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7.

Semana (…Teología III Profesor: Abel Velasco)


Demonología

7.1. ¿De veras existe el demonio?

Como dice Strong1 «una de las tretas más ingeniosas de Satanás


consiste en persuadir a los hombres de que no existe. Otra treta similar
es la de sustituir la creencia en un diablo personal por la de un espíritu
de maldad meramente impersonal». Los modernistas de antaño y
hogaño, lo mismo que los incrédulos, piensan con Pfleiderer que «la idea
del diablo es un oportuno expediente para la necesidad de una reflexión
religiosa avanzada, a fin de eximir a Dios de la relación con el mal que
existe en el mundo»2.Sin embargo, la Biblia no deja lugar a dudas sobre
la existencia de los demonios, y el actual creciente interés en el
espiritismo y en la magia negra son una prueba más de que Satanás
existe y actúa.

7.2. ¿Quiénes son los demonios?

Según hemos aludido en las lecciones anteriores, los demonios


son ángeles caídos, es decir, seres personales de naturaleza puramente
espiritual, dotados de gran inteligencia y poder, creados por Dios en
bondad original, como todo lo que Dios ha hecho (Gén. 1:31; Job 38:7),
pero que cayeron de su posición gloriosa y de su dignidad original (2.
Pedo 2:4; Judas 6) por seguir a Lucifer en su rebelión contra Dios (Apoc.
12:4, 8, 9).
El cabecilla de la rebelión de los ángeles caídos [En Ezequiel
28:11-15, tras la figura del rey de Tiro (V. S. Fisch, Ezekiel, London, The
Soncino Press, 1968, pp. 191-192 -quien no hace la menor alusión a
Satanás), los exegetas cristianos ven a Lucifer, ya que los calificativos
«sello de la perfección», «lleno de sabiduría», «querubín grande,
protector», «acabado de hermosura» y «perfecto en todos tus
caminos», son demasiado hiperbólicos e inadecuados para aplicarlos a
un rey pagano] recibe diversos nombres en la Santa Biblia:
«Lucero, hijo de la mañana», de donde le viene el apelativo de
Luzbel o Lucifer («el que lleva luz»). Es el título que se le da en Is.
14:12. Los babilonios adoraban a Venus, el lucero matutino, bajo el
nombre de Istar, con lo que se expresan los días de gloria de

O. C., p. 447
1

En Philosophy of Religion, 1, 311, citado por Strong, O. C., p.447.


2

7.1
Nabucodonosor y, en el trasfondo, la gloriosa condición primitiva de
Satanás (Apoc. 8:10). Contra la voluntad del Altísimo, Lucifer proclama
sus cinco egocéntricas decisiones, que culminan con su pretensión de
«ser como Dios» (Is. 14:13-14). El V. 15 es el preanuncio de Dan. 8:10;
Luc. 10:18; Apoc. 12:4, 9, donde Lucifer, apellidado en Apocalipsis «el
gran dragón», es derrotado por Miguel y arrojado a la tierra con sus
secuaces.
Podemos decir, con Tomás de Aquino, que el orgullo se reveló por
primera vez cuando Lucifer intentó establecer su trono en lo alto con
presuntuosa independencia de Dios (Is. 14.12–14). El diablo caído (Lc.
10.18) infundió en Adán y Eva el deseo de ser como dioses (Gn. 3.5),
con el resultado de que toda la naturaleza del hombre quedó infectada
con orgullo a causa de la caída (cf. Ro. 1.21–23). La “condenación del
diablo” está relacionada con el orgullo en 1 Ti. 3.6 (cf. “el lazo del
diablo” en 1 Ti. 3.7; 2 Ti. 2.26); el orgullo fue su perdición y sigue
siendo el medio primordial por el cual ocasiona la ruina de hombres y
mujeres. Es por ello que vemos que todo el AT condena
sistemáticamente la arrogancia humana, especialmente en los Salmos y
en la literatura sapiencial. En Pr. 8.13 tanto, „arrogancia‟, como la
„insolencia‟, son abominación para la sabiduría divina: la manifestación
de las mismas en forma de orgullo nacional en Moab (Is. 16.6), Judá
(Jer. 13.9), e Israel (Os. 5.5) son especialmente denunciadas por los
profetas. En Pr. 16.18 se llama, “altivez de espíritu”, a la notoria
“soberbia” que viene “antes del quebrantamiento”, y se la rechaza a
cambio del espíritu contrito. La “altivez”, aparece como la causa
fundamental del ateísmo en el Sal. 10.4. Es lo que provoca la caída de
Nabucodonosor en Dn. 4.30, 37. Una palabra más suaven, „presunción‟,
se aplica al entusiasmo juvenil de David en 1 S. 17.28, pero en Abd. 3
aun esto se considera un mal engañoso. En la literatura sapiencial
posterior, p. ej. Ecl. 10.6–26, aparecen nuevas advertencias contra el
orgullo.
«Satán, o Satanás», que en hebreo significa «el adversario»,
primeramente de Dios, y después de la obra de Dios, especialmente del
hombre, que representa la coronación de la obra divina, tratando de
destruir todo cuanto Dios ha planeado para bien del hombre, tanto en la
Creación como en la Redención, por lo que Apoc. 9:11 le da los nombres
de ' abaddon y Apollyon, que significan «destructor» en hebreo y griego,
respectivamente. Las referencias bíblicas a este apelativo de Satán son
numerosísimas. Apocalipsis 12:9; 20:2, acumulando epítetos, identifica
al «dragón» con «la serpiente antigua», bajo cuya forma tentó el diablo
a nuestros primeros padres (Génesis 3:1 y ss.).
La mayor parte de la información que tenemos, sin embargo,
proviene del NT, donde el ser supremamente malo se conoce como

