Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
OBRAS ESCOGIDAS
TOMO III
IDEOLOGÍA APRISTA
TREINTA AÑOS
DE APRISMO
35
Es debido, pues, rememorar cómo en Estados Unidos
el Partido Republicano había triunfado sobre el Demócrata
–que era el partido del presidente Wilson– en las elecciones
de noviembre de 1920. En ellas no alcanzaron mayorías
de votos los candidatos a la presidencia y vicepresidencia
James Cox y Franklin Delano Roosevelt, a quienes venció
el binomio Warren Harding y Calvin Coolidge. Esta
derrota electoral del Partido Demócrata, cuyo gobierno
había conducido a Estados Unidos en la victoriosa primera
guerra mundial, significó el derrumbe de los ideales
internacionales del presidente Wilson, promotor de la Liga
de las Naciones. Y el rechazo oficial norteamericano a
participar en esa organización –condenada a muerte por tal
medida– ya había precedido auguralmente a las elecciones
con la votación adversa del Senado de Washington en la
funesta, para el mundo, sesión del 19 de marzo de 1920.
Veredicto que inicia la predominancia del «aislacionismo»,
propugnado por el Partido Republicano y cuya política
estimuló las amenazantes avanzadas del totalitarismo
militarista en Europa que debía desencadenar la segunda
guerra23.
36
El «aislacionismo» –tal como puede ser juzgado y
definido por sus tendencias y por sus resultados generales–
era una política internacional norteamericana de aparente
no intervención: En lo que la intervención podía ser
constructiva para el fortalecimiento de un organismo
ecuménico coordinador de Estados y garantizador de
democracias y de paz; pero de encubierta y nociva ingerencia
en la vida económica y política de otros Estados, en lo que
la intervención unilateral, movida por intereses particulares
es inmoral y destructiva. Y cuanto a Indoamérica toca, el
período «aislacionista» del régimen del Partido Republicano
es coevo de la «diplomacia del dólar» y del intervencionismo
armado o financiero de los Estados Unidos en varias de
nuestras repúblicas.
37
soberanía era susceptible de ser violada a voluntad por los
Estados Unidos24.
38
siones materiales, antes bien que por su pasión por la justicia
y por el número de sus vecinos amigos26.
39
la providencial misión responsable del «pueblo escogido»,
o sea la raza anglo-sajona–27, y los antiimperialistas enca-
bezados por el famoso tribuno William J. Bryan, por cuatro
veces candidato de su partido a la presidencia de la Unión.
Bryan, a quien los republicanos jingoístas a ultranza lle-
garon a calificar de «decadente criminal», había procla-
mado en sus memorables campañas oratorias de 1896 que
27 Arthur P. Whitaker, en su libro The United States and South América (Harvard
University Press, 1948), escribe: «...una más ambiciosa y dinámica política
exterior en los Estados Unidos, la cual iba a alcanzar pleno desarrollo... bajo
la dirección de hombres como Theodore Roosevelt, Henry Cabot Lodge,
Alfred Thayer Mahan y Albert Shaw. La nueva política fue resultado de
muchos factores diversos internos y externos tales como la elevación de
los Estados Unidos al rango de gran potencia industrial, la acumulación y
exceso de mercancías y capitales para exportar y el crecimiento del nuevo
imperialismo de los grandes poderes de Europa, una de cuyas más dra-
máticas consecuencias fue la repartición de África en ese tiempo. En los
Estados Unidos la respuesta a esa última ola de expansionismo europeo
fue en parte defensiva y en parte imitativa. De un lado, Lodge se sintió
impulsado para escribir a Roosevelt en 1895: Nosotros no debemos per-
mitir que Sudamérica llegue a ser otra África; y de otro lado, esos dos
hombres y muchos otros con ellos pensaban que era llegado el tiempo de
que los Estados Unidos ayudaran a Europa a comportar la carga del hom-
bre blanco y a hacerse cargo de otras obligaciones de su nuevo status de
poder mundial. La gran política que desarrollada bajo esas circunstancias
contenía dos tendencias en conflicto: una, hacia la política nacional más
dinámica, usualmente llamada imperialismo; la otra hacia la cooperación
internacional…» Op. cit., Part. III. Cap. X, 3, pp. 158-159. El profesor
Dexter Perkins, en su libro The United States and the Caribbean (Harvard
University Press, 1947) se refiere al mismo período como uno en que se
desarrollan «nuevas fuerzas y nuevas perspectivas que iban a producir
una forma de imperialismo americano: por el lado de la marina este nue-
vo temperamento estaba representado por Alfred Thayer Mahan...; por el
lado político estaba representado por hombres como Theodore Roosevelt y
Henry Cabot Lodge, quienes eran lo suficientemente jóvenes para no tener
aversión sentimental hacia la guerra... y cuya confianza en sí mismos y
orgullo de América estaba teñido con algo de jingoísmo» (Cap. V. p. 122).
