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Introducción
Este
artículo
tiene
por
objeto
presentar
los
principales
desafíos
que
enfrenta
la
educación
en
Chile
de
cara
a
los
próximos
20
años,
proponiendo
al
mismo
tiempo
algunas
orientaciones
de
política
para
abordar
estos
problemas
en
el
mediano
y
largo
plazo.
El
norte,
no
está
demás
explicitarlo,
es
ir
avanzando
hacia
un
sistema
que
entregue
oportunidades
de
aprendizaje
a
todos
quienes
en
él
se
educan,
pero
sobre
todo
hacia
un
sistema
que
abre
esas
oportunidades
con
independencia
del
origen
social
y
cultural
de
los
niños
y
jóvenes.
El
foco
del
artículo
está
puesto
en
la
educación
escolar
(desde
parvularia
hasta
secundaria),
aunque
tangencialmente
se
hace
mención
a
la
realidad
de
la
educación
superior3.
La
hipótesis
central
de
este
trabajo
es
que
el
sistema
escolar
chileno
vive
un
momento
histórico
debido
a
que
se
han
producido
avances
importantes
e
indiscutibles,
pero
al
mismo
tiempo
porque
varios
de
sus
componentes
estructurales
hacen
crisis
y
deben
ser
modificados.
Es
esta
contradicción
esencial
la
que
marca
el
momento
actual
de
la
educación
en
Chile.
Teniendo
dicha
contradicción
a
la
vista,
lo
fundamental
es
i)
pensar
en
políticas
educativas
que
consideren
y
más
bien
solidifiquen
el
avance
logrado,
sin
poner
en
riesgo
un
“primer
piso”
del
sistema
que
se
ha
ido
construyendo
no
sin
dificultades
e
ii)
identificar
aquellos
aspectos
críticos
que
hoy
son
un
impedimento
para
la
construcción
de
un
sistema
escolar
que
entrega
oportunidades
de
aprendizaje
y
desarrollo
para
todos.
Plantear
que
nuestro
sistema
educativo
ha
avanzado
no
significa
que
el
camino
que
queda
por
recorrer
sea
al
mismo
tiempo
mucho
más
complejo
y
desafiante.
El
artículo
está
organizado
en
tres
partes.
La
primera
de
ellas
presenta
brevemente
un
diagnóstico
del
sistema
escolar
chileno
actual,
discutiendo
y
problematizando
el
1
Agradezco
al
Equipo
de
Educación
de
Revolución
Democrática,
cuya
discusión
entre
abril
y
julio
del
2012
ha
enriquecido
sustantivamente
los
argumentos
e
ideas
que
están
en
la
base
de
este
artículo.
Por
cierto,
el
contenido
final,
sus
errores
y
omisiones,
son
solo
responsabilidad
del
autor.
2
Sociólogo,
Director
de
Estudios
del
Centro
de
Innovación
en
Educación
de
Fundación
Chile.
Mail:
una
necesaria
distinción
entre
educación
regular
y
superior.
Si
bien
ambos
sistemas
comparten
algunos
elementos
(como
su
evidente
segregación
socioeconómica),
socialmente
cumplen
funciones
distintas
y
enfrentan
por
tanto
desafíos
distintos.
La
educación
regular,
ante
todo,
tiene
la
función
de
igualar
las
oportunidades
de
aprendizajes
y
asegurar
que
todos
los
niños
y
jóvenes
compartan
un
piso
común
de
conocimientos
y
habilidades.
Es
en
este
nivel
–
mucho
más
que
en
la
educación
superior
–
donde
se
juega
parte
importante
de
las
brechas
de
inequidad
de
nuestro
sistema.
1
concepto
de
crisis
general
de
nuestra
educación.
La
segunda
parte
–
principal
en
artículo
–
identifica
y
proyecta
los
que
a
mi
juicio
son
los
cuatro
principales
desafíos
del
sistema
educativo
chileno
en
los
próximos
años,
con
algunas
orientaciones
y
propuestas
asociadas.
Finalmente,
este
trabajo
se
cierra
con
una
reflexión
sobre
una
condición
clave
para
un
nuevo
ciclo
de
políticas
educativas
en
Chile.
I.
El
punto
de
partida:
¿Crisis
de
la
Educación
en
Chile?
Los
movimientos
estudiantiles
de
los
años
2006
y
2011,
han
tenido
un
conjunto
de
consecuencias
que
nadie
puede
desconocer,
entre
las
que
pueden
destacarse
tres
principales.
La
primera,
más
bien
general,
es
que
han
activado
un
nuevo
ciclo
de
la
relación
entre
el
estado
y
los
ciudadanos,
con
niveles
de
movilización
crecientes
y
que
comienzan
a
transportarse
a
las
más
distintas
esferas
de
la
sociedad.
Nuestra
ciudadanía
ha
vivido
años
de
revitalización
y
esto
se
debe
en
parte
importante
a
los
movimientos
estudiantiles.
La
segunda
consecuencia
evidente
es
que
estos
movimientos
han
transformado
a
la
educación
en
una
prioridad
indiscutible
de
la
ciudadanía
(incluso
por
sobre
la
seguridad
ciudadana,
según
las
últimas
encuestas
nacionales),
lo
que
por
cierto
es
un
capital
que
sirve
de
impulso
para
las
transformaciones
que
el
sistema
educativo
requiere.
Finalmente,
el
movimiento
ha
movido
la
frontera
de
lo
posible
en
materia
de
políticas
educativas,
incidiendo
directamente
en
la
agenda
de
los
gobiernos
y
el
sistema
político
en
general
en
los
últimos
6
años4.
Uno
de
los
mensajes
que
están
a
la
base
de
los
movimientos
estudiantiles
es
que
el
sistema
educativo
(en
educación
escolar
y
superior)
se
encuentra
viviendo
una
crisis
profunda,
que
hace
indispensable
la
búsqueda
de
soluciones
estructurales
que
modifiquen
dicha
situación.
¿Vive
efectivamente
una
crisis
nuestra
educación?
¿De
qué
se
trata
esa
crisis?
¿Qué
tan
profunda
es?.
Responder
estas
preguntas
es
ineludible
a
la
hora
de
proyectar
las
políticas
que
nuestro
sistema
educativo
necesita.
LOCE
por
una
nueva
Ley
General
de
Educación
y
la
creación
de
una
nueva
institucionalidad
para
el
sector,
y
en
el
caso
del
2011,
la
propuesta
de
reforma
tributaria
para
financiar
la
educación
(no
contemplada
en
el
programa
de
Sebastián
Piñera)
y
los
sustantivos
cambios
al
sistema
de
becas
y
créditos.
