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de la Constitución
Anexo de Lecturas
Dr. Eloy Espinosa-Saldaña Barrera
2012
ANEXO DE LECTURAS
Lectura 1:
Sentencia del Tribunal Caso “Isaac Gamero”
Expediente 1109-2002-AA/TC
En esta sentencia el Tribunal Constitucional peruano explica las razones por las cuales, en
la línea de desarrollar sus propias competencias jurisdiccionales, puede ejercer control
difuso en un proceso de Amparo.
LIMA
En Lima, a los 6 días del mes de agosto de 2002, reunido el Tribunal Constitucional en
sesión de Pleno Jurisdiccional, con asistencia de los señores Magistrados Rey Terry,
Vicepresidente; Revoredo Marsano; Alva Orlandini; Bardelli Lartirigoyen; Gonzales Ojeda
y García Toma, pronuncia la siguiente sentencia.
ASUNTO
Recurso extraordinario interpuesto por don Isaac Gamero Valdiva contra la sentencia
expedida por la Sexta Sala Civil de la Corte Superior de Justicia de Lima, de fojas 247, su
fecha 16 de enero de 2002, que declaró improcedente la acción de amparo de autos.
ANTECEDENTES
El recurrente, con fecha 5 de enero de 2001, interpone acción de amparo en contra del
Estado Peruano con el objeto de que se declaren inaplicables a su persona los Decretos
Leyes N.os 25423 y 25454, publicados en el diario oficial El Peruano, con fechas 9 y 28 de
abril de 1992, respectivamente, en la parte en que se le destituye del cargo de Vocal
Titular de la Corte Suprema de Justicia de la República y se le cancela el título
correspondiente, así como en la que se le impide impugnar mediante la acción de amparo
la norma que dispone su cese, lo cual viola su derecho de defensa, el principio de
legalidad y el derecho a permanecer en el cargo de Vocal Supremo hasta los 75 años de
edad. Por consiguiente, solicita que se ordene su reposición en el cargo y se le
reconozcan los derechos, haberes y años de servicios dejados de percibir por la injusta
separación de su cargo. Refiere los siguientes hechos: a) el 12 de setiembre de 1986 fue
nombrado Vocal Titular de la Corte Suprema de Justicia de la República a propuesta del
Consejo Nacional de la Magistratura, luego del concurso público de méritos y evaluación
personal, conforme a lo ordenado en la Constitución de 1979, y prestó juramento el 3 de
diciembre del mismo año; b) el 9 de abril de 1992 el Gobierno de Emergencia y
Reconstrucción Nacional dispuso que cese en la función de Vocal Supremo sin ninguna
justificación mediante el Decreto Ley N.° 25423; c) luego de haberse restablecido el orden
constitucional y con la recomendación de la Organización de Estados Americanos de
reinstitucionalizar el Poder Judicial y el Ministerio Público, se ha promulgado la Ley N.°
27367, de fecha 6 de noviembre de 2000, que desactiva las comisiones ejecutivas de
ambas entidades, por lo que considera pertinente plantear la presente acción.
El Procurador Público del Estado a cargo de los asuntos judiciales del Ministerio de
Industria, Turismo, Integración y Negociaciones Comerciales Internacionales, con fecha 8
de marzo de 2001, propone la excepción de caducidad, y solicita que la demanda sea
declarada improcedente, pues los decretos leyes impugnados mantienen su vigencia. Al
día siguiente, el 9 de marzo de 2001, se apersonan al proceso el Procurador Público a
cargo de los asuntos judiciales del Ministerio de Trabajo y Promoción Social, así como la
Procuradora Pública a cargo de los asuntos judiciales del Ministerio de Salud.
Posteriormente, con fecha 12 de marzo de 2001, la Procuradora Pública del Poder
Judicial encargada de la Procuraduría Pública del Ministerio de Justicia, solicitan que la
demanda sea declarada improcedente al haber sido derogado el Decreto Ley N.° 25423,
mientras que, en la misma fecha, el Procurador Público a cargo de los asuntos judiciales
del Ministerio de Agricultura, Ministerio Público y anterior Instituto Nacional de
Planificación, contesta la demanda proponiendo la excepción de caducidad.
La recurrida confirmó la apelada por el mismo fundamento, y por considerar, además, que
aun cuando el Decreto Ley N.° 25454 prohibía la int erposición de acciones de amparo
contra el Decreto Ley N.° 25423, era de aplicación la Constitución de 1979, por lo que
"usar como justificación para la no interposición de una acción de amparo una supuesta
prohibición legal, es reconocer una norma notoriamente inconstitucional, [...] cuando
transgredía el derecho de un justiciable a la tutela jurisdiccional efectiva y la de todo
ciudadano de reclamar en sede judicial la prevalencia del precepto constitucional" previsto
en el artículo 295.° de la Constitución de 1979.
FUNDAMENTOS
Protección judicial
4. Sin embargo, por muy atípico que pueda ser el "gobierno" instaurado, en ningún
caso procede, conforme a lo expuesto en el artículo 25° de la Convención
Americana de Derechos Humanos, que se impida el acceso, a cualquier
ciudadano, a un recurso efectivo, sencillo y rápido para la protección de los
derechos reconocidos por la Constitución Política del Estado y la Convención
antes referida.
5. En tal sentido, todos los Estado signatarios de la Convención, se han
comprometido a garantizar, no solo el acceso a un juez natural, sino también, a
desarrollar las posibilidades del recurso judicial, así como a garantizar el
cumplimiento de la decisión estimada procedente.
6. Aún cuando no sea aplicable directamente al caso de autos, la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, en su Opinión Consultiva N.° 8/87 del 30
de enero de 1998, sobre "El Hábeas corpus bajo la suspensión de garantías", ha
señalado en su párrafo 24 lo siguiente:
7. En tal sentido, mutatis mutandi, cabe señalar que en ningún supuesto cabe la
posibilidad que un Estado limite o elimine la posibilidad que, sus ciudadanos
puedan acceder a un recurso efectivo para la protección de sus derechos
fundamentales, situación que incluso fue advertida por el Tribunal Constitucional
del Perú, en la sentencia recaída en la acción de inconstitucionalidad N:° 007-96-
AI/TC (Fundamento Jurídico N.° 7.).
8. Consecuentemente, la obligación de los Estados, aún en condiciones de
emergencia, radica en que no se suspendan las garantías judiciales –tales como el
amparo o el hábeas corpus–, por ser indispensables para garantizar los derechos
de los ciudadanos, correspondiendo al Poder Judicial de cada Estado proteger
dicha legalidad, así como el Estado de Derecho.
9. Cabe señalar, por otra parte, que el Decreto Ley N.° 25454, en su artículo 2°,
señala expresamente que no procede la acción de amparo cuando está dirigida a
impugnar directa o indirectamente los efectos de la aplicación de los Decretos
Leyes N.os 25423, 25442 y 25446, norma que ha sido acatada en diversas
oportunidades por los magistrados del Poder Judicial, cuando a ellos correspondía
justamente, a través de dicho mecanismo constitucional, proteger a los ciudadanos
que fueron afectados por la aplicación de las normas señaladas, entre ellos, el
actual demandante.
10. Con el proceder descrito, es evidente que el Poder Judicial, si bien actuó
"formalmente" en la aplicación de las leyes anotadas sin verificar si afectaban o no
los derechos de los magistrados separados de sus cargos, no tuvo en cuenta, sin
embargo, que los tratados suscritos por el Estado en materia de derechos
humanos, en ningún momento, suponían la suspensión de las garantías
procesales que permitiese el acceso a un recurso efectivo para la protección de
sus derechos.
11. Ello ha ocurrido, aun cuando la Ley Constitucional del 9 de enero de 1993,
expedida por el Congreso Constituyente Democrático (CCD), declaró la vigencia
de la Constitución, puesto que, en su artículo 2°, dejó a salvo la vigencia de los
decretos leyes expedidos por el Gobierno de Emergencia y Reconstrucción
Nacional hasta que fueran revisados, modificados o derogados por dicho CCD. El
Decreto Ley N.° 25454 mantiene su vigencia hasta la fecha, mas no así los
Decretos Leyes N.os 25423, 25442 y 25446, los cuales fueron derogados –entre
otros decretos leyes– por la Ley N.° 27433.
12. Esta última norma en nada desvirtúa lo expuesto, dado que el decreto ley que
impedía la interposición de acciones de amparo a los magistrados destituidos
mantiene su vigencia y, de otro lado, si bien establece un mecanismo para su
reincorporación, el mismo es de carácter optativo y, en todo caso, solo aplicable a
los magistrados que "deseen acogerse" a dicha norma. En el caso de autos, el
demandante interpuso en su oportunidad la presente acción de amparo con
anterioridad a su vigencia.
ASUNTO
ANTECEDENTES
El Sexagésimo Tercer Juzgado Civil de Lima, con fecha 6 de junio de 2003, declara
infundada la demanda considerando que el monto establecido por concepto de
impugnación, así como el que se establece por concepto de recepción de documentos,
ascendente en total a la suma de quince nuevos soles, se encuentra previsto en el TUPA de
la municipalidad emplazada. Argumenta también que dicha norma ha sido expedida
conforme al Código Tributario y que, por ello, no se están violando los derechos del
recurrente, tal como este alega.
