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CORREO DE LA UNESCO: PREVER, EDUCAR, PREVENIR.

CATÁSTROFES NATURALES
Tres ideas clave se desprenden de la experiencia acumulada: anticipar lo más a menudo posible los riesgos de los flagelos conocidos,
a fin de paliar sus efectos más devastadores y pasar de la previsión a la prevención educar a las poblaciones, sensibilizarlas, a los
peligros que las acechan así como a los medios indispensables para hacerles frente, entrenar con anticipación a los elementos más
activos, por último, y quizás sobre todo, responsabilizar a los decisores.

MÁS VALE PREVENIR QUE CURAR POR BADAOUI ROUHBAN


Se trata de adoptar medidas que limiten, ya que es imposible suprimirlos, los efectos más calamitosos de esos fenómenos. Esas
medidas son conocidas; han permitido ya construir ciudades, aldeas, infraestructuras y viviendas que ofrecen mayores garantías
de seguridad.

Imprudencia humana

Debemos partir de una comprobación esencial: el impacto de las catástrofes no sería tan mortífero si los hombres se mostraran
más prudentes.

A la hora de la aldea planetaria, si un sismo llegara a devastar un centro neurálgico de la economía mundial, como Tokio y California,
la economía de países remotos se vería afectada.

Tenemos pues que convencernos de que, si bien es imposible evitar que un sismo, un huracán o una erupción volcánica se
produzcan, hoy en día somos capaces de actuar para atenuar sus efectos. Gracias a nuestros conocimientos científicos y técnicos,
sabemos construir casas y puentes que resisten mejor a las sacudidas telúricas y a los vendavales, vigilar la actividad volcánica y
prever las erupciones con anticipación suficiente para que la población pueda organizarse. La aplicación de esos conocimientos
depende de factores sociales, culturales, políticos e incluso religiosos, propios de cada sociedad.

Educar e informar

La acción preventiva y la preparación para las catástrofes presuponen un mejor conocimiento de los riesgos: hay que saber evaluar
la frecuencia, la repartición geográfica y la intensidad de los fenómenos para establecer el mapa de las regiones peligrosas. Sobre
esa base es posible adoptar diversas medidas de protección: reglamentación de la utilización de los suelos, normas de seguridad
para las nuevas construcciones y gestión acertada del medio ambiente. Al mismo tiempo es necesario instalar sistemas de detección
y de alerta y elaborar planes de emergencia. Pero la piedra angular de toda acción sigue siendo la educación y la información del
público.

Las medidas preventivas resultan mucho más baratas que las operaciones de socorro y reconstrucción. No obstante, numerosos
responsables tienden aún a dar prioridad al socorro y a actuar con eficacia sólo en el momento en que surge la catástrofe.
Anualmente las operaciones de socorro y de reconstrucción absorben 96% del presupuesto destinado a las catástrofes, dejando
sólo un 4% para la prevención. Es absurdo.

DESASTRES NATURALES
Los terremotos

Todos los días la tierra tiembla suavemente en distintas partes del mundo. Las sacudidas violentas, por fortuna menos frecuentes,
suelen ser más destructoras que las inundaciones o los ciclones. Los sismos son particularmente temibles pues surgen sin avisar,
desencadenando un desastre en menos de un minuto, y sus efectos son difíciles de prever. Los de los fondos marinos provocan
ondas de choque que a su vez generan los tsunamis, esas olas mortíferas que recorren cientos de kilómetros. Las habitaciones y las
aglomeraciones situadas en las zonas de fractura, en suelos movedizos o en las cercanías del litoral están particularmente expuestas
a los sismos, a los incendios que éstos provocan y a los tsunamis.

Las sequías

Según los países la sequía puede ser anual o producirse con varios años de intervalo. Cuando el fenómeno se prolonga mucho
tiempo devasta la agricultura y crea auténticos desiertos.

Las inundaciones
La inundación es la catástrofe natural más frecuente, causada por una subida demasiado rápida de las aguas como consecuencia
de lluvias torrenciales o de los deshielos. Las aglomeraciones situadas en las regiones costeras o en los valles fluviales son
evidentemente las más expuestas. Las inundaciones provocan perjuicios materiales, perturban la vida económica y social, crean
riesgos de epidemias y dañan el medio ambiente (erosión, contaminación de los suelos).

