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JUSTO SIERRA 651
México toda la escala del escándalo y del abuso, necesita recobrar aliento y
poder apoyarse en la ley para levantar la frente. Es, pues, preciso que los de-
litos de imprenta pierdan el fuero, que armas innobles usadas por algunos
han hecho odioso para la opinión pública; es necesario que cese el hecho in-
moral de que la publicidad, que reagrava la injuria, sea su escudo; bórrese en
consecuencia la tercera parte del artículo 7º y que de los delitos de imprenta
conozcan los tribunales comunes.
El artículo 14 debe también ser modiicado de suerte que no se exija la
aplicación exacta de la ley sino en materia penal. Exigirla en los negocios ci-
viles es puramente absurdo, no puede ser; y este absurdo se deduce, sin em-
bargo, de la confusa redacción del artículo.
El artículo 16, en rigurosa lógica, contiene, sin duda, en germen, la cues-
tión de la incompetencia de origen. Pero es seguro que ni tal cosa quiso decir
el constituyente ni tan alta facultad pudo encerrarse en tan diminuto con-
cepto. Nosotros somos partidarios de esa facultad. Creemos que es bueno
consignar en la Constitución que nadie está obligado a obedecer una ley de
origen ilegítimo, creemos que es éste un precioso elemento de centralización
puesto en manos del poder más digno de ponerlo en acción, del poder que
sólo puede resolver los casos particulares; pero es preciso, por otra parte,
restituir su carácter al artículo 16 y redactarlo en términos análogos a su co-
rrespondiente de la Constitución peruana; sólo el juez competente o las au-
toridades encargadas de velar por el orden público pueden inferir molestia
en su familia, domicilio o posesiones a un habitante de la República.
Éstas son, indicadas rápidamente, las modiicaciones que creemos indis-
pensables en la sección primera. La cuestión de suspensión de garantías ten-
drá su lugar cuando nos ocupemos de las facultades del Ejecutivo. Todas es-
tas reformas tienden a reconciliar al código fundamental con las necesidades
del país, a hacer posible la práctica de las instituciones libres, a detener en
los labios de nuestros gobernantes aquella frase sacramental: es imposible
gobernar con la Constitución, porque esa frase es una verdad, desgraciada-
mente; verdad que ha hecho irremediable el reinado de lo arbitrario, fruto
espontáneo y odioso de nuestra historia nacional.