5
Un
mayor
desarrollo
de
estos
avances
educativos
puede
encontrarse
en
Weinstein
y
Muñoz,
2009.
2
Oportunidades
Educativas
amplía
sustantivamente
en
secundaria
(cerca
de
un
20%
entre
1990
y
el
2010)
y
prácticamente
se
duplica
en
el
nivel
de
educación
inicial
o
parvularia.
Obviamente,
este
aumento
de
cobertura
favorece
principalmente
a
los
grupos
socialmente
más
desaventajados.
Experiencia
escolar
Condiciones
para
el
proceso
educativo
se
mueven
enriquecida
sustantivamente.
Textos
escolares
garantizados
en
la
educación
subvencionada,
salto
único
en
infraestructura
y
equipamiento,
política
de
asistencialidad
(alimentación
y
salud
escolar),
mejoramiento
remuneraciones
docentes
(mayor
que
en
el
resto
de
las
profesiones).
Ruptura
con
inercias
clave
Se
logra
avanzar
en
procesos
clave
para
la
mejora
educativa:
para
la
mejora
escolar
ampliación
del
tiempo
escolar
(Jornada
Escolar
Completa),
consolidación
de
una
cultura
evaluativa
(de
estudiantes
y
docentes),
reforma
curricular
y
nuevas
herramientas
asociadas.
Resultados
de
aprendizaje
A
partir
de
la
evidencia
entregada
por
las
mediciones
nacionales
comienzan
a
moverse
(SIMCE
en
4to
y
8vo
básico
de
los
últimos
años)
y
los
test
internacionales
(PISA
2006
y
2009),
es
clara
una
tendencia
hacia
la
mejora
en
los
resultados
de
aprendizaje,
la
que
además
se
explica
principalmente
por
el
logro
de
los
niveles
socioeconómicamente
más
desaventajados6
Fuente:
Elaboración
propia
y
actualizado
a
partir
de
Weinstein
y
Muñoz,
2009.
No
es
objeto
de
este
artículo
detenerse
en
cifras
o
abundar
en
justificaciones
para
defender
cada
uno
de
estos
logros.
El
punto
central
es
que
el
avance
de
la
educación
chilena
en
los
últimos
20
años
es
evidente
e
indiscutible,
y
que
las
políticas
desarrolladas
han
cumplido
un
rol
clave
en
este
proceso.
Estas
políticas,
por
cierto,
han
requerido
de
un
fuerte
respaldo
y
consenso
político,
lo
que
en
general
dotó
de
continuidad
y
financiamiento
creciente
a
parte
importante
de
las
iniciativas
implementadas
en
las
últimas
dos
décadas.
El
costo
de
ello,
ya
lo
veremos,
fue
postergar
algunas
reformas
estructurales
que
sí
son
espacio
de
disputa
y
diferencias
político-‐ideológicas.
Este
primer
argumento
central
del
artículo
–
que
nuestro
sistema
educativo
tiene
otra
cara
(mucho
mejor)
en
comparación
con
la
realidad
de
hace
muy
pocos
años
atrás
–
no
tiene
por
qué
ser
sinónimo
de
complacencia
o
conformismo.
Pero
sí
es
un
paso
clave
para
poner
las
cosas
en
su
lugar
y,
a
la
hora
de
proyectar
el
futuro
del
sistema
educativo
chileno,
reconocer
que
algunas
de
las
políticas
han
ido
en
la
dirección
correcta,
lo
que
nos
obliga
entonces
a
cuidar
su
sustentabilidad
en
momentos
de
fuerte
cuestionamiento
y
posibilidades
de
giros
sustanciales.
Sin
duda,
algunas
de
esas
políticas
a
cuidar
son
la
atención
privilegiada
a
las
escuelas
más
vulnerables
a
través
de
la
subvención
escolar
preferencial
y
otras
iniciativas,
el
mejoramiento
permanente
de
las
remuneraciones
y
condiciones
laborales
para
los
profesores,
la
consolidación
–
y
ojalá
ampliación
del
mundo
privado
–
de
un
sistema
de
evaluación
para
el
desarrollo
docente,
o
el
aumento
en
las
exigencias
a
los
sostenedores
en
cuanto
sus
obligaciones
administrativas
y
de
calidad.
Siguiendo
esta
argumentación,
hasta
aquí
con
justa
razón
el
lector
podría
preguntarse:
¿es
posible
afirmar
en
base
a
este
diagnóstico
que
hemos
hecho
un
6
Esta
tendencia
es
clara
y
percibida
así
por
algunos
organismos
internacionales.
Un
buen
ejemplo
de
ello
es
el
reporte
How
the
world´s
most
improved
school
systems
keep
getting
better,
que
sistematiza
la
experiencia
de
sistemas
escolares
que
han
mostrado
mejoras
sustantivas
en
los
últimos
años
y
que
reconoce
en
Chile
un
ejemplo
de
cómo
con
políticas
consistentes
a
lo
largo
del
tiempo
puede
iniciarse
un
cambio
favorable
hacia
mejores
aprendizajes.
3
buen
trabajo
en
materia
de
política
educativa?
¿Cómo
se
explican
entonces
la
seguidilla
de
movimientos
sociales
críticos
del
sistema
educativo?.
La
respuesta
a
la
primera
pregunta
desde
nuestra
opinión
es
negativa.
El
camino
por
recorrer
es
mucho
más
complejo
política
y
técnicamente
que
lo
ya
recorrido.
Esa
es
la
principal
razón,
de
hecho,
para
proponer
un
conjunto
de
prioridades
para
los
próximos
años,
foco
central
de
este
artículo.
La
segunda
pregunta,
respecto
a
cómo
se
explica
esta
inconsistencia
entre
el
avance
educativo
del
país
y
la
crítica
ciudadana
al
respecto,
tiene
al
menos
tres
vías
de
interpretación
válidas
y
complementarias
entre
sí:
En
parte
el
descontento
ciudadano
es
reflejo
y
en
alguna
medida
resultado
de
los
logros
del
sistema
educativo.
En
la
medida
que
la
cobertura
se
ha
ido
ampliando,
que
la
“promesa
educacional”
se
ha
expandido
y
que
el
horizonte
de
oportunidades
de
los
niños
y
jóvenes
se
ha
movido,
las
demandas
por
acceso
y
calidad
han
crecido
también
sustantivamente.
