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En pocas palabras:
1. La comunicación no es un proceso cerrado de transmisión automática de
signos dados o de mensajes, desde la mente de una persona hasta la de otra,
sino que es un proceso que dispone las condiciones que permiten a todos los
involucrados el construir libremente sus interpretaciones, dependiendo del
contexto y fuera de toda reglamentación impuesta.
2. La comunicación está vinculada al tiempo. Su función es integrar la
experiencia actual (T1) con nuestra experiencia pasada (T2) y en
anticipación de experiencias futuras (T3).
3. El integracionismo, al contrario del ‘segregacionismo’ (que es un enfoque
que asume que los sistemas de comunicación son independientes de sus
usuarios potenciales o del contexto en que estos puedan funcionar), rechaza
la idea de que haya signos independientes del contexto.
4. El integracionismo rechaza estos ‘juegos’ basados en reglas como enfoque
para explicar la comunicación humana, considerándolos como un intento de
imposición de un modelo estático pre-determinado a un proceso creativo
esencialmente dinámico.
5. El enfoque integracionista del lenguaje rechaza el ‘mito del lenguaje’, que
por siglos ha dominado en el pensamiento occidental y que aún se sostiene
en la lingüística moderna, donde los más ortodoxos postulan la existencia de
comunidades lingüísticas idealizadas que comulgan en sistemas de reglas y
significados conocidos. La agenda del integracionista contempla desmitificar
el concepto de ‘lenguaje’, las conexiones entre el lenguaje oral y el escrito y
las relaciones lingüísticas entre el individuo y la sociedad.
6. El término ‘integracionista’ alude a reconocer que un signo solo, no puede
funcionar como base de una forma de comunicación independiente y auto-
suficiente, sino que su efectividad depende de su integración con muchas
otras actividades no-verbales de diferente tipo.
7. El lenguaje, entonces, es la capacidad humana de comunicación mediante la
integración de signos dentro de una serie de actividades.
8. El acto de contextualizar, es el acto mediante el cual un signo se identifica
como tal. Sin contextualización no hay signo. El contexto no es algo ‘dado’,
se construye por los participantes en las situaciones particulares de
comunicación. Su complejidad explica los frecuentes malentendidos
humanos. Cada quien contextualiza dependiendo de sus experiencias
particulares.
9. Desde la perspectiva integracionista, no hay ‘reglas gramaticales’ ni
‘lenguajes estándar’.
10. El uso lingüístico está sujeto a una innovación y experimentación constante.
Cada cosa que se dice es nueva, no importa cuántas veces lo haya dicho
alguien anteriormente (2).
El pensamiento de Roy Harris tiene como escenario la lingüística del Siglo XX.
Se ha dicho que la lingüística se puede rastrear hasta la India en la Edad del Hierro, con el
análisis del lenguaje Sánscrito. Por ejemplo, Panini (520-460 AC) formuló cerca de 4000
reglas que en conjunto constituyen una gramática generativa del Sánscrito. Bhartrihari
(450-510) teorizó describiendo el acto de hablar como constituido de 4 pasos:
conceptualización de la idea, verbalización (articulación), trasmisión de lo dicho por el aire
e interpretación de lo enunciado por el oyente.
La lingüística occidental se inicia con las especulaciones gramaticales de
Platón, quien creía las palabras tenían un significado que provenía de ‘formas eternas’. En
esa época se asentaron las bases del modelo clásico del lenguaje, con los aspectos de lo que
Roy Harris denomina como la ‘telementalidad’, es decir, que la comunicación es un
proceso donde una persona le trasmite sus pensamientos a otra y la ‘autonomía del código’,
es decir que las palabras ya tienen un significado en ellas mismas. Una contribución
importante de los griegos fue la creación del alfabeto y el lenguaje escrito permitió la
acumulación de gran cantidad de información. La escritura posibilitó los poemas de
Homero, más tarde los trabajos de Aristóteles con la retórica y la poética permitieron el
entendimiento de la tragedia, la poesía y la discusión pública. Aristóteles, por su parte,
considera que los aspectos ‘observables’ en el mundo tienen una existencia independiente
de las personas y del lenguaje. Hubo grandes gramáticos griegos como Apolonio Discolus y
romanos como Aelius Donatus. Posteriormente Dante Alighieri expandió el alcance de la
lingüística, del lenguaje tradicional de la antigüedad al lenguaje cotidiano (con su libro
“La elocuencia de lo vernáculo”). Ya en el Siglo XIX en Europa se estudiaba la lingüística
bajo la perspectiva de la filología (lingüística histórica). Algunos lingüistas de esa época
fueron Jakob Grimm, Karl Verner, August Schleicher y Johannes Schmidt (3).
