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8/8/2018 No, tu historia no da para un libro | Cultura | EL PAÍS


IDEAS ›

No, tu historia no da para un libro


Con demasiada frecuencia la gente piensa que cualquier ocurrencia o
aventura merece ser narrada y publicada. Pero no todo sirve para una
obra, ni todos somos buenos escritores
KATE MCKEAN

8 AGO 2018 - 00:28 CEST

'Anónimos' de Alicia Martín, obra presentada en el Museo Lázaro Galdiano. ANDREA COMAS

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dormir y hay quien le insiste en que debería escribir cuentos para niños. O, a lo mejor,
usted sabe cómo debería marchar el mundo e imagina que una antología de sus ensayos
lo enderezaría todo. Porque todo el mundo lleva un libro dentro, ¿no? Siento mucho
darles esta noticia: no, no todo el mundo tiene un libro dentro.

Soy agente literaria. Mi trabajo a tiempo completo consiste en encontrar nuevos libros y
ayudar a que se publiquen. Cuando la gente habla de que tiene un libro dentro, o cuando
les dicen a otros que deberían escribir un libro (mi pesadilla), lo que en realidad quieren
decir es: ‘Apuesto a que alguien —aunque probablemente no yo, que ya me la sé—
estaría dispuesto a pagar por oír esta historia’. Cuando alguien dice “deberías escribir un
libro”, no está pensando en un objeto físico, con una portada, algo que un ser humano ha
editado, corregido, diseñado, comercializado, vendido, enviado y colocado en una
estantería. Esos animadores, solícitos y bienintencionados, rara vez saben cuál es el
proceso por el que una historia se convierte en palabras impresas.

Aquí describiré eso que desconocen tanto ellos, como tal vez la mayor parte de los
escritores primerizos.

No toda historia es un libro. Una historia puede ser cosas que han pasado, adornadas
para hacerlas más interesantes, pero eso no es un libro. Muchas historias no son buenas
hasta el final. Algunas —incluso algunas historias reales— son difíciles de creer. Otras
son simplemente demasiado cortas, no tienen suficiente tensión o, francamente, no son
tan interesantes. Las historias que contamos para entretener a nuestros amigos y
familiares pueden resultar extraordinariamente aburridas para quienes no nos conocen.
Esas historias no son un libro.

Para escribir un libro por el que la gente esté dispuesta a pagar  es


necesaria una perspicacia que pocos narradores poseen

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durante las cinco, seis, o diez horas que se puede tardar en leerlo, porque, si a la mitad se
vuelve aburrido, la mayoría de la gente lo deja.

Un libro, publicado por un editor clásico para ser vendido en una tienda, tiene un
mercado definido, y un tipo de lector como objetivo, y ese lector es alguien que suele
comprar libros, no una persona hipotética a la que el editor piensa cazar en la calle.

Puedes contarle una historia a cualquiera que quiera escucharla. Pero para escribir un
libro por el que la gente esté dispuesta a pagar o a desplazarse a la biblioteca pública
para leerlo, es necesaria una perspicacia que pocos narradores poseen. Esto no es un
show con un solo protagonista. Se trata de entablar una relación con el lector, que
muchas veces tiene un pie fuera de la historia.

Escribir es duro. ¿Se acuerdan de cuando teníamos que hacer redacciones en el


colegio? ¿Recuerdan sudar para escribir esas 1.000 palabras, o tres páginas, o el límite
aparentemente arbitrario que hubiera decidido el profesor? ¿Recuerdan cómo usaban un
tamaño de letra más grande y hacían los márgenes más anchos? Con un libro no puedes
hacer eso. A menudo me mandan historias que son demasiado largas o demasiado
cortas para la industria editorial, y eso las convierte en malas candidatas para acabar
siendo un libro. La media de una novela, tanto para adultos como para niños, es de un
mínimo de 50.000 palabras, el equivalente a 50 redacciones de tres páginas. Un libro
más corto no cuesta menos a los editores —y esto se debe a un montón de motivos
demasiado aburridos para ser detallados aquí—, y no, tampoco es más barato editar
libros electrónicos (en serio, no sale más barato).

Si usted es un escritor con querencia por la épica y piensa que la clave consiste en dividir
su saga de fantasía de 500.000 palabras en cinco libros, se equivoca también. Un editor
no quiere ni oír hablar del segundo libro hasta que no ve cómo se vende el primero. Y, si
el desenlace de la historia se retrasa hasta el volumen cinco, solo logrará conseguir
lectores decepcionados. Escribir —simplemente poner las palabras en la página— es
difícil. Punto. Y todavía más difícil es escribir con suficiente maestría como para hacer
disfrutar a otros.
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Una historia puede ser cosas que han pasado, adornadas para
hacerlas más interesantes, pero eso no es un libro
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La edición es un negocio comercial, no una meritocracia. Escribir es un arte, los libros


son arte. Pero existen dentro de un sistema que depende de que los lectores den dinero a
cambio de un producto. Ese dinero paga el alquiler y la factura de la luz del editor, y los
sueldos de los empleados —a menudo cientos e incluso miles— que están contratados
para hacer los libros que los lectores compran. Y si un libro no da dinero, es muy difícil
pagar esos sueldos. Los editores asumen un riesgo económico con cada libro, porque
nadie sabe cómo se va a vender hasta que está en las estanterías, y autores de mucho
éxito (los J. K. Rowling y James Patterson) ayudan a pagar las facturas de los libros que
venden menos. Claro que los editores publican libros que saben que no van a dar mucho
(o ningún) dinero, y lo hacen por amor al arte, por prestigio o por muchas otras razones.
Pero no pueden hacerlo con frecuencia. Así que, puede que usted tenga una historia
maravillosa que contar, pero si no existen indicios suficientes de que los lectores irán a
buscarla, lo más probable es que no se la publiquen. Nadie merece publicar solo por
haber escrito un libro. Esto no consiste en ‘escribe, que ya llegarán los lectores’.

Dominar el lenguaje no implica necesariamente que se pueda escribir. Si está usted


leyendo esto, es muy probable que sepa escribir. Seguramente domina el idioma y es
capaz de transmitir sus ideas mediante palabras. Pero eso no significa que pueda
escribir un libro.

Pongamoslo así: yo corro desde que tenía un año. ¡Casi 40 años corriendo! Pero sería
completamente incapaz de correr una maratón. No estoy capacitada físicamente para
hacerlo aunque puedo correr varios kilómetros seguidos. Escribir un libro es una
maratón. Hay que entrenarse, practicar, comprender cuáles son los propios puntos
fuertes y débiles, y trabajar mucho para superarlos. Se necesita ayuda, comentarios y
apoyo, y hacerlo muchas veces antes de que se llegue a correr la mejor carrera. Escribir
un libro que alguien quiera leer es correr la mejor maratón posible. Nadie lo hace de
buenas a primeras, y pocos escritores tienen el aguante necesario sin un entrenamiento
riguroso.

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su historia, ni tiene por qué publicar con un editor clásico. Hay muchas otras opciones, si
lo único que quiere es tener en sus manos un ejemplar de su relato. Simplemente tenga
cautela cuando la gente bienintencionada, pero completamente desinformada, le dice
que debería escribir un libro.

Kate McKean es vicepresidenta de la agencia literaria Howard Morhaim. Este texto fue publicado
originalmente en inglés en The Outline (theoutline.com).

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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