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Carlos V y La Fortificacion de Las Fronteras Peninsulares
Carlos V y La Fortificacion de Las Fronteras Peninsulares
Universidad de Valladolid
Si bien la mayoría de los tratados del siglo XVI eran de factura italiana, su presencia
en España se advierte prácticamente de inmediato, como ejemplo puede citarse el
tratado de Zanchi, Del Modo de fortificar la Cittá, Venecia 1554(8); que dedicado a
Maximiliano de Austria fue uno de los primeros en aparecer. Este tratado, de sencilla
exposición y formato manejable, fue publicado en los años en que el ingeniero sirvió a
España en la guerra de Siena, lo que explica la difusión del mismo en distintas
bibliotecas, y la influencia que tuvo para otros ingenieros españoles, como Cristóbal de
Rojas.
No siempre fueron tratados generales los que sirvieron de guía, otras obras menores,
opiniones sobre aspectos concretos de la fortificación, sirvieron ampliamente para
reorientar trazados y sacar el mayor provecho a lo que existía a partir de mínimas
modificaciones. Por ejemplo el Sienés Pietro Cataneo en 1547, siete años antes de
escribir su tratado, dedicará a Diego Hurtado de Mendoza, embajador de Carlos V en
Siena, su opinión sobre el modo de hacer de Orvetello una ciudad portuaria fuerte(10).
Sin negar la razón práctica de la fortificación, estas obras consiguieron una evidente
belleza fundamentada en la geometría y la proporción que resultaba de subordinar las
diferentes partes los reductos, y supeditar sus medidas al alcance de las armas de fuego.
El protagonismo de la geometría en este tipo de diseños, fue en aumento a lo largo del
siglo XVI. Librano, en 1543, siendo maestro de obras en Bugía, ponderaba los modelos
de fortificaciones que había diseñado, por estar hechos con «geometría y
perspectiva»(12). Unos años antes, en 1538, el ingeniero Pedro Luis Escrivá, reconocía
estas relaciones proporcionales al coincidir con Vitruvio en que la verdadera
arquitectura había de ser una «música acordada», por lo que habría de procurarse en las
fortificaciones repartir los defectos y no hacer «que todos cayan a un cabo»(13).
Siendo una de las mejores fortalezas del momento, Salses carecía aún de una unidad
de conjunto, dividida en sectores por barreras defensivas, pasadizos y galerías, que
procuraban partes autónomas entre sí. En buena medida, su carácter inexpugnable se
basaba en la desmesurada masa de los muros, de exagerado grosor y escasa altura, y no
propiamente en el desarrollo de un concepto diferente, estando a caballo entre los
castillos medievales y las fortalezas del siglo XVI(14).
Poco tiempo habrá de transcurrir, menos de cuatro años, para que Carlos V observe
la necesidad de reformar las defensas, proponiendo la mejora de algunas de ellas a partir
de reformas sustanciales, el desmantelamiento de aquellas inoperantes o innecesarias,
así como la construcción de otras en aquellos lugares especialmente expuestos. De este
modo, los nuevos modelos, nacidos muchas veces en los reinos italianos de la Corona
Hispana, serán adoptados en las plazas peninsulares, buscando en las nuevas propuestas
una garantía para la seguridad de los reinos
En Fuenterrabía las obras se comenzaron por la fachada oeste, donde el trazado debía
constituir una línea recta desde el cubo de la Magdalena hasta el de la Reina,
absorbiendo en el camino la puerta de San Nicolás que se defendía con un nuevo cubo,
tras eliminar los anteriores(16). Las mismas directrices se siguieron en San Sebastián,
donde las primeras fases constructivas se dirigieron a la reforma de la muralla y Puerta
Nueva del muelle, así como al frente del arenal, gran cortina cuya puerta dispuesta en el
centro, se defendía por el llamado Cubo Imperial, un revellín abaluartado, capaz de
defender todo el frente, apoyado por los cubos angulares de Don Beltrán y Turriano(17).
En Pasajes, como apoyo a la torre levantada en tiempo de los Reyes Católicos,
recomendaba la realización de una plataforma baja que permitiese el juego de la
artillería, evitando desembarcos no deseados(18).
No terminarán aquí las reformas para estas defensas, mejoradas años más tarde con
proyectos adicionales como los sugeridos por el capitán Villaturiel, el cual estudió y
desarrolló la unión de la Mota de San Sebastián con el resto de la fortificación(19),
proyecto que contó con la aprobación de Sancho de Leyva, que enviará un memorial al
Rey aconsejándole la realización de la obra(20). Los trabajos del capitán Luis Pizaño, que
en 1542 realiza el refuerzo del Castillo de Fuenterrabía, haciendo cuatro terrados en el
interior de la fortaleza que señoreasen la parte de Francia y la entrada de la mar(21). Por
las mismas fechas se le puede ver trabajando en San Sebastián donde había dado
instrucciones para los reparos de la Mota, y la plataforma del muelle, aún cuando no
hubiera sacado traza de ello(22). Suya es también la traza del lienzo de Sarriola en San
Sebastián, realizada en 1543(23), para el que también Martín de Legorreta y Domingo de
Arançalde, habían dado un proyecto que curiosamente es desestimado por el
Emperador, a pesar de su coste más económico y de los informes positivos de Sancho
de Leyva(24), y de un grupo de maestros canteros de la propia ciudad, entre los que se
encontraban Domingo de Arançalde, Pedro de Areyzteguieta, Juan Pérez de Lormendi,
Domingo Segurola y Martín de Liçarca(25).
