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Los siglos V y VI fueron de especial inestabilidad en todo el territorio peninsular; desde

la entrada de las primeras hordas bárbaras hasta la consolidación del reino visigodo de
Toledo, pasaron más de ciento cincuenta años de fragmentación del poder, y, en sentido
estricto, no puede hablarse de unidad nacional hasta la expulsión definitiva de los
bizantinos en el año 628.
Las tribus de alanos, vándalos y suevos penetraron en el territorio imperial por el Rin en
el año 406, y en el 409 asolaron la Península, sometiendo a todos los pueblos a saqueos
y destrucciones que no cesaron hasta el reconocimiento de su condición de federados y
la concesión de provincias para sus componentes en el año 411. El desconcierto de la
población hispanorromana les llevó a aceptarlos como vecinos y aliados, pero, por su
propia dinámica, ninguno permaneció mucho tiempo en las tierras asignadas.
Los visigodos, por su parte, ocuparon de forma estable el sur de Francia, en el que se
creó el reino de Tolosa, y, desde allí, combatieron en nombre de la autoridad imperial, y
más adelante, en nombre propio, a los ocupantes de la Península; los alanos fueron
prácticamente extinguidos, los vándalos se trasladaron al norte de Africa, y sólo los
suevos permanecieron en el noroeste con un gobierno independiente, hasta su anexión
por los visigodos en el año 585. El gobierno visigodo residió primero en Cataluña,
luego en Mérida y, desde el año 544 en Toledo, al tiempo que se desprendía de sus
territorios en Francia.
La repercusión de todos estos hechos en el terreno artístico se manifestó de una forma
irregular, según la intensidad y la extensión de la presencia de cada una de estas tribus.
La parte oriental fue la menos afectada, mientras que en el centro y el oeste de la
Península desaparecieron un gran número de poblaciones. La ruptura con el pasado fue
definitiva en el orden político, pero la Iglesia conservó su organización y adquirió
progresivamente parte del poder perdido por el Imperio.
Es difícil delimitar, dentro de un panorama histórico tan complejo y poco definido,
cuándo una determinada ciudad o monumento puede corresponder a lo ejecutado por los
pueblos invasores y cuándo nos encontramos ante la simple continuidad de la cultura y
las tradiciones cristianas de la población hispanorromana. Resulta, además, que una
parte considerable de las edificaciones religiosas conocidas se encuentra en la región
dominada por las tropas bizantinas hasta los comienzos del siglo VII, de forma que su
estudio recae mucho más dentro del arte provincial del Imperio de Oriente, como el
norteafricano, y su conexión con lo visigodo es de simple proximidad geográfica.
Otra dificultad importante es la desigualdad de los testimonios disponibles. Casi todas
las basílicas conocidas de los siglos V y VI se encuentran en zonas rurales, con
precedentes en instalaciones rústicas romanas, que sucumbieron definitivamente en la
invasión musulmana; deben atribuirse, por tanto, a la agrupación de pobladores
hispanorromanos para la defensa común y ante la obligación de ceder parte de sus
propiedades a los nuevos ocupantes bárbaros; precisamente, los hallazgos de las
necrópolis correspondientes a estas iglesias no indican la penetración de los elementos
del ajuar visigodo hasta un momento muy avanzado. Sin embargo, las ciudades
importantes y las distintas capitales del reino visigodo sólo nos proporcionan piezas
decorativas, por las que debe suponerse una riqueza de edificaciones mucho mayor,
totalmente arrasada en los siglos siguientes. Los recientes trabajos en sedes episcopales
visigodas tan importantes como las de Mérida y Valencia permiten suponer que en
pocos años el panorama podrá formarse sobre bases muy distintas de las que hoy
podemos emplear.
