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2006/18

área salud economía y sociedad

La sociología y la medicina: por qué, para qué y cómo


construir puentes?1

Silvina Ramos2

CEDES, Buenos Aires, Argentina3

Sánchez de Bustamante 27 1173 Buenos Aires / Argentina (54-11) 4861-5204 / Fax: 4862-0805 www.cedes.org
1
La sociología y la medicina: por qué, para qué y cómo construir
puentes?1
Silvina Ramos2
CEDES, Buenos Aires, Argentina3

El objetivo de este trabajo es reflexionar sobre el vínculo entre la medicina y las ciencias
sociales a la luz de sus respectivas trayectorias, al tiempo que señalar algunos de los
obstáculos presentes para una colaboración más productiva entre estos dos campos del
saber y de la intervención sobre la salud/enfermedad.

En el caso de las ciencias sociales, la experiencia internacional muestra que, en aquellos


países en que éstas han logrado desarrollarse e implantarse, el binomio
salud/enfermedad pasa a constituirse en uno de los principales focos de interés de estas
ciencias. Un interés que se expresa en el creciente número de profesionales y
académicos, y de instituciones de investigación y docencia de grado y de posgrado,
volcados al estudio y la intervención sobre los problemas médico-sanitarios, así como en
la publicación de revistas especializadas. En muchos lugares, la antropología de la salud
y la sociología de la salud representan las especialidades o subdisciplinas con mayor
peso relativo en términos de la cantidad de graduados que se dedican a ellas, en el marco
de sus respectivas disciplinas mayores, y es también notorio que está aumentado el
contingente de economistas que se concentran en el análisis de los sistemas de salud.

Algunos ejemplos de lo anterior en los países desarrollados:


♦ En Europa, hacia fines de los 80, habían sido identificadas más de 1500 profesionales
en 27 países diferentes como sociólogos de la salud, una masa crítica que había
servido como referente para la formación de la European Society for Medical
Sociology en 1983.
♦ En el año 2001estaban registrados 1007 miembros en la Medical Sociology Section,
de la American Sociological Association, lo que equivale al 8.14% del el total de sus
miembros (12368), lo cual la hacía la más importante, númericamente hablando, entre
sus 23 grupos de especialidades.
♦ Por el lado de la antropología médica, actualmente en los Estados Unidos, la Society
for Medical Anthropology perteneciente a la American Anthropological Association
cuenta con 1700 miembros, lo que equivale al 17% del total de sus miembros (10500).

1
Trabajo final del seminario de doctorado “Las paradojas de la medicalización. Etnografía,
profesionalización y política: una comparación entre la profesión médica y la antropológica,
dictado por el Prof. Joseph Comelles, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos
Aires.
2
Socióloga, directora e investigadora titular del CEDES.
3
Centro de Estudios de Estado y Sociedad, Sánchez de Bustamante 27 (1173) Buenos Aires,
Argentina. Fax (54-11) 4862-0805. Teléfonos (54-11) 4865-1707/1704. Email salud@cedes.org
Webpage: www.cedes.org
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Tres razones explicarían esta tendencia en las ciencias sociales. En primer lugar, el
convencimiento de que la salud/enfermedad es uno de los terrenos más fértiles para la
aplicación y puesta a prueba de las teorías, metodologías y técnicas de las ciencias
sociales. En segundo, la centralidad que han cobrado el sector salud y los fenómenos que
lo acompañan, dentro de la sociedad, el mercado y el escenario público y político, y por
último, pero no por ello menos importante, el hecho de que este ámbito de especialización
ofrece oportunidades de inserción laboral a los científicos sociales, como investigadores,
planificadores, evaluadores, gerentes de programas, etc.

Simultánea y complementariamente, fuera de las ciencias sociales, la experiencia


internacional también indica que se está afianzando la legitimidad y el reconocimiento
adjudicados a estas ciencias para tomar la palabra y actuar respecto de la
salud/enfermedad. Inclusive la medicina, profesión y a la vez saber que sin lugar a dudas
ocupa todavía un lugar predominante en esta esfera, se exhibe mucho más permeable
que en el pasado a los aportes de las ciencias sociales y a trabajar interdisciplinariamente
o, al menos, multidisciplinariamente. Al cabo, parecería que la presencia y la aceptación
de las ciencias sociales se ha tornado casi inevitable.

