Está en la página 1de 248
ess OSU ORO MANUEL CRUZ &Cémo amaban los grandes pensadores? Los estoicos con paciencia, los vitalistas con entusiasmo, los nihilistas tan On ers ETTORE apasionante 0 doloroso como para cl resto de mortales. Elerotismo de Platdn, la lujuria de San Agustin, fa trustracion de Spinoza, la pasién de Abelardo y Eloisa o la extrana relacién que mantuyieron Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir han contribuido a dar forma a nuestro concepto del amor ee ec Oe eee na Prone ee eee Cet rer cM ces Cony We eee amary seramados, El filésofo Manuel Cruze adentra en la vida ylas ideas de algunos de los pensadores mas importantes de SU rE eer conelt (OL Esta obra ha obtenido, por mayoria, el Premio Espasa de Ensayo 2010, concedido por el siguiente jurado: Fernando Savater (presiden- te), Pedro Garcia Barreno, Amando de Miguel, Vicente Verdi y Pilar Cortés. TaUTe} TTC E S(O) Los filésofos y el amor NUEL CRUZ LO ESPASA © ENSAYO 2010 ESPASA FORUM (© Manucl Cruz Rodriguez, 2010 (© Espasa Libeos, SLU. 2010 [Diseno de bert Sincheu/Lacaste epnito Legal: M43233-2010 ISBN: 978.54-67034549 Nose emit apron te pri de ot ions noo Sen sea informs, ao tannin ch cage forma por oli mdse deinen, por taerpis po ben ote nated dnd pom pny por so lei: Lanes Aon eee encnaospce onvde lo conts p fled cel A 10) alee dl Cage Pn). Be ee epee santa reece CRO tren dclswcb wwv.cendacom 9 portlonooo91 7219707 Simro Espasa, ens deseo de mejorar ss pubicaciones, agradecer cualquier supe renin que lo ectoeeshagan al depatamento ecto por correo elect ‘cov eugerenciaeespasa at Impreso en Eepafa/Printed in Spain Impresén: Uniral,§.L Espasa Libres, . LU, Paseo de Reelets, 4 28001 Madd ‘worwespas.com By satizndo para la de este libro es clen por cien libre de « para econ ard lo A quienes aman, porque estin en el secreto Segiin se es, asi se ama. José Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor ‘Amar a alguien es decicle: «tii no morinis nunca». Gabriel Marcel, La mort de demain «al dejarme casi, casi se te olvida que hay un pacto entre los dos. Por mi parte, te devuelvo tu promesa de adorarme, ni siquiera tenges pena por dejarme que ese pacto no es con Dies. Alvaro Cartillo, Se te olvida InpIcE AGRADECIMIENTOS INTRODUCCION: «NO PUEDO EXPRESAR LO QUE SIENTOn .. La experiencia de escribir sobre la arena ... 7 «ERES EL HOMBRE DE MI VIDA»: PLATON, 0 DE QUE HA- BLAMOS CUANDO HABLAMOS DEL AMOR «tests 25 Acerca del context nnn 26 El amor, por fin 33 Entre luces y sombras.. 36 Reflexién: amar y ser amado 39 “ANTES DE CONOCERTE ERA UNA PERSONA DISTINTA>: SAN AGUSTIN ¥ LA IRRUPCION DE LAS SOMBRAS wiswscun 43 Una vida agitada .. eee ee 8 Sefior, hazme casto, pero 0 t0daVia vniinnininemnnn — 48 Ama y haz lo que quieras 33 Reflexi6n: solidaridad y caridad 56 «SOLO TENGO OJOS PARA Ths: ABELARDO Y ELOfSA, 0 EL AMOR COMO HERDJIA .. iy Precedentes de una historia tormentosa La historia tormentosa wi sa Interpretaciones de la historia tormentosa Reflexidn; el amor entre los cuerpos .. Amores pensados, amores vividos Del amor como alegria Reflexién: sobre una mala manera de reivindicar el t0 .... «COMO PUEDES SER TAN EGOISTA?»: NIETZSCHE Y LOU [ANDREAS-SALOME: VIVIR EN UN EDIFICIO CUARTEADO ‘Vidas no exactamente paalelas (0 un curioso trenzado que ‘empieza por Nietzsche) . Ahora Lou De vuelta a Nietasche (o de como se gest el flésofo El Niewsche que se encontrar Lou .. Nietasche y Lou: la historia de una imposibilidad Reflexidn: acerca de la promesa, tan imposible como ine- vitable, de amor eterno = sesenanesone «DEBERIAS HABERME MENTIDO»: SARTRE Y SIMONE DE BEAUVOIR: UN COMPROMISO QUE NACIO MUERTO en Vedas vinculadas desde muy pronto Una relacién ciertamente peculiar Amor, equé amor? Compromiso, ¢qué compromiso? Reflexién: el debate sobre el paternalismo .... «QUE VOY A HACER SIN TI?»: HANNAH ARENDT, EL PEN- SAMIENTO Y LA SOLEDAD Peripecia vital . Sus dos maridos .. Martin Heidegger Sus pensamientos sobre el amor Reflexién: la construccién social de la soledad .. «ESTO ES UNA LOCURA»: FOUCAULT: EL DIFICIL AMOR ENTRE IGUALES sn os Primetos compases Ei hombre de los dos registros .. ‘Aptetemos el paso (la sexualidad, en piiblico) 2 ‘Algunas premisas tedricas relevantes para lo que aqui inte- E80 ¢Por qué le llaman amor cuando quieren decir sexo? gO es justamente al revés? ... Reflexién: morboso, una palabra con trampa EPfLOGO: «SI DE VERDAD ME QUISTERAS...» El amor es un gran invento - Qué fue de aquel amor ... La felicidad, a, ja Quién lo pillara... NoTAS BIBLIOGRAF{A BASICA UTILIZADA .. B 197 203 21 215 215 217 222 226 231 243 Exe que, c: sacatlo bibliog aungue acerca ‘compa aporta és, lee opi ‘me lim Brauer Gomé, Meca y tambiéi mi sine AS forma optativ Filosofi do sem tal—m desvari vacione ultado final de este libro debe mucho a unas cuantas personas, dda una a su modo, me han ayudado en la esforzada tarea de adelante, La mayor parte lo hicieron aportando indicaciones rificas, sugerencias de fragmentos 0 consideraciones criticas, también las hubo que colaboraron con reflexiones generales del asunto del que aqui se trata o simplemente con su calida ja. Como no ¢s cuesti6n de aburrir al lector con la especifica i6n de cada cual (solo me permitiré la excepcién de Fina Biru- ora atenta y generosa de algunas partes del manuscrito, cuyas es han contribuido a mejorar notablemente el resultado final), taré a la mencién de sus nombres: Antonio Beltrn, Daniel Fernando Broncano, Manuel Delgado, Jorge Dotti, Javier Gregorio Luri, José Luis Rodriguez Garcia, Diego Sanchez Marta Segarra. Con independencia de que alguno aparezca : citado en el interior del texto, quiero dejar aqui constancia de sro agradecimiento a todos ellos. mismo me ofrecieron una inestimable ayuda, materializada en fe preguntas y comentarios, los estudiantes de mi asignatura 1 de segundo ciclo «Razén y emociones», en la Facultad de a de la Universidad de Barcelona, los cuales, durante el segun- estre del curso 2009-2010 soportaron —con paciencia orien- is exposiciones histéricas, mis reflexiones y algin que otro > contradictorio (subsanado gracias al buen tino de sus obser- 5). oy Sea cicio padas