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Carlos V y la fortificación de las fronteras peninsulares

María Concepción Porras Gil

Universidad de Valladolid

Una de las tareas primordiales de todo gobernante era el mantenimiento de sus


estados, lo que llevaba implícito proveerlos de los medios necesarios para su
salvaguardia. Al desarrollo diplomático para evitar la guerra, venía a sumarse la
prevención defensiva, materializada a través de la construcción de fortificaciones(1). El
propio Maquiavelo elogiaba en el Príncipe a aquellos señores que construían fortalezas,
pues era práctica usada desde la Antigüedad para conservar sus estados(2). Otro tanto
dirá Francisco de Holanda en A fabrica que falece ha çidad de Lysboa, escrito en 1571,
al autorizar tales construcciones recordando que incluso grandes papas y santos reyes
fortificaron sus ciudades, pues lo contrario era imprudencia(3).

Los principales gobernantes de la Europa del momento se afanaron en este esfuerzo


constructivo con el fin de blindar su territorio ante posibles enemigos. La tarea sin duda
costosa, venía a complicarse ante la necesidad de aportar nuevas soluciones en esta
materia, ya que la tradición nacida para responder a una guerra de asalto, no resultaba
operativa en la ofensiva artillada. Los cambios experimentados a finales del siglo XV en
relación a las armas de fuego, así como la difusión y mejoras alcanzadas a lo largo de la
primera mitad del siglo XVI, consolidan una auténtica revolución que transforma el
modo de hacer la guerra, de concebir el ejército, y de ajustar las fortificaciones.

En el terreno de la arquitectura militar, se procuró inicialmente adaptar las defensas


existentes a los usos de la artillería, rebajando la altura de las cercas, desmochando las
altas torres, y reforzando muros y cimientos mediante terraplenes de tierra para
amortiguar los impactos de los proyectiles, y facilitar la colocación de piezas. Sin
embargo, estas labores no conseguían la perfección de las plazas, procediéndose a
ensayar nuevas formas que se debatían entre los cubos redondos y los triangulares
intentando con ello conseguir el mejor servicio para disponer los fuegos.

Al desarrollo práctico de estas estructuras defensivas vino a sumarse el debate


teórico que pretendía a través del estudio de las nuevas formas y de su explicación, la
definición de una verdadera ciencia capaz de hacer de estas construcciones auténticas
máquinas de guerra aptas para la defensa y el ataque.

1- La especulación teórica: el nuevo arte de fortificar


Fue en algunas cortes italianas como Urbino, donde más fructificaron los ensayos
para conseguir nuevos sistemas defensivos, estudiando este tipo de arquitecturas como
ingenios de guerra de funcionamiento unitario. Sus estructuras y formas se alejaban
progresivamente de la tradición medieval, rechazando los cubos semicirculares por su
ineficacia en la defensa de las cortinas, pues el escaso espacio de su plataforma superior,
no permitía el juego de las piezas. Las reflexiones iniciadas por artistas como Giorgio
Martini, proseguirán a lo largo del siglo XVI, definiendo en primera instancia «el
baluarte»(4), para llegar finalmente a considerar como una unidad indisoluble baluartes y
cortinas, configurando «el frente abaluartado», fundamento de la fortificación
moderna(5).

En este momento, la guerra y defensa se abría a una problemática, hasta entonces


desconocida, que invalidaba las propuestas que para la arquitectura militar habían dado
los tratados tradicionales. Desde Vitruvio, murallas, fortalezas y otras defensas se
habían entendido como un apartado dentro de la arquitectura pública. A partir del siglo
XVI se verá la necesidad de profundizar en ciertas cuestiones técnicas, así como en el
conocimiento exhaustivo de las armas de fuego; la distancia que alcanzaban los
proyectiles, la fuerza con que impactaban, la parábola que se obtenía en función de la
inclinación de las piezas... etc. La vitruviana concepción defensiva definida como razón
de muros, torres y puertas para defender los ímpetus y combate de los enemigos
perpetuamente, necesitaba ahora del concierto de hombres experimentados en la guerra,
que anteponían el funcionamiento práctico, a otras cuestiones de índole estético.

Es evidente que las primeras teorizaciones procedían del campo de la


experimentación, siendo los maestres de campo, capitanes, y otros hombres prácticos en
la guerra quienes hacían dichas recomendaciones. Tampoco faltaron aquellas otras
propuestas nacidas de la pura especulación teórica conducentes a modelos ideales sin
ninguna posibilidad real. Entre ambas posturas irá desarrollándose la figura del
ingeniero; un hombre técnico formado en la aritmética, la geometría, el dibujo, práctico
en la arquitectura, y a ser posible experimentado en campaña.

Algunos de estos técnicos dedicados por completo al estudio y desarrollo de las


fortificaciones, sistematizarán sus conclusiones en tratados especializados de escasa
difusión. Estos manuscritos con modelos abaluartados representaban su cualificación
personal, exhibiéndolos tan sólo ante aquellos reyes y señores para los que trabajaban,
pues dicho material era tenido como secreto. En este sentido, el primer tratado sobre
fortificaciones de tierra escrito por Giovani Battista Belluzzi en 1545, no fue publicado
hasta 1598(6), circunstancia parecida a la de Marchi, cuyo tratado manuscrito fechado en
1555, parece haberse realizado con anterioridad, cuando el ingeniero estaba al servicio
de Alejandro Médicis, y no se publicará hasta 1599(7).

Si bien la mayoría de los tratados del siglo XVI eran de factura italiana, su presencia
en España se advierte prácticamente de inmediato, como ejemplo puede citarse el
tratado de Zanchi, Del Modo de fortificar la Cittá, Venecia 1554(8); que dedicado a
Maximiliano de Austria fue uno de los primeros en aparecer. Este tratado, de sencilla
exposición y formato manejable, fue publicado en los años en que el ingeniero sirvió a
España en la guerra de Siena, lo que explica la difusión del mismo en distintas
bibliotecas, y la influencia que tuvo para otros ingenieros españoles, como Cristóbal de
Rojas.

En España la redacción de tratados de fortificación muestra un cierto retraso respecto


a Italia. Durante el reinado del Emperador, se recogen los primeros textos relativos a la
manera de realizar fortalezas, siendo la obra del Comendador D. Luis Escrivá, Maestre
del Hábito de S. Juan, Tribunal de Venus, Edificio Militar, hoy desaparecida, el primer
tratado sobre esta materia del que se tiene noticia. También a Luis Escrivá se debe la
Apología en escusación y favor de las fábricas que se hacen por designo del
comendador Scribá en el reino de Nápoles y principalmente de la del castillo de San
Telmo(9), en la que señala la imposibilidad de que una fortaleza condicionada por el
terreno, pudiera ajustarse a los principios definidos por Vitruvio.

No siempre fueron tratados generales los que sirvieron de guía, otras obras menores,
opiniones sobre aspectos concretos de la fortificación, sirvieron ampliamente para
reorientar trazados y sacar el mayor provecho a lo que existía a partir de mínimas
modificaciones. Por ejemplo el Sienés Pietro Cataneo en 1547, siete años antes de
escribir su tratado, dedicará a Diego Hurtado de Mendoza, embajador de Carlos V en
Siena, su opinión sobre el modo de hacer de Orvetello una ciudad portuaria fuerte(10).

En 1535, se tiene noticia de un libro De Re Militari compuesto por el capitán Diego


de Salazar, autor a su vez de la traducción de un libro de Historia titulado El piano
Alejandrino, para los que solicitaba permiso de edición y derechos sobre su venta(11), los
cuales si bien no eran específicamente tratados de fortificación, se consideran muy
provechosos para el ejercicio de la guerra. Del mismo modo la obra de Maquiavelo
sobre El Arte de la Guerra, tuvo notable repercusión, como también De Re Militari de
Vegecio en el que se fundamenta la justificación y razón de los ejércitos, citándose de
forma recurrente como criterio de autoridad, o los libros sobre geometría de Tartaglia,
fundamentales para definir la parábola de los tiros, la inclinación que debían adoptar las
cañas de culebrinas y cañones, y la altura desde la cual se optimizaban las detonaciones,
siendo imprescindibles para el dominio de la artillería, y consecuentemente en la teoría
de los tratados de ingeniería militar.

Sin negar la razón práctica de la fortificación, estas obras consiguieron una evidente
belleza fundamentada en la geometría y la proporción que resultaba de subordinar las
diferentes partes los reductos, y supeditar sus medidas al alcance de las armas de fuego.
El protagonismo de la geometría en este tipo de diseños, fue en aumento a lo largo del
siglo XVI. Librano, en 1543, siendo maestro de obras en Bugía, ponderaba los modelos
de fortificaciones que había diseñado, por estar hechos con «geometría y
perspectiva»(12). Unos años antes, en 1538, el ingeniero Pedro Luis Escrivá, reconocía
estas relaciones proporcionales al coincidir con Vitruvio en que la verdadera
arquitectura había de ser una «música acordada», por lo que habría de procurarse en las
fortificaciones repartir los defectos y no hacer «que todos cayan a un cabo»(13).

2- La ordenación de la defensa: fronteras y


fortificaciones
Las defensas existentes en los reinos peninsulares a la llegada en 1517 del joven rey,
se mantenían dentro de la tradición formal de la Edad Media. Obras como las cercas de
San Sebastián encargadas por el rey Fernando el Católico a Diego de Vera y Malpaso,
se prodigaban en cubos semicirculares de escasa superficie donde difícilmente podía
jugar la artillería pesada. No era muy diferente la situación de otras plazas como
Fuenterrabía, Pamplona, o aquellas otras fortalezas granadinas, tomadas a los moros
hacia apenas 25 años. No se trataba de una situación excepcional peor a la de otros
estados occidentales, pues en esto los reinos hispanos superaban a Francia, Inglaterra, o
al vecino reino de Portugal. En este sentido, la frontera francesa por el Rosellón,
contaba con una de las mejores fortalezas del momento Salses, diseñada por Ramiro
López a instancias del Rey Católico como protección ante un posible ataque francés en
1497. La bondad de esta fortaleza, terminada en 1503, atraerá la atención de viajeros
como Antonio de Lalaing, quien en su crónica del viaje de Felipe el Hermoso a España,
señala: «no hay nada mejor, considerándola intomable, a no ser traición y está muy
provista de artillería».

Siendo una de las mejores fortalezas del momento, Salses carecía aún de una unidad
de conjunto, dividida en sectores por barreras defensivas, pasadizos y galerías, que
procuraban partes autónomas entre sí. En buena medida, su carácter inexpugnable se
basaba en la desmesurada masa de los muros, de exagerado grosor y escasa altura, y no
propiamente en el desarrollo de un concepto diferente, estando a caballo entre los
castillos medievales y las fortalezas del siglo XVI(14).

Poco tiempo habrá de transcurrir, menos de cuatro años, para que Carlos V observe
la necesidad de reformar las defensas, proponiendo la mejora de algunas de ellas a partir
de reformas sustanciales, el desmantelamiento de aquellas inoperantes o innecesarias,
así como la construcción de otras en aquellos lugares especialmente expuestos. De este
modo, los nuevos modelos, nacidos muchas veces en los reinos italianos de la Corona
Hispana, serán adoptados en las plazas peninsulares, buscando en las nuevas propuestas
una garantía para la seguridad de los reinos

El diseño de una defensa global del territorio justificada en las fortificaciones, se


hacia imposible a tenor de su repercusión económica. Por otra parte, la propia
maquinaria de estado de Carlos V requería mayores rentas que la de sus abuelos, lo que
enfrentaba su mandato con las cortes de los distintos reinos, y concejos de las distintas
villas y ciudades. De esta forma el reajuste de las defensas, iniciado en 1524, atenderá
principalmente los pasos franceses por vascongadas, área especialmente expuesta, como
se había comprobado en 1521. Carlos V, encargará a Gabriel Tadino de Martinego,
conocido como Prior de Barleta, el desarrollo en este área, de un programa defensivo
capaz de contener las acciones francesas a lo largo de la frontera.