Ya en la lingüística del Siglo XX, dos gigantes emergen en el panorama: Saussure y
Chomsky. Ferdinand de Saussure (1857-1913) es el padre del estructuralismo en la
lingüística. El estructuralismo es un enfoque ante las ciencias humanas que intenta analizar
un campo de estudio específico (como el lenguaje) considerándolo un sistema complejo de
partes interrelacionadas. Para el estructuralismo la cultura humana debe entenderse como
un sistema de signos y los estructuralistas intentan desarrollar una semiología (sistema de
signos). Saussure defendía la idea de que los signos lingüísticos se componen de dos partes,
el “significante” (el sonido de la palabra, imaginada o dicha en la realidad) y el
“significado” (lo que la palabra quiere decir o designa). Esto resultaba bastante diferente de
enfoques previos que se centraban en las relaciones entre las palabras y las cosas.
Otros conceptos importantes en la lingüística estructural son los conceptos de: paradigma,
sintagma y valor. Un paradigma estructural es una clase de unidades lingüísticas (lexemas,
morfemas) que ocurren dentro de un ambiente lingüístico dado, que es el sintagma.
Al papel funcional diferente de cada miembro de la clase se le denomina como valor.
Así, los estructuralistas se interesan por las interrelaciones entre ‘unidades’ (a lo que
consideran un “fenómeno superficial”) y por las ‘reglas’ que especifican estas relaciones.
En el caso del lenguaje, estructuralistas como Saussure ven como unidades a las palabras
(o, mejor, los 31 fonemas que producen todos los sonidos del inglés) y las reglas son las
formas gramaticales que les dan orden En diferentes lenguajes las reglas gramaticales son
diferentes y también las palabras, pero la estructura es la misma en todos los lenguajes:
las palabras se unen mediante un sistema gramatical que les da sentido (4, 5). Saussure
rechaza la noción de los universales de Platón y del nominalismo de la realidad por
‘convención’ social de Aristóteles, para afirmar que el significado de las palabras está
determinado por la estructura y el vocabulario del lenguaje al que pertenece la palabra.
Ahora bien, para una caracterización de la obra de Noam Chomsky (1928-), parece
inevitable referirlo por su formalismo, su mentalismo, su innatismo y su universalismo.
En cuanto al primero de estos conceptos, una gramática, en la concepción chomskiana es un
sistema ‘formal’ en el sentido de que es explícito, no ambiguo y utiliza fórmulas y símbolos
de procedencia lógico-matemática. Esta gramática ‘genera’, en un proceso deductivo a base
de reglas, todas las posibles oraciones de una lengua. También, todo hablante dispone,
según él, de una ‘competencia’ mental e innata para utilizar creativamente el lenguaje. La
gramática de un idioma particular no es sino la explicitación formal de esa ‘competencia’
interna de los respectivos hablantes. El enfoque de Chomsky se fue perfeccionando desde la
aparición de su libro “Estructuras Sintácticas” (1957), pasando por el formato clásico de su
libro posterior “Aspectos de la Teoría de la Sintaxis” (1965) y hasta la versión de los
últimos años llamada “Principios y Parámetros”. En este último modelo se busca conciliar
la noción de una gramática universal innata en los hablantes, con la considerable variación
que muestran las lenguas del globo. Para ello, se concibe esta gramática universal como
conformada por dos clases de principios: por una parte, los universales absolutos, que se
dan rígidamente en todos los idiomas; por otra, aquellas pautas que admiten variación, las
cuales se llaman ‘parámetros’ (6).
