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Entré al bar y le pedí al mozo un café con leche y tres medialunas.

Abrí el Clarín y me puse


a revisar los clasificados. En la billetera me quedaba apenas para pagar otra semana de
pensión, un par de almuerzos y la impresión de los currículos. Nada más.

Llegó el mozo y a la vez que miraba una rubia que pasaba por la vereda, en un movimiento
elegante, mecánico, depositó sobre la mesa mi desayuno y puso el ticket debajo del vasito
de agua. Se fue sin decir palabra.

En el momento en que mordía una medialuna, un tipo entró al bar y vino directo hacia mi
mesa. Era flaco y alto, tenía la nariz aguileña y el cabello oscuro peinado con gel hacia
atrás; anteojos Ray Ban espejados, berretas, de imitación; un maletín de cuero en la mano.
Puso sus cosas en la silla que daba a la ventana y se sentó.

—Hola Pantera, soy El Ángel, un gusto.

Estiró su mano la dejó tendida sobre mi café. Yo tenía la boca llena y la medialuna a medio
comer, pero con la mano libre lo saludé. Me pareció que si no iba a pasar por maleducado.
Se inclinó un poco hacia mí y habló rápido y sin sacarse los anteojos.

—Es sencillito, de lo más fácil y seguro. El Brujo ya te lo explicó. Esperamos que abra el
banco; diez y media entramos. El Juncadella va a estar estacionado al frente. Anoche
dejamos la Combi con los fierros en la dársena del kiosco de al lado. A la salida nos va a
esperar Ayrton en un Bora preparado. Maneja como los dioses, ya vas a ver. Está todo
arreglado. Uno de los guardias es nuestro; lo vas a reconocer porque ni bien sacamos las
armas el loco va a decir “no me maten, tengo familia”. Reducimos al otro, cargamos las
bolsas y nos vamos. Un palo por cabeza mínimo, cinco minutos de trabajo.

Hablaba apresurado, pero apenas sin levantar el tono. Intenté hablar.

—Pero...

–Preguntá, preguntá lo que quieras —Ángel levantó una mano y pidió una tónica—. Se nos
enfermó El Turco ayer y para este laburo hacen falta por lo menos cuatro. El Brujo habló
maravillas de vos, por eso te habilitamos. No cualquiera trabaja con nosotros, somos súper
cuidadosos, así que quedate piola. El Brujo te respeta mucho a vos, dice que sos legal y
con eso a mí me basta. Contó que cuando estuviste guardado te la bancaste como un
campeón, y eso que te molieron a palos. Un gusto trabajar con vos, che.

—Me gustaría decirte algo—, pude decirle al fin.

Estaba por empezar a hablar pero me hizo un gesto breve con la mano para que me calle.
El mozo se había acercado y Ángel le pidió un cortado en jarrito. Esperó a que el mozo se
alejara y volvió a su tono confidente.

—Preguntá lo que quieras Pantera, todo bien. Pero como te digo es de lo más sencillo y
seguro. Un trabajo soñado campeón. Pero mejor terminá tu café y vamos. A mí no se me da
bien comer antes de un trabajo, se me afloja la tripa. Mirá, allá están los pibes en el auto.
¿Qué fierro preferís? Hay un par de nueves y unas Glock. Yo prefiero la carabina, se me
hace que mete más miedo, ¿no te parece?

No aguanté más.

—Me parecece que te equivocaste de persona. No soy Pantera.

—¿Qué?¿Cómo?

—Que no soy Pantera, me llamo Julián y no conozco a ese que llamás El Brujo. Jamás
estuve en la cárcel y apenas tengo para pagar la cuenta. No soy ladrón.

—¿Me estás jodiendo?


—No.
—La puta madre—sacó un celular–. Pará.

Marcó un número. Esperó. Sonó un teléfono de un tipo peinado con raya al costado que
tomaba un café y miraba por la ventana, más cerca de la puerta, a unas tres mesas de
distancia.

—Entré y me mandé de una. Estaba seguro que eras vos, disculpame.

—No pasa nada –dije–. Y suerte con tu trabajo.

Me estrechó la mano de nuevo y salió del bar apurado.

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