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EL MODERNISMO EN LA MODERNIZACIÓN: UN ACERCAMIENTO A LA VISIÓN

DE LOS MODERNOS SOBRE LA MODERNIDAD

La modernidad puede verse desde dos perspectivas; una considerada desde un único punto
de vista eurocéntrico, que consideraría principalmente el destino y los acontecimientos
europeos occidentales referentes al triunfo de la razón moderna, sobre un ethos religioso
proveniente del Medioevo que pone a Dios como principio y fin de todo lo que existe.

En la modernidad eurocentrista es un hito cuando el hombre se encuentra en un estado de


cosas, tanto espiritual y materialmente, que le permiten situarse a sí mismo como medida
suya propia, aunque en un primer momento, esta razón moderna, aún no niegue, como lo
harán muchos exponentes posteriores: la existencia de un ser superior. Dios como creador.
Con Descartes se abre paso hacia el paradigma de la subjetividad individual moderna, el yo.
Con lo que la filosofía y el pensamiento modernos descansaran sobre una reflexión del
hombre sobre sí mismo, continuando con la tradición renacentista: cogito ergo sum: pienso,
luego soy. (Morente, 1939)

En Europa, entonces algunos pensadores y el pueblo en general, se vuelcan en pro de unos


objetivos, que se piensan, debe ser comunes a todos, y abarcar a la totalidad de la
humanidad: sacar de las tinieblas a la razón, a la objetividad, ese fundamento epistémico
que permitieron las ciencias físicas como parangón de la racionalidad moderna; la búsqueda
del perfeccionamiento no sólo en las ciencias, en el entendimiento, en la cultivación del
espíritu por medio de las artes elevadas, sino hacer aprovechamiento de las técnicas y
progresos materiales para organizar efectivamente; política y económicamente a las
sociedades en pro de una superación constante, de un cambio acelerado de todo estado
anterior de las cosas y los hombres, que condujera hacia la consecución de un bienestar
mayor por medio de esos cambios para la sociedad material y espiritualmente.

En el siglo XVI y XVII, se le llamó al período histórico que encarna esta búsqueda de la
libertad y el mejoramiento constante del hombre, por medio del uso de la propia razón,- de
esa consciencia de sí- que ya había sido proclamada por Descartes: la Ilustración. Desde
Europa se instaura definitivamente a la razón occidental como un valor pretendidamente

Por: Sara Rodríguez Echeverri


universal y se crea el concepto que servirá de base para el pensamiento moderno y la
modernización en los siglos venideros:

“La historia universal representa (…) el desarrollo de la consciencia que el Espíritu tiene
de su libertad y también la evolución de la realización que ésta obtiene por medio de tal
conciencia. El desarrollo implica una serie de fases, una serie de determinaciones”1

La idea del desarrollo como medio y fin de la realización de la modernidad, va a ser una
constante en el pensamiento y accionar modernos de los siglos XVIII y XIX. Alcanzando
sus momentos de mayor esplendor, sus picos históricos en unos acontecimientos espacio-
temporales definidos, pero de implicaciones y consecuencias a escalas globales: la
revolución Industrial, cuyo foco era Inglaterra y la revolución francesa.

La modernidad se expresa generalmente de la mano de un binarismo occidental, de esos en


los que nos es dado recaer, como base epistemológica que nos permite comprender el
mundo, desde que Platón separase el mundo de las ideas, del mundo natural o físico. Así,
los fenómenos de la modernidad, son pensados y divididos normalmente, unos, desde una
vertiente social, económica y política: progreso material. Llamando a estos fenómenos
modernización. Y una serie de cambios y premisas, críticas y análisis que parten desde el
ámbito de las artes, de la cultura, por personas inquietas frente a ese ser modernos. A estos
fenómenos más del ámbito del pensamiento, se les denomina modernismo.

El pensamiento modernista, tiene un acervo crítico sobre sí y la sociedad moderna muy


grandes, ya sea para abrazar sus cambios y premisas, o para ver con ojo cuestionador eso
mismo luego. Los exponentes de las principales reflexiones en torno a la modernidad que
dentro de distintos ámbitos culturales, desarrollados en las ciudades europeas en el siglo
XIX, dibujan en ellas; sus profundas contradicciones. Aman, y a la vez advierten algo
sombrío en ese espíritu avasallador que los cobija y los agrupa, disgregándolos
irremediablemente.

Así, en el seno del progreso material y espiritual de las ciudades y vida moderna de Europa,
surge a la par la reflexión sobre sí misma. Muchos pensadores modernos, sobre lo

1
Hegel (citado por Dussel Enrique, 1994)

Por: Sara Rodríguez Echeverri


moderno2, describen y analizan a la modernidad como un algo esencialmente ambivalente,
un proyecto que pareciese se quisiera comer y devorar a sí mismo, cada que se ve
efectivamente realizado en la sociedad: cada cambio, que ella opera sobre sí misma, lo va
destruyendo y reemplazando por otro avance, con una velocidad que es desconcertante. Un
ejemplo de ello, es la ciudad de París y el proceso de transformación urbana que comenzó
el barón de Haussmann en 1852, para reemplazar una ciudad medieval, mal sana, con
problemas de organización, de pasadizos estrechos, encapsulada en sectores espaciales, de
características socioeconómicas herméticos, para dar paso al París moderno: el de los
Bulevares. Ya en siglo XX, otro gran urbanista, Le Corbusier, intentaría con éxito, cambiar
esta ciudad Haussmmaniana de los bulevares, que permiten el encuentro de la
muchedumbre y la burguesía, que permiten el conflicto, por una nueva idea de urbanismo
que frena estos espacios-acontecimientos de convergencia y potencialidad de conflicto.

