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Modulo 3.

Introducción al derecho

Desigualdades y estratificación social; Para analizar la desigualdad social, discutiremos tres


grandes perspectivas:
A) el análisis propuesto por el funcionalismo;
B) el análisis de clases inspirado en los trabajos de Karl Marx;
C) el análisis de clases inspirado en los trabajos de Max Weber.

Para analizar la desigualdad global presentaremos dos perspectivas:


a) la teoría de la modernización;
b) la teoría de la dependencia.

Todos, en alguna medida, hemos sido testigos, en el transcurso de nuestra vida, de algún tipo de
desigualdad social, independientemente del lugar en el cual habitamos. Es precisamente el encuentro
con la desigualdad el punto de inicio de esta sección. De manera específica, en el campo de la
sociología, los padres fundadores intentaron de una u otra manera explicar las causas y los efectos
que provocan las desigualdades.
En todas las sociedades existe algún tipo de desigualdad, es decir, un sistema de estratificación social
que hace posible que categorías enteras de personas se ubiquen en diferentes posiciones en la
estructura social y que, como consecuencia de esto, obtengan dinero, poder o prestigio. También
debemos agregar que toda estructura de desigualdad tiene algún tipo de sistema simbólico que
explica por qué hay una distribución asimétrica de los recursos sociales.
Para hablar de este tipo de desigualdad, los sociólogos Macionis y Plumer (2007) se refieren a la
estratificación social como la clasificación o jerarquización de los individuos según la categoría a la
que pertenecen (o se les asigna). Para Crompton (1997), la expresión de estratificación social es un
concepto general que describe estas estructuras de desigualdad.
En las sociedades preindustriales, la estratificación social se consideró un fenómeno “natural”. Si las
desigualdades eran calificadas como una cuestión natural de las sociedades, no era necesario
investigarlas en términos sociales. Es decir, la naturalidad implicaba que provenían de una estructura
establecida por algún orden divino. Sin embargo, como señala Crompton (1997), progresivamente los
cambios operados por las revoluciones industriales y la llegada de la Modernidad implicaron una
crítica a los sistemas tradicionales de creencias que habían explicado y legitimado las desigualdades
materiales. Frente a la idea de que los seres humanos son desiguales por naturaleza o por alguna
causa divina, se desarrolló el argumento de que los seres humanos son iguales, no desiguales. Este
es precisamente el punto de partida de la reflexión sociológica sobre la desigualdad. Crompton (1997)
se cuestiona: si la igualdad es la condición natural de los seres humanos, ¿cómo se explican y
justifican las desigualdades persistentes?, ¿por qué algunos individuos dominan a otros? Estas
preguntas son de varios órdenes, como problemas de la teoría social y política; sin embargo, nosotros
trataremos de responderlos de manera sociológica.
En el plano de la teoría política, los teóricos del “contrato social” ofrecieron las primeras respuestas
(Crompton, 1997). Thomas Hobbes (1588-1679), postulaba que la vida de las personas en un
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supuesto estado de naturaleza era peligrosa, brutal y corta, era una continua guerra del hombre
contra el hombre, como señaló en su conocida frase.
La solución que se propuso para este problema del orden era que todas las personas se sometieran al
Estado, ya que era el ente que garantizaba el control en la sociedad. John Locke (1632-1704), por su
parte, afirmó que la autoridad del Estado era la que mejor podría garantizar los derechos naturales a
la vida, la libertad y la propiedad.
Jean Jacques Rousseau (1712-1778), postuló una conocida frase: el hombre nació libre, y en todas
partes se le encuentra encadenado. Según Rousseau, la libertad absoluta es inalcanzable, pero
afirmaba que la democracia directa, expresada por medio de la voluntad general, proporcionaba la
mayor protección al individuo.
Así, en el siglo XVIII se establecieron los fundamentos del argumento de que todos los ciudadanos
tenían derechos políticos, tal como se expresa en el voto universal y las instituciones democráticas.
Ante este panorama, debemos recordar los eventos que dieron origen a la reflexión sociológica en
Europa: la Revolución Industrial y la Revolución francesa. Estos profundos cambios sociales, como el
fin de una sociedad con características tradicionales y el desarrollo del capitalismo industrial,
provocaron un énfasis en la racionalidad del orden social moderno. Es decir, la racionalidad, el cálculo
racional –y no las normas de la costumbre–, se constituyeron como el principio a través del cual la
conducta económica debía guiar a las sociedades capitalistas en desarrollo.
Los procesos de expansión de los mercados y las transformaciones de los procesos de producción
también implicaron la erosión de los derechos consuetudinarios en el dominio del comercio y la
manufactura. Es decir, los cambios políticos que crearon al individuo formalmente libre también dieron
paso al trabajador sin tierra que tenía el derecho de vender lo único que poseía: su fuerza de trabajo.
El trabajo, en este contexto, se transformó en una mercancía.
La importancia de las revoluciones inglesa y francesa fue central y de una magnitud considerable, ya
que aquellas provocaron la transición al capitalismo industrial. Esa es la nueva sociedad que estaba
emergiendo con sus nuevas desigualdades y que los primeros sociólogos intentaron explicar.
Marx consideraba el desarrollo de la historia humana como una consecuencia de los conflictos
económicos y no solamente políticos. La desigualdad era el resultado del acceso diferencial a los
medios de producción y a lo que se producía. A diferencia de los teóricos del contrato social, para
Marx el Estado era inseparable del poder económico, y el individuo soberano era tan solo una
condición necesaria del modo de producción capitalista para poder perdurar; es decir, coexistían la
igualdad política (todos, normativamente, eran considerados como iguales) con las desigualdades
materiales. En este contexto, el hecho de que hayan existido diferentes retribuciones, producto de un
sistema dominante de producción, era un hecho no político, solo económico.
Según Crompton (1997), el desarrollo del capitalismo industrial fue el elemento principal de la
transición a la Modernidad. La idea de modernidad describe no solo el desarrollo del industrialismo,
sino también los correspondientes modos de vigilancia y regulación de la población de los Estados
nacionales; estos han sido identificados como una de las formas sociales características del paso
hacia la Modernidad. La Modernidad se caracteriza también por el desarrollo de organizaciones, es

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decir, de sistemas reflexivamente controlados que tienen la capacidad de actuar sobre el mundo
social.
Estas aclaraciones son válidas debido a que en este módulo haremos referencia específica a las
clases sociales, y estas son un fenómeno centralmente moderno. En el mundo moderno, la clase
social estructura un sistema de desigualdades diferente al de las sociedades tradicionales en donde
aquellas eran consideradas adscriptas o naturales (como, por ejemplo, las de los Estados feudales o
las desigualdades definidas religiosamente, las de género y la raza). Es por esta razón que la clase es
un excelente punto de partida para analizar los sistemas contemporáneos de estratificación. Claro que
esta centralidad de la clase, como mecanismo de estructuración de las desigualdades, no quiere decir
que las formas de distinción y diferenciación social previas desaparecieran sin dejar rastro. En efecto,
muchas desigualdades relacionadas a la edad, el género y la raza, persisten.
Macionis y Plumer (2014) señalan que hay cuatro características esenciales de la
estratificación:
a) La estratificación social es una característica de la sociedad en su conjunto, y no de algunos de sus
miembros considerados individualmente.
b) El sistema de estratificación social (desigualdades) se perpetúa de generación en generación. En
todas las sociedades, existe la probabilidad (alta o baja, dependiendo de la sociedad en cuestión y del
momento histórico) de que los padres transmitan a sus hijos la posición social que ocupan, aunque en
las sociedades modernas existe movilidad social.
c) El estudio de la movilidad social de las personas es un tema con una gran tradición en la
sociología. En su definición más simple, podemos decir que la movilidad social es un cambio en la
posición que el individuo ocupa en la estructura social. En este cambio, se considera el análisis de los
patrones intergeneracionales de transmisión de la posición social. En función del cambio, la movilidad
puede ser ascendente, descendente u horizontal. Un ejemplo de movilidad social ascendente sería el
de una persona nacida en un hogar con bajos niveles de educación e ingresos, que logra acceder a
estudios universitarios, a mayores ingresos y a ocupaciones con mayor prestigio.
d) La estratificación es una constante histórica, pero sus especificidades varían de una sociedad a
otra. Es decir, en todas las sociedades existió
siempre algún tipo de diferenciación, pero el sentido y el grado han sido diferentes. Pensemos en el
ejemplo de las sociedades primitivas, donde un factor de desigualdad podía ser el sexo o la edad de
sus miembros. Con el surgimiento del capitalismo y en la era moderna asistimos a una complejización
de los factores de desigualdad.
e) La estratificación social no es solo una cuestión de desigualdad, sino también de cultura social, y
está relacionada con el sistema de creencias de los individuos. Esto quiere decir que no solo hay una
distribución diferencial de los recursos, sino también una explicación cultural y social que define y
justifica la desigualdad. Las explicaciones sobre el porqué de la desigualdad también han variado a lo
largo de la historia.