La
sociedad
chilena
–
sobre
todo
los
jóvenes
–
hoy
espera
más
de
su
sistema
educativo
y
esto
solo
ha
sido
posible
en
la
medida
que
el
país
ha
dado
un
salto
en
esta
materia7.
La
crítica
ciudadana
hacia
el
sistema
escolar
se
explica
también
porque
efectivamente
comienzan
a
volverse
evidentes
–
y
sobre
todo
intolerables
–
algunos
aspectos
del
diseño
del
sistema
que
fueron
heredados
de
la
dictadura
(como
el
deterioro
de
la
educación
pública
o
la
desregulación
del
sistema
en
general)
o
bien
se
propusieron
erróneamente
en
democracia
(como
son
los
casos
del
Crédito
con
Aval
del
Estado
y
el
sistema
de
Financiamiento
Compartido).
Junto
con
estas
dos
razones,
probablemente
el
factor
que
mejor
explica
la
crítica
ciudadana
hacia
el
sistema
escolar
es
su
cada
vez
más
evidente
y
marcada
inequidad
y
segregación.
Es
éste
–
y
no
los
resultados
en
los
test
estandarizados
–
el
problema
central
de
nuestro
sistema
educativo.
La
segregación8
del
sistema
escolar
chileno
(una
de
las
más
altas
en
el
mundo
según
la
OECD)
impide
que
la
distribución
de
las
oportunidades
y
resultados
sea
justa,
afectando
y
limitando
sustantivamente
el
derecho
a
la
educación
(que
es
mucho
más
que
asistir
a
la
escuela)
y
privando
a
los
niños
y
jóvenes
de
vivir
una
experiencia
educativa
diversa
e
igualitaria.
En
nuestra
opinión
es
este
último
factor
el
que
más
sirve
para
entender
hoy
la
manera
en
la
que
la
ciudadanía
observa
y
se
relaciona
con
el
sistema
educativo.
A
la
sociedad
chilena
le
hace
cada
vez
menos
sentido
la
estratificación
socioeconómica
de
nuestras
escuelas
y
liceos,
y
observa
críticamente
como
el
sistema
escolar
genera
una
reproducción
casi
perfecta
de
las
clases
y
grupos
sociales9.
Ese
rechazo
por
cierto
se
acrecienta
cuando
se
hace
evidente
que
esa
estratificación
determina,
casi
perfectamente
también,
las
oportunidades
de
aprendizaje
que
un
niño
tiene
a
lo
largo
de
su
vida.
Es
este
el
verdadero
escándalo
7
Una
encuesta
aplicada
por
el
BID
en
distintos
países
de
América
Latina
a
mediados
de
la
década
del
2000,
muestra
que
existe
una
alta
correlación
entre
el
nivel
de
avance
de
los
sistemas
educativos
(medido
en
este
caso
por
aumento
de
cobertura)
y
la
crítica
ciudadana
hacia
los
mismos
sistemas.
8
Entendida
como
la
desigual
distribución
entre
los
establecimientos
de
niños
y
jóvenes
de
solo es elevada, sino que ha evolucionado al alza en los últimos años.
4
de
nuestra
educación
y
la
razón
más
determinante
de
la
visión
crítica
que
parte
importante
de
los
chilenos
tenemos
sobre
ella.
Es
por
tanto
también
el
principal
desafío
de
la
educación
chilena
de
cara
al
futuro10.
evidencia
internacional,
por
el
contrario,
indica
que
existe
una
altísima
correlación
entre
los
niveles
de
desigualdad
y
los
resultados
educativos
de
un
determinado
país
o
estado.
Mientras
más
desigual
sea
este
contexto,
más
difícil
es
obtener
resultados
satisfactorios
desde
el
punto
de
vista
de
la
calidad.
5
sobre
(o
sin
modificar)
los
pilares
del
modelo
educacional
establecido
en
dictadura,
sin
embargo,
generó
el
piso
para
iniciar
un
camino
orientado
a
mejorar
la
calidad
de
la
educación,
que
como
hemos
dicho
comienza
a
moverse
favorablemente
en
los
últimos
años.
El
resultado
de
estas
reformas
sucesivas,
ya
lo
hemos
puntualizado,
es
sin
duda
insatisfactorio.
Los
cambios
implementados
durante
las
últimas
décadas
generaron
una
base
que
seguro
ayudará
a
la
hora
de
enfrentar
los
nuevos
desafíos,
pero
es
evidente
que
hoy
es
momento
de
abordar
con
fuerza
aquellos
elementos
del
sistema
que
simplemente
no
han
permitido
avanzar
en
la
dirección
de
un
sistema
de
calidad
para
todos.
6
van
a
ser
los
propósitos
centrales
y
principios
que
guiarán
el
trabajo
de
sus
unidades
y
actores
escolares.
2. La
segunda
reforma
inescapable
es
la
de
limitar
el
rol
del
Mercado
como
orquestador
central
de
la
educación
chilena.
La
introducción
indiscriminada
y
creciente
de
instrumentos
de
mercado
a
nuestro
sistema
escolar
no
ha
contribuido
a
mejorar
la
calidad
y
más
bien
ha
acrecentado
algunos
problemas
sociales
históricos
(como
la
segregación
social).
Nuestro
modelo
ha
fallado
evidentemente
en
este
sentido
y
es
necesario
modificarlo
en
los
próximos
años.
3. La
tercera
reforma
inevitable
es
la
de
crear
un
nuevo
sistema
de
educación
pública
que
sea
mayoritaria
y
referente
para
todo
el
sistema
educativo
chileno.
No
habrá
educación
de
calidad
y
equitativa
en
nuestro
país
sin
una
educación
pública
de
excelencia.
El
camino
es
claro
en
este
plano.
4. La
cuarta
reforma,
probablemente
la
más
crítica
para
mejorar
la
calidad
de
nuestra
educación,
consiste
en
apostar
por
una
verdadera
revolución
de
las
capacidades
en
nuestro
sistema
educativo.
La
estructura
del
sistema
y
su
institucionalidad
son
ámbitos
clave
a
intervenir,
sin
embargo,
el
verdadero
salto
de
nuestra
educación
solo
ocurrirá
en
la
medida
que
movamos
las
capacidades
y
condiciones
en
la
base
del
sistema.
Será
la
única
manera
de
que
la
reforma
llegue
a
la
sala
de
clases.
Por
cierto
que
este
es
un
listado
reduccionista.
No
podría
ser
de
otra
manera
cuando
se
habla
del
cambio
educativo
a
gran
escala.