Algunos síntomas o indicios de este reconocimiento: en Gran Bretaña, The Lancet,


posiblemente la revista científica de medicina más famosa y prestigiada del mundo, abrió
a partir de abril de 1991 una sección denominada "Medicina y Cultura" (The Lancet,
mayo, 1991). Uno de los motivos para esta innovación descansaba en el surgimiento y la
visibilidad de un volumen cada vez más grande y significativo de valiosos estudios
antropológicos en materia de salud/enfermedad. La sección fue inaugurada por Littlewood
y Helman, dos de los antropólogos médicos más conocidos. En esa ocasión en el editorial
de esa sección, se señalaba que "Los médicos no deben sorprenderse más cuando sus
intentos por proyectar ideas de la medicina occidental a otras sociedades no funcionen o
produzcan resultados no esperados". O sea, se admitía como problema prioritario de
investigación -y de intervención- la necesidad de entender la forma en que las
poblaciones, la gente de otras culturas, traducen la información que los profesionales y las
instituciones de salud suministran, así como la forma en que esta información guía la
búsqueda de atención médica.

Se podría añadir que no sólo en las sociedades en vías de desarrollo suelen presentarse
problemas, "ruidos" en la comunicación, o equívocos en lo concerniente a la "traducción"
o resignificación por parte de la población de los mensajes de la medicina occidental, sino
que existen sobradas evidencias de que dichos problemas se presentan también en las
poblaciones de los propios países desde donde el modelo de la medicina occidental se
proyecta.

Aunque podrían citarse muchos más ejemplos o síntomas del reconocimiento que por
fuera de las ciencias sociales están ganado las mismas, puede resaltarse
emblemáticamente sólo uno: la Organización Mundial de la Salud (OMS),
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mayoritariamente integrada por médicos, promueve y apoya explícitamente la
investigación antropológica y en otras ciencias sociales en varios de sus programas (el
IET -Programa de Investigación en Enfermedades Tropicales- o el HRP –Programa de
Reproducción Humana.

En realidad, haciendo un poco de historia y aunque la constitución de la sociología y la


antropología de la salud como subdisciplinas académicas y grupos intraprofesionales es
relativamente reciente (digamos, no más de 50 años), hay que advertir que el
reconocimiento de que entre “lo social y cultural” y la salud/enfermedad existe algún tipo
de relación, es de antiquísima data.

Podemos remontarnos a la Antigua Grecia, concretamente a los textos de Hipócrates -


unos 400 años antes de Cristo-. A esta escuela, la hipocrática, le corresponde el mérito de
formular por primera vez criterios de atención y cuidado de la salud sobre fundamentos
racionales, rechazando las explicaciones sobrenaturales acerca de la enfermedad
(pensamiento mágico, espíritus malignos). El conocimiento médico debía derivar de una
adecuada comprensión de la naturaleza y de la relación causa-efecto. Pero aquí, la idea
de naturaleza no se agotaba en una estrecha dimensión físico-orgánica-biológica, sino
que se hacía mucho más amplia. El bienestar humano era influido por la totalidad de los
factores ambientales y del entorno. En el tratado On Airs, Waters and Places, Hipócrates
urgía a los médicos a examinar las estaciones, los vientos, el agua, el emplazamiento de
las ciudades, el suelo, etc., de modo de discernir a partir de estos elementos las
enfermedades epidémicas, y además concebía a las enfermedades como características
de las poblaciones, en el sentido de que ponía un particular énfasis causal en el modo y
los hábitos de vida de la población: si bebían mucho o poco, y qué, si se alimentaban bien
o mal, si eran sedentarios o atléticos, si eran industriosos o inactivos, etc. (Tratados
Hipocráticos II, 1986).

Haciendo un gran salto en el tiempo, tenemos que a fines del siglo XVIII y principios del
XIX, con el advenimiento de la Revolución Industrial y el concomitante proceso de rápida
urbanización, vuelve a plantearse y se recrea con fuerza la preocupación por la relación
entre la salud/enfermedad y las condiciones de vida de la población. En ese momento, el
sentido común y la experiencia práctica ponen de relieve que el alimento, el agua, el aire,
el hacinamiento, las condiciones de habitación, la sobre-explotación de la fuerza de
trabajo, etc., incidían en la mortalidad, a través de la propagación de enfermedades
transmisibles (tifus, tuberculosis, sarampión, cólera, etc.), imponiéndose como respuesta
del estado el establecimiento de medidas de higiene pública, profilaxis, salubridad y
saneamiento.

