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Sindicatos

El sindicato es una organización que nuclea y representa a trabajadores de una


misma profesión, arte, oficio o especialidad. Su función esencial es la defensa de
sus intereses comunes, de sus salarios y de sus condiciones laborales. En ese
contexto, deben velar por el cumplimiento de las leyes laborales y de seguridad
social, exigir el mejoramiento de los sistemas de prevención de riesgos de
accidentes de trabajo y enfermedades profesionales, proporcionar educación
técnica y espacios de recreación, promover la cooperación mutua y estimular la
convivencia integral de los trabajadores.

Entre los fines de un sindicato deben estar también el tomar la iniciativa en la


lucha por la obtención de nuevas conquistas sociales y el jugar un rol protagónico
como actor social cuando se produzcan situaciones que avasallen el marco
constitucional y legal instaurando medidas de carácter regresivo que atenten contra
la clase trabajadora. Esto incluye la promoción de la sindicalización y la activa
participación de los trabajadores dentro del propio sindicato con el fin de que
tengan voz y voto a la hora de opinar sobre las cuestiones sociales o de tomar
decisiones en el terreno político.

Marx, en 1871, decía que los sindicatos eran rigurosamente necesarios para las
luchas cotidianas entre el capital y el trabajo, y mucho más importantes aún como
vehículos organizados para la supresión, en el futuro, del salario y de la dominación
del capital. De este punto de vista, en la actualidad los sindicatos deberían ir mucho
más allá de las luchas reivindicativas como el aumento de los salarios, la reducción
de la jornada de trabajo, la participación en las ganancias o la cogestión. Su función
hoy debería ser la de impulsar la formación de una clase obrera organizada y
combativa como punto de partida para que ésta asuma un papel protagónico en la
lucha por la liberación.

Sin embargo desde hace varias décadas los sindicatos se encuentran dominados
por una casta burocrática que monopoliza la toma de decisiones y los manejos de
los asuntos obreros, actuando como un tibio negociador entre las políticas de los
gobiernos de turno y los intereses de las patronales, los que, casi invariablemente,
son los mismos intereses de los dirigentes gremiales ya que ellos también son
empresarios. Además, esta burocracia desclasada ha adquirido los hábitos y gustos
de la clase dominante, usufructuando en su beneficio la administración
discrecional de los fondos sindicales, las cuotas de los afiliados y las cajas de las
obras sociales. Así, esta dirigencia sindical se ha convertido en uno de los más
grandes obstáculos para la verdadera emancipación de la clase trabajadora.

Muchas veces se pretende minimizar el tema aduciendo que es “natural” que los
dirigentes gremiales tengan algunos privilegios. Pero ya no se trata solamente de
privilegios sino de enriquecimiento mediante mecanismos ilegales. Esa apropiación
sistemática de una parte del valor generado por la clase obrera (que debería ser
destinado a ella), apenas si se diferencia de la plusvalía que el capitalista extrae a
sus trabajadores. Se trata de una apropiación sistemática, realizada a partir de un
poder institucionalizado y que además está amparada, la mayor parte de las veces,
por el aparato estatal y es tolerada por los empresarios como un mal necesario. Es
de allí que emana una cierta vinculación orgánica, aunque no exenta de tensiones,
entre la burocracia sindical con las instituciones del capitalismo.

Curiosamente sería un economista liberal francés, Jacques de Gournay, el que


acuñaría el término burocracia (bureau: oficina, escritorio; cratie: gobierno)
refiriéndose en un tono sarcástico a las políticas practicadas por la monarquía
absolutista antes de la Revolución Francesa. Un siglo y medio más tarde, el filósofo
alemán Max Weber la definiría como el poder ejercido desde el Estado por medio
de la clase dominante. Esa clase social es la que maneja la economía y gobierna a la
sociedad a través del Estado con sus instituciones, leyes y fuerzas de represión por
lo que, para desarrollar con éxito la lucha contra esa clase, los sindicatos deberían
tener como primera condición una independencia total y absoluta del Estado y no
descartar los métodos de acción directa en vez de subordinar a los trabajadores al
arbitraje estatal representado por los gobernantes de turno.