A partir de 1534, hasta la muerte de Emperador, tiene lugar una segunda etapa
constructiva, mucho más madura, donde el baluarte se suma a la cortina constituyendo
el frente abaluartado, lo que proporciona una unidad mayor a toda la estructura
defensiva. Sin olvidar la frontera francesa, desde 1534 el área de intervención se amplia
geográficamente. La amenaza que el corsario turco Barbarroja supuso para los
territorios del sur de Italia tras la toma de Túnez, junto a la alianza firmada entre
Francisco I y la «Sublime Puerta», forzaron la intervención de Carlos V(26). El inicio de
esta política de control sobre el Mediterráneo que como señala Karl Brandi, hasta ese
momento no se había atendido(27), justificará un nuevo programa defensivo que refuerza
plazas meridionales como Gibraltar(28), o Cádiz(29), junto a otras dispuestas en la costa
norteafricana desde Melilla a Túnez. No se trata únicamente de una evolución formal,
sino también de un diferente concepto defensivo, expresado sobre todo en estas
fortalezas norteafricanas, que como barcos varados en la costa controlaban la marina, y
servían de primera fuerza de choque, evitando que los enemigos, principalmente piratas
berberiscos y otomanos, llegasen a las costas españolas o del sur de Italia. En última
instancia y dentro de la política defensiva del Mediterráneo, se atenderán las costas
levantinas y de las Baleares acosadas con recurrencia en los periodos estivales por
corsarios.
En este período las fortificaciones alcanzan una gran perfección aportada por los
ingenieros que intervienen en ellas así como por la supervisión y sugerencias de
hombres expertos en las armas, cuando no del propio Emperador. La coherencia que el
sistema defensivo comienza a manifestar debe ponerse en relación con la labor del
ingeniero Benedicto de Rávena, al que la emperatriz Isabel cita apostillado «nuestro
Ingeniero», lo que viene a indicar su puesto preferente. Iniciado en la artillería y
fortificación de la mano del Tadino, con quien había estado en el sitio de Rodas en
1522, participará junto con el Emperador en algunas de sus campañas como la de
Túnez, donde fue en calidad de sobreintendente de artillería(30), continuando con él hasta
Bona, a fin de trazar las reformas pertinentes para ponerla a punto(31) y posteriormente a
Bugía donde cumplirá idéntico encargo(32).
Sin embargo, a pesar de ser los autores materiales de las trazas, los ingenieros
trabajaban asesorados por alcaides, capitanes y otros altos cargos militares destacados
en la zona a fortificar, pues éstos tenían un conocimiento más real de las necesidades y
problemas existentes. El propio Marchi explicaba en su tratado que para hacer una
fortaleza era necesario, junto con el arquitecto que hiciera los diseños y dirigiera la
fábrica, un soldado con práctica que conociera el sitio(55). En este sentido Sancho de
Leyva, capitán general de Guipúzcoa, que atendía las plazas de Fuenterrabía, Pasajes,
Guetaria, San Sebastián, llegando hasta Pamplona, será un valioso colaborador dado su
conocimiento de la topografía de la zona, de los puntos más expuestos a la penetración
del enemigo, del número de piezas con que se contaba y estado de las mismas. Su
consejo no sólo era atendido por los técnicos, enviando informes sobre lo que convenía
hacerse en materia de fortificación al Emperador, a su regente, y a los secretarios de sus
consejos. El 11 de mayo de 1542, escribía a Carlos V, la relación de las obras
prioritarias a realizar en Fuenterrabía, considerando como lo más principal el levantar el
cubo de la Reina, aún sin terminar, y abrir los fosos en aquellas partes donde la tierra
estaba muy alta, como era el caso del cubo de la Reina y de San Nicolás, aprovechando
la tierra que de ello se sacase para realizar los terraplenes interiores sobre los que
jugaría la artillería(56). Siguiendo propuestas suyas, se realizó en Fuenterrabía el cubo de
la Magdalena, llegando incluso en 1542 a dar una traza para la reforma del castillo de la
Mota en San Sebastián(57), que se ejecuta en 1549-1551.
Otro destacado militar fue el capitán Villaturiel presente en San Sebastián desde
marzo de 1535. Villaturiel trabajará para mantener en defensa esta ciudad, estudiando,
conociendo los proyectos, e informando de la marcha de las obras, y lo que debía
realizarse, refiriendo en ocasiones a trazas previamente dadas(58); poniendo en almoneda
las obras a realizarse(59), o consultando a maestros canteros, sobre la viabilidad de ciertas
intervenciones(60).
También los alcaides de las fortalezas velaron por la seguridad de sus fortines,
siguiendo muy de cerca las obras que se realizaban en ellos, llegando incluso a
cuestionar las trazas sacadas por los ingenieros. En la Goleta Don Bernardino de
Mendoza disconforme con el diseño de Ferramolín, proponía la adopción de un
polígono cuadrangular(67), criterio seguido por el posterior alcaide Don Francisco de
Tovar, a todas luces contrario a las trazas del siciliano que define como erradas(68).