7.2
Satanás o “el diablo” (ho diabolos) indistintamente, empleándose
también ocasionalmente Beelzebú (o variantes como Beelzeboul,
Bezeboul) (Mt. 10.25; 12.24, 27), [Beelzebú. El Antiguo Testamento nos
habla del dios de Ecrón, Baal-zebub («señor de las moscas») en 2 Rey.
1:1-6, 16. Este epíteto, según G. T. Manley bien podría ser una
alteración hebrea intencionada del dios canaanita Baal-zebul («señor del
lugar alto»). El griego del Nuevo Testamento usa el término
«Beelzebul», atribuyéndolo al príncipe de los demonios, en cuyo nombre
decían los fariseos que echaba Jesús los demonios, y a quienes Cristo
replicó sabiamente (Mat. 12:24-32; comp. con Mat. 10:25; Marc. 3:22;
Luc. 11:15-19)].
Otras expresiones, tales como “príncipe de este mundo” (Jn.
14.30) o “príncipe de la potestad del aire” (Ef. 2.2), también aparecen.
Siempre se lo pinta como hostil para con Dios, y obrando en contra de
los planes de Dios. Mateo y Lucas nos dicen que cuando comenzó su
ministerio Jesús fue sometido a una severa prueba cuando Satanás lo
tentó a llevar a cabo su misión con espíritu inadecuado (Mt. 4; Lc. 4;
véase tamb. Mr. 1.13). Cuando se completó el período de prueba el
diablo lo dejó “por un tiempo”, lo cual indica que la lucha volvió a
entablarse posteriormente. Esto resulta claro igualmente por la
afirmación de que “fue tentado en todo según nuestra semejanza” (He.
4.15). Este conflicto no es incidental. El propósito expreso de la venida
de Jesús al mundo fue el de “deshacer las obras del diablo” (1 Jn. 3.8;
cf. He. 2.14). En todas partes el NT ve un gran conflicto entre las
fuerzas de Dios y el bien, por una parte, y las del mal, al mando de
Satanás, por otra. Este no es el concepto de uno u otro de los escritores
aisladamente, sino compartido por todos.
No cabe duda de la seriedad del conflicto. Pedro recalca la
ferocidad de la oposición cuando dice que el diablo “como león rugiente,
anda alrededor buscando a quien devorar” (1 P. 5.8). Pablo piensa más
bien en la astucia empleada por el maligno. “Satanás se disfraza como
ángel de luz” (2 Co. 11.14), de modo que no debe sorprender que sus
esbirros aparezcan atractivamente ataviados. A los efesios se les
exhorta a vestir “toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes
contra las asechanzas del diablo” (Ef. 6.11), y hay referencias al “lazo
del diablo” (1 Ti. 3.7; 2 Ti. 2.26). El efecto de tales pasajes es el de
destacar que los cristianos (y hasta los arcángeles, Jud. 9) enfrentan un
conflicto que se lleva a cabo no sólo implacable sino astutamente. No
tienen la posibilidad de eludir el conflicto. Tampoco pueden suponer que
el mal aparecerá siempre como algo obviamente malo. Se hace
necesario contar con juicio discriminatorio, como también valentía. Pero
la oposición decidida siempre tendrá éxito. Pedro nos exhorta a resistir
al diablo “firmes en la fe” (1 P. 5.9), y Santiago dice: “Resistid al diablo,

