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1 Una presentación general de este marco sociológico puede encontrarse en Kaliman (Dir.) 2001.
2
He desarrollado una exposición detallada de este proceso en Kaliman 2003b.
Título 2 Ricardo J. Kaliman
consecuente anonimia y colectividad sobre los textos así transmitidos. 3 Las prácticas que
comenzaron a difundirse en nuevos contextos, con autores e intérpretes identificables, y
destinados a un público proletarizado o semiproletarizado (y también, para entonces, a las
familias de la oligarquía), eran, para esta folclorología inicial, una de varias formas derivadas del
auténtico folklore, a la que ellos llamaron “proyección folklórica”.
Sea porque se consideraran genuinos herederos de la tradición original, sea porque
prefirieran enarbolar esa herencia que se había constituido en capital simbólico definitivo en los
nuevos circuitos, o, finalmente, porque sencillamente se desentendieron de sutilezas académicas,
los practicantes mismos de estas formas en los ámbitos urbanos siguieron llamando “folclore” a
lo que hacían, y el nombre, así como el ímpetu identitario inicial, ha persistido durante varias
décadas a través de las diversas transformaciones que la propia práctica ha ido viviendo en
función de las distintas circunstancias históricas y contextos sociales con los que entró en
relación. El folclore que yo llamo aquí “moderno” y que, dicho sea de paso, para sus practicantes
es simplemente “folclore” a secas, se constituyó, de hecho, en un espacio en el cual diversas
imágenes del pueblo pugnaron por imponer su impronta, complementándose, entrando en
conflicto, o a veces conviviendo en contradicciones desapercibidas o más o menos evidentes.
Para el estudio de las representaciones de la colectividad nacional o popular, entiendo la
identidad como una autoadscripción subjetiva de los actores sociales a grupos con los que
suponen que comparten ciertas características. Las categorías identitarias son incorporadas a la
subjetividad en los procesos de socialización de los actores sociales, y resultan tanto de su propia
experiencia como de la influencia que en ese proceso ejercen perspectivas activas en su contexto
de socialización. A diferencia de otros enfoques sociológicos, el nuestro insiste en subrayar esta
dinámica de la incorporación de categorías como la de identidad, mediante la cual los actores
sociales no sólo interpretan el mundo y son en consecuencia factores indispensables en la
explicación de la acción, sino que además les son instrumentales en su interacción comunicativa
con otros agentes sociales, en la cual también juegan un papel las categorías que los agentes se
presuponen mutuamente. Ciertas consecuencias de esta dinámica parecen no estar
suficientemente evaluadas en muchas de las aproximaciones al concepto de identidad.
Particularmente, de ella se desprende que las generalizaciones que produzcamos en torno a estas
categorías, con todo lo que puedan resultar empíricamente válidas para un conjunto de actores
sociales dado (y esto es perfectamente explicable, dado que los actores sociales están
permanentemente esforzándose por la mutua sintonización), sin embargo nunca agotan el campo
que se extiende más allá de ellas en las subjetividades concretas de los actores sociales en las
cuales subyacen diferentes modos en que estas categorías se interpretan, distintos énfasis que
cada actor da a uno u otro aspecto de la categoría, etc. Las generalizaciones que producimos en
nuestros esfuerzos por comprender los procesos sociales son aproximaciones y puntos de
referencia que, en última instancia, se asientan sobre esta base de subjetividades en permanente
movimiento.
En consecuencia, no podemos tomar los discursos, a través de los cuales los actores
sociales intentan dar forma explícita a tales categorías, como una representación precisa de cómo
ellas se realizan en las subjetividades mismas, que son en definitiva las variables de la acción
concreta y en consecuencia de la reproducción social que intentamos comprender. En el caso que
nos ocupa, a menudo se discute sobre las identidades en juego en determinados contextos sociales
históricos a partir de los textos producidos por determinados intelectuales o, en algunos casos, por
algún conjunto más o menos amplio y más o menos variado de actores sociales. En nuestra
aproximación, en cambio, tales discursos identitarios son interpretados como manifestaciones de
3 Esta concepción es ideológicamente deudora de la que fundó la ciencia del folclore en Europa
desde comienzos del siglo XIX, en la línea filosóficamente articulada en el pensamiento de Herder y
encarada activamente por los hermanos Grimm, entre otros. Cf. Wilson 1973, Grimm 1999 [1915].