También discutidas por el marqués de Mondejar, fueron las trazas que Benedicto de
Rávena dio para la ciudad de Cádiz(69), finalmente realizadas siguiendo el criterio del
ingeniero(70).
3- El gasto de la defensa
Anualmente la monarquía distribuía una buena cantidad de las rentas para atender a
la defensa de los reinos, determinando las cuantías en función al riesgo de las plazas.
Dentro de tales presupuestos debía atenderse la paga de oficiales y soldados, el
mantenimiento de las piezas y explosivos, y las obras. Tales partidas fueron variando
desde los primeros años del s. XVI, hasta la mitad del mismo, así en los primeros años
fue la frontera guipuzcoana y Pamplona, los lugares más beneficiados económicamente,
atendiéndose años más tarde las costas africanas y Levante.
En 1557 uno de los lugares que mayores rentas consumía era Cádiz, cuya
fortificación se estimaba en un cuento ciento veinticinco mil ducados. En la misma
fecha, los gastos que tenían consignados San Sebastián y Fuenterrabía eran 8.000
ducados, Pamplona otros 8.000 ducados, Perpiñán y Rosas 30.000 ducados; 20.000 para
Rosas, 10.000 para Perpiñán, 4.000 ducados para Gibraltar y para Orán 8.000(71). Entre
las fortificaciones más costosas de mantener, estaba la Goleta, que contaba con una
guarnición numerosa. El gasto de este fuerte, subvencionado en parte con las pagas que
el rey de Túnez estaba comprometido a dar, suponía a la Corona anualmente 55.000
ducados, empleados 47.000 para las pagas y los otros 8.000 para las obras(72). Se trataba
en todo caso de gastos ordinarios, insuficientes por lo general para sostener la
complicada maquinaria defensiva, lo que obligaba a Carlos V con frecuencia, a solicitar
préstamos, recurrir a eclesiásticos solventes, o hacer que los propios regimientos de las
ciudades se implicasen en su defensa. En septiembre de 1534, Carlos V ordenaba en una
cédula, que se pagasen a Pedro del Peso 2.500 dineros; 1.500 para Fuenterrabía, otros
1.000 para San Sebastián y 500 para Pamplona, sacados de los bienes del obispo de esta
última ciudad(73). En el caso de Logroño, Francisco López de Salvatierra recomendaba a
su majestad que ordenase la contribución de los clérigos de la villa, pues la obra iba «en
general provecho»(74).
Tampoco faltaron casos de distracción cometidos por los cabildos de algunas villas
demorando las obligaciones contraídas en la provisión de materiales u hombres para la
construcción de defensas, esperando que éstas se olvidaran. San Sebastián negaba la
obligación de proporcionar cal y arena a las obras, Logroño enviaba a trabajar en ellas,
gentes que vivían en lugares distantes por lo que legaban tarde y cansados, no sirviendo
para nada, pero además en esta ciudad, las provisiones sobre las penas pertenecientes al
fisco, y las escribanías del número, otorgadas por los Reyes Católicos para gastar en las
cercas, no se aplicaban a tal fin. Con claridad Francisco López de Salvatierra indicaba la
dificultad de investigar el caso, pues «...y como sean muchos los que han gobernado de
aquella manera y metido la mano no se hace cuenta desto porque los unos callan por los
otros y los otros por los otros...»(77), a pesar de lo cual pedía un juez de cuentas que
aclarase la cuestión, ordenando la hacienda de la ciudad.
Máxima brevedad en las obras necesitaban las fortalezas norteafricanas, sobre todo
por tratarse de reductos aislados, rodeados de peligros y demasiado apartados de otros
territorios del imperio. En Bona, Miguel de Penagos, tenedor de bastimentos, solicitaba
al el envío de dinero para que no cesaran las obras, pues se trataba de un enclave
peligroso(79). Mientras en la Goleta, en 1542 Francisco Tovar pedía a la par que maestros
canteros, muradores, y ladrillos, dos galeras, pues mientras durasen las obras, al no estar
cerrado el perímetro, había mucho riesgo, siendo indispensable la protección de la
fortaleza(80).
Sancho de Leyva, consciente de las dificultades de los maestros que tenían obra
contratada en San Sebastián, pedirá en 1551, justo antes de su marcha a África, una
subida para Martín de Gorostiola que realizaba obra en la Mota, proponiendo que la
tapia se le pagase al menos a seis ducados y un cuarto, alegando en ello su buen trabajo
y lealtad. Contaba también la pérdida de los otros maestros, a pesar de tener éstos
ajustada cada tapia en seis ducados y cuarto(85). Otros dos maestros más intervenían en la
villa para los que no se hace petición alguna en el documento, aunque puede advertirse
que su cuota era igualmente escasa, pues se les incentivó mediante el pago de 30
ducados extras cada 100 tapias, con el fin de asegurarse el término de las obras en el
verano(86).
