo Carrión, motivo de sus mayores inspiraciones y de sus Cartas Inolvidables.
Hacia 1931, Cristóbal Ojeda puso música al texto de Araujo conocido como Alejándose (pasillo). Fue por largo tiempo
fiscalizador de impuestos del Ministerio del Tesoro y como tal viajó por todo el país, colaborando con crónicas y cuentos
en varias publicaciones periodísticas.
En 1936, apareció su polémico poema Rebeldía, también musicalizado, que le trajo el apodo de “poeta maldito”,
también aparecieron Amor grande y lejano, Almas gemelas, Nunca y Tinieblas. Su albazo Llinllinela fue musicalizado por
Miguel Jaramillo.
El 44 publicó su libro de poemas Huerto Olvidado, el 45 se instaló en Bogotá y poco después ganó el primer premio literario
promovido por la Revista Estampa, lo hizo con su poema Sendas de pesadilla. Al cabo de poco tiempo fue nombrado
jefe de redacción de la citada revista, viviendo en Colombia durante más de treinta años.
Fernando Jurado Noboa 153
En Bogotá editó su libro Aguafuertes, prologado por Justino Cornejo y por Julio Lozano Hurtado. Allá mismo escuchó
que la RCA Victor había grabado su pasillo Ojeras, con el nombre de Recuerdo angustioso y que se lo atribuía a los
hermanos López. Por medio del consulado hizo la respectiva protesta y la misma empresa le propuso grabar doce de sus
poesías con música de Paredes Herrera, el aceptó y la grabación la hizo en Buenos Aires la cantante María de los Ríos.
Retornó al Ecuador por 1978. En 1980 Sadram en Guayaquil editó sus Doce canciones, letras y partituras, meses antes
de su muerte. JC Radio le condecoró con el Atahualpa de Oro. Fue presidente honorario de la Sociedad de Artistas y
Compositores del Chimborazo.
Tomado de Fernando Jurado Noboa, Riobamba, Chimborazo y su gente, Quito, Ediciones de la Sociedad de
Chimboracenses Residentes en Quito, 2003.
154 RINCONES QUE CANTAN
Al oído es también el título de un poema de Noboa Caamaño puesto música por Francisco Paredes Herrera y que no debe
confundirse. Del pasillo que nos interesa, la editorial Lagos de la Argentina publicó una versión pautada para piano en
1954. Otra versión muy importante fue grabada por los Benitez–Valencia, con la Orquesta Nacional, dirigida por Enrique
Espín Yépez, en Quito. Y una tercera la hizo el grupo Los Brillantes.
Sentir
una tristeza inmotivada,
esta tortura enorme de llevar
como un dolor el alma
Hallar en el amor
–que era una llama–
la agónica tibieza
de una chispa apagada
Fernando Jurado Noboa 155
Oír
en el gotear del agua
de las hojas,
una profunda música de lágrimas.
Y en esa ahora inquietante,
ver en la vida una mujer ingrata,
que guió nuestros pasos,
–la desazón de nuestra marcha–
por dédalos de sombras,
sobre despojos de esperanzas.
5Nota del Editor. Este poema de Hugo Alemán fue musicalizado por Carlos Guerra Paredes.
156 RINCONES QUE CANTAN
Don Carlos –el segundo hijo– nació en La Ronda en 1896, hizo los estudios primarios en la escuela de El Cebollar.
En 1905 a los nueve años perdió a su padre, quedando cinco hermanos en honrosa pobreza: Mercedes se casó con Pedro
Endara (de la rama del Lluqui); Gonzalo –el tercero– fue también autor de versos junto con su hermano Alcides y con
su cuñado Endara, se casó con la ambateña Ernestina Barona; César, nacido en 1902, padeció de sordomudez congénita,
estudió en la escuela de las Toledo, fue alumno en escultura del gran maestro Luigi Casadío, ha sido gran artista en
piedra, siendo su obra más cotizada la que está en el Carmen Bajo. También conocido autor de lápidas. Alcides, el último
de los Guerra, nació en 1904, fue condiscípulo de Augusto Arias en el colegio Mejía, con quien se bachilleró en 1922,
coautor de la letra de Esta guitarra vieja, se casó con Isabel Silva.
Carlos cursó la secundaria con los jesuitas y allí se bachilleró. Fue de los primeros futbolistas en el país, integró, por 1914,
el Club Sport Olmedo.
Quizás por la influencia de su tío paterno el abogado Rigoberto Guerra Loza –quien era muy aficionado a la música–
desde muy joven gustó de la música, llegó a tocar piano con maestría, guitarra y bandolín. Con su primo Guillermo
Guerra formó el dúo Guerra–Guerra, cosechando muchos aplausos.
Cursó el primer año de Ingeniería Civil, pero le llamaron otras urgencias; era “bromista, enamorador y un poco farrista”.
En 1923 era empleado de oficina en el Ministerio de Gobierno, que entonces funcionaba en el Palacio Presidencial: allí
conoció a un joven de diecinueve años llamado Hugo Moncayo. La diferencia de ocho años no fue óbice para que se
gestara una profunda y productiva amistad.
Carlos Guerra fue más compositor que poeta, pues a lo largo de su vida hizo solamente veintidós composiciones, es
decir, una cada dos años; a algunos de sus versos los puso él mismo música, por ejemplo a Recordando, y a
Remembranza que dice:
El mismo caso es el de Invocación y el de Vértigo. Esta última es muy bella y ha calado profundamente en el alma nativa:
Pero en aquellos años 20, se tenía en Quito la influencia del gran poeta guayaquileño José María Egas, y se vivía la
última tragedia de Ernesto Noboa. Por esta razón, Carlos Guerra musicalizó versos inmortales de estos poetas,
haciéndolos aún más vitales. Así, él puso música al poema Cómo podré curarte de Noboa…
… [Musicalizó] igualmente Secretos de Hugo Moncayo, Estancia de amor de José María Egas y Escala del Recuerdo de
Pedro Miguel Obligado, que se transformó en el pasillo Esta pena mía:
El poema Confesión de Ulpiano Navarro Andrade fue también musicalizado por Guerra, al igual que otro de nuestros
pasillos clásicos, Al oído, de Enrique Rivadeneira Avendaño…
Guerra fue un compositor innato, sin estudios “sin solfeos ni notas”, quizás por eso su producción no fue tan
abundante como hubiera sido de esperarse.
Algunas de sus composiciones, simplemente se las aprendió de memoria, pero jamás les puso nota.
En la década de los 30 fue empleado civil del ejército en la sección Comisariato, llegando a capitán al separarse, en 1941.
1936 fue año protagónico en su vida: él compuso la música de Esta guitarra vieja en su propia casa de La Ronda… Pero
el mismo año se le diagnosticó una úlcera; dijo entonces: “prefiero vivir” y se dedicó a la vida en serio. Para entonces
estaba ya casado con doña Sara Salazar Vizcaíno, quien falleció en 1974.
Fue también empleado de la Contraloría, de la Empresa Eléctrica Quito, de la cervecería Pilsener y del Ministerio de Obras
Públicas.
Después de 1945, la casa de los Guerra en La Ronda era el paradero obligado de Hugo Moncayo, del primo Guillermo
Guerra, de César Cevallos, del vecino Luis Muñoz (quien vivía al frente en casa de la familia Rojas), de Juan Sandoval y
de los hermanos Robalino Valdivieso -militares ambateños ya radicados en Cuenca y que venían ocasionalmente a Quito
de visita-, también de su sobrino el gran Augusto Arias Robalino.
Formó magnífica familia de profesionales: Galo Guerra Silva, esposo de violeta Caicedo; el Dr. Remigio Guerra Salazar
(nacido en Quito el 27 de octubre de 1931), odontólogo, profesor del colegio Manuela Cañizares y de la Universidad
Central, casado con Dolores Salazar; Gustavo, esposo de doña Sofía Bello, colombiana; y el Dr. Hugo Guerra Salazar,
notable radiólogo del hospital Andrade Marín y de la Clínica Pichincha, profesor universitario y hombre de gran altura
moral, viajó a México a especializarse en 1967, se casó con la lojana María Piedad Loayza Riofrío.
Fernando Jurado Noboa 159
Hombre sencillo, sin reconditeces (sic.), le conocimos allá por 1974 cuando visitaba en las tardes a Hugo Moncayo en la
oficina del Archivo Municipal. Pequeño de estatura, trigueño, vestido con pulcritud, usaba sombrero, tenía los ojos muy
vivaces.
En sus últimos años, era un típico personaje quiteño, se le hacían entrevistas y reportajes de continuo, varias veces hizo
oír su voz en defensa de la música nacional.
Don Carlos Guerra alguna vez se metió a restaurar su vieja casa, no lo hizo del todo bien, pues quitó las paredes
abombadas.
Casi alcanzó el siglo, murió el jueves 22 de octubre de 1992 a los noventa y seis años.
A partir de la década de los 40, e incluida la siguiente, tres familias ocuparon por largo tiempo las habitaciones de la
planta baja: los Delgado, los Andrade de Tulcán y los Alcázar.
La casa –junto a la de la Negra Mala y a la esquinera de los Isch– fue de las tres más bellas de la cuadra. Después de
1982 se le ha hecho una segunda restauración, muy desacertada, por cierto.
Tomado de: Fernando Jurado Noboa, La Ronda, Quito, Ediciones Libresa, p. 215-222.
Estudió en el colegio Vicente Rocafuerte. Poeta entre romántico y modernista, fue alumno literario de Medardo Ángel
Silva. En 1934 a los veintidós años de edad ganó el premio Único de Poesía en la Universidad de Guayaquil, con el texto
Elegía del Guayaquil romántico. Un año después volvió a obtener el primer premio.
Fue también escritor y periodista, comisario del trabajo en Guayaquil y Babahoyo, inspector del trabajo en las provin-
cias del Guayas, Esmeraldas y El Oro, comisario en Salinas, corrector de pruebas de los diarios El Universo, El Telégrafo y
La Nación de Guayaquil, columnista de La Nación, subinspector de estancos en la provincia del Guayas. En 1974, editó
en la Casa de la Cultural El cantar de las cosas, el 76 fue director de la editorial de la Casa de la Cultura - Núcleo del
Guayas.
Fue hombre de gran trato humano y de honda cordialidad, bohemio elegante y expresivo, fue criticado y aplaudido por
Francisco Huerta Rendón, María Eugenia Puig, Ignacio Carballo Castillo, etcétera.
160 RINCONES QUE CANTAN
En los años 80 estuvo en New York, fue aplaudido por el público ecuatoriano migrante en esa ciudad y por profesores
de español.
El 31 de agosto de 1988, murió en Guayaquil a los setenta y seis años. Fue velado en la Sala A de la Junta de
Beneficencia, sin servicios religiosos, y sepultado en el Cementerio General.
Estuvo casado primero con N. Álava, de origen manabita y luego con doña Colombia Jones.
Fuentes
Estrella, Washington. Nómina de graduados en el Instituto Nacional Mejía, Quito, talleres gráficos del Mejía, 1975.
“El poeta Pedro Enrique Ribadeneira”, El Universo (Guayaquil), 11 septiembre 1988, A5.
Jurado, Fernado y Miguel Puga, El proceso de blanqueamiento en el Ecuador, Quito, colección SAG, 1992.
Morlás, Alberto (comp.). Florilegio del pasillo ecuatoriano, Quito, Editorial Jodoko Ricke, 1967.
Pérez, Rodolfo. “Biografía de Blanca Salazar Bautista”, en Diccionario Bibliográfico Ecuatoriano, Guayaquil, Editado por
la Universidad de Guayaquil, 1985.
Archivo de Hugo Guerra Salazar, Quito, 1992.
Archivo e informes de Berta Guerra, Quito, 1992.
Informes de Blanca Calle de Moncayo, Quito, 1992.
Informes de Hugo Moncayo Veloz, Quito, 1972.
Fernando Jurado Noboa 161
Yo de daré mi amor…mi fe
Todas, mis ilusiones tuyas son
Pero tú no olvidarás
Al infeliz que te adoró
Al pobre ser que un día fue
Tu encanto
Tu mayor anhelo
Y tu ilusión.
Para entender a César y a su profundo –aunque parcial– vínculo con lo colombiano, es necesario inmiscuirnos algo en
sus raíces.
Los Guerrero de Pasto constituyen, sin duda, el grupo familiar más complicado de toda la región, son tantos que las
diferentes ramas tienen apodos muy sugestivos: guaguas negros, lobos, caretos, zorros, pisatambos, jovinos, chillones,
bolillos, plinios, etc., etc. Pero hay rasgos comunes entre todos: son gentes con buen coeficiente intelectual y gran apego
a la jurisprudencia, la clerecía, la gendarmería, la caligrafía, como oficio, y la contaduría.
César –nuestro compositor– pertenecía a la rama de los “Guaguas negros”, llegados desde España primero a Cali por
1660, y luego a Pasto a inicios del siglo XIX.
Juan Guerrero Bermúdez, nacido en Pasto por 1810 (hijo del caleño Pedro Antonio Guerrero), comerciante de profesión,
se casó en 1837 con Pacífica Legarda. Fueron los padres de numerosos hijos, uno de ellos Manuel Guerrero Legarda,
librero que se casó en 1860 con Modesta Santacruz, quienes fueron abuelos de Ignacio Rodríguez Guerrero, el más grande
pastuso de todos los tiempos, acreditado como diplomático en el Ecuador.
162 RINCONES QUE CANTAN
Otro de sus hijos fue el famoso José María Guerrero Legarda, nacido en Pasto el 27 de febrero de 1843. Militar liberal y
muy valiente desde los diecisiete años, en 1863 participó en la batalla de Cuaspud, en la frontera con Ecuador, bajo las
órdenes de Tomás Cipriano de Mosquera, contra las tropas ecuatorianas de Juan José Flores. El 67 José María se declaró
empleado en Pasto, año en que vivía con sus padres y hermanos. Luego de participar en la campaña de 1877, el
Presidente Conto le nombró jefe municipal de toda la provincia de Pasto; durante su gestión abrió caminos y construyó
puentes en las cercanías de Pasto, pero al mismo tiempo organizó una policía urbana apodada La culebra, que cometió
numerosas arbitrariedades. Fue amigo y admirador de don Juan Montalvo, a quien los liberales de Pasto invitaron varias
veces para que les diese conferencias doctrinarias, avanzando desde su confino en Ipiales. Y aquí sucedió lo más
interesante de su vida, pues, habiendo entrado en conflictos con el obispo Manuel Canuto Restrepo, hombre en extremo
intransigente, Guerrero decidió excomulgar al Obispo, cosa rarísima, atrevida y que por supuesto, demostraba su excepcional
chispa. En efecto el 30 de septiembre de 1877, don José María sacó una hoja volante que dice así:
Nos, José María Guerrero, por la gracia del gobierno, Jefe Municipal de Pasto, en nombre del pueblo y por autoridad de
la ley.
Por cuanto el ex Obispo [pues desconocía su autoridad] Manuel Canuto Restrepo, alias Trabuco, olvidándose de la misión
divina que el Espíritu Santo dice le ha encomendado, según aparece de eso que el llamó Entredicho y en el que asegura
que Nos le hemos perseguido con ferocidad salvaje, como también a su Vicario General, cura de la Catedral y compañía;
atendiendo además que el susodicho ex obispo, sin jurisdicción alguna, ha vomitado exabrupto desde el extranjero, la lava
inmunda que impropiamente llama sentencias, pretendiendo fascinar la atención de los miembros y de su secta –los godo
fanático revolucionarios– sin saber que ésta ha renunciado seguirlo porque ya ha conocido que la verdadera religión no se
defiende a mano armada, que el titulado Pastor no es sino el lobo más sangriento y sanguinario y
Considerando:
Declaramos excomulgado contagioso o público a Manuel Canuto Restrepo alias Trabuco, ex obispo de Pasto, reo prófugo,
natural del porquerizo pueblo de Abejorral, lo declaramos separado del Gremio de la Sociedad Colombiana, privado de
las garantías constitucionales por toda su vida y expulsado para siempre del Municipio de Pasto, dé o no pruebas de haber
mejorado su mala conducta, vuelva o no los 200.000 pesos que se lleva indebidamente.
Este extraordinario documento fue publicado nuevamente, en 1935, por don Sergio Elías Ortiz en su obra Noticia sobre
la imprenta en el sur de Colombia.
En 1879, José María fue encarcelado. Dejó la vida pública en 1885 a los cuarenta y dos años, se dedicó a su casa y a la
agricultura y por sobre todo a educar a sus hijos en Quito, EE. UU. y Europa. Murió el 6 de febrero de 1920 de setenta
y siete años exactos.
Estuvo casado con Mariana Guerrero, viuda del capitán Ángel Santacruz, muerto en la aludida batalla de Cuaspud. José
María fue padre de Aureliano, León, Salomón, Benjamín, César, Oliverio, Zoila, Pacífica y José Guerrero y Guerrero.
Benjamín Guerrero y Guerrero, pastuso nacido por 1871, pasó a Quito en 1890 para estudiar en la Universidad Central,
Fernando Jurado Noboa 163
pero más que hacerlo se dedicó a la guitarra, en lo que era un excelente artista pues interpretaba estupendamente
bambucos y tonadas. En la casa esquinera de San Blas, que formaba el ángulo nororiental, conoció a una agraciada chica
llamada Balbina Tamayo, con la cual procreó dos hijos, uno de ellos César, el protagonista de este artículo. El otro fue
Antonio, artífice de la fotomecánica.
Benjamín regresó a Pasto, sin la señora ni los hijos, quienes se reunieron con él hacia 1898. Regresaron todos a Quito
en 1913, para 1920 don Benjamín trabajaba en la fototipia de Puig y de Castells, muy cerca de la Plaza Grande.
César Segundo Guerrero Tamayo nació en Quito, en una habitación de la planta baja de la casa de los Tamayo, en la
esquina de San Blas, el 15 de marzo de 1893. Le crió su madre. Hacia 1898, la periodista colombiana Restrepo dio con
el paradero de la señora y sus dos chicos y avisó, en Pasto, al Gral. José María Guerrero, quien inmediatamente envió a
sus hijos mayores Aureliano y León para que trajeran a la señora y a los muchachos. El general los hizo casar en Pasto
y en esa ciudad se criaron los Guerrero; ahí aprendió César a tocar la guitarra y la bandola. Hizo, además, muchos
amigos allí.
Regresaron todos a Quito, en 1913, en que César recibió obviamente el apodo de Pastuso, con el que se le conoció toda
su vida. En un álbum de partituras de varios creadores, datado de 1919 al 21, consta su bambuco Adela, cosa
descubierta por el investigador Pablo Guerrero. Su padre le enseñó fotomecánica y en 1920 trabajaba como su
ayudante en el taller de Puig y de Castells, dos catalanes instalados en la ciudad. Se casó para 1921 con Inés Caicedo.
La presencia de César Guerrero en Quito estuvo ligada a un hecho anecdótico sucedido hacia 1922: un pastuso desafió
personalmente al quiteño Luis Zambrano Salaza, experto en el bandolín, a un concurso de ejecución. Ganó el quiteño y
el pastuso con gran nobleza dijo: “Yo soy una ameba en música en comparación a un paisano mío” y presentó a Guerrero
ante el grupo de Zambrano, también integrado por el guitarrista Víctor Medina, experto en música española y por uno
llamado “El guitarrista de Santa Bárbara”. La primera vez que Zambrano oyó a Guerrero tocar el bandolín, le dijo: “Desde
hoy yo toco la guitarra para acompañarte en la bandola, pues la interpretas como un ángel.”
Este último –el de Santa Bárbara– dejó al grupo y formó un nuevo y célebre trío, en el que Medina tocaba el bandolín,
Guerrero la bandola y Zambrano, la guitarra. Se puede decir que Guerrero fue el introductor de la bandola en Quito.
Sus mejores amigos de la época fueron: Víctor Valencia, el Gazpacho Suárez, Luis Palacios y Víctor Salgado, alias
Cachullapi.
Con su hermano tenían también el taller de fotograbado de Guerrero Hermanos, fue allí donde, en 1928, se editó esa
bella y célebre obra: Diccionario biográfico de la República del Ecuador, obra del chileno Braulio Pérez Marchant, que
tiene el inmenso mérito de haber salvado muchos de los retratos coloniales que los Guerrero conservaban en su casa,
no se sabe cómo.
El 8 de septiembre de 1928, en que se celebraba el día de las Marías, el Cnel. Juan Manuel Lasso invitó a su casa de la
Benalcázar y Olmedo –frente a la Casa del Toro– a este trío famoso para que amenizaran el santo de su señora, doña
María Carrión Mata, que entonces frisaba los treinta años de edad. Según testimonio del propio César, la señora de Lasso
164 RINCONES QUE CANTAN
le dejó prendado: “era una linda señora toda gracia y salero”. En realidad doña María Carrión era una mujer excepcional,
llenísima de chispa, de mente liberal, generosa y amplia de manos; tal es así, que de su peculio salieron, varias veces,
sumas para los gastos de las campañas presidenciales del Dr. Velasco Ibarra.