En el libro de Merle Curti: The Growth of American Thought (2ª ed. Harper,
New York, 1951), se dice: «El Senador Henry Cabot Lodge, declaró en
The Forum, en 1896, ‘las grandes naciones están absorbiendo rápidamente,
para su futura expansión y su presente defensa, todos los territorios inex-
plotados o baldíos de la tierra’, y que, en consecuencia, los Estados Unidos
no deben retrasarse en este camino». (Op. cit., p. 667). Más adelante cita
la declaración del Senador Beveridge, de Indiana, en 1898, quien escribía:
«Las factorías americanas están produciendo más de lo que el pueblo ame-
ricano puede usar: el suelo americano está produciendo más de lo que el
pueblo puede consumir. El destino ha escrito cuál debe ser nuestra política:
40
«el imperialismo es una maldición nacional» – a course to
the nation28. En el libro The American Mind de Henry S.
Commager, al analizar «aquellos duros tiempos de los no-
ventas» puede leerse este comentario de la tremenda lucha
política finisecular en la que el probo y elocuente tribuno
antiimperialista Bryan fue figura central:
El sentido del destino, tan fuerte como siempre, fue pronto
confundido con la responsabilidad del hombre blanco y
el comercio del mundo debe ser nuestro...y nosotros lo tenemos que ganar
como nuestra madre Inglaterra nos ha enseñado cómo» (p. 668 citado de
Albert J. Beveridge: «The March of the Flag», del Indianapolis Journal,
septiembre 17 de 1898). Comentando las teorías imperialistas de Mahan,
el autor Merle Curti escribe en su libro: «Las teorías del Capitán Alfred
Mahan... fueron planteadas en The Influence of Sea Power in History
(1890) y en subsecuentes artículos populares y en libros. Mahan, primero
que todo, expuso una interpretación de la historia que confiere al poder
naval importancia básica en el destino de las naciones... A su modo de ver
ninguna nación puede llegar a gozar de verdadera prosperidad a menos que
no fundamente, con buen éxito, su política en un imperialismo mercanti-
lista, y a menos que la competencia con otros países por la conquista de
los mercados mundiales no posea, como respaldo, una marina poderosa,
una fuerte flota mercante, bases navales y posesiones coloniales. Mahan
esperaba que los Estados Unidos se embarcaran en una política colonial e
hizo cuanto pudo para conseguir tal fin... Las doctrinas de Mahan fueron
popularizadas por su amigo y admirador Theodore Roosevelt» (Op. cit., pp.
671-672). Y páginas adelante añade Merle Curti: «Los antiimperialistas ob-
jetaron que [la posesión] de las Filipinas significaba un repudio de nuestra
tradicional doctrina sobre el derecho de propia determinación (de los pue-
blos). Pero el Senador Henry Cabot Lodge contradijo esto con el argumen-
to de que los Malayos eran incapaces de aprender lo que es democracia»
(op. cit., p. 675). En la p. 676 (Part. VII, Chap. XXVI), el subcapítulo se
titula: «Anti-imperialism and Pacifism», y en él escribe Curti: «La elección
de 1900 agitó otros lemas que los de Imperialismo y Antiimperialismo,
pero las decisiones siguieron el nuevo curso» (Op. cit., p. 678).