Las plazas incluidas en el proyecto de renovación eran la de San Sebastián, Pasajes,


donde se situaba un importante puerto natural, y Fuenterrabía, villa que en este
momento tenía muy dañadas sus defensas dados los destrozos que en cubos y cercas se
habían producido durante el periodo de ocupación francesa (1521-1224)(15). La
complejidad y dimensión de las obras necesarias para poner en buena guarda estos
lugares fronteros a Francia, hizo necesaria la división del proyecto en una serie de fases
de actuación, superpuestas en ocasiones a los viejos muros, a fin de que las plazas no
estuvieran abiertas siendo fácil presa del enemigo. Dos eran los temas prioritarios;
solucionar los daños causados por los franceses, y transformar los viejos trazados en una
búsqueda de limpieza de elementos inútiles como eran los cubos pequeños y la
regularización de los perímetros eliminando quiebros injustificados.

En Fuenterrabía las obras se comenzaron por la fachada oeste, donde el trazado debía
constituir una línea recta desde el cubo de la Magdalena hasta el de la Reina,
absorbiendo en el camino la puerta de San Nicolás que se defendía con un nuevo cubo,
tras eliminar los anteriores(16). Las mismas directrices se siguieron en San Sebastián,
donde las primeras fases constructivas se dirigieron a la reforma de la muralla y Puerta
Nueva del muelle, así como al frente del arenal, gran cortina cuya puerta dispuesta en el
centro, se defendía por el llamado Cubo Imperial, un revellín abaluartado, capaz de
defender todo el frente, apoyado por los cubos angulares de Don Beltrán y Turriano(17).
En Pasajes, como apoyo a la torre levantada en tiempo de los Reyes Católicos,
recomendaba la realización de una plataforma baja que permitiese el juego de la
artillería, evitando desembarcos no deseados(18).

No terminarán aquí las reformas para estas defensas, mejoradas años más tarde con
proyectos adicionales como los sugeridos por el capitán Villaturiel, el cual estudió y
desarrolló la unión de la Mota de San Sebastián con el resto de la fortificación(19),
proyecto que contó con la aprobación de Sancho de Leyva, que enviará un memorial al
Rey aconsejándole la realización de la obra(20). Los trabajos del capitán Luis Pizaño, que
en 1542 realiza el refuerzo del Castillo de Fuenterrabía, haciendo cuatro terrados en el
interior de la fortaleza que señoreasen la parte de Francia y la entrada de la mar(21). Por
las mismas fechas se le puede ver trabajando en San Sebastián donde había dado
instrucciones para los reparos de la Mota, y la plataforma del muelle, aún cuando no
hubiera sacado traza de ello(22). Suya es también la traza del lienzo de Sarriola en San
Sebastián, realizada en 1543(23), para el que también Martín de Legorreta y Domingo de
Arançalde, habían dado un proyecto que curiosamente es desestimado por el
Emperador, a pesar de su coste más económico y de los informes positivos de Sancho
de Leyva(24), y de un grupo de maestros canteros de la propia ciudad, entre los que se
encontraban Domingo de Arançalde, Pedro de Areyzteguieta, Juan Pérez de Lormendi,
Domingo Segurola y Martín de Liçarca(25).

Esta primera fase de fortalecimiento defensivo peninsular que se extenderá


aproximadamente hasta 1534, plantea como logro primordial el blindaje contra Francia
a través del diseño de un rosario de fortines a lo largo de la frontera, tanto en la zona
descrita, como en el Rosellón, donde a la plaza de Salses, vienen a sumarse Colibre y
Perpiñán. A nivel formal, las propuestas desarrolladas carecen aún de una unidad
funcional, centradas básicamente en la sustitución de los cubos por baluartes, el
terraplenado y refuerzo de los muros, y la regularización de los trazados.

A partir de 1534, hasta la muerte de Emperador, tiene lugar una segunda etapa
constructiva, mucho más madura, donde el baluarte se suma a la cortina constituyendo
el frente abaluartado, lo que proporciona una unidad mayor a toda la estructura
defensiva. Sin olvidar la frontera francesa, desde 1534 el área de intervención se amplia
geográficamente. La amenaza que el corsario turco Barbarroja supuso para los
territorios del sur de Italia tras la toma de Túnez, junto a la alianza firmada entre
Francisco I y la «Sublime Puerta», forzaron la intervención de Carlos V(26). El inicio de
esta política de control sobre el Mediterráneo que como señala Karl Brandi, hasta ese
momento no se había atendido(27), justificará un nuevo programa defensivo que refuerza
plazas meridionales como Gibraltar(28), o Cádiz(29), junto a otras dispuestas en la costa
norteafricana desde Melilla a Túnez. No se trata únicamente de una evolución formal,
sino también de un diferente concepto defensivo, expresado sobre todo en estas
fortalezas norteafricanas, que como barcos varados en la costa controlaban la marina, y
servían de primera fuerza de choque, evitando que los enemigos, principalmente piratas
berberiscos y otomanos, llegasen a las costas españolas o del sur de Italia. En última
instancia y dentro de la política defensiva del Mediterráneo, se atenderán las costas
levantinas y de las Baleares acosadas con recurrencia en los periodos estivales por
corsarios.

En este período las fortificaciones alcanzan una gran perfección aportada por los
ingenieros que intervienen en ellas así como por la supervisión y sugerencias de
hombres expertos en las armas, cuando no del propio Emperador. La coherencia que el
sistema defensivo comienza a manifestar debe ponerse en relación con la labor del
ingeniero Benedicto de Rávena, al que la emperatriz Isabel cita apostillado «nuestro
Ingeniero», lo que viene a indicar su puesto preferente. Iniciado en la artillería y
fortificación de la mano del Tadino, con quien había estado en el sitio de Rodas en
1522, participará junto con el Emperador en algunas de sus campañas como la de
Túnez, donde fue en calidad de sobreintendente de artillería(30), continuando con él hasta
Bona, a fin de trazar las reformas pertinentes para ponerla a punto(31) y posteriormente a
Bugía donde cumplirá idéntico encargo(32).

Llegado a España muy probablemente en 1534, fecha en la que es acusado de no


estar en Florencia(33), se nos ofrece seguidamente en Sevilla, ciudad en la que fija su
residencia, y en Gibraltar, donde se le envía para estudiar el estado de las defensas y la
conveniencia de reparos y transformaciones(34). Benedicto, que percibía su sueldo en
calidad de artillero, recibirá el nombramiento de ingeniero en abril de 1534(35), momento
a partir del cual su actividad se multiplica recorriendo las fortalezas hispanas sin
descanso alguno.

Dará traza a la fortificación de Cádiz(36) y Jerez(37), reconociendo el resto de la costa,


e informando precisamente sobre el estado las fortificaciones andaluzas. En el mismo
año 1534, irá a Pamplona donde estudia la disposición de las defensas así como lo
propuesto del maestre de campo Guevara(38), incidiendo sobre todo en la necesidad de
ampliar el bastión existente en la parte del molino de Caparroso, que adoptaría formas
abaluartadas quedando el cubo existente como caballero del nuevo, sirviendo de modelo
a otros baluartes de dicha cerca. En cuanto a la fortaleza, subrayaba la necesidad de
levantar dos revellines, uno a la parte del campo y otro a la ciudad, consistentes en una
punta triangular que tuviera 25 pies en el frente y 13 en los costados, con troneras en los
mismos para remediar la estrechez de los cubos(39). En 1538 Benedicto volverá a
Pamplona para informar sobre el curso de los trabajos(40) y dar las precisas instrucciones
para su continuación señalando lo que debía hacerse(41), Insistiendo en que las diferentes
partes de la fortificación tuvieran alambor bastardo, siguiendo el modelo de la
fortificación de Milán, corrigiendo de este modo algunos de los defectos que se
observaban en los últimos baluartes realizados en Fuenterrabía(42).

Pero el trabajo de Micer Benedicto no terminaba en la propuesta de un trazado, sus


servicios atendían también a la revista de aquellas fortalezas en construcción,
estudiando la conveniencia de lo que se hacía, perfilando los proyectos, o aportando
sugerencias para eliminar costes innecesarios. En 1535, hallándose el Emperador en
Italia, la Emperatriz, regente en ese momento, ordena a Micer Benedicto que vaya a
Perpiñán a entender en las fortalezas dadas las preocupantes noticias que se tenían de
Francia(43), yendo nuevamente por encargo de la Emperatriz al Rosellón pues en «lo de
los traveses de Salses hay pesar por que vayan errados»(44).
Otros ingenieros, en su mayoría italianos, trabajaron al servicio de Carlos V, de
quien puede decirse que aseguró sus fortificaciones contando con los mejores expertos
de su tiempo. De muy entendido se calificaba a Antonio Ferramolín, ingeniero siciliano
que había trazado las fortificaciones de Palermo y Mesina, y al que se confía el diseño
de la Goleta(45). Otro experimentado ingeniero fue Pedro Luís Escrivá que trabajó en las
obras más avanzadas de su tiempo como lo eran el castillo de San Telmo en Nápoles y
la fortaleza del Aquila. También Juan Bautista Calvi que trabaja en 1552, sustituyendo a
Pizaño que había fallecido, en la ciudadela de Rosas(46), en Perpiñán, y en Barcelona(47),
y en 1554 en Gibraltar(48) y Cádiz(49). En noviembre del mismo año hasta marzo de 1555,
trabajará en Baleares donde realiza la fortificación de Ibiza(50), del puerto de Mahón(51) y
la costa Mediterránea en general. También cabe citar otros ingenieros menores como
Librano, que dirige a partir de 1543 obras en Bugía(52), Antonio de Saavedra, que dice en
1536 haber llegado a la Coruña, donde estaba entendiendo en los reparos de las cercas y
cubos que estaban caídos(53), o el conde Hugo de Cessane enviado en 1552 a Mallorca
por don Fernando Gonzaga en calidad de ingeniero(54).

Sin embargo, a pesar de ser los autores materiales de las trazas, los ingenieros
trabajaban asesorados por alcaides, capitanes y otros altos cargos militares destacados
en la zona a fortificar, pues éstos tenían un conocimiento más real de las necesidades y
problemas existentes. El propio Marchi explicaba en su tratado que para hacer una
fortaleza era necesario, junto con el arquitecto que hiciera los diseños y dirigiera la
fábrica, un soldado con práctica que conociera el sitio(55). En este sentido Sancho de
Leyva, capitán general de Guipúzcoa, que atendía las plazas de Fuenterrabía, Pasajes,
Guetaria, San Sebastián, llegando hasta Pamplona, será un valioso colaborador dado su
conocimiento de la topografía de la zona, de los puntos más expuestos a la penetración
del enemigo, del número de piezas con que se contaba y estado de las mismas. Su
consejo no sólo era atendido por los técnicos, enviando informes sobre lo que convenía
hacerse en materia de fortificación al Emperador, a su regente, y a los secretarios de sus
consejos. El 11 de mayo de 1542, escribía a Carlos V, la relación de las obras
prioritarias a realizar en Fuenterrabía, considerando como lo más principal el levantar el
cubo de la Reina, aún sin terminar, y abrir los fosos en aquellas partes donde la tierra
estaba muy alta, como era el caso del cubo de la Reina y de San Nicolás, aprovechando
la tierra que de ello se sacase para realizar los terraplenes interiores sobre los que
jugaría la artillería(56). Siguiendo propuestas suyas, se realizó en Fuenterrabía el cubo de
la Magdalena, llegando incluso en 1542 a dar una traza para la reforma del castillo de la
Mota en San Sebastián(57), que se ejecuta en 1549-1551.

Otro destacado militar fue el capitán Villaturiel presente en San Sebastián desde
marzo de 1535. Villaturiel trabajará para mantener en defensa esta ciudad, estudiando,
conociendo los proyectos, e informando de la marcha de las obras, y lo que debía
realizarse, refiriendo en ocasiones a trazas previamente dadas(58); poniendo en almoneda
las obras a realizarse(59), o consultando a maestros canteros, sobre la viabilidad de ciertas
intervenciones(60).