Confiar la obra a un sólo maestro suele ser excepcional, siendo más frecuente
parcelar el proyecto, otorgando cada una de las diferentes partes a maestros distintos. En
San Sebastián, las obras que se realizan desde 1528 a 1537, fueron ejecutadas por tres
maestros; el cubo Imperial, por maestre Juan de Larraondo, el lienzo que iba desde el
cubo Imperial al cubo del Ingente por Pedro Goyaíz, mientras el lienzo que desde el
cubo Imperial iba hasta el muro de Sarriola se dio a Miguel Arizmendi, maestro que no
ofreció garantías, por lo que nuevamente paso a subasta, tomándolo Juan de Larraondo.
Además de estos nombres trabajaron en San Sebastián Miguel Sandracelay, Diego de
Arceguieta, Pedro de Legorreta, y Micer Martín de Legorreta(87). En Bugía, según consta
en una relación dada por Luís de Peralta, alcaide de la fortaleza, el 10 de diciembre de
1545, trabajaban 10 maestros, cuyo sueldo no superaba los seis escudos al mes, a los
que se sumaba, un maestro trazador que cobraba 11 escudos y medio al mes, y maestre
Domingo, y maestre Juan Pulles que cobraban 7 escudos(88).
El control sobre lo edificado era minucioso, contadores y veedores medían las tapias
para ver si cumplían con las dimensiones de altura, anchura y grueso estipuladas.
Igualmente se controlaban los materiales especialmente la cal y la arena, pues de su
calidad podía depender la solidez de la fábrica, llegando incluso a hacer «catas» en los
muros, a fin de comprobar la calidad del interior(90).
La necesidad de avanzar en las obras y la falta de individuos para ello, tuvo como
resultado el empleo de personas variopintas, en Bugía en 1539, Luis de Peralta había
hecho colaborar en las obras a ciertos criados suyos, reclamando el pago de estos,
aunque las ordenanzas lo prohibieran(115), en otros casos, la falta de peones obliga a
pedir cualquier tipo de gentes, Francisco Tovar, alcaide de la Goleta pedía forzados por
delitos para trabajar en las obras(116) ocupándose también en estas labores a moros, como
ocurrió en Bona donde de ordinario había 70, que cobraban 9 ducados(117). No faltaron
tampoco en las cuadrillas de trabajo las mujeres, en Perpiñán en 1546 trabajaban; 60 en
un baluarte, y 80 en la muralla(118), mientras en Pamplona se tiene constancia del trabajo
de mozos, mozas y mujeres, que con los salarios más bajos, asistían a las obras para
realizar los trabajos más ruines, como amasar las fajinas con agua, pisar los terraplenes,
o acarrear determinados materiales(119).
5- Las Guarniciones
De poco servía una fortificación si no contaba con gente para su guarda. En 1541, el
capitán Villaturiel señalaba como en San Sebastián se había gastado mucho dinero en la
fortificación, por lo que no era lógico que tuviera mala guardia, solicitando 100
soldados, para defensa de la ciudad y la Mota(121). El costoso mantenimiento de los
hombres destacados en las fortificaciones hacia que estas sobrevivieran con un reducido
número de efectivos, que se incrementaba en momentos de alerta. En 1530 se habla de
una reducción por cédula real, sobre los 100 soldados que habitaban en la fortaleza de
Pamplona, concretando también el disponible de la fortaleza de Estella, donde no debía
haber más de 25 hombres(122).
Hay que advertir una notable diferencia entre las guarniciones regulares, aquellas
que servían en tiempo de paz, y los refuerzos extraordinarios llevados cuando había
alarma. Así el memorial para la defensa de Guetaria redactado por Domingo de Ochoa
en 1542, precisaba la conveniencia de realizar un cubo y una plataforma para la
artillería, en el ahorro de hombres necesarios para guardar la villa que con 2 ó 3 sería
suficiente en tiempo de paz, y el de guerra, bastarían entre 20 y 50(125).
Aunque era compromiso de los monarcas la defensa de sus súbditos, también las
poblaciones debían colaborar ayudando en la construcción de las defensas, aposentando
a los ejércitos o armándose como medida preventiva. En 1535, la Emperatriz pedía que
se le envíase la relación de las gentes que tenían armas en Cádiz, ordenando para
aquellos que no tuviesen, el aprovisionamiento en el plazo de ocho días, de una lanza y
una rodela, bajo pena de 600 mrs(130). Por su parte Sancho de Leyva escribía en abril de
1536, cómo en la provincia de Guipúzcoa no había tanta gente armada como en tiempos
pasados, «que por mandato del rey católico solía él ir por las villas y lugares para que
las fustas estuvieran en buen orden, y diestros por lo que pudiera pasar», observando
cómo se debería mandar a dicha provincia, y al correo de ella que se proveyese de las
armas necesarias, e hiciesen las muestras para estar más entrenados(131).
En muchos casos los propios concejos organizaban milicias con los vecinos a fin de
poder ofrecer una primera resistencia. En otros, su tarea era la simple vigilancia de las
costas, labor que se desarrollaba principalmente en verano. A la guarda de Bugía
colaboraban con los soldados que debían hacer las «atalayas», hombres de campo, que
fuera de la fortaleza atendían los movimientos de los moros(132). Llegándose en
situaciones puntuales a suplir la falta de gentes de guerra, con la presencia de paisanos,
aunque la solución era en sí misma un problema, como informaba el duque de Alba en
1542 sobre Pamplona, donde había 2.000 hombres de la tierra armados de coseletes,
picas y arcabuces, y ningún soldado de su majestad, lo que era un peligro dada su falta
de preparación y aptitudes, y el desconocimiento de su fidelidad a la Corona(133).