FUNDAMENTOS
3. Este Tribunal considera que lo que en realidad se está cuestionando por contravenir los
derechos de petición y de defensa, es el concepto referido al cobro por “derecho de
impugnación”, consignado en el rubro 1 del TUPA de la municipalidad emplazada. En
consecuencia, este extremo será materia de análisis por parte de este Colegiado.
4. En primer lugar, resulta pertinente atender que tanto el juez de instancia como el
colegiado que atendió el recurso de apelación no se han referido a la dimensión
constitucional de los hechos planteados por el recurrente, puesto que ambos se han
limitado a verificar si la imposición del pago previsto para impugnar una decisión de la
municipalidad emplazada, se ha ajustado a las normas infraconstitucionales como el
Código Tributario o la propia Ordenanza Municipal N.º 084/MDS, que aprobó el
TUPA de la municipalidad demandada, donde, en efecto, se encuentra previsto el cobro
de un derecho por concepto de presentación de recursos impugnatorios. En este sentido,
el a quo, luego de verificar que el monto establecido por concepto de apelación se
encuentra regulado en el respectivo TUPA de la municipalidad, que se enmarca dentro
de los parámetros establecidos por el Código Tributario, concluye que “(...) no se
estaría vulnerando (el) derecho a la defensa (del recurrente)”(fundamento jurídico sexto
de la sentencia).
9. Por tanto, el artículo 138.° no puede ser objeto de una interpretación constitucional
restrictiva y literal; por el contrario, la susodicha disposición constitucional debe ser
interpretada de conformidad con el principio de unidad de la Constitución,
considerando el artículo 51.º antes señalado, más aún si ella misma (artículo 38.°)
impone a todos –y no solo al Poder Judicial– el deber de respetarla, cumplirla y
defenderla. Es coherente con ello el artículo 102º del Código Tributario, cuando precisa
que «[a]l resolver el Tribunal Fiscal deberá aplicar la norma de mayor jerarquía (...)»;
es decir, aquellas disposiciones de la Constitución que, en este caso, se manifiestan a
través de los principios constitucionales tributarios y de los derechos fundamentales que
están relacionados con dichos principios.
10. En segundo lugar, está de por medio también la eficacia vertical de los derechos
fundamentales; es decir, su eficacia en particular frente a todos los poderes y órganos
del Estado, lo que incluye a la administración pública. Y es que en el marco del Estado
constitucional, el respeto de los derechos fundamentales constituye un imperativo que el
Estado debe garantizar frente a las eventuales afectaciones que pueden provenir, tanto
del propio Estado –eficacia vertical– como de los particulares –eficacia horizontal–;
más aún cuando, a partir del doble carácter de los derechos fundamentales, su violación
comporta la afectación no sólo de un derecho subjetivo individual –dimensión
subjetiva–, sino también el orden objetivo de valores que la Constitución incorpora –
dimensión objetiva–.
11. Esta incidencia de los derechos fundamentales en el Estado constitucional implica, por
otra parte, un redimensionamiento del antiguo principio de legalidad en sede
administrativa, forjado en el siglo XIX en un etapa propia del Estado liberal. Si antes la
eficacia y el respeto de los derechos fundamentales se realizaba en el ámbito de la ley,
en el Estado constitucional, la legitimidad de las leyes se evalúa en función de su
conformidad con la Constitución y los derechos fundamentales que ella reconoce. Por
eso mismo, es pertinente señalar que el derecho y el deber de los tribunales
administrativos y órganos colegiados de preferir la Constitución a la ley, es decir de
realizar el control difuso –dimensión objetiva–, forma parte del contenido constitucional
protegido del derecho fundamental del administrado al debido proceso y a la tutela
procesal ante los tribunales administrativos –dimensión subjetiva–.
12. Por ello es intolerable que, arguyendo el cumplimiento del principio de legalidad, la
administración pública aplique, a pesar de su manifiesta inconstitucionalidad, una ley
que vulnera la Constitución o un derecho fundamental concreto. En definitiva, esta
forma de proceder subvierte el principio de supremacía jurídica y de fuerza normativa
de la Constitución y la posición central que ocupan los derechos fundamentales en el
ordenamiento constitucional, en el cual «la defensa de la persona humana y el respeto
de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado» (artículo 1.º).
13. En el Derecho constitucional comparado –es el caso puntual del ordenamiento chileno–,
se admite, por ejemplo, que un órgano constitucional como la Contraloría General de la
República realice un control constitucional de las normas en sede administrativa. El
control que realiza esta entidad administrativa
14. Por ello, nada impide –por el contrario, la Constitución obliga– a los tribunales y
órganos colegiados de la administración pública, a través del control difuso, anular un
acto administrativo inaplicando una norma legal a un caso concreto, por ser violatoria
de los derechos fundamentales del administrado, tal como lo dispone el artículo 10° de
la Ley del Procedimiento Administrativo General, que sanciona con nulidad el acto
administrativo que contravenga la Constitución, bien por el fondo, bien por la forma;
siempre, claro está, que dicha declaración de nulidad sea conforme a la Constitución y/o
1[1]
FERRADA BÓRQUEZ, Juan Carlos. «Los derechos fundamentales y el control constitucional». En Revista de
Derecho (Valdivia), Vol. XVII, diciembre, 2004. pp. 113-137. [Versión on line,
www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S071809502004000200005&lng=es&nrm=iso>]. Citado el 03 de
julio de 2006.
a la interpretación del Tribunal Constitucional, de acuerdo con el artículo VI del Título
Preliminar del Código Procesal Constitucional.
2[2]
Véase las sentencias emitidas en el Expediente N.º 2050-2002-AA/TC y, más recientemente, en el
Expediente N.º 2192-2004-AA/TC.
administrativo o, llegado el caso, a través de la vía judicial, bien mediante el
contencioso-administrativo o el propio proceso de amparo. En este último supuesto, el
derecho de impugnar las decisiones de la administración confluye con el derecho de
acceso a la jurisdicción cuando no existan vías propias dentro del propio procedimiento
administrativo, o cuando estas se hayan agotado y causado estado en la decisión final de
la administración.
20. El recurrente sostiene, en efecto, que la exigencia del pago previo de una tasa para
recibir y dar trámite a su escrito de apelación contra un acto administrativo que
considera contrario a sus intereses, afecta su derecho de defensa en sede administrativa
y, por tanto, vulnera el debido procedimiento administrativo. Por su parte, al contestar
la demanda, la municipalidad emplazada aduce que dicho cobro es por la “(...)
realización de un acto administrativo que deseaba efectuar el actor”, el cual se
encuentra plenamente reconocido en el TUPA y que, por ello, no puede ser
inconstitucional. El Tribunal Constitucional no comparte el argumento de la emplazada,
puesto que el hecho de que un acto se sustente en una norma o reglamento no le otorga
necesariamente naturaleza constitucional, ni descarta la posibilidad de que este
Colegiado efectúe el control jurisdiccional. Esta tesis es, en todo caso, contraria al
Estado Democrático, donde rige el principio del control jurisdiccional de la
administración y en el que, desde luego, el parámetro de control, como ya ha quedado
dicho, no es la Ley ni el reglamento, sino la Constitución.
21. El debido procedimiento en sede administrativa supone una garantía genérica que
resguarda los derechos del administrado durante la actuación del poder de sanción de la
administración. Implica, por ello, el sometimiento de la actuación administrativa a
reglas previamente establecidas, las cuales no pueden significar restricciones a las
posibilidades de defensa del administrado y menos aún condicionamientos para que
tales prerrogativas puedan ser ejercitadas en la práctica.
23. Íntimamente vinculado a lo anterior está el tema del derecho de defensa del ciudadano
frente al ejercicio del poder de sanción de la administración, sobre todo si se tiene en
cuenta que, en el presente caso, se encuentra regulada una instancia de apelación en el
propio procedimiento administrativo, por lo que el Tribunal estima que, en el caso de
autos, el derecho de defensa previsto en el artículo 139.°, inciso 14), despliega todos sus
efectos. Desde luego, el derecho de recurrir una decisión de la administración no debe
confundirse con el derecho al recurso o con el derecho a una doble instancia
administrativa, que, como ya tiene dicho este Colegiado, no logra configurarse como un
derecho constitucional del administrado, puesto que no es posible imponer a la
administración, siempre y en todos los casos, el establecimiento de una doble instancia
como un derecho fundamental3[3]. El derecho de recurrir las decisiones de la
administración comporta la posibilidad material de poderlas enervar, bien en el propio
procedimiento administrativo, cuando la ley haya habilitado un mecanismo bien en
todo caso, de manera amplia y con todas las garantías, ante el Poder Judicial, mediante
el proceso contencioso administrativo o, incluso, a través del propio recurso de amparo
cuando se trate de la afectación de derechos fundamentales.
24. El derecho de defensa garantiza, entre otras cosas, que una persona sometida a una
investigación, sea esta de orden jurisdiccional o administrativa, y donde se encuentren
en discusión derechos e intereses suyos, tenga la oportunidad de contradecir y
argumentar en defensa de tales derechos e intereses. Se conculca, por tanto, cuando los
titulares de derechos e intereses legítimos se ven imposibilitados de ejercer los medios
legales suficientes para su defensa, o cuando, como ocurre en el presente caso, se
establezcan condiciones para la presentación de los argumentos de defensa.