Como señalan Macionis y Plumer (2007), de manera general podemos definir tres
macrosistemas de estratificación:
1. Esclavitud; Es una forma de diferenciación y desigualdad que se basa en el derecho de propiedad
que un grupo de individuos ejerce sobre otro grupo. Las personas devienen en cosas que pueden ser
compradas o vendidas. En América Latina, la explotación de la fuerza de trabajo esclava, de origen
africano, fue una práctica generalizada en toda la región: desde de las islas del Caribe y las más
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productivas zonas del Brasil hasta las actuales Honduras, Panamá, Costa Rica, Venezuela, Colombia,
Ecuador, Perú y, en menor medida, México y el Río de la Plata (Gruner, 2010). Podemos acordar con
Giddens (2010) que la esclavitud es la forma más extrema de desigualdad, donde unos individuos son
propietarios de otros. Esta condición legal de posesión de los esclavos presentó históricamente
variaciones según el tipo de sociedad. La historia de la esclavitud es extensa y merecería un apartado
específico. Sin embargo, queremos dejar claro que fue una forma de estructuración de la desigualdad
con particulares características. Si hacemos un poco de historia, en los siglos XVIII y XIX los esclavos
fueron utilizados casi exclusivamente como trabajadores en las plantaciones o como sirvientes
domésticos en Estados Unidos, Sudamérica y las Antillas. Ya en la Atenas clásica estaban presentes
en diversos lugares y algunas veces tenían posiciones de responsabilidad, aunque se los excluía de
los puestos políticos y militares; inclusive, algunos sabían leer y escribir, trabajaban como
administradores del gobierno y muchos eran artesanos (Giddens, 2010). La Revolución haitiana tuvo
su origen en el estallido de una sublevación de esclavos durante la noche del 22 al 23 de agosto de
1791. Como señala Manigat (2009), la revuelta podría analizarse como un episodio más de los
conflictos que generaba el sistema esclavista –como las fugas, los suicidios y otros hechos constantes
en todo el sistema de esclavitud implementado en América– entre la población negra. Considerando
esa perspectiva, el autor manifiesta que los acontecimientos de la Revolución haitiana representan el
enfrentamiento clásico entre grupos sociales por mantener el statu quo. Sin embargo, esta revolución
inaugura un ciclo de independencias en América Latina y el Caribe con una triple connotación:
problematiza la idea de libertad en relación con la surgida en el Siglo de la Luces; promueve la
edificación de un Estado negro anticolonial y antiesclavista, en el contexto de un gobierno colonial
francés en la región; y, finalmente, provoca el enfrentamiento contra una potencia imperial, con saldo
positivo para los esclavos (Manigat, 2009). La centralidad de la esclavitud, como institución
fundamental de la organización del sistema capitalista, es destacada por Gruner (2010). Según este
autor, se hace imposible pensar la expansión del sistema capitalista fuera de Europa en el siglo XIX
sin analizar la esclavitud. Esta red de compra y venta de seres humanos entre los tres continentes
(Europa, América y África) fue un componente decisivo de la historia contemporánea: esta explotación
favoreció el crecimiento económico, de la industria textil, la naviera y del comercio internacional. La
importancia de la Revolución haitiana radica, según Gruner (2010), en el hecho de que se produce allí
la primera revolución de América Latina mientras la expansión del sistema capitalista estaba en su
apogeo. Haití se encontraba al margen de la revolución francesa: la igualdad, fraternidad y solidaridad
no se aplicaban para los habitantes de la isla.
2. sistemas de castas; Es una forma de estratificación social basada en características “adscriptivas”
de las personas.
El sistema de castas es característico de la India y deriva del hinduismo. Allí, el lugar que ocupan las
personas en el espacio social está organizado en función del lugar en donde nacen y de su
ocupación. En el escalón más bajo, se encuentran los dalits (conocidos como los intocables); en el
nivel más alto, los brahames (conocidos como los sacerdotes). Crompton (1997) señala que las
desigualdades sociales en este sistema se derivan de una estructura de la sociedad establecida por la
divinidad. Aquí, el lugar en la jerarquía social está ligado a la pureza religiosa. El argumento es que
las castas inferiores contaminan a las superiores, y por eso hay una serie de restricciones que se
aplican a los individuos de las castas bajas y a sus familias. En esta situación, el sistema de castas se
superpone (aunque no totalmente) con la estructura de la desigualdad. El argumento de Crompton
(1997) es que si consideramos que hay sistemas ideológicos que justifican las desigualdades, aquí
debemos hacer referencia a dos conceptos religiosos: el kharma y el dharma. El karma implica que las
personas nacen en una determinada casta y que eso es lo que merecen de acuerdo a las acciones
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que han llevado a cabo en una vida anterior. El dharma, que significa “existir conforme a lo que es
moral”, enseña que vivir la vida presente de acuerdo con las normas genera como resultado el
posterior renacimiento en una casta superior y, por lo tanto, una progresión última en el sistema de
castas. De esta manera, las desigualdades de las castas, como la posibilidad de cambio social en el
futuro, tienen una estrecha relación con las verdades religiosas universales y se sitúan más allá de un
examen sociológico. Es decir, encontramos explicaciones de un orden divino que son interpretadas
parte del orden natural de las cosas. Hay cuatro características principales del sistema de castas:
a) Las castas suelen ir asociadas a una ocupación específica, de modo que los hijos generalmente
desempeñan el mismo trabajo que sus padres.
b) El matrimonio con individuos de otra casta es prácticamente impensable (matrimonios
endogámicos).
c) La pertenencia a una casta determina la vida cotidiana en la medida en que los individuos solo se
relacionan con otros de su propia casta. Esto está amparado bajo ciertas creencias religiosas que
establecen que el contacto con castas inferiores, por ejemplo, “contamina” a las castas superiores.
d) Por último, y como cuestión más importante, los sistemas de castas se apoyan en fuertes creencias
culturales. Según la cultura y las tradiciones, se entiende que es un mandato moral aceptar la posición
social que a uno le ha tocado.
3.Sociedad de clases; Para algunos, la clase hace referencia a estilos de vida y particulares gustos
(“tener clase”); para otros, tiene que ver con el estatus social. En el discurso político, muchas veces se
hace referencia a los impuestos aplicados a “la clase alta”, cuando en realidad se están señalando los
“impuestos aplicados a las personas que poseen altos ingresos”. Dada la gran diversidad que existe,
en esta sección vamos a avanzar solo lo necesario como para entender el concepto desde una
perspectiva sociológica y quitarle cierta ambigüedad que lo rodea en el discurso cotidiano. Sin
embargo, debemos señalar que, inclusive en el ámbito sociológico, el concepto es objeto de diferentes
definiciones según la tradición teórica. Históricamente, el sistema capitalista erosionó los sistemas
feudales y de esclavitud y provocó su transformación en un sistema de clases. En teoría, este último
sistema se basa en las capacidades y logros personales. Se supone, además, que es más abierto, de
modo que los individuos, a través del sistema educativo o por otros mecanismos, pueden
experimentar algún tipo de movilidad social con relación a la posición que ocupan sus padres; sin
embargo, esto no siempre ocurre.
Giddens (2010) señala cuatro elementos centrales que distinguen este sistema de estratificación de
los otros:
a) A diferencia de los otros sistemas de desigualdad, las clases sociales no se establecen por
disposiciones jurídicas o religiosas, y la pertenencia a ellas no se basa en una posición heredada, que
se haya determinado legalmente o por la costumbre. Lo habitual es que los sistemas de clase sean
más fluidos que los restantes tipos de estratificación, y que los límites entre las clases no estén nunca
claros. Además, no hay restricciones formales aplicadas al matrimonio entre personas de distintas
clases.
La pregunta que nosotros agregamos a este aspecto es: ¿cuál es la distancia que existe entre la
igualdad normativa y la igualdad social real? Gran parte de la investigación sociológica sobre este
interrogante demuestra que muchas veces existen grandes brechas entre la igualdad que tenemos
todos en el plano jurídico y la igualdad social que realmente experimentamos y en la cual estamos
inscriptos.
b) En teoría, la clase a la que pertenece un individuo es en parte adquirida, es decir, no está
totalmente determinada por el nacimiento, como es común en otros tipos de estratificación. Sin

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embargo, nosotros preguntamos: ¿hasta qué punto la clase puede modificarse en el transcurso de
vida de un individuo?

c) Las clases se basan en las diferencias económicas que existen entre los grupos de individuos y en
las desigualdades en la posesión y control de los recursos materiales. En los otros sistemas de
estratificación, los factores no económicos, tales como la influencia de la religión en las castas indias,
suelen ser mucho más importantes.

d) En los otros sistemas de estratificación, las desigualdades se expresan principalmente en


relaciones personales basadas en el deber o la obligación, ya sea entre siervo y señor, esclavo y amo,
o individuos de una casta inferior o superior. Por el contrario, los sistemas de clases operan
principalmente mediante conexiones impersonales a gran escala. Por ejemplo, una de las bases
fundamentales de las diferencias de clase se halla en las desigualdades de salario y de condiciones
de trabajo que afectan a todas las personas de una categoría ocupacional específica, como resultado
de las circunstancias económicas derivadas del conjunto de la economía como totalidad. Uno de los
corolarios de este sistema es que existen derechos universales que no dependen de la posición social
de los individuos: en principio, la igualdad ante la ley es central.

¿Qué es la igualdad de oportunidades? El resultado final de la vida de una persona, en sus muchas
dimensiones, debe reflejar principalmente los esfuerzos y talentos de esa persona, no sus
antecedentes de nacimiento. Las circunstancias predeterminadas –género, raza, lugar de nacimiento,
orígenes familiares– y el grupo social en el que nazca la persona, no deben contribuir a determinar si
ella ha de tener éxito económica, social y políticamente...
El principio de igualdad de oportunidades es conceptualmente simple: las circunstancias en el
momento del nacimiento no deben tener ningún peso en las oportunidades que una persona tenga en
la vida...
Las desigualdades como tales podrían no ser una gran preocupación si los resultados finales variaran
por razones que tuvieran que ver principalmente con los esfuerzos individuales. (Ferreira et al., 2006,
pp. 13-20).