No faltaron ejemplos donde el miedo sentido por los vecinos ante un potencial
enemigo, les llevó a pedir con insistencia piezas de artillería, armas y municiones(134),
cuando no a construir alguna clase de fortín, como sucedió en Pasajes, donde se inició
una torre de piedra que miraba hacia Francia, cuyas obras se interrumpieron al ser
consideradas inoportunas y perjudiciales a la defensa por el Emperador y el Consejo de
Guerra.
Otro aspecto a tener en cuenta eran las incautaciones de huertas, casas y otras
propiedades en lugares donde debía llevarse a cabo una ampliación de la plaza, pues
aunque se indemnizaba a los propietarios, este tipo de acciones judiciales solían acarrear
protestas(139), máxime si la orden de desahucio atendía a propiedades del común como
ocurrió en San Sebastián en 1535, ante la orden de derribo del hospital que se situaba a
un lado del cubo Imperial, donde la propia Emperatriz hubo de intervenir, legitimando a
Villaturiel y ordenando el traslado del centro(140).
Sin embargo, la cuestión más delicada y aborrecida por las poblaciones, era el
aposentamiento de soldados, pues al costo que suponía la manutención de estas gentes
-los nueve reales al mes que se permitía cobrar por su alojamiento y comida resultaban
insuficientes- había que sumar su comportamiento pendenciero. Pamplona se niega en
1542 a alojar la infantería mientras duraban las obras ordenadas por el duque de Alba,
según propuestas de Pizaño(141), mientras el concejo de San Sebastián, recordaba a
Villaturiel como lo más perjudicial a su República, el aposentamiento del ejército en
1528(142). Sabedores de los problemas que un ejército originaba en las poblaciones que lo
acogían las defensas de ciudades contaron con acuartelamientos específicos donde
además de alojarse los oficiales y soldados, había almacenes para la munición y las
piezas, aljibes, hornos y lugares en los que se guardaban las provisiones de respeto.
Importantes también eran las campanas, que constituían un medio eficaz para dar la
alarma como se explica en 1537 desde Bugía diciendo como las atalayas, o vigías en el
caso de avistar moros daban la voz de alarma con las campanas, señalando a través de
éstas el número de los mismos. Así si era uno el que venía, tocaban la campana una vez,
en caso de dos, dos veces; tres, tres veces... y si eran muchos, tocaban a rebato(146). En el
caso de fortalezas de pequeño tamaño bastaban las que hubiere en su iglesia, pero
tratándose de recintos mayores solían distribuirse en diferentes puntos, dispuestas
normalmente en lo alto de las torres, en 1557 Alonso de Gurrea, alcaide de Melilla,
pedía tres para la ciudad pues se habían roto las que tenían para tocar los rebatos(147).
En cuanto a los oficiales, pocos datos orientan sobre el tipo de acomodo que se les
ofrecía. En la Goleta en el torreón de Barbarroja, donde vivía el alcaide se encontraban
algunos cuartos de oficiales, tomados por los rebeldes en el famoso motín de 1538.
Orán, Bugía, Bona, la Goleta, son tal vez las fortalezas donde se aprecia la limitación
que suponía la dependencia de proveedores, pidiendo en ocasiones los soldados permiso
para poder mercadear libremente. Aquí a la tardanza de las pagas, se unía la tardanza en
la llegada de galeras con mercancía, siendo especialmente demandados paños y
alpargatas, que convenía tener siempre en reserva, pues al recibir el soldado la paga
pudiendo comprarlos no la perdería en el juego. «En lo de los paños que don Francisco
escribe a V. M. que no se envíen a la Goleta, me he informado de personas que en ella
residen qual sería lo mejor y más útil y provechoso a los soldados y todos tienen por
mejor que se traigan, porque el dinero en las manos del soldado le dura poco y luego es
al juego con ello y entre mil hay uno que le sepa guardar, y dándole paño y camisas y
zapatos no hay ninguno por desbaratado que sea que no se vista y ponga sobre si lo que
ha menester y más mandando que la ropa no se juegue»(154).
En ocasiones para no morir de hambre los soldados recurrían a la venta de sus armas,
lo que provocaba situaciones difíciles, no siendo raro que el comprador fuese el propio
enemigo(158). Más peligrosos eran los casos de deserción en los que un soldado se pasaba
al servicio del contrario. No se trataba únicamente de la pérdida de un hombre, sino del
desamparo en que quedaba la propia fortaleza ante la información que podía revelar. En
la Goleta el comendador Girón se hacía eco de esta situación «en que han padecido
hambre y haberse ido algunos dellos a los moros»(159), denuncia que también aparece en
el memorial que Francisco de Alarcón, contador y veedor en Bona, escribía sobre Albar
Gómez el «Zagal», alcaide de dicha fortaleza(160).