En Cataluña, donde residió la corte visigoda en el primer tercio del siglo VI, se
observan pocos cambios frente a la tradición anterior. El tipo de basílica de tres naves,
con ábside semicircular o de herradura y baptisterio a los pies, que parece haberse
introducido ya en la basílica de San Fructuoso de Tarragona en el siglo IV, puede
repetirse en la basílica de Barcelona, cuyo amplio baptisterio, rodeado de un baldaquino
columnado, responde a tipos del norte de Italia y del sur de Francia, las regiones
dominadas entonces por ostrogodos y visigodos. Otro baptisterio octogonal aparece
agregado a la iglesia paleocristiana de Tarrasa, y el baldaquino columnado de Bobalá en
Lérida, es consecuencia de los mismos influjos, frente a las piscinas alargadas o en
forma de cruz que se encuentran, dentro de pequeñas habitaciones, en la mayoría de los
restantes templos peninsulares.
La tendencia a la forma de herradura en la planta de la capilla mayor se observa
claramente en la basílica del anfiteatro de Tarragona y en la de Ampurias, lo que puede
relacionarse con un aprecio local por la forma compleja de las cabeceras de las iglesias,
que está de manifiesto en todos los edificios prerrománicos.
En el centro de la Península, entre Mérida y Toledo, se conocen algunos templos
sencillos, con una simple cabecera rectangular resaltada, como San Pedro de Mérida, o
con tres capillas en la cabecera, coincidentes con las prolongaciones de las naves y
dentro de la traza rectangular de toda la planta, como el de Alconétar o el de Las
Tamujas; en este último se observa la reproducción, en dimensiones algo mayores, de la
basílica de Bobalà-Serós, siendo ambas, por la regularidad y sencillez del trazado,
exponentes del esquema elemental de la basílica cristiana.
El contacto con el cristianismo africano se manifiesta en la aparición de un buen
número de templos con ábsides enfrentados. El más antiguo de ellos podría ser el de la
villa de Bruñel, en Quesada (Jaén), ya que por sus materiales arqueológicos debió
edificarse en el siglo IV. De otra parte, sorprende una edificación religiosa de
dimensiones muy superiores a las de las restantes conocidas en un establecimiento
privado, pero su forma arquitectónica es un buen antecedente, en cualquier caso, de las
iglesias posteriores. Con reservas similares, debe tomarse en cuenta una de las
edificaciones de la gran villa extremeña de la Dehesa de la Cocosa, donde hay presencia
de elementos cristianos, pero no se ha podido establecer el destino exacto de cada
departamento.
Quizás, el tipo más sencillo de basílica con ábsides enfrentados sea el de San Pedro de
Alcántara, cerca de Marbella (Málaga), cuyo empleo corresponde con plena certeza al
momento de ocupación bizantina, y sirve, por tanto, de factor de relación con las del
norte de África; tiene tres naves dentro del cuerpo central de la edificación, un ábside
semicircular que sobresale por el lado este y otro al oeste rodeado de dos habitaciones,
de las que la septentrional contiene una piscina bautismal; tiene accesos por el norte y
por el sur, a través de salas amplias, tan largas como la propia basílica; es difícil precisar
cuál de los dos ábsides haría las funciones de Capilla Mayor, puesto que el cambio de
orientación litúrgica en estos momentos permite las dos posibilidades; el hallazgo de
gran número de enterramientos en todas las salas descubiertas señala que no hay aquí
dependencias administrativas o domésticas, sino que el espacio eclesiástico sagrado se
extiende a toda la edificación, con unas funciones litúrgicas aún mal explicadas.
La basílica de El Germo, cerca de Espiel (Córdoba), tiene naves de la misma longitud,
pero mucho más estrechas, separadas por dos hileras de soportes; a los lados hay otras
dos salas alargadas, la del norte rectangular y la del sur, también con ábsides
semicirculares en los extremos, en la que se incluye la piscina bautismal; en todos los
ambientes aparecen enterramientos, cuyas lápidas son ya visigodas, de entre los años
615 al 665, pero la construcción se fecha hacia el año 600, según su excavador, por lo
que es contemporánea de la ocupación bizantina en la costa mediterránea andaluza.
A unos siete kilómetros al noroeste de Mérida se encuentra la basílica de Casa Herrera,
en la que el hallazgo de una lápida del año 526, hace llevar el momento de la edificación
a los primeros años del siglo VI, antes del traslado de la corte visigoda de Barcelona a
Toledo; es un momento en el que esta región podía disfrutar de cierta calma y de buenas
relaciones con los vecinos africanos. La basílica es también de dimensiones reducidas,
poco mayor que las anteriores y con los ábsides más profundos; el baptisterio está al
noroeste de la capilla mayor, y parece disponer de una pequeña capilla con altar propio;
el ábside oriental contiene el altar y el occidental enterramientos, lo que es un caso
habitual en este tipo de edificios.