La ideología como justificación de los sistemas de estratificación; Desde sus comienzos, la


sociología intentó dar respuesta a la pregunta sobre las causas de las desigualdades; el eje de
análisis fue el estudio de quién obtiene qué y por qué. Los padres fundadores de la sociología,
Marx, Weber y Durkheim, estructuraron distintos paradigmas explicativos, con diversos marcos
analíticos, para comprender por qué existen las diferencias sociales. Al respecto, nos detendremos
nuevamente sobre el análisis de la sociedad de clases, de modo de profundizarlo.
Según Wright (2005), existen básicamente tres perspectivas para analizar la desigualdad en las
sociedades capitalistas:
a) La perspectiva centrada en el individuo. Bajo este enfoque, la posición económica del individuo es
analizada como el resultado del nivel de éxito personal (algo que es un fenómeno puramente
individual). Este “éxito” de los individuos está determinado por factores como: educación, trasfondo
familiar, motivaciones, conexiones personales (capital social). Así, la persona que es pobre lo es
porque ha tenido un déficit en los atributos relevantes, mientras que la persona que es rica ha tenido
ventajas en los mismos atributos. Lo importante es destacar que en este tipo de explicación no hay
relaciones sociales entre una y otra persona como factor explicativo. Los grados de desigualdad están
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definidos en función de la inequidad de estos atributos; es decir, podemos entender la posición de los
individuos en el espacio social analizando sus “trayectorias” (y estas son puramente individuales).

b) y c) El análisis de clases a partir de otras dos tradiciones: weberiana y marxista1, adopta, en


cambio, una versión diferente para entender la desigualdad social. En vez de analizar y focalizar la
atención sobre el proceso por el cual los individuos están ordenados en posiciones, el análisis de
clases analiza las relaciones entre las posiciones. Es decir, ambas tradiciones tienen en cuenta los
patrones de desigualdad como resultado de conexiones causales entre las posiciones. En el análisis
marxista, la relación de interdependencia es pensada también en términos de explotación, como un
mecanismo causal que genera desigualdad.

3.2. Enfoques clásicos para el estudio de la estratificación social y de las clases sociales;
El análisis propuesto por el funcionalismo; Una de las perspectivas gradacionales tradicionales es
la del funcionalismo. Dentro del funcionalismo se entiende que la desigualdad social juega un papel
crucial para el correcto funcionamiento de las sociedades.
En una de las explicaciones clásicas de la desigualdad social, Davis y Moore (1942; 1945) postulan
que la estratificación social tiene resultados positivos para la sociedad en su conjunto, y se preguntan:
¿cómo se explica que en todas las sociedades que conocemos existan desigualdades? ¿Por qué la
desigualdad es un fenómeno universal? La respuesta que dan estos sociólogos es que en toda
sociedad compleja o moderna existe la división del trabajo, y que esta implica que hay una gran
variedad de ocupaciones diferentes que requieren habilidades y niveles de preparación distintos
(ciertos trabajos son más simples y otros son más complejos; pensemos, por ejemplo, en un abogado
o en una persona que realiza tareas de limpieza). Para Davis y Moore, hay una división social del
trabajo, y esta es una “necesidad funcional” para el correcto funcionamiento de la sociedad.
Como señala Laurin-Frenette (1976), esta perspectiva postula que la estratificación se define como un
sistema de desigualdades o de diferencias de prestigio y de estimación entre los miembros de un
sistema social. Esas diferencias en el prestigio de los diversos individuos son relativas a las distintas
posiciones que estos ocupan en la estructura social. Toda sociedad debe asegurarse de que las
tareas y funciones necesarias para su supervivencia y su buen funcionamiento sean adecuadamente
cubiertas, es decir, que las funciones sociales: a) sean ejercidas; b) que sean ejercidas por los que se
encuentran en condiciones de hacerlo, y c) que estos las cumplan del mejor modo posible. Esto
implica que la sociedad debe encontrar un medio eficaz para atribuir a sus miembros las diversas
tareas y funciones, y motivarlos para que las cumplan convenientemente. El cumplimiento de ese
objetivo se logra a través de la institucionalización de un sistema de estratificación social: el
establecimiento de un sistema estable de “recompensas” que sirvan como incentivos para el
cumplimiento de las diversas funciones, así como de mecanismos que aseguren la distribución de
tales recompensas entre los titulares de las diversas posiciones.
El sistema de distribución de las recompensas forma parte del sistema social (sociedad): las
recompensas que tienen los individuos están vinculadas a las diferentes posiciones que ocupan en
relación a títulos, requisitos previos y privilegios necesarios para el cumplimiento de las tareas
correspondientes a esa posición. Esto está en correspondencia con la satisfacción y la motivación del
individuo que ocupa dicha posición.
Las recompensas que percibe el individuo en cada posición son de tres tipos:
1) las que contribuyen al confort y al bienestar del individuo;
2) las que contribuyen a su placer y a su entretenimiento;
3) las que acrecientan el respeto y la estima que tiene de sí mismo.
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Todas las recompensas son manifestaciones de estima y de prestigio porque son concedidas al
individuo por la colectividad como reconocimiento por la contribución que realiza, a través de la
posición que ocupa, a la supervivencia y al funcionamiento del sistema social.
Para Davis y Moore (1942; 1945), el salario o los ingresos que corresponden a una posición social no
son la fuente del estatus de esa posición, sino que, por el contrario, son el estatus o el prestigio de la
posición los que implican unos ingresos determinados. Es decir, debido a que la posición tiene
determinado estatus o prestigio es que se obtiene un determinado salario. Así, la posición de un
individuo en la jerarquía del prestigio y de la estima resulta una manifestación social de su valor
personal, pues se le recompensa según sus aptitudes para cumplir adecuadamente una función y
según la eficacia con que se desarrolla en dicho cumplimiento.
Siguiendo con el argumento de estos autores, el valor personal del individuo debe coincidir con su
valor para el sistema social y, de una manera general, la jerarquía de las cualidades personales debe
coincidir con la jerarquía de las funciones y con la del prestigio social asociado a ellas. La función de
la estratificación es la de asegurar dicha coincidencia; justamente por ello la desigualdad social
institucionalizada puede ser definida como un mecanismo establecido por las sociedades con la
finalidad de garantizar que las posiciones importantes serán cubiertas por los individuos más
competentes.
El corolario de este argumento es el siguiente: las ocupaciones que requieren una mayor calificación
son las más necesarias para mantener viable una sociedad y, por lo tanto, se necesita recompensar
de alguna forma a aquellos que parecen dispuestos a invertir tiempo y dinero en adquirir los
conocimientos necesarios para ejercer esas profesiones. Si queremos que la sociedad funcione,
tenemos que ofrecer recompensas desiguales, acordes a los méritos de cada persona.
La tesis de estos sociólogos se basa, entonces, en la meritocracia, idea que postula que solo puede
haber desigualdades en función de los esfuerzos y méritos dispares de las personas. Así, se premia el
desarrollo del talento individual, y la sociedad debe garantizar la igualdad de oportunidades
procurando que los beneficios y recompensas no se distribuyan de modo uniforme.
Davis y Moore (1942; 1945) dan el ejemplo de la profesión médica, la cual exige una formación larga,
costosa y difícil, que tiene un estatus elevado y, por consiguiente, altos ingresos y otros privilegios
apreciables.

Análisis de clase; El análisis de clases se basa en una concepción relacional de la sociedad. Este
tipo de análisis se inspira en los trabajos de Karl Marx y Max Weber. En un artículo clásico, Emirbayer
(1997) postula que los sociólogos enfrentan un dilema central: concebir el mundo social conformado
por sustancias o por procesos, por cosas estáticas o por relaciones dinámicas. Los enfoques marxista
y weberiano de las clases sociales son perspectivas relacionales porque conciben al mundo social
como conformado por procesos y relaciones entre las clases sociales. En esta introducción,
consideraremos la clase social como una manifestación de la modernidad, es decir, una característica
de los sistemas modernos de estratificación, de las sociedades industriales, en contraposición a
estructuras tradicionales de desigualdad (caracterizadas por la adscripción o el orden “natural”).
Según Marx, existen principalmente dos clases que se pueden diferenciar en función de la posición
que ocupan en la esfera económica: la de los propietarios de los medios de producción y la de los
trabajadores (proletarios).