Sin
embargo,
se
trata
de
cuatro
ámbitos
que
han
sido
insuficiente
o
erróneamente
abordados
en
nuestro
país,
y
por
tanto
representan
los
principales
nudos
de
cualquier
intento
de
nueva
reforma
educativa
en
Chile.
Haremos
un
breve
análisis
de
cada
una
de
estas
propuestas
en
las
próximas
páginas.
7
modelo
de
sociedad
y
desarrollo
que
queremos
como
país),
pero
lo
que
sí
es
claro
es
que
la
gran
mayoría
de
la
sociedad
chilena
está
pidiendo
una
educación
distinta
respecto
a
esos
propósitos,
cuestionando
seriamente
algunos
de
los
principios
que
hoy
están
en
la
base
del
sistema
y
sobre
todo
poniendo
sobre
la
mesa
la
necesidad
de
una
educación
que
coloca
al
ser
humano
(y
no
al
recurso)
en
el
centro.
La
definición
de
los
fines
y
propósitos
primordiales
de
la
educación
chilena
debieran
ser
fruto
de
una
discusión
ciudadana
amplia
y
con
tiempos
pertinentes
(ver
capítulo
3
de
este
artículo),
sin
embargo,
a
continuación
se
proponen
los
que
a
nuestro
juicio
debieran
ser
los
ejes
centrales
de
un
“propósito
moral”
(usando
la
terminología
de
Michael
Fullan)
para
el
sistema
escolar
chileno.
El
primer
elemento
a
considerar
en
la
definición
de
los
fines
de
una
nueva
reforma
educativa
en
Chile
es
su
orientación
comunitaria
y
no
solo
individual.
El
nivel
de
logro
de
un
sistema
educativo
no
puede
entenderse
solamente
como
el
éxito
o
fracaso
en
el
proceso
de
desarrollo
de
cada
uno
de
los
individuos
que
en
él
se
educa,
sino
que
también
debe
asociarse
al
grado
en
qué
este
sistema
permite
construir
una
sociedad
como
la
que
mayoría
de
los
chilenos
queremos:
justa,
respetuosa,
democrática.
12
Por
cierto,
totalmente
coherente
con
el
modelo
de
sociedad
y
desarrollo
por
el
que
hemos
optado
8
Si
estamos
de
acuerdo
en
que
queremos
construir
un
sistema
inclusivo
e
integrador
socialmente
y
que
éste
debiera
ser
uno
de
los
principios
prioritarios
de
cualquier
política
educacional,
medidas
como
la
creación
de
liceos
de
excelencia13
(que
basan
el
“éxito”
de
su
modelo
en
la
segmentación
de
jóvenes
con
ciertas
aptitudes
académicas)
o
la
continuación
del
financiamiento
compartido
(que
hace
casi
imposible
que
estudiantes
de
distintas
capacidades
económicas
convivan
en
una
escuela)
no
tienen
sentido
alguno.
Los
dos
principios
anteriores
se
complementan
también
con
la
necesidad
de
una
definición
de
calidad
comprensiva
y
que
explícitamente
aborde
la
limitación
que
tienen
los
test
estandarizados
como
medida
única
para
conocer
su
estado.
Nuestro
país
en
este
plano
ha
tomado
un
camino
claro
y
totalmente
consistente
con
un
modelo
educativo
centrado
en
el
desempeño
individual,
en
la
presión
por
resultados
y
en
la
competencia
entre
escuelas:
es
el
SIMCE
prácticamente
la
única
medida
válida
para
hablar
de
calidad
de
la
educación.
Es
difícil
encontrar
en
el
mundo
experiencias
educativas
donde
las
mediciones
estandarizadas
tenga
una
omnipresencia
tan
evidente.
Un
país
paralizado
cuando
año
a
año
se
entregan
los
resultados,
rankings
de
escuelas
elaborados
por
los
medios
y
el
propio
ministerio
de
educación,
escuelas
y
docentes
completamente
presionadas
por
obtener
un
buen
puntaje,
son
todos
ejemplos
del
sobreestimado
rol
que
cumplen
estas
mediciones
en
el
funcionamiento
del
sistema.
Es
importante
reconocer
que
el
SIMCE
–
y
también
las
pruebas
internacionales
–
han
sido
tremendamente
relevantes
para
conocer
la
situación
de
los
aprendizajes
en
las
áreas
que
éstas
pueden
cubrir.
Esto
ha
permitido
identificar
nuestros
principales
problemas
(el
difícil
estancamiento
en
matemáticas
es
uno
de
ellos)
y
también
conocer
cuando
los
aprendizajes
se
mueven
favorablemente.
No
se
trata
por
tanto
de
volver
atrás
ni
de
eliminar
su
aplicación,
pero
si
de
trabajar
para
aminorar
las
consecuencias
evidentemente
negativas
que
tiene
el
testing
(sobre
todo
en
un
contexto
de
multiplicación
de
los
sectores
medidos14),
entregando
señales
al
sistema
sobre
la
limitación
de
estos
instrumentos,
prohibiendo
los
rankings
de
establecimientos,
avanzando
en
algunos
casos
en
mediciones
muestrales
y
no
censales15,
y
también
poniendo
un
énfasis
mucho
mayor
en
el
uso
de
esta
información
en
las
escuelas
como
herramienta
para
la
mejora.
Pero
se
trata
sobre
todo
de
ampliar
la
definición
de
calidad
hacia
una
donde
la
formación
de
ciudadanos,
personas
íntegras
y
con
oportunidades
para
desarrollar
sus
diversos
talentos
sea
tanto
o
más
importante
que
el
puntaje
SIMCE
en
la
13
Política
impulsada
por
el
Gobierno
de
Sebastián
Piñera,
que
consiste
básicamente
en
amplificar
la
experiencia
de
instituciones
educativas
que
basan
sus
buenos
resultados
(medidos
por
test
estandarizaos)
en
su
capacidad
de
seleccionar
a
sus
estudiantes.
Una
discusión
interesante
sobre
este
programa
puede
encontrarse
en
http://www.ceppe.cl/wp-‐content/uploads/Liceos-‐de-‐
Excelencia-‐Final.pdf
14
El
Consejo
Nacional
de
Educación
aprobó
una
propuesta
extremadamente
exigente
de
evaluaciones
nacionales
e
internacionales
para
los
próximos
años,
que
multiplica
el
número
de
mediciones
y
los
sectores
de
aprendizaje
evaluados.
