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Schmitt considera que, en la esencia de la política, las diferencias están dadas por una
antinomia, amigo-enemigo. “El sentido de la distinción amigo-enemigo es marcar el grado
máximo de intensidad de una unión o separación, de una asociación o disociación” (PAG 57).
Esto significa que no es necesariamente bueno o malo, simplemente es en esencia distinto,
pero que para ambos, resulta una relación de complementariedad. Este reconocimiento del
otro como antagónico, permite la construcción de la identidad política en los partidos.
Schmitt argumenta que la esencia de lo político no puede ser reducida a la enemistad pura y
simple, sino a la posibilidad de distinguir entre el amigo y el enemigo. El enemigo no puede
pensarse en términos de cualquier competidor o adversario, como lo planteaba el liberalismo,
ni tampoco como el adversario privado (inimicus). La oposición o antagonismo de la relación
amigo-enemigo se establece si y sólo si el enemigo es considerado público. "Enemigo es sólo
un conjunto de hombres que siquiera eventualmente, de acuerdo con una posibilidad real se
opone combativamente a otro conjunto análogo. Sólo es enemigo el enemigo público, pues
todo cuanto hace referencia a un conjunto tal de personas, o en términos más precisos a un
pueblo entero, adquiere eo ipso carácter público"18.
La división del campo político entre pueblo y antipueblo conformado este último por la
oligarquía y los poderes internacionales forman parte del núcleo del discurso. El pueblo se
identifica con la mayoría y hace ancla en la “cultura popular” que se pretende configurar y darle
especial entidad. La mayoría –según el populismo– se encuentra legitimada para hacer lo que
decida pues es “el pueblo”, esencia misma de la Nación y de la patria. La figura del líder es
necesaria como núcleo de identificación de los distintos sectores y de sus demandas que se
unifican en su figura. Cuando el populismo llega al poder, ese liderazgo se cristaliza en el
Ejecutivo y la práctica política se despliega en una lógica que difiere de los principios de la
democracia liberal-republicana.
(http://www.lavoz.com.ar/numero-cero/debate-polarizacion-o-la-politica-
de-la-grieta)
Mucho se habla por estos días de una supuesta estrategia del gobierno de Mauricio Macri
tendiente a "polarizar" con el kirchnerismo, con la mirada puesta en las elecciones de este año.
La idea del oficialismo, se cree, es sacar así el máximo provecho al rechazo que en una
significativa porción de la sociedad provoca el recuerdo de las prácticas políticas del período
2003-2015. En el lenguaje coloquial argentino, eso se traduce como la profundización de la
famosa "grieta".
El empleo del término "polarización" tiene distintos alcances en el mundo de la política. Así lo
entiende, por ejemplo, el politólogo argentino Eugenio Kvaternik, que a partir de obras clásicas
de la ciencia política distingue en torno a esa palabra tres fenómenos analíticamente diferentes,
aunque con cierto aire de familia.
Una de las situaciones identificadas por Kvaternik a la hora de hablar de polarización es el déficit
de legitimidad caracterizado por una distribución multipolar de preferencias electorales,
presencia de oposiciones bilaterales con fuerzas antisistema y erosión del centro, según el
modelo de Giovanni Sartori (Partidos y sistemas de partidos, 1976). Otro caso, teorizado por el
politólogo norteamericano Robert Dahl (Oposiciones políticas en las democracias occidentales,
1966) es el dualismo de opiniones de sectores recíprocamente hostiles, que deriva en conflictos
de alta tensión o intensidad.
Dualidades
El caso argentino se ajusta en mayor medida al marco conceptual desarrollado por Dahl, toda
vez que pujas intensas como las dirimidas entre peronismo y antiperonismo o kirchnerismo y
antikirchnerismo representan un tipo de dualidad hostil que no contiene componentes
antisistema.
En ese tipo de polarización no se plantea –al menos en forma explícita– el rechazo a la idea de
democracia como único sistema político posible para Argentina. Un ejercicio interesante,
entonces, es tratar de comprender el origen de tan exacerbada división nacional (los politólogos
Seymour Lipset y Stein Rokkan popularizaron el término "clivaje" para definir distintos tipos de
escisiones dentro de las sociedades).
Mucha tinta pasó bajo el puente de la literatura política desde que el historiador José Luis
Romero publicó por primera vez Las ideas políticas en Argentina. No obstante, ese clásico de la
historiografía nacional es un valioso prisma para analizar la tensión política de estos días dentro
del sistema democrático vernáculo, asemejado a un mar donde se dividen aguas irreconciliables.