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procesos más complejos, para comprender los cuales debemos recurrir a distintos signos, entre los
cuales se encuentran, en efecto, estos discursos, cuyas particulares dinámicas y situaciones de
enunciación son datos igualmente relevantes para acceder a nuestro objeto de estudio. En líneas
generales, las imágenes identitarias que podemos reconocer en los textos del folclore sobre el que
aquí me concentro son esfuerzos desde ciertas posiciones sociales por construir una imagen
relativamente coherente que responda a las experiencias propias, se ajuste a las concepciones
socialmente activas y al mismo tiempo permita negociar, en ese contexto, la perspectiva desde la
cual se está produciendo el discurso.
Sería aventurado, y muy probablemente inexacto, pretender que toda categoría identitaria
conlleva una circunscripción espacial, excepto en el sentido trivial de que, de hecho, todas las
categorías que los actores sociales emplean para interpretar el mundo implican una toma de
posición con respecto a su modo de existencia y distribución en el espacio. 4 Sin embargo, en el
caso particular del folclore, ocurre que éste, como práctica comunicativa, ha incorporado desde su
origen la presuposición de la manifestación de una identidad nacional, la cual, a su vez, se
caracteriza por su vinculación explícita con un territorio. Como señalaba antes, el espacio rural,
por su contacto con la naturaleza, se señalaba como el escenario exclusivo de las prácticas
escogidas por los folclorólogos. Y el folclore moderno, a su vez, retomando esta asociación, que
se avenía en la mayor parte de los casos con la trayectoria vital o, al menos, los intereses
económicos de los actores involucrados en su primer momento, hizo del paisaje y las actividades
rurales el foco principal, e incluso excluyente durante cierto período, de su temática.
Puede decirse, en consecuencia, que el recorte del ámbito rural, el “campo”, como unidad
espacial constituye una primera operación de circunscripción espacial practicada en el contexto
del folclore. El modo en que se procede a este recorte reproduce el característico de la mayor
parte de las circunscripciones espaciales humanas. En efecto, delimitamos el continuo espacial
teniendo en cuenta lo que en él está contenido, reconociendo o presumiendo en principio cierta
continuidad más o menos homogénea dentro de los límites que imaginariamente fijamos. Al
mismo tiempo, sin embargo, un factor igualmente determinante, si no incluso más significativo,
es el de la perspectiva social desde las cuales se practica, en un momento histórico dado, la
circunscripción. La circunscripción del “campo”, por ejemplo, no sólo presupone la existencia de
los conglomerados urbanos como su opuesto, sino que además la noción misma de que ese
“campo” puede concebirse como una unidad con rasgos particulares proviene y se articula desde
la perspectiva del sujeto ciudadano. La proximidad y consecuente consustanciación con la
naturaleza, por ejemplo, se convierte en un rasgo pertinente e incluso unificador del espacio
“campo” sólo desde la perspectiva de quienes comparten un ambiente cada vez más poblado de
artificios creados por la mano humana. Más específico de ciertas situaciones históricas, pero
igualmente ligado, por los procesos ideológicos antes reseñados, a la experie ncia de la
civilización urbana, es la noción de que la vida rural preserva un modo de esencia cultural,
derivada precisamente de ese contacto con la naturaleza, noción esta última que, como queda
dicho, fue predominantemente activa en la introducción del concepto de folclore en general y de
su derivación en las prácticas del folclore moderno.
Esta circunscripción básica del espacio rural puede generalizarse para las manifestaciones
del primer período del folclore argentino moderno y aun rastrearse a lo largo de todas sus
derivaciones posteriores hasta el día de hoy. Dentro de ese marco, al mismo tiempo, se reconocen
una gama de circunscripciones de subregiones dentro de la ruralidad, siguiendo la misma lógica
antes reconocida: una postulada homogeneidad rela tivamente continua o al menos predominante
dentro de los límites; y la identificación de una perspectiva social en la cual la circunscripción y
4
En el sentido de que toda agencia incluye un monitoreo del contexto y está situada en el flujo
espaciotemporal, v.e.g. Giddens 1984:5-14.
