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Las lecciones de amor de Florentino Ariza se formularían de esa manera: La primera es que

el amor no es para siempre y que si lo es, el rostro de este amor al que podríamos tener
acceso es el de una prenda. Se ve en la novela: cuando Florentino tiene su primer encuentro
sexual con una mujer desconocida, cuya identidad se oculta en uno de los rostros de tres
mujeres, él advierte ese carácter, cae de pronto en la cuenta de que para mantener la
determinación con la que se ha prometido ( e intrínsecamente le ha prometido a Fermina)
amar hasta el último día de su vida a Fermina podría formularse de la siguiente forma: uno
no puede usar la misma camisa para siempre, sería absurdo, antihigiénico, repetitivo y sin
embargo, eso no quiere decir que aquella polera no sea nuestra favorita y que querramos
usarla todas las veces que nos sea posible, porque nos hace sentir cómodos, porque creemos
que resalta nuestra belleza, nos brinda confianza y seguridad, etc. Ni el mismísimo Juvenal
Urbino, hombre pulcro, sobrio y austero, un hombre dueño de sí mismo, pudo evitar la
serendipia de lo que es el amor (engañó a su mujer dos veces, según la novela, y de ser la
vida real, se habría llevado unas cuantas más a la tumba). O como le decía el abuelo
Sabines en sus cartas a Chepita: “¿Es posible que a estas alturas no creas en mí? ¿O te
sientas débil? ante la distancia y ante el tiempo? Yo nunca te he jurado fidelidad sexual; no
podría ser; es absurdo; tú misma no la deseas. El que yo ande con otra no quiere decir que
deje de andar contigo. Tú estás más allá de todo esto, linda. […] Tú no eres ni circunstancia
ni accidente –te lo he dicho–, tú eres intimidad, esencia”. Aquí se plantea la esencia
amorosa a partir de la cuál Florentino sustenta y es capaz de mantener su promesa de amor:
para él Fermina no es la consecuencia de circunstancias aleatorias, ni es un accidente
probabilístico de esos de los que está llena la vida, aquí Fermina figura como un destino,
aunque claro, el destino no puede abordarse a secas, llanamente: el destino está lleno de
llambrias, accidentes y muchas muchas circunstancias. Sé que puede parecer injusto que las
únicas perspectivas mostradas sean masculinas. Puedo entender el amor como hombre
porque, para bien o para mal, se me ha inculcado así. Sé que la intelección del amor va más
allá de lo que pueda interpretarse de un libro. Pero Sabines vivió toda su vida con Chepita y
ambos se amaron hasta el cansancio, aceptando que aunque el amor es perfecto, los
amantes no lo son. Necesitan equivocarse y que se les ayude a corregir sus errores a partir
de la visión de los otros. ¿No acaso todo el tiempo, en todos lados, Facebook Instagram,
Twitter somos bombardeados hasta el hartazgo con imágenes del tipo “Yo quiero a alguien
con quien ver un maratón de Shrek” “Tú y yo así, no sé, piénsalo” como un stablishment
de lo que “DEBE” ser el amor para funcionar (O por lo menos, las actividades y aptitudes
que deben adquirir los amantes para ser una máquina infalible que produzca amor, como si
nunca se acabara)? Y aquí la refutación más inmediata podría ser: claro pero ¿y Fermina
qué? ¿No ella amaba con toda su alma a su marido, o por lo menos al final de su vida era
así? Por supuesto. Pero no hay que descartar el “por lo menos” pues en la novela está de
manifiesto que durante muchos y muchos y muchos años ella no fue feliz, que se casó por
puro capricho, y, la razón más pesada de todas: la dificultad para amar a otro hombre no fue
quedar viuda, sino su tenacidad y tosca personalidad, su reputación, el qué dirán. Entonces
¿de qué se trata? Según García Márquez de amar cuando haya ropa limpia y cuando no,
lavarla.

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