7.3
y huirá de vosotros” (Stg. 4.7). Pablo exhorta a no dar “lugar [e. d.
oportunidad] al diablo” (Ef. 4.27), y lo que sugiere la idea de vestir toda
la armadura de Dios es que de este modo el creyente podrá resistir todo
lo que quiera hacerle al maligno (Ef. 6.11, 13). Pablo pone su confianza
en la fidelidad de Dios. “Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más
de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la
tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Co. 10.13). Tiene plena
conciencia de los recursos con que cuenta Satanás, y de que está
siempre procurando obtener “ventaja sobre nosotros”. Pero agrega que
“no ignorarnos sus maquinaciones” (o, como lo vierte F. J. Rae,
“conozco sus mañas”) (2 Co. 2.11).
Satanás se opone constantemente al evangelio, como podemos
ver a lo largo del ministerio del Señor. Obraba a través de los
seguidores de Cristo, como cuando Pedro rechazó el concepto de la cruz
y tuvo que oír la reprensión, “¡quítate de delante de mí, Satanás!” (Mt.
16.23). Satanás tenía planes adicionales con respecto a Pedro, pero el
Señor oró por él (Lc. 22.31s). Obraba también por medio de los
enemigos de Jesús, por cuanto Jesús pudo decir de los que se le
oponían, “vosotros sois de vuestro padre el diablo” (Jn. 8.44). Todo esto
llega a su punto culminante en la pasión. La acción de Judas se atribuye
a la actividad del maligno. Satanás “entró… en Judas” (Lc. 22.3; Jn.
13.27). “El diablo… había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo
de Simón, que le entregase” (Jn. 13.2). Con la cruz a la vista Jesús pudo
decir, “viene el príncipe de este mundo” (Jn. 14.30).
Satanás sigue tentando a los hombres (1 Co. 7.5). Leemos que
obró en el caso de un creyente profesante, Ananías (“¿por qué llenó
Satanás tu corazón…?”, Hch. 5.8), y en el de un enemigo declarado del
camino cristiano, Elimas (“hijo del diablo”, Hch. 13.10). El principio
general aparece en 1 Jn. 3.8: “El que practica el pecado es del diablo.”
El hombre puede entregarse hasta tal punto a Satanás que en efecto le
llega a pertenecer. Se vuelve “hijo” suyo” (1 Jn. 3.10). Así, leemos
acerca de la “sinagoga de Satanás” (Ap. 2.9; 3.9), y acerca de hombres
que moran “donde está el trono de Satanás” (Ap. 2.13). Satanás
entorpece la obra de los misioneros (1 Ts. 2.18). Se lleva la buena
semilla sembrada en el corazón de los hombres (Mr. 4.15). Siembra los
“hijos del malo” en el campo, que es el mundo (Mt. 13.38s). Su
actividad puede producir efectos físicos (Lc. 13.16). Se lo pinta
invariablemente como habilidoso y activo.
Pero el NT ofrece seguridad en cuanto a sus limitaciones y su
derrota. Su poder es derivado (Lc. 4.6). Sólo puede ejercer su actividad
dentro de los límites que Dios le ha fijado (Job 1.12; 2.6; 1 Co. 10.13;
Ap. 20.2, 7). Incluso puede ser usado para impulsar la causa del bien (1
Co. 5.5; cf. 2 Co. 12... Jesús vio una victoria preliminar en la misión de