Este innatismo lingüístico de Chomsky se aparta del estructuralismo. El sustrato
biológico-funcional del cerebro está habilitado para el habla y la organización lógica del
lenguaje. La gramática universal es, pues, el denominador innato común a todas las lenguas
y da respuesta a una necesidad vital de la especie humana. Esto es parte del modelo clásico
en lo que corresponde a interpretar el lenguaje como códigos conocidos por todos hablantes
de todos los lenguajes y que Roy Harris rechaza tachándolo como el ‘mito del lenguaje’.
Es en este escenario donde aparecen las ideas de Roy Harris y queda claro que su
pensamiento diciente del estado dominante de las cosas en el campo de la lingüística.
Por lo que toca a la psicología, en este tiempo cobraba impulso el desarrollo de ésta
como una ciencia de la conducta. El conductismo tenía que decir algo sobre la conducta
verbal, pasemos a esa historia.
El Lenguaje y la Ciencia.
Aquí también resulta pertinente mencionar lo que dice Roy Harris: “En un sentido,
todo el debate sobre el conocimiento humano en la tradición occidental siempre ha estado
alrededor de la relación entre las palabras y el mundo, entre el lenguaje y la realidad” (14).
Esto es porque comúnmente se piensa que la ciencia tiene como meta el ‘conocimiento real’
del mundo y que intenta dar una descripción objetiva del Universo. En este contexto, una
visión tradicional del lenguaje de la ciencia es donde se le asigna un papel pasivo, diciendo
que se trata solo del vehículo en el que se traslada el significado y la información, de un
hablante a otro. De suerte que, el intentar expresar una idea científica nueva se vuelve solo
una cuestión de tratar de encontrar “las palabras adecuadas”. Este es el ‘mito del lenguaje’
que Roy Harris rechaza enfáticamente. En esta misma línea, también se ha visto a la ciencia
como una empresa cognoscitva que hace uso de los símbolos (sucesos de condición
habitualmente lingüística que se toman como significantes de alguna otra cosa por vía de
convenciones o reglas) para alcanzar sus objetivos, los cuales consisten en obtener
conocimiento con cierto grado de organización lógica (15). Harris comenta, a propósito,
que cuando se asume que no nos podemos entender si no ‘internalizamos’ complejas reglas
del lenguaje, sería recomendable que a esa postura cognitiva se le llamara ‘mitología
cognitiva’ (13).
En el caso particular de la psicología científica o conductista, el uso del lenguaje ha
influido en sus desarrollos teóricos y en sus prácticas comunicativas. Por el lado teórico, se
puede notar una influencia marcada del pensamiento filosófico analítico, desde sus
comienzos con Gottlob Frege (1848-1925) y el ‘atomismo lógico’ de Russell, pero
especialmente por la influencia de Ludwig Wittgenstein (1889-1951). Esta forma de pensar
ha sido expuesta por Susanne Langer. Según esta concepción, el lenguaje es un ‘espejo’ de
la naturaleza, en el sentido de que cualquier proposición acerca de un hecho debe tener una
‘estructura’ en cierto modo análoga a la estructura del hecho que enuncia (16).
Hace ya varios años que se empezaron a hacer notorias las semejanzas entre los
trabajos de Wittgenstein y los de Skinner (Frederic, no Francis). Ambos tuvieron dos
periodos productivos contrastantes y dominados por la publicación de libros seminales de
gran influencia en sus respectivos campos. Estas dos etapas correlacionaron también entre
ellos. El Wittgenstein 1 (o joven) publica su “Tractatus Logico-Philosophicus” en 1921 y
Skinner 1, su “The Behavior of Organisms” en 1938, y en ambos trabajos se mantiene una
relación interesante con el operacionalismo y el positivismo lógico. En su libro
Wittgenstein intentó mostrar cómo debe ser el lenguaje para poder representar al mundo.