Sin embargo conservar los secretos no era tarea fácil pues con frecuencia la red de
espionaje desplegada por el enemigo podía concluir medios eficaces para rendir las
plazas. Carlos V no estuvo ajeno a tales manejos, contando con multitud de espías,
camuflados normalmente en oficios de mercadería(162) que atendían movimientos de
tropas construcciones u otras acciones que pudieran tener importancia. En 1530 se
cuenta cómo la gente que iba con mercancías a Francia habían visto mucha gente de
armas juntándose en la ribera del Garona y en Mon Monzón(163). En las costas africanas,
la información procedía de cristianos apresados por turcos o moros, teniéndose también
de los propios moros: «Ha venido aquí un moro que don Bernardino suele tener por
espia y ha avisado»(164). Sin embargo el espionaje era delicado y tales informaciones
debían contrastarse, El conde de Alcaudete informaba con cautela de la información
dada por un espía: «llegado una espía y le dijo que en Argel se tenia nueva de como el
armada se deshacía y que armaban 33 navíos para llevar mudéjares y que también
decían que venían a buscar las galeras de España. Y que no se pueden tener espías
ciertas por que por la falta que hay de dineros no se les paga bien su trabajo»(165).
3. HOLANDA, F. A fabrica que falece ha çidad de Lysboa, Capítulo III, ff. 6 vº, 7,
7 vº. En SEGURADO, J. Francisco d´ Ollanda. Lisboa: 1970, pp. 78-80.
4. «No se puede señalar con certeza quien define en primer término este elemento
defensivo, si bien Vasari atribuye al arquitecto San Micheli su invención, tomándolo
como pionero de la fortificación moderna».
11. Archivo General de Simancas (en lo sucesivo, A.G.S.), Estado, (en lo sucesivo,
Est.), leg. 21, ff. 75, 80.
15. El primer documento fechado de este siglo que habla de obras en Fuenterrabía
data de 1505, A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1314, f. 64. Recoge un cargo de los trabajos
que allí se hacían, señalando el libramiento de 400.000 mrs en 1504, 30.000 mrs. el 24
de Abril de 1505, y 200.000 mrs. en el mismo mes y año. En 1520, hay testimonio
documental de ciertas obras de fortificación dadas a destajo a un maestro que cargaba
con los materiales cal, agua y arena, y que fueron interrumpidas en 1521 al ser tomada
la villa por tropas francesas, A.G.S. Est, leg. 345, ff. 180-182. Una visión general sobre
la fortificación de Fuenterrabía en: PORRAS GIL, C. La Organización Defensiva
Española en los siglos XVI-XVII, desde el río Eo hasta el valle de Arán. Valladolid:
1995, pp. 237-274.
17. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1317, f. 101. Este proyecto se puede igualmente
observar en el plano dado por el Capitán Villaturiel en 1546 en A.G.S., M, P, y D., XI-
16. En relación a la fortificación de San Sebastián ver: PORRAS GIL, C. La
Organización ...op. cit., pp. 151-205.
24. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 24, f. 18: «Que se haga el lienzo siguiendo la traza
que se envió al Rey porque con ella la obra va mejor y costaría menos, y si no hay otro
inconveniente salvo el peligro de la mar, este peligro presenta también la traza de Luis
Pizaño, es decir tan segura es la una como la otra...»
25. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 23, f. 11: «Dixieron y declararon que ellos habían
visto por muchas y diversas veces el sitio y lugar donde la dicha muralla se ha de hacer
en la parte de Sarriola, la cual saben por la experiençia que tienen y por haber visto
los çimientos en donde se ha de hacer que la dicha muralla, se puede muy bien hacer y
a toda seguridad de la mar, que no la lleve ni la rompa, haciéndose la dicha obra
conforme a la traza que hiciera Domingo de Arançalde y Miçer Martín de Legorreta.»
26. El 9 de mayo de 1535, el Emperador dirigía una carta a todas las ciudades del
reino comunicando su decisión de embarcarse en la armada constituida para la jornada
de Túnez, que atracada en Barcelona, estaba formada por 9 galeras del Papa, 6 de la
orden de San Juan, 45 naos y 17 galeras que el marqués del Vasto y Andrea Doria
trajeron desde Génova, 23 carabelas y un galeón enviados por el rey de Portugal, que se
sumaron al grueso de la flota española con embarcaciones procedentes de Nápoles,
Sicilia, Vizcaya y Málaga.
28. A partir de 1534 en que Benedicto de Rávena visita Gibraltar como primer paso
al estudio de su fortificación, las noticias sobre esta plaza son numerosas. Relativas a su
estado y a la conveniencia de fortificarla en: A.G.S., Est., leg. 29, f. 54, f. 113, ff. 121-
123. También en: A.G.S., Est., leg. 28, f. 58.
31. Sobre la autoría de la fortificación de Bona: A.G.S., Guerra Antigua, leg. 14, f.
76.
36. A.G.S., Est., leg. 28, f. 44. y A.G.S., Est., leg. 29, ff. 144-145.
47. A.G.S., Est., leg. 318, ff. 16, 17, 18, 19.
48. A.G.S., Registro Del Consejo, libros 21-29. Cit. por FORMALS
VILLALONGA, F. «Los ingenieros Italianos en la fortificación de Menorca» en
VIGANÓ M. Architetti e ingegneri Militari Italiani all´Estero dal XV al XVIII secolo.
Instituto Italiano dei Castelli, Roma: 1994, pp. 65-77.