El análisis de clases inspirado en Marx; Los conceptos de clases sociales, relaciones de clase o
luchas de clases son centrales en la obra de Marx y podemos decir que son claves para gran parte del
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marxismo como cuerpo de pensamiento. Sin embargo, y paradójicamente, Marx murió justo antes de
redactar el capítulo dedicado a las clases sociales en su obra culmine El Capital1 (1867). Como
señalan Duek e Inda (2007), a pesar de que los conceptos de clase social y lucha de clase son
centrales en la teoría de Marx, él no los formuló con la misma sistematicidad con la que se ocupó de
otros temas. Por esta razón, el concepto de clase social en Marx debe reconstruirse a partir del
conjunto de su obra. Duek e Inda (2007) señalan acertadamente a que desde la antigüedad y hasta el
siglo XIX diversos pensadores hablaban de la existencia de clases y las describían; veían que la
sociedad se dividía siempre entre ricos y pobres, entre nobles y plebeyos, entre libres y esclavos, pero
no podían explicarse las causas de esta desigualdad. El aporte decisivo de Marx, por lo tanto, no fue
descubrir la existencia de las clases, sino proporcionar una explicación científica de la estructura y
dinámica de las clases sociales.
Para Giddens (1994; 2010), el argumento de Marx es que la clase es un grupo de personas que
tienen una relación común con los medios de producción. Si pensamos en términos históricos, antes
de la aparición de la industria moderna, los medios de producción consistían primordialmente en la
tierra y los instrumentos que servían para cultivarla o para cuidar el ganado. Por lo tanto, en estas
sociedades preindustriales, las dos clases fundamentales eran: por un lado, quienes poseían la tierra
(los aristócratas, la nobleza y los dueños de los esclavos) y, por otro lado, los que se dedicaban a
hacerla producir (los siervos, los esclavos y los campesinos libres). En las sociedades industriales
modernas, las fábricas, las oficinas y la maquinaria, así como la riqueza o el capital necesarios para
obtenerlas, se hicieron más importantes. Entonces, las dos clases principales son la de quienes
poseen estos nuevos medios de producción (los industriales o los capitalistas) y la de aquellos que se
ganan la vida vendiéndoles su fuerza de trabajo (la clase obrera o, en términos de Marx, el
“proletariado”).
Según Marx, entonces, las clases sociales están determinadas por el proceso de producción. Esto
quiere decir que las dos grandes clases principales están fundadas en las relaciones de los individuos
con los medios de producción: los propietarios de los medios de producción (burgueses) y aquellos
individuos que tienen que vender su fuerza de trabajo para subsistir (proletarios). Esta estructura
profunda de la desigualdad es lo que explica gran parte de la dinámica social. Como dijimos
anteriormente, al tratarse de una perspectiva relacional, se asume que existen relaciones entre las
clases sociales y que estas son de explotación.
Siguiendo con el argumento propuesto por el sociólogo inglés Giddens (2010), en todos los momentos
históricos existieron relaciones de clase y de explotación. En las sociedades feudales, la explotación
tomó la forma de una transferencia directa y simple desde lo que producía el campesinado hacia la
aristocracia. Es decir, los siervos estaban obligados a dar una cierta parte de su producción al señor
feudal o tenían que trabajar un determinado número de días al mes en las tierras de este. En las
sociedades capitalistas modernas, en cambio, la explotación es más sutil. El argumento clásico de
Marx es que en un día de trabajo de los trabajadores producen más de lo que el empresario necesita
para recuperar el salario que les paga. Ese excedente es el origen de las ganancias que los
capitalistas utilizan para aumentar su beneficio.
Como podemos observar en el fragmento del Manifiesto del Partido Comunista, que puedes leer más
abajo, en toda la historia existió alguna forma de explotación de una clase sobre la otra. Sin embargo,
según Marx, el desarrollo de la industria moderna provocó que la riqueza y acumulación que se
producían fueran mucho mayores. El trabajador, según Marx, está sometido a la mecanización y a la
opresión. Un ejemplo clásico de esto es el del operario que tiene que realizar durante muchas horas la
misma tarea rutinaria. Debemos recordar en este punto que Marx escribió en la época de los
comienzos del capitalismo.
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Burgueses y proletarios
Hasta nuestros días, la historia de la humanidad, ha sido una historia de luchas de clases. Libres y
esclavos, patricios y plebeyos, señores feudales y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una
palabra, opresores y oprimidos, siempre frente a frente, enfrentados en una lucha ininterrumpida, unas
veces encubierta, y otras franca y directa, en una lucha que conduce siempre, a la transformación
revolucionaria de la sociedad o al exterminio de ambas clases beligerantes.
Desde el principio de la historia, nos encontramos siempre la sociedad dividida en estamentos, dentro
de cada uno de los cuales hay a su vez, una nueva jerarquía social con grados y posiciones. En la
Roma antigua eran los patricios, los équites, los plebeyos, los esclavos. En la edad media eran los
señores feudales, los vasallos, los maestros, los oficiales de los gremios, los siervos de la gleba. Y
dentro de cada una de estas clases, nos encontramos también con matices internos. La moderna
sociedad burguesa, que ha surgido de las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido los
antagonismos de clase. Lo que ha hecho, sólo ha sido crear nuevas clases, nuevas condiciones de
opresión, nuevas modalidades de lucha; que han venido a sustituir a las antiguas. Nuestra época, la
época de la burguesía, se caracteriza por haber simplificado estos antagonismos de clase. Hoy y cada
vez más abiertamente, toda la sociedad tiende a separarse, en dos grandes grupos enemigos, en dos
grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado.
De los siervos de la gleba de la edad media, surgieron los villanos de las primeras ciudades, y estos
villanos fueron el germen, de donde brotaron los primeros elementos de la burguesía.
El descubrimiento de América o la circunnavegación de África, abrieron nuevos horizontes e
imprimieron nuevo impulso a la ascendente burguesía. El mercado de la China y de las indias
orientales, la colonización de América, el intercambio comercial con las colonias, el incremento de los
medios de cambio y de las mercaderías en general; dieron al comercio, a la navegación, a la industria;
un empuje jamás conocido, atizando con ello el elemento revolucionario, que se escondía en el seno
de la sociedad feudal ya en descomposición. (Marx y Engels, 2005, pp. 8-10).

¿por qué no ha habido una revolución proletaria en las sociedades capitalistas? De hecho, el
sistema capitalista sigue en pie. Para responder a este interrogante, se pueden argumentar al
menos los siguientes fenómenos (Macionis y Plumer, 2007):
1) La fragmentación de la clase capitalista: hace un siglo las propiedades eran solo de unas pocas
familias, mientras que ahora existe el crecimiento de una mayor cantidad de propietarios, como así
también el crecimiento de una clase gerencial.
2) Trabajadores de cuello blanco, azul y rosa: la mayor parte de las personas que constituían la clase
obrera cuando Marx escribió eran trabajadores del campo, cuyas ocupaciones eran de bajo prestigio y
solo requerían el uso de habilidades manuales. Hoy, en cambio, existen empleos de mayor
reconocimiento que requieren el desempeño de habilidades mentales. En algunos países (como
EstEstados Unidos, por ejemplo) un trabajador de “cuello blanco” es una persona que se dedica a
actividades profesionales, gerenciales o administrativas; generalmente, estas se realizan en oficinas.
El trabajador de “cuello azul”, por otra parte, es una persona de clase trabajadora que se encarga de
tareas manuales, como por ejemplo: la minería, el saneamiento, el trabajo de custodios, el campo
petrolífero, la construcción, la mecánica, el mantenimiento, el almacenamiento y otros tipos de
trabajos fundamentalmente físicos. Finalmente, los trabajadores de “cuello rosa” son caracterizados
por la interacción con clientes, entretenimiento, ventas u otros trabajos orientados a servicios.
3) Mejora en las relaciones laborales: se puede argumentar que en la actualidad los trabajadores
tienen más recursos organizativos que los
10
que tenían hace un siglo. Para determinados autores, es la propia clase obrera la que tiene una
capacidad de acción que le permite provocar cambios en el sistema capitalista, de manera
independiente del Estado y los partidos políticos. Uno de los grandes cambios en este plano es el
surgimiento de los sindicatos.
4) Mayor protección legal: desde los tiempos de Marx ha habido una mejora en la legislación que
protege a los trabajadores.
Sin embargo, podemos postular como argumentos a favor de Marx que:
1) la riqueza sigue estando concentrada;
2) las ocupaciones de “cuello blanco” apenas ofrecen mejoras a los trabajadores;
3) el progreso sindical requiere luchas sociales;
4) el sistema legal sigue favoreciendo a la gente de altos ingresos.

Análisis de clase inspirado en Max Weber; Según Max Weber (1864-1920), las divisiones de clases
sociales no obedecen solo a la esfera de la producción económica, es decir, al control o no de los
medios de producción, como postulaba Marx. Para Weber, existen factores fundamentales fuera y
dentro de la economía, como los valores, por ejemplo, que pueden ser relevantes para explicar la
desigualdad social.
Según Giddens (2010), Weber coincide con Marx en que la clase se basa en condiciones económicas
objetivas. Sin embargo, hay dos diferencias fundamentales: en primer lugar, postula que en su
formación también son importantes otros factores económicos, aparte de los reconocidos por Marx.
Por ejemplo, para Weber, las divisiones de clase se derivan no solo del control o no de los medios de
producción, sino también de diferencias que no son estrictamente económicas. Estas formas de
diferenciación son los conocimientos técnicos y las credenciales o las calificaciones que influyen en el
tipo de trabajo que las personas pueden obtener. Es decir, los profesionales y directivos ganan más y
tienen mejores condiciones de trabajo que, por ejemplo, las personas de “cuello azul”; sus
credenciales educativas les otorgan mayor capital en el mercado. A su vez, dentro de la clase de los
trabajadores que realizan tareas manuales, los artesanos calificados pueden asegurarse salarios más
altos que los que tienen poca o ninguna calificación. En segundo lugar, Weber distingue otros dos
aspectos básicos de la estratificación, además de la clase. A uno lo denomina estatus, y al otro,
partido.
Así, para Weber la desigualdad social se produce por la interacción de tres dimensiones:
1) desigualdad económica, denominada como posición de clase (esfera económica);
2) desigualdad en relación al prestigio social (esfera social);
3) desigualdad en relación al poder (esfera política).

A su vez, Weber tiene otra visión de la estratificación: una perspectiva multidimensional de la


estratificación (Marx, por el contrario, pensaba que el poder y el prestigio social se derivaban de la
posición económica, por lo que no vio razón para estudiar esas dimensiones por separado).

