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Terapia de "electrochoque"
(desfibrilación o cardioversión)
Implante de un marcapasos
temporal
Medicamentos administrados a
través de una vena
(intravenosos)
Conclusión
El shock es la vía final común de varios acontecimientos clínicos potencialmente
mortales, que incluyen hemorragias graves, traumatismos o quemaduras extensas,
infartos de miocardio grandes, embolia pulmonar masiva y sepsis microbiana. El
shock se caracteriza por una hipotensión sistémica debida a una reducción del gasto
cardíaco o una disminución del volumen de sangre circulante eficaz. Las
consecuencias son una alteración de la perfusión tisular con hipoxia celular. Al
principio, la lesión celular es reversible, pero un shock prolongado acaba
produciendo una lesión tisular irreversible, que con frecuencia resulta mortal. Las
manifestaciones clínicas del shock dependen del daño precipitante. En el shock
hipovolémico y cardiogénico, el paciente presenta hipotensión, pulso débil y rápido,
taquipnea y una piel fría, húmeda y cianótica. En el shock séptico, la piel puede
estar inicialmente caliente y enrojecida por la vasodilatación periférica. La amenaza
inicial para la vida se debe a la catástrofe que precipitó el shock (p. ej., infarto de
miocardio, hemorragia grave o sepsis). Sin embargo, rápidamente los cambios
cerebrales, cardíacos y pulmonares secundarios al shock empeoran el problema. Al
final, las alteraciones electrolíticas y la acidosis metabólica exacerban también la
situación. Los individuos que sobreviven a las complicaciones iniciales pueden
entrar en una segunda fase dominada por la insuficiencia renal y caracterizada por
una reducción progresiva de la diuresis y alteraciones graves del equilibrio
hidroelectrolítico. El pronóstico depende de la causa del shock y su duración. Más
del 90% de los pacientes jóvenes y sanos con shock hipovolémico sobreviven si se
tratan bien; por el contrario, el shock séptico o cardiogénico asociado a un infarto
de miocardio extenso tiene una mortalidad más elevada, incluso con tratamiento
óptimo.