Título 4 Ricardo J. Kaliman
la misma homogeneidad cobran su sentido. Entre estas subregiones encontramos la de los Valles
Calchaquíes.
Los rasgos del espacio calchaquí
Comencemos con una enumeración de los rasgos que se asocian con el espacio calchaquí
y que, en principio, se distribuyen, al menos imaginariamente, continua y homogéneamente a lo
largo de su territorio, distinguiéndolo además de lo que está fuera de él. En el discurso del
folclore argentino moderno, una serie de motivos se presentan recurrentemente en relación con
los distintos modos de alusión a los Valles Calchaquíes, o en todo caso a localidades situadas
dentro de ellos, cuya “calchaqueñidad” queda entonces cifrada precisamente a través de estos
motivos. Naturalmente, las bases para la selección de estos motivos están dadas por elementos
que efectivamente pueden encontrarse en los Valles Calchaquíes. Sin embargo, esto no basta para
explicar su recurrencia discursiva, para la cual es necesario detectar por qué esos rasgos pueden
volverse llamativos o interesantes para el circuito propio del folclore. Ordenaré operativamente
las generalizaciones sobre estos motivos a partir de las vinculaciones con tres criterios, que sin
embargo, como veremos, no se excluyen mutuamente: la perspectiva urbana, el discurso turístico
y la industria vitivinícola.
Para los habitantes de la ciudad, como señalaba arriba, la naturaleza constituye una fuente
principal de rasgos diferenciadores, en la medida en que los Valles Calchaquíes son visualizados
como “campo” e ingresan, por esa razón, dentro de la dinámica del discurso del folclore moderno.
En la imagen folclórica de los Valles Calchaquíes, el cielo es el elemento del paisaje que parece
ser el más preferentemente destacado, junto a, y quizá en estrecha relación con él, el sol y la luna.
La experiencia urbana de la atmósfera en estos elevados valles, cuyo clima árido provoca por
añadidura una marcada ausencia de humedad, se conmueve fácilmente frente a la relativa nitidez
del color azul y la “limpieza” del cielo, en marcado contraste con los tonos grisáceos y la
nebulosa contaminación del cielo citadino. “En el Valle Calchaquí, / tomá un vino y alegrate. /
Entonces podrás decir / que el cielo está en Cafayate.”, dice Jorge Díaz Bavio en “La serenateña”.
Durante la noche, la claridad del cielo aumenta la visibilidad de los astros. Quizá por esa
particularidad del paisaje nocturno calchaquí, la luna cobra un relieve destacado en la referencia
urbana a esta región. La luna es, ciertamente, un motivo característico del folclore moderno
argentino, en el que parece enlazarse una reconocida tradición de la lírica occidental con las
experiencias concretas de la vida campesina (por ejemplo, en relación con los largos viajes de
trashumancia por razones comerciales o laborales). Sin embargo, en el caso de los Valles
Calchaquíes, la luna ha adquirido un valor emblemático específico. En “Luna tucumana”,
Yupanqui la llama “tamborcito calchaquí” y Homero Exposito empieza su “Serenata salteña”
afirmando, en metáfora ultraísta: “La luna de abril jugando al billar / por el cielo calchaquí”.
Manuel J. Castilla rara vez olvida a la la luna en sus letras de tema calchaquí: “Eu logia Tapia en
La Poma / al aire da su ternura / si pasa sobre la arena / y va pisando la luna.” (“La pomeña”) o
“A las viñas de Angastaco / cerca de Piedra Pintada / fui buscando una vallista / que la luna
desvelaba.” (“Zamba de Angastaco”).5
Las características del clima seco, con la correspondiente calidez de los días invernales,
por otra parte, favorecen que también el sol sea señalado como símbolo calchaquí. “El cielo es
azul, el sol es mejor / en la tierra calchaquí”, dice Di Giulio en “A Salta me voy”. En este punto,
el discurso del folclore moderno se enlaza con otro tipo de discurso de amplia circulación, el
destinado a la promoción turística de los Valles Calchaquíes, que tiende a subrayar precisamente
5
En Manuel J. Castilla hay asimismo una insistencia en el motivo de la arena: “Seguí su huella en
la arena / pero en la arena no estaba” o en la famosa cueca “La arenosa”, dedicada a Cafayate. Este motivo
no es tan recurrente en otros letristas, aunque cf. más abajo las referencias a los medanales en Palavecino y
Díaz Bavio.