Estatus: Según Weber, el estatus hace referencia a las diferencias que existen entre dos grupos en
cuanto a la reputación o prestigio que les conceden los demás. Es decir, hay grupos que tienen
posiciones privilegiadas y que son reconocidos por su gran prestigio en una determinada sociedad; los
médicos son un ejemplo de estos. Desde la perspectiva de Duek e Inda (2006), el estatus representa
la distribución del poder social. De acuerdo con esto, el poder social es el cimiento de la formación de
estamentos o grupos de estatus jerarquizados, así como el poder económico lo es de la formación de
11
clases. Las divisiones estamentales de la sociedad no tienen que ver con diferencias económicas, de
posición en los mercados de bienes ni de trabajo, sino que hacen referencia a diferencias sociales, es
decir, de prestigio, estatus u honor. Es así que la distribución del poder social o prestigio en una
comunidad configura un orden estamental.
Giddens (2010), por su parte, señala que aunque la clase está dada de forma objetiva, la posición
depende de la evaluación subjetiva que tengan las personas sobre las diferencias sociales.

Partido; Como señala Giddens (2010), Weber plantea que en las sociedades modernas la formación
de partidos es un aspecto importante del poder y puede influir en la estratificación, con independencia
de la clase y de la posición. El partido define a un grupo de individuos que trabajan conjuntamente
porque tienen orígenes, aspiraciones o intereses comunes.
Como señalamos anteriormente, Marx entendía que la clase social explicaba las diferencias de
estatus y la organización en partidos políticos; Weber, en cambio, argumentaba que ninguno de esos
procesos podía reducirse a las divisiones de clase (aunque claramente se veían influidos por ellas y, a
su vez, la posición y la organización de los partidos podían influir en las circunstancias económicas de
los individuos y de los grupos, afectando la clase). De tal modo, Weber observaba que los partidos
podían estar basados en preocupaciones que excedían las diferencias de clase, como los orígenes
religiosos o los ideales nacionalistas.
Coincidimos con Giddens (2010) en que los escritos de Weber sobre la estratificación son importantes
porque, además de la clase, muestran otras dimensiones del fenómeno que tienen una gran influencia
en las vidas de las personas. Algunos sociólogos sostienen que el esquema de Weber ofrece una
base más flexible y compleja para el análisis de la estratificación que el proporcionado por Marx: si se
entiende la desigualdad desde esta perspectiva multidimensional, ya no es posible hablar de una
sociedad polarizada en dos clases sociales.
Ambos esquemas de clase y la explicación funcionalista tienen en la actualidad defensores y
detractores, por lo que el debate continúa. Lo que queremos destacar es que los sociólogos
contemporáneos sofisticaron sus marcos teóricos y metodologías para explicar las desigualdades en
las sociedades actuales. En esa dirección, podemos establecer que hay perspectivas neomarxistas,
neoweberianas y neofuncionalistas.
Estas discusiones muchas veces adquirieron matices cuando los sociólogos intentaron aplicar las
categorías generales a la situación en América Latina.

¿Cuál es la relación entre la inteligencia y la desigualdad? Para seguir pensando, leamos un


fragmento de una intervención realizada por Bourdieu en el marco del coloquio realizado por el
Movimiento contra el Racismo y la Amistad entre los Pueblos (MRAP), en 1978, titulado El racismo de
la inteligencia.
Bourdieu, 1978, pp. 67-71; Quisiera decir, en primer lugar, que hay que tener presente que no hay un
racismo, sino racismos: hay tantos racismos como grupos que tienen la necesidad de justificarse por
existir como existen, constituyendo esto la función invariante de los racismos.
Me parece muy importante centrar el análisis en las formas de racismo que son sin duda las más
sutiles, las más irreconocibles y, por tanto, las menos denunciadas, quizá porque los denunciadores
habituales del racismo poseen algunas de las propiedades que inclinan a esta forma de racismo. Me
refiero al racismo de la inteligencia. El racismo de la inteligencia es un racismo de clase dominante
que se distingue por una multitud de propiedades de lo que se designa habitualmente como racismo,
es decir, el racismo pequeñoburgués, que constituye el objetivo central de la mayoría de las críticas
clásicas del racismo, empezando por las más vigorosas, como la de Sartre.
12
Este racismo es propio de una clase dominante cuya reproducción depende, en parte, de la
transmisión del capital cultural, capital heredado que tiene la propiedad de ser un capital incorporado
y, por tanto, aparentemente natural, innato. El racismo de la inteligencia es lo que utilizan los
dominantes con el fin de producir una «teodicea de su propio privilegio», como dice Weber, es decir,
una justificación del orden social que dominan. Es lo que hace que los dominantes se sientan
justificados de existir como dominantes, que se sientan de una esencia superior. Todo racismo es un
esencialismo y el racismo de la inteligencia es la forma de sociodicea característica de una clase
dominante cuyo poder se basa en parte en la posesión de títulos que, como los títulos escolares, se
consideran garantía de inteligencia y que han suplantado en muchas sociedades, incluso para el
acceso a las posiciones de poder económico, a los antiguos títulos, tales como los títulos de
propiedad o los títulos nobiliarios. (Bourdieu, 1978, pp. 67-71).

3.3. Sistemas mundiales: América Latina;


La situación de Sven ; Sus posibilidades de morir durante el primer año de vida son mínimas (0,3%)
y su esperanza de vida es de 80 años, esto es, 12 años más que Pieter y 30 más que Nthabiseng.
Sus probabilidades de educación son de 11,4 años –5 más que el sudafricano promedio. A estas
diferencias en años de escolaridad se suman diferencias de calidad: en octavo grado, Sven
normalmente obtendrá un puntaje de 500 en una prueba de matemáticas internacionalmente
comparable, mientras que el estudiante sudafricano promedio no obtendrá más que 264 puntos –más
de dos desviaciones estándar por debajo de la mediana de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos (OCDE). Lo más probable es que Nthabiseng nunca llegue a ese grado y, por
tanto, nunca presentará esa prueba.
El punto de partida de esta sección será reflexionar sobre la situación social y económica de América
Latina. Los interrogantes que nos movilizan son amplios; por ejemplo: ¿existen diferencias
estructurales entre América Latina y el resto del mundo desarrollado, o se trata más bien de grados de
desarrollo? ¿Nuestra situación se debe a que la modernidad (de la que hablamos en el primer
módulo) no se implementó de manera exitosa o a que nuestra modernidad tuvo características
específicas?
Estas preguntas también nos llevan a interrogarnos sobre el lugar que ocupa América Latina en el
contexto global.
Una inicial categorización de la ubicación de América Latina en el contexto mundial fue la que propuso
el economista francés, Alfred Sauvey, en 1952. Según él, el concepto de “tercer mundo” designaba a
los países que no pertenecían a ninguno de los bloques enfrentados en la Guerra Fría: el bloque
occidental (Estados Unidos, Europa Occidental, Japón, Canadá, Corea del Sur, Australia y aliados)
pertenecía al primer mundo; el bloque comunista (Unión Soviética, Europa Oriental, China) pertenecía
al segundo mundo. Uno de los rasgos esenciales del segundo mundo es que estaba conformado por
sociedades con economías de planificación centralizadas, que concedían un papel pequeño a la
propiedad privada o la competencia entre las empresas. La Unión Soviética tenía una forma muy
característica de organización social, política y económica; fundamentalmente, era una comunidad
compuesta por diferentes grupos nacionales y culturas. Rusia era el mayor de ellos, y el ruso, el
idioma oficial de la unión; sin embargo, también se hablaban otras muchas lenguas, como letón,
alemán, árabe o georgiano (Giddens, 2010).
En ese contexto, América Latina pertenecía al “tercer mundo”. Sin embargo, esta inicial forma de
categorizar a los países actualmente está en desuso, ya que los países del bloque socialista han
desarticulado muchas de las políticas de aquel momento histórico; además, porque implica un criterio
esencialmente político para estratificar a los países.
13
Otra manera de categorizar es aquella que divide a los países en aquellos “en vías de desarrollo” y los
“países desarrollados”, y que considera que los primeros están de alguna manera en una etapa de
transición desde un estado de subdesarrollo a otro de pleno desarrollo económico; por el contrario,
hay ciertos países que ya han alcanzado niveles plenos y óptimos de desarrollo económico.
El Banco Mundial utiliza una clasificación de los países según los ingresos. Esta clasificación se basa
en el ingreso nacional bruto (INB) per cápita. En base a su INB per cápita, cada economía se clasifica
como de ingreso bajo, ingreso mediano (que se subdivide en mediano bajo y mediano alto) o ingreso
alto. También se utilizan otros grupos analíticos que se basan en regiones geográficas.