En 1848, el alemán Rudolph Virchow (uno de los fundadores de la patología celular) es


enviado por el gobierno prusiano a investigar la epidemia de tifus que estaba asolando la
Alta Silesia, región castigada a su vez por la hambruna. Uno de los historiadores de la
medicina más famosos, E. H. Ackerknecht (1982), cuenta que el informe presentado por
Virchow contenía penetrantes hallazgos clínicos y patológicos en el marco de un análisis
en el que combinaba lo que hoy llamaríamos observación socioantropológica y
epidemiología. Además de responsabilizar al gobierno prusiano por la epidemia y el
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hambre, Virchow proponía como soluciones de fondo a los problemas de la región la
educación, la libertad y la prosperidad, mucho más que paliativos de corto plazo como el
envío de comida y medicamentos. Así fue como el nombre de Virchow pasó a la historia,
entre muchas otras razones, por su recurrente citado aserto de que "La Medicina es una
ciencia social, y la política no es otra cosa que la medicina a gran escala".

Paradójicamente, no muchos años después que Virchow acuñara aquella célebre frase,
que en cierto modo resumía el programa político y científico que reivindicaba el
movimiento de la "medicina social" francesa (Jules Guerin, Louis René Villermé) y
alemana (Solomon Neumann, Rudolf Leubescher y el propio Virchow), la medicina
atravesaría un punto de inflexión a partir del cual se abriría un largo período de divorcio y
alejamiento entre ella y las ciencias sociales.

En efecto, desde 1870 en adelante, los espectaculares avances y éxitos de la


bacteriología, hicieron que la mirada y el enfoque de la medicina se concentren en la
causación biológica de la enfermedad. Con la teoría del germen, se instala un paradigma
que hace corresponder a cada enfermedad con una específica causa patogénica. El
aislamiento de -y, consiguientemente, la posibilidad de abatir- los agentes responsables
de la fiebre tifoidea, la TBC, el cólera, la difteria, la lepra, la sífilis, el tifus, etc., avalan el
triunfo epistemológico de ese paradigma, reforzado por el acelerado desarrollo de los
saberes en materia de medicina interna, anestesiología e inmunología. En el interior del
pensamiento médico moderno, las causas sociales de la enfermedad son eclipsadas por
los micro-organismos.

En esta línea, durante muchos años, las condiciones sociales de la salud/enfermedad


fueron confinadas a la periferia de la explicación científica, no siendo casual que la Salud
Pública y la rebautizada Medicina Social (claro está, ahora una medicina social muy
distinta a la soñada por Virchow) se abocaran básicamente al control de vectores y a la
inmunización. El pensamiento dominante en salud se eclipsó entonces alrededor de las
relaciones de causa y efecto de los gérmenes. A ello se sumó, el ascenso de la institución
hospitalaria como espacio de intervención curativa sobre el individuo, haciendo que la
dimensión de la salud individual se afirmase como terreno de la acción/intervención.
Paralelamente, el hospital se constituyó en espacio de fragmentación del trabajo médico,
concentración tecnológica e inversión del capital en salud (Foucault, 1978, 1985;
Cockerman, 1989).

Llegamos así al denominado "modelo biomédico", cuyo dominio sobre la teoría y la


práctica médica es universalmente aceptado actualmente. Con esto no se pretende
afirmar que la práctica y la teoría de la medicina actual se agoten en ese modelo, y que la
una y la otra no admitan matices que lo complejizan o incluso contradicen (Gaines and
Hahn, 1982; Hahn and Gaines, 1985). Simplemente, quiere indicarse que el modelo
sigue siendo el eje y la matriz de la conceptualización y la elaboración cognitiva de la
realidad inherente a la salud/enfermedad desde la óptica de la medicina institucionalizada
(Helman, 1994; Comelles, 1993, 1997; Menéndez, 1978, 1992; Mishler, 1981).
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Importa en este punto recordar algunas de las premisas o presupuestos de la
biomedicina. Por contraste, ello servirá para aproximarse a lo que las ciencias sociales
postulan en relación a la salud/enfermedad y a cómo éstas indagan esa problemática.

Para la biomedicina:
♦ la enfermedad consiste en una desviación respecto al funcionamiento biológico normal
(en otros modelos predomina la idea de armonía, adaptación activa, ajuste, balance,
etc., con el medio natural, social e incluso cósmico);
♦ toda enfermedad se encuadra en una etiología específica. La doctrina de la etiología
específica terminó expandiéndose desde las enfermedades infecciosas hacia otras
que podrían ser producidas por lesiones fisiológicas o deficiencias en los procesos
metabólicos y de crecimiento. La enfermedad se origina en la entrada en el cuerpo de
un virus, bacteria o parásito, o bien en una deficiencia interna, identificable en un gen
(sin embargo, bajo circunstancias naturales rara vez una infección produce una
enfermedad fatal: los desórdenes patológicos se desencadenan únicamente cuando la
resistencia natural a los parásitos, bacterias, etc., está minada por las condiciones en
que se vive);
♦ al margen de los períodos históricos, las diferentes culturas y sociedades, cada
enfermedad tiene rasgos específicos y distintivos que son universales a toda la
especie humana. La taxonomía de enfermedades es genérica (sin embargo, hay una
crucial diferencia entre la definición de un proceso biológico y las definiciones clínicas
de los signos y síntomas: la medicina no es simplemente una biociencia, sino una
biociencia aplicada).