En Pamplona el maestre de campo Guevara, orientará al propio Benedicto de Rávena


para que éste defina arreglos en el recinto defensivo, incluso es probable que marcara
algunas directrices para las obras, de tal modo que el memorial enviado por Guevara y
las obras planificadas por Benedicto son prácticamente coincidentes(61). Es más, en una
carta dirigida al marqués de Cenete virrey de Navarra, de abril de 1535, en relación a
dichas obras se dice: «Para hacerse conforme a la traza del Maestre de Campo Guevara,
y parecer de Micer Benedicto»(62). También el duque de Alba opinará en cuestiones
defensivas, en enero de 1542 en carta al Emperador dirá sobre Logroño: «La tierra de
Logroño parece que está en muy ruin disposición, pero se podría poner en tan buena
como es razón. Convendría terminar de acordar lo que conviniera a esta ciudad y se
pondrá de otra manera como ahora está, porque así no cumple servicio»(63). Siendo por
las mismas fechas comisionado junto a Luis Pizaño para estudiar las defensas navarras y
sacar una conclusión sobre su estado y posibilidad de mejora(64), que concluyó con un
memorial de Pizaño en el que se concretaba cuáles debían ser las actuaciones a realizar
sobre el cerco y fortaleza de Pamplona(65). Parecido es el caso de Bugía, donde el capitán
Vallejo, envía al Emperador una relación con las reformas que debían llevarse a cabo,
meses más tarde, delegado para juzgar tales cuestiones es enviado a la plaza Benedicto
de Rávena, el cual observará complacido los criterios expuestos por Vallejo en dicha
relación, que apenas debe ser corregida(66).

También los alcaides de las fortalezas velaron por la seguridad de sus fortines,
siguiendo muy de cerca las obras que se realizaban en ellos, llegando incluso a
cuestionar las trazas sacadas por los ingenieros. En la Goleta Don Bernardino de
Mendoza disconforme con el diseño de Ferramolín, proponía la adopción de un
polígono cuadrangular(67), criterio seguido por el posterior alcaide Don Francisco de
Tovar, a todas luces contrario a las trazas del siciliano que define como erradas(68).
También discutidas por el marqués de Mondejar, fueron las trazas que Benedicto de
Rávena dio para la ciudad de Cádiz(69), finalmente realizadas siguiendo el criterio del
ingeniero(70).

A nivel práctico la fortificación se enriquecía a través de esta colaboración, que


facilitaba la convivencia entre la teoría y la práctica, y que se potenciaba desde los
propios consejos de Guerra y Estado, proclives a comisionar a militares e ingenieros
para estudiar los problemas defensivos. Cotejar varias opiniones era importante para
llegar a la solución más fructífera que en último término decidía personalmente el
Emperador por ser hombre práctico y entendido en la guerra.

3- El gasto de la defensa
Anualmente la monarquía distribuía una buena cantidad de las rentas para atender a
la defensa de los reinos, determinando las cuantías en función al riesgo de las plazas.
Dentro de tales presupuestos debía atenderse la paga de oficiales y soldados, el
mantenimiento de las piezas y explosivos, y las obras. Tales partidas fueron variando
desde los primeros años del s. XVI, hasta la mitad del mismo, así en los primeros años
fue la frontera guipuzcoana y Pamplona, los lugares más beneficiados económicamente,
atendiéndose años más tarde las costas africanas y Levante.

En 1557 uno de los lugares que mayores rentas consumía era Cádiz, cuya
fortificación se estimaba en un cuento ciento veinticinco mil ducados. En la misma
fecha, los gastos que tenían consignados San Sebastián y Fuenterrabía eran 8.000
ducados, Pamplona otros 8.000 ducados, Perpiñán y Rosas 30.000 ducados; 20.000 para
Rosas, 10.000 para Perpiñán, 4.000 ducados para Gibraltar y para Orán 8.000(71). Entre
las fortificaciones más costosas de mantener, estaba la Goleta, que contaba con una
guarnición numerosa. El gasto de este fuerte, subvencionado en parte con las pagas que
el rey de Túnez estaba comprometido a dar, suponía a la Corona anualmente 55.000
ducados, empleados 47.000 para las pagas y los otros 8.000 para las obras(72). Se trataba
en todo caso de gastos ordinarios, insuficientes por lo general para sostener la
complicada maquinaria defensiva, lo que obligaba a Carlos V con frecuencia, a solicitar
préstamos, recurrir a eclesiásticos solventes, o hacer que los propios regimientos de las
ciudades se implicasen en su defensa. En septiembre de 1534, Carlos V ordenaba en una
cédula, que se pagasen a Pedro del Peso 2.500 dineros; 1.500 para Fuenterrabía, otros
1.000 para San Sebastián y 500 para Pamplona, sacados de los bienes del obispo de esta
última ciudad(73). En el caso de Logroño, Francisco López de Salvatierra recomendaba a
su majestad que ordenase la contribución de los clérigos de la villa, pues la obra iba «en
general provecho»(74).

En otros casos la ayuda no era en dinero, pidiéndose provisión de materiales o


peones para trabajar en las obras. Algunas villas estaban obligadas a contribuir con estos
servicios a la Corona, lo que hacían de mala gana o con escasez. Los vecinos de San
Sebastián, obligados a proporcionar el agua y la arena para las obras que en la villa se
realizaban, se negaron a hacerlo en 1535. El consejo reunido «a campana» con
Villaturiel, se excusaba haciendo saber los desvelos que siempre habían tenido por la
seguridad de los reinos; así en 1512, cercados por los franceses, combatieron reciamente
y gastaron más de 4.000 ducados en dar de comer a la gente que se encerró en la villa.
En tales sucesos se quemaron 136 casas, que hubo que reparar a su costa, que en reparos
y derramas gastaron más de 1.500 ducados. Después viendo que convenía a la
seguridad, hicieron 6 cubos grandes, cerrando la villa según traza de Diego de Vera y
Malpaso, y en ello, y en la artillería de hierro, gastaron más de 1.500 ducados. En 1521
se gastaron en defensa más de 1.500 ducados y fueron muy castigados durante los años
de 21, 22, 23, 24 y 25, por la gente de guerra, que por demás estuvo aposentada en
1528. Les hicieron acarrear a su costa la tierra, zahorra, agua y arena al pie de la obra
para hacer el paño a la parte del Ingente y además han dado el agua y arena necesaria
para hacer el Cubo Imperial y los lienzos de sus lados, gastando más de 4.000 ducados,
más 5.000 ducados de ayuda al muelle nuevo, que se acabará este año. Por todo ello
estaba su República muy fatigada y gastada, no existiendo ninguna obligación ni
promesa al respecto(75). Tampoco Logroño se esforzaba en ayudar a las obras, aún
cuando la Villa escribiera a la Emperatriz, informando de los servicios y esfuerzos que
realizaba por su fortificación, lo que desmiente Francisco López de Salvatierra
informando: «La ayuda que han hecho los de la comarca para los reparos de la cerca ha
sido dar algunos peones para abrir foso, y estos son pocos porque en esa comarca hay
pocos lugares de realengo, que todos son señoríos aparte de lo insuficiente de la ayuda,
los peones no tenían rendimiento ya que venían de lejos y llegaban tarde y cansados a
trabajar, pues el camino se hacía a pie»(76).

Tampoco faltaron casos de distracción cometidos por los cabildos de algunas villas
demorando las obligaciones contraídas en la provisión de materiales u hombres para la
construcción de defensas, esperando que éstas se olvidaran. San Sebastián negaba la
obligación de proporcionar cal y arena a las obras, Logroño enviaba a trabajar en ellas,
gentes que vivían en lugares distantes por lo que legaban tarde y cansados, no sirviendo
para nada, pero además en esta ciudad, las provisiones sobre las penas pertenecientes al
fisco, y las escribanías del número, otorgadas por los Reyes Católicos para gastar en las
cercas, no se aplicaban a tal fin. Con claridad Francisco López de Salvatierra indicaba la
dificultad de investigar el caso, pues «...y como sean muchos los que han gobernado de
aquella manera y metido la mano no se hace cuenta desto porque los unos callan por los
otros y los otros por los otros...»(77), a pesar de lo cual pedía un juez de cuentas que
aclarase la cuestión, ordenando la hacienda de la ciudad.

En situaciones de especial peligro, el monarca, o en su defecto el regente, actuaba


con rapidez enviando dinero, y reforzando con armas y gente los efectivos allí
destacados. En Fuenterrabía el derribo en 1536, del cubo de San Nicolás, originó la
caída de un lienzo de la muralla con lo que la villa quedó desprotegida y muy expuesta,
informada la Emperatriz, por esos años regente, y asesorada por el consejo de Guerra,
no dudó en proveer lo que fuera necesario para solucionar lo antes posible el problema.
Es más, se llega a insistir en el respeto del concierto con Lope de Insturizaga,
recomendando al pagador la provisión ininterrumpida de dinero con el fin de agilizar la
obra(78).

Máxima brevedad en las obras necesitaban las fortalezas norteafricanas, sobre todo
por tratarse de reductos aislados, rodeados de peligros y demasiado apartados de otros
territorios del imperio. En Bona, Miguel de Penagos, tenedor de bastimentos, solicitaba
al el envío de dinero para que no cesaran las obras, pues se trataba de un enclave
peligroso(79). Mientras en la Goleta, en 1542 Francisco Tovar pedía a la par que maestros
canteros, muradores, y ladrillos, dos galeras, pues mientras durasen las obras, al no estar
cerrado el perímetro, había mucho riesgo, siendo indispensable la protección de la
fortaleza(80).

La empresa defensiva, económicamente cuantiosa, llevó a la Corona a proceder con


gran escrúpulo en el control de los gastos, sobre todo de aquellos nacidos de las obras.
Vigilaba para que las condiciones de los contratos resultasen económicas, estos
subastados a la baja, llegaron a ofrecer precios desfavorables a los contratistas que veían
su propia bancarrota en la continuación de las obras. El ejemplo lo tenemos en
Fuenterrabía, donde en noviembre de 1530, el maestre Lope de Insturizaga concertaba
las obras por un precio de 8 ducados la tapia, corriendo igualmente a su cargo la
provisión de materiales, así como las labores de limpieza y descombro(81). Unos años
más tarde, en diciembre de 1545, tras la muerte de éste, los trabajos se darán en contrata
a su yerno Domingo de Eztala, ajustadas a un precio inferior: siete ducados, dos reales y
medio la tapia, corriendo a su costa la saca de los cimientos necesarios, los materiales y
la mano de obra(82). En 1555 Domingo de Eztala reclamaba 1.473 ducados que aún no se
le habían pagado(83) quejándose de la mísera cantidad en que tenía convenida la obra,
inadecuada al aumento que todo había sufrido, por lo que resultaba ruinosa, obligándole
a debatirse entre la solicitud de un aumento, o la rescisión de su contrato(84).

Sancho de Leyva, consciente de las dificultades de los maestros que tenían obra
contratada en San Sebastián, pedirá en 1551, justo antes de su marcha a África, una
subida para Martín de Gorostiola que realizaba obra en la Mota, proponiendo que la
tapia se le pagase al menos a seis ducados y un cuarto, alegando en ello su buen trabajo
y lealtad. Contaba también la pérdida de los otros maestros, a pesar de tener éstos
ajustada cada tapia en seis ducados y cuarto(85). Otros dos maestros más intervenían en la
villa para los que no se hace petición alguna en el documento, aunque puede advertirse
que su cuota era igualmente escasa, pues se les incentivó mediante el pago de 30
ducados extras cada 100 tapias, con el fin de asegurarse el término de las obras en el
verano(86).
Confiar la obra a un sólo maestro suele ser excepcional, siendo más frecuente
parcelar el proyecto, otorgando cada una de las diferentes partes a maestros distintos. En
San Sebastián, las obras que se realizan desde 1528 a 1537, fueron ejecutadas por tres
maestros; el cubo Imperial, por maestre Juan de Larraondo, el lienzo que iba desde el
cubo Imperial al cubo del Ingente por Pedro Goyaíz, mientras el lienzo que desde el
cubo Imperial iba hasta el muro de Sarriola se dio a Miguel Arizmendi, maestro que no
ofreció garantías, por lo que nuevamente paso a subasta, tomándolo Juan de Larraondo.
Además de estos nombres trabajaron en San Sebastián Miguel Sandracelay, Diego de
Arceguieta, Pedro de Legorreta, y Micer Martín de Legorreta(87). En Bugía, según consta
en una relación dada por Luís de Peralta, alcaide de la fortaleza, el 10 de diciembre de
1545, trabajaban 10 maestros, cuyo sueldo no superaba los seis escudos al mes, a los
que se sumaba, un maestro trazador que cobraba 11 escudos y medio al mes, y maestre
Domingo, y maestre Juan Pulles que cobraban 7 escudos(88).

