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Marx, en 1871, decía que los sindicatos eran rigurosamente necesarios para las
luchas cotidianas entre el capital y el trabajo, y mucho más importantes aún como
vehículos organizados para la supresión, en el futuro, del salario y de la dominación
del capital. De este punto de vista, en la actualidad los sindicatos deberían ir mucho
más allá de las luchas reivindicativas como el aumento de los salarios, la reducción
de la jornada de trabajo, la participación en las ganancias o la cogestión. Su función
hoy debería ser la de impulsar la formación de una clase obrera organizada y
combativa como punto de partida para que ésta asuma un papel protagónico en la
lucha por la liberación.
Sin embargo desde hace varias décadas los sindicatos se encuentran dominados
por una casta burocrática que monopoliza la toma de decisiones y los manejos de
los asuntos obreros, actuando como un tibio negociador entre las políticas de los
gobiernos de turno y los intereses de las patronales, los que, casi invariablemente,
son los mismos intereses de los dirigentes gremiales ya que ellos también son
empresarios. Además, esta burocracia desclasada ha adquirido los hábitos y gustos
de la clase dominante, usufructuando en su beneficio la administración
discrecional de los fondos sindicales, las cuotas de los afiliados y las cajas de las
obras sociales. Así, esta dirigencia sindical se ha convertido en uno de los más
grandes obstáculos para la verdadera emancipación de la clase trabajadora.
Muchas veces se pretende minimizar el tema aduciendo que es “natural” que los
dirigentes gremiales tengan algunos privilegios. Pero ya no se trata solamente de
privilegios sino de enriquecimiento mediante mecanismos ilegales. Esa apropiación
sistemática de una parte del valor generado por la clase obrera (que debería ser
destinado a ella), apenas si se diferencia de la plusvalía que el capitalista extrae a
sus trabajadores. Se trata de una apropiación sistemática, realizada a partir de un
poder institucionalizado y que además está amparada, la mayor parte de las veces,
por el aparato estatal y es tolerada por los empresarios como un mal necesario. Es
de allí que emana una cierta vinculación orgánica, aunque no exenta de tensiones,
entre la burocracia sindical con las instituciones del capitalismo.