28 The Beard’s Basic History of the United States, op. cit., Cap. XXI pp. 345
y 348. Del mismo libro anoto que al narrar la campaña electoral para la
presidencia de Estados Unidos en 1900 Bryan, elegido como en 1896 can-
didato para la Convención del Partido Demócrata fue el portavoz de las
plataformas de los convencionistas. Traduzco: «Ellos [los demócratas]
condenaron el ‘voraz comercionalismo’ que dictaba la política en Filipinas
del Partido Republicano e impugnaron la lucha contra las Filipinas como
una ‘guerra de agresión criminal’. Al ‘militarismo’ ellos lo vituperaron por-
que significaba ‘conquista en el exterior e intimidación y opresión dentro
del país’. Ellos declararon que no aceptarían ‘sacrificar nuestra civilización
o convertir la República en un imperio’. Mientras atacaba el imperialismo
Bryan insistía en mantener su programa en el frente interno que había sido
formulado para la campaña electoral de 1896». Ibid.
41
teñido de chauvinismo; pero William Jennings Bryan, el más
elocuente campeón político de los más viejos ideales, fue el
líder irreconciliable del antiimperialismo29.
42
difunto Harding desde 1923, se hallaba en la Casa Blanca.
Y su materialista apotegma de gobierno se hizo célebre:
the business of the United States is business. Su Secretario
de Estado, Charles Evans Hughes, había declarado ya en
agosto de aquel año centenario de la Doctrina Monroe, y a
propósito de ésta, que «el gobierno de los Estados Unidos
se ha reservado para sí su definición y aplicación»32.
Las repetidas ocupaciones militares y los presionantes
controles financieros en algunos países indoamericanos
del Caribe demostraban que la política de la facción de
los imperialistas del Partido Republicano había alcanzado
su apogeo. Fue entonces que el designio de organizar un
movimiento defensivo indoamericano se nos impuso como
un quehacer perentorio. Y aunque el proceso pormenorizado
de los acontecimientos que precedieron y coadyuvaron
a la fundación del Apra ha sido, fragmentariamente ya
descrito –espero que me sea dable epitomarlo en un libro
autobiográfico ulterior– hallo congruente intercalar someros
datos de antecedencia:
spirit of Bryanism», op. cit., Cap. XXI, p. 350. «... Bryan fue llamado esta
vez el enemigo del imperio y de la propiedad. Aún hay un hombre con
buenos títulos para la sofisticación, denunció el candidato demócrata como
un franco anarquista», C. and M. Beard: The Rise of American Civilization,
New York, 1947 (Vol. II, Ch. XXVI. Paragraph 4º).
32 Discurso de Charles Evans Hughes, 30 de agosto de 1923, conmemoración
del centenario de la Doctrina Monroe (cit. en mi libro El antiimperialismo
y el Apra, op. cit., 2ª ed., 1936, Cap. IV, p. 87 y nota 3, p. 199, en la cual se
añade: «En el artículo Monroe Doctrine de la Enciclopaedia Britannica
Charles Evans Hughes escribe refiriéndose a la Doctrina Monroe: «el
gobierno de los Estados Unidos se ha reservado para sí su definición y
aplicación». Y añade: «El Presidente Wilson observó: La Doctrina Monroe
fue proclamada por los Estados Unidos en su propia autoridad. Ha sido y será
siempre mantenida bajo su propia responsabilidad», etc.). Véase Enciclopaedia
Britannica, 14 ed., vol. 15, pp. 737-738. (En la edición de 1953, en el mismo
volumen y páginas reaparece el artículo del ya difunto Hughes, sin ninguna
modificación, a pesar de las que de hecho le ha impuesto la política del
«Buen Vecino» y la II Guerra Mundial).