49. A.G.S., Est., leg. 104. Cit. por FORMALS VILLALONGA, F. «Los ingenieros
Italianos en la fortificación de Menorca» en VIGANÓ M. Architetti e ingegneri...ob.
cit., pp 65-77.
50. A.G.S., Est., leg. 318, ff. 14,15 y 16. La información gráfica en: A.G.S., M. P. y
D., XXV-85.; A.G.S., M. P. y D., V-36.; A.G.S., M. P. y D., XV-8.; A.G.S., M. P. y D.,
XV-9.
54. A.G.S., Est., leg. 1470, f. 168. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 42, ff. 227-228.
55. MARCHI, F. de. De architettura, Madrid, Biblioteca Nacional, Ms, 12.730 fols
11, 11 vº.
56. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 25, f. 55.
57. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 52, f. 1. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 52, f. 6:
«Para las murallas de dicha Mota, terminado según la traza de Sancho de Leyva.»
58. A.G.S., Est., leg. 32, f. 92.: «Que se haga el pretil del muelle con sus troneras y
arcabuceras, y luego la puerta, y que antes se haga la obra ya proyectada en el muelle
con su puerta, según la traza dada...»
65. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 25, f. 76. También citado por: SOJO Y LOMBA El
capitán Luis Pizaño...ob. cit., en IDOATE F. «Las Fortificaciones de Pamplona...ob.
cit., pp. 54-158. Y en: PORRAS GIL, C. La Organización ...ob. cit., pp. 289-334.
66. A.G.S., Est., leg. 463, f. 178. «Y al dicho micer Benedicto le paresçio que la
relación que envié a V.M. estaba buena excepto que la torre de Solís que esta entre la
torre de las Cabezas y el reparo de Fonseca dice que se corte della lo que sale fuera
del muro y quede hecha muro porque los traveses del reparo de Fonseca y los de la
torre de las Cabezas puedan tirar del largo del muro del uno al otro y del otro al otro
el cual paresçer de micer Benedicto sobre este artículo me paresçe bien porque
haciéndose esto será con menos trabajo y menos costa...»
67. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 13, f. 91. Carta de D. Francisco Tovar a Carlos V
tras su llegada a Túnez, alude a la propuesta de Don Bernardino, anterior alcaide de la
Goleta al señalar que en Barcelona el comendador mayor de León me mandó de parte
de su majestad que entendiese en lo de la forma perpetua según la traza que D.
Bernardino había enviado.
A.G.S., Guerra Antigua, leg. 13, f. 92. Nuevamente se alude a la propuesta dada por D.
Bernardino en la carta que Ferramolín dirige a Carlos V en la que le señala el ahorro
humano que supone su proyecto en relación con el propuesto por el alcaide necesitado
de mayor número de hombres para su guarda.
81. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 13, f. 3. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 30, f. 239.
A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1317, f. 41. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1324, f. 306.
84. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 74, f. 78. A.G.S. Guerra Antigua, leg. 68, fol, 195.
86. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1320, f. 52. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1320, f.
173.
89. A.G.S., Est., leg. 463, f. 206. A.G.S., Est., leg. 469, f. 139. A.G.S., Est., leg. 469,
f. 131. A.G.S., Est., leg. 469, f. 132. A.G.S., Est., leg. 469, f. 157.
90. A.G.S., Est., leg. 469, f. 157.: «midiose un pedazo de muro del dicho revellín
por la parte baja del cimiento a donde se hizo un agujero para ver si estaba buena la
obra del dicho muro y hallose estar buena.»
El propio Cristóbal de Rojas, años más tarde continuará observando la fragilidad de los
muros de piedra para resistir el fuego de las armas: «Dando la bala en un sillar, demás
de cascarlo y romperlo, atormenta aquel sillar, y a los demás que están alrededor de él,
por ser cuerpo grande...» ROJAS, C. De. Tres tratados sobre Fortificación y Milicia.
Madrid, 1985.
98. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 25, f. 76. También cit. por SOJO Y LOMBA, F. El
Capitán Luis Pizaño...ob. cit.,en IDOATE, F. «Las Fortificaciones de Pamplona...ob.
cit., pp. 54-158. Y en: PORRAS GIL, C. La Organización ...ob. cit., pp. 289-334.
99. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 26, f. 45. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 48, f. 1.
105. A.G.S., Est., leg. 462, ff. 53-54, 67., leg. 463, ff. 135, 136.
106. A.G.S., Est., leg. 463, f. 83., leg. 464, s/f., Guerra Antigua, leg. 16, f. 53.
107. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 13, f. 91. Carta de Francisco Tovar al Emperador.
Abril 1538: «...Piedra hay en los arcos y toda tan buena y labrada el inconveniente es
no tener aparejo... Con la piedra de los arcos se ahorra mucha cal porque son grandes
bloques y también oficiales porque ya está labrada...» y en: A.G.S., Guerra Antigua,
leg. 13, f. 92, Est., leg. 1114, f. 75. Carta de Vaguer al Emperador. 14 de septiembre
1541:...que de los arcos de Cartago acarreen piedra.
109. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 16, f. 53., Est., leg. 1114, f. 75.
110. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 13, f. 91., leg. 15, f. 37., Est., leg. 469, ff. 197,
202, donde se anuncia la llegada de un maestro experto en cimentaciones, a estudiar el
problema y dar opinión.
115. A.G.S., Est., leg. 467, s/f.: «...que cuando él fue a aquellas fortalezas estaban
comenzadas las obras de las murallas y todos los materiales tan lejos que fue necesario
buscar con que los poder traer y por esta causa procuro que los moros le trujesen
ciertas bestias a las cuales ya algunos criados suyos a hecho servir en las dichas obras
y de ello ha tomado razón el veedor, y porque el lo ha hecho por la mucha necesidad
que dello había suplica a V.M. mande que aunque en las ordenanzas este prohibido, se
libre lo que en ello monta pues el no lo ha hecho por el provecho que de ello se sigue
sino por la necesidad...»
119. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 108, f. 63., leg. 177, f. 132.
133. A.G.S., Varios, leg. 110., DE LA PLAZA SANTIAGO, A. «Cartas del Duque
de Alba a Carlos V», Cuadernos de Investigación Histórica nº 5, Madrid, 1981.
134. En este sentido, cabe citar las reiteradas peticiones de la villa de San Vicente de
la Barquera realizadas en torno a 1553 en: A.G.S., Guerra Antigua, leg. 48, ff. 115-116.,
y en: A.G.S., Guerra Antigua, leg. 50, f. 129., se pide al rey que asentase una serie de
capitulaciones con Juan González, G. de Vallinas, Alonso González del Corro y Juan
Minguelez de Torres, vecinos que se habían comprometido, al mantenimiento y
saneamiento de la artillería, pues la villa no tenía medios para ello.
En 1554 Lequeitio pedía 2.500 ducados para levantar una fortaleza que consistiría en
una simple torre en un punto dominante del puerto. Sin embargo, ante la posibilidad de
no ser atendida tal petición, el consejo de justicia y los vecinos convenían que cuando
menos el rey les enviase 4 ó 5 tiros de bronce de los que había en Laredo o en San
Sebastián, en: A.G.S., Guerra Antigua, leg. 55, ff. 250-251.
135. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 50, f. 73. En 1553, D. Diego de Carvajal, capitán
general de la provincia, manda derribar algunas casas situadas en la parte de Sarriola,
por considerar que entorpecían a la defensa de la villa por esta parte. También en:
A.G.S., Guerra Antigua, leg. 50, f. 77. Decisión que se cuestiona en: A.G.S., Guerra
Antigua, leg. 50, f. 73: «...Baltasar de Santander en nombre de la villa de Sant
Sebastián dize que don Diego de Caruajal, capitán / general en la provinçia de
Guipúzcoa, a mandado derrocar çiertas casas de Sebastián Fernández e otros vezinos /
de la dicha villa de Sant Sebastián en la parte de Surriola.... y en ello V. Majestad no
res- / çiue seruiçio y la dicha villa y su fortificación grande danno y perjuizio, porque
la muralla de la dicha villa / por aquella parte esta mas fuerte estando como están las
dichas casas y demás dello por aquella parte». En A.G.S., Guerra Antigua, leg. 35, f.
99. Se da cuenta del derribo de unas casas en Fuenterrabía pues las obras realizadas en
la barbacana del castillo siguiendo los presupuestos de Luis Pizaño y Sancho Martínez
de Leyva, sobresalían 10 pies sobre el muro viejo estrechando la calle que no llegaba a
tener un codo de ancho. El caserío, muy aglomerado en torno a esta obra, no permitía la
entrada de luz por las lumbreras de la plataforma, haciendo irremediable el derribo de al
menos tres casas para ensanchar la calle y permitir el paso de luz.
137. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 23, f. 11/2.: «...Y que conviene que con toda
presteza y brevedad se haga la dicha / obra de la dicha muralla porque la vieja que de
presente esta, esta / para caerse porque no tiene çimiento la dicha çerca y es muy
vieja / y esta quemada de quando la villa se quemo y por auerse derribado / las casas
que estaban arrimadas a la dicha çerca, la qual si como dicho es, no se repara con la
mu- / ralla nueva se caerá muy presto o toda la mayor parte...»
139. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1320, f. 85., f. 221., f. 230., y leg. 48, ff. 55-59.
A.G.S., Guerra Antigua, leg. 52, f. 95. En 1553, Diego de Ozpina dirá como la gente
destacada en Guipúzcoa hace más de tres meses que no recibe pagas.
164. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 15, f. 91/2. Goleta, 1538. Carta de Francisco
Tovar a Carlos V.
167. A.G.S., Est., leg. 483, ff. 168, 169, 171, 174.
169. Varios son los ciclos de tapices que relatan campañas del Emperador ciclos
como el de la batalla de Pavía, conjunto de siete tapices que siguiendo cartones de
Bernard van Orley, fueron tejidos en los talleres de Willem Dermoyen, y ofrecidos en
1531 a Carlos V por los Estados Generales de Brabante con motivo de la presentación
de María de Hungría como gobernadora de los Países Bajos. Otro ciclo de interés lo
componen los tapices realizados en los talleres de Willem Pannemaker siguiendo
pinturas de Jan Cornelisz Vermeyen, con un total de doce tapices de los que hoy tan
sólo se conservan diez.