Desarrolla una ‘teoría pictórica’, en la que las palabras son pinturas de los hechos y por la
influencia de la lógica matemática, el lenguaje científico debe ser un lenguaje fisicalista con
términos semánticamente anclados en objetos medibles y unidos por conectivos lógicos
(sintaxis). Los enunciados que no tienen un significado fáctico son considerados
metafísicos y desdeñados como carentes de sentido. El ‘operacionalismo’ del Círculo de
Viena influye en Skinner, particularmente en su artículo de 1945 “The operational nature of
psychological terms” (17) y es que el ‘conductismo semántico’ indicaba que para cada
término mentalista había un comportamiento o un término conductual, de manera que se
daba una conexión semántica o lógica con él (18). El ‘conductismo lógico’ completaba el
cuadro. En su famoso artículo de 1949 “The Logical Analysis of Psychology”, Hempel
decía que “todo enunciado psicológico significativo, es decir, que en principio era
verificable, podía traducirse en un enunciado que no tuviera conceptos psicológicos, sino
solo conceptos físicos” (p. 18). El conductismo de Skinner 1 adoptó el operacionalismo,
particularmente la versión de S. S. Stevens, quien le daba un carácter de filosofía de la
ciencia y que para Skinner era un medio que otorgaba valor ontológico a los fenómenos
conductuales (19). El operacionalismo fue adoptado por otros psicólogos norteamericanos
entre los años 1930-1944, como Tolman quien asistió a las conferencias de Mortiz Schlick,
cuando en 1931 visitó Berkeley, sin embargo, tanto Tolman como Hull (1943),
tergiversaron aquello que Percy Bridgman había enunciado en su libro de 1927 “The Logic
of Modern Science” y en el que intentaba explicar y reparar las fallas que habían llevado al
fracaso de la física Newtoniana (20). Todavía se nota aquí la influencia de Aristóteles con
su planteamiento realista. En palabras de Roy Harris: “…el discurso científico supone un
conjunto de valores de acreditación que le hacen posible formular y evaluar proposiciones
relativas a una realidad espacio-temporal independiente, que se ubica fuera del lenguaje y
donde la verdad, es cuestión de cómo nuestras aseveraciones se acreditan, es decir, si
corresponden o no con el estado de cosas en esa realidad independiente” (21).
El Wittgenstein 2 (maduro) y el conductismo de Skinner 2 (radical) fueron
enmarcados por otras dos publicaciones de cada uno de ellos. La obra de Wittgenstein
aparece en 1953 bajo el título de “Philosophical Investigations” (que es una publicación
post-mortem) y Skinner publica su “Verbal Behavior” en 1957. En un artículo de W. F. Day
(22) que elabora con motivo del cumpleaños 65 de Skinner, nos hace notar 10 puntos de
semejanza en el trabajo de ambos.
1. Antipatía por el Positivismo Lógico. - Skinner dice que, para ser consistentes, los
psicólogos deben tratar con sus propias prácticas verbales y desarrollar una ciencia
empírica de la conducta verbal. Que no pueden coincidir con los lógicos, que
definen lo que es una definición como ‘una regla para el uso de un término’ (17).
2. Anti-reduccionismo. - Skinner rechazaba cualquier explicación de un hecho
observado que recurriera a otros eventos localizados en otro lado, en un nivel
diferente de observación, descritos en términos diferentes y medidos, si acaso, en
diferentes dimensiones (1950, p.193).
3. Anti-dualismo. - El lenguaje con el que hablamos de nuestras experiencias privadas
es, de hecho, parte de un lenguaje público más amplio que se aprende en un
contexto social. Un dualista piensa que estos conceptos se aprenden, no en un
contexto social, sino privado, a partir de la experiencia de cada uno.
4. El significado de los eventos privados. - La privacidad es analizable a partir de los
reportes verbales, mismos que llevan a la inferencia de su existencia.
5. La imposibilidad de un lenguaje puramente privado. - Para Skinner, la comunidad
pública le enseña a las personas a hablar de sus experiencias privadas.
Podemos explicar que alguien responda diciendo ‘rojo’ (así como a la ‘experiencia’
de lo rojo) recurriendo a las condiciones pasadas de reforzamiento de esa persona.
Decir ‘yo veo rojo’ es reaccionar, no al rojo, sino a la reacción que uno tiene ante
ese color. Para Wittgenstein, lo privado es parte de un juego de lenguaje. Hablar un
lenguaje, es tomar parte de cierta forma de actividad social, que, en su mayor parte,
está gobernada por reglas.
6. La naturaleza conductual del lenguaje. - Para ambos, nos dice Day, el lenguaje es
visto como algo natural, con un énfasis en los efectos de la conducta verbal y en las
situaciones donde esta ocurre.