Al finalizar la fiesta, Guerrero regresó lentamente a su casa, prendado de doña María, llegó a su lejana quinta en la calle
Los Ríos N° 1847 -casa que está ahora por caer– y le dijo a su señora:
En los años 1933 y 34, Guerrero pasó algunas temporadas en Pasto, acudiendo continuamente a una casa diagonal a la
puerta lateral de la iglesia, donde moraban varios estudiantes de derecho, entre ellos el barbacoano Luis Avelino Pérez
Puente. En esa casa, César interpretó varias veces El aguacate, tomándoles el pelo a sus amigos de que lo acababa de
componer, tomadura de pelo que ha originado la distorsionada versión de que el famoso pasillo nació en Pasto.
A cada uno hay que reconocer su valor: Pasto le dio a César Guerrero la mitad de su sangre inteligente, un gran caudal
genético y luego formativo, allí aprendió a tocar de manera inigualable la bandola. Quito le dio la otra mitad de la sangre
y finalmente, la inspiración y el teatro para su obra musical.
Murió en Quito, el 28 de diciembre de 1975 a los ochenta y dos años, en San Blas. Su testigo fue César Vicente Guerrero.
Fueron sus hijos: Rosario, esposa del Dr. Ernesto Iturralde Rubianes, conocido traumatólogo de la ciudad; Eduardo (suco),
fotograbador como sus hermanos, fue miembro del grupo de la Cueva del Oso; Juana, soltera; Vicente; Inés, esposa del
Dr. Jaime Uzcátegui; Benjamín (el popular Pim Guerrero), muerto para 1984; Luisa, esposa de Alberto Lasso; Cecilia,
esposa del Ing. Oswaldo Alzamora.
Fuentes
Ortiz, Sergio Elías. Noticias sobre la Imprenta en el Sur de Colombia, Pasto, 1949.
Vega, Jaime. Reminiscencias, Quito, Ediciones del Municipio, (1929) 1996.
Archivo del Edgar Dávila Muñoz, Pasto.
Archivo de Enrique Herrera Enríquez, Pasto.
Archivo de Municipalidad de Pasto, censos de 1843 y de 1867.
Informes de César Guerrero Tamayo, Quito, 1970.
Informes de María Carrión de Lasso, Quito, 1970.
166 RINCONES QUE CANTAN
Luz Benigna Dávalos Villavicencio nació en Quito en 1897, hija de José Dávalos Pallares y de Rosario Villavicencio Fabara,
fue nieta por la línea paterna de don José Dávalos y de doña Benigna Pallares y Posse, de quien heredó el nombre. Por
el lado materno, nieta del Dr. Juan Villavicencio Vergara, prominente vecino de Ibarra y notable político garciano, amigo
personal del presidente García Moreno y de Bárbara Fabara Tordesillas y Calisto. Tuvo un único hermano llamado José,
alias Omoto, eterno empleado del Municipio de Quito.
El 26 de septiembre de 1906, cuando tenía nueve años, se matriculó en el grado medio de la escuela Normal creada por
los gobiernos liberales. Fue compañera de aula de Rosario Mena Jaramillo, de Luz María Negrete, de Isabel Valdivieso
Falconí, Luz María Muñoz, Eloisa Solano Albuja, etcétera.
Benigna residió buena parte de sus primeras décadas en la casa conventual de Santa Bárbara, entonces calle Manabí
número 26. Desde su más tierna infancia, poseyó un don especial por la música y, apenas adolescente hacia 1913, puso
música al poema Emoción vesperal de Ernesto Noboa, causando admiración en los círculos literarios y bohemios de
entonces; penosamente esa música no fue grabada y se perdió. Hugo Alemán Fierro, que la escuchó, habla
nostálgicamente de ella en la segunda edición de Presencia del pasado.
Fernando Jurado Noboa 167
El mismo Alemán afirma que Ángel de Luz fue hecho muchos años más tarde que el anterior, de allí que, unido a otros
testimonios, lo datamos hacia 1930. Don José María Sáenz Carrión (el Pájaro Sáenz) afirmaba que él tuvo participación
en la letra.
En la tertulia de la señora Dávalos se hicieron también arreglos al bellísimo poema Rima del quiteño Antonio C. Toledo,
ya editado desde fines del siglo XIX. La música fue puesta entre la señora, el mismo capitán Sáenz y el capitán Virgilio
Sarria. En la versión final se le cambió el título a Brumas, se tomaron las dos primeras estrofas de Toledo y se le añadió
la tercera, quedando finalmente así:
Fuentes
Loor, Wilfredo. Cartas de García Moreno, Quito, editorial La Prensa Católica, vol. 4, 1956.
Libro de matrículas de la Escuela Normal, 1901 a 1906, en archivo particular del autor.
Archivo del Banco Central, fondo Gerardo Chiriboga
Archivo de la familia de Fabián Uribe Enríquez.
Informes de Marco Chiriboga Villaquirán, Quito, 2006.
Correspondencia de Florentino Uribe Ramírez y del poeta Antonio C. Toledo.
168 RINCONES QUE CANTAN
Tu palidez de ondina
Oh, reina de los mares
Dulcísimos cantares
Tu enojo calmará
De conchas y corales
De nácar, de nácar relucientes
Guirnaldas, guirnaldas en tu frente
Mi bien, mi bien te ceñiré
No olvides mi bien
Las horas que felices
Pasábamos nosotros,
Pasábamos los dos.
Y cuando yo me vaya
Llevaré por guía
Tu nombre como estrella
Que alumbre, que alumbre mi ser
Leopoldo Noboa Saá.
Foto: Proporcionada por la familia del compositor.
Letra y Música: Leopoldo Noboa Saá
Se ha señalado reiteradamente y en varias publicaciones que el autor de la música y letra de este pasillo es el valioso
músico ibarreño Luis Fernando Sánchez Peñaherrera6, sin embargo, se trata de una afirmación imprecisa: su autor fue
el Tnte. Leopoldo Noboa Saá, la hizo en Quito, en 1931, en su departamento de la Av. 24 de Mayo e Imbabura, dos casas
al oeste de la Capilla del Robo.
Noboa nació en Riobamba en 1892, a los tres años de edad quedó huérfano de padre. Se crió y vivió siempre en Quito,
en el barrio de San Blas, pues moró por años en casa de la familia Guarderas Morillo, en la esquina del Calé de Queso.
6 Nacido en Ibarra en 1900, Luis Fernando Sánchez Peñaherrera, fue guitarrista, era un ciudadano de muchos méritos, no se dedicó profesionalmente a la música,
fue autor del aire típico Desdichas, contrajo matrimonio con la señora Delia Jiménez y tuvo por hijos a Galo, músico, Celia y Miguel Sánchez Jiménez. Perteneció
a una familia de gran abolengo artístico: su padre, Miguel Sánchez Bahamonde, nacido por 1860, en Ibarra, fue un gran músico, violinista, pianista, artista del
violón y primer organista de la iglesia matriz, experto en música sacra, en la Pasión de Bach y muy conocido por la interpretación de Las catacumbas
Fernando Jurado Noboa 169
De regreso en Quito, fue alumno del Hermano Miguel en la escuela de El Cebollar, pero por su pobreza debió dejar los
estudios hacia 1907, cuando cursaba el octavo grado, negándose a viajar a Francia donde residian sus tíos Cousin Saá,
quienes querían premiar las brillantes capacidades del muchacho.
Se dedicó a trabajar en varias imprentas locales, fue cantante, guitarrista, gran lector, uno de los fundadores del Partido
Socialista, candidato a diputado, dirigente gremial y ante todo, gran ciudadano.
Desde 1918, y durante unos cinco años, vivió en Riobamba, donde se contagió del gran espíritu musical que reinaba en
la ciudad, merced sobre todo a Manuelita Proaño Castillo, al ciego Francisco Pastor Guerra y al joven Rubén Uquillas
Fernández.
Al final de la década de los veinte vivió en el Oriente, con un cargo del gobierno de entonces. De nuevo en Quito, vivió
en esta ciudad hasta su muerte el 12 de abril de 1960.
En los años 50, este pasillo era de los más conocidos en la ciudad de Guayaquil. Esto podemos ver en la biografía de
Julio Jaramillo, pues éste lo escuchó innumerables veces.
En 1984, las hermanas Mendoza Sangurima editaron el pasillo De conchas y corales en el volumen IV de Joyas de la
Música Ecuatoriana.
Fuentes
Morales, Abelardo. Los Sánchez de mi barrio, en colección SAG, Quito, 1991, pp. 145 - 162.
Archivo de Abelardo Morales Granda, Ibarra.
Informes de la familia Noboa Irigoyen, Quito, 2004-2005
170 RINCONES QUE CANTAN
Y se me va tu recuerdo
Sin que yo pueda atajarle.
Este bellísimo y sentimental pasillo fue creado la tarde del 11 de enero de 1934, en la calle de La Ronda, casa de la familia
Muñoz, ya para desembocar en la calle Venezuela.
Mejía fue también fotógrafo, tuvo su estudio largos años en la Casa Azul en Quito (calles Venezuela y Sucre, esquina);
allí en 1935 tenía también su piano y allí mismo, en una jubilosa mañana, llegaron dos chiquillas de apellido
Naranjo–Moncayo. Mejía pensó que estaban allí para retratarse, pero fueron el anillo que le faltaba a la canción, ellas
ingresaron entusiasmadas al oír desde la calle las primeras notas de Negra mala. De tal manera que en la Casa Azul, que
fuera propiedad de Sucre, nació la música de uno de los dos mejores pasillos de Mejía.
Fernando Jurado Noboa 171
Las hermanas Dolores y Teresa Naranjo Moncayo, lo cantaron por primera vez y días más tarde se estrenó este pasillo,
con piano y trío de guitarras, lo hicieron ante el público a través de HCJB y alguna vez se le escuchó en la BBC de
Londres.
Muy amigo también del gran poeta Remigio Romero y Cordero, con quien tomaba tintos, ambos recitaban sus respectivos
versos en ambientes bohemios inolvidables. En día de diciembre de 1947 y teniendo como testigo al Dr. Leonardo
Rentería, Mejía contó lo ocurrido en la Casa Azul, pero quizás al calor de los tragos, se distorsionaron algunos datos.
Nosotros preferimos la versión auténtica de quienes fueron testigos presenciales de su creación. Mejía dijo entonces:
Mejía fue un prosista, poeta y musicólogo notable, comprendido por las mujeres y por su medio, se ha inmo talizado
por su pasillo Negra Mala, inspirado –en palabras de Aurelio Oviedo Reyes– por “unos bellos ojos negros de una mujer
de tez morena y finas manos”.
En sus versos vibra el tema de la traición amorosa, para ejemplificarlo sirvan dos casos al azar:
Como todo gran poeta del tipo romántico, Mejía es paradójico en sus versos; a quien él llama mala, es en realidad el ser
bueno que ha compartido su amor, pero que por razones ineludibles tiene que dejarlo. Rubia buena está inspirado en
una señora de dudosísima conducta, pero que ha dado su amor al poeta verdaderamente anhelante de recibir afecto,
no importa de dónde. Por eso los dos poemas están íntimamente entrelazados, el segundo es la respuesta frente al dolor
de la pérdida de su negra mala.
Rubia buena
Su amigo César Vaca en el vespertino Últimas Noticias, de 6 de diciembre de 1961, recoge varias de sus anécdotas.
Fue director de la revista El Sol; actor de gran melena que siempre caminaba con la cabeza alzada y gran enamorado.
Administraba el Hotel Quito ubicado en la actual esquina de la Guayaquil y Esmeraldas que era el paradero de cuánto
artista y escritor paraba en la ciudad.
A más del melodio, la guitarra, el acordeón y el piano, tocaba también el bandolín, el bandoneón, la concertina y la
mandolina. Es decir, un hombre orquesta.
Se ha elucubrado sobre la persona que inspiró Negra mala, asunto plenamente conocido por los íntimos de Sergio Mejía
y de la señora Ana Luisa Muñoz, su verdadera inspiradora.
El mismo Mejía Aguirre en sus últimos años, quiso tapar el nombre de la verdadera protagonista, sobraban las razones
para ello, básicamente podemos decir que era una canción bella sobre una mujer de la cual él quería olvidarse a todo
trance. El mismo diría que la escribió “por despecho, por dolor del corazón”. Para tapar aquello, escogió el nombre de
una cliente del hotel: la alumna guayaquileña Alemania Merchán Saltos, de quien Mejía conservaba una foto tomada
con él. Fue simplemente una ficción.
Usaba el seudónimo de Jaime Arregui; fue autor también de Yo Soy, que le encantaba recitar, y de la letra y música de
muy conocidos pasillos: Divina Esperanza, El último cielo, Princesita morena, María.
Del pasillo Evocación es autor de la letra; lo musicalizó el gran Francisco Paredes Herrera.
174 RINCONES QUE CANTAN
Recibió muy pocos reconocimientos en su vida, aparte del de Rentería en 1947, otro lo hizo en La Nación de Guayaquil
en 1954, don Aurelio Oviedo. Fue también autor de la letra y música del Himno a la Unión de Orfebres de Pichincha,
entidad fundada el 8 de agosto de 1958.
Tomado de: Fernando Jurado Noboa, La Ronda, Quito, Ediciones Libresa, pp. 176-189
Mejía murió el 26 de abril de 1972, a los ochenta y tres años, de paro cardíaco, en Santa Prisca. Sus Padres fueron:
David Mejía y Heleodora Aguirre. Testigo: Mario Mejía.
Las mejores fotografías del barrio se originan en esta casa. Los mismos vecinos dicen que las dos mejores casas de la
cuadra, son ésta y la esquinera que fue de la familia Isch. Algunos discuten por el segundo lugar, dando la medalla de
plata a la que fue casa del maestro Carlos Guerra.
Hasta principios de este siglo constituía una sola casa con la adjunta que está hacia el oriente, pero hacia 1909 sus
dueños tuvieron la ocurrencia de vender solamente el segundo piso de la casa oriental a don José Salazar, manteniendo
la propiedad del primer piso. Luego, el primer piso también pasó al señor Salazar.
La señora Peñaherrera debe haber nacido por 1816, pues la casa la heredó en tercera generación, su nieta Rosa Jiménez
Carrera, nacida en Quito en 1866 y muerta en 1958 a los 92 años de edad. En 1915, la señora ya viuda, se declaró dueña
de la casa (plano de Barba Benítez) como única heredera de sus padres.
Doña Rosa se casó primero por 1897 con Ricardo Muñoz, nacido en Chillogallo por 1861, tío del gran librero don
Leonardo Muñoz. Enviudó muy pronto, pues Muñoz murió apenas de 40 años por 1901. El 1º de marzo de 1914 ante el
notario Luis Paredes Rubianes, se le dio a doña Rosa la posesión efectiva de los bienes de su primer esposo7. La señora
volvió a casarse –después de 1915 y de más de 50 años– con un capitán Franco, de quien no tuvo hijos.
Doña Ana Luisa Muñoz Jiménez fue hija única del primer enlace de Rosa Jiménez y nació en 1898 en esta casa de la
Ronda –que le pertenecía en cuarta generación. Y murió ciega el 20 de julio de 1992 a los 94 años de edad.
Estudió en el colegio La Providencia, donde aprendió música, bordado y pintura, tocaba la guitarra y cantaba en
estupenda forma.
En 1935 tiene lugar un hecho importante y que es el que más inmortaliza a la casa: es el lugar donde regularmente llega
Pablo Balarezo Moncayo, el gran poeta ambateño, con 92 años a cuestas. Éste personaje fue llevado por Sergio Mejía,
dueño del hotel de la Plaza del Teatro, donde mora o demora el poeta. Otro de los contertulios es otro gran ambateño:
Sergio Núñez. Tanto Balarezo como Núñez firmarán ahí varias de sus composiciones.
En ese dichoso año, Sergio Mejía, compone allí el bellísimo pasillo Negra mala y lo dedica a la dueña de casa, bella y
atractiva mujer, de tez canela. Poco después compondrá allí mismo el pasillo Rubia buena, que lo dedicará de manera
un tanto sarcástica a una rubia, pero nada buena: se trataba de Cleopatra Espinosa.
Por la misma época, Rafael, el hijo mayor de la familia Muñoz Marañon, entrará al convento de Santo Domingo, donde
profesará solemnemente. Llegará a ser profesor de la Universidad de Santiago de Chile. Ahora reside en México.
176 RINCONES QUE CANTAN
En los años 30 y 40, la familia vivía en la zona de la azotea o terraza, con el objeto de favorecerse de mejores arriendos.
Los inquilinos más recordados son aún: Nicanor Proaño, y su esposa Dolores, dueños de un almacén de loza, y que
ocuparon por largo tiempo el segundo piso de la casa; la familia Espín, vendedora de muebles en la 24 de Mayo,
ocupaba el piso bajo, donde se reunió el comité velasquista. Después, ya por los años 50, una de las tiendas a la calle
fue ocupaba buen tiempo por la señora Villalba, vendedora muy conocida de guatita. La dueña de casa fue profesora
privada de bordado, con clases en su propio domicilio.
Hacia 1942 murió Homero Marañón Muñoz, de apenas 18 años y tercer hijo de la familia.
En 1946 la señora decidió refaccionar la casa, pensando en sus próximos 50 años, se trasladó entonces con su familia
a otro lugar; se alinearon las bellas paredes piponas interiores, que se remontaban al origen mismo de la casa, allá por
1680. La huerta posterior de árboles frutales fue convertida en baños públicos, origen del letrero y que sirvió al barrio
de 1946 a 1994, es decir casi 50 años. Ventajosamente se mantuvieron el piso único, los desniveles, los tres patios y las
piedras inmensas. Fue entonces que aparecieron algunos objetos arqueológicos en el subsuelo.
La casa refaccionada se inauguró con muebles estilo Luis XV y con espejos de Viena.
Entre 1948 y 1957 se casaron sus dos últimos hijos, a la par doña Ana Luisa pintaba flores, cestas y frutas para sus
propios tejidos.
La señora Jiménez –su antigua dueña– muere el 17 de noviembre de 1957, sin hacer testamento; su hija heredó 45.900 sucres
y dos terrenos: uno en la calle Estados Unidos, número 431, barrio de San Juan y otro en la calle Aymerich número 1363.
Muerta su madre, volvió a casarse en 1959 –tenía 61 años– con el periodista Vicente Mena Duque, mucho menor que
ella. Con ese objeto viajó a España de vacaciones en 1959, pero le gustó tanto, que se quedó tres años, ganándose el
propio sustento con clases de bordado.
Por 1982 se acabó la segunda restauración de la casa, por obra del señor Mena y a cargo del Arq. Darwin Zabala; fue
entonces que doña Ana Luisa fue entrevistada por la periodista Violeta Bazante, de cuyo artículo editado en el diario El
Comercio, copiamos algunos párrafos:
El portón abierto conduce a un pasillo empedrado.Al frente, columnas de piedra que se yerguen desafiantes y gruesas pare-
des de adobe, que parecen enormes cajas de secretos...una imagen de Jesús del Gran Poder y varias pinturas que represen-
tan escenas cuotidianas de la vida quiteña, adornan este pasillo, que en un primer nivel, da paso a un iluminado (primer)
patio adornado con una pila central y una cinta de geranios en flor.
Avanzando hacia el fondo, se llega a un segundo patio, cuyo punto de atracción son dos imponentes piedras... por su
tamaño y por la originalidad de su forma.
Fernando Jurado Noboa 177
Al costado se levanta un ambiente que por sus características y diseño se ha convertido en lugar de atracción de turistas y
estudiosos... Para unos fue una iglesia, para otros catacumbas, o tal vez una simple bodega....
Una amplia escalinata de piedra conduce al piso superior... Está la sala con su balcón enrejado. No falta el piano, los
muebles de esterilla, las mesas esquineras y los espejos. Más adelante está el comedor, donde resaltan las alacenas
empotradas en la pared, que en conjunto con los chineros colocados en las esquinas, las fotografías y cuadros que adornan
las paredes, conforman un ambiente de exquisita y acogedora belleza.
Hacia el fondo un pequeño oratorio con una imagen de la Virgen de Quito y una de San Antonio antecede al
dormitorio...una peinadora, un crucifijo, un radio, un cuadro de la Virgen de Oyacachi, pero sobre todo resalta la cama
hermosamente tallada en madera como una excelente evidencia del talento creador de los artesanos quiteños...De aquí
luego se pasa al comedor y luego otro pasillo...
Al finalizar el recorrido... doña Anita acompañada de su guitarra, empieza a entonar hermosos pasillos quiteños que
patentizan en el visitante su anhelo de encontrar, en los valores tradicionales, alivio a las presiones del mundo moderno.
