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El viaje en el tiempo.

Desde hace algunos años conocí a Mike Patton, primero en la banda


Mr. Bungle, música estrambótica con un alto nivel de ejecución
instrumental. Luego me lo encuentro en la locura de la formación
Fantomas, continuando con la experimentación al máximo. Más tarde,
como en el 2010, me di cuenta que es el mismo de Faith No More, un
grupo más conocido, al cual Patton se unió en 1988.

Es un vocalista de amplio registro con una capacidad histriónica fuera


de serie.

En el deambular por YouTube, de repente me encuentro, luego de


descargar y transformar a MP3 partes de Patton en un concierto de John
Zorg en Varsovia, decía que doy con un concierto sumamente extraño,
correspondiente a un disco de Mike Patton con la orquesta Metropol, en
una función en vivo en la ciudad de Nueva York.

¿Por qué la extrañeza si ya sabemos que todo lo que hace Mike Patton
es raro, dado que su desempeño musical es experimental, en el más
puro concepto “avant garde.”? (“weird” es el vocablo inglés que mejor
define las presentaciones del cantante)

Pues precisamente por lo contrario. Sale Mike bien vestido, en medio


de una orquesta de 65 músicos, acomodados en forma escalonada.

Junto a él un hombre sostiene una trompeta en sus manos. A un lado,


con sendos micrófonos de pedestal, dos mujeres y dos hombres, hacen
los coros.

Detrás de Patton, un baterista, un ejecutor de efectos electrónicos que


maneja una gran consola, junto a este, hay un hombre con un
instrumento que usaron por primera vez The Beach Boys: el Temerín.
(Instrumento que se oye al inicio de la serie televisiva “Viaje a las
estrellas”, de Gene Roddenberry.)

Atrás, timbales, un tambor gigante, un hombre con unas mancuernas


de sonido lluvioso y otros instrumentos extraños, junto a ellos del lado
izquierdo trombones y clarinetes, y flautas, del lado derecho el bajo y
la guitarra eléctricos, debajo del cantante y el trompetista, una amplia
sección de cuerdas, junto al director de la orquesta, un piano.

Y acá aparece lo sorprendente, la música que tocan son canciones


italianas populares durante finales de los años cincuenta y principios de
los sesenta. Melodiosas canciones con estilos diversos, de grandes
cantantes, emblemáticos, de una época durante la cual la música
italiana expandía por el mundo el vigor, romanticismo y calidad musical
de una Italia salida de los horrores de la guerra, que se reconstruía con
orgullo.

“Mondo Cano”, es el nombre del álbum cuyo concierto me estaba


sorprendiendo. La traducción al español es perro mundo, expresión que
se usó en la época que Patton revive, como un lugar común para señalar
algo así como “mala pata”, “ya ni modo”, “así es la cosa”, etcétera.

Desfilan ante mi azoro, canciones armoniosas que Patton canta en


italiano. Modugno, di Capri, Pizzi, di Bari, Dallara, Periconi y muchos
otros desfilan, con romanticismo, humor, picardía, con esa latinidad
característica de los italianos, creando una burbuja en el espacio
tiempo.

Mike Patton logra personificar estilo y voces de los grandes cantantes


italianos, con la elasticidad histriónica que le caracteriza. De pronto,
hemos salido de Nueva York, hemos abandonado YouTube, hemos
dejado el día de hoy en espera, mientras, nos vamos a recorrer la bota
mediterránea en el año 1961.
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Una vez que ha pasado mi sorpresa, muy grata, por cierto, pues Mike
Patton se ratifica como lo que es: un gran cantante; un loco exquisito
cuyo transformismo espanta. Me sobreviene una idea, en realidad una
visión, una misión, una encomienda, un compromiso de amor fraternal.

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Debo compartir este concierto con uno de mis nuevos amigos que he
llegado a estimar por su carácter bondadoso, su gentileza y quizá por
una razón difícil de explicar, la cual me impele a compartir con él ideas
y eventos que se constituyen en esa realidad paralela, que empata con
los encuentros espirituales, los lindes de la superstición y la magia.

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La misión es sencilla de realizar. Basta tomar un tiempo con él,


solamente con él, y mirar y escuchar el concierto Mondo Cano.

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El meollo del asunto radica en que quiero hacer que mi amigo italiano
viaje en el tiempo, para que tiña su alma con los colores de su patria,
para que evoque los días felices de su adolescencia y mediante el viaje
elimine todo dolor, toda preocupación y todo temor.
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El domingo por la noche, después de disfrutar una deliciosa pasta con


un toque de salmón ahumado, hablar acerca de mis andanzas literarias
poco convencionales y de que él me revelara cómo su vida cambió a
partir de la lectura de un autor norteamericano de los años 1990, le
sugerí que fuéramos a su televisor inteligente con pantalla de gran
formato, conectado a la Internet.

Le pedí escribiera en la barra de búsqueda de YouTube: “Patton mondo


cano.”

Y así lo hizo.

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Lo que siguió después fue una maravilla.

Experimenté una satisfacción superior al deber cumplido.

Su rostro irradiaba alegría, su contentamiento se manifestaba mientras


descifraba los estilos, los cantantes, las regiones de su patria, siendo
transportado por Patton y la orquesta, en una nave de remembranzas
poderosas, a través del espacio y del tiempo, hasta su Italia, que habita
dentro de su corazón arrobado.

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¡Gloria a Dios!

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