¿Qué es el Ingreso Nacional Bruto y el Producto Interno Bruto de un país? El producto interno
bruto es la variable más conocida y utilizada para analizar el desempeño de las economías. Sin
embargo, no es la que mejor refleja la cantidad de recursos con que cuentan los residentes de un país
para gastar o destinar a ahorro. Esto es así porque no todos los recursos que se generan
internamente permanecen en el país, sino que parte de ellos se transfiere al exterior por concepto de
remuneración de los factores de producción de propiedad de residentes en el resto del mundo, tales
como los pagos de intereses por las deudas contraídas y las remesas de utilidades de las empresas
extranjeras radicadas en el país. De igual modo, los residentes de un país determinado reciben
recursos por concepto de remuneración de los factores radicados en el resto del mundo. Por este
motivo, y desde la perspectiva de las cuentas nacionales, cobra relevancia la diferenciación de los
conceptos de ingreso interno e ingreso nacional. Medido a precios corrientes, el ingreso interno bruto
de un país es igual al producto interno bruto y corresponde a la sumatoria de los ingresos generados
en la actividad productiva de los sectores residentes. Al sumar a este ingreso interno bruto los pagos
netos de factores mencionados en el párrafo anterior, se obtiene el ingreso nacional bruto. Dadas las
características de las economías de los países de América Latina y los montos registrados por
concepto de estos pagos, la diferencia entre el comportamiento del ingreso interno bruto y del ingreso
nacional bruto ha sido, en determinados momentos, apreciable. Adicionalmente, en los últimos años
ha ganado importancia en muchos países de América Latina la recepción de recursos
correspondientes a remesas de dinero que los trabajadores emigrantes realizan a sus familias. Estos
son recursos que, aunque se generan en otro país y por lo tanto no están incluidos en el cálculo del
PIB, forman parte de las disponibilidades de los residentes para solventar los gastos en los que deben
incurrir, o alternativamente, destinar al ahorro. Al sumar estos recursos al ingreso nacional se obtiene
entonces el ingreso nacional bruto disponible. Dadas las magnitudes de los montos registrados por
concepto de transferencias corrientes netas recibidas del resto del mundo en los últimos años, la
diferencia entre los conceptos de ingreso interno bruto, ingreso nacional bruto e ingreso nacional bruto
disponible adquieren, para algunos países, gran relevancia. (Kacef, 2008, pp. 11-12).

¿Lo sabías?
• De los 6.000 millones de personas que viven en el mundo, más de 1.200 millones viven con menos
de US$1 por día y otros 2.000 millones de personas viven apenas un poco mejor.
• Alrededor del 60% de las personas que viven con menos de US$1 por día viven en Asia oriental y en
África al sur del Sahara.
• En los países de ingreso alto, los agricultores -- hombres y mujeres-- constituyen menos del 6% de la
fuerza laboral, mientras que en el conjunto de los países de ingreso bajo y mediano representan casi
el 60% de todos los trabajadores.
• A los países en desarrollo les corresponde casi US$1 de cada US$4 que ganan los países
industriales con sus exportaciones.
14
El dato común que encontramos entre las diferentes categorizaciones de los países es que vivimos en
un mundo profundamente desigual. Según el Informe sobre el desarrollo mundial 2006: Equidad y
Desarrollo, del Banco Mundial (Ferreira et al., 2006), estas desigualdades se traducen en
extraordinarias asimetrías de oportunidades, tanto dentro de las fronteras nacionales como entre los
países. En el informe se agrega que incluso la misma oportunidad básica de la vida está distribuida en
forma muy desigual; por ejemplo: mientras que menos de la mitad del 1 % de los niños nacidos en
Suecia muere antes de cumplir el primer año, casi el 15 % de todos los nacidos en Mozambique
fallece antes de esa edad. En el Salvador, la tasa de mortalidad infantil es del 2 % en el caso de los
niños nacidos de madres con cierto nivel de instrucción, y del 10 % si sus madres carecen de
formación. En Eritrea, la cobertura de la inmunización es próxima al 100 % en los niños del quinto más
rico de la población, pero solo del 50 % en el quinto más pobre.
Seguramente tú debes conocer otras modalidades para categorizar a los distintos países. Te
invitamos a reflexionar al respecto.
Lo que queremos destacar en esta breve introducción es que los diferentes conceptos que usamos
para referirnos al lugar que ocupa América Latina en el escenario mundial no son neutros; por el
contrario, implican una carga conceptual que intentaremos deslindar en esta sección.
Para analizar la desigualdad a escala global, la sociología (específicamente, la reflexión sociológica
latinoamericana) dio varias explicaciones. En esta sección discutiremos las primeras teorías que
intentaron dar cuenta de la situación de desarrollo, subdesarrollo y desigualdad en la región: la teoría
de la modernización y la teoría de la dependencia.

Modernización y dependencia
Teorías de la modernización: A partir de la década del cincuenta, se produce un cambio en la
orientación de la sociología latinoamericana que da origen a lo que se denominó la sociología
“científica” (Fuentes, 2006; Solari, Franco, y Jutkowitz, 1976). La sociología científica fue un
movimiento de renovación contra una situación que en ese momento era percibida como negativa
para el desarrollo de la ciencia social en la región. La crítica apuntaba al supuesto atraso teórico y
metodológico en el que se encontraba la sociología a comienzos de la década de 1940, y a la escasa
investigación empírica. El blanco de las críticas de esta corriente fue lo que se consideraba que era
“precientífico”, “premoderno” y “presociológico”. Esta primera etapa en la sociología latinoamericana,
caracterizada como de los pensadores, tenía al ensayo como principal medio de comunicación. Los
llamados pensadores, según indicaron Solari, Franco y Jutkowitz (1976), eran los intelectuales de
América Latina que centraron su preocupación en lo social y lo político, y cuyo rasgo central era
interpretar la realidad social para luego transformarla.
Los aportes de la sociología científica inician una renovación de la disciplina, sus concepciones,
metodología y de la forma de concebir la relación entre realidad y transformación.
En ese momento histórico, se reconocía que la sociología tenía una larga tradición en América Latina,
pero esto era al mismo tiempo un obstáculo y un apoyo para el objetivo de establecer una ciencia
empírica. Solari et al. (1976) plantean que Gino Germani (uno de los iniciadores de lo que se conoció
como sociología científica) señaló que, por un lado, la sociología latinoamericana era un apoyo porque
era una tradición de “realismo social” en la región, un esfuerzo por comprender la realidad
latinoamericana; pero, por otro, era un obstáculo porque creó una sociología académica estéril y
anquilosada, que no otorgaba valor a la investigación empírica.

15
La sociología científica tuvo uno de sus mayores exponentes en la teoría de la modernización. Solari y
sus colaboradores (1976) indican que uno de los postulados centrales de la teoría de la
modernización es que en la actualidad la sociedad se encuentra “en transición”, y el proceso de
desarrollo económico supone un estado inicial y un estado final. Por lo tanto, se entiende que culmina
con el paso de una sociedad “tradicional” a una “desarrollada”. El estado final se corresponde
empíricamente con el de las sociedades actualmente desarrolladas.
La teoría de la modernización concibe, entonces, al desarrollo como la adopción de pautas de
comportamiento, actitudes y valores identificados con la racionalidad económica moderna,
caracterizada por la búsqueda y obtención de la máxima productividad y ganancia. También identifica
los posibles obstáculos que pueden surgir en la plena implantación de la modernidad y define los
instrumentos de intervención capaces de resolver y alcanzar los resultados deseados en el sentido de
aproximar a cada sociedad y nación ese modelo teórico de sociedad.
Fuentes (2006) postula que el supuesto fundamental de la teoría de la modernización es la existencia
de tipos ideales (en el sentido weberiano) en extremos de un proceso evolutivo: la transición de la
sociedad tradicional hacia la sociedad moderna. Se presupone que las sociedades avanzan desde un
extremo de un continuo hacia otro extremo. Las sociedades latinoamericanas se encuentran, de
acuerdo con esto, subdesarrolladas porque tienen características tradicionales que les impiden ser
plenamente modernas. Es decir, la sociedad actual es una “sociedad en transición” y debe evolucionar
hacia el desarrollo. Según Solari y sus colaboradores (1976), inclusive cuando no se utiliza de manera
expresa ningún modelo construido, ninguna tipología, el referente empírico (la sociedad a la cual
deberíamos llegar) son las sociedades más desarrolladas. Esta tipología es claramente dicotómica y
los autores reconocen esta simplificación tan solo con fines analíticos, pero están de acuerdo en que
entre los dos extremos, es decir, en la etapa de transición, cabe distinguir una multiplicidad de formas;
aunque, de todos modos, siempre el proceso conduce a ese estado final. Así también, tanto el estado
final como el inicial son tipos extremos que asumen, en las sociedades reales, formas sumamente
variadas.
El rasgo fundamental del tipo de sociedad industrial moderna es el que se considera en el concepto
de secularización, el cual designa un proceso compuesto por tres tipos de cambios continuos (Solari
et al., 1976):
1) cambios de la estructura normativa predominante, en términos de que los individuos se ven cada
vez menos constreñidos a actuar según las formas estrictamente preestablecidas, por lo que se
multiplican las situaciones en que pueden optar lícitamente entre diversas alternativas (es el pasaje de
la acción prescriptiva a la electiva);
2) paso de la institucionalización de lo tradicional a la institucionalización del cambio: se legitima la
innovación, etcétera;
3) especialización creciente de las instituciones y surgimiento de sistemas valorativos específicos y
relativamente autónomos para cada espera institucional.
Así, si en la sociedad tradicional la familia era la institución en el seno de la cual ocurrían todos los
sucesos de la vida de sus miembros (puesto que, además de la relación de parentesco, encontraban
allí su lugar de trabajo, por ser una unidad económica, y aprendían y adquirían habilidades para el
desempeño de oficios, etc.), en la sociedad moderna las unidades económico-ocupacionales en las
que discurre la vida laboral de sus miembros se distinguen de la familia y se constituyen entre
hombres no ligados por lazos de parentesco, cuya educación se realiza en el marco de las escuelas,
etcétera, en donde las actividades económicas, educacionales y demás se tornan relativamente
autónomas.