La primera nació de la minoría ilustrada porteña de comienzos del siglo XIX y es la base de los
principios republicanos de la Constitución de 1853, mientras la segunda no muestra un cuerpo
doctrinario definido y es más cercana al sentimiento y las necesidades de ciertos sectores
populares.
En esa noción de democracia inorgánica, es clave la figura del líder paternalista con raptos
autoritarios, en un universo político donde los caudillos provinciales administran con
discrecionalidad los asuntos públicos pero sin rebelarse contra el poder central, que los maneja
a fuerza de premios y castigos traducidos en recursos económicos. Hasta aquí, parece la
descripción del país vivido en los últimos 30 años, pero hay que recordar que Romero teorizó
ese clivaje en 1956 y mirando al pasado.
Izquierda-derecha
Sin embargo, Sartori deja claro en esa obra que la fortaleza de la izquierda es su debilidad,
mientras la debilidad de la derecha es una ventaja: "Por su naturaleza, la derecha no está
expuesta a la quiebra moral, mientras las credenciales éticas de la izquierda son su talón de
Aquiles, porque al ser propensa a corromperse en el poder muestra que es moralmente
hipócrita en sus vértices", dice.
En el mismo libro, el intelectual políticamente incorrecto lamenta que la izquierda haya perdido
el anclaje marxista, porque "contra el marxismo se podía discutir, contra la nada o la hipocresía
se discute malamente".
(KVATERNIK) -
Sartori define la polarización como el máximo de distancia posible que puede existir entre los
rivales políticos. (PAG 2) En su análisis la polarización es un indicador, una clave de que un
régimen democrático adolece de baja legitimidad o de ausencia de consenso básico.
Sartori sostiene que en un sistema polarizado ideológicamente, los extremos son literalmente
polos aparte, lejanos e inconmensurables entre si
Este autor nos dice que podemos entender la cultura como un universo compuesto de
dicotomías La dicotomía entre lo bello y lo feo nos remite al campo de la estética, o la dicotomía
entre lo malo y lo bueno constituye el ámbito de la ética y así sucesivamente. Siguiendo este
razonamiento, el pensador alemán sostiene que la política se estructura a través de la distinción y
la dialéctica entre el amigo y el enemigo. Pero en contraste con lo que sucede con los otros
ámbitos para Schmitt la política no es un campo más como los restantes, delimitado por su
dialéctica propia. La política no constituye o inaugura un campo análogo y de jerarquía similar a
los restantes. La política no es un ámbito más como los mencionados sino una intensidad que
puede llegar a cubrir y extenderse a todas las esferas y ámbitos de la vida social: religioso,
socioeconómico, étnico. La diferencia entre "el amigo y el enemigo señala el máximo grado de
intensidad de un vínculo o una separación, de una asociación o de una disociación (Schmitt,
1987:27). De modo tal que "el contraste político es el mas intenso y extremo, y cualquier antinomia
es tanto mas política, cuando más se acerca al punto extremo del agrupamiento amigo- enemigo“.
(PAG 9).
1
B. P. Pág. 29. Eso es lo que Sartori quiere significar cuando dice que Schmitt no reduce la
intensidad en la política doméstica, si bien lo hace en las relaciones entre estados.
fuertes sentimientos de hostilidad entre partidarios y adversarios de Chaves y Evo Morales,
respectivamente, una retórica de amigo-enemigo, pero sin recurrir a la violencia. Es decir, más
cercanas a la polarización de Dahl. (PAG 25)
SERRAFERO, PAG 40
Recurrentemente se afirma que siempre existe tensión entre democracia y populismo (Gratius,
2008), o bien relaciones ambiguas entre ambos (De la Torre, 2009) o fisuras (Panizza, 2008). En
realidad, la relación entre populismo y democracia, no es tan ambigua ni contradictoria como
se señala habitualmente, si se aclara el tipo de democracia del cual se habla. En relación con la
democracia liberal-republicana ninguna duda cabe que el populismo se distancia de aquella y se
propone como un modelo distinto y superior. La distancia será menor frente a un populismo
moderado y mayor frente a un populismo radical. La propia dinámica populista implica
despegarse de la institucionalidad liberal-republicana y fundar –o intentar fundar– otro tipo de
régimen institucional. (PAG 40)