7. La oposición ante las teorías de la referencia para el lenguaje. - Los dos toman como
punto de partida el objetar contra la creencia extendida de que la función principal
de las palabras está en sustituir, nombrar o referirse a los objetos. Skinner afirmaba
que lo que se dice en una frase es más de lo que las palabras en ella significan.
Las oraciones no solo se refieren a los árboles, al cielo o a la lluvia, dicen algo
acerca de ello. Preguntamos ¿a qué te refieres? o ¿qué quieres decir?, porque la
respuesta frecuentemente es útil.
8. La naturaleza del significado. - Para Wittgenstein como para Skinner, no existe tal
cosa como el significado, si se piensa que el significado es una entidad mental en la
que se basa la comunicación. Para ambos, la búsqueda del significado solo nos
conduce al estudio del uso que tienen las palabras, al análisis de la conducta verbal
en la forma en que ocurre.
9. Anti-mentalismo. - Wittgenstein responde en su libro algunas preguntas y cuando le
cuestionan, por ejemplo, si el recordar es un proceso interno. Él responde que no
niega que uno pueda tener una representación de lo que es un proceso interno, pero
lo que si niega es que esa representación nos de la idea correcta para usar la palabra
“recordar”. Al cuestionarlo nuevamente diciéndole si ¿él es un conductista que
afirma que todo es ficción excepto la conducta humana?, responde que si él va a
hablar de ficción, entonces hablaría de una gramática ficticia. Lo que Wittgenstein
apunta, es que las dificultades que enfrentan psicólogos y filósofos respecto a los
procesos mentales, surgen de la forma habitual de hablar, al conceptualizar a estos
eventos mentales como objetos de estudio. Para Skinner los términos que aluden a
procesos mentales son vistos como parte del lenguaje que hay que analizar de la
misma forma que cualquier otra conducta (sin reparar en lo que significan o a lo que
se refieren).
10. El interés por la descripción. - En su libro de 1938 Skinner apunta que su sistema se
confina a la descripción y no a la explicación. Que sus conceptos se definen en
términos de observaciones inmediatas y a las que no se le atribuyen propiedades
locales o fisiológicas. Por su parte Wittgenstein nos advierte que él no ha tenido
ninguna intensión de proponer una filosofía del lenguaje (teoría de su naturaleza).
Caracteriza su trabajo como descriptivo. Dice, que no explica nada, que solo nos
pone ante nosotros diferentes partes o segmentos del lenguaje y señala el uso actual
de diferentes términos.
A estas alturas, debe quedar claro que hay diversos conductismos tanto en la psicología
como en la filosofía del lenguaje. En el campo de la psicología, luego de la mal llamada
‘revolución cognitiva’, se genera una actividad teórica intensa, pretendiendo explicar la
gran cantidad de datos empíricos recolectados en la investigación básica y aplicada, como
efecto del extenso impacto del análisis experimental de la conducta alrededor de la figura
de B. F. Skinner. Por un lado, se dieron extensiones que incluyeron modelos matemáticos
basados en una aproximación ‘molar’ del comportamiento (26). También se generó un
conductismo más cercano a la biología evolutiva (27). Hubo planteamiento para ofrecer un
conductismo teleológico (28), como también se dieron argumentaciones para tomar a la
conducta como forma indirecta de estudiar procesos mentales y calificando este enfoque
como ‘nuevo conductismo’ (29), solo por mencionar algunas variedades contemporáneas de
conductismo. El factor común de todos ellos, claro, radica en proponer que la psicología
estudia la conducta y no la mente. Vamos a regresar a esto más adelante.
Antes de hablar del conductismo contextualista, hay que decir que, del lado de la
filosofía, es posible identificar una postura contextualista. Actualmente, resulta frecuente
escuchar que el significado depende del contexto y que, consecuentemente, no es invariable
o inmutable. En 1700, el filósofo empirista Inglés John Locke, fue el primero en describir
como el significado se deriva del contexto, en el capítulo titulado “De la asociación de
ideas”, en la segunda edición de libro seminal “Ensayo sobre el Entendimiento Humano”.
Casi un siglo después, el filósofo James Mill y su hijo, John Stuart Mill, proponen un
cálculo de lo contextual: los elementos mentales que ocurren habitualmente contiguos,
espacial o temporalmente, se asocian (Ley de la Contigüidad), como lo hacen las ideas que
co-ocurren frecuentemente (Ley de la Frecuencia) o que son semejantes (Ley de la
Semejanza). Un filósofo Escocés, Alexander Bains, observó, en el Siglo XIX, que las ideas
forman asociaciones próximas también con las conductas o las acciones.