16
Es decir, la sociedad industrial moderna se caracteriza por la vigencia creciente de opciones, la
constante división y especialización del trabajo, la aceptación y valoración creciente del cambio y la
transformación. En tal marco, la secularización del conocimiento, la tecnología y la economía
conducen al empleo cada vez mayor de fuentes energéticas de alto potencial y a la maximización de
la eficiencia en la producción de bienes y servicios.
La ideas de Whalt Rostow, economista estadounidense, sintetizan los postulados de la teoría de la
modernización. Según indica Valencia (2005), fue Rostow quien mejor expresó esta teoría del
desarrollo, la cual dominó el pensamiento de las décadas de los 50 y 60.
Sintetizamos las ideas de Rostow en función de los trabajos de Preston (1999) y Valencia (2005):
1) La situación inicial es la sociedad tradicional. La característica de esta sociedad es la de una
estructura con funciones de producción limitadas y con un desarrollo científico también rudimentario.
Esto no significa que la sociedad tradicional fuese totalmente estática. Sin embargo, la falta de ciencia
y tecnología modernas puso límites a su modo de organización. Rostow caracteriza esta sociedad
tradicional en función de su base agrícola, su forma de gobierno basada en el clan y la mentalidad
fatalista.
2) La segunda etapa del proceso, siguiendo con el argumento esbozado en el trabajo de Preston
(1999), tiene que establecer condiciones previas para el despegue hacia el crecimiento autosostenido.
El ejemplo que se da es Europa Occidental a fines del siglo XVII y comienzos del XVIII, cuando la
sociedad medieval se desintegra, la ciencia moderna crece y el comercio se desarrolla. En tal periodo
histórico comienza el proceso de rehacer la sociedad tradicional.
3) La tercera etapa se vuelve “normal”. Rostow sostiene que el despegue implica la superación de los
viejos bloques y resistencias al crecimiento. Hay enclaves limitados de la actividad moderna que
finalmente se expanden y llegan a dominar el conjunto de la sociedad. En una década o dos, la
estructura básica de la economía se transforma de tal manera que hay una tasa constante de
crecimiento que puede ser sostenida regularmente. El impulso inicial se deriva del avance tecnológico
y de la formación del capital social fijo. El país que ejemplifica este proceso de despegue es la
Inglaterra de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Para Valencia (2005), el despegue de algunos
países de América Latina como Brasil, México, Chile o Argentina puede situarse en este período,
porque coincide (grosso modo) con el proceso de industrialización por sustitución de importaciones
que dejó atrás a la vieja economía primario-exportadora; aunque no la desmanteló, sino que la
refuncionalizó en el contexto de la expansión del capitalismo.
4) En la cuarta etapa, hay un período largo de progreso y, como consecuencia de esto, las industrias
avanzan, maduran y se estabilizan. Este es un momento de buen ajuste a los mecanismos sociales e
institucionales: con el tiempo se establecen una economía y una sociedad maduras que se basan en
la absorción de nuevas tecnologías generadas internamente. Se pasa de una situación donde una
proporción del ingreso nacional se invertía en importaciones a una inversión y la sustitución de estas;
esto permite la producción masiva de mercancías destinadas a la exportación a otros países.
5) La quinta etapa es el período de consumo masivo: los sectores principales se apartan de las
industrias pesadas hacia el abastecimiento de bienes de consumo duraderos y servicios en el
mercado de consumo. La sociedad ha efectuado el tan buscado cambio hacia una modernización.

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Si bien en este momento histórico hay diferentes teorías del desarrollo, según Valencia (2005), el
denominador común puede sintetizarse en dos postulados que influirán en las ciencias sociales hasta
nuestros días, sobre todo, en la metodología para comparar sociedades industriales desarrolladas y
sociedades subdesarrolladas y dependientes. Los puntos en común son los siguientes:
1) El subdesarrollo es una etapa previa y necesaria para alcanzar un capitalismo pleno. El corolario de
esta tesis es que hay un continuum en un proceso lineal de desarrollo, donde es necesario reunir
condiciones de la primera etapa para poder alcanzar la plenitud.
2) La segunda tesis es de orden metodológico. Se expresa en un conjunto de parámetros formales
para medir el subdesarrollo; se utilizan índices como: alfabetización, nutrición, natalidad y mortalidad,
ingreso per cápita, niveles de pobreza. Estos indicadores expresan el nivel en el que se encuentra una
sociedad en relación al continuum evolutivo.

¿Qué es un ensayo en esta discusión? El ensayo no es un artículo o un libro científico que intenta
dar pruebas concluyentes de una hipótesis para, de ese modo, confirmarla más allá de toda duda:
pretende, ante todo, persuadir de la verdad de una idea, desarrollándola, mostrando implicaciones y
conexiones que en los mejores exponentes del género son novedosas, reclaman una nueva manera
de ver al mundo y, sobre todo, al hombre, que en definitiva es el gran tema de todo ensayo.
En las circunstancias que enfrentaron los pensadores latinoamericanos, es decir, ante la necesidad de
levantar un pensamiento sobre sus sociedades globalmente consideradas y hacer de él una base para
su transformación, los andamiajes que proporcionaban las ciencias humanas de la época eran tan
necesarios como partos para la naturaleza y magnitud de la tarea. De ahí que el ensayo fuera la
salida casi impuesta para cumplirla cabalmente. (Solari et al., 1976, p 27).

¿Quién fue Gino Germani? Gino Germani nació en Roma en 1911. Tras haber estado preso en Italia
bajo el régimen fascista de Mussolini, en 1934 se radicó en Argentina, donde estudió filosofía y
desarrolló una actividad política comprometida con la lucha contra el fascismo. A partir de 1956 se
desempeñó como docente en la Universidad de Buenos Aires en materias relacionadas con la
sociología, y en 1967 fue designado como Director del Instituto y la Carrera de Sociología, creada ese
mismo año. Desde allí, Germani fundó en el país una línea de estudios alrededor de temas que no
habían sido abordados hasta el momento; entre otros tópicos se ocupó de analizar la estructura
social, los procesos de modernización y secularización y la vida política de la sociedad moderna;
haciendo de su trabajo un aporte teórico y metodológico de singular riqueza. En 1966, tras el golpe de
Estado, deja el país para ser profesor de Estudios latinoamericanos en Harvard; en 1975 se traslada a
Italia para trabajar en la Universidad de Nápoles y muere pocos años más tarde en Roma, en 1979.
(Mera y Rebón, 2010, http://goo.gl/MYajEV).