En Melilla, fue Sancho de Escalante el maestro encargado de realizar las obras,


avanzadas según parece en 1536, fecha en la que se saca una completa relación de los
descargos que dicho maestro había recibido, y las tapias que había levantado(89).

El control sobre lo edificado era minucioso, contadores y veedores medían las tapias
para ver si cumplían con las dimensiones de altura, anchura y grueso estipuladas.
Igualmente se controlaban los materiales especialmente la cal y la arena, pues de su
calidad podía depender la solidez de la fábrica, llegando incluso a hacer «catas» en los
muros, a fin de comprobar la calidad del interior(90).

Las duras condiciones que figuraban en los contratos, provocaron en ocasiones la


falta de aspirantes a las obras, llegando al caso sucedido en San Sebastián en mayo de
1535, donde las obras puestas en Almoneda por el capitán Villaturiel, no llegan a
contratarse dada la ausencia de maestros(91). A todo ello había que añadir la poca
puntualidad que en el pagar tenía la administración imperial, interrumpiéndose con
frecuencia las reformas por falta de dinero. En Fuenterrabía en 1531, se trabajaba
despacio por no poderse pagar puntualmente las obras(92), tónica que continuaba un año
después según consta en la relación hecha por el corregidor Ayala en agosto de 1532,
donde se dice cómo las obras mostraban avances menores de los que cabía esperar(93).
En Navarra, el virrey Luis de Velasco llamaba la atención sobre la inutilidad de algunas
labores, que basadas en el ahorro no eran sino «meros remiendos»(94), y al año siguiente,
1549, el duque de Maqueda exponía como el marqués de Mondejar tenía ordenado cual
debía ser lo primero en atenderse en la fortificación de Pamplona, y como si hubiera
más dinero se podría hacer el escarpe(95). La realidad era evidente, pudiendo hacerse
extensible a todas las obras lo que Sancho de Leyva señalaba para el caso de San
Sebastián: «...En las obras se trabaja conforme al dinero que hay...»(96).

4- Las obras de tierra y fajinas


Normalmente la Corona pretendió hacer de «obra perpetua» sus fortificaciones,
aunque en algunos casos, el peligro que ciertos lugares corrían, aconsejó hacerlas de
fajinas, material empleado en la denominada «fortificación de campaña». La fajina
ofrecía sobre la piedra, una serie de cualidades, que hacían de ella el material preferido
por los hombres prácticos de la guerra(97). Se trataba en primer lugar, de un material
económico y fácil de obtener, en segundo término, conseguía una ejecución rápida de la
defensa, lo que le hacía idóneo para utilizar en campaña, pero además resistía los
impactos de la artillería, dada la escasa capacidad para transmitir las vibraciones, y era
muy difícil de minar. Su problema era el rápido deterioro que sufría, sobre todo en
climas lluviosos, recomendándose siempre que se pudiera, encamisarlo con piedra, o en
casos más apurados, verter sobre la fajina cal viva para formar una costra que frenara al
menos su degradación.

En 1542, el capitán Pizaño, y el duque de Alba, tras visitar la fortificación de


Pamplona recomendaban en un memorial enviado al Emperador que las partes que iban
desde el castillo, al baluarte de San Antón, se hiciesen al menos de tierra si no hubiese
tiempo para hacerlas de nuevo(98). Pocos días después de la fecha del memorial, se
iniciaron las obras, consecuencia de las cuales se produjeron algunas caídas, viéndose
igualmente la necesidad de apuntalar algunas partes que iban desde la fortaleza a
Caparroso y desde ésta a San Antón. La falta evidente de dinero, sólo se contaba con
1.000 ducados, hizo que se plantease un reparo desde la parte que había quedado sana
de la muralla hasta arriba, con buena fajina y trabazones que penetraran bien adentro(99).
Reparos que no debieron ser muy duraderos, justificando Pizaño estas caídas según
expone en mayo de 1545, en carta escrita desde Valladolid al Emperador, al hecho de
no haberse contratado estos paños a destajo como solían contratarse, no existiendo
ninguna persona que se responsabilizase de los mismos(100). Sin embargo, el virrey de
Navarra en 1546, responsabilizaba al propio Pizaño de la suerte sufrida por los reparos.
Si bien las ideas defensivas de este ingeniero eran muy buenas, su ejecución era muy
deficiente, ya que el empleo de fajinas y tapiales no era apropiado para esta ciudad, pues
la tierra era muy húmeda, la cal muy floja y la arena muy ruin, sabiendo por experiencia
que en 23-30 años no acababan de fraguar las obras, y la tierra, aún cuando estuviera
muy bien tapiada, pujaba con la humedad y se desmoronaba(101).

No ocurría lo mismo en las plazas africanas donde la construcción de tierra


aguantaba mejor ante la aridez del clima. Algunas como la Goleta, se habían puesto en
defensa a partir de este material, consiguiendo una rápida edificación, pues comenzada
la obra en julio de 1535, se presumía terminarla en septiembre, para pasarla acto
seguido a piedra a fin de hacerla duradera(102). No corrió la misma suerte su puesta en
«perpetuidad», retrasándose constantemente las obras que seis años después de la toma
de Túnez no estaban concluidas constituyendo una vergüenza(103). Al disgusto que las
trazas de Ferramolín producían en los alcaides(104), había que añadir el aislamiento de la
zona que hacía difícil la consecución de los materiales. En sucesivas ocasiones se pide
piedra a España diciendo que la lleven como lastre en las galeras que parten de
Málaga(105), igualmente la reclaman de Sicilia(106), mientras algunos alcaides como
Francisco Tovar dicen haberla muy buena en los arcos del acueducto de Cartago, pero
en este caso el problema era no tener carros ni mulas, con que acercarla a la Goleta(107).
Tampoco se contaba con maestros muradores, pues las primeras labores realizadas en
tierra y juncos, habían sido ejecutadas por los soldados y oficiales destacados allí,
incluso el propio ingeniero Ferramolín, participó como zapador en ellas(108). Sin
embargo el inicio de las obras de cantería requería la presencia de maestros(109), llegando
a pedirse un maestro veneciano, experimentado en sacar cimientos en zonas
pantanosas(110).
El grueso de la mano de obra que trabajaba en estas fortalezas no tenía ninguna
cualificación, siendo los propios soldados quienes a falta de peones habían de hacerlo.
Circunstancia reiterada en las plazas tunecinas, que se denuncia por algunos oficiales y
alcaides, pues tales ocupaciones obligaban a descuidar la defensa. En Bugía, el capitán
Vallejo, escribía solicitando más gente para esta fortaleza, que contenía quinientos
hombres, pues de esta forma podrían más razonablemente trabajar en la obra(111),
mientras que los soldados de la Goleta, se quejaban de estar muy trabajados(112). El
propio Tovar informaba al Emperador que se trabajaba todos los días, incluso los
domingos, a fin de tener antes en defensa la Goleta(113), por lo que Carlos V le
recomendaba escribir al embajador español en Roma, para que éste les proporcionase
las bulas convenientes, para que el quehacer dominical no causara daño a sus almas(114).

La necesidad de avanzar en las obras y la falta de individuos para ello, tuvo como
resultado el empleo de personas variopintas, en Bugía en 1539, Luis de Peralta había
hecho colaborar en las obras a ciertos criados suyos, reclamando el pago de estos,
aunque las ordenanzas lo prohibieran(115), en otros casos, la falta de peones obliga a
pedir cualquier tipo de gentes, Francisco Tovar, alcaide de la Goleta pedía forzados por
delitos para trabajar en las obras(116) ocupándose también en estas labores a moros, como
ocurrió en Bona donde de ordinario había 70, que cobraban 9 ducados(117). No faltaron
tampoco en las cuadrillas de trabajo las mujeres, en Perpiñán en 1546 trabajaban; 60 en
un baluarte, y 80 en la muralla(118), mientras en Pamplona se tiene constancia del trabajo
de mozos, mozas y mujeres, que con los salarios más bajos, asistían a las obras para
realizar los trabajos más ruines, como amasar las fajinas con agua, pisar los terraplenes,
o acarrear determinados materiales(119).

Mientras se efectuaban las obras, la guarda de la fortificación se reforzaba, en Bugía


o la Goleta se emplearon galeras que cubrían la costa vigilando la presencia Turca, a fin
de impedir acciones sorpresa. Igualmente se acentuaba el número de soldados
destacados, a la marcha del Emperador hacia Bona quedaron en la Goleta 1.200
soldados dejándose en Bona 600, mientras en Bugía el capitán Vallejo dice tener 500,
siendo necesarios otros 100 más así como una capitanía de jinetes para que guardasen a
los que estaban en la fortaleza(120).

5- Las Guarniciones
De poco servía una fortificación si no contaba con gente para su guarda. En 1541, el
capitán Villaturiel señalaba como en San Sebastián se había gastado mucho dinero en la
fortificación, por lo que no era lógico que tuviera mala guardia, solicitando 100
soldados, para defensa de la ciudad y la Mota(121). El costoso mantenimiento de los
hombres destacados en las fortificaciones hacia que estas sobrevivieran con un reducido
número de efectivos, que se incrementaba en momentos de alerta. En 1530 se habla de
una reducción por cédula real, sobre los 100 soldados que habitaban en la fortaleza de
Pamplona, concretando también el disponible de la fortaleza de Estella, donde no debía
haber más de 25 hombres(122).

En otros casos, no era recomendable excederse en el ahorro de tropas, como sucedía


en Fuenterrabía y en otros pasos fronterizos con Francia, que habían de estar en
disposición constante para resistir un ataque sorpresa, al menos hasta que llegasen
refuerzos. En 1535, Se informaba a Sancho de Leyva, que la Emperatriz escribía a
Pedro del Peso, para que resolviese el peligro que suponía contar tan sólo con 25
hombres en Fuenterrabía(123). Unos años más tarde, 1541, Sancho de Leyva denunciará
la desprotección de San Sebastián, donde tan sólo había 10 soldados de los que tenía
Villaturiel en la Mota, no pudiendo hacerse guardia en las murallas ni de día ni de
noche, a lo que se añadía la penosa situación de la artillería con piezas aparejadas en
viejas carrias, arcabuces «muy perdidos», sin municiones, ni persona entendida para
reparar la situación(124).

Hay que advertir una notable diferencia entre las guarniciones regulares, aquellas
que servían en tiempo de paz, y los refuerzos extraordinarios llevados cuando había
alarma. Así el memorial para la defensa de Guetaria redactado por Domingo de Ochoa
en 1542, precisaba la conveniencia de realizar un cubo y una plataforma para la
artillería, en el ahorro de hombres necesarios para guardar la villa que con 2 ó 3 sería
suficiente en tiempo de paz, y el de guerra, bastarían entre 20 y 50(125).

Como se desprende del citado memorial, en caso de peligro el número de hombres y


piezas se aumentaba rápidamente. En 1530, ante el temor de que se produjesen nuevas
acciones francesas, dado el nombramiento de Don Enrique de Albrit como gobernador
de la Guyena, y viéndose mucha gente de armas que iba a juntarse en la ribera del
Garona y Mon de Monzón(126), Pamplona se puso alerta, solicitando licencia a Carlos V
para tener 400 soldados dentro de la ciudad, y 100 hombres de armas de guardia, pues
no eran suficientes los de la fortaleza, pidiéndose también armas y municiones a Burgos
y Simancas(127). En 1535 como provisión de las fortalezas del condado de Rosellón se
mandan 1.000 hombres a residir en la fortaleza de Perpiñán(128) y en marzo del mismo
año, ante las nuevas que se tenían en esta frontera de Francia, la emperatriz Isabel,
ordena a Domingo de la Cuadra, el envío urgente a Perpiñán de 500 lanzas y 4.000
infantes, a los que se daría a la entrada de la fortaleza los arcabuces y las picas que
fueran menester a cargo de su sueldo(129).