En 1985 a los 87 años, quedó ciega por completo, decidió entonces dejar su casa a una orden religiosa de monjas
italianas y el usufructo a su marido, mientras éste vivió.
Muerto su hijo Oswaldo por 1990 en la Argentina, hizo testamento el 9 de junio de 1992 ante el Notario Sexto, doctor
Héctor Vallejo; declara que en su primer enlace no adquirió bienes, que en el segundo ha adquirido muebles y menaje
de casa, sobre todo por obra de su segundo esposo y que éste ha vuelto a reconstruir la casa. Por ese documento
dispuso a dejar la casa “para catequesis y que fuera para la fundación Misioneras de la niñez”.
Murió un mes después, con el grato placer de no haber sabido jamás lo que era una arruga
Fuentes
Balarezo, Pablo. “Crónicas de la ambateñita”, Avance (Ambato), 1983 – 1984.
Bazante, Violeta. “La calle de la Ronda”, El Comercio, Suplemento Domingo, 1993, p. 20
El Crisol, revista informativa de la Unión de Orfebres de Pichincha, Quito, 1983.
Jiménez, Adolfo. Guía de Quito, Quito, Escuela de Artes y Oficios, 1894.
Oviedo, Aurelio. “Sergio Mejía”, en La Nación (Guayaquil), 18 julio 1954.
Rentería, Leonardo. “Ronda de los Pasillos, Negra Mala”, El Nacional (Quito), 25 diciembre 1947.
Archivo familiar Marañón Muñoz, Quito, 1993 - 1996
Archivo de doña Marcia Camino de Marañón, Quito, 1993 - 1996
Informe de Eduardo Balarezo Vargas, Quito, diciembre de 1988.
Informes de Eulalia Marañón de Khols, Quito, 1993.
Informes de Marcia Camino de Marañón, 1993.
Informes de Pablo Balarezo Moncayo, Ambato.
178 RINCONES QUE CANTAN
4.15. El pasillo “Celos” de Luis Alfonso Espinosa y Hugo Argüello Yépez, 1942.
Picasso
Hugo tenía treinta años cuando realizó esta obra; a la letra le hizo algunos arreglos. Había nacido en Guaranda en 1912,
mientras su padre estaba de guarnición en el batallón Vinces en esa ciudad en el período de Plaza Gutiérrez, consta que
recibió los nombres de Víctor Hugo Alfonso. Fueron sus padres: el sargento Mayor Víctor Manuel Argüello Proaño, uno
de los héroes de Angoteros en nuestro Oriente en 1904 –cantante, tocaba la guitarra y el bandolín– y doña Emilia Yépez
Rivera, quiteña, de ancestro ibarreño, y hermana del muy conocido archivero del poder legislativo, don Manuel Antonio
Yépez. Su abuela materna, doña Matilde Proaño Ribadeneira, fue una artista del arpa. Fue por esa vía por donde le vinieron
a Hugo las virtudes de la música.
Se crió en Latacunga, donde nació su hermano Jaime en 1914. Luego se radicó en Quito con su familia, viviendo casi
toda su vida en la calle Olmedo del barrio de la Chilena. En su infancia gozó del cariño de sus abuelos maternos, sobre
todo mientras su padre estuvo en Esmeraldas, luchando en la campaña contra Carlos Concha.
Fernando Jurado Noboa 179
En 1925, cuando tenía apenas trece años, Hugo ingresó al ejército en su calidad de soldado raso. En 1932, a los veinte
años, ingresó a la Escuela Militar en la Recoleta y allí estuvo hasta su clausura en 1934. El mismo año ingresó a la Policía
en el último escalafón, el año 36 estuvo de guarnición en Babahoyo y allí se casó con doña Isabel Salto Arboleda, de
quien enviudó al poco tiempo, y con quien tuvo una hija también llamada Isabel.
En 1938, cuando el Gral. Enríquez convirtió a la Policía en Escuela de Carabineros, pasó a ella como oficial. Mientras
estaba en esa institución, estudió veterinaria y fue vacunador de la dirección de Ganadería y Veterinaria desde 1942;
fue, al mismo tiempo, un leal servidor de Arroyo, hasta la caída del régimen el 28 de mayo de 1944. Curiosa y paradó-
jicamente, en ese período de tanta violencia, compuso el pasillo en cuestión.
El año 45 dejó la Dirección de ganadería y se dedicó a varias actividades: en 1960, por ejemplo, intervino activamente
en la cuarta campaña velasquista, al lado de su primo segundo, Augusto Paz Proaño. Fue Supervisor del Registro Civil
en 1971 y 72; luego, por largos años, fue empleado y alguacil de la función judicial. Se casó por segunda vez, a los
cincuenta y nueve años, en diciembre de 1971, con Alicia Noboa Mayorga, guarandeña.
Era hombre con una chispa muy especial, lleno de dichos y sentencias acuñadas por él mismo, tal decían que decía en
reuniones familiares a las que puede asistir:
…esas mujeres que dicen que son malas… cuidado, suelen ser buenísimas y fieles, aunque un pendejo no entienda el
porqué” o “no sé la gente por qué no se entiende con las suegras, a mí me han tocado dos de los seres más maravillosos
del mundo, yo podría quejarme de las mujeres, pero nunca de las suegras” o aquella otra “yo reconozco como parientes a
muy pocos y en eso me parezco a mi padre, él decía que varios que se las dan, vienen de cocineras y yo siempre he dudado
de la virginidad y de la moralidad de las domésticas, prefiero creer en una pispitilla, antes que en ellas.
En la década de los 70 vendió su casa de la Olmedo y se trasladó con los suyos a La Tola, más tarde vivió en la Ciudadela
Rumiñahui y finalmente en Monjas, en casa de su unigénita.
Murió el 4 de agosto de 1989 a los setenta y siete años, en Quito, luego de soportar por largo tiempo un cáncer de
estomago.
Fuentes
Jurado, Fernando. Los Argüello en el Ecuador, 450 años de historia, Quito, Servipress, 1983.
Informes de Hugo Argüello Yépez, Quito, 1979-1981.
Informes de Isabel Argüello de Pérez, Quito, diciembre del 2005.
180 RINCONES QUE CANTAN
Al besar un pétalo nació exactamente en su departamento de Quito, en enero de 1940. Según el mismo artista, cuando
entró al dormitorio, encontró a su hijo Homero, de tres meses, que dormía plácidamente, le dio un beso en la mejilla y
enseguida compuso el fundamental pasillo. Este hijo, Homero Hidrobo Ojeda, había nacido el 2 de octubre de 1939.
Al besar tu boca
que es cual rosa
de un bello jardín
siento el embeleso
de ese beso
ensueño gentil.
Fuentes
Gangotena, Emilio. El libro de la ciudad de San Francisco de Quito, Quito,
Ediciones Cegan, 1951.
Guerrero, Pablo. Enciclopedia de la Música, Quito, Corporación Musicológica
Ecuatoriana, vols. 1 y 2, 2004 y 2005.
Archivo del Registro Civil Nacional, gentileza del Ing. Fernando Torres.
Informes del musicólogo Pedro Vicente López, Quito, 2005 – 2006.
4.17. Los pasillos “Pasional” y “Confesión’ de Enrique Espín Yépez, 1950 y 1952.
Creo que el escritor debe trabajar a diario con mucha frecuencia y con mucho ahínco, pero teniendo
siempre mucho cuidado de no convertirse ni en su propia caricatura ni en su propia mascarilla mortuoria
Confesión
Te seguiré queriendo
siempre, siempre;
te seguiré adorando
como ayer.
Y seguiré anhelante
sufriendo con la espera
y seguiré esperando
porque sé que vendrás
Su letra y música fueron creadas en 1950 por Enrique Espín Yépez, en su casa de la calle Alianza, entre Imbabura y
Chimborazo, en Quito. Fue cantado por Gonzalo Benítez y también por el dúo Benítez–Valencia.
El lector podrá perfectamente entender que la letra no es realmente la de un poeta, pues Enrique no lo era. En cambio,
el ritmo musical es estupendo.
Enrique nació en Quito, el 9 de noviembre de 1924. Su padre, don Manuel María Espín Freire (1894–1951) fue un
notable músico, compositor y clarinetista, es autor de la guajira Dulce amor y de El capariche, entre otras creaciones. Su
madre fue doña Delia María Yépez.
Espín Yépez inició su aprendizaje musical con su padre. Con una beca de la novísima Casa de la Cultura estudió en
México violín y música de cámara desde 1945 a 1948. En 1954 el gobierno de Velasco lo becó a Bonn.
Espín Yépez fue un verdadero maestro, compuso un célebre Preludio, dedicado en gratitud a Benjamín Carrión. Tuvo gran
amistad con el pintor Oswaldo Guayasamín y con la bailarina Patricia Aulestia. El primero solía cantar varias de las
composiciones de Enrique.
Desde 1969, a los cuarenta y cinco años, residió en México y allí murió el 21 de mayo de 1997. Sus más conocidas
creaciones son: el ballet María, basado en la Rapsodia ecuatoriana; los himnos de la escuela Jesús María Yépez, y del
Colegio Benalcázar con letra de Alfonso Espín; los pasillos Invocación, con letra del mismo Enrique, y Pasional; en México
compuso el danzante Púchicas caray, con texto de Jorge Fegan Pólit; la Rapsodia ecuatoriana para piano y orquesta,
con estreno mundial en México en 1984; el pasillo Último Amor con letra de Carlos de la Torre Reyes.
Pasional
La letra es obra del gran escritor esmeraldeño Adalberto Ortiz Quiñones quien la creó en la ciudad de México, en 1942,
y se la regaló a Enrique Espín en una noche bohemia. Es posible que –pues no hemos podido probarlo– cuando volviera
a ver a Espín, creyese que era obra de él mismo.
En 1947, en Quito, Enrique Espín Yépez creó una romanza interpretada con violín, como un homenaje al compositor
belga Henry Vieuxtemps. Era una variación sobre el primer tema del Concierto No. 5 en La menor, opus 37, para violín y
orquesta del mismo maestro belga y así se estrenó y se escuchó por cinco años más.
Alguien que lo escuchó en 1952, le recomendó que le pusiera letra y Espín utilizó la letra regalada por su amigo Ortiz.
La obra la dedicó a la cantante Esperanza Rivadeneira, quien fue la primera en interpretarla junto con el Potolo Valencia.
En la portada figura un gran retrato de Esperanza y uno pequeño de Enrique Espín. Sin duda, como una vanidad ante
la figura femenina, Espín se consideró autor de la letra y de la música, pero hoy conocemos perfectamente la verdad de
los hechos. La primera grabación data de 1952, con la orquesta de Luis Aníbal Granja.
Pasional –aunque cueste creerlo– era una de las poquísimas músicas populares que estaba entre los títulos predilectos
del Dr. José María Velasco Ibarra. Esa fue la razón por la cual, en 1952, al ascender al poder por tercera vez y conocer
sobre el talento de Espín, le otorgó una beca para que estudiara música en Bonn.
Adalberto Ortiz Quiñones fue uno de los más grandes ecuatorianos del siglo XX. Rodolfo Pérez Pimentel lo colocó,
atinadamente, entre los setenta y tres mejores de todos los tiempos –sólo con algún cura picarón se equivocó Pérez
Pimentel–. Adalberto Ortiz nació en Esmeraldas, en febrero de 1914, era nieto de dos abuelos mulatos y de dos abuelas
de raza española.
Debido a la revolución de Concha, la familia tuvo que dejar la ciudad y vivir en varios sitios de la Costa. A los once años
ya dibujaba estupendamente, vivió en Quito de 1930 a 1937, estudió en el Colegio Juan Montalvo, antes había sido
tipógrafo de la Prensa Católica, lego dominico y empleado de la imprenta de Santo Domingo.
A los veinticuatro años y de vuelta en Esmeraldas, descubrió que podía hacer versos bellos e hizo Jolgorio. Desde los
veinticinco años fue alumno del gran Joaquín Gallegos Lara en Guayaquil. Escribió Juyungo, la primera novela sobre
negritud del país, que se editó en Buenos Aires y que fue traducida al francés por la editorial Gallinard de París.
Fernando Jurado Noboa 185
En 1944, Velasco Ibarra nombró a Ortiz canciller del Consulado en México y fue allí donde compuso Pasional. Vivió allí
cuatro años, editando en 1945 Tierra son y tambor, con grabados de Galo Galecio. El año 69 fue profesor invitado en las
universidades de Burdeos, Nanterre y París. Del 78 al 80 fue consejero cultural en París. Vivió sus últimos años, en
situación penosa, en Guayaquil, luego de haber hecho también varias exposiciones pictóricas. Fue cuñado de Jorge
Enrique Adoum, uno de los coautores del danzante Vasija de barro, hecho en Quito en 1950.
Esperanza Rivadeneira Burbano, que inspiró la música nació en Tulcán en 1922, fue hija menor de la quiteña Clara Luz
Burbano Garrido y del gran compositor de música clásica José Ignacio Rivadeneira Pérez9, nacido en el poblado de San
Rafael, muy cerca de Otavalo –creador del pasillo Cruel Destino y del tango Mi Amor, entre muchas composiciones.
Esperanza Rivadeneira fue artista desde niña, pues actuaba con sus hermanas Carmela, Georgina y Teresa, desde 1940
formó el Dúo Rivadeneira con Georgina. Invitadas por Carlota Jaramillo fueron parte del elenco de Radio Quito, hasta
el incendio de 1949. Al año siguiente actuaban ya en La Voz de la Democracia y en ese año tenían grabados veinte
discos, es decir, a razón de dos por año. Con Luis Alberto Valencia hizo una estupenda grabación del pasillo de Nervo
Canelos, Ojos verdes, luego llamado Ojos glaucos. En 1952 se radicó en Venezuela a los treinta años de edad.
Fuentes
“Entrevista a Adalberto Ortiz”, en Revista Cultura del Banco Central, Quito, 1986.
Guerrero, Pablo. Enciclopedia de la Música, Quito, Corporación Musicológica Ecuatoriana, vols. 1 y 2, 2004 y 2005.
Jurado, Fernando. Los Ribadeneira antes y después de Colón, Quito, Servimpress, tomo 2, 1987.
Pérez, Rodolfo (comp.). “Biografía de Adalberto Ortiz”, en Diccionario Biográfico Ecuatoriano, Guayaquil, vol. 2, editado
por la Universidad de Guayaquil, 1985.
Archivo de Celia Ortiz Estupiñán, Esmeraldas.
Archivo personal del autor, correspondencia de Adalberto Ortiz Quiñones, Guayaquil, 1988 - 1990
9Según constaba en su partida de defunción, Rivadeneira Pérez murió de cáncer en el seno maxilar, el 28 de octubre de 1955, a los sesenta años, en San
Sebastián. Estuvo casado con Mercedes Urresta. Fue capitán asimilado. Sus padres fueron: Daniel Rivadeneira, y María Pérez.Tuvo diez hijos: Poema, Hugo,
Raúl, Carmela,Teresa, Fausto, Miguel Ángel, Esperanza, Jorge, Ernesto José
186 RINCONES QUE CANTAN
Subyugante
Escrito por Gonzalo Moncayo Narváez, quiteño, nacido en 1927, creador del pasillo Madre cariñito santo en 1942,
cuando apenas tenía quince años. En 1945 publicó en Buenos Aires su cachullapi Ingratitud. Su pieza más popular es el
pasillo Invocación de amor, así como el pasacalle Linda ibarreña.
La música pertenece al maestro Bonilla, “sordo” para sus amigos, de 83 años al momento de escribir estas notas, decano
de nuestros músicos y un brillante valor del país, en especial de la ciudad de Quito. Es considerado el padre de la
guitarra clásica en el país.
Nació el 21 de marzo de 1923, en una casa situada junto al viejo Ministerio de Finanzas, en la calle Guayaquil, hijo
primero del capitán Carlos Bonilla Almeida, nacido en Ibarra, que alcanzó casi el siglo de existencia pues murió de
Fernando Jurado Noboa 187
noventa y seis años. Carlos Bonilla aprendió a tocar el bandolín teniendo como maestra a su madre, Carmela Chávez
Vinueza, nacida en la hacienda Cubinse, cerca de Tabacundo, autodidacta de la guitarra y el bandolín, hija de Leopoldo
Chávez, otavaleño, profesor y flautista de primer orden y de Mercedes Vinueza, nacida en el anejo de La Esperanza, muy
cerca de Tabacundo. Por Chávez, Carlos Bonilla (hijo) proviene de la dinastía musical más importante del país.
Este artista está dotado de un ego profundo –como muchos de nuestros artistas– él mismo solía decir: “soy de los siete
mejores bajistas de toda la humanidad y esto lo dice la Unesco y no yo”.
A los cinco años y medio, durante una siembra de papas, en la propiedad de la abuela en La Esperanza, tomó guarapo
y se emborrachó; su tío político, Lorenzo Padilla, le castigó y le ordenó que le siguiera a pie hasta Cayambe hasta que
se le pasara la chuma. El chico era listísimo y tomó por la línea del tren, llegando primero que el tío. Desde entonces se
convirtió en un bebedor menos que moderado. Era, además, un gran aficionado del ají de carne con abundante cebolla
y del ceviche de camarón que le producía “dormición de las piernas” según sus propio testimonio.
Empezó a tocar guitarra a los cinco años y medio a escondidas de su familia. Se crió en una casa de la calle Ambato,
propiedad de su tío, don Leopoldo Chávez Vinueza y de la esposa de éste, doña Dolores Jarrín, quienes se hicieron cargo
del chico. Le encantaba jugar con cajas de fósforos y con papel aplastado, con los que hacía casas, túneles y calles, cual
si fuera a hacerse arquitecto.
Cursó la primaria en la Escuela Anexa del Normal Juan Montalvo, que luego se llamaría Leopoldo N. Chávez. Desde los
siete años, 1930, leía con avidez el diario El Comercio y daba resúmenes de la guerra española a su mentado tío.
Al comenzar la adolescencia se trasladó a una casa en la parte alta de la calle Elizalde, propiedad del carpintero Pío
López, cuya hija Rosario era alumna del Conservatorio de Música. Allí a los trece años, en 1936, empezó a dar clases
privadas de música, pero Rosario, mostrándole su atril y su violín, le dijo:
Hacia 1940 residía en el barrio de El Tejar, al lado de la casa del conocido médico Dr. Arsenio de la Torre, frente al Parque
Hermano Miguel Nro. 253. Allí nació su hija mayor, Alicia. En esa casa compondría poco después el famoso pasillo
Subyugante, según propia confesión. Por entonces –tenía diecisiete años– tuvo como alumno privado a Gonzalo Loza,
que era músico de afición y que tenía treinta y dos años. Este fue su representante para matricularse en el
conservatorio. Allí tuvo como insigne maestro a José Ignacio Canelos, a quien reconoce como verdaderamente grande.
En 1942, vivía en la calle García Moreno N° 2, al empezar la subida de San Juan. Fue en esa casa donde nació su hijo
René, luego estupendo músico, como su padre.
En 1950, se graduó en contrabajo en el conservatorio. Por entonces ocurrió un episodio altamente anecdótico: estando
en casa del Dr. Andrés F. Córdova se entrevistó con el presidente Galo Plaza y éste le lanzó un piropazo:
En la misma época tuvo una lid en Radio Quito con los Nativos
Andinos, y triunfó sobre ellos. Como cada uno de estos ganaba
ochenta sucres mensuales, Bonilla le exigió al dueño que le pagara
doscientos cuarenta, lo que fue aceptado.
En 1958, estrenó su Fantasía –danza vernácula, danza guerrera– suite andina para orquesta.
De 1963 al 68 estuvo como director del coro de la Casa de la Cultura, que fue creado por Benjamín Carrión y Oscar
Vargas Romero. A los cinco meses de ejercer el cargo viajó a Chile –entonces la meca de los coros americanos– y
triunfó con el primer puesto en un concurso a nivel continental. Con el mismo coro hizo presentaciones en Perú y en
EE. UU., donde fue invitado a dar conciertos en treinta y siete estados. En Oklahoma presentó una suite que gustó tanto
al público que al final, un grupo de mujeres, le sacó en hombros. Consideraba este el momento cumbre de su existencia.
En la Casa de la Cultura tenía frecuentes entredichos con el gran pintor Oswaldo Guayasamín, con un humor negrísimo,
Bonilla le gritaba:
– Yo no soy indio de pies grandotes y talones rajados como vos.Yo soy indio de frac.
Fernando Jurado Noboa 189
A finales de esa década, el Gral. Guillermo Rodríguez Lara, entonces director del Colegio Militar, lo llevó de profesor a
ese colegio, donde dio clases durante cuatro años. En la misma época dictaba cursos musicales en el Canal Cuatro de
televisión.