dedic: més cl cial in INTRODUCCION INO PUEDO EXPRESAR LO QUE SIENTO» LA EXPERIENCIA DE ESCRIBIR SOBRE LA ARENA a prestado la filosofia suficiente atencidn al amor? Es proba- e a mas de un lector semejante pregunta se le antoje un ejer- neramente retético: las abundantes paginas que siguen, ocu: en mostrar el tratamiento que a la cuestién amorosa se le ha clo a lo largo de la historia, parccen constituir Ia respuesta ara y contundente, Pero repérese en que el interrogante ini luye un adjetivo, suficiente —al que acaso pudiéramos afiadir decuado—, sobre el que en buena medida descansa su sentido ofundo. efecto, resulta evidente que los pensadores del pasado han do buena parte de sus energias intclectuales a hablar de senti- s, pasiones, emociones o afecciones —por mencionar solo algu- los rubtos bajo los cuales ha tendido a quedar subsumido, de stra manera, el amor—. Obrando asi le concedian, qué duda nportancia filos6fica, pero no esta claro que la que le deberia onder. Porque el amor es mucho més que un tema filoséfico de o rango que los mas importantes: es, en el fondo, por decirlo era un tanto abrupta, aquello que hace posible la filosofia mis- vez a algunos la afitmacién se les antoje rara, alocada o, senci- e, absurda, Probablemente a todos aquellos —y son tantos..— umfan, a pie juntillas porque procedia de los clésic foi, la idea de que lo que verdaderamente esti en el origen del es el asombro. Lo cual, hay que apresurarse a puntualizarlo, yerezca mis ser desarrollado que rechazado, s més 7 podeia seguir el cauce trazado por la siguiente pre por quié no considerar el amor como se considera tradicional- Ta experiencia del asombro, esto es, como fundacional, como ilosdfica, en el mismo sentido en el que se suele hablar de lo prepo- joo? La idea de no reducir lo prefiloséfico a una tinica experiencia ‘del asombro), ampliando el catélogo de aquellas que, de una u otra 1, estin en el origen del pensar, ha sido propuesta por divetsos totes, Entre nosotros, Eugenio Trias ha defendido esta misma posi- ,argumentando en su caso a favor de incluir la experiencia del ‘yértigo en dicho catdlogo y proporcionando pertinentes argumentos su defensa, Por su parte, la candidatura del amor puede presen: ‘también razones contundentes para incorporarse a una visién mas “heterogénea y plural del nacimiento de la reflexién filosdfica. A fin de “cuentas —por polemizar solo un momento con la instancia que ha taco durante largo tiempo el monopolio de lo prefilos6fico— si s asombramos es porque amamos saber. Solo quien, previamente, Ta sabiduria esta en condiciones de asombrarse. El dogmitico, igimos por caso, es alguien incapaz de asombrarse porque tiene dio su deseo de saber («jno necesito saber nada més!» suele este personaje cuando se enfada). "$i embargo, no basta con devolverle al amor su lugar primordial ‘el big bang del pensamiento. Del hecho de que el amor sea condi- de posibilidad del pensar mismo se desprende que lo es también del que piensa, esto es, de su existencia. Porque el amor es siempre “mor personal (por amplio que sea el sentido en el que podamos uti- Hizarla palabra persona), amor de alguien hacia alguien (0 hacia algo), amor de un quien, Y aunque es cierto, como podria objetar un carte- siano de estricta observancia, que el amor no pertenece a los modos primatios del pensamiento y, en esa misma medida, no nos sitve para conocer las estructuras bésicas del ego, no lo es menos, como proba- blemente replicaria un heideggeriano, que somos en cuanto nos des- ubtimos en Ia tonalidad de una determinada disposicién erdtica, Habtia, por tanto, un sentido laxo en el que resultaria perfecta- ‘mente legitimo introducir una correccién sobre los clésicos términos del cogito de Descartes, reformulindolo como amo, luego existo. Yo famo antes de ser, porque no soy sino en cuanto experimento amor. El fumot me constituye, y me constituye ademés en cuanto ser humano. En el fondo, la afirmacién se limita a dar cumplimiento a la tesis pl ralista antes planteada: si no es solo el asombro lo que da origen al 18 ano. Es ‘manera, anir seres human que esta rotu no (tanto de: en que supo: corresponds, acon la que tado la filosol Deahil arena, con el Ja cuestién de Ja manifesta tamente por que la experi excelencia, a cepcién se ex de su capacit afirmar de las filosofos en p bien tempran para dejar cor el amor en el mismos orfgei error de bulto que la pasién intensidades que puede ex por esta pasi cardcter ambi Yes que to, como esc —como, pong se puede deci reconstrucciér —de forma q exposicién ad sin mediacién pco es la razdn, el fogos, lo que define en exclusiva al ser sible (incluso probable) que podamos afirmar que, a su rales 0 computadoras piensan. En cambio, solo de los 9s cabe decir que aman. No obstante, que nadie piense ada inscripcién de lo amoroso en el corazén de lo huma- odos los seres como de cada uno de ellos), en Ia medida \¢ restituir ese sertimiento al lugar de privilegio que le permite resolver los problemas que planteaba la pregun- se abria Ja presente introduccidn (recuérdese: ¢Ha pres- ia suficiente atencién al amor?) subtitulo dela misma, La experiencia de escribir sobre la que se pretendia resaltar, entre otras cosas, que abordar | amor constituye una tarea endemoniada. No tanto por lficultad que ella pudiera presentar de entrada sino jus- o contrario, esto es, por su aparente facilidad, Se dirfa encia amorosa representa la experiencia universal por yuella a Ja que todas las personas priicticamente sin ex- en con derecho a referirse, con absoluta independencia .ci6n, conocimientos 0 cualificacién, Y si eso se puede personas en general, qué no se dira del universo de los rticular. Del amor se viene tratando en la filosofia desde o. Bastard con aludir al Banguete o al Fedro platénicos stancia de la presencia que ha tenido la reflexién sobre discurso filos6fico, como aquel que dice, desde sus 1es. Pues bien, con toda probabilidad representaria un atribuir este persistente interés tinicamente al hecho de amorosa sea, sin el menor género de dudas, una de las nas importantes, mas constituyentes, mas abarcadoras perimentar el ser humano, Junto