43
de repercutir a tiempo como un aldabonazo de admonición
en este lado del hemisferio– sino porque Bryan actualizó
o americanizó con inopinada semántica una terminología
que más de una treintena después hicimos nuestra. Aquí en
Indoamérica fueron hombres mozos de la brillante generación
intelectual del 900 quienes desde ambos lados del río de
la Plata siguieron alertas las campañas de Bryan, exaltaron
el latinoamericanismo, y han legado por ello merecido
renombre: José Enrique Rodó, José Ingenieros, Manuel
Ugarte, Alfredo Palacios, Leopoldo Lugones, Alberto
Ghiraldo; con quienes coincidían en ideales bolivarianos de
unionismo continental otros coetáneos suyos, ya afamados
en el campo de las letras y procedentes de diversas regiones
de nuestra grande y dividida nación: Rubén Darío, Enrique
José Varona, Sanín Cano, Carlos Arturo Torres, Alejandro
Korn, Amado Nervo, Enrique Molina, Pedro Henríquez
Ureña, José Santos Chocano, José Vasconcelos, José M.
Vargas Vila, Antonio Caso, y, entre quienes de cerca les
seguían: Joaquín García Monge, Alfonso Reyes, Alberto
Masferrer, Carlos Vicuña Fuentes, Emilio Frugoni, Omar
Dengo, y muchos más33.
44
Descolló entre ellos el publicista y orador bonaerense
Manuel Ugarte por sus concitadoras peregrinaciones
tribunicias a lo largo de Indoamérica, en las que remozaba
la invocación unionista de Bolívar –de la que habían
renegado sus epígonos militaristas y los políticos criollos
decimonónicos– y prevenía el peligro de la expansión
imperial norteamericana. A no dudarlo muy influido por las
cruzadas de Bryan –cuyas noticias impresionantes, según
me declaró en una carta de 1926, incitaron los entusiasmos
de sus años adolescentes de lector atento de la prensa de
45
Buenos Aires34– se propuso Ugarte realizar aquí lo que el
demócrata estadounidense había hecho en su continente:
recorrer nuestro territorio y admonizar a su pueblo también
sobre los riesgos del imperialismo norteamericano.
46
de su vasta y concertada unidad continental. Si los cuarenta
y ocho estados norteamericanos estuviesen divididos en
igual número de «patrias» independientes, «soberanas»,
rivales unas de las otras –con sus respectivos militarismos
politiqueros y sus agitadores jingoístas– no serían sino lo
que son los débiles Estados indoamericanos: débiles porque
están desunidos. O si los grandes hacendados esclavistas del
sur de los Estados Unidos hubiesen logrado del general Lee
y del militarismo reaccionario norteamericano la secesión
que pretendieron con la Guerra Civil de 1861 a 1865, aquella
federación continental no existiría como un gran poder.
Lincoln –símbolo y jefe del gobierno civil, representativo
de la democracia yanqui en armas– venció a Lee y a su
ejército defensor de una clase explotadora. Al derrotarlos,
no solamente impuso la abolición de la esclavitud –alto
derecho humano– sino salvó la unidad norteamericana,
objetivo que desde la Independencia fue para la república
del Norte condición de libertad y de democracia35.
47
Durante los tres primeros lustros de este siglo –hasta
el año 1913– Ugarte cruzó una y otra vez el continente
indoamericano clamando por la unidad y demostrando la
inferior condición de los países pequeños «balcanizados»,
y por ello débiles, junto a los compactados en uniones
y federaciones continentales y, por tal causa fuertes.