3[3]
Véase en este sentido la Sentencia emitida en el Expediente N.º 2209-2002-AA/TC, de manera más
precisa el fundamento 19, donde ha quedado establecido que “(...) no siempre y en todos los casos, es
posible extrapolar acríticamente las garantías del debido proceso judicial al derecho al debido
procedimiento administrativo. Así, por ejemplo, si en sede judicial uno de los contenidos del derecho en
referencia lo constituye el de la necesidad de respetarse el juez natural o pluralidad de instancias, en el
caso del procedimiento administrativo, en principio, que el acto haya sido expedido por un órgano
incompetente genera un vicio de incompetencia, pero no la violación del derecho constitucional. Y, en el
caso de que no se pueda acudir a una instancia administrativa superior por haber sido expedido el acto
por la última instancia en esa sede, ello, desde luego, no supone, en modo alguno, que se haya lesionado
el derecho a la pluralidad de instancias”.
26. En el presente caso, el Tribunal estima que también se pone en riesgo este derecho
constitucional cuando la municipalidad emplazada solicita el pago de una tasa para
ejercer el derecho de impugnar una sanción administrativa, como lo es la determinación
de multa en contra del recurrente. En tal sentido resulta inconstitucional y, por tanto,
inaplicable al recurrente la disposición contenida en la Ordenanza Municipal N.º
084/MDS, que establece el pago de diez nuevos soles por concepto de recursos
impugnativos, correspondiente a la Unidad Orgánica Oficina de Secretaría General,
rubro 1.
28. Si bien debe presumirse que toda actuación de los poderes públicos tiene como marco
de referencia la observancia del principio de buena fe y la defensa del interés general,
también debe aceptarse que el razonamiento del recurrente resulta materialmente
plausible. Aun no reconociendo esta posibilidad como real en el contexto del caso
planteado, este Tribunal estima que la presencia de cuotas o derechos por concepto de
impugnación de los propios actos de la administración, en el mejor de los casos, no
incentiva la participación del ciudadano en el control de los actos del poder público y
genera una interferencia cuestionable para el desarrollo del Estado Social y
Democrático de Derecho.
31. Un mayor desarrollo del derecho de petición se encuentra en la 27444, Ley del
Procedimiento Administrativo General, 27444, específicamente en los artículos 106.° a
112.°, que bien puede considerarse una ley de desarrollo del derecho constitucional de
petición. Así, en el artículo 106.2, al referirse al ámbito de actuación de este derecho, se
ha incluido el derecho “de contradecir actos administrativos”. De este modo, el derecho
de petición, como cláusula general, comprende:
32. Sin duda, en el presente caso, el derecho constitucional de petición también se ha visto
afectado en su dimensión de contradicción del acto administrativo. Ello porque se ha
impuesto al recurrente una condición para el ejercicio de tal derecho, impidiéndosele la
presentación de su escrito para oponerse al acto administrativo que consideraba
contrario a sus derechos.
37. En la clásica tradición del Common Law norteamericano, tres son los presupuestos
básicos que tiene en cuenta la Suprema Corte para dictar un precedente con efectos
vinculantes sobre toda la judicatura a la que por excelencia se dirige el mensaje del
precedente jurisdiccional; a saber:
39. En el derecho comparado se advierten diferentes mecanismos que permiten que los
propios tribunales puedan autoplantearse, de oficio, un proceso de inconstitucionalidad
a efectos de pronunciarse con efectos generales sobre una ley que ha sido, en principio,
impugnada a través de un proceso de tutela de un derecho fundamental como el amparo.
Así, en el caso español, cuyo sistema de jurisdicción constitucional puede considerarse,
prima facie, muy semejante al nuestro, se establece, en el artículo 52.56[6] de la Ley
Orgánica del Tribunal Constitucional, la llamada “autocuestion de constitucionalidad”
que permite “convertir” un amparo en un proceso de inconstitucionalidad, permitiendo,
de este modo, la emisión de una sentencia con efectos generales que podría
eventualmente declarar inválida una ley por contravenir la Constitución.
40. Si bien en nuestro sistema de jurisdicción constitucional no existe una previsión legal
de tal envergadura, sin perjuicio de que este Colegiado pueda en el futuro analizar su
incorporación a través de la jurisprudencia, la reciente previsión del precedente
constitucional a que se refiere el artículo VII del Título Preliminar del Código Procesal
Constitucional constituye una herramienta que podría ayudar a suplir estas deficiencias
legales, permitiendo optimizar la defensa de los derechos fundamentales, labor que
corresponde por excelencia a este Colegiado.
Por tanto, un supuesto adicional a los señalados por la Corte Suprema Americana, para
el establecimiento de un precedente, puede configurarse, en el caso nuestro, a partir de
la necesidad de que el Tribunal, luego de comprobar que una norma que ha sido
cuestionada mediante un proceso que no es el de control abstracto, constate, además,
que los efectos dañosos o violatorios de los derechos fundamentales denunciados
afectan de modo general a un amplio grupo de personas; o que el acto impugnado y
declarado contrario a la Constitución por el Tribunal constituye una práctica
generalizada de la administración o de los poderes públicos en general. De este modo,
la regla que el Tribunal extraiga a partir del caso deberá permitir anular los actos o las
normas a partir del establecimiento de un precedente vinculante, no solo para los jueces,
sino para todos los poderes públicos. El precedente es de este forma, una herramienta
no solo para dotar de mayor predecibilidad a la justicia constitucional, sino también
para optimizar la defensa de los derechos fundamentales, expandiendo los efectos de la
sentencia en los procesos de tutela de derechos fundamentales.
6[6]
“(...) en el supuesto de que se estime el recurso de amparo porque la Ley aplicada lesiona derechos
fundamentales o libertades públicas, la Sala elevará la cuestión al Pleno, que podrá declarar la
inconstitucionalidad de dicha Ley en nueva sentencia con los efectos ordinarios previstos en los artículos
38 y siguientes (...)”.
en la interpretación de los derechos, principios o normas constitucionales, o de
relevancia constitucional.
b) La constatación, a partir de un caso que ha sido sometido a la jurisdicción del
Tribunal Constitucional, de que los operadores jurisdiccionales o administrativos,
vienen resolviendo en base a una interpretación errónea de una norma del bloque de
constitucionalidad; lo cual, a su vez, genera una indebida aplicación de la misma.
d) Cuando en el marco de un proceso constitucional de tutela de los derechos, el
Tribunal constata la inconstitucionalidad manifiesta de una disposición normativa
que no solo afecta al reclamante, sino que tiene efectos generales que suponen una
amenaza latente para los derechos fundamentales. En este supuesto, al momento de
establecer el precedente vinculante, el Tribunal puede proscribir la aplicación, a
futuros supuestos, de parte o del total de la disposición o de determinados sentidos
interpretativos derivados del mismo; o puede también establecer aquellos sentidos
interpretativos que son compatibles con la Constitución.
e) Cuando se evidencia la necesidad de cambiar de precedente vinculante.
43. Por otro lado, con objeto de conferir mayor predecibilidad a la justicia constitucional, el
legislador del Código Procesal Constitucional también ha introducido la técnica del
precedente, en su artículo VII del título preliminar, al establecer que “Las sentencias del
Tribunal Constitucional que adquieren la autoridad de cosa juzgada constituyen
precedente vinculante cuando así lo exprese la Sentencia, precisando el extremo de su
efecto normativo (…)”. De este modo, si bien tanto la jurisprudencia como el
precedente constitucional tienen en común la característica de su efecto vinculante, en
el sentido de que ninguna autoridad, funcionario o particular puede resistirse a su
cumplimiento obligatorio, el Tribunal, a través del precedente constitucional, ejerce un
poder normativo general, extrayendo una norma a partir de un caso concreto.
45. En este sentido, este Colegiado considera que esta regla también es válida para nuestro
sistema, aun cuando también es verdad que la configuración del caso en nuestro sistema
jurídico no siempre se relacione con hechos concretos sino con la evaluación en
abstracto de normas, como ocurre en el caso del control de constitucionalidad de la Ley,
por ejemplo. Ello, no obstante, no hace que el precedente normativo que este Colegiado
externalice, no tenga una directa relación con la cuestión central que deba decidirse
porque así ha sido sometido al Tribunal Constitucional. Esto es así, porque, también
tratándose del precedente normativo, la legitimidad con que actúa este Colegiado para
incursionar en el sistema de fuentes del ordenamiento jurídico está sustentada en la
necesidad de dar respuesta a las demandas que han sido planteadas por los entes
legitimados para hacerlo. En otras palabras el Tribunal, también cuando dicta “normas”
a través de sus sentencias no actúa de oficio, sino atendiendo al llamado de los
protagonistas de los procesos constitucionales.