a ello, la fascinacién in resulta también inseparable de su labilidad, de su yuo y a menudo volatil, escribir al dictado de la propia pasién es, en efec- bir sobre la arena. A diferencia de otras intensidades amos por caso, la del mismo pensamiento—, de las que r que dejan un tipo de marca o huella que permite su en cualquier momento posterior sin especial dificultad ue, parafraseando a Marx, si uno da con el modo de cuado, parece que estemos describiendo directamente, alguna, nuestro objeto; con palabras més simples: que 19 ‘estemos pensando en vo2 alta—, de las relacionadas con el amor bien pudiéramos sefialar que desaparecen sin dejar rastro ni residuo algu+ ‘no. Dejan, si, en la pantalla de nuestro pasado un icon que parece refetir a una experiencia real. Pero se trata de una experiencia pecu- liar, que se resiste a ser convocada, que no acude a nuestra llamada por més alics que hagamos sobre su dibujo. Y cuando en raras ocasio- nes, tras mucha insistencia por nuestra parte la requetida experiencia acude, nunca podemos estar del todo seguros de si lo hace bajo la forma y con el contenido que tuvo en su momento —cuando era pre- sente— o si tinicamente nos muestra, condescendiente, el rasgo que ‘en cl momento de la evocacién estamos en condiciones de soportat Junto a ello, conviene destacar también, como empezibamos a indicar, el elemento de ambigtiedad, consustancial al sentimiento amo- +080 mismo, Tan consustancial resulta que incluso podria sostenerse que una de sus principales caracteristicas la constituye precisamente Ja imposibilidad de definirlo con un exclusivo rasgo o bajo un tinico sign, Solo de esta manera se explican las diversas —y, en el extremo, incluso contradictorias— valoraciones que nunca han dejado de hacerse del amor. Asi, mientras que para unos representa una pasién disolvente, pata otros el recurso al amor ha cumplido con mucha fre- cuencia una funcién alienante, desracionalizadora, sancionadora del orden existente. No les faltan a unos y a otros buenos argumentos @ favor de su respectiva valoracién. A quienes recelan no les cuesta encontrar en el presente y en el pasado abundantes motivos que pare- con cargarles de razén, :Cudntas veces no hemos escuchado la frase «es que estaba enamoraday para intentar justificar un comportamien 10 injustificable, como si el amor resultara ef eximente absoluto, el cequivalente a un formidable trastorno mental transitorio frente al que cualquier imputacin se disuelve? g¥ qué decir a estas alturas del happy end expresado en la recurrente coletilla con la que terminaban Jos cuentos de nuestra infancia, el inefable «fueron felices y comieron perdices»? Pero, pot otro lado, no es menos cierto que también en muchas ‘ocasiones el amor proporciona la energia para iniciativas impugnado- ras del orden existente que, de otro modo, diffcilmente los individuos se atreverian a emprender, Denis de Rougemont ha escrito en El anor ¥y occidente' que el enamoramiento en Occidente siempre se presenta como amor prohibido, obstaculizado. Las llamadas por la gente de orden Jacuras, llevadas a cabo en nombre del amor, pueden aleanzar 20 “el enamor Inverdad Dela ambigiied 10 escéptic sentido re mente nos miento ma sefialados amorosa, desplazan recordator cin obed Por lo eseritores rrido. Por imposible que a lo la podamos ¢ formulacio como una: El pro dese la fre muestra co mas, pod Diffcilmen tenido jam: cabin afin cimiento ( aquello qui Ha sid porlo que de algunas 1y una magnitud eriticas ineoncebibles desde la vigilia que un rey pueda abdicar de su trono, por decir- 0 con la terminologia dle los vicjos cuentos). En ese sentido, do, el nifo y el loco se alinean en su capacidad para decir in miedo, constatacién de ambas dimensiones —Ia volatilidad y Ia id-—no debiera extraerse ninguna consideracién dertotista ial menos en cuanto a la posibilidad de escribir algo con pecto al amot se reficre. Més bien al contratio, probable esté proporcionando una indicacién acerca del procedi- s adecuado ala naturaleza del empefio. Y es que los rasgos no agotan en modo alguno la descripcién de la experiencia jue es, no lo olvidemos, una experiencia intersubjetiva 0, lo ligeramente los términos, una forma de interaccién. El io es importante porque, en tanto que tal, dicha interac- ce a una reglas, que se expresan y manifiestan de diversas pronto, el hecho mismo de que a lo largo de la historia los ayan podido ir dando cuenta de los diferentes avatates de impugna el t6pico de su incomunicebilidad o, mas all, del efable de la misma. Pero la constatacin tiene mayor teco- que muestra, ademas, que, justo porque no existe (es un onceptual) un lenguaje absolutamente privado, el hecho de go de buena parte de Ia historia de la literatura amorosa acontrar tepetidias las mismas (o parecidas) expresiones 0 nes prueba que la sefialada interaccién debe ser entendida, nteracci6n social sujeta a una I6gica subyacente, blema es que a menudo esa légica no parece ser tal (recuér uuente identificacién entre pasién amorosa y locura) 0 no n claridad su signo. Intentar resolver este presunto proble- ria decirse en cierto sentido, lo que se plantea este libro. € podria sostenerse que conoce el amor aquel que no ha is una experiencia amorosa, pero, andlogamente, tampoco rar que la experiencia por si sola se identifica con su cono- s un hecho que, con mucha frecuencia, no entendemos 108 pasa). » en solicitud de ayuda para obtener dicho conocimiento 1emos recurrido en las piginas que siguen a la colaboracién figuras notables de la historia del pensamiento, de las que 21 nos constaba no solo su interés por lo amoroso en tanto o problema conceptual, sino la propia impli riencia, Como es natural, no todos han prestado Ja misma aten asunto, de la misma forma que sus peripecias vitales relacionadas « el amor han sido muy diferentes (entre otras razones, en funcién de: Epoca que a cada uno de ellos le tocé vivir). Eso explica, por cierto, desigual extensi6n de los capitulos, de modo que se ha concedi ‘mayor espacio a los protagonizados por quienes, debido a su condici histéricamente anémala —por ejemplo, como mujer 0 como homo: sexual—tuvieron