De 1970 al 73 vivió con su hijo René en Bogotá, pues fueron contratados como instructor de armonía y primer contra-
bajo, respectivamente, de la Orquesta Filarmónica de esa ciudad. Carlos Bonilla dejó la ciudad, asustado por la
inseguridad.
En 1971, apareció en Quito la segunda edición de su Método de guitarra.
En abril de 1987, en el Teatro Sucre, estrenó Raíces, obra para guitarra y orquesta. En marzo de 1991, con la Orquesta
Sinfónica Nacional del Ecuador, OSNE, estrenó sus Variaciones sinfónicas Rumiñahui. En el 2000 fue condecorado por
el Congreso Nacional.
Fuentes
Guerrero, Pablo. Enciclopedia de la Música, Quito, Corporación
Musicológica Ecuatoriana, vols. 1 y 2, 2004 y 2005.
Carlos Bonilla. Archivo de Carlos Bonilla Chávez, Quito, 2002.
Foto: Archivo de Conmúisca . Informes de Carlos Bonilla Chávez, Quito, 2002.
190 RINCONES QUE CANTAN
Nació en el barrio de La Tola, el 23 de abril de 1918, en una casa de la acera sur de la calle Esmeraldas, entre Los Ríos y
León, a mitad de la cuadra. Estuvo emparentado directamente con los Valencia de la población de Tumbaco –en cuya
plaza principal tenía una casita– así como con familias de Tabacundo. Aprendió música con su padre, no hizo ningún
estudio formal en esta disciplina, pues se trataba de una profundísima vocación. Ingresó al Normal Juan Montalvo para
ser maestro, y fue un estudiante regular.
Pablo Guerrero anota en su célebre Enciclopedia (t. II, 1411), que Valencia fue autor de la letra de El chulla quiteño, de
El toro barroso, bomba con música del otavaleño Hugo Cifuentes.
Fue el creador de los pasillos Acuérdate de mí, Aquellos ojos, Canción azul, música y texto, En tus brazos, Final, música
y texto, Inspiración, Limosna, Mi cielo, Penumbra, Presentimiento, música y texto, Quito lindo, Seguiré tus huellas, Te
fuiste, Te quiero, música y texto, Triste desventura, Tu partida, Tus promesas, música y texto.
Según sus propias declaraciones, en 1946, regaló la letra del Chulla quiteño a Alfredo Carpio, en un momento de
necesidad de este compositor, que por entonces tenía treinta y siete años. Carpio le puso música en la población de
Patate, en el mismo año. Valencia conservó con mucho cuidado el original de su puño y letra y, poco antes de morir, lo
enseñó a varias personas, entre otras a Humberto Jácome Harb.
Fernando Jurado Noboa 191
Oswaldo Carrión, en su lúcida obra Lo mejor del Siglo XX, p. 121, lo considera categóricamente como el autor de la letra
del Chulla Quiteño.
Valencia fue también autor de numerosos albazos, sanjuanitos, tonadas, etc. De ellas deben destacarse: el albazo Por
dónde andarás mi amor, la tonada Leña verde; fue coautor del danzante Vasija de barro en 1950; autor del aire típico
ecuatoriano Zamba, con acompañamiento del conjunto Rondador; del sanjuanito Tunda Tunda con acompañamiento
del mismo conjunto.
En los años 40, vivía en la calle Venezuela 1325 y Esmeraldas, casa de Manuel Gómez de la Torre Paz, personaje
excéntrico y gallero, quien bajaba con frecuencia a participar en las reuniones bohemias del Potolo. Cuando sucedió el
incendio del diario El Comercio, Valencia tuvo una auténtica y comprensible crisis de angustia, quienes lo vieron,
recuerdan cómo llegó en un taxi con “el pelo totalmente parado y la ropa desgarrada”, a las nueve de la noche de ese
fatídico día.
Este dúo se convirtió en verdadero ejemplo de maestría musical debido a su amplio repertorio de música ecuatoriana, a
la intercalación de entrada de voces, a las pausas dramáticas y al manejo de matices.
En 1962, el gobierno de Arosemena Monroy lo declaró Caballero de Honor de la República. En 1965, en época de la Junta
Militar, el Ministerio de Educación le otorgó la condecoración al mérito.
En Riobamba, el 21 de octubre de 1970, mientras intervenía en un acto popular, le sobrevino un infarto cerebro vascular y
fue trasladado a una clínica en Quito, donde falleció el día 25, a los cincuenta y dos años de edad. Su entierro fue
apoteósico.
En su partida de defunción consta: “Luis Alberto Valencia Córdova murió el 25 de octubre de 1970, a los cincuenta y un
años, con derrame cerebral, en Santa Prisca. Sus padres fueron: Manuel Valencia y Dolores Córdova. Estuvo casado con
Robertina Valencia. Testigo: Hugo Mantilla.”
En 1997 el gran cantante José Jaramillo Laurido, hermano de Julio, se refirió a Valencia como el cantante ecuatoriano
más admirado por él.
Fuentes
Carrión, Oswaldo. Lo mejor del siglo XX, Quito, Ediciones Duma, 2002, pp. 103 y 104.
Guerrero, Pablo. Enciclopedia de la Música, Quito, Corporación Musicológica Ecuatoriana, vols. 1 y 2, 2004 y 2005.
Colegio Juan Montalvo, Homenaje a los 400 años de la fundación española de Quito, Quito, 1934.
Informes de Humberto Jácome Harb, Quito, 2004 – 2006.
Informes de Marco Chiriboga Villaquirán, Quito, diciembre del 2005.
192 RINCONES QUE CANTAN
Nació en Guayaquil, el 1ro. de octubre de 1935, en el barrio de Brasil y Julián Coronel, murió en la misma ciudad, el 9
de febrero de 1978, cuando tenía apenas cuarenta y tres años.
Fuentes
Guerrero, Pablo. Enciclopedia de la Música, Quito, Corporación
Musicológica Ecuatoriana, vols. 1 y 2, 2004 y 2005.
Pérez, Rodolfo (comp.). “Biografía de Julio Jaramillo”, en Diccionario
Biográfico Ecuatoriano, Guayaquil, vol. 11, editado por la
Universidad de Guayaquil, 1985.
Espinosa Apolo, Manuel. San Diego, memoria histórica y cultural,
Quito, Ediciones del Municipio de Quito, 2004, pp. 79 y 80.
Informes de Marco Chiriboga Villaquirán, Quito, diciembre del 2005.
QUINTA PARTE:
El pasillo en manos de nuestros poetas modernistas.
Nada se puede hacer sin una gran soledad
Pablo Picasso
En la encuesta nacional del 2000, elaborada por CEDATOS y GALLUP, que dio origen al libro Lo mejor del siglo XX de
Carrión Arrobo, mostró que el autor de letras de pasillos más querido por el pueblo ecuatoriano era Medardo Ángel Silva,
la máxima figura de nuestra generación decapitada, como la bautizara Raúl Andrade Moscoso.
El hecho de que éste gran poeta sobreviva en la memoria colectiva a 81 años de su muerte es algo impactante, no podría
desconocerse ni obviarse, pues viene a ser el “patrono” de nuestro pasillo. De aquí las hojas que dedicamos a él y sus
tres compañeros de la generación literaria más honda en la vida del país. Y digo honda, y no importante, para decir las
cosas con la más absoluta propiedad.
Además el escritor Alberto Morlás considera que tres pasillos inspirados en los poemas de Arturo Borja: Melancolía,
Para mi tu recuerdo, y Bajo la tarde, son parte de nuestro gran patrimonio musical. Lo mismo puede decirse de Cómo
podré curarte y Fatalismo, dos estupendo pasillos basados en los escritos de Ernesto Noboa.
Definitivamente el pasillo ecuatoriano sin el aporte de los Decapitados perdería una de sus más preciadas bases
literarias.
196 RINCONES QUE CANTAN
Ernesto Noboa tuvo tres hermanos: Pedro, mayor con dos años;
Rosa María, nacida en 1891; y María Eugenia, en el 93 quien
murió en su infancia. Cuando Ernesto nació su padre tenía treinta
y nueve años y su madre cuarenta y uno.
Carta de Pedro Noboa a Pedro Robles Chambers en la que se
c on fi rm a la fe c h a y lu g ar de na c im ie n to de Ern e sto
Alejandro Noboa Caamaño. Foto: Archivo personal de FJN.
En su primera infancia, las visitas eran continuas a la casa de la abuela Tomasa Carbo de Noboa en el Malecón, donde
había vivido el abuelo y ex presidente, don Diego Noboa. Era una inmensa casa vecina a la del marino Game, el militar
Pedro Tola y el Cónsul Roldán.
Los graves sucesos de 1895, en los que participó su tío carnal, el ex presidente Plácido Caamaño, en el asunto de la Venta
de la Bandera, trajeron graves consecuencias a toda la familia, que debió expatriarse a Lima, donde Ernesto cursó toda
la primaria y los primeros años de secundaria. Hizo allí la primera comunión en 1899, junto con su hermano Pedro.
Fungieron como madres, sus queridísimas tías maternas Dolores, Isabel y Ana, ayudadas por su hermano Carlos, que se
quedó para siempre a orillas del Rímac.
La muerte de su abuela paterna, doña Tomasa Carbo de Noboa, ocurrida en Guayaquil el 3 de julio de 1903, a los 88
años, hizo que la familia regresara al Ecuador para ventilar asuntos de herencia, aunque ésta no era mayor cosa, al
margen de la gran casa del Malecón. Por eso estuvieron un tiempo corto en Guayaquil y luego decidieron radicarse en
Quito.
Llegaron a Quito en 1903, cuando Ernesto tenía catorce años. Aquí se matriculó en el colegio San Gabriel, que
funcionaba en la calle Benalcázar.
Sus compañeros del San Gabriel fueron, entre otros, Alberto Acosta
Soberón, José Ignacio Escudero, Jorge Fegan, Pedro Leopoldo
Núñez, Manuel Parreño, Emiliano y Luis Paz y Miño, Jacinto Stagg y
Homero Viteri Lafronte.
Y en un rincón apartado
quizá una amante pareja
se inicia en el sufrimiento
con la caricia primera…
En la mitad de la plaza
hay una fuente de piedra
donde se baña la luna
como para ahogar su pena.
Y en el silencio dormido
sobre la plaza desierta
solo la fuente y la luna
siguen rimando sus penas.
Como la preparación traída de Lima era muy superior a la que se impartía en Quito, consideró innecesario seguir en el
San Gabriel y lo dejó hacia 1907, sin llegar a bachillerarse, camino que siguieron varios de sus compañeros como
Francisco Aguirre Nájera, Alejandro Gangotena Carbo, Antonio Flores, Vicente Chiriboga Navarro, Gabriel Silva del Pozo,
Manuel Navas Portugal, etcétera.
La muerte de su padre, ocurrida en Quito, en noviembre de 1906, quizás le dio más libertad. Por entonces, vivían en la
parroquia de El Sagrario.
200 RINCONES QUE CANTAN
Se dedicó, con sus amigos, a las lecturas más variadas y a la creación poética. Francisco Guarderas Pérez, que estuvo
con él desde sus primeros pasos –en 1906– señala los otros nombres: Alfredo Pallares García, Alberto Gortaire Paredes,
Francisco Guillén, Augusto Proaño y los Aguirre Nájera, que hacían gala de hábito vinícola, aunque no siempre literario.
Guarderas que estuvo en cuarto grado de Retórica, en el San Gabriel, en el año 1902–03, abandonó también los
estudios junto con Manuel M. Arteta, Leonidas Manrique y Alfredo Pallares.
Curiosamente, maestro de Noboa, en francés y en asuntos literarios, fue Arturo Borja, a pesar de que era tres años
menor, pero había vivido años en París y poseía un estro extraordinario. Por él empezaron a usar en sus versos los
alejandrinos pareados de los románticos franceses y a cultivar la elegancia sin ser ricos, pues no lo eran ni Noboa ni
Borja. Esa amistad iniciada con Borja, cuando éste tenía solamente quince años de edad, la rememoraría en versos
escritos en 1912:
Fue político por una sola vez en su vida cuando, en abril de 1907, integró el club de la parroquia del Sagrario, junto con
Aníbal Viteri Lafronte, en lucha contra Alfaro, a quien se acusaba de haber coartado la libertad electoral. Pablo Arturo
Dávila le dedica varios recuerdos en el folleto que escribió al respecto.
Desde 1907 Noboa, Borja, César Arroyo y Francisco Guarderas empezaron a asistir a la tertulia de las hermanas Sánchez
Destruge, en la casa de don Modesto Sánchez Carbo, en la calle García Moreno, muy cerca de la iglesia de La Compañía.
Estos actos se daban una vez a la semana y fue, sin duda, la primera tertulia mixta y literaria de la ciudad, pues antes
eran sólo de varones o sólo de señoras.
Mientras tanto, los versos de Noboa empezaran a salir en la prensa de Quito y Guayaquil y a ser aprendidos de memoria
por la gente. En 1908, por ejemplo, aparecieron éstos, dedicados a una quiteña de tez morena:
1908 fue también un año de amor, el poeta asistía de continuo a una casa de la calle Venezuela y Sucre, pero los padres
de la novia pusieron tenaz resistencia y la chica pasó a otras manos, no mejores, pero sí más sanas.
Esta vivencia amorosa –quizás la única real del poeta– tuvo un contenido realmente dramático en su etapa final (1909),
pues la familia de la chica manifestó socialmente algo que escuchamos a una sobrina política de Noboa:
El Zambo Noboa lo único que tiene de bueno es que es de buena familia, por lo demás es mono, poeta, desocupado y sin
dinero. Para nuestra hijita nosotros necesitamos un empresario y hombre de bien.
Fernando Jurado Noboa 201
El dolor causado por esta frustración afectiva fue agudísimo y se revela en el famoso poema Nunca más:
Y ante el mar
Y los cielos profundos divinamente azules
como en sueños murmuro: los ojos de mi madre
también eran azules…y me pongo a llorar.
Noboa, con esa exquisita sensibilidad, se deprimió notoriamente luego de este episodio.
Parece que el poeta, en una de sus aventuras no precisamente galantes, en manos de una gentil damisela herida, dejó
que penetrara en su sangre la espiroqueta pálida de Shaudin. Sabemos que su ángel guardián fue el Dr. Gregorio
Guermarquer, un cirujano francés que desde 1906 se había instalado en Quito, con su esposa, y vivía en hoteles de la
ciudad.
El Dr. Guermarquer, en julio de 1908, fundó la primera clínica privada o casa de salud de la ciudad, provista de auto-
clave, en la casa de los herederos de los Jijón Larrea –lejanos parientes de Ernesto– situada en la calle Ambato 1142. Fue
allí donde se internó Ernesto, en el año 1908 o acaso 1909. En este año, el francés se recibió de médico en Quito y a
poco dejó el país. En 1911 Ayora, Sáenz y Villavicencio crearían la segunda clínica de la ciudad en la plaza de San
Francisco.
202 RINCONES QUE CANTAN
Lo cierto es que, según testimonio de Cristóbal de Gangotena, pariente y luego cuñado del poeta, el tratamiento de arse-
nicales le postró totalmente y entró en una severa depresión, Guermarquer usó morfina como antidepresivo –no había
otra cosa– y Ernesto fue presa de una toxicomanía que finalmente lo condujo a la autodestrucción.
El grupo, conformado entonces por Noboa, Borja, Arroyo y Guarderas, conocía a Isaac J. Barrera sólo de nombre, aunque ya
era reputado crítico para la época. Un día de abril de 1909, en la prensa de Quito, salió su retrato y el de su novia. Los
jóvenes decidieron conocerlo, Arturo Borja lo localizó en la librería de Lucio Paredes y desde entonces lo incorporaron a
su grupo, aunque Barrera jamás usó drogas.
En junio de este año, el poeta frecuentaba el Club Pichincha. Consta que el día 14, con su amigo Luis Chiriboga, presentaron
como nuevo socio a Manuel Sotomayor y Luna, así como también a Enrique Monge Serrano, presentado también por
Francisco Guarderas. Posteriormente, se alejaría del club, al que volvería a reingresar en 1916.
En 1909, asistía al grupo cultural que se reunía en casa de Manuel María Sánchez Baquero –en la calle Flores– para colaborar
en Los lunes del diario La Prensa. Asistían también a ese grupo sus amigos Borja y Fierro, Cristóbal de Gangotena, Hugo
Borja Pérez, Alfonso Moscoso Sánchez, etc. Así lo recuerda Julio C. Troncoso, en la biografía de Sánchez editada en El
año ecuatoriano.
El mismo célebre año de 1909, Humberto Fierro fue incorporado a la tertulia de las Sánchez–Destruge. Uno de esos días,
el poeta Arturo Borja les habló de un concierto que se había dado en un cementerio de París. Carmen Rosa Sánchez, la
novia de Borja, les animó a hacerlo en Quito, efectivamente lo hicieron en el Cementerio de San Diego y con música clásica
de violines, lo cual causó enorme sobresalto entre los vecinos y en toda la recoleta e hipócrita ciudadcita.
Hacia el mismo año, Noboa era el recitador de moda en las reuniones nocturnas y familiares de Quito, sería en una de
aquellas donde le conocería el niño Hugo Alemán Fierro, su futuro amigo. Al grito de “que recite el poeta”, Ernesto muy
complacido recitó las doce estrofas de Luna de aldea. Se advertía ya –según el mismo Alemán– su temperamento apacible,
su mirada interrogante y serena, sus ojos tristes, su caballera rubia, crespa y poco abundante, origen del apodo el Zambo
Noboa.
El 31 de octubre de 1909, participó en el homenaje a su amigo y primo, el historiador Alfredo Flores Caamaño, y junto
con él: Manuel Arteta García, Alberto Gortaire, Antonio Flores Chiriboga, Alfonso y Francisco Aguirre Nájera, Carlos de
Veintemilla Auz, Jarbas Loreti, Catón Cárdenas Navarro, Luis Chiriboga Gangotena, Federico Guillén Gómez de la Torre,
Ernesto Fierro Jarrín, Modesto Larrea Jijón y Eduardo Delgado Espinosa que fueron sus mejores amigos de juventud
antes de que las enfermedades y la neurosis lo derrumbaran por completo.
En 1910, se incorporaron al grupo Humberto Fierro, Julio Moncayo Andrade y Emilio Alzuro Espinosa, que sería el mejor
amigo de Ernesto. Ya instalada así la peña literaria, se dedicaron a consumir galones de cerveza en la mesa ocho de la
Taberna de Alcocer y luego, en el Club Pichincha.
Fernando Jurado Noboa 203
En 1911, el grupo de poetas bohemios iba con frecuencia a la quinta de La Magdalena propiedad de don Modesto
Sánchez Carbo. Para este año, ya Noboa había enseñado a Borja el uso de la morfina y la cantidad de “paraísos artificiales”
que con ella podían conseguirse.
En ese año y según testimonio de Julio Moncayo Andrade, Noboa escribió Romanza de otoño:
Oh malaventura
estrella funesta
de nacer con ésta
sublime locura
de la poesía.
En la abrumadora
mañana sombría
van, hora tras hora
tejiendo su danza de monotonía
a penas efluvio
el sol perezoso su luz tenue y rubia
entre una cortina
muy fina Casa en la esquina de la Montúfar y Pereira donde vivió
Ernesto Noboa en la década de 1910. Foto: David Marín.
de lluvia.
Un día de 1911, y entre lágrimas, le contó a Francisco Guarderas su tragedia y de cómo muchos jóvenes habían caído
en la trampa por simple curiosidad. Por eso, varias veces le tentó el suicidio pero no lo hizo, por razones religiosas y por
la figura de su madre, a quien adoraba.
En 1912 con Barrera, Borja y Guarderas fundaron la revista Letras, que debía salir una vez al mes. Barrera la dirigió de
1913 hasta 1919.
204 RINCONES QUE CANTAN
La muerte de Arturo Borja en Guápulo, en noviembre de 1912, le postró profundamente; todos asistieron a su sepelio
en San Diego, mientras la multitud coreaba: “allí van los morfinómanos”.
A principios de 1913, se enamoró de Rosa Carbo Núñez, que tenía veintidós años y estaba recién llegada de Guayaquil.
Los amoríos duraron poco, ella se casó en septiembre del mismo año, con el probo abogado Alejandro Ponce Borja.
El diario El Comercio de 3 de diciembre de 1913, informa del severo estado de salud del poeta.
Para 1914, Humberto Fierro le invitó a una estancia en Miraflores, se pensó que aquella unión de poetas daría frutos
esplendorosos, pero Noboa veía por las noches una sombra espectral danzando por los jardines, se asustó y volvió
pronto. Luego se supo que era el propio Fierro, errante en la noche cayambeña.
En 1915 –y según testimonio de Raúl Andrade– el poeta vivía en una casa baja y esquinera de la calle Montúfar y la
del Señor de los Milagros. Refería Andrade que por entonces moraban en la calle Junín, que los niños de la escuela lo
miraban como a un personaje mítico.