Los tsunamis

El choque de placas tectónicas del fondo marino por acción de ondas sísmicas engendra los tsunamis, o maremotos, serie de olas
marinas que se desplazan a la velocidad de un avión a reacción (800 km/h) y que cuando llegan a estrellarse en la costa pueden
alcanzar 30 metros de altura.

En Valdivia (Chile), el 22 de mayo de 1 960, un sismo submarino de magnitud 9,5 desencadenó un tsunami que a lo largo de mil
kilómetros destruyó 400.000 viviendas y causó la muerte de unas 5.000 personas. El suelo tembló durante tres minutos y medio y
sufrió desniveles de unos dos metros. En toda la costa del Pacífico se produjeron tsunamis con olas de hasta diez metros de altura
que destrozaron las embarcaciones, inundaron los valles costeros y destruyeron edificios y fábricas.

Los deslizamientos de tierras

Se producen a diario como consecuencia de fuertes precipitaciones o de ondas sísmicas. Pero un terremoto violento también puede
desencadenar decenas de miles de deslizamientos de diversa gravedad.

El mayor deslizamiento de tierras registrado en América Latina fue el que se produjo en Perú el 31 de mayo de 1970. Tras un
terremoto de magnitud 7,6, cuyo epicentro estaba situado a 35 km de la ciudad de Chimbóte, en la costa norte del país, un enorme
bloque de hielo se separó del monte Huascarán (5.500 m de altura) y rodó a lo largo de un glaciar recorriendo en tres minutos los
10 km que lo separaban de las ciudades de Yungay y Ranrahirca, situadas más abajo. Sólo sobrevivieron 400 de los 20.000
habitantes. En Chimbóte, las sacudidas sísmicas destruyeron 96% de las viviendas, construidas con adobe, y causaron unas mil
víctimas.

Los huracanes, ciclones, tornados y tifones

Estas tormentas, que arrasan con todo a su paso, son estacionales y se circunscriben a determinadas zonas geográficas. Las ciudades
costeras son las más expuestas a daños causados por los vendavales, las marejadas, las lluvias torrenciales, la erosión del litoral, los
rayos y el granizo.

Las erupciones volcánicas

En el mundo existen aproximadamente 500 volcanes en actividad pero éstos rara vez entran en erupción. Cuando ello se produce,
las consecuencias pueden ser desastrosas para las ciudades situadas en las cercanías: nubes de ceniza (también peligrosas para la
circulación aérea), explosiones, emisiones de gases y de rocas eruptivas, corrientes de lava y escoria. El polvo volcánico y los gases
proyectados a la capa alta de la atmósfera por las fuertes erupciones volcánicas pueden afectar al clima del planeta.

Los incendios forestales

Todos los años se producen miles de incendios forestales en el mundo entero. Las causas más frecuentes son los veranos cálidos y
secos y las tormentas eléctricas. Las lavas volcánicas o un terremoto pueden también desencadenar incendios. Por último, un
número muy reducido de ellos son premeditados.

Uno de los más graves incendios forestales se produjo en mayo de 1987 en la cadena montañosa del Gran Khingan (China) en mayo
de 1987. Atizado por vientos intensos que soplaron sin interrupción durante tres semanas, el fuego devastó un millón de hectáreas
de bosques y quemó 750.000 m.3 de madera, lo que equivale a 13% de la superficie forestal y a una quinta parte de la producción
anual de madera de la región. Hubo 191 víctimas.

CUANDO LAS CIUDADES TIEMBLAN P0R MUSTAFA ERDIK


La superpoblación, el crecimiento anárquico, las construcciones de calidad deficiente hacen que las ciudades sean particularmente
vulnerables a los terremotos

Los sismos, principal causa de desastres naturales, tienen efectos particularmente devastadores en los barrios superpoblados de
las ciudades de países pobres, donde las construcciones de calidad mediocre se derrumban como castillos de naipes. En los países
ricos, es el envejecimiento de la población, así como la dependencia cada vez mayor de la tecnología, lo que debilita a las ciudades.
Además, los bienes materiales que hay que proteger en ellas son más importantes.