que pensar y vivir el amor de una manera nueva y distinta, sin herramientas te6ricas ni précticas a su disposicin que les udieran ayudar gran cosa. A contrapelo de la herencia recibida. En todo caso, de los autores seleccionados cabe esperar, por su compartida condicién de pensadores, una voluntad reflexiva, clarifi- cadora, ala que no vendrian obligados otros que hubieran desarrolla- do su tarea en Ambitos como el de la literatura o la poesia. Es ese el inotive dela scleccién y no ninguna presunta superioridad de un tipo. de autores sobre otros, ni nada parecido, En realidad, presuponet (0 deslizar) alguna forma de superioridad de lo te6rico-especulativo sobre otras esferas implicaria traicionar aquello que nos define esen- cialmente, que constituye la més genuina raz6n de ser de quienes nos dedicamos —a menudo con més esfuerzo que acierto— a esa funesta manda llamada pensat. Es este mismo convencimiento el que explica también la estructu- a de los capitulos, que no se conforman con intentar presentar reconstrucciones pulcras, ascadas y completas (aunque la expectativa de alcanzar tal objetivo nunca dispuste, claro est@) de momentos his- ‘6ticos. Es ese, asimismo, el motivo por el gue, tras presentar en cada uno de ellos la determinacién o rasgo del concepto de amor aportada por el pensador o pensadora correspondiente y mostrar la forma en que intentaron incorporar a su propia vida tales aportaciones, se ter mina —que no concluye, como se explica a continuacién— con una reflexién en la que se aborda criticamente alain aspecto de esa pro- puesta desde la perspectiva contemporinea (y del propio autor del presente libro: de ah que en dichas reflexiones finales se sustituya la impersonal primera persona del plural utilizada en el grueso del texto por una explicita primera persona del singular). Pero la historia de la filosofia no puede sustituir ala filosofia, como la filosofia no puede sustituir al pensamiento, ni este a la vida, 2 que Byer toed delnafoe asl ues, por defcion, cons 1 balance concluyente acerca de todo lo que puede ser dicho de la idea, En ningiin momento ha sido esa la pretensién, Lo e ha perseguido, mas bien, es mostrar un entramado significativo ortaciones que, en su conjunto, permitieran al lector hacetge una de las diferentes formas en que, en nuestro pasado, se intenté zar (en muchos casos para dar cuenta de la particular vivencia ensador o pensadora en cuestién) una pasién de la que todavia entimos prisioneros (de qué, si no, habria en estos momentos ojos deslizandose por estas lineas?). A sabiendas, eso si, de que, suele ocurrir con las experiencias en verdad importantes, el rela- lo vivido por otros no nos empieza a servit hasta que nosotros no 8 pasado igualmente por lo mismo. “on Io que regresamos al punto de partida, es de esperar que en cs condiciones. Eseribir sobre el amor, deciamos antes, constitt, a tarea endemoniada. Comparable, podriamos afiadir ahora, a rrarse en un campo de minas. La experiencia mas universal ha ugar a un lengusje también universal al maximo, pero no por | maximo transparente. El empefio por dar cuenta de la propia nse ha venido sirviendo, una y otra vez, de frmulas expresivas lojicas, cuando no enigmaticas sin més. De hecho, hemos utiliza- 1 pufiado de ellas como titulos de los diferentes capftulos con la cién de que sirvieran para mostrar hasta qué punto a lo largo de toria del pensamiento diseursos, convicciones y argumentos han tad arrojar luz schre una vivencia que al propio sujeto le resul- profundamente petturbadora, an todas esas expresiones se contiene, en cierto sentido, un teso- ada una de ellas azoge un aspecto, una dimensién, de lo que ha pensado acerca del amor en el pasado. Cuando las examinamos cca, comprobamos hasta qué punto representan un particular y 0 destilado de persamiento, son el producto de convencimientos umentaciones transmitidos a lo largo de la historia cuyo origen amos olvidado. No se trata de afirmar, presuntuosamente, que a sido la gran dimensién olvidada del amor, como si todos los les fl6sofos y filésofas que hasta hoy han sido no hubieran caido cuenta —por despiste o incompetencia— de que en lo referente or faltaba algo por pensar, y que eso por pensar estaba, como la B mosea de Wittgenstein, ante sus ojos, en el lenguaje mismo que utili- zaban a diario, No se trata de eso. Si importa volver sobre lo dicho y sobre lo pensado acerca del amor es porque todo ello, lejos de constituir una mera cuestién ‘arqueoldgica o simplemente ilustrativa de los lugares imaginarios de los que procedemos, esté sefialando, a contraluz, un rasgo especifico con el que se produce hoy el fendmeno amoroso. Careceria de sentido gue, para complacer al lector impaciente, quejoso del largo suspen- ‘se que le aguarda (quedan tantas paginas hasta llegar al final..), anti- iparamos el desenlace del recorrido: sin este, aquel resultatia riguro- samente ininteligible. Pero algo —aunque sea poco— puede adelantarse porque hace referencia al signo de la empresa abordada en cesie libro y, en esa misma medida, advierte de las condiciones en que nos encontramos 0, sise prefiere, de la naturaleza de nuestro presente. ‘Las especificas contradiceiones del mundo en que nos ha tocado en (mala) suerte vivir han terminado por cuestionar buena patte de las ideas acerca del amor que el pasado nos dejé en herencia, sin que todavia haya emergido una concepcién alternativa (ese amor 4 reinven- ze Ya anhelado por Rimbaud) que no solo se adecue a las nuevas cir- ‘cunstancias, sino, sobre todo, esté ala altura de aquello a lo que debe- ria dar forma. Y a lo que deberia dar forma es a la energia amorosa, a lapulsién hacia el otro, ala desesperada necesidad con la que, en un momento determinado de nuesteas vidas, alguien reclama (y se apro- pin de) nuestro corazén con una fuerza sobrehumana, ofreciéndonos a cambio el milagro de la felicidad mas absoluta ante su mera presen- cia, Porque en eso se sustancia el amor, finalmente, Y es de eso, en definitiva, de lo que nos urge dar cuenta, No les parece lo bastante importante? «ERES EL HOMBRE DE MI VIDA» PLATON, O DE QUE HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DEL