El señalado divorcio y alejamiento entre medicina y ciencias sociales no fue provocado


exclusivamente por el éxito y la hegemonía del modelo biomédico dentro de la medicina.
En realidad, más o menos para la misma época en que la bacteriología empezaba a dotar
de mayor eficacia comparativa a la alopatía vis-a-vis cualquier otro tipo de modelo
diagnóstico o terapéutico competidor, desde el lado de las ciencias sociales -sobre todo,
de la sociología- ocurrieron algunas cosas que también estimularon dicho
distanciamiento, y a su vez el propio y temporal distanciamiento de las ciencias sociales
en relación a la salud/enfermedad como objeto de estudio y reflexión en general.

Los nombres de Durkheim, Weber, Simmel, etc., (esto es, algunos de los "padres
fundadores" de la sociología) permiten evocar que la sociología surge y madura científica
y teóricamente al hilo de una abierta pugna y combate con las teorías biológicas --
biologistas- que intentaban explicar el comportamiento humano en virtud de ciertas
características innatas. Concretamente, la teoría sociológica se desarrolla resistiendo y
criticando la "importación" del biologismo al pensamiento social, una "importación" que se
expresaba en el organicismo de Herbert Spencer -para quien la sociedad tenía una
estructura y un funcionamiento analógico al de las especies animales más evolucionadas-
y en el darwinismo social.

El rechazo al biologismo empujó de hecho a la sociología fuera de las preocupaciones


que directa o indirectamente tenían algo que ver con la medicina, como, por ejemplo, la
salud, la enfermedad, el cuerpo, etc. Por otra parte, en ese período fundacional de la
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sociología, los grandes teóricos procuraban dar cuenta de las coordenadas más
generales que explicaban la estructura y la índole de la sociedad. Y a diferencia de la
religión, el derecho, la política, los modos de producción, etc., la medicina era ignorada
porque no se la consideraba todavía como una institución que condicionara crucialmente
tales estructura e índole.

Charles Mc Intire (1894) con "The Importance of the Study of Medical Sociology" y
James Warbasse (1910) con "Medical Sociology: A Series of Observations Touching
upon the Sociology of Health and the Relation of Medicine to Sociology", son los
primeros en utilizar el término “sociología médica”. Ambos sostenían que la enfermedad
no es un fenómeno puramente biológico y que la vida social configura el contexto en
que se desarrolla la práctica de la medicina.

A pesar de estos primeros pensamientos avanzados, el verdadero "retorno" del interés


por la relación entre sociedad, cultura y salud/enfermedad, y la incorporación de esta
última problemática al ámbito de las ciencias sociales empieza a producirse en los años
posteriores a la Segunda Guerra Mundial. En el caso de los Estados Unidos, este retorno
e interés vinieron de la mano de la inquietud por el estudio de los factores socio-culturales
en la etiología de la enfermedad mental. Una inquietud detonada por la prevalencia
(aparentemente muy alta) de desórdenes psiquiátricos diagnosticados durante la
selección de población masculina para el servicio militar, con motivo de aquella guerra.
Institucionalmente hablando, la emergencia o reemergencia de las ciencias sociales en
salud se vio estimulada por la expansión y el apoyo de los National Institutes of Health,
muy en especial y no casualmente el National Institute of Mental Health.

Gradualmente, los sociólogos "generales" o "generalistas" –permítase el eufemismo con


la medicina- fueron utilizando datos e instituciones vinculadas con la salud para poner a
prueba e ilustrar las teorías sociológicas. Ello a causa del descubrimiento o la
circunstancia de que advirtieron que estaban ante una problemática, cuya riqueza
empírica y heterogeneidad les servía como materia prima y referencia para pensar
conceptos y dilemas intrínsecamente sociológicos. En esta dirección, se dieron cuenta
que la noción de enfermedad remitía a temáticas como las del control social, la desviación
social y la sociología del conocimiento; la distribución de la enfermedad, al rol del enfermo
y a la teoría de los roles; los médicos a la sociología de las profesiones e indirectamente a
la socialización adulta, y el hospital a la burocracia.