46. En segundo lugar, como lo ha señalado la tradición del Common Law, el precedente
debe constituir una regla de derecho y no puede referirse a los hechos del caso, si bien
puede perfectamente partir de ellos. En tercer lugar, aunque parezca obvio, la regla del
precedente constitucional no puede constituir una interpretación de una regla o
disposición de la Constitución que ofrece múltiples construcciones; en otras palabras, el
precedente no es una técnica para imponer determinadas doctrinas u opciones
ideológicas o valorativas, todas ellas válidas desde el punto de vista jurídico. Si tal
situación se presenta de modo inevitable, debe ser encarada por el Tribunal a través de
su jurisprudencia, en un esfuerzo por crear consensos en determinados sentidos. El
precedente, en estos supuestos, solo aparecerá como resultado de la evolución favorable
de la doctrina jurisprudencial del Tribunal en determinado sentido. Esto último supone
que el Tribunal debe abstenerse de intervenir fijando precedentes sobre temas que son
más bien polémicos y donde las posiciones valorativas pueden dividir a la opinión
7[7]
Kauper, Paul G. “La regola del precedente e la sua applicazione nella giurisprudenza costituzionale degli
stati uniti”, en Giuseppino Treves, La dottrina del precedente nella giurisprudenza della Corte
Costituzionale, Torino, 1971, p.221
pública. Esto implica, por otro lado, una práctica prudente que permite al Tribunal
lograr el mayor consenso posible en el uso de esta nueva herramienta, lo cual le
permitirá una verdadera potestad normativa, como ya se ha dicho.
47. Para que una decisión de este Colegiado, planteada en forma de precedente vinculante
pueda convertirse en una herramienta útil en la expansión de los efectos de una
sentencia que, en principio, debiera tener solo efectos inter partes, resulta necesario
establecer la distinción entre los efectos del precedente vinculante emitido por un
Tribunal Constitucional, y lo que son los efectos del precedente judicial en los sistemas
del Common Law.
49. El precedente constitucional en nuestro sistema tiene efectos más generales. La forma
como se ha consolidado la tradición de los tribunales constitucionales en el sistema del
derecho continental ha establecido, desde muy temprano, el efecto sobre todos los
poderes públicos de las sentencias del Tribunal Constitucional8[8]. Esto significa que el
precedente vinculante emitido por un Tribunal Constitucional con estas características
tiene, prima facie, los mismos efectos de una ley. Es decir, que la regla que el Tribunal
externaliza como precedente a partir de un caso concreto, es una regla para todos y
frente a todos los poderes públicos; cualquier ciudadano puede invocarla ante cualquier
autoridad o funcionario sin tener que recurrir previamente ante los tribunales, puesto
que las sentencias del Tribunal Constitucional, en cualquier proceso, tienen efectos
vinculantes frente a todos los poderes públicos y también frente a los particulares. Si no
fuese así, la propia Constitución estaría desprotegida, puesto que cualquier entidad,
funcionario o persona podría resistirse a cumplir una decisión de la máxima instancia
jurisdiccional.
8[8]
Véase, por ejemplo, en lo que respecta al Tribunal Federal Alemán, el parágrafo 31.1, BverfGG: “Las
sentencias del Tribunal Constitucional vinculan a los órganos constitucionales de la federación y de los
Estados, a todos los tribunales y a todas las autoridades administrativas”. Cfr. Raúl Bocanegra Sierra,
“Cosa juzgada, vinculación, fuerza de ley en las decisiones del Tribunal Constitucional alemán”, en
Revista española de Derecho Constitucional, Vol I, N.° 1, CEC, Madrid, 1981, pág. 235 ss.
50. Hechas estas precisiones conceptuales, el Tribunal considera que, sobre la base de lo
expuesto, en el presente caso, las reglas de derecho que se desprenden directamente del
caso pueden ser resumidas en los siguientes términos:
A) Regla procesal: El Tribunal Constitucional, de acuerdo con el artículo VII del Título
Preliminar del Código Procesal Constitucional, tiene la facultad jurídica para
establecer, a través de sus sentencias que adquieren la autoridad de cosa juzgada, un
precedente vinculante cuando se estime una demanda por violación o amenaza de
un derecho fundamental, a consecuencia de la aplicación directa de una disposición
por parte de la administración pública, no obstante ser manifiesta su contravención a
la Constitución o a la interpretación que de ella haya realizado el Tribunal
Constitucional (artículo VI del Título Preliminar del Código Procesal
Constitucional), y que resulte, por ende, vulneratoria de los valores y principios
constitucionales, así como de los derechos fundamentales de los administrados.
Regla sustancial: Todo tribunal u órgano colegiado de la administración pública
tiene la facultad y el deber de preferir la Constitución e inaplicar una disposición
infraconstitucional que la vulnera manifiestamente, bien por la forma, bien por el
fondo, de conformidad con los artículos 38.º, 51.º y 138.º de la Constitución. Para
ello, se deben observar los siguientes presupuestos: (1) que dicho examen de
constitucionalidad sea relevante para resolver la controversia planteada dentro de un
proceso administrativo; (2) que la ley cuestionada no sea posible de ser interpretada
de conformidad con la Constitución.
B) Regla procesal: El Tribunal Constitucional, de acuerdo con el artículo VII del Título
Preliminar del Código Procesal Constitucional, tiene la facultad jurídica para
establecer, a través de sus sentencias que adquieren la autoridad de cosa juzgada, un
precedente vinculante, a consecuencia de la aplicación directa de una norma o
cuando se impugnen determinados actos de la administración pública que resulten, a
juicio del Tribunal Constitucional, contrarios a la Constitución y que afecten no solo
al recurrente, sino también, por sus efectos generales, o por ser una práctica
generalizada de la administración pública, a un grupo amplio de personas.
Regla sustancial: Todo cobro que se haya establecido al interior de un
procedimiento administrativo, como condición o requisito previo a la impugnación
de un acto de la propia administración pública, es contrario a los derechos
constitucionales al debido proceso, de petición y de acceso a la tutela jurisdiccional
y, por tanto, las normas que lo autorizan son nulas y no pueden exigirse a partir de
la publicación de la presente sentencia.
HA RESUELTO
Publíquese y notifíquese.
SS.
ALVA ORLANDINI
BARDELLI LARTIRIGOYEN
GONZALES OJEDA
GARCÍA TOMA
VERGARA GOTELLI
LANDA ARROYO
En Lima, a los 21 días del mes de setiembre de 2011, el Pleno del Tribunal
Constitucional, integrado por los magistrados Mesía Ramírez, Álvarez Miranda, Vergara
Gotelli, Beaumont Callirgos, Eto Cruz y Urviola Hani, pronuncia la siguiente sentencia,
con el voto singular del magistrado Vergara Gotelli y el fundamento de voto del magistrado
Urviola Hani, que se agregan
ASUNTO
ANTECEDENTES
FUNDAMENTOS
Petitorio
Consideración preliminar
5. Es pertinente precisar que por la misma época el tema también fue abordado desde la
perspectiva legislativa. En efecto, mediante Ley Nº 27053 publicada en el diario oficial
“El Peruano” el 19 de enero de 1999, quedó modificado el artículo 6º, inciso 2), de la
entonces vigente Ley de Habeas Corpus y Amparo (Nº 23506), estableciendo la
improcedencia de las acciones de garantía “Contra resolución judicial o arbitral
emanadas de proceso regular”, lo que contrario sensu, y siguiendo la jurisprudencia
existente en aquel momento, significaba que si el proceso (sea este judicial o arbitral)
devenía en irregular, quedaba habilitado el control constitucional.
10. De acuerdo con el Artículo 138º de la Constitución Política del Perú: “La potestad de
administrar justicia emana del pueblo y se ejerce por el Poder Judicial a través de sus
órganos jerárquicos con arreglo a la Constitución y a las leyes”. A su turno el artículo
139º inciso 1) de la misma norma fundamental, prevé como un principio a la par que un
derecho ante la función jurisdiccional, “La unidad y exclusividad de la función
jurisdiccional”, quedando claramente establecido que “No existe ni puede establecerse
jurisdicción alguna independiente, con excepción de la militar y arbitral”.
11. A partir de lo establecido por la norma fundamental, “el arbitraje no puede entenderse
como un mecanismo que desplaza al Poder Judicial, ni tampoco como su sustitutorio,
sino como una alternativa que complementa el sistema judicial puesta a disposición de
la sociedad para la solución pacífica de las controversias. Y que constituye una
necesidad, básicamente para la solución de conflictos patrimoniales de libre
disposición y, sobre todo para la resolución para las controversias que se generen en
la contratación internacional” (STC 6167-2005-PHC/TC, fundamento 10). Desde esta
perspectiva, “este Tribunal reconoce la jurisdicción del arbitraje y su plena y absoluta
competencia para conocer y resolver las controversias sometidas al fuero arbitral,
sobre materias de carácter disponible (…), con independencia jurisdiccional y, por
tanto, sin intervención de ninguna autoridad, administrativa o judicial ordinaria”
(STC 6167-2005-PHC/TC, fundamento 14).
12. Sin embargo de la especial naturaleza del arbitraje, en tanto autonomía de la voluntad
de las partes y, al mismo tiempo, de la independencia de la jurisdicción arbitral, no
supone en lo absoluto desvinculación del esquema constitucional, ni mucho menos del
cuadro de derechos y principios reconocidos por la Constitución. Como ya ha señalado
este Tribunal, “la naturaleza de jurisdicción independiente del arbitraje, no significa
que establezca el ejercicio de sus atribuciones con inobservancia de los principios
constitucionales que informan la actividad de todo órgano que administra justicia,
tales como el de independencia e imparcialidad de la función jurisdiccional, así como
los principios y derechos de la función jurisdiccional. En particular, en tanto
jurisdicción, no se encuentra exceptuada de observar directamente todas aquellas
garantías que componen el derecho al debido proceso” (STC 6167-2005-PHC/TC,
fundamento 9).