AMOR Noes verdad que as ideas mas extendidas respecto a un autor fl- seen o caricaturicen sistematicamente por principio su pensamiento. Por el contrario, en muchas ocasiones resaltan o subrayan alguna de sus ideas fundamentales. En el caso de Platén, esto parece claro. Si preguntéramos a alguien no demasiado familiatizado con la literatura filos6fica por la idea més conocida del filésofo ateniense, es altamente probable que nos respondiera sefialando la categoria de antor platéni- co (que también, con alta probabilidad, tenderia a definir como un. amor idealizado por completo y ajeno a cualquier connotacién sexual) Siendo una cuestién interesante, lo que més importa ahora no es hasta qué punto constituye esta categorfa, asi entendida, un elerento central de la propuesta te6rica platénica, sino mas bien si estirando el hilo de dicha idea podemos reconstruir toda una manera de entender el amor por la que todavia nos sintamos interpelados. O, si se prefiete decir esto mismo apenas de otra forma, una manera de entender ¢] amor cuyas estructuras bésicas permanezean en algéin grado presentes ‘en nosotros. Hay, en efecto, una concepcién platénica del amor que se-va des- plegando a lo largo de diversos didlogos. Pero, para que la narracién dea forma en que aquella va emergiendo a la superficie de sus textos no adopte la forma de la reconstruccién meramente académico-histo- riogrifica, convendré, aunque sea minimamente, contextualizar al autor. Entre otras cosas porque, aunque a considerable distancia del primero (el del armor plat6nico), otto delos t6picos mas generalizados respecto a Platén es el de su desdén hacia la realidacl material y, mas 2 ~ en conereto, hacia las dimensiones sociales y politicas de la misma, t6pico apoyado en la imagen extremadamente dualista que ofrece en muchos pasajes de su obra, enfatizando el superior valor del mundo de las idcas por encima del de la experiencia, ACERCA DEL CONTEXTO Ambos t6picos contienen, ciertamente, un germen de verdad, pero que no debe ser interpretado ni de forma mecénica ni simplista. Y asi como empezando por el final resultaria de todo punto impro- cedente retorcer los didlogos plat6nicos para intentar extraer de ellos Ja imagen de un populista de convicciones filos6ficas materialistas, también vendrfa a ser parecidamente ilegitimo presentar al autor dela Reptiblica como un pensador indiferente a los problemas de su épaca (habia nacido en el 428 a, C.), reacio a asumir ningtin tipo de compro: iniso politico. De hecho, sabemos por la Carta VI (cuya autenticidad ¢ hoy casi unanimemente aceptada) que en su juventud se planted seriamente dedicarse a la actividad politica y que llegé a recibir (xen mi condicién de persona acomodacla>, eseribe) invitaciones a partici par en el gobierno durante el régimen de los Treinta ‘Tiranos. Pero, a pesar de que entre ellos contaba con amigos y parientes (como sus tios maternos Critias y Ciirmides), episodios como el del intento de mez- lar a Sécrates («el hombre mis integro de su época») en el arresto de Leén de Salamina, un exiliado del partido demécrata, para condenar- Jo « muerte provocaron su completa desilusién respecto de aquel ré- gimen, No mejoraron las cosas con la caida de los tiranos y la restaura. cién de la democracia, Aunque sus ambiciones politicas habian empezado a renacer lentamente, el proceso y la condena de Sécrates Je apartaron de la intervenci6n directa, si bien nunca dejé de reflexio. nar («esperando una mejoria de la aceién politica, y buscando opor tunidades para actuar», reconoce) acerca de cémo mejorar la condi- cidn de la vida politica y la entera constituci6n del Estado, Es en este contexto en el que se deben interpretar los famosos viajes de Platén a Siracusa (en 387, 367 y 361), motivados fundamentalmente por su deseo de demostrar que no era un hombre de pura teoria, sino que sus teorias podian inspirar beneficiosas reformas politicas. Bl balance de tanto esfuetzo fue desolador (todos los viajes terminaron en deten- 26 qu o expulsién), lo que le lle uir q «no cesariin los males | género humano hasta que Oise RecFlatlercptlotofos Heguen ala litica, o que los que tienen ya el poder sean auténticos filésofos» srta VII, 326), Acaso lo que hubiera que retener de este apresurado ilisis del segundo t6pico acerca del Platén (el de su presunto des n hacia la sociedad y la politica) no es tanto que no fuera sensible os problemas concretos de la época que le tocé vivir come que »ponia darles una solucién que hoy nos puede parecer extremada- ate discutible, en especial por la carga de aristocratismo implicita muchos momentos, Pera ello no lo hace menos hombre dle su tiem- que Pericles, Sécrates o cualquier otro. Entre otras cosas porque condicién de hombre del propio tiempo esta claro que se dice de ichas maneras Estiremos un poguito més estas iltimas afirmaciones. Cualquier »puesta te6rica se encuentra abrazada por diferentes anillos contex- les que, a modo de cfrculos concéntricos (o de mufiecas rusas, si se fiere cambiar de imagen), recubren su mticleo esencial. Est claro e no todos los coniextos resultan por igual pertinentes a la hora de lizar el pensamiento de un autor. No todos los rasgos, pongamos r caso, de la sociedad de una época arrojan una clarificadora luz re las ideas de entonces. Lo que significa, regresando a lo nuestro, : determinadas cizcunstancias habrin de resonar con mayor inten- ad en el momento en el que nos adentremos en el primer t6pico rca de Platén —el de su sdealisia concepcién del amor—. Pienso, concreto, en aquellas cizcunstancias del contexto social que hacen crencia a la posicién de la mujer en la época y a Ja consideracién - entonces se ten{a de la homosexualidad En lo tocante a las opiniones de Platén respecto al lugar que sia ocupar la mujer en la sociedad, a menuclo se cita un pasaje de la rdblica que parece certificar un punto de vista igualitario por parte autor. Es el siguiente: —Por consiguiente, querido mio, no hay ninguna ocupacién entre Jas concernientes al gobierno del Estado que sea de la mujer por ser mujer ni del hombre en tanto hombre, sino que las dotes naturales