Finalmente, debe incluirse con las anteriores la basílica portuguesa de Torre de Palma,
aunque se tienen dudas sobre su evolución constructiva. Pertenece a un lugar con
amplias construcciones rústicas desde época romana, y ocupa un rectángulo de casi 45
metros de largo. Contiene una basílica de doble ábside, con otra más corta en la parte
occidental y un baptisterio con varias habitaciones en el sur; parece que primero existió
la basílica mayor, que se prolongó con otra de uso funerario y a la que se añadió el
complejo bautismal en el siglo VII. Quizás perteneció a este mismo tipo de ábsides
enfrentados la basílica de Alconétar, pero las excavaciones no han podido determinarlo
con certeza. En cualquier caso el conjunto es suficientemente significativo para obtener
algunas conclusiones.
De una parte, el influjo norteafricano que se atribuye a estas basílicas, debe entenderse
como un parentesco formal, en el que, además, las iglesias españolas son menores y más
pobres, pero no como una sucesión cronológica. En la mayoría de las iglesias africanas
de este tipo, la existencia de ábsides enfrentados no corresponde al plano original, sino a
reformas del siglo VI, mientras que en España, parece que se hicieron así desde el
primer momento. Por lo que se refiere a su dependencia del gobierno bizantino, puede
observarse que ninguna de ellas parece fruto de un estímulo visigodo, sino que están en
el ámbito de la continuidad de los establecimientos rurales hispanorromanos.
Esto no obliga a que en época visigoda se renuncie a éste tipo de basílica; la existencia
en época mozárabe de dos edificios tan significativos como Santiago de Peñalba y San
Cebrián de Mazote, que se basan en el mismo sistema de ábsides enfrentados, indica
que el modelo no fue olvidado, aunque sobre ellos habrá que hacer otras observaciones
más adelante; en cualquier caso, las razones litúrgicas o funcionales de los dos ábsides
debieron continuar extendiéndose. Se suele recordar que en una inscripción de tiempos
de Egica (año 691), se conmemora la construcción de dos coros en una iglesia, lo que
podría interpretarse como el sistema de ubicación de dos grupos de participantes en la
liturgia dialogada, que tendrían espacio adecuado en los ábsides enfrentados.
Se sabe que en Oriente y en el norte de Africa se implantó el cambio en la orientación
del altar mayor del oeste al este, por influencia bizantina, lo que produciría la
construcción de un nuevo ábside frente al primitivo; esto se observa en algún caso
norteafricano, pero los españoles parecen tener esta disposición desde el principio. Otra
explicación, que tiene confirmaciones parciales, es la de que el ábside opuesto al altar se
reservara como enterramiento privilegiado, o se destinara a reliquias de mártires, como
es seguro en la basílica de Casa Herrera. De todos modos, la resolución de cualquiera de
estos destinos con la forma arquitectónica de doble ábside, parece que produce un
modelo de basílica de mayor armonía simétrica que la de puerta en el hastial, y esto es
justificación suficiente para que se prolongara su empleo, con independencia de los
posibles usos.
Los últimos ejemplares de estas iglesias de tipo paleocristiano se dan aún en el siglo
VII, en ambientes que pueden considerarse poco influidos por los distintos tipos de
iglesias de crucero, preferidos por los visigodos. En Gerona se ha excavado
recientemente una basílica con cabecera plana triple y baptisterio a los pies, pero que
ofrece también una zona separada en el inicio de la nave central, como contraposición
de la capilla mayor. La basílica construida por el obispo Pimenio en Alcalá de los
Gazules (Cádiz), dentro de su programa de consagración de nuevos edificios tras la
expulsión de los bizantinos, tiene una sola capilla resaltada, pero está flanqueada por
salas, en una de las cuales aparece un ábside, como si se recurriera a la duplicación de
espacios para cumplir con funciones litúrgicas cada vez más complejas

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