13. Ello es así por cuanto la función jurisdiccional se sustenta y se debe a la norma
fundamental, más allá de la especialidad sobre la que pueda versar o de la investidura
de quienes la puedan ejercer. De este modo y aunque se dota a la Justicia arbitral de las
adecuadas garantías de desenvolvimiento y se fomenta su absoluta observancia, la
misma se encuentra inevitablemente condicionada a que su ejercicio se desarrolle en
franco respeto al orden constitucional y a los derechos de la persona.
El modelo de control constitucional sobre la jurisdicción arbitral y la necesidad de
reacomodarlo a lo previsto en el Código Procesal Constitucional
14. Como se ha visto, han sido diversos los criterios que de una u otra manera, han venido
perfilando las aspectos del control constitucional de la jurisdicción arbitral. No
obstante, considera este Colegiado que aun cuando buena parte de dichos criterios no
han perdido su importancia, requieren ser acoplados de una manera mucho más directa
a lo expresamente previsto por el Código Procesal Constitucional, en cuanto referente
obligado de cualquier fórmula procesal tendente a defender la Constitución.
15. Es pertinente recordar que un cambio radical entre el modelo procesal actualmente
vigente y el anterior, vino representado por el paso de un amparo alternativo a uno de
carácter subsidiario o residual. Este cambio supuso la conversión del amparo en un
instrumento procesal que habiéndose concebido en sus inicios como un mecanismo
indiscutiblemente amplio y flexible en sus alcances, a partir de la vigencia del Código
Procesal Constitucional sólo podía y debía ser usado, en casos de extrema urgencia o
cuando las necesidades de tutela normalmente dispensables en la vía judicial ordinaria
no fueran suficientes para defender o tutelar los derechos constitucionales reclamados.
Es ese el sentido del artículo 5º inciso 2) del Código Procesal en materia constitucional.
16. En el modelo de control arbitral actualmente existente no parece, sin embargo, haberse
reparado mayormente en dicho cambio, pese a existir elementos que conducirían a este
propósito.
17. En efecto, aun cuando uno de los criterios que actualmente existe es el de considerar
que la procedencia del amparo arbitral se condiciona al agotamiento de las vías previas,
no parece ser ese el razonamiento más pertinente, ya que el ordenamiento ha
considerado el proceso arbitral stricto sensu como aquel que opera sólo y por ante la
jurisdicción arbitral. Que se haya previsto por mandato del Decreto Legislativo Nº
1071, que norma el Arbitraje, la posibilidad de un recurso de anulación (como en la
derogada Ley General de Arbitraje se establecieron los recursos de apelación y de
anulación) como fórmula a posteriori, no significa que tal mecanismo sea parte
integrante del proceso arbitral. Se trata más bien, por su propia finalidad así como por la
configuración judicial de la que se encuentra dotado, de una verdadera opción procesal
cuyo propósito, técnicamente hablando, puede sustituir al amparo cuando de la defensa
de derechos constitucionales se trate.
18. Este Colegiado estima que en tanto es posible que mediante el recurso de anulación de
laudo resulte procedente revertir los efectos del pronunciamiento arbitral en los casos en
los que éste involucre la afectación de derechos constitucionales, su naturaleza no es la
de una vía previa, es decir la de una instancia anterior al proceso constitucional, sino
más bien, la de una vía procedimental igualmente satisfactoria, en los términos a los que
se refiere el Artículo 5º inciso 2) del Código Procesal Constitucional. En tales
circunstancias quien acuda al recurso de anulación de laudo debe saber que lo que la
instancia judicial decida ha de ser lo definitivo, sin que sea posible a posteriori acudir al
proceso constitucional de amparo, ya que en este supuesto es de aplicación el inciso 3
del artículo 5º del CPConst.
19. Que opere este cambio en la manera de concebir el recurso judicial de anulación no
significa que el amparo arbitral esté condenado a su desaparición. Simplemente se trata
de reacomodarlo a su verdadera naturaleza que no es otra que la de un mecanismo
corrector absolutamente excepcional, sujeto a supuestos excepcionales que esta
sentencia señalará a continuación.
20. De acuerdo con lo indicado líneas arriba y con la finalidad de establecer de modo claro
y preciso los criterios a utilizarse en materia de amparo arbitral, este Supremo Intérprete
de la Constitución establece, con calidad de precedentes vinculantes, las siguientes
reglas:
b) De conformidad con el inciso b) del artículo 63º del Decreto Legislativo N.º 1071,
no procede el amparo para la protección de derechos constitucionales aún cuando
éstos constituyan parte del debido proceso o de la tutela procesal efectiva. La misma
regla rige para los casos en que sea de aplicación la antigua Ley General de
Arbitraje, Ley N.º 26572.
21. No podrá declararse la improcedencia del amparo arbitral por aplicación del artículo 5º
inciso 2) del Código Procesal Constitucional, en los siguientes supuestos:
b) Cuando en el laudo arbitral se ha ejercido control difuso sobre una norma declarada
constitucional por el Tribunal Constitucional o el Poder Judicial, según
corresponda, invocándose la contravención al artículo VI del Título Preliminar del
Código Procesal Constitucional.
c) Cuando el amparo sea interpuesto por un tercero que no forma parte del convenio
arbitral y se sustente en la afectación directa y manifiesta de sus derechos
constitucionales a consecuencia del laudo pronunciado en dicho arbitraje, salvo que
dicho tercero esté comprendido en el supuesto del artículo 14º del Decreto
Legislativo N.º 1071.
22. Líneas arriba hemos recordado que, conforme al artículo 139º inciso 1) de la
Constitución, el arbitraje es una jurisdicción independiente del Poder Judicial o
jurisdicción común, que se explica no como un mecanismo que desplaza al Poder
Judicial, ni tampoco como su sustituto, sino como una alternativa que complementa el
sistema judicial, puesta a disposición de la sociedad para la solución pacífica de las
controversias, básicamente de orden patrimonial de libre disposición.
23. Esto no afecta el principio de unidad de la función jurisdiccional (que implica que el
Estado, en conjunto, posea un sistema jurisdiccional unitario, en el que sus órganos
tengan idénticas garantías, así como reglas básicas de organización y funcionamiento),
ya que , como ha señalado este Tribunal, “de ello no se deduce que el Poder Judicial sea
el único encargado de la función jurisdiccional (pues tal función se le ha encargado
también al Tribunal Constitucional, al Jurado Nacional de Elecciones, a la jurisdicción
especializada en lo militar y, por extensión, al arbitraje), sino que no exista ningún órgano
jurisdiccional que no posea las garantías propias de todo órgano jurisdiccional. Como se
ha mencionado, la función jurisdiccional del Estado es una sola y debe ser ejercida con
todas las garantías procesales establecidas por la Constitución” (STC 0004-2006-PI/TC,
fundamento 10).
25. Esto resulta más evidente aún si se tiene en cuenta que, conforme ya ha destacado este
Tribunal, “el proceso arbitral tiene una doble dimensión pues, aunque es
fundamentalmente subjetivo ya que su fin es proteger los intereses de las partes,
también tiene una dimensión objetiva, definida por el respeto a la supremacía
normativa de la Constitución, dispuesta por el artículo 51º de la Carta Magna; ambas
dimensiones, (subjetiva y objetiva) son interdependientes y es necesario modularlas en
la norma legal y/o jurisprudencia” (STC 6167-2005-PHC/TC, fundamento 11). En tal
sentido, de presentarse en un proceso arbitral una incompatibilidad entre una norma
constitucional y una norma legal, los árbitros deben preferir la primera.
Dilucidación de la controversia
27. Como se ha visto con anterioridad, el objeto del presente proceso constitucional es
reponer las cosas al estado anterior a la expedición del laudo arbitral, supuesto
vulnerador de los derechos constitucionales invocados por la recurrente.
29. En dicho contexto, el Tribunal Constitucional considera que los hechos propuestos por
la recurrente no constituyen causal que amerite la revisión del laudo arbitral a través del
proceso de amparo; por ello la demanda debe ser desestimada.
31. A partir del día siguiente de la publicación de la presente sentencia en el diario oficial
“El Peruano”, toda demanda que se encuentre en trámite y que no se ajuste al
precedente vinculante establecido en la presente sentencia debe ser declarada
improcedente. Por seguridad jurídica y en vía excepcional las partes pueden en un plazo
no mayor de 60 días hábiles interponer recurso de apelación o anulación, según
corresponda, en sede ordinaria.
Por estos fundamentos, el Tribunal Constitucional, con la autoridad que le confiere la
Constitución Política del Perú
HA RESUELTO
Publíquese y notifíquese.
SS.
MESÍA RAMÍREZ
ÁLVAREZ MIRANDA
BEAUMONT CALLIRGOS
ETO CRUZ
URVIOLA HANI
EXP. N.° 00142-2011-PA/TC
LIMA
SOCIEDAD MINERA DE
RESPONSABILIDAD LTDA.
MARIA JULIA
6. Por cierto si el Superior revoca el auto venido en grado, para vincular a quien todavía no
es demandado puesto que no ha sido emplazado por notificación expresa y formal por no
existir proceso y no ser él, por tanto, demandado, tiene que ponérsele en su
conocimiento “el recurso interpuesto” y no la demanda, obviamente.