estén similarmente distribuidas entre ambos eres vives, por lo cual la mujer participa, por aaturalezs, de todas las ocupaciones, lo mismo que el hombre; solo que en todas la mujer es mas débil que el hombre. —Completamente de acuerdo. —éHemos de asignas entonces todas las tareas a los hombres y ‘inguna alas m,jeres? —No veo e6mo habriamos de hacerlo, 2 ANO, LUEGO EXISTO —Creo que, mas bien, diremos que una mujer es apta para la medi- cina y otra no, una apta por naturaleza para la misica y otra no, —Sin duda, —2Y acaso no hay mujeres aptas para Ia gimnasia y pera la guerra, mientras otras serén incapaces de combatiry no gustarén de la gimanasia? —Lo creo. —2Y no seri una amante de la sabiduria y otra enemiga de esta? una fogosay otra de sangre de horchata? Aste Aunque no sea un asunto central respecto al propésito del presen- te texto, convendra por lo menos dejar apuntado que estas considera- ciones plat6nicas acerca de la mujer no presentan un earacter ocasional © petiférico en relacién con el conjunto desu doctrina, sino que, por el contrario, deben ser puestas en conexién con ideas tan vertebrales para la misma como la de justicia, La justicia en la polis consiste en que cada uno debe atender a una sola de las cosas de la ciudad: aquello para lo que su naturaleza est mejor dotada>', «Facer cada uno lo suyo yno muliplicar las actividades, eso es Ia justiciay®. La justicia requiere, pues, que uno se dedique, ante todo, # una jinica actividad y que no pretenda desplegar miitiples tareas. Sobre el trasfondo de tales premi- sas se pueden comprender los argumentos que siguen, en los que Pla- 16n se centra en justificar la admisién de las mujeres en la clase de los guardianes (de la que se deriva, por cierto, la necesidad de impartir a hombres y mujeres una educacién igualitaria): —Por ende, una mujer es apta para ser guardiana y otra no; No es por tener una naturaleza de tal indole por lo que hemos elepido guard res alos hombres? —Dee tal indole, en efecto, —¢lay, por lo tanto, una misma naturaleza en la mujer y en el hombre en relacién con el euidado del Estado, excepto en que ella es mas débil y él mas fuerte? —Parece que —Elegiremos, entonces, mujeres de esa indole para convivie y cuie dar el Estado en comin con los hombres de esa indole, puesto que son ceapaces de ello y afines en naturaleza a los hombres. —De acuerdo. —@¥ no debemos asignar a las misma naturalezas las miss ocu- paciones? «que no es contra natualeza asignar las - mdsion y ta wet “¢ERESEL HOMBRE DE Ma VIDA»: PLATON, Algtin comentario de este fragmento parece obligado, especial- ea los efectos de no incurrir en ninguna variante de anacronismo rico que terminata proyectando sobre Plat6n esquemas y puntos sta que, por definicién (esto es, por no pertenecer al universo de nsuble en aquel momento), no estaba en condiciones de mante- Reparese, por lo pronto, en el marco en el que se vierten estas ones. Es en el contexto de presentar un proyecto casi utdpico de lo. Lo que equivale a afirmar que la pretensidn platonica de equi- hombres y mujeres, incorporando @ estas a la vida politica de nunidad, esta informando, a contrario, de la situacién de exclu- / marginacién en la que de hecho se encontraban en la Atenas del V a. C,,y se daba el caso de que las esposas de los ciudadanos no 1 ningiin derecho politico ni juridieo, lo que las colocaba a este cto al mismo nivel que los esclavos, (En realidad, con los datos mano, set ciudadano griego con plenos derechos estaba reserva una elite no muy aumerosa que no suponia nunca més de una 2 parte de la pobiacién total: hijos varones de padre y madre ynacidos en la polis de residencia), a referencia a las esposas es intencionada, La vida de las mujeres 1 fandamentalmerte orientada hacia cl matrimonio, que marca- smo un verdadero rito de paso para ellas, el trdnsito a la edad 1. Tenia lugar, por Jo general, en tomo a los catorce o quince como resultado de una transaccién exclusivamente masculina cl padre de la novia y el futuro marido, en la que no habia som- guna de relacién privada hombre-mujer. Los términos del con- an claros: el padre entregaba a la bija junto con una dote y esta a dela casa paterna ala casa del marido, propiciando con ello el civico: la herencia y los hijos legitimos, futuros ciudadanos de la Deméstenes no se recata en expresarlo con absoluta claridad: tos nos casamos ara engendrar hijos legitimos y tenet la segu- de que el gobierno de la casa esté en buenas manos», 1 vida cotidiana transcurria en el gineceo, las habitaciones de la -servadas alas mujeres, donde permanecian recluidas, Alli las s atenienses recibian una ensefianza fundamentalmente centra- a preparacién para las ocupaciones doméstieas: aprendizaje de ,claboracién de tejidos, organizacién de la economia doméstica nas, cudimentos de lectura, céleulo y misica, todo ello a cargo in Scllesiaabetnn © de alguna criada o esclava (a diferencia AMO, LUEGO EXISTO cchas). Antes de casarse apenas salfan, excepto para asistir a alguna fiesta religiosa o a las clases de canto y baile —las que estaban destina- das a participar en los coros religiosos—, y debian permanecer lejos de toda mirada masculina, incluso de los miembros de su propia familia Una ver casadas, su émbito de actividad era la vida doméstica: el man- tenimiento de las posesiones y las tareas de la casa, asi como el cuida- do de los nifios, eran sus tareas cotidianas. En definitiva, la mujer no cera ciudadana sino hija 0 esposa de ciudadano, Esta situacién, que comportaba, entre otros efectos, un analfabe- tismo muy elevado en este grupo, tuvo excepciones. Excepcional fue cl circulo de Safo, la poetisa de Lesbos, que auné un grupo de mujeres ene siglo Via. C., donde se formaban en la poesfa, el canto y la danza, y donde eran normales las relaciones homosexuales. Como excepcio: nales, a pesar de la gran proyecci6n que tuvieron en algéin caso, eran las sectas alternativas a las «oficiales» y propias de los ciudadanos de las polis, sectas a las que la marginacién empujé a algunas mujeres a integrarse. Es el caso de las sectas mistéricas, que admitfan en su seno a extranjeros, esclavos y mujeres, es decir, a los grupos marginales, No es menos cierto, asimismo, que en los iltimos afios del si- glo Va. C.