Este planteamiento es la base de muchas teorías modernas del aprendizaje y del
condicionamiento (conductista) y del conexionismo (por ejemplo, de las redes neurales).
Más recientemente, W. V. Quine diría que es el contexto de la conducta observable del
orador y del escucha lo que determina el significado de las palabras. Además, hay que
reconocer, como Richard Rorty y David Annis lo hacen, que no es posible separar los
procesos epistémicos, como la justificación, del contexto social en el que ocurren.
Como Sosa, Harman, y posteriormente, John Pollock y Michael Williams subrayan, las
expectativas sociales determinan no solo los estándares de lo que constituye el
conocimiento, sino también el contenido del conocimiento, aquello que llegamos a conocer
(30). Sin embargo, para el integracionista, nos dice Roy Harris, ‘contexto’ implica el
involucramiento de la persona. Se contextualiza cuando se integran los signos en la
dimensión temporal de la experiencia. No hay conocimiento sin contexto y el conocimiento
integra el pasado y el presente con el futuro de esa persona, cuando hace algo o “sabe”
hacer algo. El contexto, entonces, no es un fondo inmutable y común para el orador y el
escucha, como plantea Quine.
Recordemos ahora que el conductismo fue un movimiento originalmente planteado en
contra de considerar a la conciencia como objeto de estudio de la psicología y a la
introspección como su método de investigación. Watson (1924, p.14) proclamaba a la
conducta como objeto de estudio, la cual se definía por su forma: la conducta eran
movimientos musculares y secreciones glandulares. Para él, toda actividad del organismo
podía reducirse a estos fenómenos (un tipo de conductismo metafísico). Incluso, si
existieran eventos mentales o actividades sin movimiento, estas o constituían objeto de
estudio para la psicología científica, debido a que no podía haber consenso sobre su
ocurrencia (un tipo de conductismo metodológico). Así, para Watson, la legitimidad
científica era cuestión de observabilidad pública.
Skinner se desviaba considerablemente de esta forma de pensar. En su artículo de 1945
sobre el operacionalismo, definía las observaciones científicas como aquéllas bajo el
control de cierto tipo de contingencias. Solo cuando una observación es controlada por
eventos de estímulo particulares (sobre todo de tipo no verbal) y hay una historia general de
reforzamiento para el orador, bajo el control de esos eventos y no bajo el control de factores
de audiencia, estados motivacionales, etc., es que la observación resulta científicamente
válida. Así, las observaciones pueden ser privadas y objetivas (científicamente legítimas) o
públicas y subjetivas (científicamente ilegítimas), dependiendo de las contingencias que
controlen las observaciones. Es en este sentido que el ‘conductismo radical’ resulta radical
(a la raíz): aún conceptos clave como el de ‘observación’ son definidos en términos de
contingencias, especialmente los que involucran la conducta de los científicos. Skinner
rechaza el conductismo metodológico al no creer que el acuerdo público proporcione la
seguridad de un adecuado control de contingencias. Pero al resolver este problema
mediante el análisis de contingencias, Skinner abre al conductismo lo que Watson trataba
de eliminar: la observación introspectiva de eventos privados. En un sentido fundamental,
el conductismo radical de Skinner no forma parte de la tradición “conductista”. Por ello, el
conductismo contextualista usa el término “conducta” para referirse más a la “actividad
psicológica” que a la “conducta como diferente del pensamiento y las emociones”.
Los skinnerianos no avanzaron rápido en la investigación sobre el pensamiento y las
emociones debido a que Skinner sentía que el entendimiento de los eventos privados no era
necesario para entender científicamente la actividad abierta (observable). Afirmaba eso
esencialmente debido a que, en su análisis del lenguaje, la conducta del oyente era no
verbal.
Para la Teoría de los Marcos Relacionales (TMR) (31), que es el producto del
conductismo contextualista, se corrige esta situación al afirmar que el entendimiento del
pensamiento, considerándolo como operantes relacionales, resulta esencial para
comprender la actividad humana abierta, en muchas situaciones (32).