9. Respecto a ello es pertinente señalar que la expresión del artículado que refiere que se
deben adecuar las exigencias de las formalidades previstas en este Código al logro de
los fines de los procesos constitucionales no justifica de ninguna manera el ingreso al
fondo, puesto que la defensa del demandado no puede asumirse de modo alguno como
una formalidad. Digo esto por qué? El proceso ha sido concebido como aquella vía a la
cual pueden recurrir las partes a efectos de que se resuelva una controversia suscitada en
la sociedad. Tal participación de ambas partes requiere de la admisión de la pretensión
por parte del juzgador a efectos de que admitida la demanda se notifique al presunto
agresor a efectos de vincularlo no solo al proceso sino a la decisión. Ya con la
participación de ambas partes, éstas se someten al proceso, pero no solo se someten a las
reglas del proceso sino que se someten a la determinación final del juzgador. Es decir la
presencia de ambas partes no solo implica que el juez tenga la obligación de resolver
conforme a la Constitución y las leyes la controversia sino que las partes respeten su
decisión. He ahí donde encuentra legitimidad la decisión del juzgador, puesto que no
puede concebirse una decisión emitida en un proceso judicial, cuando no será respeta ni
cumplida por alguna de las partes. Por ello considero que la exigencia de la participación
de ambas partes en un proceso se encuentra vinculada al derecho a la tutela judicial
efectiva, ya que no puede exigirse el cumplimiento de una decisión arribada en un
proceso judicial a una persona que no ha tenido participación en el citado proceso, lo
que implica que tal decisión es ineficaz, ya que no generara consecuencias respecto de
quien no participó.
10. Los procesos constitucionales tienen una especial importancia, puesto que su finalidad
es la vigencia efectiva de los derechos fundamentales y el respeto por la Constitución del
Estado, teniendo por ello que determinarse al presunto agresor de un derecho
fundamental. Por ende, por tal relevancia, es que afirmo que con mayor razón no puede
soslayarse la intervención de la persona a la que se le acusa de la violación de un
derecho fundamental, puesto que la determinación a la que arribe este Colegiado
necesariamente va exigir determinada acción de dicho emplazado. Pero ¿Cómo puede
exigirse la realización de un acto o el cese del mismo si no ha participado en el proceso?,
es decir ¿cómo puede exigirse el cumplimiento de una decisión que no es legítima para
ambas partes?. La respuesta es obvia, no puede exigirse el cumplimiento de una decisión
en la que una de las partes desconoce totalmente la pretensión, no teniendo legitimidad
ni vinculación alguna para la persona que no participó. Claro está existen casos en los
que es evidente que el presunto demandado –si bien no ha sido emplazado con la
demanda– conoce del conflicto, como por ejemplo casos en los que la discusión se ha
visto administrativamente, en los que, considero, que el Tribunal puede ingresar al
fondo, pero solo si se verifica una situación especial en la que se advierta que la dilación
del proceso convierta la afectación en irreparable.
11. Es precisamente por ello que el artículo III del Título Preliminar del Código Procesal
Constitucional ha permitido la omisión de algunas “formalidades” para lograr el objeto
del proceso constitucional, pero no puede considerarse que la defensa del presunto
emplazado es una formalidad sino una exigencia que legitima el propio proceso. Por ello
considero que tal afirmación no solo es impropia sino también quebranta el proceso en el
cual se pretende la defensa de los derechos constitucionales, lo que puede interpretarse
que por la defensa de un derecho fundamental puede afectarse otro, lo que es incorrecto.
12. Asimismo si se observa con atención el artículo III del Título Preliminar del referido
código, se puede apreciar que cuando expresa a que “(…) el Juez y el Tribunal
Constitucional deben adecuar la exigencia de las formalidades previstas en este Código
al logro de los fines de los procesos constitucionales”, parte de la premisa de que existe
un proceso abierto, en el que se puede ser flexibles con algunos actos procesales,
denominados así precisamente porque ha existido admisión a trámite de la pretensión y
por ende emplazamiento, razón por la que dicho argumento no puede ser utilizado
erróneamente para justificar la emisión de una sentencia cuando el objeto del recurso es
el cuestionamiento de un auto de rechazo liminar. De asumir dicha posición implicaría
aceptar que a este Colegiado le es indiferente si la pretensión ha sido admitida a trámite
o no, puesto que con proceso o sin él, siempre se encontrará en la facultad de emitir un
pronunciamiento de fondo, rompiendo toda racionalidad del proceso, convirtiendo al
proceso constitucional en aquel proceso sin garantías, en el que se afectan los derechos
del que debiera ser emplazado. Con esto advierto que bajo esa lógica el Tribunal podría
incluso resolver una demanda de amparo en instancia única, puesto que al ser indiferente
para este Colegiado la existencia del proceso, no sería exigible la admisión a trámite la
demanda y por ende la participación del demandado, por lo que podría resolver
directamente la pretensión planteada.
13. Tal posición del Tribunal es para mí inaceptable y intolerable, razón por la que en
reiteradas oportunidades he manifestado mi rechazo ante una decisión emitida con la
participación de una de las partes, puesto que no se tiene en cuenta que al no haber
participado el emplazado no se encuentra vinculado con la decisión, puesto que para él
no tendrá legitimidad.
15. En tal sentido teniendo a la vista ambas posiciones y revisados los autos encuentro que
efectivamente la demanda fue rechazada liminarmente, observándose que la empresa
demandada ni siquiera se ha apersonado al proceso. Por ello afirmo que la empresa
demandada no ha tenido participación alguna, razón por la que propiamente se le ha
vedado su participación dentro del proceso, sin que exista algún argumento excepcional
que pudiera justificar la emisión de dicha decisión.
16. Pero no solo advierto ello en el proyecto en mayoría, sino también que en un caso en el
que no existe proceso ni demandado se están imponiendo reglas respecto a la admisión
del proceso de amparo arbitral. La verdad es que considero en este voto un doble
atrevimiento del tribunal cuando primero ingresa al fondo para rechazar definitivamente
la demanda por infundada con una sentencia sin proceso y en contra de un auto de
rechazo liminar, y segundo imponerle reglas a un demandado que por falta de
conocimiento no ha sido escuchado en su defensa, siendo este el primer vinculado ante
esa laguna procesal que se cierra.
17. Asimismo respecto a la imposición de dichas reglas debo manifestar que, conforme
este Colegiado ha manifestado, no pueden existir islas exentas de control constitucional,
razón por la que no considero admisible expresar tajantemente que no procede el amparo
contra laudos arbitrales, puesto que puede darse el caso de una flagrante afectación de un
derecho fundamental dentro de un proceso arbitral, lo que obligaría a este Tribunal a
ingresar al fondo de la causa a efectos de sancionar el presunto acto lesivo. Por ende
considero que si bien he expresado que existen casos presentados por personas jurídicas
con fines de lucro que no tienen asidero en el proceso constitucional, vale decir también
que existen casos excepcionales que ameritan intervención por parte de este Colegiado,
situación que podría presentarse incluso en un proceso arbitral.
18. Siendo ello así corresponde verificar si en el caso de autos existe una situación de
urgencia que amerite la intervención de este Colegiado, y como consecuencia de ello la
admisión a trámite de la demanda de amparo propuesta. En tal sentido tenemos que en el
presente caso se presenta una demanda que cuestiona la validez de un laudo arbitral,
argumentando que el árbitro demandado no ha fundamentado debidamente su
resolución, puesto que existe una incompatibilidad en la clausula tercera del Contrato de
Cesión Minera en cuanto al momento de inicio de la exploración minera, agregando
además que el laudo cuestionado se fundamenta en la invocación de normas
impertinentes. Revisada los autos no encontramos una situación singular o excepcional
que amerite que este Colegiado intervenga en la presente causa, debiéndose tener
presente además que la normativa pertinente brinda al actor la posibilidad de acudir al
proceso de anulación de laudo, de manera que la sociedad recurrente debe acudir a él.
19. Por lo expuesto considero que el auto de rechazo liminar debe ser confirmado,
correspondiendo la desestimatoria de la demanda por improcedente.
Sr.
VERGARA GOTELLI
EXP. N.° 00142-2011-PA/TC
LIMA
SOCIEDAD MINERA DE
RESPONSABILIDAD LTDA.
MARIA JULIA
Con el debido respeto a mis colegas magistrados considero pertinente emitir el presente
fundamento de voto:
12. De otro lado, el reconocimiento del control difuso arbitral exige también resaltar
que los tribunales arbitrales deben ejercer esta facultad con especial prudencia, a fin
de no desnaturalizar el fundamento del arbitraje (el convenio arbitral). Así como
una excesiva judicialización del arbitraje puede llevar a desconocer su carácter
célere y alternativo de solución de conflictos sustentado esencialmente en la
autonomía de la voluntad, una desvinculación absoluta de los derechos
fundamentales es irrazonable en el actual Estado constitucional democrático.
13. Con todo, los árbitros no deben perder de vista que, en cierta forma y sentido, son
también "jueces constitucionales", en tanto no es posible que realicen su labor de
espaldas a la Constitución.
S.
URVIOLA HANI
Estamos aquí ante un esfuerzo, con el cual se puede coincidir o discrepar, sobre
cómo compatibilizar en el caso peruano los márgenes de acción de la judicatura
ordinaria con los del Tribunal Constitucional en lo referido a la aplicación e
interpretación vinculante de la Constitución.