7.4
los Sesenta (Lc. 10.18). Nuestro Señor consideraba que el “fuego
eterno” fue “preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt. 25.41), y Juan
ve el cumplimiento de esto (Ap. 20.10). Ya hemos visto que el conflicto
con Satanás llega a su culminación con la pasión. Allí Jesús se refiere a
él como el que será “echado fuera” (Jn. 12.31), y “juzgado” (Jn. 16.11).
Se alude explícitamente a la victoria en He. 2.14; 1 Jn. 3.8. La tarea de
los predicadores consiste en convertir a los hombres de la potestad de
“Satanás a Dios” (Hch. 26.18). Pablo puede decir confiadamente que “el
Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies” (Ro.
16.20).
El testimonio del NT, por lo tanto, es claro. Satanás constituye una
realidad maligna, siempre hostil a Dios y al pueblo de Dios. Pero ya ha
sido derrotado en la vida, la muerte, y la resurrección de Cristo, y dicha
derrota se hará obvia y completa al final de la era.
«Diablo», del griego diábolos, que significa «acusador» (Apoc.
12:10), porque una de las principales ocupaciones del diablo es acusar a
los creyentes delante de Dios, para que se fije en nuestras miserias
(Zac. 3:1-5), y delante de nuestra propia conciencia, no para
infundirnos un temor reverencial del Señor, sino para hundirnos en la
depresión al contemplar los fallos de nuestras propias «justicias». De ahí
que el apóstol Juan (1 Jn. 1:8–2:2), después de descubrir nuestros
fallos y exhortarnos a no pecar, nos advierte que, si cayéremos,
«tenemos un Abogado para con el Padre, a Jesucristo el justo». El Padre
nos ha perdonado ya en Cristo, nos es propicio en Cristo, nos ama en
Cristo; por eso, Jesucristo, el justo, con cuya justicia Dios nos ve
cubiertos (2 Cor. 5:21), ¡no nos defiende contra el Padre, sino contra
Satanás, el acusador!
«Demonio(s)», este epíteto no es exclusivo de Satanás, sino
que se aplica en la Biblia para designar a todos los ángeles caídos o
«espíritus inmundos». El término «demonio» significa «genio» en
griego, nombre con que se designaba a seres sobrenaturales, ya
benévolos, ya malévolos, que influían en el destino y conducta de las
personas. El Nuevo Testamento los identifica con los diablos, y los pone
bajo el mando de Belzebú.
I. En el Antiguo Testamento
En el AT hay referencias a demonios bajo los nombres “sátiros”,
Lv. 17.7; 2 Cr. 11.15) y _dµeûs (Dt. 32.17; Sal. 106.37). El primer
vocablo significa „peludo‟, y se refiere al demonio como sátiro. El
segundo vocablo es de significado incierto, aunque evidentemente tiene
conexión con una palabra similar (asirio). En tales pasajes prevalece el
pensamiento de que las deidades que de tiempo en tiempo servía Israel
no son verdaderos dioses, sino que en realidad son demonios (cf. 1 Co.