Aunque era compromiso de los monarcas la defensa de sus súbditos, también las
poblaciones debían colaborar ayudando en la construcción de las defensas, aposentando
a los ejércitos o armándose como medida preventiva. En 1535, la Emperatriz pedía que
se le envíase la relación de las gentes que tenían armas en Cádiz, ordenando para
aquellos que no tuviesen, el aprovisionamiento en el plazo de ocho días, de una lanza y
una rodela, bajo pena de 600 mrs(130). Por su parte Sancho de Leyva escribía en abril de
1536, cómo en la provincia de Guipúzcoa no había tanta gente armada como en tiempos
pasados, «que por mandato del rey católico solía él ir por las villas y lugares para que
las fustas estuvieran en buen orden, y diestros por lo que pudiera pasar», observando
cómo se debería mandar a dicha provincia, y al correo de ella que se proveyese de las
armas necesarias, e hiciesen las muestras para estar más entrenados(131).

En muchos casos los propios concejos organizaban milicias con los vecinos a fin de
poder ofrecer una primera resistencia. En otros, su tarea era la simple vigilancia de las
costas, labor que se desarrollaba principalmente en verano. A la guarda de Bugía
colaboraban con los soldados que debían hacer las «atalayas», hombres de campo, que
fuera de la fortaleza atendían los movimientos de los moros(132). Llegándose en
situaciones puntuales a suplir la falta de gentes de guerra, con la presencia de paisanos,
aunque la solución era en sí misma un problema, como informaba el duque de Alba en
1542 sobre Pamplona, donde había 2.000 hombres de la tierra armados de coseletes,
picas y arcabuces, y ningún soldado de su majestad, lo que era un peligro dada su falta
de preparación y aptitudes, y el desconocimiento de su fidelidad a la Corona(133).

No faltaron ejemplos donde el miedo sentido por los vecinos ante un potencial
enemigo, les llevó a pedir con insistencia piezas de artillería, armas y municiones(134),
cuando no a construir alguna clase de fortín, como sucedió en Pasajes, donde se inició
una torre de piedra que miraba hacia Francia, cuyas obras se interrumpieron al ser
consideradas inoportunas y perjudiciales a la defensa por el Emperador y el Consejo de
Guerra.

Vivir en una plaza fortificada conllevaba inconvenientes para la población,


contribuciones especiales, y normas que impedían la construcción de viviendas en
determinados sectores, o el derribo de aquellas que entorpecían las maniobras
militares(135). Se prohibía la construcción de casas apoyadas en las cortinas, pues
impedía el movimiento de piezas, además de constituir un peligro para sus habitantes.
En 1541 Sancho de Leyva denunciaba en San Sebastián, la falta de protección en la
vertiente oriental, donde dice no haber valla alguna, sino casas de vecinos, cuyas puertas
y ventanas salen a aquel arenal(136), noticia que parece haber sido exagerada, pues en
otros documentos se hace referencia a una vieja muralla, prácticamente sin cimiento,
que se resintió al derribar algunas casas que tenía adosadas(137). El mismo año el Rey
ordenaba para las obras de Bugía derribar las casas que iban desde el reparo nuevo, a la
Puerta de los Leones adosadas a la muralla: «y se le ha de hacer un parapeto bajo sobre
el que pueda jugar la artillería sobre el»(138).

Otro aspecto a tener en cuenta eran las incautaciones de huertas, casas y otras
propiedades en lugares donde debía llevarse a cabo una ampliación de la plaza, pues
aunque se indemnizaba a los propietarios, este tipo de acciones judiciales solían acarrear
protestas(139), máxime si la orden de desahucio atendía a propiedades del común como
ocurrió en San Sebastián en 1535, ante la orden de derribo del hospital que se situaba a
un lado del cubo Imperial, donde la propia Emperatriz hubo de intervenir, legitimando a
Villaturiel y ordenando el traslado del centro(140).

Sin embargo, la cuestión más delicada y aborrecida por las poblaciones, era el
aposentamiento de soldados, pues al costo que suponía la manutención de estas gentes
-los nueve reales al mes que se permitía cobrar por su alojamiento y comida resultaban
insuficientes- había que sumar su comportamiento pendenciero. Pamplona se niega en
1542 a alojar la infantería mientras duraban las obras ordenadas por el duque de Alba,
según propuestas de Pizaño(141), mientras el concejo de San Sebastián, recordaba a
Villaturiel como lo más perjudicial a su República, el aposentamiento del ejército en
1528(142). Sabedores de los problemas que un ejército originaba en las poblaciones que lo
acogían las defensas de ciudades contaron con acuartelamientos específicos donde
además de alojarse los oficiales y soldados, había almacenes para la munición y las
piezas, aljibes, hornos y lugares en los que se guardaban las provisiones de respeto.

Normalmente lo primero en construirse en el interior de las fortalezas eran los


almacenes para municiones y piezas, dado el rápido deterioro que la intemperie causaba.
Estos almacenes solían hacerse de buena cantería, y normalmente cubiertos de bóveda,
sistema que resistía mejor posibles explosiones. En Bugía, Francisco Pérez de Idiacayz,
veedor de las fortalezas pedía 300 ducados para hacer los almacenes, mientras Isabel de
Portugal escribía al capitán Vallejo, para que ordenara hacerlos de bóveda con aparejo
de ladrillo, pues así quedarían más perfectos(143). En la Goleta lo primero en hacerse de
piedra fueron las cisternas, almacenes, y tahonas. Sin embargo, en Bona(144) y Melilla(145)
los almacenes parecen haberse hecho de madera.

Importantes también eran las campanas, que constituían un medio eficaz para dar la
alarma como se explica en 1537 desde Bugía diciendo como las atalayas, o vigías en el
caso de avistar moros daban la voz de alarma con las campanas, señalando a través de
éstas el número de los mismos. Así si era uno el que venía, tocaban la campana una vez,
en caso de dos, dos veces; tres, tres veces... y si eran muchos, tocaban a rebato(146). En el
caso de fortalezas de pequeño tamaño bastaban las que hubiere en su iglesia, pero
tratándose de recintos mayores solían distribuirse en diferentes puntos, dispuestas
normalmente en lo alto de las torres, en 1557 Alonso de Gurrea, alcaide de Melilla,
pedía tres para la ciudad pues se habían roto las que tenían para tocar los rebatos(147).

De todas las cuestiones a tratar en una fortificación, la más desatendida era el


alojamiento, en este punto se observa una ligera preocupación por la casa del alcaide,
pues la autoridad del cargo, y excelencia del personaje, debían observarse en su forma
de vida. En la Goleta por ejemplo se le aposenta en unas estancias del torreón de
Barbarroja(148), en San Sebastián ocupaba las estancias más dignas de la Mota, mientras
en otros lugares ocupaba algún palacio o casa de calidad comprada por el rey para tal
fin. En Melilla, el alcaide Alonso de Gurrea, escribía a la Princesa Gobernadora en
1557, informando que el duque de Medina, ofrecía una casa para vivienda del capitán
que allí residiese (alcaide). Gurrea consideraba interesante tal oferta, pues la casa si bien
necesitada de reparos, tenía un valor estimado en 300 ducados, siendo al parecer más
noble que el resto del caserío: «ella es de teja y ha menester repararse, suplico a V.A. de
facultad para que así se haga, y de aquí el veedor avise a V.A. sobre ello esta bien, y no
permita V.A. que haya casas particulares que sean mejores que las del capitán pues no
conviene al servicio de V.A., ni a la defensa de esta plaza»(149).

En cuanto a los oficiales, pocos datos orientan sobre el tipo de acomodo que se les
ofrecía. En la Goleta en el torreón de Barbarroja, donde vivía el alcaide se encontraban
algunos cuartos de oficiales, tomados por los rebeldes en el famoso motín de 1538.

Finalmente la tropa se adaptaba en cada plaza a una circunstancia diferente. En el


caso de ciudades fortificadas, el alojamiento variaba ocupándose en algunas de éstas,
casas particulares, mientras en otras, los soldados se hacinaban en barracones, u otros
aposentos destinados a tal fin, siendo frecuente la simultaneidad de ambas posibilidades.
Incluso en ciudades como Pamplona, donde hubo destacamentos de número elevado a
lo largo de todo el s. XVI, no se llegó a contemplar de forma seria el alojamiento de los
soldados, carentes las más de las veces de un jergón para poder dormir. Sin ir más lejos
en 1543, el Castillo Viejo contaba tan sólo con 40 camas, cuando los soldados llegaban
a 90, lo que supone que compartían lecho un mínimo de dos personas. Cada una de estas
camas contaba con un colchón, cuatro sábanas, y una manta rizada, pero había
necesidad de sábanas porque éstas estaban rotas, y las camas destartaladas(150). Parecida
era la circunstancia que se vivía en San Sebastián en 1555, cuando Diego de Ozpina
refería la necesidad de que se construyeran aposentos y camas, pues aún no se habían
hecho(151).
En el caso de fortalezas aisladas, como ocurría en las costas mediterráneas de África,
las condiciones se endurecían sensiblemente, sobrellevando una existencia que poco se
diferenciaba de la vida de campaña, obligados temporalmente a dormir al raso, o en
barracones de elementales condiciones, no muy diferentes a los que finalmente se daban
por buenos. La incomodidad e insalubridad de los aposentos en los que vivía la
soldadesca, venía a unirse a la escasez y retraso de las pagas, siendo normales tardanzas
de seis meses, habiéndolas hasta de tres y cuatro años(152).

De algún modo sensibilizados con las carencias económicas de estas gentes, la


Corona procuraba proveedores que vendiesen determinados productos a los soldados a
un precio más económico. En algunos casos se llegó incluso a prohibir la compra fuera
de los proveedores, así como a los mercaderes negociar con ellos, como medida de
protección a sus pobres pagas. Sin embargo la tardanza con que éstas se producían,
hacía a los proveedores tener demasiado tiempo su dinero invertido sin beneficio,
reduciendo de este modo los productos a la venta. Sobre este particular, se informaba al
Emperador en una relación enviada desde Orán en 1539, por del conde de Alcaudete «e
otra por que como las pagas son tan largas, los mercaderes tienen mucho tiempo
embaraçado su dinero, y por esta razón tienen menos mercaderías y más caras»(153).

Orán, Bugía, Bona, la Goleta, son tal vez las fortalezas donde se aprecia la limitación
que suponía la dependencia de proveedores, pidiendo en ocasiones los soldados permiso
para poder mercadear libremente. Aquí a la tardanza de las pagas, se unía la tardanza en
la llegada de galeras con mercancía, siendo especialmente demandados paños y
alpargatas, que convenía tener siempre en reserva, pues al recibir el soldado la paga
pudiendo comprarlos no la perdería en el juego. «En lo de los paños que don Francisco
escribe a V. M. que no se envíen a la Goleta, me he informado de personas que en ella
residen qual sería lo mejor y más útil y provechoso a los soldados y todos tienen por
mejor que se traigan, porque el dinero en las manos del soldado le dura poco y luego es
al juego con ello y entre mil hay uno que le sepa guardar, y dándole paño y camisas y
zapatos no hay ninguno por desbaratado que sea que no se vista y ponga sobre si lo que
ha menester y más mandando que la ropa no se juegue»(154).