No menos peligrosos que los sismos son los deslizamientos de tierras, que pueden destruir las viviendas edificadas en pendientes
montañosas o en terrenos inestables. Si bien las erupciones volcánicas suelen ser menos imprevisibles que los terremotos, un
volcán adormecido puede muy bien despertar tras varios siglos de inactividad, cuando la población instalada en las cercanías se
creía a salvo del peligro. Las inundaciones constituyen una amenaza para las ciudades construidas en los relieves desnudos de
regiones expuestas a violentas tormentas.

Los desastres naturales no sólo causan daños materiales inmediatos, pueden también arruinar la economía de un país al desbaratar
las estructuras sociales y los medios de producción.

Es de fundamental importancia respetar las normas de construcción en los edificios. Las redes viales, de importancia primordial en
situaciones de emergencia, tampoco están a salvo de los terremotos (En una ciudad como Estambul, por ejemplo, en caso de
producirse un fuerte sismo, las operaciones de salvamento y la ayuda de emergencia dependerán en gran medida de la red,
sumamente frágil, de carreteras y puentes que unen esa ciudad a Europa).

La ruptura de cañerías subterráneas puede tener también efectos desastrosos. Los escapes de gas pueden provocar incendios.

Las primeras víctimas son las familias monoparentales, las mujeres, los niños, las personas disminuidas y los ancianos. Entre las
consecuencias económicas indirectas de un terremoto, hay que mencionar la baja de la producción, la pérdida de ingresos fiscales
y el aumento del desempleo.

COMO HACER FRENTE AL PELIGRO POR BARBARA CARBY


En el plano colectivo, la primera de las medidas preventivas consiste en evitar construir en zonas de riesgo como los terrenos
demasiado escarpados, el lecho de los ríos o las llanuras inundables. Pero también ocurre que el peligro no salte a la vista. Por
ejemplo, si se trata de una falla geológica, sólo un agrimensor o un geólogo están en condiciones de detectarla.

A nivel nacional los poderes públicos deberían integrar la prevención en sus programas de lucha contra las catástrofes. Los planes
de ocupación de los suelos tendrían que prohibir toda construcción en las zonas que periódicamente sufren inundaciones: bastaría
convertirlas en parques o terrenos deportivos. Hay que velar también por que no se elimine la vegetación en las pendientes
demasiado escarpadas. Pero los planificadores y decisores no siempre tienen plena libertad.

Conviene también dictar normas de construcción más estrictas, revisar y reforzar las que ya están en vigor.

La seguridad en primer lugar

Los numerosos edificios ya construidos han de ser readaptados de acuerdo con las últimas normas, pero la operación resulta más
costosa que construir inmuebles nuevos resistentes a las catástrofes.

Para que puedan seguir funcionando, es indispensable que servicios esenciales, como los hospitales, comisarías y refugios, los
sistemas de suministro de agua potable y electricidad y el alcantarillado, resistan a los cataclismos.

La falta de medidas preventivas en los países pobres se explica a menudo por el costo elevado de éstas. Pero esos países, ¿pueden
darse el lujo de no aplicar tales medidas? (es difícil movilizar a los poderes públicos mientras no se disponga de estudios detallados
que muestren que las ventajas de los dispositivos de prevención compensan ampliamente su costo).

DAR LA VOZ DE ALARMA. POR FABRIZIO FERRUCCI


Gracias a la evolución de los sistemas de alerta anticipada, toque a rebato y a la teledetección es posible atenuar el impacto de
ciertos cataclismos.

El aviso parte de un punto determinado y repercute en el conjunto de una red de usuarios que ponen en marcha los medios de que
disponen para atenuar el impacto del cataclismo. Los actuales sistemas de alerta se basan en instrumentos de medición, utilizados
sobre todo en física y geofísica, y en los modernos medios de comunicación.