El
detalle
de
este
plan
se
encuentra
disponible
en:
http://www.simce.cl/fileadmin/Documentos_y_archivos_SIMCE/PISA2006/Plan_de_Evaluaciones_
Aprobado.pdf
15
Con
la
idea
de
no
permitir
la
competencia
entre
escuelas,
pero
al
mismo
tiempo
cautelando
mantener un “termómetro” permanente de la calidad del sistema en su conjunto.
9
prueba
de
lenguaje
o
matemáticas.
Si
asumimos
este
principio,
deberemos
avanzar
como
país
hacia
la
construcción
de
herramientas
que
permitan
desarrollar
mejor
estas
capacidades
en
las
escuelas
y
fuera
de
ellas,
potenciando
el
rol
de
las
disciplinas
humanas,
sociales
y
artísticas
en
el
desarrollo
educativo
de
nuestros
niños
y
jóvenes.
La
visión
estrecha
sobre
el
currículum
hoy
tiene
una
relación
uno
a
uno
con
la
limitación
de
las
mediciones
estandarizadas
para
dar
cuenta
de
la
complejidad
del
proceso
de
aprendizaje
de
nuestros
estudiantes
(Darling-‐
Hammond,
2011).
Nuestro
desafío
como
país
es
movernos
sin
duda
hacia
una
propuesta
educativa
que
rompe
poco
a
poco
la
homogenización
del
debate
en
torno
a
indicadores
de
logro
asociados
sólo
con
los
resultados
académicos
medidos
por
las
pruebas.
Los
tres
principios
u
orientaciones
que
se
han
enunciado
acá
son
críticos
para
el
inicio
de
un
nuevo
ciclo
de
reformas
educativas
en
Chile.
Su
función
radica
en
delimitar
los
ejes
que
debieran
ordenar
cualquier
normativa,
decisión
e
iniciativa
educativa
que
emprendamos.
En
la
terminología
de
Heidenheimer,
debieran
representar
la
“política”
que
está
tras
cualquiera
de
las
“políticas
educativas”
que
como
país
definamos;
este
es
un
paso
fundamental
para
un
país
que
poco
ha
discutido
sobre
dicha
“política”
y
tiende
a
concentrar
dicha
discusión
casi
únicamente
en
los
instrumentos.
10
de
regulación
y
control
desde
el
Estado
que
permita
que
efectivamente
la
educación
se
transforme
en
un
mercado
dinámico
donde
ingresan
y
salen
proveedores
continuamente.
Todos
los
elementos
antes
mencionados
están
profundamente
consolidados
en
el
sistema
escolar
chileno,
desde
su
imposición
en
dictadura.
El
punto
central
es
que
este
modelo
fracasó
en
Chile
y
llegó
la
hora
de
cambiarlo.
Si
bien
es
cierto
su
implementación
provocó
una
fuerte
expansión
del
sector
privado
subvencionado
(lo
que
en
parte
permitió
cubrir
la
demanda
creciente
de
matrícula
en
los
últimos
30
años),
es
evidente
que
i)
el
modelo
competitivo
no
mejoró
en
lo
sustantivo
la
calidad
de
la
educación
en
el
país
en
su
conjunto,
ii)
la
privatización
explosiva
de
escuelas
privadas
tampoco
ha
sido
sinónimo
de
una
oferta
de
mayor
calidad
(controlando
por
nivel
socioeconómico,
la
educación
privada
no
es
mejor
que
la
pública)
y,
lo
más
importante,
iii)
hay
suficiente
evidencia
que
nos
indica
que
esta
manera
de
organizar
el
sistema
contribuyó
a
aumentar
los
niveles
de
inequidad
y
segregación
en
nuestras
escuelas
(a
lo
cual
seguro
añadió
un
impulso
mayor
la
creación
del
financiamiento
compartido
a
comienzo
de
los
90).
No
es
objeto
de
este
trabajo
profundizar
en
las
razones
que
explican
el
fracaso
de
esta
organización
del
sistema.
Pareciera
evidente,
como
ya
se
ha
reconocido
en
distintas
latitudes,
que
el
mercado
puede
resultar
eficiente
para
ampliar
los
niveles
de
cobertura
del
sistema,
pero
que
no
produce
efectos
favorables
en
calidad
y
menos
en
equidad.
Tiene
además
un
conjunto
de
efectos
secundarios
que
son
claramente
negativos,
como
la
dificultad
de
establecer
mecanismos
de
cooperación
entre
escuelas
–
una
estrategia
cada
vez
más
extendida
en
el
mundo
para
promover
la
mejora
escolar
–
que
más
bien
acostumbran
a
competir
entre
ellas.
¿Cómo
avanzar
entonces
hacia
una
reforma
que
reconoce
estos
problemas
y
trabaja
en
superarlos?
.
Aquí
algunas
orientaciones
para
esta
segunda
gran
reforma:
11
que
dicha
elección
sea
funcional
a
los
propósitos
generales
de
nuestro
sistema,
donde
la
integración
social
cumple
un
rol
fundamental.
Es
indispensable
fortalecer
sustantivamente
la
normativa
que
regula
la
creación
y
cierre
de
escuelas
en
Chile.
En
el
esquema
actual
–
con
la
recién
promulgada
ley
de
aseguramiento
de
la
calidad
–
sigue
siendo
el
mercado
y
la
competencia
(expresado
en
este
caso
en
un
resultado
SIMCE)
el
que
determinará
el
posible
cierre
de
establecimientos
deficientes,
pero
sobre
todo
nuestro
sistema
sigue
adoleciendo
de
un
mecanismo
efectivo
y
sensato
para
regular
la
creación
de
nuevos
establecimientos.
La
decisión
sobre
quienes
ingresan
a
este
mercado,
debe
ser
del
Estado.
Es
éste
el
único
que
debiera
decidir
en
qué
casos
se
justifica
la
creación
de
nuevos
establecimientos
y
cuando
no,
evitando
la
tan
común
situación
en
nuestro
país
de
que
a
metros
de
una
escuela
se
instale
otra
que,
sin
contar
con
una
mejor
oferta
educativa
sustantivamente
hablando,
termine
por
afectar
el
equilibrio
del
sistema
local
de
educación
sin
aportar
a
su
calidad.
Con
la
evidencia
que
ya
tenemos
en
Chile,
no
hay
ninguna
duda
que
llegó
el
momento
de
restringir
seriamente
la
creación
de
nuevas
escuelas
privadas,
pues
en
parte
importante
de
los
territorios
del
país
ya
no
se
justifican16.
