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Sloterdijk Adorno 29
Sloterdijk Adorno 29
una escena que viene como anillo al dedo como clave explicativa de este análisis del cinismo que
aquí emprendemos. Estaba el filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del 69, casos semejantes no
eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había algo que obligaba a una observación más exacta.
Entre los manifestantes destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador,
habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda que también ejercía la
«crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente decepcionado, sin el que apenas ninguno de los
presentes habría llegado a darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el
poder desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo. Justicia e injusticia,
verdad y mentira estaban en esta escena inseparablemente mezclados de una manera que, por lo
demás, es típica de todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades desnudas,
verdades que en la manera como se exponen encierran algo de irreal.
Allí donde los encubrimientos son constitutivos de una cultura; allí donde la vida en sociedad está
sometida a una coacción de mentira, en la expresión real de la verdad aparece un momento agresivo,
un desnudamiento que no es bienvenido. Sin embargo, el impulso hacia el desvelamiento es, a la
larga, el más fuerte. Sólo una desnudez radical y una carencia de ocultaciones de las cosas nos liberan
de la necesidad de la sospecha desconfiada. El pretender llegar a la «verdad desnuda» es uno de los
motivos de la sensibilidad desesperada que quiere rasgar el velo de los convencionalismos, las
mentiras, las abstracciones y las discreciones para acceder a la cosa. Y tal es el motivo que me mueve.
Una amalgama de cinismo, sexismo, «objetividad» y psicologismo constituye el ambiente de la
supraestructura de Occidente: el ambiente de la decadencia, un ambiente bueno para estrafalarios y
para la filosofía. [30]
La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional como un camino hacia
ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver el vicio crítico de lo mejor por amor al bien,
del que fácilmente uno se puede alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del
esfuerzo más crítico es el dejarse llevar de la manera más ingenua.
No mucho tiempo antes de que muriera Adorno, en un aula de la Universidad de Francfort tuvo lugar
una escena que viene como anillo al dedo como clave explicativa de este análisis del cinismo que
aquí emprendemos. Estaba el filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del 69, casos semejantes no
eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había algo que obligaba a una observación más exacta.
Entre los manifestantes destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador,
habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda que también ejercía la
«crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente decepcionado, sin el que apenas ninguno de los
presentes habría llegado a darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el
poder desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo. Justicia e injusticia,
verdad y mentira estaban en esta escena inseparablemente mezclados de una manera que, por lo
demás, es típica de todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades desnudas,
verdades que en la manera como se exponen encierran algo de irreal.
La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional como un camino hacia
ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver el vicio crítico de lo mejor por amor al bien,
del que fácilmente uno se puede alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del
esfuerzo más crítico es el dejarse llevar de la manera más ingenua.
Allí donde los encubrimientos son constitutivos de una cultura; allí donde la vida en sociedad está
sometida a una coacción de mentira, en la expresión real de la verdad aparece un momento agresivo,
un desnudamiento que no es bienvenido. Sin embargo, el impulso hacia el desvelamiento es, a la
larga, el más fuerte. Sólo una desnudez radical y una carencia de ocultaciones de las cosas nos liberan
de la necesidad de la sospecha desconfiada. El pretender llegar a la «verdad desnuda» es uno de los
motivos de la sensibilidad desesperada que quiere rasgar el velo de los convencionalismos, las
mentiras, las abstracciones y las discreciones para acceder a la cosa. Y tal es el motivo que me mueve.
Una amalgama de cinismo, sexismo, «objetividad» y psicologismo constituye el ambiente de la
supraestructura de Occidente: el ambiente de la decadencia, un ambiente bueno para estrafalarios y
para la filosofía. [30]
El lenguaje "se volvía extraño", y por esto mismo también el mundo cotidiano se convertía
súbitamente en algo extraño, con lo que no está uno familiarizado. En el lenguaje rutinario de
todos los días, nuestras percepciones de la realidad y nuestras respuestas a ella se enrancian, se
embotan o, como dirían los formalistas, se “automatizan”. La literatura, al obligarnos en forma
impresionante a darnos cuenta del lenguaje, refresca esas respuestas habituales y hace más
'perceptibles' los objetos. Al tener que luchar más arduamente con el lenguaje, al preocuparse
por él más de lo que suele hacerse, el mundo contenido en ese lenguaje se renueva vívidamente.
Quizá la poesía de Gerard Manley Hopkins proporcione a este respecto un ejemplo gráfico. El
discurso
La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional como un camino
hacia ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver el vicio crítico de lo mejor por
amor al bien, del que fácilmente uno se puede alejar a marchas forzadas. Aunque parezca
irónico, la meta del esfuerzo más crítico es el dejarse llevar de la manera más ingenua.
No mucho tiempo antes de que muriera Adorno, en un aula de la Universidad de Francfort tuvo lugar
una escena que viene como anillo al dedo como clave explicativa de este análisis del cinismo que
aquí emprendemos. Estaba el filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del 69, casos semejantes no
eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había algo que obligaba a una observación más exacta.