La pobreza generalizada de estas gentes, protagonistas en buena medida del


mantenimiento del Imperio, constituyó un problema de difícil solución para los oficiales
que los mandaban, algunos de los cuales, también tenían comprometida su existencia
ante el retraso de las pagas, llegando a pasar hambre(155). El conde de Alcaudete escribía
desde Orán pidiendo que al menos se pagara de seis en seis meses, «y con esto la gente
terna esperanza de ser pagados»(156). En 1536, el capitán Vallejo, escribía desde Bugía
para informar de la visita de Micer Benedicto de Rávena, señalando como este ingeniero
había visto la necesidad de estas gentes, solicitando el envío de aceite, vino, tocinos,
lienzos, alpargatas paños y zapatos, insistiendo en que los hombres iban descalzos y así
no podían ir al campo, ni trabajar, ni hacer ninguna cosa(157).

En ocasiones para no morir de hambre los soldados recurrían a la venta de sus armas,
lo que provocaba situaciones difíciles, no siendo raro que el comprador fuese el propio
enemigo(158). Más peligrosos eran los casos de deserción en los que un soldado se pasaba
al servicio del contrario. No se trataba únicamente de la pérdida de un hombre, sino del
desamparo en que quedaba la propia fortaleza ante la información que podía revelar. En
la Goleta el comendador Girón se hacía eco de esta situación «en que han padecido
hambre y haberse ido algunos dellos a los moros»(159), denuncia que también aparece en
el memorial que Francisco de Alarcón, contador y veedor en Bona, escribía sobre Albar
Gómez el «Zagal», alcaide de dicha fortaleza(160).

Hubo circunstancias concretas donde el descontento se desató dando lugar a un


motín como el ocurrido en la Goleta, calificado por los oficiales de la fuerza como el
mayor y más cruel de los que habían vivido(161). El amotinamiento de las guarniciones
era sin duda el mayor de los males que podían suceder por lo que suponía de pérdida
absoluta de control, disciplina y mando, reaccionando el propio Emperador ante las
peticiones de los amotinados, concediendo prerrogativas que eran insólitas en otras
fortificaciones, como el permitir el comercio con moros y judíos, y el procurar mayor
regularidad en el envío de las pagas.

6- Las fortificaciones: del secreto a la imagen de poder


Los términos « hacer frontera» y fortificar se utilizaron con cierta confusión a lo
largo del siglo XVI, viniendo a significar prácticamente lo mismo. No podía concebirse
un medio distinto de las fortificaciones para lograr imponerse en un territorio y
defenderlo. Como máquinas bélicas, las fortalezas no podían revelar su ordenación
interior, sus dotaciones y sobre todo sus deficiencias, pues de ello dependía la seguridad
del territorio. Así, la defensa constituía el mayor de los secretos, cuidándose igualmente
que los ingenieros que trazaban o participaban en ellas, fuesen especialmente leales.
Éstos habían de probar su fidelidad al rey, sobre todo en aquellos casos en que se les
consideraba extranjeros, encargándoles pequeñas o parciales modificaciones, y
haciéndolos trabajar al lado de gentes de confianza que vigilaban sus pasos. Había que
trabajarse la confianza del Emperador, como parece haberlo hecho Librano, quien le
escribía en 1543 desde Bugía diciendo: «...se puede fiar de mí como servidor y vasallo
como el Martinego y el Comendador Escrivano y Francisco María de Viterbo y Joan
María Lombardo y Joan Yacobo barón de Cacaya y Ferramolinos, todos ellos servidores
de su Majestad».

Esta confianza se depositaba en pocos hombres, por lo que su trabajo abarcaba un


amplio campo geográfico que obligaba a realizar constantes viajes. Tal vez el caso más
llamativo sea el de Micer Benedicto, que recorre todas las fronteras peninsulares y del
norte de África emitiendo informes y directrices sobre: Fuenterrabía, San Sebastián,
Pamplona, Salses, Rosas, Perpiñán, Colibre, Cádiz, Cartagena, Alicante, Melilla, Bona,
la Goleta, o Bugía... siendo el técnico más apreciado por el Emperador y sus regentes.
Micer Benedicto, fue sin duda el técnico de Carlos V que mejor conocía la disposición
de las defensas así como las deficiencias de estas, aunando bajo su supervisión el
criterio defensivo general de los reinos hispanos.

Sin embargo conservar los secretos no era tarea fácil pues con frecuencia la red de
espionaje desplegada por el enemigo podía concluir medios eficaces para rendir las
plazas. Carlos V no estuvo ajeno a tales manejos, contando con multitud de espías,
camuflados normalmente en oficios de mercadería(162) que atendían movimientos de
tropas construcciones u otras acciones que pudieran tener importancia. En 1530 se
cuenta cómo la gente que iba con mercancías a Francia habían visto mucha gente de
armas juntándose en la ribera del Garona y en Mon Monzón(163). En las costas africanas,
la información procedía de cristianos apresados por turcos o moros, teniéndose también
de los propios moros: «Ha venido aquí un moro que don Bernardino suele tener por
espia y ha avisado»(164). Sin embargo el espionaje era delicado y tales informaciones
debían contrastarse, El conde de Alcaudete informaba con cautela de la información
dada por un espía: «llegado una espía y le dijo que en Argel se tenia nueva de como el
armada se deshacía y que armaban 33 navíos para llevar mudéjares y que también
decían que venían a buscar las galeras de España. Y que no se pueden tener espías
ciertas por que por la falta que hay de dineros no se les paga bien su trabajo»(165).

El contraespionaje también era importante, remitiendo al enemigo la información


que se pretendía; normalmente aumentar la idea de inexpugnabilidad de las fortalezas.
Según se sabía en Turquía en 1557, por lo que habían informado supuestos cristianos
renegados de la Goleta esta fortaleza era imposible de tomar por batería si acaso rendirla
por hambre(166). Había noticia de su escasa provisión, pero se ignoraba por los mismos
años, la nula reserva de agua que tenía, pues de haberse sabido hubiera sido blanco fácil.
La Goleta contaba con cisternas, pero estas cimentadas en suelo pantanoso se hundían a
la vez que se filtraba el agua, éste era el secreto mejor guardado, y tanto el problema
como la solución; el envío de plomo para forrar el interior de las cisternas se escribe en
cifra, evitando de este modo que otros pudieran acceder a dicha pesquisa(167).

De forma añadida a su finalidad netamente práctica, estas obras expresaron de forma


contundente e inequívoca el poder de aquel que las había erigido. En este sentido la
labor de propaganda sobre la imagen del Emperador como guerrero, como héroe
victorioso que se expresa a través de las telas de Tiziano, de los grabados de Hans
Sebald Beham, o de Erhard Schoen, queda enmudecida ante la imagen rotunda de las
fortificaciones. Es indudable que la guerra no podía disociarse de la imagen de un
gobernante, los triunfos bélicos engrandecían su figura, pero la representación de estos
en frescos(168), y ciclos de tapices(169) no lograron sino una difusión restringida. Por el
contrario, las fortificaciones se imponían en las fronteras y costas, sirviendo en muchos
casos de elemento disuasorio para los potenciales enemigos a quienes mostraban la
fuerza y preparación bélica de quien las había levantado.

También el pueblo, recibía un mensaje, aquel que mostraba a su señor como un


gobernante justo y magnánimo que velaba por la seguridad de sus tierras y gentes, como
lo explicaba Marchi al mostrar como afortunados aquellos pueblos cuyos señores
construían fortificaciones. Contar con defensas en fronteras y costas tranquilizaba a los
vecinos que en muchos casos se dolían al Emperador de no estar protegidos.

Pero además hubo fortificaciones que llegaron a cobrar un valor simbólico, la


materialización de una victoria, como sucedió en la Goleta, testimonio de la hazaña
tunecina. Con el paso de los años, el valor defensivo de la Goleta no compensaba el
costo que suponía su mantenimiento y el de su guarnición. Sin embargo la Goleta
recordaba el esplendor del imperio de Carlos V, por lo que a decir de Cervantes: «...Fue
particular gracia y merced que el cielo hizo a España en permitir que se asolase aquella
oficina y capa de maldades, y aquella gomia y esponja y polilla de la infinidad de
dineros que allí sin provecho se gastaban, sin servir de otra cosa que de conservar la
memoria de haberla ganado la felicísima del invictísimo Carlos V, como si fuera
menester para hacerla eterna como lo es y será, que aquellas piedras la sustentaran»(170).
1. Sobre la fortificación en tiempos del Emperador ver: PORRAS GIL, C. «La
defensa de los territorios hispanos» en: REDONDO CANTERA, M.J., ZALAMA, M.
A. Carlos V y las Artes, promoción artística y familia imperial. Valladolid: 2000, pp.
165-201. CÁMARA MUÑOZ, A. «Las fortificaciones del emperador Carlos V». Carlos
V, las armas y las letras. Madrid: 2000, pp. 123-137.

2. MAQUIAVELO, N. El Príncipe. Madrid: 1987, p. 123.

3. HOLANDA, F. A fabrica que falece ha çidad de Lysboa, Capítulo III, ff. 6 vº, 7,
7 vº. En SEGURADO, J. Francisco d´ Ollanda. Lisboa: 1970, pp. 78-80.

4. «No se puede señalar con certeza quien define en primer término este elemento
defensivo, si bien Vasari atribuye al arquitecto San Micheli su invención, tomándolo
como pionero de la fortificación moderna».

VASARI, G. Vidas De Pintores, escultores y Arquitectos ilustres, 2 vols. Buenos Aires:


1945.

5. «Amelio Fara señala que no es el baluarte lo que define la nueva fortificación, la


esencia de esta se encuentra en la interrelación de todo el sistema, en la relación
geométrica de todas sus partes».

FARA, A. «Michelangelo e l´architettura militare». En CRESTI, C., FARA A. y


LAMBERINI D. Atti del Convegno di Studi Architettura militare nell´Europa del XVI
secolo (1986). Siena: 1988, pp. 73, 90.

6. BELLUZZI, G. B. Nova invenzione di fabricar fortezze di varie forme. Venecia:


1598.

7. MARCHI, F. de. De Architettura. Madrid, Biblioteca Nacional, Ms, 12.684,


12.685, 12.730.

8. ZANCHI, G. B. Del modo di fortificar le Cittá. Venecia: 1554.

9. Este libro se conserva en la biblioteca Nacional publicado por mandato del


coronel Eduardo Mariategui en la imprenta del memorial de Ingenieros, 1878.
Recientemente ha sido publicado: ESCRIVÁ, L. Su Apología y la Fortificación
Imperial. Edición a cargo de SÁNCHEZ GIJÓN, A., anotada y comentada por COBOS,
F. y CASTRO, J. Valencia: 2000.

10. BASSI, E. Nota introductoria a P. Cataneo, L´Architettura. Milán: 1985.

11. Archivo General de Simancas (en lo sucesivo, A.G.S.), Estado, (en lo sucesivo,
Est.), leg. 21, ff. 75, 80.

12. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 23, f. 19.


13. CÁMARA MUÑOZ, A. «Tratados de arquitectura militar en España. Siglos
XVI y XVII», Goya nº 156: mayo -junio 1980, pp. 338-345.

14. TRUTTMAN, P. La Forteresse de Salses. Paris: 1980.

15. El primer documento fechado de este siglo que habla de obras en Fuenterrabía
data de 1505, A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1314, f. 64. Recoge un cargo de los trabajos
que allí se hacían, señalando el libramiento de 400.000 mrs en 1504, 30.000 mrs. el 24
de Abril de 1505, y 200.000 mrs. en el mismo mes y año. En 1520, hay testimonio
documental de ciertas obras de fortificación dadas a destajo a un maestro que cargaba
con los materiales cal, agua y arena, y que fueron interrumpidas en 1521 al ser tomada
la villa por tropas francesas, A.G.S. Est, leg. 345, ff. 180-182. Una visión general sobre
la fortificación de Fuenterrabía en: PORRAS GIL, C. La Organización Defensiva
Española en los siglos XVI-XVII, desde el río Eo hasta el valle de Arán. Valladolid:
1995, pp. 237-274.

16. No se conserva plano que recoja el proyecto de Barleta, pero referencias a su


trazado y al modo en que debían desarrollarse las obras se encuentran en: A.G.S., Est.,
leg. 384, s/f.; A.G.S., Guerra Antigua, leg. 13, f. 3.; A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1324,
f. 306.

17. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1317, f. 101. Este proyecto se puede igualmente
observar en el plano dado por el Capitán Villaturiel en 1546 en A.G.S., M, P, y D., XI-
16. En relación a la fortificación de San Sebastián ver: PORRAS GIL, C. La
Organización ...op. cit., pp. 151-205.

18. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1317, f. 22.

19. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 23, f. 14.

20. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 34, f. 44.

21. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 25, f. 49.

22. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 23, f. 14.

23. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 26, f. 120.

24. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 24, f. 18: «Que se haga el lienzo siguiendo la traza
que se envió al Rey porque con ella la obra va mejor y costaría menos, y si no hay otro
inconveniente salvo el peligro de la mar, este peligro presenta también la traza de Luis
Pizaño, es decir tan segura es la una como la otra...»

25. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 23, f. 11: «Dixieron y declararon que ellos habían
visto por muchas y diversas veces el sitio y lugar donde la dicha muralla se ha de hacer
en la parte de Sarriola, la cual saben por la experiençia que tienen y por haber visto
los çimientos en donde se ha de hacer que la dicha muralla, se puede muy bien hacer y
a toda seguridad de la mar, que no la lleve ni la rompa, haciéndose la dicha obra
conforme a la traza que hiciera Domingo de Arançalde y Miçer Martín de Legorreta.»
26. El 9 de mayo de 1535, el Emperador dirigía una carta a todas las ciudades del
reino comunicando su decisión de embarcarse en la armada constituida para la jornada
de Túnez, que atracada en Barcelona, estaba formada por 9 galeras del Papa, 6 de la
orden de San Juan, 45 naos y 17 galeras que el marqués del Vasto y Andrea Doria
trajeron desde Génova, 23 carabelas y un galeón enviados por el rey de Portugal, que se
sumaron al grueso de la flota española con embarcaciones procedentes de Nápoles,
Sicilia, Vizcaya y Málaga.

27. BRANDI, K. Carlo V. Turín: 1961, pp. 354.

28. A partir de 1534 en que Benedicto de Rávena visita Gibraltar como primer paso
al estudio de su fortificación, las noticias sobre esta plaza son numerosas. Relativas a su
estado y a la conveniencia de fortificarla en: A.G.S., Est., leg. 29, f. 54, f. 113, ff. 121-
123. También en: A.G.S., Est., leg. 28, f. 58.

29. Sobre Cádiz, en 1534 Benedicto de Rávena va a Cádiz para estudiar su


fortificación, en: A.G.S., Est., leg. 29, ff. 144-145. Sobre estas reparaciones A.G.S.,
Est., leg. 28, f. 85.

30. TADINI G. Ferramolino da Bergamo. L´ingegnere militare che nel´500


fortificó la Sicilia. Bergamo: 1977, pp. 40.

SOJO Y LOMBA, F. El capitán Luis Pizaño. Estudio histórico-militar referente a la


primera mitad del s. XVI, Imprenta del «Memorial de Ingenieros del Ejército», Madrid:
1927, pp. 172.

31. Sobre la autoría de la fortificación de Bona: A.G.S., Guerra Antigua, leg. 14, f.
76.

32. A.G.S., Est., leg. 476, ff. 178-179.

33. A.G.S., Est., leg. 29, ff. 35-47.

34. A.G.S., Est., leg. 29, f. 54.

35. A.G.S., Est., leg. 29, f. 83.

36. A.G.S., Est., leg. 28, f. 44. y A.G.S., Est., leg. 29, ff. 144-145.

37. A.G.S., Est., leg. 28, f. 44.

38. IDOATE, F. «Las Fortificaciones de Pamplona a partir de la conquista de


Navarra», Príncipe de Viana nº LIV-LV, Pamplona: 1954, pp. 58-154. También en:
PORRAS GIL, C. La Organización ...ob. cit., pp. 289-334.

39. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 7, ff. 167-168.

40. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 13, f. 53.


41. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 13, f. 87. También: Servicio Histórico Militar. Col.
Documentos José Aparici, Tom. I, 1-5-11.

42. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 13, f. 86.

43. A.G.S., Est., leg. 32, f. 136.

44. A.G.S., Est., leg. 33, f. 266

45. En relación a la planificación de la Goleta: A.G.S., Guerra Antigua, leg. 14, f.


46. Carta de Ferramolín dirigida a Carlos V, donde explica la gente que hará falta para
la guarda de la fortaleza dependiendo el proyecto elegido. A.G.S., Guerra Antigua, leg.
14, f. 47. Las plantas de la Goleta en: A.G.S., M. P. y D., XIX-104. A.G.S., M. P. y D.,
XIX-105. A.G.S., M. P. y D., XIX-106. También sobre el fuerte de la Goleta, los
artículos de: AGACHA, J. GARULLI, M. «Architetti e ingegneri militari italiani al
presidio della Goletta di Tunisi (1535-1574)». En VIGANÓ, M. Architetti e ingegneri
militari italiani all´estero dal XV al XVIII secolo, Publicazioni del l´instituto italiano dei
castelli. Roma: 1994, pp. 80-101. PORRAS GIL, C. « La fortificación de la Goleta y los
ingenieros Ferramolín y Micer Benedicto». En: El Emperador Carlos y su tiempo. IX
jornadas nacionales de historia militar. Sevilla: 24-28 de mayo 1999. Ed. Deimos,
Madrid: 2000, pp. 701-721.

46. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 310-311.

47. A.G.S., Est., leg. 318, ff. 16, 17, 18, 19.

48. A.G.S., Registro Del Consejo, libros 21-29. Cit. por FORMALS
VILLALONGA, F. «Los ingenieros Italianos en la fortificación de Menorca» en
VIGANÓ M. Architetti e ingegneri Militari Italiani all´Estero dal XV al XVIII secolo.
Instituto Italiano dei Castelli, Roma: 1994, pp. 65-77.

49. A.G.S., Est., leg. 104. Cit. por FORMALS VILLALONGA, F. «Los ingenieros
Italianos en la fortificación de Menorca» en VIGANÓ M. Architetti e ingegneri...ob.
cit., pp 65-77.

50. A.G.S., Est., leg. 318, ff. 14,15 y 16. La información gráfica en: A.G.S., M. P. y
D., XXV-85.; A.G.S., M. P. y D., V-36.; A.G.S., M. P. y D., XV-8.; A.G.S., M. P. y D.,
XV-9.

51. A.G.S., Est., leg. 319, f. 7.

52. A.G.S., M. P. y D., XIII-25. A.G.S., M. P. y D., XIX-157. A.G.S., M. P. y D.,


XIX-158.

53. A.G.S., Est., leg. 36, f. 235.

54. A.G.S., Est., leg. 1470, f. 168. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 42, ff. 227-228.

55. MARCHI, F. de. De architettura, Madrid, Biblioteca Nacional, Ms, 12.730 fols
11, 11 vº.
56. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 25, f. 55.

57. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 52, f. 1. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 52, f. 6:
«Para las murallas de dicha Mota, terminado según la traza de Sancho de Leyva.»

58. A.G.S., Est., leg. 32, f. 92.: «Que se haga el pretil del muelle con sus troneras y
arcabuceras, y luego la puerta, y que antes se haga la obra ya proyectada en el muelle
con su puerta, según la traza dada...»

59. A.G.S., Est., leg. 32, f. 93.

60. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 23, f. 11.

61. IDOATE, F. «Las Fortificaciones de Pamplona...ob. cit., pp. 58-154. PORRAS


GIL, C. La Organización ...op. cit., pp. 289-334.

62. A.G.S., Est., leg. 32, f. 149.

63. A.G.S., Est., leg. 57, f. 1.

64. IDOATE F. «Las Fortificaciones de Pamplona...ob. cit., pp. 58-154. Señala


como el duque de Alba, fue comisionado para visitar las plazas de Burgos, Logroño,
Pamplona y Estella, visitando también Lumbier donde recomienda el derribo de su
cerco, Tafalla, Olite y Tudela. También: PORRAS GIL, C. La Organización...ob. cit.,
pp. 289-334.

65. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 25, f. 76. También citado por: SOJO Y LOMBA El
capitán Luis Pizaño...ob. cit., en IDOATE F. «Las Fortificaciones de Pamplona...ob.
cit., pp. 54-158. Y en: PORRAS GIL, C. La Organización ...ob. cit., pp. 289-334.

66. A.G.S., Est., leg. 463, f. 178. «Y al dicho micer Benedicto le paresçio que la
relación que envié a V.M. estaba buena excepto que la torre de Solís que esta entre la
torre de las Cabezas y el reparo de Fonseca dice que se corte della lo que sale fuera
del muro y quede hecha muro porque los traveses del reparo de Fonseca y los de la
torre de las Cabezas puedan tirar del largo del muro del uno al otro y del otro al otro
el cual paresçer de micer Benedicto sobre este artículo me paresçe bien porque
haciéndose esto será con menos trabajo y menos costa...»

67. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 13, f. 91. Carta de D. Francisco Tovar a Carlos V
tras su llegada a Túnez, alude a la propuesta de Don Bernardino, anterior alcaide de la
Goleta al señalar que en Barcelona el comendador mayor de León me mandó de parte
de su majestad que entendiese en lo de la forma perpetua según la traza que D.
Bernardino había enviado.

A.G.S., Guerra Antigua, leg. 13, f. 92. Nuevamente se alude a la propuesta dada por D.
Bernardino en la carta que Ferramolín dirige a Carlos V en la que le señala el ahorro
humano que supone su proyecto en relación con el propuesto por el alcaide necesitado
de mayor número de hombres para su guarda.

68. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 15, f. 37.


69. A.G.S., Est., leg. 28, f. 44.

70. A.G.S., Est., leg. 28, f. 85.

71. A.G.S., Est., leg. 113, ff. 7, 8, 9.

72. A.G.S., Est., leg. 113, ff. 7, 8, 9.

73. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 16, ff. 6, 8, 9.

74. A.G.S., Est., leg. 32, f. 20.

75. A.G.S., Est., leg. 32, f. 89.

76. A.G.S., Est., leg. 32, f. 21.

77. A.G.S., Est., leg. 32, f. 21.

78. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1317, f. 223.

79. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 14, f. 76.

80. A.G.S., Est., leg. 471, s/f.

81. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 13, f. 3. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 30, f. 239.
A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1317, f. 41. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1324, f. 306.

82. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 30, f. 238.

83. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 62, f. 204.

84. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 74, f. 78. A.G.S. Guerra Antigua, leg. 68, fol, 195.

85. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 41, f. 33.

86. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1320, f. 52. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1320, f.
173.

87. A.G.S., Guerra. Antigua, leg. 13, f. 48.

88. A.G.S., Est., leg. 471, s/f.

89. A.G.S., Est., leg. 463, f. 206. A.G.S., Est., leg. 469, f. 139. A.G.S., Est., leg. 469,
f. 131. A.G.S., Est., leg. 469, f. 132. A.G.S., Est., leg. 469, f. 157.

90. A.G.S., Est., leg. 469, f. 157.: «midiose un pedazo de muro del dicho revellín
por la parte baja del cimiento a donde se hizo un agujero para ver si estaba buena la
obra del dicho muro y hallose estar buena.»

91. A.G.S., Est., leg. 32, f. 93.


92. A.G.S., Est., leg. 22, ff. 16-17.

93. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1317, f. 105.

94. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 33, f. 88.

95. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 35, f. 32.

96. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 24, f. 18.

97. En 1545 G.B. Belluzzi, escribió el primer tratado de fortificaciones de tierra,


donde señalaba la conveniencia de este material a pesar de su rápido desgaste. El tratado
en copias manuscritas, pues no se publica hasta 1598, tuvo bastante difusión, influyendo
muy probablemente en el que escribió Marchi en 1555. Ver LAMBERINI, D. «Giovan
Battista Belluzzi, il trattato delle fortificazioni di terra» en BORSI, F. y Otros. Il
Disegno interrotto, Trattati medicei d´architettura. Florencia, 1980, pp. 379. También
en CAMARA MUÑOZ, A. Fortificación y ciudad en los reinos de Felipe II. Madrid,
1998, pp. 33.