Si
optamos
por
mantener
la
libre
elección
como
un
principio
guía
de
los
sistemas
(como
ocurre
en
la
mayoría
de
los
países
del
mundo),
otro
paso
fundamental
consiste
en
promover
desde
las
políticas
un
uso
apropiado
del
SIMCE
como
mecanismo
de
competencia
entre
escuelas,
entregando
a
las
familias
información
que
responsabilice
justamente
a
los
establecimientos
y
sobre
todo
transforme
a
esta
medición
en
una
herramienta
de
uso
prioritario
de
los
profesores
y
directivos
escolares.
Finalmente,
un
tema
que
ha
sido
controversial,
pero
cuyo
abordaje
es
también
inevitable
si
queremos
ir
limitando
la
presencia
del
mercado
en
el
espacio
educativo:
no
es
aceptable
–
la
sociedad
chilena
apoya
esta
idea
en
un
80%
-‐
que
en
nuestro
sistema
escolar
se
permita
el
lucro
con
recursos
públicos
en
un
contexto
en
el
que
claramente
se
requieren
esfuerzos
todavía
mayores
en
beneficio
de
nadie
más
que
los
niños
y
jóvenes.
Este
ha
sido
un
tema
de
largo
debate
en
Chile
y
no
viene
al
caso
reproducirlo
acá.
Lo
central
es
que
no
existe
ninguna
razón
técnica
ni
política
para
permitir
que
exista
lucro
en
la
educación
regular.
No
es
casualidad
que
prácticamente
en
el
mundo
no
existan
experiencias
donde
sea
posible
obtener
beneficios
particulares
fruto
de
la
provisión
educacional
con
recursos
públicos.
Una
nueva
reforma
educacional
en
Chile
no
puede
descuidar
la
discusión
sobre
cómo
el
Estado
–
único
capaz
de
velar
por
el
cumplimiento
de
los
objetivos
y
principios
públicos
definidos
en
el
punto
1
de
estas
propuestas
–
establece
las
condiciones
en
las
que
operará
un
sistema
educacional
donde
el
objetivo
prioritario
es
el
aprendizaje
de
los
estudiantes.
Para
ese
objetivo,
el
más
importante
de
todos,
el
mercado
demostró
con
creces
ser
limitado
e
ineficiente.
se esté reduciendo en cerca de 30 mil alumnos al año.
12
Los
movimientos
estudiantiles
y
sociales
de
los
años
2006
y
2011
en
Chile
confluyeron
en
una
demanda
explícita
que
el
sistema
político
no
ha
sido
capaz
de
traducir
en
reformas
concretas:
la
urgencia
de
una
nueva
educación
pública,
gratuita
y
de
calidad.
Esta
demanda
es
probablemente
la
más
crítica
y
estructurante
de
una
reforma
sustantiva
a
la
educación
chilena,
pues
no
es
posible
pensar
en
mejorar
la
calidad
y
sobre
todo
la
equidad
de
la
educación
en
Chile
sin
una
educación
pública
que
ocupe
un
lugar
central
en
el
sector
y
que
represente
todo
aquello
que
como
país
queremos
plasmar
en
el
sistema
educativo.
Se
trata
del
paso
más
difícil,
pues
el
fortalecimiento
de
la
educación
pública
en
Chile
trasciende
con
creces
la
discusión
–
muy
recurrente
–
sobre
cuál
es
la
mejor
institucionalidad
y/o
sobre
quién
es
el
que
debiera
hacerse
cargo
de
los
establecimientos
hoy
municipales.
Es
difícil
sobre
todo
porque
reformar
y
reposicionar
la
educación
pública
es
justamente
la
antítesis
del
modelo
que
hasta
el
momento
hemos
dejado
funcionar
(mercantil
y
basado
en
el
liderazgo
del
sector
privado).
Como
plantea
Darling-‐Hammond
(2011),
“el
enfoque
mercantilista
asume
que
el
mercado
está
mejor
preparado
para
reformar
la
educación
pública.
Uno
de
los
supuestos
en
que
se
basa
este
enfoque
es
que
la
educación
pública
sufrirá
un
proceso
de
deterioro
si
no
es
guiada
por
el
mercado,
porque
en
esa
eventualidad
los
estudiantes
y
sus
familias
no
tendrán
la
libertad,
como
consumidores,
de
escoger
entre
una
gama
de
posibilidades”.
La
educación
pública
es
mucho
más
que
aquella
educación
provista
por
el
Estado17.
Tampoco
es
el
origen
de
los
recursos
lo
que
determina
su
carácter
de
pública.
La
educación
es
pública
cuando
toda
la
sociedad
tiene
el
derecho
a
acceder
a
ella.
Su
objetivo
central,
por
tanto,
es
garantizar
a
cada
ciudadano
la
educación
como
derecho,
es
decir,
como
una
prestación
que
no
requiere
para
ser
obtenida
el
consentimiento
voluntario
de
quien
la
ofrece.
Un
ente
privado,
por
lo
tanto,
no
puede
ser
parte
del
sistema
de
educación
pública,
pues
para
ello
sería
necesario
que
ese
sector
asumiera
la
posición
de
asimetría
que
el
Estado
tiene
frente
al
ciudadano
(Atria,
2012).
Como
eso
no
va
a
ocurrir
(porque
parte
de
la
esencia
del
modelo
es
que
existan
proyectos
diversos
y
selectivos),
la
educación
pública
es
la
que
requiere
un
trato
privilegiado
desde
el
estado
(porque
es
la
manera
en
la
que
dicho
estado
se
compromete
con
un
derecho
ciudadano).
Pero
no
es
solo
su
carácter
abierto
e
inclusivo
lo
que
ayuda
a
entender
por
qué
es
tan
importante
fortalecer
la
educación
pública.
También
lo
es
la
posibilidad
de
que
a
través
de
ella
tome
vida
un
proyecto
educativo
orientado
por
los
principios
transversales
que
son
las
bases
de
la
sociedad
que
queremos
construir.
No
hay
duda
entonces
que
la
educación
pública
es
un
valor
central
de
las
sociedades
democráticas
y
que
su
debilitamiento
es
un
riesgo
que
debe
ser
preocupación
para
el
país.
En
esto
no
hay
dobles
lecturas.
Chile
requiere
un
sistema
de
educación
pública
fuerte,
que
organice
y
oriente
al
resto
del
sistema.
Nuevamente
la
experiencia
internacional
nos
sirve:
todos
los
sistemas
educativos
destacados
por
sus
niveles
de
calidad
y
equidad
han
hecho
de
sus
sistemas
públicos
de
educación
su
“corazón”,
priorizando
su
presencia
y
transformándola
en
el
“estándar”
al
que
todos
debieran
apuntar.