7.5
10.19s). Pero el tema no reviste gran interés en el AT, y los pasajes que
se relacionan con él son pocos.
II. En los evangelios
Muy distinto es cuando examinamos los evangelios, pues allí hay
muchas referencias a los demonios. La designación más común es
noinanian, diminutivo de noinaan, que se encuentra en Mt. 8.31, aunque
aparentemente no hay diferencia de significado (los relatos paralelos
utilizan noinanian). En los clásicos noinaan se usa con frecuencia en
sentido bueno, con referencia a algún dios, o al poder divino. Pero en el
NT noinaan y noinanian siempre se refieren a seres espirituales hostiles a
Dios y a los hombres. Beelzebú (Baal-zebu) es su “príncipe” (Mr. 3.22),
de manera que pueden considerarse agentes suyos. En esto radicaba la
mordacidad de la acusación de que Jesús tenía un “demonio” (Jn. 7.20;
10.20). Aquellos que se oponían a su ministerio trataron de identificarlo
con las fuerzas del mal, en lugar de reconocer su origen divino.
En los evangelios hay muchas referencias a personas poseídas por
demonios, dando como resultado una variedad de efectos, tales como
mudez (Lc. 11.14), epilepsia (Mr. 9.17s), la negativa a usar ropa, y el
hacer su morada entre las tumbas (Lc. 8.27). A menudo se dice en la
actualidad que estar poseído de demonios era simplemente el modo en
que la gente del siglo I se refería a las condiciones que hoy describimos
como enfermedad o locura. Sin embargo, los relatos que tenemos en los
evangelios hacen una distinción entre enfermedad y posesión
demoníaca. Por ejemplo, en Mt. 4.24 leemos de los que tenían
dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los
endemoniados, lunáticos (sµoµanioaanµnaes, que puede traducirse
“lunáticos” y “epilépticos”) y paralíticos”. Ninguna de estas clases parece
ser idéntica a las restantes.
Tanto en el AT, como en Hechos y en las epístolas, son pocas las
referencias que encontramos a personas poseídas por demonios. (El
incidente de Hch. 19.13ss es una excepción.) Aparentemente se trataba
de un fenómeno asociado especialmente con el ministerio terrenal de
nuestro Señor. Seguramente debe interpretarse como una violenta
oposición demoníaca a la obra de Jesús.
Los evangelios presentan a Jesús en permanente conflicto con los
espíritus malos, [La frase “espíritu(s) malo(s)” (aanµaoo) se encuentra
sólo en 6 pasajes (Mateo, Lucas, Hechos). Hay 23 referencias a
“espíritus inmundos” (otokhooko) (en los evangelios, Hechos, Apocalipsis),
y todos parecen ser casi iguales. Así en Lc. 11.24 “el espiritu inmundo”
sale de un hombre, pero cuando regresa lo hace acompañado de “otros
siete espíritus peores que él” (v. 26). Del mismo modo, “espíritus
inmundos” y “demonios” son términos intercambiables, porque ambos

7.6
se aplican al endemoniado gadareno (Lc. 8.27, 29)]. No era cosa fácil
echar a tales seres de los hombres. Los que se oponían a Jesús
reconocían que lo podía hacer, y también que se requería un poder más
que humano para hacerlo. Por esta razón atribuían su éxito a la
presencia de Satanás en él (Lc. 11.15), exponiéndose así a que se les
respondiera que proceder de ese modo no haría sino provocar la ruina
del reino del maligno (Lc. 11.17s). El poder de Jesús era el del “Espíritu
de Dios” (Mt. 12.28) o, como lo expresa Lucas, “si por el dedo de Dios
echo yo fuera los demonios…” (Lc. 11.20).
La victoria que Jesús obtuvo sobre los demonios la compartió con
sus seguidores. Cuando envió a sus doce discípulos “les dio poder y
autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades” (Lc.
9.1). Más adelante, cuando los setenta volvieron de su misión pudieron
informar diciendo, “Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu
nombre” (Lc. 10.17). Otros que no eran del círculo íntimo de los
discípulos podían invocar su nombre para echar fuera los demonios,
hecho que causó cierta perturbación a algunos de los integrantes de
dicho círculo, pero no al Maestro (Mr. 9.38s).
III. Otras referencias en el Nuevo Testamento
Aparte de los evangelios hay pocas referencias a los demonios. En
1 Co. 10.20s Pablo se ocupa del culto a los ídolos, y considera que en
realidad son demonios, cosa que también se ve en Ap. 9.20. Hay un
interesante pasaje en Stg. 2.19, donde se afirma que “los demonios
creen, y tiemblan”. Nos recuerda ciertos pasajes en los evangelios en los
que los demonios reconocieron en Jesús lo que en realidad era (Mr.
1.24; 3.11, etc.).
No parece haber ninguna razón a priori para rechazar de plano el
concepto de la posesión demoníaca. Cuando los evangelios ofrecen
suficientes pruebas de que en realidad hubo tal cosa, lo mejor es
aceptar el hecho.
«El Maligno»,.este apelativo se da al diablo (griego: «ponerós»
malvado o perverso; literalmente: «el que pone dificultades o produce
fatiga») en textos como Efesios 6:16; 1 Jn. 2:13; 3:12; 5:18; y muy
probablemente en Mat. 6:13; Jn. 17:15.
«El príncipe», o mandamás, de este mundo o «cosmos»
perverso, de mentalidad anticristiana (Jn. 12:31; 14:30; 16:11); el
príncipe de la potestad del aire, del espíritu que ahora opera (reactiva)
en los hijos de desobediencia (Ef 2:2), o sea, de los que se resisten a
creer en el Evangelio; e incluso «el dios de este siglo» (2 Coro 4:4), al
que sirven ciegamente los incrédulos, y en cuyas manos se encuentran
las riendas de los poderes mundanos. Con sólo servir al demonio y
vender el alma, se pueden adquirir poderes tremendos. Léase