El 14 de febrero de 1916, y sintiéndose mejor de salud, reingresó al Club Pichincha –a instancias de su hermano Pedro,
habitué desde 1915– lo presentaron Hernán Pallares Zaldumbide y Luis Barberis Jaramillo.
En 1917, el poeta ingresó al grupo literario y bohemio más popular de la ciudad, llamado “el de los Zaldumbide” pues
dos de sus miembros llevaban ese apellido. Para ese entonces estaba muy mejorado de ánimo. Ese grupo lo integraban
Juan Barba Zaldumbide, Mamada Reina, Oswaldo Páez Jijón, Rubén Zaldumbide Freile, Oswaldo Zaldumbide Suárez,
Guillermo Destruge Maruri, Luis Clemente Concha Enríquez, el Chivo Donoso, Tancredo Corral Fiallo, Carlos Andrade
Moscoso, alias Kanela, notable caricaturista.
Fue este grupo el que invitó al poeta, pues lo leían ávidamente desde principios de año, al igual que a Anguita y a Vilac.
Recitaban versos, hablaban de literatura, política y de psicoanálisis, comían bien y barato y luego bebían largamente,
además jugaban billar en la Asociación de Empleados. Sus refugios estaban dados por sitios estratégicos como el
restaurante de la Zamba Teresa Alvear, en la esquina de la Benalcázar y Chile, casa de los Veintemilla; el de Leonor Jarrín;
el de las Sierras; el de las Rututas Silvas, en la calle Espejo, sector del actual Teatro Bolívar; la Palma de Morillo, cuando
estaban con mejor economía.
En febrero de 1917, Noboa y sus amigos, Fierro, José María Egas, José Antonio Falconí Villagómez, Carlos H. Endara y
Luis Eliseo Gómez decidieron ponerse tres días de duelo al conocer la muerte del gran poeta nicaragüense Rubén Darío,
como consta en la obra El Ecuador profundo, vol. 3, p. 329.
Falconí defendería a Noboa de la inculpación de plagio que le haría Berisso en 1958, mediante la publicación del folleto
de sesenta y tres páginas Historia de un soneto.
Fernando Jurado Noboa 205
En 1918, Carlos H. Endara le presentó al joven de veintitrés años, y ya gran poeta, Hugo Alemán Fierro, les separaban
seis años de diferencia, pero hicieron una gran amistad. Solían pasar las noches en burdos cafetines hasta que les cogía
la madrugada y terminaban la caminata generalmente en el sector del Hospicio por la calle Ambato. Inspirado en
Emoción vesperal de Noboa, Hugo editaría en 1919 su poema Presentimiento.
En 1919, al terminarse la guerra, luego de cinco años de ausencia, volvieron al país su hermana Rosa Victoria y su cuñado
Cristóbal de Gangotena, habían hecho un contacto excelente: la tía de Ernesto se comprometía a cubrir todos los gastos
médicos para que este recobrara su salud en la Ciudad Luz.
Ernesto Noboa viajó, pues, a Francia, gracias a la munificencia de su tía carnal Victoria Caamaño de Díaz Erazo, cuyo
esposo, el pastuso Felipe Díaz Erazo, había hecho colosal fortuna en las aduanas de Guayaquil, en época de Caamaño,
su cuñado.
El poeta estuvo en París algunos meses, en casa de su tía, ubicada en la Rue Bassano N° 10, allá hizo –poco después de
su llegada– de cirineo del escritor guayaquileño Víctor Hugo Escala y ambos estuvieron en la despedida literaria de
Amado Nervo. Días después, Gonzalo Zaldumbide los invitó a cenar en su casa parisina de la Av. Treeniet en el barrio de Passy.
De París pasó a la costa de Bretaña, a su capital Rennes, allí escribió Lobos de mar:
Luego se dedicó a recorrer varias veces la costa cantábrica, en el norte de España; le fascinaron Santander, Asturias y
Galicia, donde se dedicó a buscar la huella de ese bisabuelo marino. Pasó a Castilla la Vieja, a deleitarse en León, en
Valladolid y en sus pueblitos. Por fin bajó a Madrid, donde varias veces caminó la ciudad de palmo a palmo, del brazo
del poeta Pedro Luis de Gálvez.
En España se sintió estupendamente bien, en ese país hizo varios poemas bellísimos, por ejemplo Retrato antiguo:
Y pensó en su gratísimo cuñado, a quien le dedicó el poema Romanza de verano y le dijo “que vive de amor a América
y de pasión a España”. Algunos de sus versos son éstos, hechos en el verano de Granada:
El mundo gitano de Granada le impactó como a nadie, y quizás ningún poeta americano pudo definir mejor a ese
pueblo que con ese verso increíble: “Harapos de color y ojos salvajes”.
Con tantos subes y bajas y trajines, recayó de nuevo en su fatal enfermedad y la familia de su tía resolvió enviarle al
bello pueblecito de Santillana del Mar, en el norte de España, para que se restableciera. Le acompañaba una enfermera
“alegre y estatuaria que tararea tonadillas de moda” y que por supuesto ya no despertaba en el vate ninguna emoción
carnal.
Noboa regresó de París puesto quirúrgicamente una úvula de plata, cuando el barco paró en La Habana cayó en una
tentación carnal: “yo quería probar si realmente estaba curado”, dijo y penosamente volvió a recaer a poco de su llegada
a Quito.
De todas maneras, Quito le recibió triunfalmente luego de ese casi medio año de ausencia, las tardes se sentaba en la
terraza del Bar Royal a tomarse su clásico cóctel. Alguna tarde entera se paseó por la calle de La Loma, de punta a punta,
junto con Hugo Alemán Fierro, refiriéndole detalles de París y de Madrid, del desarrollo literario visto en varias ciudades
de España y del impacto que le habían producido los cafés madrileños. Cuando estuvieron muy cerca del arco de Santo
Domingo, Noboa le comentó a Alemán, como el mismo anota en su libro Presencia del Pasado:
– Mira, en varias ciudades de España hay varios arcos muy parecidos al nuestro, sobre todo el de Toledo.
En su época de oro, cuando se creó la revista Caricatura, en 1919, intimó con el difícil poeta Jorge Diez Paredes, quien
le hizo una muy conocida caricatura, en su habitación de la calle Junín.
En septiembre de dicho año, llegó el gran escritor español Eduardo Zamacois de visita al Ecuador; en Guayaquil le
recibieron Fálquez Ampuero, Chaves Franco, Puig Vilazar, Borjita, etc. En Quito llegó al Hotel Europa –en la plaza del
Teatro– y Noboa, Alfredo Flores, Hugo Borja, Carlos Noboa Ledesma y su hermano, Nicolás Cañizares Ledesma
estuvieron muy cerca de él. La prensa de Quito, el diario La Tribuna, por ejemplo, refieren esto en su edición del día 17.
208 RINCONES QUE CANTAN
Un domingo, el grupo de Caricatura y los intelectuales, le dieron un estupendo banquete en el parque de La Alameda,
donde hizo el brindis el escultor Luis F. Veloz. Una noche, después de su última conferencia, fue llevado al Club de
Estudiantes, donde se le ofrecieron discursos, música, champagne y cena, el orador fue Luis Elicio Gómez. Hablaron
también Luis Barberis, Guillermo Pólit, Homero Viteri, Manuel María Sánchez, Miguel Ángel Montalvo. Noboa recitó uno
de sus sonetos.
En 1920 fue socio de honor de la Sociedad de Estudios Jurídicos, pero no colaboró en la publicación de dicho año, por
no permitirle su estado de salud.
Por este año le conoció justamente Fernando Chaves Reyes, entonces estudiante otavaleño de dieciocho años, que
pronto se regresaría a su ciudad y sería uno de los más connotados novelistas ecuatorianos. Lo conoció en una cantina
o salón de la Plaza del Teatro, situada a mitad de la cuadra en la vereda occidental de la plaza. “Noboa era un tipo que
ponía distancia” fueron las palabras de Fernando.
Raúl Andrade, que vivió en Guayaquil de 1922 al 27, pudo tratarlo en ese 1924: “El poeta paraba todos los días en el
Salón Fortich de la 9 de Octubre, de cinco a siete de la tarde, con el objeto de servirse el aperitivo: vermouth con ginebra
o cerveza helada”. En su artículo “El Guayaquil de nuestros 20 años” dice Raúl:
Las hermosas guayaquileñas de esa época, los cabellos al aire, las bocas entreabiertas como granadas, los brazos desnudos,
sonrientes desde esa nueva lejanía en movimiento que descubrió el automóvil, sonreían enigmáticas y altivas. Ernesto
Noboa Caamaño comentaba desde su asiento del Fortich:
Al poeta se lo encontraba también en el barrio chino, eran cuatro callejas por el sector de las calles Clemente Ballén,
Escobedo, Aguirre y Boyacá, donde había varios fumaderos de opio. El mismo Raúl recuerda a las enigmáticas figuras
del barrio:
210 RINCONES QUE CANTAN
El Comercio, del 31 de mayo de 1924, hacía referencia a la nota del gran escritor francés Francis de Miomandre sobre el
libro de Noboa:
El señor Noboa desarrolla con sombrío deleite todos los temas queridos a un Samain, a un Rodenbach, a un Charles
Guerin. La alegría, la risa están ausentes de sus paisajes. Sin embargo se siente que esta tristeza no es solamente literaria.
Es sincera, natural y tiene un timbre que no engaña.Yo no sé qué encanto delicado, como ligero velo, envuelve aquí todas
las cosas. La muy noble y muy leal ciudad de Quito ¿se asemejará, a los ojos de ciertos de sus enamorados, a Brujas la
Muerta? Los poetas ven lo que quieren en los paisajes del mundo.Y después vemos nosotros como ellos han querido.
Hacia 1925 se encontraba en una tristísima situación, por entonces, el capitán Carlos Noboa Saá, un amigo más que un
pariente, lo llevó a pasar una semana en su casa de la calle Pedro Fermín Cevallos y Oriente y le llenó de las mayores
atenciones. Ernesto muy agradecido cuando se despidió, solo tuvo dos cosas para entregarle: su libro Romanza de las
horas y una foto del ex presidente Diego Noboa, con una dedicatoria donde aún capeaba algo de su vieja ironía: “Carlos,
esta foto de mi abuelo, que también debe ser el suyo, con toda mi gratitud”.
Fernando Jurado Noboa 211
Fuentes
Alemán, Hugo. Presencia del pasado, Quito, Banco Central, 1994.
Andrade, Raúl. “El Guayaquil de nuestros 20 años”, Revista Vistazo (Guayaquil), Nro. 41 (1960), pp. 47-53.
Gobelinos de Niebla, Quito, taller gráfico Mía Educación, 1943.
Arias, Augusto. “Algunos motivos quiteños de nuestra poesía”, El Comercio (Quito), 6 diciembre 1934.
Guarderas, Francisco. “Retablo de una generación: Arturo Borja, Ernesto Noboa, Humberto Fierro”, en Revista América
(Quito), Nro. 105 (1959).
Noboa Caamaño, Ernesto. Romanza de las horas, Quito, 1922.
Samaniego, Juan José. Cronología médica ecuatoriana, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1957.
Pérez, Rodolfo (comp.). “Biografía de Arturo Borja”, “Biografía de Francisco Guarderas”, “Biografía de José Joaquín Pino
de Ycaza” y “Biografía de Carmen Rosa Sánchez”, en Diccionario Biográfico Ecuatoriano, Guayaquil, editado
por la Universidad de Guayaquil, vols. 1, 7, 18, 1985.
Informes de Augusto Arias Robalino, Quito, 1969.
Informes de Enrique Ponce y Carbo, Quito,
Informes de Ernesto Chiriboga Ordóñez, Quito, 1982 – 1986.
Informes de Hugo Moncayo Veloz, Quito, 1972.
Informes de José Serrano Montaño, Quito, 1989-1990.
Informes de María Gangotena Jijón de Mancheno, Quito, 1982.
Informes de Polibio Noboa Castillo, Quito, 1967.
Informes de Raúl Andrade Moscoso, Quito, 1982.
Informes de Zoila Rosa Castillo de Noboa, Quito, 1965 - 1970
Fernando Jurado Noboa 213
Sin duda, el segundo es el más conocido de todos, fue el típico pasillo de las serenatas quiteñas, entre 1925 y 1955, por
lo que vale reproducir la letra:
Arturo nació con una sensibilidad muy especial, que hacía recordar a
la familia el temperamento depresivo de la abuela paterna, doña
Leonor Pérez Pareja, quien debió soportar que, en 1864, su esposo
fuera martirizado por mano de García Moreno.
Cuando regresó, ya convertido en poeta, su gran sensibilidad chocó de inmediato con la rigidez de su casa: su padre era
un sabio obsesivo que medía cada minuto, que por algún asunto había cortado la palabra a su señora y no se hablaron
los últimos años de su vida. Por eso es que alguna vez que por equivocación Arturo tomó un libro de la biblioteca de su
padre y resultó que era de Derecho, instintivamente lo dejó caer al suelo, pues decía que las leyes le daban horror.
En octubre de 1903, ingresó a primer curso del colegio San Gabriel, cuando sólo tenía once años. Compañeros suyos
fueron entre otros Rafael Alvarado Rodríguez, Carlos Alarcón Mena, José Gabriel Astorga Flores, Arturo Bueno Guzmán,
Enrique Bucheli Benítez, Luis y Mariano Bustamante, Alberto Campuzano Fernández, Luis Cordovez Borja, Miguel del
Hierro, Eduardo Endara Andrade, José Pío Escudero, Gabriel Espinosa Acevedo, Luis Gavela, Carlos Jiménez del Castillo,
Carlos Mena Caamaño, Nicanor Mera Proaño, Camilo y Humberto Miño Iturralde, Pablo Páez Torres, César Pallares
García, Mario Pólit, Luis Clemente Ponce Ribadeneira, Ernesto Serrano Polanco, Telmo Viteri Lafronte, Alfonso Yépez,
luego típico personaje de la bohemia quiteña.
Muy pronto se decepcionó de los estudios, apenas cursó formalmente los dos primeros cursos de colegio y se dedicó de
lleno a la literatura y a la vida bohemia. En siete años de producción literaria, dejó unos cuarenta poemas, pero todos
Fernando Jurado Noboa 215
de corte perfecto. Su padre chirriaba del dolor de tener un hijo bohemio, para colmos inmiscuyó a su hermano Gonzalo
en la misma ruta. Al reclamo del sabio, Arturo respondía: “Ud. sabe mejor que yo, los Borja tenemos el culto por la
tragedia y la predilección por los venenos”.
Al principio solitario, se dejó una melena negra y crespa y salía todas las tardes desde su casa, acompañado de una
buena cantidad de perros que alarmaban al vecindario, su primo Francisco Guarderas que tanto lo conoció, afirma que
era apasionado, fervoroso, polemista y sincero hasta el extremo.
Su obra empezó a manifestarse desde diciembre de 1905, cuando apenas tenía trece años. Augusto Arias escribió que
algunos de sus poemas están escritos en la plazoleta de El Belén. En ese diciembre y en el álbum de su prima Josefina
Guarderas Pérez, que acababa de contraer matrimonio, escribio uno de sus primeros cánticos:
Por entonces, en ese 1908 de sus dieciséis años, la persona que penetró en su espíritu fue la guayaquileña Rosa Blanca
Destruge Maruri, nacida en Guayaquil, en la parroquia de San Alejo en 1890 y dos años mayor para el poeta.
A ella le dedicó:
El padre de Blanca, don Guillermo Destruge Illingworth, fue masón de alta jerarquía y largo tiempo Director de Correos
en Quito y en Guayaquil. Ella era, por otro lado, hermana de Guillermo Destruge, otro de los grandes, aunque olvidados,
valores literarios del país de hace un siglo. Guillermo era mucho menor que su hermana –pues nació en 1904– pero sería
uno de los impregnados de la magia y del profesorado de Arturo.
En ese 1908 se cortó la alegría del poeta, pues entró en un segundo período de tristeza plena, en una melancolía sin
angustia que habría de preceder al tercer y último período. En esta segunda fase produjo cosas como estas:
Bajo la tarde
Data de mayo de 1909 su celebrada Primavera mística y lunar inspirada en aquella iglesita del Belén:
En marzo de 1910, en la revista La Ilustración Ecuatoriana, apareció uno de sus primeros poemas: Bajo la tarde, en esos
primeros versos publicados estarían presentes su madre, su amor a la locura y a su primo Guarderas.
Parecería que en 1910 fueron datados: Para mí tu recuerdo y Epístola, otro poema dedicado a su mejor amigo Ernesto
Noboa y en el cual le dice, a propósito de los preparativos para la guerra con el Perú:
Pero 1910 es también un año terriblemente trágico: una mujer enseña el uso del cloral a los poetas, y Noboa y Borja
caen en sus redes para siempre, por eso en el poema Voy a entrar al olvido –escrito de seguro a fines de 1910– lo dice
muy claramente:
218 RINCONES QUE CANTAN
Las tardes se inyectan, las noches deambulan en torno a los campanarios. Suelen parar en el Café Central, a la sombra
de Carlos de Veintemilla y de Emilio Alzuro, donde recitan, conversan y filosofan, se sientan ya de madrugada en las
bancas de la Plaza Mayor para hablar de los franceses y de esas mujeres bellísimas que son parte de la vida del poeta.
Raúl Andrade dirá, con el estilete del cirujano: “la silueta impecable de Rosa Blanca Destruge, el aire lánguido y perverso
de Carmen Rosa Sánchez”.
Para entonces, varios ángeles fueron parte del espectáculo: Isaac Barrera como editor de los muchachos; Humberto
Fierro, que formó con los dos el trío más inmortal de la literatura ecuatoriana y Ernesto y Manuel Fierro Jarrín, los
paganinis del grupo, que no tenían medio al bolsillo, sino sólo inteligencia y sensibilidad.
Me lo figuraba un muchacho pueril. Una mañana apareció mi primer soneto en El Ecuador, diario que redactaba
Constantino Abelardo Espinosa:‘Fantasía desobligante’.A la tarde me hallaba solitario en la plaza de la independencia,
cuando se me acercó un muchacho recitando mi poema. Luego se me presentó. Era Arturo Borja. Charlamos largamente,
nos fuimos al Club Pichincha y desde aquel instante fue mi mejor amigo, el único que interrumpía los profundos silen-
cios de mi vida.
En este punto, es preciso observar que Borja no quería a Fierro, lo trataba de misántropo, hasta que un día de ese 1910,
al leer en la prensa un poema de Fierro, se lo aprendió de memoria y fue a la casa de Fierro a darle un abrazo. Luego
dejaron de verse como un año, tanto porque Fierro pasaba largas temporadas en la hacienda de Cayambe, cuanto porque
Borja, de 1910 a 1911, se vio obligado a desempeñar un cargo de amanuense a instancias de su padre y con el objeto de que
produjera algo de dinero.
En Hojas dispersas, de febrero de 1911, apareció Voy a entrar en el olvido, en mayo y en el mismo órgano, Madre locura.
1911 fue un año muy triste para el poeta, entró en su fase final de desesperación, no obstante estar enamorado de la
bellísima Carmen Rosa Sánchez Destruge, que tenía su misma edad y era prima hermana de su novia anterior, su mal
ya no tenía remedio. A ella están dedicados expresamente sus poemas:
Fernando Jurado Noboa 219
En el blanco cementerio
En el blanco cementerio
fue la cita.Tú viniste
toda dulzura y misterio
delicadamente triste.
En el blanco cementerio
fue la cita.Tú te fuiste
dejándome en el misterio,
como nadie, solo y triste.
En ese mismo año tuvo otra entrevista con Fierro, llegando a la habitación de éste, Borja y Emilio Alzuro Espinosa. Desde
entonces quedó amarrada una amistad que apenas excedió al año. Fierro referirá en una entrevista de 1919:
Una tarde fue Arturo Borja a mi cuarto. Llevaba en sus manos un paraguas de monja de la Caridad: la varilla era de
palo y la tela tan gruesa que parecía un globo. Lo colocó por allí. Más cerca se hallaba el mío, fino y estirado, dentro de la
funda de seda.Arturo se fijó en el contraste que presentaban los dos y dijo:‘fíjese poeta: Dannunzio y Chocano’. El ita-
liano era el paraguas mío y el peruano su temible armatoste.
En noviembre de 1911 escribió en el álbum de quien sería su cuñada, Laura Sánchez Destruge, lo siguiente:
En 1912, último año de su vida, salieron al público dos de sus poemas: Primavera mística y lunar, que encantó a la
opinión pública y que data de la revista Letras, de agosto de 1912 y Poemas, en la misma revista el mes de noviembre,
el mismo de su fallecimiento.