17
Como
bien
indica
Atria
(2012),
esta
es
una
definición
limitada
y
muy
susceptible
a
críticas
en
el
sentido de que muchos servicios públicos ya no son solamente “prestados” por entes públicos.
13
Es
claro
que
la
educación
pública
en
Chile
está
muy
lejos
de
representar
ese
ideal
y
enfrenta
un
proceso
de
preocupante
deterioro.
El
diagnóstico
es
bastante
evidente
y
duro:
la
educación
pública
se
consolida
como
alternativa
minoritaria,
está
desprestigiada
socialmente,
posee
una
institucionalidad
absolutamente
precaria,
y,
como
si
fuera
poco,
vive
una
situación
de
completa
desventaja
con
el
mundo
privado
(con
el
que
“compite”
diariamente
por
sobrevivir
captando
matrícula
y
velando
por
buenos
niveles
de
asistencia).
Todo
esto,
no
está
demás
decirlo,
ha
sido
consecuencia
de
acciones
y
políticas
explícitas,
concretas
y
simbólicas
-‐
iniciadas
en
los
80,
pero
mantenidas
y
profundizadas
en
las
décadas
siguientes
-‐
cuyo
foco
ha
sido
debilitar
la
estructura
y
el
funcionamiento
de
este
subsistema.
Las
dificultades
de
este
sector
se
relacionan
directamente
con
la
irrupción
del
mercado
en
nuestro
sistema.
No
es
la
baja
calidad
o
la
“preferencia”
de
las
familias
la
que
tiene
en
crisis
a
la
educación
municipal.
Éstas
son
mas
bien
consecuencias
de
un
modelo
educacional
cuyas
dinámicas
particulares
han
generado
todas
las
condiciones
para
que
esto
ocurra
(Bellei,
Contreras
y
Valenzuela,
2008).
Es
en
este
escenario
desfavorable
que
se
plantean
a
continuación
algunas
orientaciones
críticas
para
el
desarrollo
de
esta
tercera
reforma,
que
por
cierto
está
estrechamente
relacionada
con
las
dos
anteriores.
En
primer
lugar,
el
estado
debe
dar
un
trato
preferencial
a
la
educación
pública,
que
deberá
traducirse
en
los
distintos
niveles
de
las
políticas,
siendo
uno
de
los
principales
el
financiamiento
(la
situación
de
la
educación
pública
justifica
que
exista
una
subvención
especial
para
los
niños
que
estudian
en
ella)
y
otro
la
carrera
docente
(que
debiera
intencionar
que
los
mejores
profesores
del
sistema
trabajen
en
escuelas
y
liceos
públicos).
Un
segundo
componente
de
esta
reforma
es,
ineludiblemente,
modificar
la
institucionalidad
que
hoy
rige
a
la
educación
pública,
y
que
no
permite
su
despegue.
Más
que
su
“dependencia”
(foco
en
el
que
se
ha
concentrado
la
discusión),
lo
que
importa
es
dotar
al
sistema
de
una
institucionalidad
que
permita
que
esta
recupere
una
posición
de
liderazgo:
mejores
capacidades
humanas
y
materiales,
una
estructura
profesional
y
responsable
por
los
resultados,
apoyos
diferenciados
y
especiales
para
el
mundo
rural
(que
todavía
concentra
un
número
importante
de
escuelas
muy
pequeñas
y
aisladas),
son
algunos
ejemplos
de
este
fortalecimiento
institucional.
Un
tercer
pilar
fundamental
de
esta
reforma
consiste
en
reposicionar
la
imagen
de
la
educación
pública
en
la
ciudadanía,
avanzando
en
la
dirección
contraria
de
lo
que
hemos
venido
haciendo
como
país
en
los
últimos
años
(donde
la
constante
ha
sido
más
bien
el
esfuerzo
comunicacional
por
desprestigiar
al
sistema
público).
Si
bien
este
trabajo
lo
han
concentrado
los
municipios,
corresponde
al
Estado
chileno
iniciar
un
camino
de
revalidación
de
la
educación
pública,
tal
como
se
ha
hecho
con
la
profesión
docente
y
la
campaña
Elige
Educar.
Poner
a
la
educación
pública
en
el
lugar
que
se
merece
–
y
del
que
nunca
debió
haber
salido
–
es
un
desafío
cultural.
Se
trata
de
modificar
la
percepción
ya
instalada
en
nuestro
país
de
que
este
sistema
es
intrínsecamente
deficiente
y
que
es
solamente
una
opción
para
los
que
finalmente
no
tienen
otra
chance
(exceptuando
la
segmentada
realidad
de
los
liceos
emblemáticos
o
de
excelencia).
Esta
es
responsabilidad
del
Estado,
pero
también
de
la
ciudadanía
en
su
conjunto.
14
El
verdadero
salto
lo
daremos
cuando
la
educación
pública
sea
finalmente
sentida
y
querida
como
la
educación
de
todos
los
chilenos,
como
el
espacio
privilegiado
para
la
integración
social
y
como
el
lugar
donde
todos
quieran
educar
a
sus
hijos.
Si
no
implementamos
una
profunda
reforma,
la
educación
pública
más
bien
seguirá
siendo
la
opción
minoritaria
y
concentrada
en
atender
a
los
más
desaventajados
socialmente
en
Chile.
El
desafío
de
cualquier
reforma
educativa,
y
Chile
no
tiene
por
qué
ser
una
excepción,
es
modificar
las
prácticas
de
sus
actores
principales
y
de
esta
manera
alcanzar
un
mejor
desarrollo
y
aprendizaje
de
los
estudiantes.
Parte
importante
del
problema
educacional
en
Chile
tiene
que
ver
con
esto.
Se
trata
de
una
agenda
difícil,
pues
el
cambio
educativo
no
es
lineal,
es
más
bien
lento
y
requiere
de
perseverancia
y
estabilidad
en
las
políticas,
algo
que
no
precisamente
abunda
en
nuestro
sistema.
15
importante
y
sostenido
en
el
tiempo,
que
permita
persistir
en
cada
una
de
las
prioridades
propuestas.
16
proveedores
privados.
Es
necesario
construir
estándares
de
desempeño
para
los
sostenedores,
evaluar
la
calidad
de
su
trabajo
y
crear
instancias
que
permitan
el
perfeccionamiento
de
sus
equipos.
La
evidencia
mundial
indica
que
este
“nivel
intermedio”
es
crítico
para
el
objetivo
de
una
educación
de
calidad
y
por
tanto
la
reforma
no
puede
dejar
de
lado
este
importante
actor
y
sus
necesidades.
