¿A qué se parece seguir las huellas de la utopía humana?
¿Dónde se encuentra eso que
entre todos los hombres vamos reinventando una y otra vez en nuestros más mínimos gestos y elevamos entre todos juntos hasta convertirlo en la más atroz de las pesadillas o en el más claro de los espejos que nos permita seguir adelante aunque nunca sepamos bien hacia dónde? ¿Dónde empieza todo ese deslumbrante fulgor que en todo caso es precisamente aquello que tal vez más profundamente somos?? Pues tal vez empieza simplemente con los pasos de un hombre, un hombre cualquiera, que trata de seguir las huellas de aquello que más íntimamente lo ha conmovido, aquello que para él representa la cifra de todos sus sueños, aunque no sepa cuál sea la forma final de estos, acaso solo dejándose guiar de esta manera casi sonámbula empiece a presentir los riesgos, los deberes, la fascinación que involucra esta incesante e inevitable experiencia humana. Volver sobre las huellas de un solo hombre, recomponer los pasos ajenos conforme se dan los propios, tratar de ver afuera aquello que uno sabe que compone la mirada de uno mismo, tal vez la de todos los hombres, acaso todo ello no sea más que la forma más honesta y transparente de asumir los límites, las carencias y las posibilidades de una sola utopía, la de cualquiera, la de un solo hombre enfrentado a sí mismo. Las huellas de ese camino que nunca es el mismo y que ha recorrido una y mil veces Mario Vargas Llosa tratando de devolverle la forma humana a la utopía, son las que ha capturado Morgana Vargas Llosa en el itinerario que ha recorrido su padre por las Islas Marquesas, Londres, París, tras los pasos de Paul Gauguin y Flora Tristán, cada uno en la búsqueda ,a su vez ,de sus respectivas utopías, justo detrás de calles, mares, sueños, esperanzas.