De este su último año, data Por el camino de las quimeras, también dedicado a Carmen Rosa, que tiene las luces y el
anuncio de lo que estaban preparando:
Juntos exprimiremos
el ustorio racimo de los dolores
en donde, juntos abrevaremos
nuestros amores.
Muerto su padre, en abril de 1912, heredó una modesta suma de dinero. En octubre del mismo año anunció a sus
amigos: “me casó por un mes”, parecía una broma de mal gusto, casado el 15 de octubre con Carmen Rosa, pasaron la
luna de miel en la quinta de La Magdalena, propiedad de don Modesto Sánchez Carbo, padre de la novia. Hicieron
entonces un pacto de muerte.
Abrazó a todos con mucho afecto, sin decirles una sola palabra.
Fernando Jurado Noboa 221
Su muerte fue una verdadera conmoción: en 1913 la revista Letras y luego El Telégrafo literario en Guayaquil le
dedicaron varias de sus ediciones. En 1915, la crítica empezó a olvidarse de él, pero en la revista Renacimiento de 1916,
Medardo Ángel Silva sacó el primer estudio crítico sobre el poeta.
Para mí tu recuerdo salió por primera vez en la revista La idea, de septiembre de 1918, y fue otro de los éxitos
publicitarios sobre la enorme obra de Borja. En 1920, sus amigos Nicolás Delgado y Carlos Andrade Moscoso editaron
en la imprenta de la Universidad Central un folleto de sesenta páginas con toda la obra que pudo recogerse, titulado La
flauta de ónix. Delgado hizo entonces un retrato al carbón del poeta, pues éste odiaba las fotografías con toda su alma.
En 1941 la Caja del Seguro editó un folletito de nueve páginas titulado Ferne vision; en 1945, en la revista de la Casa de
la Cultura, apareció la segunda edición de su Flauta de ónix, en veintisiete páginas y, en 1958, sus íntimos editaron un
folleto de dieciséis páginas con sus Poemas inéditos.
Fuentes
Alemán, Hugo. Presencia del pasado, Quito, Banco Central, 1995.
Andrade, Raúl. Gobelinos de Niebla, Quito, Editorial Universitaria, 1941
Barrera, Isaac. Panorama de la Literatura Ecuatoriana, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1970.
Guarderas, Francisco. “Retablo de una generación”, Revista América (Quito), 1941.
Jiménez, Adolfo. Guía de Quito, Quito, Talleres de Artes y Oficios, 1894.
Archivo de la Curia, Quito, dispensas matrimoniales, 1912.
Archivo del Cementerio de San Diego, Libro de entierros, 1912.
Archivo del Registro Civil, Quito, Defunciones, 1912.
Archivo del colegio San Gabriel, Libro de matrículas del año 1903.
Archivo de Pedro Robles Chambers, Guayaquil.
Informes de Gustavo Alfredo Jácome, biógrafo de Luis Felipe Borja, Otavalo, 2002
Informes de Inés Navarro Gardín de Mera, amiga de infancia del poeta, Quito, 1983.
Informes de Inés Velasco Borja de García, Quito, 1968.
Informes de Jorge Salazar Barba, vecino de los Borja, Quito, 1992.
Informes del Ramiro Borja y Borja, Quito, 1990.
222 RINCONES QUE CANTAN
Debido a la estructura y al contenido de sus versos, las letras de Fierro han sido las más difíciles de ser vertidas al
pentagrama. Fue, sin embargo el riobambeño, Galo Fonseca Garzón, nacido en 1949, medico y gran dirigente político,
quien logró musicalizar en ritmo de pasillo las 3 primeras estrofas de Sonata a Lucía y todo el poema Tu cabellera, que
transcribimos más abajo. Los universitarios de entre las décadas de los 60’s y 70’s, al igual que muchos riobambeños
tuvieron la oportunidad de gozar de estas creaciones.
de bachillerato, junto con su hermano Ernesto, siendo condiscípulo de Raimundo Flores Chiriboga, de Carlos Bueno
Guzmán, Guillermo, Jorge y Ricardo Serrano Montaño, Alfredo Pallares García, Leonidas Manrique Erazo, Francisco
Guarderas Pérez, Antonio y Carlos Jijón Gangotena, entre otros. El mismo año, su hermano menor, Manuel, se matriculó en
Clase Ínfima o primero de bachillerato. Para el siguiente año lectivo, Humberto ya no se matriculó.
Así que, al igual que los otros poetas, al terminar el tercer curso, quiso ser él mismo y se recluyó en la hacienda
Miraflores, de sus padres, en Cayambe. Fierro se dedicó a la cacería y a lecturas incesantes. En Quito, se lo tenía no sólo
de huraño y neurótico, sino de imbécil.
Para 1908, conoció por primera vez a Arturo Borja, sin lograr hacer amistad, pues como hemos dicho, Borja no lo
soportaba. Curiosamente, Ernesto y Manuel Fierro Jarrín, coleccionistas de jacas y galápagos, eran los mecenas de la
larga docena de poetas que no producían nada. Sus ex condiscípulos Pallares y Guarderas le instaban a Fierro a unirse
al grupo, chocando siempre con la negativa más rotunda; pero, en 1909, apareció publicado un poema de Fierro que le
emociona a Borja y éste le busca para felicitarlo. Pero tampoco se consolida la amistad, quizás por fallas en las dos
partes. Sólo en 1911, y ya al final de la vida de Borja, los tres grandes poetas de Quito unen su camino de ensueños.
Borja y Noboa le invitan a consumir opio en la pagoda de Olmos, pero Fierro dice sentir la boca envenenada. Obviamente
buen número de adictos, tirados a intelectuales, lo considerarán desde entonces un fariseo.
En la revista Domingueras literarias Nº 7, de 30 de abril de 1911, apareció el poema Tierra alta, en el que decía:
Debe ser también de entonces uno dedicado a una dama de nombre Clori:
Meticuloso y en extremo ordenado, en sus poemas danzan los meses del año, por ejemplo en Navegando dice:
A partir de 1913, Fierro pasa encerrado entre la Quinta Verde de Quito y en la hacienda de Cayambe –existen por allí, en
manos de un sobrino, unas fotografías en tridimensional en que se lo observa, con el pelo largísimo. Sólo de vez en
cuando se ponía etiqueta para visitar en Cayambe a sus padres y hermanos. Hugo Alemán describe su habitación en la
hacienda: “Sobria, elegante, llena de libros, un retrato de la madre y un jarrón de flores".
El reloj de mi estancia
martillaba en la sombra
con áspera constancia
Yo corrí por la alfombra
levantándolo en brazos
y lo estrellé sonoro
Y al saltar en pedazos
del viejo marco de oro
la pesadilla blanca
dejó una oscura fosa
que difundió una franca
respiración terrosa.
Alguna vez, hacia 1913 o 14, invitó a pasar unos días en la hacienda a Ernesto Noboa, pero éste tuvo las alucinaciones
a las que hemos hecho referencia.
Cuando venía a Quito, Fierro salía sólo de noche o en compañía de su amigo Emilio Alzuro Espinosa.
Fernando Jurado Noboa 225
A más de poeta, era gran pintor y músico, en 1915, en un paseo por la calle de La Ronda miró a una muchacha en una
ventana, preguntó cómo se llamaba y le respondieron:
– Soledad Paz
– Eso es justamente lo que yo necesito –exclamó el poeta.
Le propuso matrimonio y los versos de Las copas del estío fueron para ella:
El domingo 13 de abril de 1919, en Caricatura, salió publicada una entrevista al poeta realizada por Carlos H. Endara,
éste refiere allí que Fierro llegó a la noche a la redacción del periódico La Nación, habló con Julio Moncayo y con Jorge
Diez, les contó que acababa de leer el Quijote y que estaba por leer a Balzac, que de éste seguía el consejo: “No es bueno
siempre, ni el mismo libro ni el mismo amigo”.
Se fueron a La Palma de Morillo, donde fue la entrevista, ayudados por una cerveza, dijo entonces que Dannunzzio era
el mejor poeta del mundo y Guillermo Valencia Castillo, de América. Veamos algunas preguntas y respuestas:
– De memoria, siempre trazo los versos primero en la imaginación y luego los traslado al papel.
– Hay poetas –dijo Endara– que se sientan ante la cuartilla sin una idea, sin una emoción y luego cincelan un poema
exquisito. Jiménez me parece de estos.
– Claro, es que Jiménez es poeta hasta en el water. A mí me ha sucedido lo mismo, pero cuando no se trata de un soneto...
‘Dilucidaciones’ las creé en una noche de divina locura y nacieron sin que yo me de cuenta.
– ¿Qué opinión tiene sobre Calle?
– Un gran talento, pero una gran ignorancia.Trataba de hacernos creer que era un periodista ilustrado, porque citaba todo
lo último que había leído en un catálogo..
En toda la década del 20 vivió modestamente en una casa cercana a la Plaza del Teatro, no tenía cama sino una
colchoneta, una silla sin pintar y su ropa interior colgada en un cordel, comía en fondas bajísimas y él mismo lavaba su ropa.
Su Velada palatina estuvo por editarse hacia 1922, pero Fierro la retiró de la editorial. En 1923, y en los talleres del
periódico Humanidad, salió su rarísima antología Los Hermes.
Continuamente visitaba, en su habitación de La Ronda, a su pariente Hugo Alemán Fierro y con él tuvo confidencias:
“Yo quisiera solamente visitar Atenas” o “Tengo la obsesión por los crepúsculos”. Fue en esa casa donde cambió de
criterio sobre Rubén Darío, a quien poco estimaba.
Refiere Alemán que, alguna vez, estando una noche en el Hispano Bar, tomando unos canelazos entre una docena de
amigos, tres de ellos se disponían a inyectarse morfina, cuando Fierro exclamó:
Tenía tanta obsesión por la puntualidad, que alguna vez que un amigo le invitó a almorzar y que al momento de pagar
la cuenta, salió en busca de dinero, el poeta por la tardanza, ardía en iras. Cuando regresó el anfitrión le dijo:
Me sentía orgulloso
y un corazón muy seco
viviendo en mis dominios
como un hidalgo tétrico.
Fuentes
Alemán, Hugo. Presencia del pasado, vol. 2
Andrade, Raúl. Gobelinos de Niebla, Quito, Editorial Universitaria, 1941
Guarderas, Francisco. “Humberto Fierro”, en Poetas parnasianos y Modernistas, Quito, Biblioteca Ecuatoriana Mínima, pp. 301-324.
.“Retablo de una generación”, Revista América, 1941.
Archivo de la Curia, dispensas 1915 a 1917.
Archivo de los herederos de Hugo Alemán Fierro, Quito, 1993.
Archivo e informes de Enrique Vásconez Fierro, Quito, 1985 - 1986
Informes de Laura Fierro Jarrín de Vásconez, Quito, 1983.
230 RINCONES QUE CANTAN
En el mes de febrero de 1897, y mientras pasaba sus vacaciones en Ambato, huyendo del calor tropical de Guayaquil,
una agraciada mujer de treinta y cuatro años, fue atacada físicamente en el barrio de La Merced en Ambato, mientras
paseaba luego del almuerzo. Los atacantes, liberales los más de ellos, de alta extracción social, ejercían un comprensible
gobierno del terror en Ambato, para evitar la reacción conservadora apenas dos años después del 5 de junio de 1895.
Todos los días, luego del almuerzo de once de la mañana, irrumpían en el barrio de La Merced, populoso y proletario y
cometían toda clase de desafueros con hombres y mujeres de ese barrio. En represalia, los Escalante, Sánchez, Rubio,
Vásquez, Sierra, Reinoso, Punina, Gómez, etc., casi todos ellos zapateros (Toro Ruiz, “Barrio La Merced”, en Del pasado
ambateño, 196–199, 1975) emigraban en escapadas al barrio aristocrático de La Matriz y asestaban feroces trompizas
a los consabidos agresores de medio día.
Aquella mujer violentada, no era un burdo espíritu, hacía poemas en sus ratos de ocio, nativa de Balzar, era hija de un
comerciante importante de aquel paraje, casada desde hacía dieciocho años con un músico, no tenía familia
descendente.
No obstante sus pretensiones de blancura, las facciones de doña Mariana, evidenciaban su ancestro parcial africano: el
color muy oscuro de su piel, la forma de la boca y la nariz que con los años se hicieron más evidentes, etcétera.
Fernando Jurado Noboa 231
Esta mujer violentada se llamaba Mariana Rodas Moreira, a poco del acontecimiento regresó a Guayaquil y parece, que
como una respuesta al estrés aquel, ovuló por primera vez, quedando, en agosto, por primera vez embarazada de su
esposo, el señor Enrique Silva, descendiente de españoles y de mulatos, como lo probaremos en la segunda parte.
Estaban recién cambiados (desde fines del 96) a la calle de San Francisco (hoy 9 de Octubre), pues hasta antes del
incendio grande vivían arrendando un pequeño departamento en la calle Sucre, a espaldas de la Curia, siendo sus
convecinos los Escala, los Castillo y los Arroba. Era casa de los Ron–Pesantes.
El embarazo de doña Mariana movió la afinada lengua de sus vecinos y se habló enseguida del aporte de un clérigo
ambateño de apellido Holguín, a sabiendas, ahora, de que jamás ha existido un cura del tal apellido. Esa es la maledi-
cencia. Justamente en 1897, una revista guayaquileña publicó un poema necrológico de doña Mariana.
El 8 de junio de 1898, en casa del barrio de La Merced y perteneciente a los Arzube Villamil, nace Medardo Ángel, hijo
único, de piel de ébano, nariz muy ancha y boca gruesa, según sus fotografías de infante.
Nace en la calle Bolívar, llamada también Víctor Manuel Rendón y es su padrino de confirmación el señor Antenor Silva,
su primo.
En 1902, muere su padre en el asilo de tuberculosos, deja un modesto capital de su trabajo de afinador de pianos y con
esto, su madre compra una casa de madera, de un piso, en el callejón del Cementerio (hoy Arenas).
Silva, triste (sin padre), pobre, endeble, ve todos los días, desde su hamaca, el paso de las carrozas al cementerio. Y desde
niño, oye repetir que es hijo de un hombre rubio, nieto de un músico español, que por Rodas y Moreira, españoles de
ancestro árabe, es blanco por los cuatro costados.
Las primeras nociones escolares, por ser niño tímido, Silva aprende en su casa a los cinco años, y un año después, en
1904, ingresa a la Escuela de la Filantrópica, muy cerca de su casa. De la escuela viene muchos días bañado en lágrimas,
pues sus compañeros lo tratan de mulato (Abel R. Castillo, Medardo Ángel Silva, p.11).
Su tío, Arsenio Silva, era plomero y gasfitero; todos sus amigos de infancia fueron músicos de la más honda extracción
popular y menor que la de él: Fermín Silva, Gregorio Martínez, Pedro Avilés y Nicolás Mestanza.
De niño se le vaticinaba que sería músico y literato, pues recitaba poemas de Olmedo y recibía clases de piano de D.
Toribio Sierra; a los ocho años hizo sus primeros versos y los recitó delante de sus cuatro amigos, luego hizo otros y le
propuso a su primo Fermín hacer una ópera lírica para niños.
El drama de la abuela paterna mulata Ciriaca Valdez Regatto fue siempre un mito para Medardo. Inconscientemente, se
juntó a niños de ébano, para él sentirse superior por su inteligencia, sólo con ellos sus ojos posaban tranquilos.
232 RINCONES QUE CANTAN
Según propia confesión, Silva fue mal escolar, se pasaba contemplando gorriones, insectos y moscas, adoraba al sol, reía
con la presencia del monaguillo y a los once años, en sexto grado, hizo sus primeros versos de amor y sus primeros
cantos eróticos “que motivan insomnios y producen ojeras” (1909).
Cursó en el Vicente Rocafuerte de 1909 a 1915, pero parece que hizo tres veces el primer año (1909 a 1912), pues al
finalizar segundo año, en 1913, obtuvo diplomas de historia y geografía.
Molestina se había olvidado del triple ancestro africano de su abuela Francisca Roca Rodríguez, era el típico vividor,
ambivalente, dedicaba sus versos según conveniencias: a la sociedad guayaquileña, al zambo D. Tomás Martínez, a Luis
Vargas Torres (rojo–liberal), al Presidente Cordero o al Gral. Salazar. Le interesaba sólo mantener su empleo en la aduana y
atacaba también movido por sus afectos y quizás por dinero: lo hizo contra los Chapules y contra el Dr. Manuel Ignacio
Neira, más tarde contra Caamaño y contra el Dr. Cordero. Hasta viejo se entusiasmaba ante cualquier dama y era
disparado enemigo de la inmigración china y turca. (Pérez, Diccionario Biográfico I: 329).
Pero lo curioso es que las obras poéticas de Molestina se agotaban, al igual las entradas a los dramas y melodramas
compuestos por él. Es que era un poeta para el gusto popular, que se amañó a él, sin buscar su progreso. Era poeta tan
malo, según los demuestran estos versos:
Fernando Jurado Noboa 233
Ágil y alegre
vuela el jilguero
siempre parlero
por el rosal;
así Pepito
vas por el mundo
siempre jocundo
digno y social.
Mientras el Teatro Olmedo de Guayaquil se llenaba, de 1901 a 1903, con sus dramas de poetastro, Guayaquil de fondo
gestaba sus primeros poetas modernistas. Mientras la genialidad de Silva iba creciendo, Guayaquil caía embelesada por
la cursilería molestiniana. Hasta ahora no ha sido estudiada su fatídica influencia en el Guayaquil de 1876 a 1922, cerca
de medio siglo.
En 1910, a los doce años de edad, mientras Molestina se burla de los zambos con melena, Silva, el Zambo Silva, con toda
la insurgencia de la pubertad, decide dejarse la melena, lo cual le traerá grave conflicto cinco años más tarde.
Era una lucha, entre el identificarse como zambo, el echar el guante en la cara de Molestina, el arrojar el palo a la
mediocridad de arriba o de abajo y el buscar figuración, el llamar la atención, “el ser él”.
Lee incansablemente y pronto debe usar lentes, aprende latín, francés e italiano, para leer los clásicos en su propia lengua.
Mientras tanto, en el año escolar tercero (1913–1914) es suspenso en el examen de retórica y poética, Silva, quien será
pronto el mayor estro del país.
234 RINCONES QUE CANTAN
Tarda algo en reponerse y en febrero y abril de 1914, escribe a Quito, a Isaac J. Barrera, enviándole dos colaboraciones.
Ha salido el Silva medieval, castellano y noble, cree que para escribir a Quito debe figurar y no era tan absurdo, pues
Rubén Darío hizo lo mismo: sentirse un príncipe azul para olvidar el raudal indígena de Nicaragua.
En 1913, iba todas las noches a la Galería del circo Cono Proyector, a ver el ballet de Dora Carr. Escribía entonces:
Barrera tampoco le hace caso, por lo que, valido de la amistad de su madre con los Castillo, hasta hacía dieciocho años
atrás, es presentado a Manuel Eduardo Castillo, en 1914, y por éste a Falconí Villagómez. Empieza así a asistir a las
tertulias del entresuelo del diario El Telégrafo en la calle Aguirre, en cuya pianola, Silva ejecutó numerosas piezas hasta
1919.
El 15 de octubre de 1914, (tenía dieciséis años) firma su poema Paisaje de leyenda y consigue que el generoso José
Buenaventura Navas lo publique en la revista Juan Montalvo. En diciembre aparece su segundo poema, de tema
mitológico como el anterior. Dedica dos sonetos a Navas, que éste no los publica y que, a más de hermosos, delatan la
tragedia del zambo de dieciséis años:
En la misma revista hará luego de crítico, ensayista y de redactor de notas bibliográficas (1915–1916).
1915 fue un año clave: en marzo terminó la primera parte de su educación (hasta cuarto curso) y empezó Filosofía. En
la clase de Historia, del Dr. Pedro José Huerta, fue sacado del aula por usar melena y decidió no volver más al colegio.
Silva, su madre y su abuela vivían de una renta que producía el dinero que doña Mariana tenía depositado donde Manuel
Pereira. La renta era escasa y la madre lo puso de aprendiz de imprenta, como castigo por su rebeldía.
Fernando Jurado Noboa 235
Hacia la cima
Solía dedicar unas horas a la música, como miembro de una banda juvenil, pero curiosamente el golpe estudiantil lo
hizo en el mismo año empezar El árbol del bien y del mal, que le tomó dos años, fue entonces que empezó a usar el
seudónimo de “Jean D’Agreve”.
En enero de 1915 apareció su estudio sobre Arturo Borja, otro gran poeta suicida. Por entonces hizo el poema Ojos
africanos dedicados a una modesta empleada de almacén. De nuevo el grito de la sangre.
El mismo año 1915, María Piedad Castillo, venida de París, le abre las páginas literarias del diario El Telégrafo para que
colaborara en él. En Holocausto de primavera vuelve a hablar de la inmolación:
Datan de 1915 sus primeras colaboraciones en Respetable público y en el temible periódico El Guante rival de El
Telégrafo.