—en la época de la guerra del Peloponeso— la situacién de las mujeres atenienses parecié mejorar un poco en cuanto a su libertad de movimientos, tal y como queda reflejado en algunas obras de Aris tofanes (basicamente en Lisstrata y en La asanblea de las mujeres). En esta época, y en la inmediatamente posterior, a principios del siglo IV, vivieron en Atenas algunas mujeres que, atenienses 0 no, destacaron por su inteligencia y cultura, al tiempo que rechazaban su reclusién en cel gineceo y buscaban un trato de td a tt con los hombres, llegando a ser reconocidas y admiradas por muchos de ellos. La valoracién positiva de la mujer presentada por Platén a la que antes se hizo referencia estaba sujeta a un par de restricciones, nada irrelevantes, por cierto. En primer lugar, la de que aquel convenci- miento platénico de que en una sociedad ideal la mujer debe tener idénticos derechos y posibilidades que el hombre se apoyaba cn la ppremisa de que el entero ambito de lo privado, de lo doméstico, care- ce de todo valor (incluso podria llegar a sostenerse que es despreciado por el fil6sofo). Lo que es como afirmar que, para aleanzar la condi- cién de ciudadana con plenos derechos, Ja mujer ha de parecerse al hombre. Forzando la formulacién: ha de set un hombre | extrafia esa actitud, en segundo lugar, si atend hechos. Difi camiento igu entre esposo es, ocupado cuestiones p encontrar consideraciér lade él («gH pregunta S6c La opini dad es, sin d razones poral taala hora d €p0ca enjuici que el dato e« manecieran e el que, por su tos compartia gimnasios, est deré que, en los adolescen clase y estatus ‘Mmercenaria— Pero, con a tener en cue era en la med distintos grade Ja desigualdad elemento que ahora, como f bablemente de 1a de los cuer sriego hacia la el modelo ide. fluencia de tal de ahora deter ‘enire varones, afirmar a Paus del gobierno d “"), entiende que para lo que en realidad sirven no es tanto para poder considerar resueltos todos los interrogantes acerca de este asunto como para sentar las bases que permitan adentratse en Jo que se denomina Jos misterios del amor. El anuncio precede a uno de los pasajes mas conocidos de Platén, tenido por muchos especialistas como uno de los de mayor belleza de a historia del pensamiento. Lo que hasta aqui fue presentado, en ciet- ‘to modo, como un conjunto de definiciones que se limitaban a quedar ilustradas a través de los ejemplos oportunos, pasa a ser examinade ahora en su dinamismo interno, mostrando el orden, la I6gica pro- funda, que conecta la diversidad aparentemente inconexa de los obje- tos de nuestro deseo. La reconstruccién de ese desigr ““ERES EL HOMBRE DE MA VIDA»: PLATON, ) mmo decir el sentido de la supetioridad de una de las alias, de uno Jos tipos de vida por encima de los demés. Parte Diotima de] modo en que habitualmente se produce e se0, que empieza por apuntar en general hacia los cucrpos bellos y e, de inmediato, repara en un solo cuerpo, Pero la hermosura de ese nereto cuerpo juvenil esté hermanada con la de otros cuerpos, al into de que quien reflexione sobre ello no tiene mils remedio que eptar que, finalmente, aunque nuestro deseo haya sido despertado un cuerpo en particular, silo encontramos hermoso fue porque sonocimos que en él se encontraba la misma belleza que habita en ros cuerpos hermosos. Aceptar esta inicial conclusién implica ee amar a todos los cuerpos hermosos y atenuar aquel inten- arfebato por uno solo («desprecidndolo y considerandolo insignifi- nter"), Quien reconozea en si este amor mas amplio hacia la belleza que y en todos los cuespos podra dar el siguiente paso y considerar mas rmosa la belleza de las almas que la del cuerpo, lo que le llevara a reciar cunto de hermoso hay en las normas de conducta y en las es. La hermosura del cuetpo, entonces, se le antojard insignificante. ro esa mirada progresivamente adiestrada ya no podté detenerse en e estadio porque estar en condiciones de percibir la belleza que yen las ciencias, que es la belleza que el gedmetta encuentra en un ema o el astr6nomo en el orden armonioso de los cuerpos eelestes, en haya llegado hasta aqui habré dejado definitivamente atras el -g0, que ahora se le antojaré mediocre y corto de espititu, a la belle- de un solo ser, sea este un muchacho, un hombre 0 una norma de rdueta, y se encontrar ante sus ojos con un auténtico acéano de leva Estamos, asi, a panto de aleanzar la cima del razonamiento plat6- o. La contemplac:én de ese océano habra de engendrar «muchos los y magnificos dscursos y pensamientes en ilimitado amor por la iduria»” que conduciran, finalmente, a descubris una Gnica cien- que es la ciencia de la belleza. Perdicos de vista cualesquiera obje- individuales e imégenes temporales de la belleza, nos encontramos leno en el mundo inteligible, en el que el objeto final ya no puede la belleza fisica, lamoral ola intelectual, sino la belleza en si. Dicha leza es eterna, no cambia ni se manifiesta en ninguna otra cosa ws eto vivient 0 de la tierra, sino que «es siempre consigo ma especificamente tinicas', AMO, LUEGO EXISTO He aqu{, sostiene Diotima con toda rotundidad, la manera correc- ta de acercarse a las cosas del amor: ascendiendo los peldatios en la gradacién de las distintas cosas bellas hasta aleanzar la contemplacién de la belleza en si, En ese momento alcanza todo su valor la vida ‘humana. Porque solo es capaz de engendrar virtudes verdaderas quien se encuentra en contacto con la verdad, y solo quien las ha engendra- do puede aspirar a ser «amigo de los dioses». El amor es el camino, el nexo de unidn con aquello que llamamos perfecto, divino, hermoso, Sirve de enlace y comunicacién entze ambos, llenando el vacio que existe entre lo visible y lo invisible. Con independencia de que en esta conclusién resuenen, efecti- ‘vamente, otros pasajes platénicos (especialmente de la Reptilia), 0 se pueda conectar con lo planteado por otros filésofos precedentes (como el mismo Parménides), 0 incluso su lenguaje recuerde la reve- lacién culminante de los misterivs de Eleusis, acaso lo