Skinner también llegó a afirmar que la conducta no siempre es moldeada y mantenida
por las contingencias y que puede estar gobernada por reglas (verbales). En 1969 definió
las reglas como estímulos que especificaban contingencias y que eran efectivos como parte
de un conjunto de contingencias de reforzamiento. Tendemos a seguir reglas, decía, debido
a que nuestra conducta previa en respuesta a estímulos verbales semejantes, ha sido
reforzada. Esto posibilitó una investigación mayor sobre el pensamiento y los llamados
procesos cognitivos de las personas. Por otro lado, las investigaciones de Sidman (33) sobre
equivalencia de estímulos mostró la formación de operantes verbales generalizadas, como
respuestas relacionales derivadas, caracterizadas por su reflexibilidad, simetría y
transitividad. Estos dos pilares, posibilitaron el surgimiento de la TMR, a la luz de una
visión del mundo contextualista y pragmática, como resultaba del análisis filosófico de
Pepper (34).
Lo que primero llamó la atención respecto a la equivalencia de estímulos, que es un
fenómeno empírico, fue su conexión con el lenguaje (se trata de un modelo de
entrenamiento semántico a partir de una preparación experimental conocida como
‘igualación a la muestra’), pero la TMR va más allá, pues es una teoría conductual que
proporciona un análisis operante de cómo la equivalencia de estímulos se deriva de un
proceso más fundamental que alude básicamente a una historia de entrenamiento con
ejemplares múltiples y reforzamiento diferencial de la respuesta relacional (35).
La unidad de análisis en esta teoría son los ‘marcos’, mismos que se agrupan en ‘familias’.
Los autores de la teoría identifican algunas de estas familias, pero advierten que la cantidad
de ellas solo se limita por la creatividad de la comunidad social-verbal que los entrena. Bajo
este enfoque, las relaciones de estímulo derivadas constituyen el meollo de la conducta
verbal y esta se define como: la acción de enmarcar eventos relacionalmente (31).
Roy Harris probablemente hablaría de ‘contextualizar’: cada quien contextualiza
dependiendo de sus experiencias particulares.
.
En su libro sobre la semántica de la ciencia, Roy Harris nos ubica afirmando que la
ciencia es un constructo verbal como el arte, la religión o la historia. Se trata de una
‘supercategoría’ que pretende integrar diversas formas de indagación, aunque no siempre lo
logra (23). Los psicólogos científicos, influidos por una postura ‘realista’ (la suposición de
que existe una realidad independiente del hombre que la ciencia quiere describir y
controlar), han tratado de usar un lenguaje objetivo (reocéntrico). Sin embargo, para la
mayoría de las personas, la psicología estudia fenómenos mentales descritos subjetivamente
(psicocéntrico). La importancia del conductismo como una psicología científica, radica en
demostrar que lo mental es verbal y que lo verbal es interconductual, relacional o
integracionista. Por supuesto, no todos los psicólogos están de acuerdo y muchos, aún hoy,
siguen la concepción segregacionista del lenguaje y la teoría telementalista de la
comunicación. Este es un campo interesante de estudio, pero como dice Roy Harris, “Una
cuestión más interesante…, es ¿qué supuestos semánticos han hecho los científicos sobre la
forma en que funciona el lenguaje científico y cómo ven su relación con el lenguaje
claramente ‘no científico’ que la mayoría de nosotros encontramos conveniente para
conducir nuestra vida cotidiana?” (23, p. xv Preface).
Como afirma Samuel M. Deitz (36), varios psicólogos han practicado juegos de
palabras distintos, utilizando sus términos de muchas maneras. A partir de Watson, los
conductistas establecieron gradualmente su propio, único, juego de palabras. Inventaron
términos (signos) y les dieron nuevos significados que fueran compatibles con el análisis
conductual de la psicología. También, es reciente que los analistas conductuales discutan
sobre la forma en que se usa el lenguaje en su propia especialidad o se interesen por la
comunicación que hay entre los psicólogos conductuales y otros que no son psicólogos
conductuales.
