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LAS GARANTÍAS INDIVIDUALES

SI EL hombre no puede tener derechos absolutos, si tiene que conformarse y


de hecho se conforma, a pesar de todas las declamaciones de los metafísicos,
a las necesidades del medio social en que vive, en cambio, su evolución a
través de la historia ha tenido estos dos caracteres: la tendencia de la socie-
dad a organizarse mejor, la tendencia del individuo a ensanchar su actividad;
estos dos movimientos coinciden tan íntimamente que son como dos fases
de uno solo. La una fase es lo que llamamos los evolucionistas la integración;
la otra es la diferenciación. Quiere decir que mientras el conjunto es más
coherente, sus partes se diferencian mejor; y a esta ley, que no tiene una sola
excepción en la naturaleza orgánica, obedece fatalmente el organismo social,
de tal suerte que las facultades de acción del individuo, que es la unidad, cre-
cen y se determinan mejor a medida que se desarrolla y se precisa más la es-
fera de la acción social, cuyo primer representante es el Estado.
Resultado: la civilización marcha en el sentido del individualismo en
constante y creciente armonía con la sociedad. Buscar pues el medio más
seguro de garantizar la acción individual y circunscribirla dentro de los lími-
tes que requiera el desarrollo social debe ser la preocupación magna de un
legislador constituyente; si, por ejemplo, un país no puede pagar sus munici-
pios, es imposible, sin grave daño para la sociedad, consignar en la Constitu-
ción que a nadie se puede exigir la prestación de servicios públicos sin la
justa retribución; de modo que lo que en unas condiciones es un derecho, no
lo es en otras. Así, pues, el individuo es capaz de aumentar progresivamente
sus facultades o derechos; pero éstos deben seguir paulatinamente los pasos
del adelanto social. Ésta es la verdad positiva en toda esta teoría de los dere-
chos del hombre.
El Congreso de 1857 consignó algunas de estas facultades, y aunque el
solo hecho de consignarlas las limitaba, el espíritu absoluto en que está con-
cebido el artículo 1º tiende a ensancharlas a un grado por todo extremo in-
compatible con nuestro estado social. Así, en el artículo 5º, bajo la denomina-
ción de “servicios personales”, se ha creído, y, a la verdad, con lógica rigurosa,
que están comprendidos los servicios públicos, y como toda interpretación
restrictiva se estrella en el artículo 1º, de hecho resulta que no hay servicio
público exigible, lo que no puede compadecerse con las necesidades de nues-
tra sociedad en vía de formación.
En lo que anduvo cuerda la asamblea constituyente mexicana fue en no
imitar a su modelo francés en eso de consignar derechos y dejarlos lotantes