7.7
detenidamente Lucas 4:5-8, y nótese que Jesucristo no niega el
principado del demonio, sino que únicamente rehúsa someterse a sus
planes y. darle adoración, puesto que sólo Dios merece adoración y
Jesús había venido a hacer únicamente la voluntad del Padre (Mat. 4:4;
Luc. 4:4; Jn. 4:34; 12:49; Filip. 2:8; Hebr. 10:7). Ello no quiere decir
que Satanás tenga el control del mundo, o que los reinos del mundo le
pertenezcan de derecho, sino que alude al hecho de que el mundo
pecador, por serlo, es esclavo del demonio (ej. Jn. 8:34, 44; 2 Pedo
2:19). Con la vida santa y la muerte redentora de Cristo, el diablo ha
sido ya juzgado (Jn. 16:11), derrotado (Jn. 16:33; Ef. 4:8; Col. 2:15) y
«lanzado abajo», como dice el original de Apoc. 12:10. Es cierto que
todavía ejerce su poder sobre los mundanos (1 Jn. 5:19), y que, aun
entre los fieles, siempre anda dando vueltas para ver a quién puede
hacer algún daño (1 Pedo 5:8), pero al que se mantiene en viva
comunión con Jesucristo, «el maligno no echa mano de él» (1 Jn. 5:18).

7.3. Posesión Demoníaca

La aparente posesión por espíritus es un fenómeno mundial. Se


trata de algo que puede buscarse deliberadamente, como han hecho
siempre, por medio del chamán y el hechicero, los pueblos primitivos, y
por medio del médium tanto los pueblos primitivos como los civilizados.
Puede sobrevenirle a ciertos individuos repentinamente, como en el caso
de los que presencian ritos vudú, o también en la forma que
generalmente se conoce como posesión demoníaca. En cada caso, la
persona poseída se comporta de una manera que no le es normal, habla
en un tono de voz totalmente diferente de lo normal, y a menudo exhibe
poderes de telepatía y clarividencia.
En la Biblia los profetas paganos probablemente buscaban este
tipo de posesión. En esta categoría figurarían los profetas de Baal de 1
R. 18. Los médium, que estaban proscritos en Israel, deben haber
cultivado deliberadamente la posesión, ya que la ley los considera
personas culpables, y no enfermas (p. ej. Lv. 20.6, 27). En el AT Saúl
constituye un ejemplo sobresaliente de posesión no buscada. El espíritu
lo abandona, y “le atormentaba un espíritu malo de parte de Jehová” (1
S. 16.14; 19.9). Con toda justicia podríamos interpretar esto diciendo
que si una persona se ha abierto en forma poderosa al Espíritu Santo en
sentido carismático, la desobediencia puede ocasionar la entrada en su
vida de un espíritu malo permitido por Dios (en el sentido de tormento,
no de posesión). Por otro lado, podríamos decir simplemente que “malo”
no reviste aquí connotación moral, sino que significa depresión. El
espíritu “malo” es ahuyentado por la música de David: ya que
normalmente, cuando se tocaba algún instrumento, se acompañaba con
canto, es probable que hayan sido los salmos cantados por David los