En 1957, Robert Strauss introduce la distinción entre Sociología en la Medicina y


Sociología de la Medicina (Strauss, 1957). La primera involucraba a los sociólogos que
proporcionaban su conocimiento y métodos de investigación para la producción de
información útil a los médicos, servicios de salud e instancias decisoras de las políticas
del sector. Sus temas y muchos de sus conceptos venían definidos desde la medicina.
Como lugares arquetípicos de trabajo para estos sociólogos, cabía imaginar las escuelas
de medicina, los hospitales y las agencias gubernamentales de salud pública, en los que
sus funciones los aproximaba al estereotipo del especialista en confeección de encuestas
que se desempeña como rueda de auxilio del equipo médico. La Sociología de la
Medicina, por su parte, abordaba la salud y la medicina como fenómenos sociales, con
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valores normas, rituales, estructuras organizacionales, etc., analizables bajo el prisma de
la teoría sociológica. Sus preguntas y nociones eran formuladas desde la propia
sociología. Los lugares de trabajo para estos sociólogos parecían naturalmente los
departamentos universitarios de sociología.

La diferenciación trazada por Strauss fue perdiendo vigencia en los Estados Unidos y,
en verdad, nunca llegó a cobrar entidad en Europa. Más allá de la opacidad o nitidez de
los límites entre una y otra, actualmente nos encontramos con un escenario en el cual la
presencia y aceptación de las ciencias sociales ha terminado por tornarse inevitable.

Cuáles son las razones de esta situación? Al margen de su consolidación endógena,


en los planos académico, corporativo, político y técnico, las ciencias sociales son
actualmente convocadas por la medicina debido a las siguientes razones:

♦ La transición epidemiológica: las transformaciones habidas en los perfiles


epidemiológicos, que han dado pie a la prevalencia de enfermedades crónico-
degenerativas, en cuya prevención juegan un papel crítico la conducta, las actitudes,
las prácticas sociales y los estilos de vida de la población. En este sentido, el SIDA ha
operado como una piedra de toque; por el momento, no hay ante esta epidemia
respuestas unívocamente médicas que sean eficaces, ni en el tratamiento ni mucho
menos en su anticipación;
♦ La permanencia y la cíclica reaparición de enfermedades infecto-contagiosas en
abstracto fácilmente desterrables. La humanidad cuenta actualmente con vacunas
para muchas de ellas. Sin embargo, reaparecen una y otra vez. Entonces, termina
volviéndose ineludible ir más allá de las causas biológicas y detenerse en las causas
estructurales de la desigualdad y la privación sociales, caldo de cultivo para el
florecimiento de micro-organismos descriptos hace más de un siglo;
♦ La necesidad de hacer más racional el gasto y el funcionamiento del sector salud y
sus instituciones, desafío que generalmente desborda las destrezas y calificaciones de
los médicos comprometidos con la asistencia;
♦ El surgimiento de nuevos problemas/temas/issues en la agenda del sistema de salud,
frente a los cuales los científicos sociales, por lo menos aparentemente, son los más
aptos para abordarlos. Por ejemplo, el de la satisfacción del paciente como
componente axial de la calidad de atención.

¿Cuáles son los aportes de las ciencias sociales a la comprensión de estos procesos y
nuevas realidades? Una forma rápida, exhaustiva y directa de contestar esta pregunta
consiste en revisar alguna de las revistas especializadas, como, por ejemplo, Social
Science and Medicine, la Revista Mexicana de Salud Pública, los Cadernos de Saude
Publica, los Cuadernos Médico-Sociales, el Journal of Health and Social Behavior, entre
otras. Esos aportes aunque están íntimamente imbricados, puede analizárselos en tres
niveles diferentes: teórico-conceptuales, temáticos y técnico-metodológicos.

Los aportes teórico-conceptuales derivan de un punto de vista y de unas premisas muy


distintas a las que esquemáticamente se describieron para la biomedicina. Para las
ciencias sociales, la salud/enfermedad no sólo están afectadas en su génesis, desarrollo
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y consecuencias por la sociedad, la cultura y el momento histórico en que los seres
humanos viven y se reproducen, sino que en sí mismas constituyen y se construyen como
realidades socio-culturales (Lindenbaum and Lock,1993).

Cuando un veterinario diagnostica una condición de la vaca como enferma, él no cambia


la conducta de la vaca meramente con el diagnóstico. Pero cuando un médico diagnostica
una enfermedad humana como enfermedad, él cambia la conducta del hombre a través
del diagnóstico: un estado social se añade al estado biofísico mediante la asignación del
significado de enfermedad al mal (Freidson, 1977). La diferencia entre las vacas y
nosotros es que los seres humanos tenemos lenguaje, capacidad de simbolización, lo
cual hace que la realidad humana tenga esencialmente un carácter interpretativo. Que
pueda existir un alto grado de consenso acerca de qué signos y síntomas físicos son
indeseables sobre una gran cantidad de condiciones designadas como "enfermedad", no
debe hacer perder de vista que, aunque ese consenso resulte muy alto, esa condición
deja de ser una construcción social fruto del conflicto y el consenso entre diversas
perspectivas.