En 1916 empezó a colaborar en Renacimiento, hizo varias de sus Estaciones y oyó interpretar, al músico peruano Daniel
Alomía Robles, varias “melodías incásicas” que le inspiraron sus “melodías quechuas” que las tocó luego al piano en diario
El Telégrafo.
De enero de 1916 data la presentación que le hiciera en Anarkos, el colombiano Próspero Salcedo, que escribió “Hay algo
de grave en la vida de Silva: es pobre, muy pobre”. Desde julio fue jefe de redacción de Renacimiento.
El año 1917, al dejar los estudios secundarios, entró a trabajar como profesor de la escuela fiscal diurna Nº 11 en
Escobedo y Bolívar, esquina, con sesenta sucres mensuales. Un mes después, en mayo, para asistir a la presentación de
la bailarina rusa Ana Pavlova en el Olmedo, como periodista, obtuvo un smoking prestado, que le quedó muy grande y
lució “mamarracho”, en palabras de Rodolfo Pérez.
Mientras tanto, el mismo año surgía el vanguardismo de Hugo Mayo, contra los modernistas, es decir, contra Silva y su
grupo. Es cierto que el modernismo nos había llegado tarde, pero fue otro golpe para el poeta.
Aún solitario este año, el ciego Alfredo Espinosa Tamayo dijo: “vivía como Job herido por un mal espantoso: el joven
solitario”.
236 RINCONES QUE CANTAN
El párroco de San Agustín le daba, por entonces, clases de idiomas y de música clásica, que ejecutaba en el pequeño
órgano del templo y en el que también tocaba Silva.
Por entonces empezó a asistir a fiestas de clase media, en las cuales se pasaba cruzado los brazos, detrás de los sillones,
mascullando en silencio su rabia y su complejo de mulato.
Mientras Arturo Borja encontró su pitonisa real, a Ernesto Noboa se le fue de las manos y Humberto Fierro tardó en
encontrarla, Silva murió sin haberla encontrado. Ya en 1915 contaba su soledad y disfrazaba su color: pintándose a sí
mismo.
Las bailarinas le apasionaban, simbolizaban, quizás, todo lo voluble de su inmadurez: a fines de 1917 dedicó a la excén-
trica gitana española Tórtola Valencia, su poema Danza oriental.
En este tiempo y en Renacimiento publicó cuatro bellos poemas en prosa, con una inspiración muy oriental, de Kayan
o de Tagore, en la cual se escondía lo que quería ser: un oriental, no un africano.
Su mundo social empezó a abrirse con las amistades de Wenceslao Pareja, Eduardo Molestina, Aurelio Falconí, y Adolfo
Hidalgo Nevares, entre otros.
A los diecinueve años, Silva se siente de los mejores poetas del Ecuador, increíblemente y como característica de su
genio, no es competitivo, admira a Borja, a Fierro, a Noboa y a Pareja, como también al gran Tuerto Calle, consciente-
mente dice que el joven literato debe “resignarse a ser una esperanza vitalicia” pero en el fondo no es así, él está llegan-
do al cenit.
Mantenía ya correspondencia con lo más granado de América: Alfonsina Storni, el argentino Manuel Gálvez, el peruano
Abraham Valdelomar, etcétera.
En mayo de 1917, en el homenaje a Nicolás A. González, leyó un pequeño discurso. En Patria, de julio del 17, apareció
su poema oriental Las niponas. Patria la dirigía Carlos Noboa Ledesma, allí Medardo fue redactor, jefe de redacción y
luego encargado de la dirección. Fue parte de ella año y medio, hasta fines de 1918, en que Noboa lo separó, pues lo
estaba sepultando. Noboa lo llamaría por la prensa, rebelde y egoísta, lo cual era verdad y le endilga esto, que al poeta
debió mortificarlo:
Fernando Jurado Noboa 237
A pesar de las frases, Silva buscó una reconciliación con Noboa, a quien quizás necesitaba. ¡Pobreza!
Lo que sí, en diciembre de 1917, se suicida el comerciante Pereira por una quiebra económica, por lo que la madre del
poeta se queda en soletas. Pereira era una especie de símbolo paternal y se había suicidado.
La cúspide
1918 fue, sin duda, el año cúspide del poeta, el de los veinte años, festeja su cumpleaños en febrero, editando su único
libro El árbol del bien y del mal, de 98 páginas, de modestísima edición, que le costó cien sucres, es decir, el valor de dos
sueldos.
Los dejó en una librería, donde no se vendió ni uno solo, retiró los setenta ejemplares y los quemó, quejándose de que
mejor se hubiera hecho un traje.
Nada hacía presumir que 1918 sería su mejor año y que estuviera apenas a uno de su muerte.
En este año elaboró su poemario Trompetas de oro que sólo apareció al público cuarenta y cinco años después; por esta
misma época era líder de la generación modernista en Guayaquil, tocaba piano, charlaba alegremente y solía fumar opio
de manera discreta.
A través del opio, Silva buscaba la euforia, pues en el fondo era un niño triste y su alegría era simplemente la máscara
amarga que ocultaba el desdén de sí mismo y el desdén por la vida.
Por eso, a pesar de ser su año clímax, en el mismo año inició su diálogo con la muerte, a la que llamaba su “Hermana
tornera”.
Dentro de todo este conflictivo engranaje, el poeta se había enamorado de Rosa Amada Villegas Morán, su vecina, que
tenía catorce años y vivía en Morro entre Bolívar y Quispe. Sus respectivas madres eran amigas y por allí vino el
conocimiento. Su mejor biógrafo, Abel Romeo Castillo, opina que el poeta se demoró un año en lanzarse al agua, piscina
en la que finalmente naufragó.
Y no podían faltar por supuesto, las urgencias genésicas, en su casa vivía una muchacha agraciada, Ángela Carrión
Vallejo, a quien criaba la Sra. Rodas, por encargo de unas monjas.
La atracción fue violenta, un año más tarde nació María Mercedes Silva Carrión (1919 a 9–VIII–1981) reconocida
siempre por sus familiares, como hija del poeta (ver Revista Estrellas, enero 1965).
La oda La investidura se nota que fue hecha bajo el efecto del opio, la descripción de la selva, corresponde a un estado
de supraexcitación.
238 RINCONES QUE CANTAN
Era tan recóndita y tan vacía la vida sentimental de Silva, que a ninguna mujer en particular dedica ninguno de los
poemas del Árbol del bien y del mal, sino que los dedica a más de media docena de amigos varones.
Ante este primer libro, otro gran poeta el quiteño Luis Aníbal Sánchez escribió que el alma de Silva era “dulce,
vehemente, orgullosa, erótica, ferviente, fría y sutil” y que para la muerte “dulce y seductora, tiene Ud. un elogio y una
sonrisa” (Revista La Idea, N° 9, p.121, Quito, julio 1918).
Mientras su madurez afectiva es tan pobre, la literaria ha llegado tan alto, que este año Silva aboga por el esplendor de
nuestras raíces indígenas: “Nuestro pasado es palenke, utlatán, imbaya y la antigua Quito–Bolívar supera mil veces al
deiforme Aquiles”. Lástima la ausencia consciente de lo africano.
Todas las noches asistía al Centro Musical Sucre donde se reunía con sus amigos de infancia y se dio tiempo para
escribir entonces una novela campesina y cuatro cuentos.
Desde principios de este año se dio el idilio real del poeta y la joven Villegas. El idilio fue corto, los padres se enteraron
que Silva se inyectaba y convencieron a la niña de que cortara la relación.
Llamé a tu corazón
Llamé a tu corazón y no me has respondido
pedí a drogas fatales sus mentiras piadosas;
en vano…contra ti nada pudo el olvido
he de seguir de esclavo de tus plantas gloriosas
sino que en mi vigilia la imagen de la muerte,
y del Werther, el germano, el recuerdo suicida…
¡Y todo inútilmente! el temor de perderte,
siempre ha podido más que mi horror a la vida.
Más tarde Nicasio Safadi, Carlos Silva Pareja y Francisco Paredes Herrera habrían de convertir en pasillos varios de sus
poemas.
“Él dijo que me amaba, tendría yo entonces entre catorce y quince años, muy joven, escasa experiencia, fácilmente sugestionable.
Fuimos enamorados corto tiempo; si yo lo hubiera amado realmente jamás habría sido feliz a su lado… Se inyectaba, pude intuir
con la ayuda de mis padres de lo que se trataba. Decidí terminar tales relaciones. Él insistió muchas veces en reanudar aquello.
Me lesiona tratar (el asunto de Alma en los labios). Esa letra me la envió después de haber terminado nuestro enamoramiento, él
insistió constantemente; era un manuscrito en tinta roja.”
(Maví, “El amor de dos poetas”, Vistazo nº 244, Guayaquil, septiembre 1977).
Fernando Jurado Noboa 239
Quienes conocieron al poeta dan cuenta de su anticuada costumbre de usar saco de casimir negro, pantalones de
fantasía, corbata de rayas y sombrero de paño, cuando ya muchísimos usaban el traje blanco. Sus lentes tenían adjunta
una larga cinta negra fileteada de blanco, era como que todo él se preparaba desde años ya a morir. Sus lentes fueron
obsequio de Valdelomar.
En el último año de su vida asistía con Cyrano Tama Paz y con Adolfo Simmons a las reuniones bohemias del restaurant
El Búho; justamente, en 1919, Silva pidió a Tama que ilustrara con alguna caricatura su soneto La muerte enmascarada.
Data también de entonces su amistad con el adolescente, de diecisiete años, J. J. Pino de Ycaza. Por sus amistades, Silva
bordeaba ya la clase alta de su ciudad.
En igual época, su personal amigo, don José Abel Castillo le invitó a convertirse en el primer comentarista del diario El
Telégrafo, posición muy alta para un joven de veinte años.
Había, hasta entonces, dirigido dos revistas y publicado en catorce revistas del país y en siete periódicos.
Poco antes de morir, Silva se dio cuenta de que buena parte de la clase alta del puerto había aprendido a admirarlo, lo
constató cuando Castillo lo obligó a asistir a la inauguración de un club, a la que Silva fue con el smoking de Manuel E.
Castillo, ya que se había negado a hacerse uno nuevo.
Abel Romeo Castillo encuentra con razón cuatro causales para el final del poeta, de las cuales dos se centran en una: el
color de su piel y la incomprensión del medio, lo cual indudablemente era producto de lo primero. La obsesión del más
allá (como tercer factor), era la búsqueda apasionada del fin, porque la vida no tenía razón y en cuanto al cuarto fac-
tor, la frustración amorosa era producto de su toxicomanía y esta de su desambientación.
Me desespera la miseria,
me ofende el color.
Miseria y color lo llevaron a la autodestrucción.
A las ocho y media de la noche del 10 de junio de 1919, Silva llegó algo turbado a la casa de su semi enamorada,
minutos antes había vaciado el revólver en su casa y le había puesto una sola cápsula.
Después de unos minutos de charla con la chiquilla y con la madre, pidió permiso a la señora para hablar a solas con
Rosa Amada. En la sala, él le indicó dónde debía sentarse, les separaba una poltrona, Silva le dijo cuatro veces “Acércate
más y atiéndeme cinco minutos” y ya era la cuarta insistencia y cuando ella se disponía a acercarse se oyó una
detonación.
El poeta había muerto…
Tomado de: Fernando Jurado Noboa, El Negro en la Historia, Quito, Ediciones SAG e Instituto Afroecuatoriano, p. 201-209
A
Fernando Jurado Noboa 241
ANEXO
Primero el del pasillo que, datado su origen a finales del 1870 aproximadamente, tiene su momento máximo de eclosión
entre 1906 y 1952.
Luego el de las estudiantinas que tienen su auge en Quito entre 1888 y 1950, y cuyo desaparición coincide con lo que
podría llamarse “la primera crisis del pasillo”.
Finalmente, la presencia de la Generación de los Decapitados cuya obra se extiende de 1905 – 1930 señala un momento
de gran importancia en la vida cultural de la ciudad.
Muy pronto se disolvió y sus integrantes pasaron a formar la Santa Cecilia y luego fueron profesores de la estudiantina
Buena Esperanza.
Manuel Cortés Riofrío fue quiteño, nacido por 1860, fue profesor privado en la ciudad desde 1890, dejó escritos métodos
de guitarra, de bandurria y de bandolín, también fue un virtuoso del violín, la mandolina y el bandolón. A Alfaro le
encantaba su música y asistía de continuo a la casa presidencial de la Chile en los gobiernos de Plaza y de Baquerizo
Moreno. El presidente Tamayo no le llamó jamás a su casa, pues era muy poco afecto a la música. El escritor Andrade
Coello propugnaba una honrosa jubilación para él en El Comercio de Quito del 17 de enero de 1922. Fue padre del también
músico Augusto Cortés, alias el Negro.
Fernando Jurado Noboa 243
Directores de la Lira fueron: Sixto María Durán Cárdenas, Fidella, Víctor Salgado y Miguel Muñoz, quienes lograron que
llegaran también a interpretar música clásica.
En sus primeros años también fueron parte de la Lira los señores Humberto Dorado Pólit y Reinaldo Villacrés.
En 1924, la Lira Quiteña obtuvo la Lira de Oro en un concurso realizado en el Teatro Popular, ganandole la estudiantina
Clavel Rojo. Enseguida se presentaron en varios locales de Guayaquil, en unión del dúo de Miguel Ángel Casares y
Humberto Dorado Pólit, recibiendo, en julio de 1925, un trofeo otorgado por el centro musical Medardo Ángel Silva. A
su regreso a Quito pararon unos días en Riobamba, donde actuaron en unión de Rubén Uquillas, que se sumó al dúo
Dorado–Casares.
En 1928, la Lira se presentó a orillas del Lago San Pablo, con motivo de la visita del presidente Ayora a Imbabura.
El 24 de julio de 1929, la Lira ganó un concurso en el Teatro Sucre, luego de una presentación dirigida por Reinaldo
Sarzosa.
En 1933, cuando la Lira viajó a Cuenca, a las fiestas de la coronación de la Virgen del Rosario, estaba integrada por Víctor
Salgado, alias Cachullapi, como Director; los bandolines de José Miguel Palacios y Alfredo Molina, Ñato; la bandola
ejecutada por César Guerrero, alias Pastuso; Pablo Rosero, el tiple; la guitarra, por Sergio Balladares y Luis Zambrano
Salazar, Gordito, en el guitarrón.
Mecenas de la Lira fue el conocido abogado Dr. Rafael Arteta García, el Compadre Arteta, asiduo e infaltable visitante,
todos los domingos, de los juegos de “pelota de guante” en el parque de El Ejido. Alma de esta agrupación fue el popular
Reinaldo Suárez, alias Petito, quien nació en Guápulo, por 1868, su padre fue nativo de Cumbayá y era un hombre experto
en hacer asustar a la gente en el sitio de los Dos Puentes, en Guápulo, donde solía esconderse detrás de una piedra.
Familia privilegiada la de estos guapulenses, los cuatro hermanos fueron músicos y formaron la conocida Orquesta de
los Hermanos Petos que tocaban flauta, violín, clarinete y armonio. Muertos todos hacia 1930, sólo quedó una sobrina
artista que, aún en 1957, tocaba el piano en la capilla de la Virgen de Fátima, en la novísima ciudadela de Las Casas.
Reinaldo fue uno de los típicos personajes de la ciudad, siendo de origen netamente popular, adoptó la vestimenta de
los chullas de la clase media: le molestaba su color moreno y se ponía polvo blanco en la cara, tenía el pelo lacio, la cara
redonda, los ojos negros y la nariz recta. Usaba siempre jacquet con una flor soberana en la solapa, pantalón de fantasía a
rayas, sombrero hongo, zapatos franceses y bastón con puño de oro. Pero, le faltaba la sal, tan típica de la ciudad, no
podía sostener las burlas que le hacían los verdaderos chullas que le apodaban Peto, cuando oía este nombre, decía:
– No me digan Peto, por favor, soy Reinaldo Suárez su servidor.
Y, los chullas le contestaban:
– Callá chulla falso, ¿dónde has oído que en Guápulo hay chullas? a que escarmientes, no te vamos a decir Peto, sino
Petito. Además, no eres mujeriego, por lo tanto eres falso doblemente.
En realidad, y a pesar de ser asediado por las mujeres, jamás se le conoció una pareja sentimental. Él se defendía diciendo:
“No quiero perder mi voz tan deliciosa por casarme” y ponía varios ejemplos de músicos que se afectaban seriamente
con el matrimonio.
Al menos desde 1890 fue maestro de canto en las escuelas de la ciudad, asunto revolucionario, pues en esas época sólo
se enseñaba el Himno Nacional. En septiembre de 1895 era profesor en la Escuela de los Hermanos Cristianos. Al entrar
el General Alfaro en Quito, el Ministerio de Instrucción dispuso que los alumnos recibieran jubilosamente al General en
la plaza de Santo Domingo, los hermanos se negaron y contaron inmediatamente con la desconfianza del nuevo
gobierno.
La Escuela Sucre siempre contrataba a Reinaldo Suárez para los exámenes finales, para que este se luciera con los niños
en el Himno Nacional.
Fue también instructor de las bandas del Ejército y fue muchas veces figura popular en las plazas de la ciudad,
dirigiendo la batuta los 24 de Mayo o los 10 de Agosto. En las fiestas de julio en el Carmen Bajo, era el tenor, siendo
acompañado en el órgano por el anciano maestro David Ramos Castilla.
Suárez fue el conocido Maestro de Capilla de la Iglesia del Sagrario en Quito, donde actuaba siempre los jueves y los
domingos en las horas de exposición del Santísimo. El y sus hermanos intervenían en las misas de difuntos de los socios
de la Sociedad Funeraria Nacional y que se efectuaban en el Sagrario.
Fernando Jurado Noboa 245
Suárez fue, además, el músico privado de muchas familias quiteñas, tal como los Chiriboga Ordóñez, a cuya casa de la
calle Espejo concurrió muchísimas veces, entre 1910 y 1919, por lo menos. Vivió, por años, muy cerca, en la calle
Guayaquil entre Espejo y Sucre, al lado de la popular Casa López.
En 1931, participaron De la Torre, Rosero y Cruz en la Feria Internacional, con el Barbero de Sevilla y con varias piezas
nacionales. Estas últimas gustaron más al público que la primera.
Reinaldo Sarzosa Suárez nació en San Roque en 1890, fue largos años músico militar, tocaba redoblante, pistón, bombo
y bandolín. Los miembros fundadores de la estudiantina fueron Ezequiel Vargas Torres; Sergio y Colón Mejía Aguirre;
Manuel Cobo; Ezequiel Espín; Carlos Ojeda; Rafael Salas, autor del famoso Ay no se puede; Rafael Molina, alias el
Capisanto Panadero; Rafael Suárez, alias Caspucho, ex miembro de la Lira Quiteña. Sarzosa formó posteriormente nume-
rosas estudiantinas, como lo veremos.
En 1931, era una de las diez estudiantinas de Quito y una de las más conocidas; en este año fue premiada en la Feria
Internacional de Muestras. En 1934, participó en el concurso realizado en el Teatro Sucre con el sexteto de Lucía de
Lammenmour y la ópera de Gaetano Donizzetti, pero ganó el primer premio la Santa Cecilia.
Hacia 1936, pasó a ser su cuarto director el afamado maestro Marco Tulio Hidrovo, en ese entonces, y por muy largos
años, la integraban: Segundo Salazar, César Villafuerte y Renán Sarzosa en los bandolines; Alfredo Miño y Nicanor
Sarzosa en las bandolas; en las guitarras Alfonso Pérez, Segundo Pérez y Eduardo Pavón. Ricardo Dávila Egas fue también
parte de esta estudiantina.
El grupo consiguió dos premios importantes, obtenidos luego de una ardua preparación a cargo de don Reinaldo
Sarzosa: uno por el pasodoble Ecuador y otro por el pasillo No me dejes solo.
246 RINCONES QUE CANTAN
En 1931, al realizarse la I Feria Internacional de Muestras en el Coliseo de San Blas (luego Biblioteca Nacional) ganaron
el primer premio en lid con la estudiantina del Centro Obrero Musical y con el Oratorio Festivo de La Tola.
Desde 1934, se contó con el cantante Salomón Rosero.
En octubre de 1940 se hizo un nutrido programa por el aniversario de la estudiantina, poco después se dio una polémica entre
el Hermano Carlos y el señor Ricardo Quevedo, terminando la vida del Círculo, del grupo dramático y de la estudiantina.
Varios de sus miembros provenían de la estudiantina Centenario, que se lució en Quito en el año de 1922.
Asunto muy especial de este grupo es que todos sus instrumentos fueron elaborados por Eduardo Didonato, notable
artesano y artista, profesor de flauta en el conservatorio.