Finalmente,
una
revolución
de
las
capacidades
del
sistema
educativo,
sobre
todo
en
un
contexto
de
propuestas
que
fortalecen
su
rol,
no
puede
obviar
la
importancia
de
una
nueva
fase
también
para
el
Ministerio
de
Educación
y
el
resto
de
instituciones
educativas
que
se
sitúan
en
la
cúspide
del
sistema.
En
los
próximos
años
deberá
implementarse
en
complejo
entramado
institucional
–
en
el
que
convivirán
el
MINEDUC,
la
nueva
agencia
de
calidad
y
la
superintendencia
de
educación
–
que
requiere
un
esfuerzo
importante
de
coordinación
y
definición
de
funciones,
que
por
cierto
debe
ser
pensado
“desde”
y
no
“contra”
las
escuelas.
La
gestión
de
cada
una
de
estas
instituciones
será
crucial
para
cualquier
reforma
educacional
que
definamos
para
los
próximos
años.
Esta
ambiciosa
agenda
de
capacidades
no
debiera
ser
ciega
a
algunos
ámbitos
que
requieren
una
priorización
y
urgencia
mayor.
Es
así
como
estos
esfuerzos,
sobre
todo
en
el
plano
del
fortalecimiento
de
la
función
docente
y
directiva,
debieran
ponerse
en
la
educación
municipal,
en
los
contextos
más
desaventajados
socialmente
y
en
el
mundo
técnico
profesional
en
el
caso
de
la
educación
secundaria.
Son
estos
“mundos”
los
que
requieren
con
mayor
urgencia
contar
con
las
mejores
capacidades
y
competencias.
El
desafío
central,
no
está
demás
repetirlo,
consiste
en
cambiar
y
mejorar
nuestras
unidades
educativas,
revalorizando
el
rol
que
el
docente
tiene
en
ellas:
“Las
escuelas
que
conocemos
en
la
actualidad
fueron
diseñadas
cuando
la
meta
de
la
educación
no
era
educar
bien
a
todos
los
estudiantes
sino
procesar
a
una
gran
cantidad
de
alumnos
de
manera
eficiente,
seleccionando
y
apoyando
solo
a
unos
pocos
para
un
“trabajo
reflexivo”.
Las
estrategias
para
sortear
y
mantener
un
seguimiento
de
los
estudiantes
fueron
desarrolladas
para
racionalizar
los
recursos
escasos
en
materia
de
docentes
expertos
y
currículo
rico
en
contenidos
y
justificar
la
estandarización
de
las
áreas
y
los
procedimientos
docentes
en
los
grupos.
Eso,
a
su
vez,
permitió
una
mayor
rutinización
del
trabajo
docente
y
una
menor
confianza
en
las
habilidades
y
el
juicio
profesional,
un
corolario
de
la
decisión
del
siglo
diecinueve
de
concebir
la
docencia
como
un
trabajo
semicalificado”
(Darling-‐
Hammond,
2011)
17
La
necesidad
de
un
cambio
de
folio
en
las
políticas
educativas
requieren
también
de
un
giro
en
la
manera
en
la
que
estas
se
diseñan
e
implementan.
En
este
plano
evidentemente
vivimos
una
crisis,
a
pesar
de
que
es
un
tema
poco
discutido
entre
quienes
participamos
o
hemos
participado
activamente
en
dichos
procesos
de
política
educativa.
Esta
crisis
proviene
de
dos
fuentes
principales.
La
primera
tiene
que
ver
con
que
la
ciudadanía
hoy
exige
un
espacio
de
participación
mayor
en
la
discusión
educacional,
lo
que
de
alguna
manera
debe
ser
considerado
por
los
procesos
de
toma
de
decisiones.
La
segunda,
estrechamente
vinculada
con
la
anterior,
dice
relación
con
el
hecho
de
que
hoy
más
que
nunca
se
hacen
necesarias
respuestas
locales
a
los
problemas
educacionales.
La
diversidad
de
realidades
y
necesidades
ha
vuelto
insostenible
la
antigua
manera
de
hacer
política
educativa
desde
el
centro
hacia
el
territorio
o
lo
local.
No
se
trata
entonces
solamente
de
“empujar”
hacia
una
nueva
reforma
educacional,
sino
que
también
de
ir
probando
y
encontrando
en
Chile
una
nueva
manera
de
pensar
y
hacer
esa
reforma,
consistente
con
una
ciudadanía
mucho
más
sensible
a
la
discusión
educacional
y
con
un
país
en
el
cual
cada
vez
será
más
difícil
lograr
cambios
con
iniciativas
definidas
en
el
edificio
central
del
Ministerio
de
Educación.
Dos son los principales caminos a iniciar en los próximos años en este plano:
Chile
requiere
una
revolución
educacional
para
la
cual
hoy
solamente
es
posible
poner
algunas
banderas
y
puntos
de
llegada
que
orienten
ese
proceso
de
cambio.
Es
lo
que
este
artículo
ha
intentado
hacer,
relevando
también
la
importancia
de
18
cuidar
aquello
donde
sí
hemos
cosechado
un
avance
favorable.
El
desafío
es
empalmar
dichas
banderas
con
los
distintos
movimientos
y
actores
sociales
que
hoy
demandan
una
educación
de
calidad
para
todos
y
construir
con
ellos
los
pilares
de
un
nuevo
espacio
educacional
que
la
sociedad
chilena
sueña
y
demanda.
No
es
un
camino
fácil,
pues
las
condiciones
estructurales
del
sistema
y
la
voluntad
del
sistema
político
para
privilegiar
estos
cambios
no
soplan
a
favor.
Junto
con
ello,
la
sociedad
chilena
ha
“naturalizado”
algunos
de
los
ejes
centrales
del
modelo
educativo
en
funcionamiento,
lo
que
hace
de
éste
proceso
de
cambio
un
desafío
que
también
se
jugará
en
el
plano
cultural
y
simbólico,
siempre
difícil
de
modificar.
La
buena
noticia
es
que
hoy
somos
una
gran
mayoría
los
que
estamos
dispuestos
a
trabajar
en
la
construcción
de
un
sistema
educacional
distinto,
justo,
inclusivo,
participativo
y
de
calidad
para
todos,
y
sobre
todo
que
ninguno
de
los
que
compartimos
esta
generación
querrá
heredarle
a
sus
hijos
una
educación
en
la
que
esos
principios
esenciales
no
se
cumplen.
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