Así, los proyectos nacidos de la modernidad, parecen estar destinados en sus ánimos de
cambio y avance, a estar devorándose a sí mismos, en una vorágine de progreso
interminable:

“(…) si, al refinar continuamente a la humanidad proporcionalmente a los nuevos placeres


que ofrece, el progreso indefinido no sería su tortura más cruel e ingeniosa; si, al avanzar
como lo hace mediante una negación de sí mismo, no resultaría ser una forma de suicidio
perpetuamente renovada (…)”3

La comprensión de Baudelaire, ese poeta que alternó, como muchos otros poetas y
pensadores de su época entre una alabanza al progreso y una crítica devastadora contra el
mismo, al hacerlo, da cuenta de su propio estatuto subjetivo de ambivalencia, de

2
Perdóneseme esta redundancia que encuentro tan necesaria, pues una cosa es por ejemplo,
es esta reflexión, la cual es un producto reflexivo que es posterior al estruendoso fin y
agotamiento del proyecto moderno como discurso totalizador en el siglo XX por cuenta de
los resultados nefastos a los que llevo la humanidad el inicio de las guerras mundiales en
1914; enraizadas en la más absoluta racionalidad, y las otras reflexiones, las producidas en
su seno, cuando en ciudades europeas como París y Londres, se estaban descubriendo como
modernos e intentaban por todos los medios, echar luces sobre esa ambivalencia manifiesta
que ellos dilucidan, entraña el concepto mismo de modernidad, y las vías de su realización
efectiva.
3
Baudelaire (citado por Berman, 1994)
Por: Sara Rodríguez Echeverri
desorientación dentro de un mundo que pretende homogeneizarlo y organizarlo todo;
Baudelaire da cuenta, con su ironía poética, de su propia condición moderna.

Así, desde la poesía y en general el ámbito artístico, la modernidad como proyecto y como
fenómeno material y cultural se reflexionaba a sí misma, era sus propios ojos, unos ojos
que eran capaces de ver la belleza, allí en lo que tenia de contradictorio, de incomodo, de
realidad; en medio de toda la poma y la elegancia que permitió el avance científico y el
progreso material para la vida de bienestar. Baudelaire era capaz de ver a la cara a ese otro,
a esos otros que la modernidad no supo sacar de las periferias de su realización, a la cara de
los míseros, de los excluidos de ese festín material y cultural del progreso. Miró de frente, a
esos otros ojos que no les quedó más remedio que contemplar el resultado cotidiano de esos
avances desde el afuera, mirar desde adentro del Bulevar, los lugares que allí,
paradójicamente, les estaban vetados:

“Justo al frente de nosotros, en la calzada (…) Todos en harapos. Los tres rostros eran de
una extraordinaria seriedad, y aquellos seis ojos contemplaban fijamente el nuevo café con
igual admiración, aunque matizada de forma diversa por la edad.” (Baudelaire, 1994)

Sin embargo, a este pincelazo reflexivo sobre la modernidad, le hace falta ese otro absoluto.
Ella que dentro de sí misma guarda a la alteridad, como constitutiva de sí misma, no supo
incluir de una forma efectiva y acorde a sus presupuestos de bienestar a la totalidad de la
Humanidad. Ahí es donde entra el continente americano, la realidad que me es propia.

América nace pensada y estructurada bajo la lógica de la modernización, (Dussel, 1994) -


disculpándose el anacronismo del término, en pos de una mejor comprensión de la
ubicación de América en todo este discurso de la modernidad- bajo un modelo de conquista
e imposición de esa razón emancipadora europea frente al ser-hacer propio americano.

América es el escenario donde se viven, al igual que en África y Asia, los resultados
contradictorios y muchas veces irrisorios y nefastos, de esa razón moderna llevada a sus
últimas consecuencias. La modernidad entonces fracasa como proyecto de aspiraciones
universales; en su incapacidad de incluir al otro, que le era esencial. Al otro como otro, y no
encubierto, en un mí mismo. Sino al otro reconocido y respetado en su alteridad irreducible.

Por: Sara Rodríguez Echeverri


BIBLIOGRAFÍA

Baudelaire, C. (1994). Poemas en prosa. Bogotá: El Áncora editores.

Dussel, E. (1994). 1492: el encubrimiento del otro : hacia el origen del mito de la
modernidad. La Paz: Plural editores.

Jiménez A., J. I. ((sin año)). Algunas notas sobre el concepto de Modernidad.

Morente, M. G. (1939). Discurso del método. Madrid: Espasa Calpe.

Por: Sara Rodríguez Echeverri

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