El propio Cristóbal de Rojas, años más tarde continuará observando la fragilidad de los
muros de piedra para resistir el fuego de las armas: «Dando la bala en un sillar, demás
de cascarlo y romperlo, atormenta aquel sillar, y a los demás que están alrededor de él,
por ser cuerpo grande...» ROJAS, C. De. Tres tratados sobre Fortificación y Milicia.
Madrid, 1985.

98. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 25, f. 76. También cit. por SOJO Y LOMBA, F. El
Capitán Luis Pizaño...ob. cit.,en IDOATE, F. «Las Fortificaciones de Pamplona...ob.
cit., pp. 54-158. Y en: PORRAS GIL, C. La Organización ...ob. cit., pp. 289-334.

99. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 26, f. 45. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 48, f. 1.

100. SOJO Y LOMBA, F. El Capitán Luis Pizaño...ob. cit., Instrucciones dadas al


virrey el 22 de Mayo de 1542, apéndice XVII, pp. 448-605.

101. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 29, f. 57.

102. A.G.S., Est., leg. 463, f. 6.

103. A.G.S., Est., leg. 1114, f. 75.

104. A.G.S., Est., leg. 464, s/f.

105. A.G.S., Est., leg. 462, ff. 53-54, 67., leg. 463, ff. 135, 136.

106. A.G.S., Est., leg. 463, f. 83., leg. 464, s/f., Guerra Antigua, leg. 16, f. 53.

107. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 13, f. 91. Carta de Francisco Tovar al Emperador.
Abril 1538: «...Piedra hay en los arcos y toda tan buena y labrada el inconveniente es
no tener aparejo... Con la piedra de los arcos se ahorra mucha cal porque son grandes
bloques y también oficiales porque ya está labrada...» y en: A.G.S., Guerra Antigua,
leg. 13, f. 92, Est., leg. 1114, f. 75. Carta de Vaguer al Emperador. 14 de septiembre
1541:...que de los arcos de Cartago acarreen piedra.

108. A.G.S., Est., leg. 463, f. 3.

109. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 16, f. 53., Est., leg. 1114, f. 75.

110. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 13, f. 91., leg. 15, f. 37., Est., leg. 469, ff. 197,
202, donde se anuncia la llegada de un maestro experto en cimentaciones, a estudiar el
problema y dar opinión.

111. A.G.S., Est., leg. 463, f. 178.

112. La afirmación de que los soldados se sentían maltratados y muy trabajados


parece haber constituido una de las causas del motín de la Goleta, los datos de este
motín, las peticiones elevadas por los amotinados como respuesta a sus quejas, en:
A.G.S., Guerra Antigua, leg. 13, ff. 93, 94, 95, 96, 97 y 127.

113. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 16, f. 53.

114. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 16, f. 54.

115. A.G.S., Est., leg. 467, s/f.: «...que cuando él fue a aquellas fortalezas estaban
comenzadas las obras de las murallas y todos los materiales tan lejos que fue necesario
buscar con que los poder traer y por esta causa procuro que los moros le trujesen
ciertas bestias a las cuales ya algunos criados suyos a hecho servir en las dichas obras
y de ello ha tomado razón el veedor, y porque el lo ha hecho por la mucha necesidad
que dello había suplica a V.M. mande que aunque en las ordenanzas este prohibido, se
libre lo que en ello monta pues el no lo ha hecho por el provecho que de ello se sigue
sino por la necesidad...»

116. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 15, f. 37.

117. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 16, f. 60.

118. CAMARA MUÑOZ, A. «Fortificaciones Españolas en la frontera de los


Pirineos, el siglo XVI». Actas de Congreso Internacional Historia de los Pirineos
(Cervera 1988). Madrid, 1991, pp. 259-282.

119. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 108, f. 63., leg. 177, f. 132.

120. A.G.S., Est., leg. 463, f. 178.

121. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 21, f. 122.

122. A.G.S., Est., leg. 23, f. 9.

123. A.G.S., Est., leg. 32, f. 100.

124. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1, f. 147.


125. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1, f. 147.

126. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 3, f. 274.

127. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 3, f. 274.

128. A.G.S., Est., leg. 31, f. 196.

129. A.G.S., Est., leg. 32, f. 137.

130. A.G.S., Est., leg. 32, f. 105.

131. A.G.S., Est., leg. 32, f. 16.

132. A.G.S:, Est., leg. 467, s/f.

133. A.G.S., Varios, leg. 110., DE LA PLAZA SANTIAGO, A. «Cartas del Duque
de Alba a Carlos V», Cuadernos de Investigación Histórica nº 5, Madrid, 1981.

134. En este sentido, cabe citar las reiteradas peticiones de la villa de San Vicente de
la Barquera realizadas en torno a 1553 en: A.G.S., Guerra Antigua, leg. 48, ff. 115-116.,
y en: A.G.S., Guerra Antigua, leg. 50, f. 129., se pide al rey que asentase una serie de
capitulaciones con Juan González, G. de Vallinas, Alonso González del Corro y Juan
Minguelez de Torres, vecinos que se habían comprometido, al mantenimiento y
saneamiento de la artillería, pues la villa no tenía medios para ello.

En 1552 la villa de Portugalete pedía la provisión de alguna pieza de artillería y


municiones, pues carecía de medios, obteniendo para comprarla la autorización de 1.000
ducados tomados de los bienes confiscados a franceses, en: DE LABAYRU, E.J.,
HERNAN, F. Compendio de la Historia de Vizcaya. Bilbao, 1978.

En 1554 Lequeitio pedía 2.500 ducados para levantar una fortaleza que consistiría en
una simple torre en un punto dominante del puerto. Sin embargo, ante la posibilidad de
no ser atendida tal petición, el consejo de justicia y los vecinos convenían que cuando
menos el rey les enviase 4 ó 5 tiros de bronce de los que había en Laredo o en San
Sebastián, en: A.G.S., Guerra Antigua, leg. 55, ff. 250-251.

135. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 50, f. 73. En 1553, D. Diego de Carvajal, capitán
general de la provincia, manda derribar algunas casas situadas en la parte de Sarriola,
por considerar que entorpecían a la defensa de la villa por esta parte. También en:
A.G.S., Guerra Antigua, leg. 50, f. 77. Decisión que se cuestiona en: A.G.S., Guerra
Antigua, leg. 50, f. 73: «...Baltasar de Santander en nombre de la villa de Sant
Sebastián dize que don Diego de Caruajal, capitán / general en la provinçia de
Guipúzcoa, a mandado derrocar çiertas casas de Sebastián Fernández e otros vezinos /
de la dicha villa de Sant Sebastián en la parte de Surriola.... y en ello V. Majestad no
res- / çiue seruiçio y la dicha villa y su fortificación grande danno y perjuizio, porque
la muralla de la dicha villa / por aquella parte esta mas fuerte estando como están las
dichas casas y demás dello por aquella parte». En A.G.S., Guerra Antigua, leg. 35, f.
99. Se da cuenta del derribo de unas casas en Fuenterrabía pues las obras realizadas en
la barbacana del castillo siguiendo los presupuestos de Luis Pizaño y Sancho Martínez
de Leyva, sobresalían 10 pies sobre el muro viejo estrechando la calle que no llegaba a
tener un codo de ancho. El caserío, muy aglomerado en torno a esta obra, no permitía la
entrada de luz por las lumbreras de la plataforma, haciendo irremediable el derribo de al
menos tres casas para ensanchar la calle y permitir el paso de luz.

136. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 22, f. 164.

137. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 23, f. 11/2.: «...Y que conviene que con toda
presteza y brevedad se haga la dicha / obra de la dicha muralla porque la vieja que de
presente esta, esta / para caerse porque no tiene çimiento la dicha çerca y es muy
vieja / y esta quemada de quando la villa se quemo y por auerse derribado / las casas
que estaban arrimadas a la dicha çerca, la qual si como dicho es, no se repara con la
mu- / ralla nueva se caerá muy presto o toda la mayor parte...»

138. A.G.S., Est., leg. 469, f. 11.

139. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1320, f. 85., f. 221., f. 230., y leg. 48, ff. 55-59.

140. A.G.S., Est., leg. 32, f. 147.

141. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 25, f. 83.

142. A.G.S., Est., leg. 32, f. 89.

143. A.G.S., Est., leg. 33, ff. 146, 147,148, y 153.

144. A.G.S., Est., leg. 467, s/f.

145. A.G.S., Est., leg. 483, f. 145.

146. A.G.S., Est., leg. 467, s/f.

147. A.G.S., Est., leg. 483, f. 145.

148. AKACCHA, J. GARULLI, M. «Architetti e ingegneri militari italiani al


presidio della Goletta di Tunisi (1535-1574)», en VIGANO, M., Architetti e ingegneri...
ob. cit., pp. 79-101.

149. A.G.S., Est., leg. 483, f. 145.

150. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 26, f. 62.

151. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 57, f. 96.

152. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 48, f. 1. En 1543, el marqués de Mondejar


señalaba como se debían más de ocho meses a las gentes de guerra. En A.G.S., Guerra
Antigua, leg. 30, f. 197. El marqués de Mondejar, recordaba en 1547, que debían
enviarle las pagas de su compañía, porque « hay mucha necesidad». A.G.S., Guerra
Antigua, leg. 35, ff. 33,34. Donde se reitera en 1549 la precaria situación en que se vivía
y la consiguiente petición de pagas por parte del marqués de Mondejar.
A.G.S., Guerra Antigua, leg. 65, f. 226. En 1557, se pide remedio para las gentes de
guerra destacadas en Navarra porque están pasando verdadera hambre.

A.G.S., Guerra Antigua, leg. 52, f. 95. En 1553, Diego de Ozpina dirá como la gente
destacada en Guipúzcoa hace más de tres meses que no recibe pagas.

153. A.G.S., Est., leg. 467, s/f.

154. A.G.S., Est., leg. 469, f. 202.

155. A.G.S., Est., leg. 467, s/f.

156. A.G.S., Est., leg. 467, s/f.

157. A.G.S., Est., leg. 463, f. 178.

158. A.G.S., Est., leg. 467, s/f.

159. A.G.S., Est., leg. 469, f. 202.

160. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 16, f. 60.

161. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 13, f. 127.

162. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 1317, f. 29.

163. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 3, f. 274.

164. A.G.S., Guerra Antigua, leg. 15, f. 91/2. Goleta, 1538. Carta de Francisco
Tovar a Carlos V.

165. A.G.S., Est., leg. 467, s/f.

166. A.G.S., Est., leg. 483, f. 174.

167. A.G.S., Est., leg. 483, ff. 168, 169, 171, 174.

168. Julio Aquiles pintará en el Peinador de la Reina de la Alhambra de Granada, la


Toma de la Goleta, una de las campañas más notables del Emperador. Igualmente
relevante es el conjunto de pinturas que decoraban la Sala de las Batallas del palacio de
Óriz, atribuidas a Juan del Bosque y que narraban en seis paneles las batallas contra la
liga de Smalkalda.

169. Varios son los ciclos de tapices que relatan campañas del Emperador ciclos
como el de la batalla de Pavía, conjunto de siete tapices que siguiendo cartones de
Bernard van Orley, fueron tejidos en los talleres de Willem Dermoyen, y ofrecidos en
1531 a Carlos V por los Estados Generales de Brabante con motivo de la presentación
de María de Hungría como gobernadora de los Países Bajos. Otro ciclo de interés lo
componen los tapices realizados en los talleres de Willem Pannemaker siguiendo
pinturas de Jan Cornelisz Vermeyen, con un total de doce tapices de los que hoy tan
sólo se conservan diez.

Sobre la imagen de poder de Carlos V ver: MARÍAS, F., PEREDA, F. «Carlos V.


Las armas y las letras, una introducción», Carlos V, Las Armas y las Letras. Madrid,
2000, pp. 19-41. También en: CHECA, F., Carlos V, la imagen del poder en el
Renacimiento, Madrid, 1999.

170. CERVANTES, M. De. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.


Madrid, 1991, Cap. XXXIX, p. 321.

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