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la generosa temperatura, convirtiendo la región en una opción que permite disfrutar del calor
durante los períodos más fríos del hemisferio meridional. Las relaciones entre el discurso
folclórico y el turístico nos remontan, por una parte, a la convergencia de intereses entre los
sectores empresariale s y los folcloristas, pero también pueden explicarse en términos de la
dinámica de la reproducción de los discursos. El discurso turístico, en efecto, proporciona, en su
reiteración publicitaria, un contexto de elogios fuertemente consolidados a los que los letristas de
folclore pueden apelar con plena conciencia de su inmediato reconocimiento en el imaginario
social. 6 Resulta difícil muchas veces dilucidar, en consecuencia, entre la vocación apologética de
un discurso identitario que busca enaltecer la vida campesina, del que se nutre la tradición
específicamente folclórica, y el esfuerzo promocional con fines mercantiles, propio de las
agencias de turismo. Como dato ilustrativo, podemos mencionar que en la biografía del Chaqueño
Palavecino, un popular cantautor salteño, se han insertado párrafos enteros tomados de los
folletos de promoción turística de la provincia de Salta, incluyendo, a título de descripción del
ambiente, incluso la información sobre los circuitos que se proponen a los visitantes.7
Confluyen también en esta construcción del espacio los intereses de la principal industria
de los valles Calchaquíes, la de producción de vino. La relación de los grandes productores con el
folclore es incluso más evidente y abierta que la del mercado turístico. Muchas de las principales
bodegas salteñas suelen agasajar a los principales autores e intérpretes de folclore regalándoles
vino o invitándolos por temporadas a pasar unos días en los Valles Calchaquíes. La Serenata
Cafayateña, el principal festival carna valesco de Cafayate, fue patrocinado durante varias
temporadas por la bodega Etchart, lo cual implicaba, por supuesto, el derecho a la invitación y el
costeo de estadía y primas de los grupos e intérpretes que en él participaban. Por otra parte, no
puede dejar de anotarse que, además de estas bodegas de producción industrial, el vino, y otras
bebidas alcohólicas basadas en el cultivo de la uva, son, sin duda alguna, una producción
artesanal ampliamente difundida en buena parte de los Valles.
Es claro que el alcohol en general, como acompañante de la fiesta, y el vino en particular,
de consumo culturalmente generalizado en la sociedad argentina, son tópicos muy recurrentes en
el folclore. Sin embargo, una vez más, su asociación con los Valles Calchaquíes es
particularmente asidua, y por momentos parecería constituir un rasgo principal e incluso
insoslayable, ya no sólo un motivo sino casi un obligado leitmotiv. En “Salta es una mujer
morena”, el citado Chaqueño Palavecino hace desfilar los motivos más típicamente asociados con
la provincia, y en la estrofa dedicada a la región que aquí nos interesa, se concentra precisamente
en este rasgo: “A Cafayate me iré / cantando por los medanales / y con vinito de allá /
macharme.” Lucho Díaz, al señalar a Amaicha dentro del contexto tucumano, también: “los
viñedos rojos / de Amaicha me apagan / el grito de sed.” Y Jorge Díaz Bavio, en “La serenateña”,
además de la frase ya citada, vincula directamente el sol con el vino: “el sol en el medanal /
enciende la luz del vino.” El estribillo de la “Zamba de Angastaco”, de Manuel J. Castilla, inventa
una leyenda: “Si andando por Angastaco / te pilla la sed, / pedile vino a una moza / al año justito
la vendrás a ver.”
El espacio calchaquí y las provincias
La asignación de rasgos homogéneos que caracterizarían a todo el espacio de los Valles
Calchaquíes surge de la presuposición de ese espacio como una unidad, antes que a la inversa,
6
La canción popular suele recurrir a motivos de percepción mucho más inmediata y directa que la
poesía ilustrada, sobre todo por el hecho de que las sutilezas a menudo corren el riesgo de perderse en el
contexto de la ejecución musical. En el folclore en particular, además, la recurrencia a nociones fácilmente
reconocibles contribuye a consolidar la imagen de identidad entre poeta y público que está en la base de su
construcción como práctica cultural.