En su camino encontró aplausos y resistencias; pero,
acentuadamente, férvidas simpatías estudiantiles. Miguel
de Unamuno –el mejor y más influyente amigo español de
nuestros pueblos, y el representante de aquella insuperada
generación peninsular del 98– le escribía desde Salamanca
en 1906:
48
acaecido en Indoamérica desde la Independencia37. Una
gallarda e intrépida generación veintenaria habló a los
estudiantes y trabajadores indoamericanos en un lenguaje
insólito pero que todos ellos entendieron. Y proclamó
con «el derecho sagrado de la insurrección», la consigna
del sacrificio cual «su mejor estímulo», y a «la redención
espiritual de las juventudes de América» como «su única
recompensa»38.
49
propiamente indoamericana, a la cual cerraba el paso
el feudalismo universitario sostenedor del feudalismo
económico-social prevaleciente en nuestros pueblos. De
aquella verdadera revolución estudiantil, velozmente
propagada a todo el ámbito continental, surgió la doctrina
de que es misión de las universidades reformadas arrostrar
el peligro social del analfabetismo de nuestras masas
y consagrar los derechos del pueblo a la cultura como el
primer paso hacia la verdadera justicia democrática. La
reforma creó las universidades populares e inauguró una
época de creciente acercamiento estudiantil hacia las
clases obreras y de generalizado interés por sus problemas
económicos. Y en el Perú, donde el movimiento alcanzó
dimensiones singulares –dada la reacción que él provocó
en la docencia oligárquica de la Universidad Mayor de
San Marcos, baluarte de la plutocracia feudal limeña– su
primera victoria culminó con el Congreso Nacional de
Estudiantes del Cusco de 1920. Él estableció la Universidad
Popular, poco después enaltecida con el nombre prócer de
González Prada, y en ella se estructuró un dinámico frente
único de trabajadores manuales e intelectuales, que recibió
su bautismo de sangre el 23 de mayo de 1923, y de cuyas
filas salimos los fundadores del Apra41.
50
Al llegar en noviembre de aquel año desterrado a
México, senté las bases de la organización continental
aprista conformada al tenor de las mismas pautas orgánicas
de nuestro frente único de las universidades populares.
Empero, su programa no fue aún anunciado cabalmente:
el 7 de mayo de 1924 –en víspera de mi partida hacia
Europa– entregué a los estudiantes de México la bandera
unionista de Indoamérica y sometí a su aprobación el
primer lema de nuestro ideario: «acción conjunta de los
pueblos indoamericanos por la unión política y económica
de nuestros veintiún estados», incluso Puerto Rico. A título
de curioso documento testimonial, inserto citas textuales
del discurso de entrega:
Con orgullo podemos afirmar que nada ha sido más eficaz
al propósito de fundir en uno solo a los veintiún pueblos in-
doamericanos –dispersos por el nacionalismo estrecho de las
viejas políticas– que la obra de las juventudes. Hemos creado
sobre la fría y restringida relación de las cancillerías imitado-
ras de Europa, una solidaridad más amplia... No sólo quere-
mos a nuestra América unida sino también a nuestra América
justa.... Esa bandera que yo os entrego camaradas estudiantes
mexicanos... la tenéis aquí: el rojo dirá de las aspiraciones
palpitantes de justicia que en esta hora admirable del mundo
inflama la conciencia de los pueblos y que nuestra generación
proclama con la nueva humanidad. ...Sobre el ancho campo de
la figura en oro de la nación indoamericana, señala las tierras
vastas, que unidas y fuertes, brindarán hogar sin desigualda-
des a todos los hijos de la raza humana. Aceptadla porque es
nuestra. Flameará primero sobre las soñadoras muchedum-
bres de las juventudes que van abriendo el camino, y más tarde
serán los pueblos... los que la agiten en el tumulto estremecido
de sus luchas. Os la entrego camaradas estudiantes de México
porque sois vosotros... los que tenéis derecho a llevarla. Por que
sois hijos del pueblo que más gallardamente defendió la libertad
de la raza; porque de vuestra propia sangre surgió el ejemplo de
una nueva sociedad igualitaria y en avance. Olvidaos de quien
51
os la dio, pero recordad siempre que es enseña de juventud, de
justicia y de unión42.