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JUSTO SIERRA 651

sin una garantía positiva. La sencilla y admirable institución del recurso de


amparo, que pudimos haber tomado de añejas costumbres legales del pueblo
español (Aragón), pero que sacamos del viejo tesoro de las libertades anglo-
sajonas, es perfectamente eicaz para ir trayendo a la realidad de un modo
directo las aptitudes para la acción individual que yacen dormidas en la gran
mayoría de los miembros de nuestra sociedad; es también indispensable
para dar vida a la sección de los derechos del hombre que, sin ella, no ten-
dría valor real.
Hay que hacer notar que la mayor parte de los derechos que consignó el
constituyente lo habían sido en términos más o menos explícitos por las an-
teriores constituciones, incluyendo las centralistas, y que su profunda co-
nexión con la conciencia que tiene cada individuo de sus aptitudes las hacían
ver y desear como el reconocimiento de algo innato en el hombre. La prepa-
ración era pues insuiciente y la idea fue sabia.
La sección de los derechos individuales debe considerarse en sus térmi-
nos genéricos como una conquista deinitiva; pero para consolidarla es pre-
ciso borrar la huella que las preocupaciones, la ignorancia y la precipitación
han impreso en ella tan hondamente.
Nosotros quisiéramos que esa sección hubiera estado sobre todo reduci-
da a limitar la acción del Poder Legislativo, como las enmiendas de la Cons-
titución americana; pero tal como está, y modiicándola en algunas partes
esenciales, puede quedar preferentemente adecuada a su objeto.
En lugar de empezar con la síntesis del contrato social o con aquella fa-
mosa declaración: todos nacen libres, declaración mentirosa bajo todos sus
aspectos, nosotros reducimos el artículo 1º a la abolición de la esclavitud,
agregando la “de la servidumbre”, que de hecho existe entre nosotros. Mas lo
que reputamos como modiicaciones esenciales son las siguientes:
En el artículo 3º debería consignarse, además de la libertad de enseñanza,
que la instrucción primaria es obligatoria. Éste es el derecho del niño puesto
bajo el resguardo del Estado.
Debería sustituirse la primera parte del artículo 5º que dice: “Nadie pue-
de ser obligado a prestar trabajos personales sin la justa retribución y sin su
pleno consentimiento” con esta otra: “Ninguna autoridad puede exigir a un
particular que sirva a otro particular sin la justa retribución y sin el pleno
consentimiento”. Ésta es la base necesaria de la extinción del servilismo ru-
ral. El resto del artículo debe quedar en el mismo estado, sin la reforma de
1873, que, tratándose de los convenios en que se pacta la pérdida de la liber-
tad, puso en lugar de la palabra “autorizar” la de “permitir”, salvando de un
golpe la distancia que hay entre el derecho y la opresión.
En el artículo 7º creemos que debe introducirse un cambio radical en el
procedimiento prescrito para los juicios de la imprenta. Esta pobre sociedad,
cuyos individuos agregan a todas sus tribulaciones la de ver pendiente sobre
su vida privada, sobre su honra, la espada de la prensa que ha recorrido en
652 LIBERTAD Y ORDEN: 1876-1929

México toda la escala del escándalo y del abuso, necesita recobrar aliento y
poder apoyarse en la ley para levantar la frente. Es, pues, preciso que los de-
litos de imprenta pierdan el fuero, que armas innobles usadas por algunos
han hecho odioso para la opinión pública; es necesario que cese el hecho in-
moral de que la publicidad, que reagrava la injuria, sea su escudo; bórrese en
consecuencia la tercera parte del artículo 7º y que de los delitos de imprenta
conozcan los tribunales comunes.
El artículo 14 debe también ser modiicado de suerte que no se exija la
aplicación exacta de la ley sino en materia penal. Exigirla en los negocios ci-
viles es puramente absurdo, no puede ser; y este absurdo se deduce, sin em-
bargo, de la confusa redacción del artículo.
El artículo 16, en rigurosa lógica, contiene, sin duda, en germen, la cues-
tión de la incompetencia de origen. Pero es seguro que ni tal cosa quiso decir
el constituyente ni tan alta facultad pudo encerrarse en tan diminuto con-
cepto. Nosotros somos partidarios de esa facultad. Creemos que es bueno
consignar en la Constitución que nadie está obligado a obedecer una ley de
origen ilegítimo, creemos que es éste un precioso elemento de centralización
puesto en manos del poder más digno de ponerlo en acción, del poder que
sólo puede resolver los casos particulares; pero es preciso, por otra parte,
restituir su carácter al artículo 16 y redactarlo en términos análogos a su co-
rrespondiente de la Constitución peruana; sólo el juez competente o las au-
toridades encargadas de velar por el orden público pueden inferir molestia
en su familia, domicilio o posesiones a un habitante de la República.
Éstas son, indicadas rápidamente, las modiicaciones que creemos indis-
pensables en la sección primera. La cuestión de suspensión de garantías ten-
drá su lugar cuando nos ocupemos de las facultades del Ejecutivo. Todas es-
tas reformas tienden a reconciliar al código fundamental con las necesidades
del país, a hacer posible la práctica de las instituciones libres, a detener en
los labios de nuestros gobernantes aquella frase sacramental: es imposible
gobernar con la Constitución, porque esa frase es una verdad, desgraciada-
mente; verdad que ha hecho irremediable el reinado de lo arbitrario, fruto
espontáneo y odioso de nuestra historia nacional.

FUENTE: La libertad, México, 3 de enero de 1879.

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