Teoría de la dependencia; Como señala Theotonio dos Santos (1998) –uno de los fundadores–, esta
teoría surgió en América Latina, en los años 60, para explicar las nuevas características del desarrollo
dependiente de la región. Esta perspectiva analítica es una crítica al marco interpretativo de los
anteriores modelos explicativos, como la teoría de la modernización, que ponía énfasis en un
supuesto subdesarrollo de las sociedades latinoamericanas. Si bien aquí hacemos referencia a la
teoría de la dependencia como un cuerpo coherente de análisis, en realidad se trata más bien de un
conjunto de autores con ideas que muchas veces no están de acuerdo. Bajo este contexto es más
adecuado hablar de teorías de la dependencia en plural y no en singular.
Es importante enfatizar, como lo hace Boron (2008), que la teoría de la dependencia nace en América
Latina, a pesar de que existen algunas contribuciones aisladas en la obra del economista egipcio
18
Samir Amin. Estas voces críticas respecto de la orientación científica propiciaron un armazón
explicativo alternativo. Exponemos los principales argumentos.
Debemos ubicarnos temporalmente, según Osorio (1995), en la segunda mitad de los años 60 y los
inicios de los 70, donde la reflexión sociológica latinoamericana estuvo relacionada fuertemente con la
problemática de la dependencia, y la incorporación de esta categoría fue uno de los elementos
centrales de las ciencias sociales de aquellos años. Uno de los grandes desafíos que enfrentó la
sociología de la época fue explicar la situación en la que se encontraba América Latina. El contexto
sociopolítico caracterizado por hechos como el Mayo Francés de 1968, el Cordobazo en 1969 y
diferentes eventos culturales de radicalización política tuvo profundos impactos en el campo de las
ciencias sociales en general y la sociología en particular.
Para Osorio (1995), hay dos grandes procesos que marcaron la historia y el curso de las ciencias
sociales latinoamericanas en los años sesenta, y que fueron la base de la teoría que nos ocupa. El
primero de ellos fue la Revolución cubana, que constituyó uno de los principales parámetros en las
definiciones teóricas y políticas del continente en la época. Este proceso puso en jaque gran parte de
las interpretaciones del marxismo clásico para entender la realidad latinoamericana y obligó a
repensar los modelos explicativos. El segundo factor que incide en el surgimiento de esta teoría es la
creciente integración del proceso productivo de las economías de América Latina con el capital
extranjero en los años 50 y 60. Nosotros podemos agregar un tercer evento de importancia: en la
década de los años 70 culminan los procesos de descolonización de algunos países de África y Asia.
Es importante entender el contexto de surgimiento de la teoría de la dependencia. Por esta razón,
profundizaremos en el tópico retomando la exposición de Theotonio dos Santos (1998). Para Santos
(1998), las ciencias sociales en la región comenzaron a reflejar una nueva realidad. Como vimos en
las secciones anteriores, las ciencia sociales se habían constituido en el siglo XIX en torno a la
explicación de la Revolución Industrial y del surgimiento de la civilización occidental como un gran
proceso social creador de la modernidad que correspondía a un nuevo estadio civilizatorio,
representado a veces como resultado histórico de la acción de las fuerzas económicas y sociales,
como son el mercado y las burguesías nacionales. En otras circunstancias, las ciencias sociales
aparecen como el resultado de un modelo de conducta racional del homo-economicus y del individuo
racionalista y utilitario, que serán expresión última de la naturaleza humana, cuando esta quede
liberada de tradiciones y mitos antihumanos. Otras veces, estas conquistas económicas, políticas y
culturales se presentarán como producto de una superioridad racial o cultural de Europa.
Para Santos (1998), es la crisis del colonialismo (iniciada en la Primera Guerra Mundial y acentuada
después de la terminación de la Segunda Guerra Mundial) la que pondrá en discusión algunos de los
supuestos de la evolución histórica. Por ejemplo, la derrota nazi llevó a rechazar la idea de una
supuesta excepcionalidad europea y de la superioridad racial. La idea de que la modernidad debería
ser tratada como un fenómeno universal, como un estadio social que todos los pueblos deberían
alcanzar, ya que es el desarrollo pleno de una sociedad democrática (que los países victoriosos
identificaban con el liberalismo norteamericano e inglés y, por otra parte, con el socialismo ruso) entra
en crisis.
Es en este contexto que surge un campo de producción intelectual dedicado al análisis de estos
temas, con el título general de teoría del desarrollo, donde la característica central fue la de pensar el
desarrollo como una adopción de normas de conducta, actitudes y valores identificados con la
racionalidad económica moderna, caracterizada por la búsqueda de la productividad máxima, la
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generación de ganancias y la creación de inversiones que llevasen a la acumulación permanente de
las riquezas por parte de los individuos y de cada sociedad nacional.
Como vimos en el módulo inicial, ya los padres fundadores de la sociología, Karl Marx, Emile
Durkheim y Max Weber, establecieron teorías (en algunos aspectos, convergentes, y en otros,
contradictorias) sobre esta sociedad moderna.
Santos (1998) señala que la teoría del desarrollo (la que estuvo vinculada a la teoría de la
modernización) buscó localizar los obstáculos de la plena implantación de la modernidad y definir los
instrumentos de intervención capaces de facilitar el alcance de los resultados deseados, en el sentido
de aproximar cada sociedad existente a esta sociedad ideal. Por más que estas construcciones
teóricas pretendían ser construcciones neutras en término de valores, era imposible ocultar la
evidencia de que se consideraba a la sociedad moderna (la cual había nacido en Europa y se
afirmaba en los Estados Unidos de América) como un ideal que se pretendía alcanzar y una meta
sociopolítica que se debía conquistar. También resultaba más o menos evidente la aceptación tácita
de que la instalación de esta sociedad era una necesidad histórica incontestable. Como vimos, estas
teorías fueron sintetizadas por los planteos de Rostow que analizamos en la sección precedente.
Solari y sus colaboradores (1976) señalan que este enfoque latinoamericano, conocido como teoría
de la dependencia, postula: a) una integración entre las ciencias sociales y la historia; b) una
concepción del desarrollo muy diferente; c) la consideración de la explicación la inserción de las
sociedades latinoamericanas en el sistema capitalista mundial como elemento esencial; d) la
consideración del problema político y del papel del Estado; e) la identificación de las situaciones
estructurales básicas y de las formas en que se sucedieron en América Latina. El punto fundamental
de la explicación es analizar la inserción de las sociedades latinoamericanas en el sistema capitalista
mundial. Es decir, no existen grados de desarrollo: lo que encontramos son pautas históricas de
explotación de unos países sobre otros y un sistema económico mundial interconectado y desigual.
Como señala Santos (1998), la teoría de la dependencia, que surgió en América Latina en los años
60, intentó explicar las nuevas características del desarrollo dependiente que se habían implantado en
los países latinoamericanos. Desde la década de los años 30, los países se habían orientado en la
dirección de la industrialización, caracterizada por la sustitución de productos industriales importados
de las potencias por los producidos en industrias nacionales. De inmediato, terminado el ciclo
depresivo (caracterizado por dos guerras mundiales, una crisis global y la exacerbación del
proteccionismo y el nacionalismo), se restablecía a través de la hegemonía norteamericana la
integración de la economía mundial. El capital, concentrado en aquel momento en los Estados Unidos,
se expandió hacia el resto del mundo en busca de oportunidades de inversiones que se concentraron
en el sector industrial. En estos años de crisis, la economía norteamericana generalizó el fordismo
como régimen de producción y circulación, y dio inicio, incluso, a la revolución científico-tecnológica
en los años 40. La oportunidad de un nuevo ciclo expansivo de la economía mundial exigía la
expansión de estas características económicas a nivel planetario. Esta fue la tarea que el capital
internacional asumió teniendo como base de operación la enorme economía norteamericana y su
poderoso Estado nacional, además de un sistema de instituciones internacionales establecido en
Bretton Woods.
Implantada de manera elemental en los años 30 y 40, la industria en los países dependientes y
coloniales sirvió de base para el nuevo desarrollo industrial de posguerra y terminó articulándose con
el movimiento expansivo del capital internacional, cuyo núcleo estaba formado por las empresas
multinacionales creadas entre los años 40 al 60. Esta nueva realidad respondía a la noción de que el
subdesarrollo significaba la falta de desarrollo. Este fue el contexto para comprender dos caras de un
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mismo proceso; la plena implementación del desarrollo del capitalismo y de un sistema mundial de
producción producía de manera simultánea los hechos que se estaban estudiando: desarrollo y
subdesarrollo.
Santos (1998) señala el punto central de su argumentación. Para el autor, si la teoría del desarrollo y
del subdesarrollo era el resultado de la superación del dominio colonial y de la aparición de
burguesías locales, deseosas de encontrar un camino que les permitiera participar en la expansión del
capitalismo mundial, la teoría de la dependencia, surgida en la segunda mitad de la década de 1960,
representó un esfuerzo crítico para comprender la limitación de un desarrollo iniciado en un período
histórico en que la economía mundial ya había sido constituida bajo la hegemonía de enormes grupos
económicos y poderosas fuerzas imperialistas, aun cuando una parte de estas entraba en crisis
abriendo la oportunidad para el desarrollo del proceso de descolonización.
Hasta aquí, podemos ver las profundas disparidades que existen entre el paradigma de la
modernización y el de la dependencia. Debemos citar, también, dos importantes antecedentes de la
teoría de la dependencia (Santos, 1998):
1) El surgimiento de una tradición crítica al eurocentrismo, implícito en la teoría del desarrollo. Se
deben incluir, en este caso, las críticas nacionalistas al imperialismo euro-norte-americano y la crítica
a la economía neoclásica de Raúl Prebisch y de la CEPAL (Comisión Económica para América
Latina).
2) El debate latinoamericano sobre el subdesarrollo, que tiene como primer antecedente el debate
entre el marxismo clásico y el neomarxismo, en el cual se destacan las figuras de Paul Baran y Paul
Sweezy.

Así, las ideas centrales de la teoría de la dependencia son (Santos, 1998):


1) el subdesarrollo está conectado de manera estrecha con la expansión de los países
industrializados;
2) el desarrollo y el subdesarrollo son aspectos diferentes del mismo proceso universal;
3) el subdesarrollo no puede ser considerado como la condición primera para un proceso
evolucionista;
4) la dependencia, con todo, no es solamente un fenómeno externo, sino que se manifiesta también
en diferentes formas en la estructura interna (social, ideológica y política).

Una de las características de esta nueva teoría fue la interdisciplinariedad, inspirada de alguna
manera en una extensa tradición intelectual latinoamericana de pensadores que tuvieron al ensayo
como principal medio de comunicación. Estas originales propuestas metodológicas superaban las
aplicaciones de teorías, metodologías o propuestas científicas importadas de los países centrales, y
comenzaron a abrir un campo teórico propio, con metodología propia y una identidad específica.
Sintetizamos los puntos que debe tener la teoría de la dependencia en la actualidad, como escuela de
pensamiento que busque interpretar, ahora, la realidad social latinoamericana:
1) La teoría social se debe desprender de su extrema especialización y retomar la tradición de las
grandes teorías explicativas con el objetivo de reordenar el sistema de interpretación del mundo
contemporáneo.

2) Esta reinterpretación debe superar, sobre todo, la idea de que el modo de producción capitalista,
surgido en Europa en el siglo XVIII, es la referencia fundamental de una nueva sociedad mundial. Este
fenómeno debe ser visto como un episodio localizado, parte de un proceso histórico más global que
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envuelve la integración del conjunto de las experiencias civilizadoras en una nueva civilización
planetaria, pluralista y no exclusivista, basada en la no subordinación del mundo a ninguna sociedad
determinada.
3) La formación y evolución del sistema mundial capitalista debe orientar el análisis de las
experiencias nacionales, regionales y locales, buscando rescatar las dinámicas históricas específicas
como parte de un esfuerzo conjunto de la humanidad por superar la forma
explotadora, expropiatoria, concentradora y excluyente en que este sistema evolucionó.
4) El análisis de este proceso histórico debe rescatar su forma cíclica, procurando situar los aspectos
acumulativos en el interior de sus límites, establecidos por la evolución de las fuerzas productivas, y
las relaciones sociales de producción, la justificación ideológica de estas relaciones y los límites del
conocimiento humano.
5) En este sentido, la evolución de la ciencia social debe ser entendida como parte de un proceso más
global de la relación del hombre con la naturaleza: la suya propia, la inmediata, la ambiental y el
cosmos, solo aparentemente ausente de la dinámica de la humanización. Esto es, ella debe ser
entendida como un momento de un proceso más amplio de desarrollo de la subjetividad humana,
compuesta de individuos y pueblos que están construyendo el futuro siempre abierto de estas
relaciones. (Santos, 1998, p. 19).

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