Llamativamente fueron los anarquistas, quienes siempre bregaron por la


desaparición del Estado y de sus organismos e instituciones representativas,
quienes delinearon en Argentina en 1885 un modelo de estatuto para el
desenvolvimiento de los obreros frente a la patronal. Las reuniones de los
trabajadores tenían un carácter formal, los temas eran debatidos por los delegados
elegidos en cada fábrica y, a pesar de las acaloradas discusiones, el respeto privaba
y se acataban las decisiones de la mayoría. Los planes de lucha que utilizaban
incluían ocupaciones de fábricas y movilizaciones callejeras, tácticas con las que
fueron consolidando una posición de fuerza ante los distintos gobiernos que se
sucedieron por aquellos años. Fue así que el sindicalismo se convirtió en la
primera escuela de entrenamiento proletaria, tanto en solidaridad como en el
espíritu de enfrentamiento contra la clase dominante, y expresó la primera forma
del poder proletario organizado.

Sin embargo la tendencia a la burocratización de los sindicatos sería un fenómeno


históricamente determinado por el desarrollo capitalista. El propio Bakunin,
considerado uno de los padres del anarquismo, diría por entonces que hasta los
mejores hombres son fácilmente corruptibles, sobre todo cuando el medio mismo
provoca la corrupción de los individuos por falta de un control serio y de una
permanente oposición. Por esa razón es fundamental el control obrero sobre sus
organizaciones gremiales a partir de la elección de delegados con mandatos
propuestos por las bases que conformen una asamblea general soberana cuyo
mandato sea revocable. Los sindicatos, lo mismo que las comisiones internas, los
comités de fábricas, etc., deben ser escuelas para la formación de cuadros
revolucionarios, por lo que, cuanto más amplios y unificados sean los sindicatos,
más fértil será el campo para esta tarea.

No puede esperarse mucho de la actual dirigencia de burócratas, y mucho menos


que evolucione hacia posiciones anticapitalistas o socialistas por más presión que
pueda haber desde las bases. Ya en 1933 Trotsky afirmaba que la burocracia de los
dirigentes sindicales los había transformado en lugartenientes del capital en la
explotación intensificada de los trabajadores. Y luego agregaba que la burocracia de
los sindicatos perseguía a los trabajadores revolucionarios y, en esencia, había
transformado a los sindicatos en una parte del aparato capitalista, económico
y gubernamental. Esa degenerada corporación gremial, con una verdadera
mentalidad capitalista, es la que vivimos en los años ’70 con sindicatos aportando
matones a la Triple A para asesinar luchadores clasistas, y la padecemos hoy con
corporaciones sindicales que tienen y manejan sus propios intereses que casi
siempre están separados de los intereses de la clase obrera.

Lenin, antes de la Revolución de Octubre, consideraba a los sindicatos como


organizaciones necesarias para la clase obrera, donde formar y desarrollar su
conciencia de clase y de luchas activas contra la explotación capitalista. Sostenía
que en los sindicatos debía estar presente la vinculación política e ideológica
correspondiente a la clase que representaban. Así los sindicatos, en tanto que
organizaciones de la clase obrera, debían ser guiados por la ideología proletaria. La
lucha contra la “aristocracia obrera”, tal como definía a la burocracia sindical, debía
sostenerse en nombre de las masas obreras, y criticaba a aquellos que pensaban
que, dado el carácter reaccionario y contrarrevolucionario de los cabecillas de los
sindicatos, era preciso salir de los sindicatos, renunciar al trabajo en ellos, lo que
calificaba como una estupidez imperdonable que equivalía al mejor servicio que se
le podía prestar a la burguesía. No actuar en el seno de los sindicatos reaccionarios
significaba abandonar a las masas obreras insuficientemente desarrolladas a la
influencia de los líderes reaccionarios y de los agentes de la burguesía.
Tras la Revolución, Lenin elaboró y demostró teóricamente la necesidad histórica
de los sindicatos para la edificación del socialismo y su consecuente conversión en
una reserva del poder del Estado en manos de la clase obrera. “Para saber ayudar a
la masa y conquistar su simpatía, su adhesión y su apoyo no hay que temer las
dificultades, los obstáculos, las zancadillas, los insultos y las persecuciones”,
escribió. “Se debe trabajar sin falta allí donde estén las masas. Hay que saber hacer
toda clase de sacrificios y vencer los mayores obstáculos para llevar a cabo una
propaganda y una agitación sistemática, tenaz, perseverante y paciente en las
instituciones, por reaccionarias que sean, donde haya masas proletarias. Y los
sindicatos son precisamente las organizaciones donde están las masas”. Un
concepto que hoy se debería tener muy en cuenta.

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