52
de materias primas. Pero en Indoamérica, lo que es en Europa
la última etapa del capitalismo resulta la primera. Para
nuestros pueblos, el capital inmigrado o importado plantea la
etapa inicial de su edad capitalista moderna... Si examinamos
la historia económica indoamericana, descubriremos esta
general característica: con el capital inmigrado se insinúa
en nuestros pueblos agrícola-mineros la era capitalista.
Y es Inglaterra –donde el capitalismo define más pronto su
fisonomía contemporánea– la nación que inicia la exportación
de capitales45.
53
El imperialismo que implica en todos nuestros países el
advenimiento de la era capitalista industrial bajo formas
características de penetración, trae consigo los fenómenos
económicos y sociales que produce el capitalismo donde
aparece originalmente47.
54
las raíces adventicias de nuestras clases latifundistas, se les
injerta desde su origen el imperialismo dominándolas50.
55
a las nuevas escalas espaciales y temporales que sirven de
referencia para observarlo y verificarlo. El aprismo intentó
y logró descubrir nuestra realidad sociológica, no pretendió
forjarla. Y más de diez años antes de que la revolucionaria
historiología de Toynbee insinuara que «el estudio de todas
las actividades sociales está gobernado por las tendencias
dominantes de tiempo y de lugar53, era ésa en esencia nues-
tra norma filosófica. Por ende, que las leyes económicas y
la preceptiva política concebidas y eficaces en una realidad
histórica dada son intransferibles a otra, cuyo grado y ritmo
de evolución aparecen palmariamente disímiles. En el capí-
tulo VIII de mi libro de 1928 escribí:
56
Este punto fundamental de nuestra discrepancia con
la tesis comunista europea sobre el imperialismo esclarece
más todavía la línea doctrinaria aprista. Pues «reconocien-
do que la lucha contra el imperialismo ante todo es lucha
político-económica»56, ésta no tiene el mismo carácter que
la conflictiva rivalidad de dos imperialismos resultantes de
la competencia de dos grandes países industriales. Nues-
tro caso es otro: es el de una zona económica infradesa-
rrollada que debe industrializarse para progresar y cuya
industrialización depende del sistema capitalista cuyo
desplazamiento hacia los países industrializados tiene el
carácter de imperialismo. Por consecuencia –escribí en mi
libro de 1928–:
57
tratan de mal interpretar las orientaciones del Apra, nuestro
deber elemental es remitirlas a los documentos fundamentales
de nuestro partido... Nuestro programa doctrinario precisa
bien que el Apra sólo combate el imperialismo. El imperialismo
es básicamente un fenómeno económico con proyecciones
sociales y políticas. En forma alguna, ese fenómeno tiene
un carácter esencialmente racial o nacional. Un pueblo no
es racial o nacionalmente imperialista. Muchos pueblos hoy
débiles o sometidos han sido imperios según lo demuestra la
historia. Porque el imperialismo, ya feudal, ya mercantilista,
ya capitalista –caso contemporáneo de expansión de
los grandes países industriales– está determinado por
condiciones económicas... En nuestra lucha contra el moderno
imperialismo capitalista industrial –de los Estados Unidos, que
es el imperialismo que con más vigor nos subyuga– tampoco
existe ni puede existir una rivalidad nacional o racista... no
han faltado entre nosotros quienes hayan visto el problema
de nuestra lucha defensiva como una cuestión nacional, como
una rivalidad étnica entre sajones y latinos. Esta concepción
me parece falsa y el aprismo la condena: nosotros luchamos
contra un sistema económico que se proyecta sobre nuestros
pueblos como una nueva conquista... El programa del Apra es
muy claro a este respecto...58
58
agentes y esbirros han pretendido embrollarnos a contrapelo
con el comunismo criollo, el cual ostensivamente obedece a
ideologías y consignas extra-americanas y sin escrúpulo ni
tregua nos embiste.
59