7
Palavecino 2000:13-27.
Título 6 Ricardo J. Kaliman
8
De hecho, las menciones tienden a usar la forma en singular de “el valle Calchaquí”, como si
hicieran referencia sólo al surcado por el río de este nombre, y separándolo, así de la sección sur de los
Valles.
9
V. Kaliman 1998
Título 9 Ricardo J. Kaliman
10
Un ejemplo característico y un verdadero mojón en la construcción de este símbolo es Lugones
1962 [1905].
11
Un claro ejemplo de esta actitud es Yupanqui 1985 [1941]
12
Ver un análisis más detenido de estas construcciones de la amada en las zambas de amor en
Kaliman 2003b.
13
Una clásica defensa de esta postura en Argentina es la de Rojas 1951 [1925].
Título 10 Ricardo J. Kaliman
identidad indígena. En principio, el término parece connotar una vez más el lado indígena de una
cultura mestiza, composición a la que Yupanqui mismo adhirió en varias declaraciones. No
obstante, las alusiones aparecen aquí más desgajadas una de otra, sugiriendo una contradicción
semejante a la que podemos encontrar en otras de sus piezas, en las cuales apunta sucesivamente
a las dos raíces, sin proponer necesariamente una comunión entre ambas. Es llamativo asimismo
notar que el espacio que se reconstruye a partir de los nombres de localidades mencionados en
esta zamba, Tafí y Acheral, no se corresponde con el del territorio calchaquí tucumano, sino con
la zona inmediatamente fronteriza a él, por la cual se baja desde el Valle de Santa María hacia el
llano. Siguiendo los parámetros del análisis de las configuraciones espaciales del apartado
anterior, la ambigüedad se multiplica. Desde un punto de vista, el gentilicio podría interpretarse
como extendiendo su comprensión más allá de los límites estrictos de los Valles Calchaquíes, lo
cual tal vez reforzaría la interpretación “mestiza”. Desde otro punto de vista, podría pensarse que
Yupanqui está ampliando el territorio cubierto en el texto, sumando ahora a los Valles
Calchaquíes mismos, con lo cual el adjetivo recupera su carácter específico, más semejante
entonces a los usos que hemos visto en Manuel Castilla.
Referencias
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California Press.
Grimm, J. (1999 [1915]): Circular Concerning the Collecting of Folk Poetry. En
International Folkloristics. Classic Contributions by the Founders of Folklore.
Alan Dundes (Ed.). Lanham, MD: Rowman & Littlefield. Pp. 1-7.
Kaliman, R.. (1998): Ser indio donde ‘no hay indios’. Discursos identitarios en el
noroeste argentino. En Indigenismo hacia el fin del milenio. Homenaje a Antonio
Cornejo Polar. Mabel Moraña (Ed.). Pittsburgh: Instituto Internacional de
Literatura Iberoamericana. Pp. 285-297.
Kaliman, R. (2003a): Un gualicho mejor. Las letras de amor de la zamba argentina. A
publicarse en Revista de Investigaciones Folclóricas 18.
Kaliman, R. (2003b): Sincopada es mejor. Towards a Map of Contending Identities in the
Lyrics of Modern Argentine Folkloric Music. A publicarse por el Departamento
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Kaliman, R. (Director) (2001): Sociología y cultura. Propuestas conceptuales para el
estudio del discurso y la reproducción cultural. Tucumán: Proyecto “Identidad y
reproducción cultural en los Andes Centromeridionales”.
Lugones, L. (1962 [1905]) La Guerra Gaucha. Buenos Aires: Centurión.
Palavecino, Ch. (2000): El Chaqueño Palavecino y su querida Salta. Buenos Aires:
Imaginador.
Rojas, R. (1951 [1925]): Eurindia. Ensayo de estética sobre las culturas americanas.
Buenos Aires: Losada.
Wilson, W. (1973): Herder, Folklore and Romantic Nationalism. Journal of Popular
Culture 6:4. Pp. 818-835.
Yupanqui, A. (1985 [1941]): Aires indios. Buenos Aires: Siglo Veinte.