Algunos problemas del lenguaje que usan los analistas de la conducta provienen, como
lo señala Hineline (37), de la intromisión de los patrones de lenguaje vernáculo en el
lenguaje técnico del análisis de la conducta y otros se derivan del tratar de comunicar el
lenguaje del análisis conductual a los que no son especialistas. En el primer caso, habría
mucho menos problemas si los psicólogos conductuales pudieran uniformar los usos de su
lenguaje, tarea que se antoja casi imposible, puesto que su entrenamiento no solo se basa en
el uso del lenguaje técnico y las otras palabras provienen de otras fuentes, que son sus
hogares (Wittgenstein) o que pertenecen a otras comunidades verbales (Skinner) y esta
práctica social previa determina los usos de estas palabras. Mucho se progresará en cuanto
se elaboren teorías formales (metáforas) con propósitos claros, conteniendo términos
técnicos cuyo significado derive de la práctica compartida por los equipos de indagación,
aunque siempre habrá el problema de la traducción y la interpretación de estos términos
para su uso en la investigación aplicada y de campo (38).
Ahora bien, cuando se habla de análisis de la conducta con un público no especializado
en estos temas, es posible que el científico abandone su lenguaje objetivo para caer en un
lenguaje mentalista y ser reforzado por la audiencia. No obstante, este riesgo, el analista
conductual tendría que hablar técnicamente y además, hacer un esfuerzo por traducir e
interpretar lo que dice para asegurarse que la audiencia ‘entienda’ su mensaje. Para ello, es
aconsejable recurrir a ejemplos que incluyan actividades propias de la vida cotidiana de las
personas que forman la audiencia a la que se dirige, además de hacer uso de gesticulaciones
y apoyos gráficos en su discurso. Estas mismas prácticas resultan de importancia cuando se
entrenan los nuevos psicólogos conductuales en la escuela por sus maestros. Aprender a
hablar técnicamente es una actividad que debe promoverse dentro de los salones de clases.
Una modalidad pedagógica podría ser la de incluir en las actividades de enseñanza la
práctica de ‘grupos de conversación’ para fortalecer la discusión de temas relativos al
discurso científico entre maestros, entre maestro y alumnos y con la presencia de
investigadores invitados. Podría utilizarse una metodología dialéctica (tesis, antítesis,
metátesis), parecida a la que sugiere el libro de Yerrick, donde cada capítulo es seguido de
un “metálogo” (39).
De la misma manera, en los Congresos de psicólogos conductuales, además de la
presentación de una gran cantidad de hallazgos experimentales, debiera haber sesiones de
discusión, que demostraran el uso correcto de la terminología técnica y que promovieran la
investigación conceptual y el desarrollo de la teorización.
Recordemos que Roy Harris critica la comunicación cuando el lenguaje se segrega
separando lo lingüístico de lo no lingüístico en la interacción social y a lo que Fleming
enfrenta, proponiendo como modelo de reconstrucción el ‘análisis de la conversación’,
siendo este un programa de investigación social basado en la investigación
etnometodológica del ‘lenguaje en acción’(40), que es parecida al análisis del discurso de
Wittgenstein y a la sociolingüística interactiva de Gumperz y Goffman, y que posiblemente
esté inspirada en un enfoque como el de Dell Hyme (41).
Colofón y anécdota.
Lo anterior han sido, como indique al principio, las cosas que me ha hecho pensar la
lectura de algunos trabajos de Roy Harris. En este ensayo, como se puede ver, no he
intentado demostrar nada, se trata de un ensayo de integración en lo que soy yo y lo que
estoy viviendo en este momento, luego de varias cosas que he leído y que ahora me llevan a
reconocer que una postura integracionista me impulsa a un programa de acción para
desmistificar el lenguaje y con ello, la ciencia, la psicología, el significado, el
conocimiento, a favor de una nueva manera de trabajo de construcción conjunta del
conocimiento por personas concretas en situaciones particulares, queriendo hacer cosas
prácticas.
Por supuesto que disfruto de leer a un buen escritor como Roy Harris, especialmente
su reciente libro “After Epistemology” (42) y que, aunque tenga sus detractores en la
academia, para mí, merece ser festejado y no maldecido (43). Así, también hay que hacer
notar, que en este marasmo de lenguaje (logofobia), típico de las sociedades modernas,
habitantes de una jungla lingüística (44), se pueda encontrar un remanso de congruencia.