Poder Judicial
vs.
Tribunal Constitucional (*)
1. Nota preliminar
De todo esto, cabe señalar, desde una perspectiva del garantismo formal, que en el
Perú la protección ordinaria de los Derechos, incluidos los Derechos Fundamentales y
Constitucionales corresponde, en nuestro modelo de jurisdicción constitucional, a los
jueces ordinarios; y habría una protección extraordinaria constitucional que le
corresponde al Tribunal Constitucional.
En esta perspectiva, el juez común, en materia de protección directa de los
Derechos Fundamentales, cumple una función directamente constitucional. A ello se
contrae, entre otros, cláusulas como el art. 138, que afirma el principio de unidad y
exclusividad de la función jurisdiccional, afirmado más propiamente en el inc. 1 del art.
139; y el inc. 3 de dicha norma, cuyo principio de la función jurisdiccional
definitivamente es la tutela judicial efectiva.
No obstante esto, existen ciertos aspectos no tan claros entre el ligamento de las
garantías constitucionales, por ejemplo la Acción de Amparo con la revisión que realiza
el Tribunal Constitucional vía recurso extraordinario, a las resoluciones que deniegan las
garantías constitucionales.
Aunque lo anterior será abordado con mayor amplitud, debemos por ahora señalar
y reconocer que existe un carácter preferente de protección jurisdiccional ordinaria. Es
decir, nuestro sistema de protección jurisdiccional de los Derechos, incluidos los
Derechos Fundamentales o los Valores Constitucionales, son, ante todo, objeto de tutela
por un sistema judicial. Se colige entonces que, si la impartición de la justicia ordinaria se
presta adecuadamente en materia de garantías constitucionales en resolver en forma
correcta e idónea, prácticamente el Tribunal Constitucional no podrá entrar a conocer el
caso objeto de una garantía constitucional(5).
Sin embargo, viene a colación los problemas que, dentro del particular modo, muy
especial, de jurisdicción constitucional, se puede presentar en la constante interpretación
constitucional, por lo menos en el ámbito del contenido de la jurisdicción constitucional
de la libertad, cuya expresión concreta se manifiesta en los procesos constitucionales
ordinarios del Hábeas Corpus, Amparo, Hábeas Data y Acción de Cumplimiento.
Pero, por otro lado, viene una última interrogante necesaria de esclarecimiento. Si,
a tenor de lo que se venía apreciando, el Tribunal Constitucional resulta ser el "Intérprete
Supremo" de la Constitución y si, en tal sentido, la doctrina jurisprudencial fallado por el
Tribunal Constitucional, debe seguir siendo acatado por el Poder Judicial. ¿Qué pasa si
éste, es decir, la judicatura ordinaria, podría apartarse de determinada tendencia
jurisprudencial proveniente del Tribunal Constitucional y replantea otro tipo de fallo,
alegando por ello, desde luego, un razonamiento judicial distinto al parecer de lo que ha
venido fallando el Tribunal Constitucional y ha venido siguiendo el propio Poder
Judicial?.
h) Los fallos del Poder Judicial que se apartan del Tribunal Constitucional o de su
doctrina jurisprudencial vinculante, sólo es admisible si es que termina en segunda
instancia favorable al justiciable; puesto que si el Poder Judicial se aparte de alguna
posición jurisprudencial del Tribunal Constitucional y decide denegar al justiciable
demandante alguna garantía constitucional, éste tendrá siempre expedito el recurso
extraordinario y el Tribunal Constitucional, en su sede, bien podría:
iii) Esto quiere significar, por otro lado, que sólo procede un apartamiento de la
doctrina jurisprudencial del Tribunal Constitucional por el Poder Judicial, cuando el
Tribunal, habiendo denegado al justiciable una Garantía Constitucional que, vía recurso
extraordinario, se le sometió a examen, cuando el propio Poder Judicial ha decidido
cambiar igualmente lo que con anterioridad había fallado. Es decir, estamos aquí ante este
esquema gráfico:
a') Ahora bien, si los jueces del Poder Judicial fallan declarando favorable alguna
garantía constitucional, el Tribunal Constitucional no entra a revisar nada. Se afirma el
carácter preferente de la protección de los Derechos Fundamentales por la Jurisdicción
Ordinaria.
Así las cosas, en el Perú aún no se presentan problemas de una envergadura tal,
que lleve a un serio conflicto entre el Tribunal Constitucional y el Poder Judicial; sin
embargo, no se descarta a futuro, sobre todo cuando la plenitud de sus integrantes del
futuro Tribunal Constitucional, verdaderamente más democrático, afirme su presencia
real, en el complejo organigrama de la jurisdicción constitucional peruano.
En suma, los vasos comunicantes del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional
en los marcos de las garantías constitucionales ordinarias del Hábeas Corpus, Amparo,
Hábeas Data, Acción de Cumplimiento etc., estarán imbricados a través del Recurso
Extraordinario. A la postre, la doctrina del Tribunal Constitucional a la que el Poder
Judicial se obliga a cumplir, debe ser siempre y necesariamente bajo los marcos de los
criterios de una sana doctrina de la interpretación de los Derechos Humanos: pro
libertatis; es decir, una preferencia por los derechos humanos(11); o el respeto a lo que la
doctrina europea denomina el contenido esencial de los derechos fundamentales o, como
apunta Francisco Fernández Segado, "el principio del mayor valor de los Derechos". A
ello se debe sumar el empleo de lo que Germán Bidart Campos denomina la "regla de
oro": que la Constitución, y con ella los Derechos Humanos, se deben interpretar de
conformidad con los tratados internacionales de derechos humanos en los que el Estado
se hace parte.
Por otro lado, debemos hacer la siguiente constatación y no otra cosa: cuando el
Poder Judicial ha decidido "apartarse" de la posición dominante del Tribunal
Constitucional, estamos, obviamente, ante un caso denegatorio de tutela judicial al
justiciable demandante. Esta posición no debe, desde luego, ser criticable, pues el Poder
Judicial o sus integrantes tienen legítimo derecho, dada las contingencias de la vida y
nuevos hechos frente a situaciones anteriores similares o análogas, decidir no admitir
fundada alguna garantía constitucional, por ejemplo una Acción de Amparo. A la larga,
será el Tribunal Constitucional el que, si es que se entabla el recurso extraordinario,
definirá dicho apartamiento. Será, en todo caso, el Tribunal Constitucional --reiteramos--
el que, horqueteado por nuevas razones de los jueces ordinarios; quizá bajo la entelequia
de una sólida y contundente teoría de la argumentación jurídica(12), admita o no la nueva
tendencia jurisprudencial. Pues no siempre el demandante o actor es el que ha de
corresponderle el derecho; sino y, por el contrario, al supuesto agresor o demandado que,
a la larga, viene a ser otro justiciable más con la misma impertérrita vara de la tutela
judicial efectiva a que tiene derecho.
En buen cuenta, y aquí apelamos a las reflexiones del tratadista español Eduardo
García de Enterría, al Tribunal Constitucional se le asigna una cierta función vigilante
general del sistema judicial ordinario en materia de Derechos Fundamentales y
Constitucionales, campo donde le deja normalmente actuar, y en el que sólo interviene si
se observa que alguna práctica judicial o alguna situación concreta puede requerir una
definición de la recta doctrina constitucional, definición que él --el Tribunal
Constitucional-- se reserva para sí(13).
Con todo, como muy bien afirma el profesor Miguel Aparicio Pérez, siempre hay
materias en que los dos sectores --Poder Judicial y Tribunal Constitucional-- se
interpenetran. O, dicho de otra forma: siempre habrá un campo donde la actividad del
Tribunal Constitucional será necesaria más allá del mero control de la actuación
jurisdiccional ordinaria, especialmente cuando dicho ámbito se refiere al tratamiento de
los derechos fundamentales que, por definición, son de permanente textura abierta y cuya
continua actualización corresponde en último extremo al propio Tribunal
Constitucional(15).
d) Por último, y como reflexión ad intra, quizá la principal enseñanza que tuvo el
caso en cuestión para quienes lo vivimos en el Tribunal, fue la concerniente a la
importancia de las deliberaciones y a la conveniencia de que éstas se prolonguen cuanto
sea necesario para aproximar criterios, integrar argumentos, enriquecer la
fundamentación y de ese modo evitar en lo posible fracturas internas. La exhaustividad
de la deliberación se alcanza cuando ya nadie tiene nada nuevo que decir y se repiten los
argumentos a favor o en contra del fallo. Sacar éste a votación siquiera sea un momento
antes de que se produzca el punto de exhaustividad es un error psicológico y
procedimental, apenas disculpable por la existencia de tesones e impaciencias que el
Tribunal jamás debe interiorizar(16).
NOTAS:
(*) La bibliografía peruana sobre el Tribunal Constitucional viene desde la existencia del antiguo
Tribunal de Garantías Constitucionales y más reciente sobre el actual Tribunal Constitucional con la
problemática que ella suscita en relación a la jurisprudencia y a sus relaciones con el Poder Judicial.