Contando con la ayuda del maestro Víctor Paredes, el Ñato, también interpretaron música clásica, sobre todo de
Schubert y de Beethoven. Paredes les preparó durante siete meses, tres veces a la semana.
La estudiantina se presentó en el Teatro Sucre, en el concurso realizado por el Cabildo en 1934. Se inscribieron ocho
grupos, entre ellos la Lira Quiteña, la Ecuador, la Independencia y el cuarteto Quito. La Santa Cecilia ejecutó el primer
tiempo de la Quinta Sinfonía de Beethoven y ganaron el primer puesto, con cuatrocientos sucres de premio.
Posteriormente, y con el director de la Escuela Simón Bolívar, don Luis Almeida, hicieron varias presentaciones en el
Conservatorio de Guayaquil y fueron felicitados por Pedro Traversari. A su regreso, se presentaron en Riobamba y luego,
por intermedio de la Universidad Llamarada, lo hicieron en Latacunga.
En noviembre de 1949, al cumplir sus veinticinco años de vida, el alcalde Chiriboga Villagómez les dio pergamino y
medalla y facilitó dos presentaciones en el teatro de la Escuela Espejo.
En 1956, integraban la estudiantina: Humberto Bermúdez, director; José M. Palacios y César Jijón, el primero de los anti-
guos integrantes de la Lira Quiteña, en los bandolines; Abelardo Almeida en la bandola; Luis Morales y Jorge Ruiz en las
guitarras y en el guitarrón bajo, Rafael Almeida.
Bermúdez preparó en su casa un salón dedicado a los atriles de sus compañeros para que sea el sitio de reunión de la
estudiantina, conjunto que se caracterizó por su enorme disciplina, lo que permitió que alcanzara los cuarenta años de
vida. En esa sala se guardaba, además, el archivo de la Santa Cecilia.
En la misma iglesia y convento de Santo Domingo, Sarzosa organizó la Estudiantina de la Sociedad de Canterones con
Segundo y Manuel Ambas, José Guachamín, Rafael Salcedo y Enrique Sánchez, todos indígenas.
Luego construyeron un salón y un pequeño teatro dentro del convento de San Francisco, cortando árboles en el bosque
de San Diego. Los primeros socios, todos vecinos de El Tejar, fueron Aníbal Jácome Narváez; Bernardo Echeverría Ruiz;
quien fuera su director; Julio Espín; Esteban Navarro, que luego se pasó al grupo Alma Latina; y Luis Betancourt.
Su primera presentación fue en diciembre de 1935, en la iglesia de Guápulo, merced al empeño de Echeverría.
Luego entró un año en receso. En 1936 se disolvió la estudiantina de la Falange Mercedaria, cuyos miembros solicita-
ron su ingreso a la Antoniana. Fue elegido director Luis Maldonado, pero tuvieron problemas, empezando porque saca-
ban los instrumentos para serenos particulares. Echeverría mandó a hacer nuevos con Vicente Sánchez, pero finalmen-
te se desorganizó tras apenas unos tres años de vida.
Dávila contó con la ayuda del maestro Víctor Salgado, Cachullapi. Los músicos fundadores fueron Ricardo Dávila en el
primer bandolín; César Villafuerte en el segundo bandolín; Carlos López en la bandola; en las guitarras, los señores
Rodolfo Fonseca, Alberto Zaldumbide y N. Zambrano; como violinista, Enrique Medina.
Profesores de esta estudiantina fueron los antiguos jóvenes que formaron la estudiantina Centenario en 1922.
En veinte años de vida, la estudiantina, cambió varias veces de personal, hacia 1943 constaban como sus integrantes:
Abelardo Almeida, Luis Aníbal Dávila, gran guitarrista, Segundo Larco, César Ledesma, Jorge Terán, César Villafuerte, Luis
Alberto Zaldumbide.
Hacia 1950 se integró finalmente con Carlos Manuel Cando, director y primer bandolín, venido de otra estudiantina;
Arturo Hidalgo, segundo bandolín; Néstor Pérez, miembro de otro grupo, en el tercer bandolín; en las guitarras Julio
Espín, Carlos Enrique Parra, Carlos Suárez y Juan Trujillo. Los instrumentos de este grupo fueron también obra de don
Eduardo Didonato.
Fernando Jurado Noboa 249
Sus socios fueron Néstor Pérez, alias Perro Flaco; Arturo Hidalgo, alias Chulla Pulmón; Carlos Enrique Parra; Aníbal
Jácome Narváez; Esteban Navarro.
Eran músicos que interpretaban las piezas simplemente de oído. El señor Cando nació en la casa ubicada en carrera
Mejía 1088, en la parte alta de ésta, tocaba flauta, guitarra y bandolín. Jácome fue muy miope de nacimiento, luego
quedó completamente ciego; tocaba guitarra, bandolín y piano; siempre fue persona muy pobre y devota; además, muy
hábil en la confección de casitas e iglesias minúsculas para adorno de los nacimientos navideños.
Otra obra de Sarzosa fue la estudiantina Club Quito Comercial y Obrero con los siguientes miembros: Víctor Betancourt,
Gualberto Carrera, César Ledesma, Segundo Reasco, Ricardo Vergara.
En 1931, había una llamada del Oratorio Festivo, participó en dicho año en la Feria Internacional de Muestras.
Sabemos de la existencia de la estudiantina llamada “De la Dolorosa del Colegio”, que participó en un concurso en los
años 40, junto con la Buena Esperanza.
G
Fernando Jurado Noboa 251
GLOSARIO
Arirumba. Del Quichua Ariruma. Sustantivo. Bot. Chlidantus fragans.
Ayes. Sustantivo. De la interjección ¡ay!, también ¡ayayay!, usada para expresar diversos estados de ánimo
especialmente aflicción o dolor.
Buenamoza. Por buena moza, “dicho de una mujer apuesta, de buena presencia o bien parecida. Susana Cordero,
Diccionario del uso correcto del Español en el Ecuador, Ariel, 2004
Cachullapi. Del Quichua cachu, cacho y llapina, estrujar, aplastar. Baile serrano popular del Ecuador, muy animado y alegre.
Capariche. Ecuat. De origen Quichua. Barredor de calles, trabajador municipal en el aseo de calles. U
Carajo. Interjección. Expresa disgusto, rechazo, sorpresa, asombro.
Caray. Interjección ¡Cararamba! con que se denota extrañeza o enfado.
Cariucho. De origen Quichua. Guiso de carnes y papas con ají.
Chamiza. De chamizo. Hierba silvestre y medicinal de la familia de las gramíneas. Leña menuda que sirve para los hornos.
Champús. Ecuador, Colombia. Bebida preparada con maíz cocido, azúcar y panela y jugo de naranjilla.
Chinguero. De chinguero. El que tiene por su cuenta un pequeño puesto de venta, garito.
Chulla. Ecuat. Persona de clase media. 2. Persona ordinaria, sin educación ni refinamiento. 3. persona que presume mejor
condición siendo de origen modesto. 4. Simulador de cualidades, afectado, audaz, embustero, como se hace regencia en
el libro El chulla Romero y Flores.
Chulquero. Del Quichua chulku, préstamo, usuario de dinero. Prestamista informal de dinero.
Elé. Interjección. Manifiesta sentimiento, a veces irónico, a algo o alguien.
Imbaya. Topónimo Quichua. Ecuador. Relativo a la zona que actualmente corresponde a la provincia de Imbabura.
Mamero. Fam. Relativo a los hombres que siguen dependiendo de sus madres.
Naides. Deformación fonética en lugar de nadie.
Palla. Quichua. Idia noble.
Pasillero. Ecuat. Intérprete de pasillos.
Pendejo. Fig. y fam. Hombre cobarde y pusilánime.
Picarón. De pícaro. Bajo, ruin, falto de honra y vergüenza. 2. Astuto, taimado. 3. Fig. Dañoso y malicioso en su línea. 4.
Tipo de persona descarada, traviesa, bufona que figura en las obras de la literatura española.
Pisatambos.
Pispitilla. De pilla. Ecuat. Mujer de vida ligera.
Púchicas o púchica. Interjección. Expresa sorpresa o disgusto
Rumbosidad. De rumbo, rumboso. Adjetivo. Pomposo, magnífico. 2. Desprendido, dadivoso.
Fuentes
Cordero, Susana. Diccionario del uso correcto del español en el Ecuador, Quito, Grupo editorial Planeta, 2004.
Diccionario de la Lengua Española, Madrid, editorial Espasa-Calpe, 1970.
Grimm, Juan. La lengua Quichua. Dialecto de la República del Ecuador, Fiburgo de Brisgovia, B. Herder librero-editor pontificio, 1896.
Moreno, Mauel. Diccionario etimológico y comparado del Kichua del Ecuador, Tomo I, Cuenca, Casa de la Cultura, Núcleo
del Cuenca, 1955.
Fernando Jurado Noboa 253
ÍNDICE ONOMÁSTICO
Adoum, Jorge Enrique 185 Chaves Reyes, Fernando 37, 208
Martínez, Gerardo Albán 37 Chaves, Antonio 45
Albán Mosquera, Ernesto 139 Chávez Bucheli, Carlos 59, 60
Albán Zúñiga, Augusto 72 Chávez González, Rodrigo 86
Albornoz Viteri, Eduardo 72, 137, 139 Chávez Orbe, Virgilio 61, 100, 149
Alemán Fierro, Hugo 166, 202, 205, 207, 228, 229 Chiriboga, Ernesto 37, 208
Almeida Urrutia, Gonzalo 86 Cordero y León, Gregorio 86
Álvarez Henao, Enrique 116, 117, 123 Córdova Arboleda, Enrique 46
Alzamora Vela, Gerardo 145 Córdova, Aparicio 46, 101
Alzuro Espinosa, Emilio 202. 219, 224 Cortés, Manuel Dionisio 104. 242, 243
Andrade Moscoso, Raúl 26, 107, 129, 195, 204, 209, 214, 218, Cortés, Vidal Moisés 101, 102, 104
222, 227, 230
Cueva Celi, Segundo 132
Araujo , Ángel Leonidas 72, 151, 152 Dalgo, José 45, 169
Araujo Chiriboga, Jorge 42, 64, 65, 73, 138 Dávalos, Benigna 99, 166, 167
Argüello Yépez, Hugo 178 Delgado Cepeda, Hugo 37
Arias Robalino, Augusto 58, 76, 105, 133, 156, 158, 175, 198, 215 Delgado, Julio Eusáo 121
Arroyo, César 105, 106, 133, 200 Delgado, Nicolás 221
Balarezo Moncayo, Pablo 37, 171, 175 Diez Paredes, Jorge 207, 226
Baquero, César 42 Domínguez Grijalva, Arcesio 117, 120
Barahona, Marco 69, 72, 73, 138 Dorado Pólit, Humberto 72, 138, 243
Barrera, Isaac 106, 130, 218 Durán, Sixto María 75, 97, 101, 144, 148, 243
Benítez Endara, Ulpiano 20, 54 Egas Miranda, José María 107, 130
Benítez Gómez, Gonzalo 37, 54, 183, 190 Endara, Carlos 131, 204, 205, 209, 226
Bonilla Chávez, Carlos 20, 149, 186 Espín Freire, Manuel María 183
Borja Martínez, Luz Elisa 137, 138, 140 Espín Yépez, Enrique 37, 182, 183,184
Borja Pérez, Arturo 26, 65, 76, 97, 106, 138, 195, 200, 202, 204, Espinosa, Luis Alfonso 178
213, 218, 219, 223, 235, 236
Falconí Pazmiño, Publio 148
Borja Pérez, Hugo 207 Fegan Pólit, Jorge 183
Brito Benavides, Carlos 66, 74, 75, 76, 77, 97, 211, 213 Fierro, Humberto 97, 107, 108, 202, 204, 218,
Caicedo, Pedro Pablo 86 222, 236
Canelos, José Ignacio 54, 57, 97, 146, 148, 187, 258 Flórez, Julio 117
Cañar, Julio César 22, 63, 69, 86 Fonseca Garzón, Galo 222
Cárdenas, Olimpo 82, 192 Freile Lasteros, María 41
Carpio, Alfredo 23, 69, 86, 171, 190 Gangotena, Cristóbal de 202, 208
Carrera Andrade, Jorge 133, 175, 227 García, Alipio 45
Carrillo, Luis Carlos 146, 247 Garzón Ubidia, Guillermo 42, 60, 61, 66, 69, 86
Casares, Miguel Ángel 26, 37, 72, 73, 97, 137, 213, 243 Granja Almeida, Segundo 63
Castillo, Abel Romeo 38, 237, 239 Granja Jijón, Inocencio 56, 57
Castillo, José Abel 239 Granja, Luis Aníbal 68, 78, 80, 87, 184
254 RINCONES QUE CANTAN
Valencia, Eladio 54
Valencia, Luis Alberto 66, 80, 99, 185, 190, 191
Vargas, Teódulo 54
Vega Carpio, Lope de 54
Veintimilla, Gonzalo de 180
Veintemilla, Víctor 80
Vera Santos, Gonzalo 69, 83
Villafañe, Carlos 66
Villavicencio, Luis 86
Villegas, Rosa Amada 109, 192, 237, 238
RINCONES QUE CANTAN.
Una Geografía Musical de Quito
VOLÚMEN I
1. Doña Petita Pontón (pasillo del siglo XIX) / Anónimo. Lidia Noboa, recopiladora. Intérprete: Lidia Novoa y Wilma
Granda. Grabación independiente.
2. Pobre barquilla mía (yaraví) / Teódulo Vargas, música y Lope de Vega, texto. Intérprete: Dúo Benítez Valencia.
Nostalgias y recuerdos: los inolvidables Benítez Valencia. Disco Granja Lp 351-0045.
3. Mapa señora (aire típico) / Inocencio Granja, música y Jorge Holguín, texto. Intérprete: Dúo Benítez Valencia.
Disco Rondador.
4. La naranja (tonada) / Carlos Chávez Bucheli, música. Intérprete: Hnos. Valencia. Disco Granja.
5. Sangre ecuatoriana (pasodoble instrumental) / Julio Cañar. Intérprete: Estudiantina Quito. Tomado de: Baños,
inspiración y poesía. Disco S-6489-Pro-12.
6. Sendas distintas (pasillo) / Jorge Araujo Chiriboga, música y texto. Intérprete: Carlota Jaramillo. Recuerdos
Inolvidables con Carlota Jaramillo y Luis A. Valencia. Ifesa CD 717-0030.
7. Tuna quiteña (pasacalle) / Leonardo Páez, música y texto. Intérprete: Dúo Benítez Valencia. Disco Granja 151-0121-
A / 7345-LAG-45.
8. Tatuaje (pasillo) / Rubén Uquillas, música y Chula Paris de Aguirre, texto. Intérprete: Los Riobambeños, Rubén y
Plutarco Uquillas. Disco RCA.
9. Sombras (pasillo) / Carlos Brito, música y Rosario Sansores, texto. Intérprete: Los Brillantes. Disco de oro de Los
Brillantes. Disco Orion Lp 330-0014.
10. Misa de doce (albazo) / Leonardo Páez, música y texto. Intérprete: Hnos. Valencia. Disco Granja. Hoguera del
sentimiento. Disco Granja Lp 12-12007.
11. Mi Panecillo querido (albazo) / Víctor de Veintemilla, música y texto. Intérprete: Hnos. Valencia. Mi Quito. Disco
Granja 12004.
12. Guayaquileño (pasacalle) / Carlos Rubira Infante, música y texto. Intérprete: Pepe Jaramillo. Cantemos a Guayaquil.
CD Fundación Filanbanco- Alcaldía de Guayaquil.
13. Reina y señora (pasacalle) / Leonardo Páez, música y texto. Intérprete: Hnos. Valencia. Disco Granja. Hoguera del
sentimiento. Disco Granja Lp 12-12007.
14. No te olvidaré (pasillo) / Carlos Amable Ortiz, música y Moisés Vidal Cortés, texto. Intérprete: Eduardo Brito.
Eduardo Brito: nuevos éxitos. Disco Onix Lp 50084.
15. A unos ojos (pasillo) / Carlos Amable Ortiz, [música] y Julio Jáuregui, texto. Intérprete: Carlota Jaramillo. Los Hits
de Carlota Jaramillo - Hnas. Mendoza Suasti - Benítez Valencia. Disco Rondador Lp10004.
16. El alma en los labios (pasillo) / Francisco Paredes Herrera, música y Medardo Ángel Silva, texto. Intérprete: Hebly
Chávez. Colección Ing. Alejandro Pro.
17. Hacia el ayer (pasacalle) / Víctor Valencia, música y Enrique Álvarez, texto. Intérprete: Consuelo Vargas. Consuelo
Vargas: pasillos. Disco Los Reales 700112.
18. Disección (pasillo) / Víctor Valencia, música y Julio Eusáo Delgado, texto. Intérprete: Bolívar Ortiz. Oye mujer:
Bolívar “Pollo” Ortiz. Disco Onix Lp 50125-B.
19. Dolencias (albazo) / Víctor Manuel Valencia, música y texto. Intérprete: Hnos. Valencia. Disco Granja 151-0123-B
/03-LAG-45.
VOLÚMEN II
1. Reír llorando (pasillo instrumental) / Carlos Amable Ortiz. Intérprete: Quinteto Sinfónico. Música Instrumental
Ecuatoriana. Disco Granja Lp 12004.
2. Invernal (pasillo) / Nicasio Safadi, música y José María Egas, texto. Intérprete: Hnos. Miño Naranjo. Invernal: Cantan
los Hnos. Miño Naranjo. Disco Onix Lp 50047.
3. Lamparilla (pasillo) / Miguel Ángel Casares, música y Luz Elisa Borja. Intérprete: Los Reales. Ecuador canta al mundo:
Los Reales. Promoway, Diario Hoy.
4. Odio y amor (pasillo de baile) / Víctor Aurelio Paredes. Intérprete: Luis Aníbal Granja y su Orquesta. Ortiz: M 1222 /
105.— Quito. [Conseción Disco Granja].
5. Ojos verdes (pasillo) / José Ignacio Canelos, música y Amado Nervo, texto. Intérprete: Luis A. Valencia. Colección de
registros: Gonzalo Benítez.
6. Ojos negros (pasillo) / Cristóbal Ojeda Dávila, música y Ángel Leonidas Araujo, texto. Dúo Benítez Valencia. Disco
Rondador 45-10071-B.
7. Al oído (pasillo) / Carlos Guerra Paredes, música y Enrique Rivadeneira, texto. Intérprete: Olga Gutiérrez. Pasillos para
enamorados: Olga Gutiérrez. Disco Onix Lp 50068.
8. Esta pena mía (pasillo) / Carlos Guerra Paredes, música y Pedro Miguel Obligado, texto. Intérprete: Los Brillantes.
Joyas de la música ecuatoriana, vol. 3. Lic. Orion 301-0106.
9. El aguacate (pasillo) / César Guerrero, música y texto. Intérprete: Olimpo Cárdenas y Julio Jaramillo. El pasillo identidad
sonora / Wilma Granda.
10. Ángel de luz (pasillo) / Benigna Dávalos, [música y letra]. Intérprete: Dúo Benítez Valencia. Disco Rondador.
11. Brumas (pasillo) / Bénigna Dávalos, J.M. Sáenz y Virgilio Sarriá, música y Antonio Toledo, texto. Intérprete: Olguita
Guevara. Ofrenda: Olguita Guevara. Disco Granja Lp 351-0002.
12. De conchas y corales (pasillo) / Leopoldo Noboa Saá, música y texto. Intérprete: Hnas. Mendoza Suasti. Disco
Granja 151-0117-B / 79-LAG-45.
13. Negra mala (pasillo) / Sergio Mejía Aguirre, música y texto. Intérprete: Dúo Strobel-Maldonado. Pasillos con los
mejores dúos. Disco Onix Lp 50289.
14. Celos (pasillo) / Víctor Hugo Arguello, música y Alfonso Espinoza, texto. Intérprete: Los Embajadores. Trío Los
Embajadores: Tierra querida. Disco Onix Lp 50080.
15. Al besar un pétalo (pasillo) / Marco Tulio Hidrobo, música y texto. Intérprete: Dúo Benítez Valencia. Disco Rondador.
16. Confesión (pasillo) / Enrique Espín Yépez, música y texto. Intérprete: Dúo Benítez Valencia. Disco Rondador.
17. Pasional (pasillo) / Enrique Espín Yépez, música y Adalbero Ortiz Quiñónez, texto . Intérprete: Dúo Valencia-
Rivadeneira. Hoguera del sentimiento. Disco Granja Lp 12-12007.
18. Subyugante (pasillo – versión instrumental) / Carlos Bonilla. Intérprete: Segundo Bautista. Junto a mi guitarra.
Colección: Alfonso Campos.
Este libro se imprimió en Noviembre de 2006, impreso por imprenta Mariscal y editado por Trama.