Entre los manifestantes destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador,
habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda que también ejercía la
«crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente decepcionado, sin el que apenas ninguno de los
presentes habría llegado a darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el
poder desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo. Justicia e injusticia,
verdad y mentira estaban en esta escena inseparablemente mezclados de una manera que, por lo
demás, es típica de todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades desnudas,
verdades que en la manera como se exponen encierran algo de irreal.
La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional como un camino hacia
ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver el vicio crítico de lo mejor por amor al bien,
del que fácilmente uno se puede alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del
esfuerzo más crítico es el dejarse llevar de la manera más ingenua.
No mucho tiempo antes de que muriera Adorno, en un aula de la Universidad de Francfort tuvo lugar
una escena que viene como anillo al dedo como clave explicativa de este análisis del cinismo que
aquí emprendemos. Estaba el filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del 69, casos semejantes no
eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había algo que obligaba a una observación más exacta.
Entre los manifestantes destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador,
habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda que también ejercía la
«crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente decepcionado, sin el que apenas ninguno de los
presentes habría llegado a darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el
poder desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo. Justicia e injusticia,
verdad y mentira estaban en esta escena inseparablemente mezclados de una manera que, por lo
demás, es típica de todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades desnudas,
verdades que en la manera como se exponen encierran algo de irreal.
La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional como un camino hacia
ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver el vicio crítico de lo mejor por amor al bien,
del que fácilmente uno se puede alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del
esfuerzo más crítico es el dejarse llevar derrotado. Si en él se esconde Allí donde los
encubrimientos son constitutivos de una cultura; allí donde la vida en sociedad está sometida a una
coacción de mentira, en la expresión real de la verdad aparece un momento agresivo, un
desnudamiento que no es bienvenido. Sin embargo, el impulso hacia el desvelamiento es, a la larga,
el más fuerte. Sólo una desnudez radical y una carencia de ocultaciones de las cosas nos liberan de la
necesidad de la sospecha desconfiada. El pretender llegar a la «verdad desnuda» es uno de los motivos
de la sensibilidad desesperada que quiere rasgar el velo de los convencionalismos, las mentiras, las
abstracciones y las discreciones para acceder a la cosa. Y tal es el motivo que me mueve. Una
amalgama de cinismo, sexismo, «objetividad» y psicologismo constituye el ambiente de la
supraestructura de Occidente: el ambiente de la decadencia, un ambiente bueno para estrafalarios y
para la filosofía. [30]
La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional como un camino hacia
ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver el vicio crítico de lo mejor por amor al bien,
del que fácilmente uno se puede alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del
esfuerzo más crítico es el dejarse llevar derrotado. Si en él se esconde Allí donde los
encubrimientos son constitutivos de una cultura; allí donde la vida en sociedad está sometida a una
coacción de mentira, en la expresión real de la verdad aparece un momento agresivo, un
desnudamiento que no es bienvenido. Sin embargo, el impulso hacia el desvelamiento es, a la larga,
el más fuerte. Sólo una desnudez radical y una carencia de ocultaciones de las cosas nos liberan de la
necesidad de la sospecha desconfiada. El pretender llegar a la «verdad desnuda» es uno de los motivos
de la sensibilidad desesperada que quiere rasgar el velo de los convencionalismos, las mentiras, las
abstracciones y las discreciones para acceder a la cosa. Y tal es el motivo que me mueve. Una
amalgama de cinismo, sexismo, «objetividad» y psicologismo constituye el ambiente de la
supraestructura de Occidente: el ambiente de la decadencia, un ambiente bueno para estrafalarios y
para la filosofía. [30]
La neurosis europea concibe la felicidad como una meta y el esfuerzo racional como un camino hacia
ella. Y hay que romper su necesidad. Hay que disolver el vicio crítico de lo mejor por amor al bien,
del que fácilmente uno se puede alejar a marchas forzadas. Aunque parezca irónico, la meta del
esfuerzo más crítico es el dejarse llevar de la manera más ingenua.
No mucho tiempo antes de que muriera Adorno, en un aula de la Universidad de Francfort tuvo lugar
una escena que viene como anillo al dedo como clave explicativa de este análisis del cinismo que
aquí emprendemos. Estaba el filósofo a punto de comenzar su lección magistral, cuando un grupo de
manifestantes le impidió acceder al podium. En aquellos años, alrededor del 69, casos semejantes no
eran nada desacostumbrados. Pero en este caso había algo que obligaba a una observación más exacta.
Entre los manifestantes destacaban unas jóvenes estudiantes que, como protesta ante el pensador,
habían descubierto sus pechos. Lo que allí había era la mera carne desnuda que también ejercía la
«crítica»... Aquí, el hom[29]bre, amargamente decepcionado, sin el que apenas ninguno de los
presentes habría llegado a darse cuenta de lo que significa la crítica: cinismo en acción. No era el
poder desnudo lo que hacía enmudecer al filósofo, sino la violencia del desnudo. Justicia e injusticia,
verdad y mentira estaban en esta escena inseparablemente mezclados de una manera que, por lo
demás, es típica de todos los cinismos. El cinismo se atreve a salir con las verdades desnudas,
verdades que en la manera como se exponen encierran algo de irreal.