(**) Los arts. 39 y 40 de la Ley de Hábeas Corpus y Anparo siguen vigentes. Y ello guarda
perfecta concordancia con el art. 45 de la LOTC y art. 205 de la Constitución de 1993. En tal sentido, la
decisión del Estado peruano de apartarse de la Convención Americana aún no es un caso cerrado.
(***) Con una construcción más acabada, la doctrina alemana plantea algunos criterios materiales
para determinar el grado de fijación o definitividad de las sentencias del Tribunal Constitucional:
2) En segundo lugar, una vinculación total del Tribunal Constitucional a sus propias decisiones, la
necesidad de aceptar las sentencias anteriores sin poder volver sobre ellas, sería problemático en aquellos
casos en los que la primera decisión vinculante fuera errónea o equivocada. Aun estimando en la alta
calificación profesional de la magistratura constitucional, no puede de ningún modo excluirse. En
consecuencia, es necesario abandonar el dogma de que solamente una interpretación de una determinada
disposición podría ser considerada como correcta.
3) Finalmente, si la fijación de las sentencias del Tribunal Constitucional fuera tan absoluta que no
se admitiera una vía a la revisión por él mismo de sus propias decisiones, habría que aceptar,
inevitablemente, que una decisión equívoca del Tribunal Constitucional cambiaría de hecho la
Constitución, en cuento es evidente que, en tal caso, habría que atenerse, no al texto constitucional, sino
necesariamente a la decisión del Tribunal Constitucional.
Desde luego, esto no impide señalar que el ideal es que las sentencias del Tribunal Constitucional
expresen una fijación o estabilidad y que se ciña a criterios jurídicos y resuelva definitivamente. Es decir, el
Tribunal Constitucional debe crear una claridad jurídica y evitar futuros conflictos afirmando una seguridad
jurídica. Esta necesidad de que las sentencias del Tribunal Constitucional, en cualquier tipo de procesos que
vienen por recurso extraordinario, resuelvan definitivamente las contiendas constitucionales, con la
consiguiente característica de su vinculatoriedad es, al mismo tiempo que una exigencia para el
cumplimiento de las funciones que una institución de esta naturaleza tiene encomendadas, también un
requisito imprescindible para el mantenimiento de su independencia, expresamente afirmada en la cláusula
constitucional que establece "El Tribunal Constitucional es el órgano de control de la Constitución", así
como en su LOTC. La eliminación de eventuales "sentencias inconstitucionales", que exige una cierta
apertura al nuevo enjuiciamiento de cuestiones ya resueltas, y los principios de seguridad jurídica que
impidan el replanteamiento indefinido de las mismas cuestiones. Tensión que debe ser resuelta de acuerdo
con el principio de la "concordancia práctica", en la búsqueda de un equilibrio o un compromiso que
garantice la vinculatoriedad o fijeza de las sentencias constitucionales en la medida necesaria para la
terminación de las controversias, y la apertura y capacidad de cambio en cuanto no ponga en peligro la
función de pacificación del Tribunal Constitucional. Vid: BOCANEGRA SIERRA, Raúl: "El valor de las
sentencias del Tribunal Constitucional", Instituto de Estudios de Administración Local, Madrid, 1982,
pp. 26-29.
(1) Samuel ABAD precisa que "Hubiera sido conveniente que se definiera al Tribunal
Constitucional como el supremo intérprete de la Constitución, lo cual constituye una característica esencial
de esta clase de tribunales (...). Pese a ello, la Ley 26435 ha introducido puntuales dispositivos que nos
permiten concluir que aunque no se le diga en forma expresa, el Tribunal Constitucional es el intérprete
supremo de la Constitución". El sustento de esta afirmación, se encuentra en el art. 39, 48 y la primera
disposición general de la LOTC. Vid.: "La jurisdicción constitucional en la Carta Peruana de 1993:
Antecedentes, balances y perspectivas", en Una mirada a los Tribunales Constitucionales. Las
Experiencias Recientes, CAJ, Lima, Serie Lecturas Constitucionales Andinas, No 4, 1995; p. 218. Por otro
lado, puede consultarse también a BLUME FORTINI, Ernesto: "El Tribunal Constitucional peruano como
Supremo Intérprete de la Constitución", en Derecho, PUC, Lima, No 50, Diciembre 1996; LANDA, César:
"Del Tribunal de Garantías Constitucionales al Tribunal Constitucional: el caso peruano", en
Pensamiento Constitucional, No 2, 1993.
(5) Samuel Abad expresa "En nuestro modelo de jurisdicción Constitucional el trámite de los
procesos de hábeas corpus, amparo, hábeas data y acción de cumplimiento corresponde tanto al Poder
Judicial --dos instancias-- como al Tribunal Constitucional que conoce en última instancia las resoluciones
denegatorias. Por ello, si en segunda instancia el Poder Judicial acoge favorablemente la demanda, la
resolución adquirirá carácter de cosa juzgada. Precisamente, en fecha reciente, la 4ta. disposición transitoria
de la Ley 26435, interpretada por la Ley 26446, ha regulado transitoriamente este trámite en tanto no se
apruebe la nueva ley de garantías o procesos constitucionales. Se ha dispuesto que por regla general, las
"acciones de garantía" se interpondrán ante el Juzgado Civil o Penal que corresponda y que la Corte
Superior respectiva conocerá en segunda instancia. En caso que la resolución sea denegatoria, se acudirá
directamente al Tribunal Constitucional, evitando el paso por la Corte Suprema". "El valor de la
jurisprudencia constitucional en el ordenamiento jurídico peruano", en La Constitución de 1993. Análisis
y Comentarios, Vol. II, Serie Lecturas sobre Temas Constitucionales, CAJ, Lima, No 11, 1995, pp. 246-
247.
(6) SAGÜES, Néstor Pedro: "Cosa Juzgada Constitucional. Modelos y correcciones", en Revista
Jurídica, Organo Oficial del Colegio de Abogados de La Libertad, No 133, enero-diciembre de 1995, pp.
179-180.
(7) Vid, al respecto a MORTATI, Costantino: "Le opinioni Dissenzienti Del Giudice costituzianali
ed Internazionali", Quaderni della Giuriprudeza costituzionale, Milano Dott A. Giuffré - Edit, 1964.
(9) GARCIA BELAUNDE, Domingo: "El Amparo y la Cosa Juzgada Fraudulenta", en Síntesis,
16 de octubre de 1998. Igualmente a QUIROGA LEON , Aníbal: "La nulidad de cosa juzgada fraudulenta
y la Acción de Amparo Constitucional", en Derecho, PUC, No 45, Lima, 1995.
(10) Samuel ABAD YUPANQUI, uno de los más lúcidos exponentes del Derecho Procesal
Constitucional en el Perú sostiene que, respecto a la "obligatoriedad de la jurisprudencia" que los jueces sí
pueden apartarse del precedente (entre ellos mismos) con la debida fundamentación. "Esta afirmación ...
resulta válida tratándose de decisiones del Poder Judicial, mas no cuando se trata de la doctrina
jurisprudencial del Tribunal Constitucional, pues en tal caso es de aplicación la primera disposición general
de la LOTC. Dicha norma subordina la interpretación del Poder Judicial a la del Tribunal Constitucional".
(Cfr. "El valor de la jurisprudencia constitucional en el ordenamiento jurídico peruano", op. cit., p.
249).
(11) BIDART CAMPOS, Germán: Teoría General de los Derechos Humanos, op. cit. pp. 386 y
ss.; HERRENDOR, Daniel y BIDART CAMPOS, Germán: Principios de Derechos Humanos y
Garantías; op. cit.; PECES-BARBA, Gregorio: Curso de Derechos Fundamentales. Teoría General, U.
Carlos III de Madrid, op. cit., pp. 569 y ss.; PEREZ LUÑO, Antonio: Los Derechos Fundamentales, op.
cit., pp. 25 y ss.; del mismo autor: Derechos Humanos, Estado de Derecho y Constitución, op. cit., pp.
132 y ss.; FERNANDEZ SEGADO, Francisco: La Dogmática de los Derechos Humanos, op. cit., pp. 57-
82; LUCAS VERDU, Pablo (Compilador): Prontuario de Derecho Constitucional, Edit. Comares,
Granada, 1996, pp. 127 y ss.; MIRANDA, Jorge: Manual de Derito Constitucional, Vol. IV, Coimbra
Edit., 2da. Edic., 1993, pp. 31 y ss.; SALDAÑA, Javier (Coordinador): Problemas actuales sobre
Derechos Humanos. Una propuesta filosófica, UNAM, México, 1997; BALLESTEROS, Jesús (Editor):
Derechos Humanos. Concepto. Fundamento. Sujetos, Tecnos, Edit. Madrid, AA.VV.: Los Derechos
Humanos. Significación, Estatuto Jurídico y Sistema (Edición a cargo de Antonio-Enrique PEREZ
LUÑO), U. de Sevilla, 1979; FERNANDEZ, Eusebio: Teoría de la Justicia de los Derechos Humanos,
Colección Universitaria, Editorial Debate, Madrid, 1987.
Porcentaje
Resuelto 69.14% 79.06% 47.18% 58.33% 71.43% 51.22% 100% 72.17%
(15) APARICIO PEREZ, Miguel A.: "La aplicación de la Constitución por los jueces y la
determinación del objeto del Amparo Constitucional", en Revista del Centro de Estudios
Constitucionales, No 3, Mayo-Agosto 1989.