Riesgos técnicos y riesgos naturales


Aunque sus efectos sean a menudo espectaculares y persistentes, las catástrofes tecnológicas provocadas por el ser humano están
por lo general limitadas en el tiempo y el espacio. Mucho más peligrosas son las catástrofes naturales, pues implican fuerzas que
se cuentan entre las más poderosas del planeta y cuyas causas profundas, independientes de la actividad humana, a menudo
desconocemos. La noción de alerta supone la capacidad de adelantarse al acontecimiento en el tiempo, en el espacio, o en ambos
a la vez. Así es posible prever la evolución de un fenómeno y sus consecuencias a corto, mediano y largo plazo.

Por regla general la prevención de una catástrofe natural exige una serie de condiciones previas: poseer una idea bastante precisa
de las causas específicas del fenómeno, disponer de uno o varios modelos que permitan describir la evolución del fenómeno en el
espacio y en el tiempo, contar con aparatos de vigilancia adecuados y operacionales, poder transmitir la información antes de que
se desencadene el cataclismo.

Suele suceder que un determinado tipo de riesgo traiga aparejados otros accidentes. Así, condiciones meteorológicas extremas
pueden provocar crecidas repentinas, inundaciones o deslizamientos del terreno. Un incendio en una fábrica puede ser la causa de
explosiones violentas o de una contaminación grave de la atmósfera, del suelo o de los ríos. Este tipo de riesgos secundarios sólo
pueden prevenirse si se ha logrado controlar perfectamente los riesgos primarios.

Medios de alerta anticipada

Las predicciones meteorológicas

Son por lo general fiables. Gracias a las predicciones meteorológicas es posible disponer con antelación de datos sobre
precipitaciones que, por su intensidad y por la configuración de las cuencas fluviales, pueden provocar inundaciones. Los radares
meteorológicos en tierra desempeñan un papel importante en la predicción a corto plazo. Permiten apreciar el punto de impacto
y la fuerza de las precipitaciones. Las repercusiones sobre el caudal de las corrientes de agua son controladas mediante detectores,
lo que permite dar la alerta a tiempo para evitar o frenar la crecida de los ríos.

Si bien un fenómeno repentino puede tomar desprevenidos a estos detectores, numerosos ejemplos recientes demuestran que es
sobre todo la falta de organización la responsable de las consecuencias calamitosas de ciertas inundaciones.

Las erupciones volcánicas

Es fácil predecirlas, siempre están precedidas de una intensa actividad sísmica y de una dilatación de la corteza terrestre. En cuanto
a los volcanes dormidos que entran en actividad, algunos detectores sísmicos bastan para conocer a tiempo la inminencia de una
erupción y dar la alarma. La aparición, la frecuencia y la intensidad de esos fenómenos permiten dar la alarma a plazo medio a
partir de datos suministrados por una compleja batería de instrumentos de detección. La situación se complica a medida que el
magma se acerca a la superficie y concentra sus efectos en un espacio cada vez más reducido. Es necesario entonces recurrir a un
mayor número de instrumentos de medición para circunscribir la zona más expuesta. A medida que la presión aumenta, las
manifestaciones de fenómenos químicos y físicos se multiplican. Cuanto más inminente es la erupción más incierta es su predicción.
Por ello las previsiones a corto plazo en ese ámbito son escasas y poco fiables.

En cuanto a los volcanes explosivos, que constituyen una grave amenaza para las poblaciones que habitan en las cercanías, pero
también para los aviones que los sobrevuelan por la espesa nube de cenizas que expulsan, la medida más sencilla sería
evidentemente establecer en torno a ellos una zona de acceso prohibido. Pero, por razones socioeconómicas no se aplica.

Los terremotos

Contrariamente a otros cataclismos, es difícil hacer previsiones acorto plazo sobre los terremotos, no por falta de signos
precursores, sino más bien por exceso. A menudo los sismos están precedidos por sacudidas, deformaciones del suelo,
modificaciones de los campos eléctrico y magnético de la tierra y del nivel del agua en los pozos, así como por emisiones de radón,
de gas carbónico y de otros gases a lo largo de las líneas de fractura. Lamentablemente, esos fenómenos también se producen
independientemente de toda actividad sísmica.

Actualmente la mejor solución consiste en tener en cuenta la localización, la frecuencia y la naturaleza de accidentes anteriores y
adoptar las medidas que se impongan. Así podrían instalarse en las regiones más expuestas redes de sismógrafos

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