En el caso de la enfermedad física, de raíz biológica, el consenso a veces es tan general


y tan dado por supuesto que se da una inclinación natural a atribuirle una realidad
independiente de nuestros acuerdos. Son las personas, los sujetos, bajo la compleja
determinación de un cierto tipo de familia, clase social y comunidad, quienes portan
enfermedades, reaccionan ante ellas buscando o no atención en médicos, otros
curadores o profanos, las enuncian y clasifican con su propio bagaje lingüístico,
estigmatizan o se solidarizan con los que las padecen, se sienten más o menos
vulnerables, adoptan pautas preventivas, disponen o están privados de los medios para
demandar prestaciones médicas o cumplir los tratamientos que les prescriben, etc. Para
las ciencias sociales, la salud/enfermedad se hace acreedora a un saber científico, con
independencia de los factores biológicos.

Por otra parte, las ciencias sociales sostienen que los modos en que las sociedades y las
culturas encaran colectivamente la respuesta a la enfermedad y el mantenimiento de la
salud de sus poblaciones, están sujetos a fuerzas e intereses políticos, ideológicos y
económicos. Y que la medicina es una práctica social influida por estas fuerzas e
intereses, que se desarrolla en instituciones con perfiles particulares. Además, desde el
ángulo de las ciencias sociales, los principios epistemológicos de la medicina, sus
patrones de racionalidad, neutralidad y objetividad, y la causalidad imputada a los
elementos biológicos y bioquímicos, pueden ser pasibles de una lectura en clave
histórico-cultural y, por lo tanto, ser relativizados (Payer, 1990).

A la luz de esta mirada, las ciencias sociales, al analizar la problemática y el universo de


la salud/enfermedad, han recurrido al arsenal de conceptos que configuran su acervo. En
este esfuerzo y al ser aplicados a esa problemática, conceptos como los de clase social,
representación social, status, estado, habitus, discurso, rol, imaginario social,
estratificación, género, socialización, poder, etc., han mostrado su utilidad y a su vez se
han enriquecido al calor de esa aplicación.
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Sin pretensión alguna de exhaustividad, puede puntualizarse que las preguntas y
dilemas típicamente abordados por los científicos sociales -fundamentalmente, los
sociólogos y antropólogos- de la salud son las siguientes:

♦ ¿Por qué y cómo ciertos factores/variables socioeconómicos y culturales se asocian


con o afectan la salud y la enfermedad? Entre estos factores/variables podemos incluir
la clase social, el género, la edad, la ocupación, el nivel de instrucción, la posición en
la unidad familiar, etc.
♦ ¿Cómo la gente percibe, define, procesa y resuelve sus problemas de
salud/enfermedad?
♦ ¿Cuáles son las funciones y las dinámicas sociales de las instituciones y
organizaciones de la salud?
♦ ¿Cuál es la relación entre los sistemas de atención de la salud y otros sistemas
sociales? (por ejemplo, el económico, el político, el cultural, etc.)
♦ ¿Qué comportamientos, representaciones y discursos caracterizan a los agentes
prestadores (individuales e institucionales) de salud y a los pacientes/usuarios de los
servicios de salud?

En segundo lugar, en términos de su aporte temático, las ciencias sociales han transitado
una amplísima gama de tópicos. Temas que han ido variando y acrecentándose, en virtud
de las polémicas y de las lagunas detectadas en las teorías, pero sobre todo como
reacción a las nuevas realidades que se han ido presentando. Sería imposible enunciar la
totalidad de esa gama de tópicos. A título ilustrativo, vale enumerar algunos de los temas
abordados por las ciencias sociales de la salud en un solo país, el Brasil, en los años
recientes, según una revisión hecha por Ana María Canesqui : políticas públicas de salud,
instituciones médicas psiquiátricas, saberes y prácticas relativos a los sistemas
alternativos de cura, reproducción humana y sexualidad, el cuerpo, relaciones entre
trabajo y salud, relación médico-paciente, movimientos sociales en salud, etc. (Canesqui,
1997)

Por último, respecto a los aportes técnico-metodológicos, las ciencias sociales tienen
acumulados sobrados antecedentes en metodologías cuantitativas, antecedentes que les
vienen proporcionados, sobre todo, por la sociología. Más exactamente, por la sociología
que se realiza con información estadística secundaria o con sondeos y encuestas a
muestras representativas de población. Esta vertiente de las ciencias sociales -sean o no
sus temas los de la salud/enfermedad- se despliega dentro de cánones que se
emparentan con los aceptados por la investigación médica, verbigracia, la investigación
clínica y epidemiológica. Hoy en día en muchos estudios médicos los datos se procesan
con el SPSS (Statistical Package for Social Sciences), programa masivamente utilizado
por las ciencias sociales en su modalidad cuantitativa.