7.8
que ahuyentaban al espíritu, como sugiere Robert Browning en su
poema Saul.
El NT registra muchos casos de posesión demoníaca. Daría la
impresión de que Satanás reunió sus fuerzas de una manera especial
para desafiar a Cristo y a sus seguidores. Los relatos en los evangelios
demuestran que Cristo hacía una distinción entre las enfermedades
comunes y aquellas que acompañaban a la posesión demoníaca. Las
primeras eran curadas colocando las manos sobre el enfermo, o por
ungimiento, las otras ordenando al demonio que saliera del poseído (p.
ej. Mt. 10.8; Mr. 6.13; Lc. 13.32; tamb. Hch. 8.7; 19.12).
Aparentemente la posesión no era siempre continua, pero cuando se
producía sus efectos eran a menudo violentos (Mr. 9.18). La ceguera y
la mudez, cuando eran causadas por una posesión demoníaca,
presumiblemente eran persistentes (p. ej. Mt. 9.32–33; 12.22).
La mayoría de los psicólogos descarta la idea de la posesión
demoníaca. Un buen escritor representativo es T. K. Oesterreich, cuya
obra en alemán se ha publicado en inglés bajo el título de Possession,
Demoniacal and Other, among Primitive Races, in Antiquity, the Middle
Ages, and Modern Times, 1930. Sostiene que los equivalentes de la
posesión demoníaca en el día de hoy constituyen “un complejo de
fenómenos compulsivos particularmente extensos”. Así también W.
Sargant en Battle for the Mind (1957) y The Mind Possessed (1973). Por
otro lado, tenemos el clásico de J. L. Nevius, médico y misionero en la
China, Demon Possession and Allied Themes, 1892. Este libro considera
que la posesión demoníaca es un fenómeno genuino, y la mayoría de los
misioneros probablemente estaría de acuerdo.
Es posible adoptar una posición intermedia y sostener que un
demonio puede apropiarse de una faceta reprimida de la personalidad, y
desde este punto central ejercer influjo sobre las acciones del individuo.
El demonio puede producir ceguera o mudez histéricas, o síntomas de
otras enfermedades, tales como la epilepsia. En muchos pueblos los
ataques epilépticos se han considerado como señal de que la persona
está poseída por un espíritu o un dios, y la verdad es que los epilépticos
son con frecuencia psíquicamente sensibles. La Biblia no vincula la
epilepsia con la posesión demoníaca, y aun la descripción de los ataques
del muchacho poseído de Mt. 17.14s; Mr. 9.14s; Lc. 9.37s, parece
indicar algo más que mera epilepsia. Se desconoce todavía la naturaleza
de la epilepsia, pero puede ser provocada artificialmente en personas
aparentemente normales (W. G. Walter, The Living Brain, 1953, pp.
60s). Quienes estudian las perturbaciones de la personalidad saben que
muchas veces es imposible explicar cómo se originan. No estamos
afirmando que todas, ni aun la mayoría, de las perturbaciones psíquicas
son consecuencia de posesión demoníaca, pero algunas pueden serlo.

7.9
La Biblia no dice cuáles son las condiciones que predisponen a la
posesión demoníaca, aunque las palabras de Cristo en Mt. 12.44–45
indican que una “casa desocupada” puede ser nuevamente ocupada. La
iglesia primitiva echaba fuera los demonios en el nombre de Jesucristo
(Hch. 16.18), pero parece ser que también había exorcistas no
cristianos que lograban algún éxito (Lc. 11.19; pero nótese Hch. 19.13–
16).
El mandamiento de “probar los espíritus” en 1 Jn. 4.1–3
demuestra que había falsos profetas en la iglesia que hablaban bajo
posesión. Ya que los espiritistas dan mucha importancia a este versículo,
debe tenerse en cuenta que la Biblia nunca habla de ser poseído por un
espíritu bueno que ha partido, o por un ángel. Las alternativas son el
Espíritu Santo o un espíritu maligno. Véase tamb. 1 Co. 12.1–3.

Bibliografía.
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F. S. Schierse, J. Michl, “Satán”, Conceptos fundamentales de
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J. Jeremias, Teología del Nuevo Testamento, 1974, pp. 107–119.

== 7 Semana ==

7.10

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