Pero las ciencias sociales abrevan también en otra tradición: la de las metodologías
cualitativas, tributaria, entre otras fuentes, de la antropología y de la sociología, al estilo de
la Escuela de Chicago en su época de apogeo, allá por los años '20 y '30. Las
metodologías cualitativas trabajan con las palabras; con técnicas de recolección de datos
como la entrevista en profundidad o semi-estructurada, los grupos focales, la observación
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sistemática o participante, las historias de vida, los diarios personales, etc., y otras
todavía poco difundidas en América Latina, como las free lists (listados de libre
enumeración) o los pile sorts (agrupamientos en pilas); con muestras no probabilísticas,
en las que la selección de las unidades se decide con arreglo a su cualidad relevante en
cuanto al tema; con información que se registra bajo la forma de verbatim de los sujetos
investigados, o de transcripciones o notas hechas por el investigador al hilo de su
inmersión en el mundo que examina (Llovet y Ramos; 1995).

En la investigación cualitativa, el principal recurso heurístico es el propio investigador, que


se torna instrumento de medición. Un instrumento de medición que se aplica a lo largo de
un intenso contacto con el ambiente en estudio y mediante un estrecho acercamiento a
los sujetos que forman parte de él. Es consustancial a las metodologías cualitativas la
adopción de una perspectiva que prioriza la aprehensión endógena del problema desde el
punto de vista de los sujetos investigados, y trata ante todo de entenderlo según éstos lo
perciben y categorizan (Spradley, 1980).

La investigación cualitativa permite comprender los significados que los sujetos asignan a
las cosas y a los demás sujetos, así como a las relaciones con las unas y los otros. Su
meta es recuperar el sentido de las acciones humanas a partir de las vivencias y del
esquema cognitivo de quienes las ejecutan, detectando, describiendo y explicando la
trama de aquellos significados, su articulación y jerarquización, en virtud del contexto
cultural particular en que los sujetos coexisten. Paralelamente, compara a los sujetos y a
los grupos de los que son miembros, a fin de detectar homogeneidades y
heterogeneidades.

Dadas estas trayectorias y diferencias constitutivas de las formas de abordar el fenómeno


de la salud y enfermedad por un lado, y la cada vez más promovida colaboración entre la
medicina y las ciencias sociales por el otro, sería prudente dar cuenta también de los
obstáculos que actualmente aparecen en el camino de esa convivencia. Estos obstáculos
pueden entenderse como malestares que ambas comunidades profesionales padecen.
Revisemos algunos de los más notorios.

En primer lugar, el malestar que podemos dar en llamar "hay demasiados invitados a la
cena". Por su propia naturaleza, por los desafíos que plantean los avances científico-
tecnológicos y las nuevas realidades epidemiológicas y, además, como producto de la
compleja relación de fuerzas entre las disciplinas y profesiones que intervienen, la
salud/enfermedad se ha ido construyendo como un campo eminentemente
multidisciplinario. A ello hay que añadir que los problemas de salud/enfermedad favorecen
un tipo de investigación "orientada a problemas", en la que el problema a estudiar
condiciona los instrumentos cognitivos pasibles de ser empleados, y en la que la borrosa
dicotomía básica-aplicada tiende a inclinarse hacia el segundo de estos términos,
debiendo privilegiarse la pluralidad de saberes vis-a-vis la insularidad profesional.

Actualmente, aunque con poderes y autoridades relativas diferenciales y con mayor o


menor pertinencia según el asunto en particular, una larga lista de profesionales está en
condiciones de intervenir intelectual y/o prácticamente en este terreno: enfermeros/as,
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psicólogos/as, demógrafos/as, médicos/as, trabajadores/as sociales, economistas,
farmacéuticos/as, abogados/as -piénsese en los juicios por mala praxis-, filósofos/as -
piénsese en la bioética-, antropólogos/as, comunicadores sociales, odontólogos/as,
sociólogos/as, etc.

La "democratización" del campo de la salud/enfermedad y su contracara "el malestar de


demasiados invitados a la cena" ha provocado más de un desajuste, no sólo en los
vínculos entre profesionales dedicados a este campo, sino también en las auto-
identidades y auto-definiciones de las incumbencias disciplinarias y profesionales, en un
sentido que está afectando la comunicación y el trabajo conjunto. En efecto, la
colaboración no siempre se desarrolla armoniosamente. La cultura de la medicina es
principalmente práctica pues está orientada a resolver problemas. Los médicos están
llamados a encontrar soluciones concretas a problemas concretos. Para esta cultura no
hay tiempo que perder: las intervenciones deben ser hechas rápidamente antes de que
sea "demasiado tarde". Esta direccionalidad esencialmente "interventora" de la medicina
define su lógica de pensamiento. También, la medicina mide el éxito de sus acciones a
través de los resultados de éstas sobre la salud de las personas: la preservación o la
restauración del bienestar físico de la persona es la "razón de ser" de esa profesión y
saber. Los médicos, como dice Glasser, deben rendir cuentas fundamentalmente a la
gente, son "accountable to people" (1988).

La cultura de las ciencias sociales es diferente. Aún cuando no podamos hablar de una
cultura homogénea y ni siquiera hegemónica dentro de las ciencias sociales, podemos
reconocer que, en general, las disciplinas aplicadas (como la sociología de la salud y la
antropología médica) comparten un territorio relativamente poco prestigioso dentro de los
espacios académicos de sus respectivas disciplinas madres. Esto se debe en buena
medida al prejuicio de que la orientación hacia la resolución de problemas deja de lado,
inevitablemente, la reflexión y el desarrollo teóricos, al tiempo que también distiende la
rigurosidad metodológica.

Por otra parte, para los cientistas sociales el tiempo se mide de otra manera pues no
están urgidos por atender demandas particulares de personas concretas. Adicionalmente,
la no-intervención sobre el contexto es un requisito que frecuentemente se trata de
respetar en estas disciplinas. Por último, el éxito de su praxis se mide en términos de la
producción de textos valorados por la comunidad científica y es en ese sentido que los
cientistas sociales deben rendir cuentas, casi exclusivamente, a esa comunidad científica.

Dados estos parámetros básicos diferentes y recuperando una idea de Van der Geest en
un editorial publicado en un número reciente de Social Science and Medicine, todo parece
indicar que cualquier esfuerzo de colaboración será productivo si y sólo si aquellos que
pertenecen a la cultura de las ciencias sociales y aquellos que pertenecen a la cultura de
la medicina abandonan su miedo etnocentrista a los pensamientos diferentes y aceptan
las consecuencias prácticas del hecho de que la realidad de la salud/enfermedad es en sí
misma "multidisciplinaria" (Van der Geest, 1995).
12
Otro malestar que podemos identificar actualmente es el de “la incierta utilidad de los
esfuerzos”, malestar generado por la percepción de cierta inadecuación entre el
conocimiento producido sobre los problemas de salud y enfermedad y el conocimiento
necesario para resolver estos problemas. La cuestión de cómo orientar la agenda de la
investigación, producir y traducir los resultados de esfuerzos de investigación para
orientar las decisiones de los decisores, stakeholders y comunidad, continúa siendo un
problema central para los ciencistas sociales. A esta dificultad debe agregarse la
percepción de lo que parece ser una sub-utilización del conocimiento producido por las
ciencias sociales para orientar acciones e intervenciones, tanto en el plano programático
como asistencial (Bronfman y otros, 2000).

Por último, el malestar de “los límites de los métodos”, asentado en la constatación de las
limitaciones de los diversos abordajes metodológicos y por consiguiente, la inevitable
conclusión de que necesitamos de nuevas estrategias metodológicas para mejorar la
comprensión de los problemas de salud/enfermedad. La tradicional disputa sobre la
robustez científica de la investigación cuantitativa versus la investigación cualitativa nos
ha eclipsado a la comunidad científica, distrayéndola de la tarea de reflexionar sobre las
limitaciones y debilidades "consustanciales" a cada tipo de abordaje metodológico. La
heterodoxia y el pragmatismo para producir conocimiento e intervenir sobre el campo de
la salud/enfermedad parecen ser hoy día los caminos más prometedores (Trostle, 2002).

La reflexión sobre estas cuestiones, con vistas a crear y recrear formas de trabajo entre
las ciencias sociales y la medicina que resulten cada vez más capaces de responder a los
problemas de salud/enfermedad de la población es, a esta altura del desarrollo de ambos
campos del saber y de sus respectivas comunidades profesionales, parte ineludible de la
responsabilidad profesional.
13
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