que inas importe ahora resaltar es el inequivoco elogio que hace Platén del amor en tanto que el mejor colaborador 0 guia de la naturaleza humana para alcanzar la plenitud de la contemplacién de la belleza. Su planteamiento, es cierto, ha reconocido la existencia de diversas formas de amor, atribuyéndoles una desigual dignidad segiin el grado en el que participaran de la idea de belleza. Pero, finalmente, ha con- siderado que la culminacién del proceso la constituye la contempla- cién de la belleza se rados por compleso. El enamorado se olvida de madre, herma- nigos, no se preocipa en absoluto de que se pierda su patrimo- descuido y «desdeia todos aquellos convencionalismos y fin- os con los que antes se adornaba»'®, que hace el amor entonces es proporcionar la fuerza para que »relativice y tome a necesarin distancia respecto al mundo de ‘esti enibargado por el amor, en el sentido uentra en condiciones de llevar a cabo ude su vida que desemboque en una ruptu- -costumbres y usos que oculta el profundo sinsen- li, El eros confiere al sujeto una fuerza pasional que, lejos su racionalidad, la potencia al disponerla para acceder a préneto de realidad. La Jocura del amcor de la que trata el Fedro no onsiste, de este modo, en una devaluacién de las capacidades racio- nales del sujeto, sino en una metamorfosis de su voluntad, porque se hha forjado una nueva escala de valores y con arreglo a ella desprecia lo «que antes valoraba més. No puede decirse, por tanto, que Platén haya abdicado de su convencimiento de que la funcién esencial de la razén en 1a economia del alma es el conocimiento del bien. Lo que en el Fedro queda destacado es que, bajo la tutela de esa locura amorosa de inspiracién divina, dicha funcién adopta una dimensién critica, des- mitificadora (sc me disculpard el anacronismo categorial), que permi- teal sujeto desenmascarar los simulacros y las falsas apariencias en los due vive encerrado en su vida cotidiana Si hemos de amar, de acuerdo con el esquema platénico, a las personas en la medida en que son buenas y bellas y solo en esa medi da, el problema que inevitablemente se nos plantea, habida cuenta de lacescasez de seres humanos que pueden aparecer ante nosotros como obras maestras de la excelencia (y de que, por afiadidura, incluso los mejores, de entre los susceptibles de ser amados, no estén del todo cexentos de algéin rasgo de fealdad, de mezquindad, de vulgaridad y de ridiculo), es que, aplicando estrictamente el requisito de amarlas tan solo por su virtud y por su belleza, no seran nunca objeto de nuestro amor, Sin duda es posible relacionar el ideal platénico del amor con la valoracién que la sociedad griega de entonces hacfa de la homosexua- lidad, con la inferioridad atribuida a los amores heterosexuales 0, més en general, con una cierta renuncia al disfrute sexual. La doctrina del amor descrita tanto en el Banguete como en el Fedro se tefiete, es cierto, més al amor homosexual que al heterosexual: basta con el conocimiento, cs la belleza de las almas la que es buscada por los mis perfectos amantes. En ese sentido, era tan deliberada como irdnica la frase «eres el hombre de mi vide» que da titulo al presente capitulo: pretendia sefalar que para el autor de aquellos di L dirige siempre en el fondo hacia otto hombie, eso sf te idealizado, i 7; “ERES EL HOMBRE DE NT VIDA: PLATON ‘REFLEXION: AMAR Y SER AMADO. ««¢Entiende usted el mundo?» le preguntaba hace un cierto tiem- 10 un periodista « un fildsofo de este pais. «Tengo dias mejores y cores» fue, en un alarde de agudeza, la respuesta de este iltimo. \brumado por tanto ingenio, el entrevistador apenas atiné a formular sta otra pregunta: «Pero entonces ecémo sobrevive un fildsof0?», lo le a su vez obtuve esta otra respuesta: «Depende del tipo de fildsofo ue se sea. El filésofo estoico s6brevive con paciencia, e! vtalista, con ntusiasmo, el nihilista, cont pesimismo y asi sucesivamente, Al filésofo le hace tan llevader6 (0 tan insoportable) esto de sobrevivir como al sto de los morfales», No le faltaba parte de raz6n a nuestro pensadot. Léstima que se uedara tan corto. El esfuerzo por entender el mundo es tan viejo omo la misma humanidad, aunque no siempre se haya tropezado con s mismos obstaculos y, sobre todo, los haya superado de la misma anera. Aquello que desafia nuestra capacidad para entender ha ido iiando con el paso del tiempo a lo largo de la historia, Nos hemos omodado a la desmesura de la naturaleza, apenas nos inquieta cono- * la estructura intima de la materia, hemos ido abandonando sose- clamente el lengusje de la libertad individual para imos aceptando 1 excesivo trauma como el resultado de estructuras andnimas subya- ntes, etc ‘Aunque hay que admitir que sigue habiendo experiencias que nos Ipean, que ponena prucba de manera radical nuestra inteligencia, mn experiencias evya intensidad parece desbordar con mucho las ructuras discursivas con las que se acostumbra a pretender expli- las, cuya fuerza no puede ser represada, a ojos de sus protagonistas, r los livianos diques de contencién de las categorias herecladas. Y » quien vive la pasién amorosa por vez primera (o la vive por vez mera con una viclencia interior que le desarbola por completo) nde a verse como el primer ser humano al que tal cosa sucede, sit ndole de escasisima ayuda lo que otros que hayan pasado por el smo trance puedan decicle. Pero esa resistercia de lo que en realidad esté informando no es to de la cosa misma como del modo en que es vivida por la persona ctada, La cosa misma, ursos abstractos bien de la vida, sino en una aliada de ella. La experiencia a la que aplicamos nuesttos esquemas es, por tanto, un bien a salvaguardar, no un obsticulo que superar, Y no por razones altruistas 0 benéficas, sino por el bien del propio pensamiento, Unicamente lo que ha nacido de experiencia propia puede, en su representacidn, ostentar los colores cilidos y vibrantes de la vida. Esta tensién entre lo pensado y lo vivido, este eventual desajuste entre las ensefianzas que se pretende transmitir y la experiencia que parece resistirse a aprender de ellas, me permite plantear una cuestién ‘que me vino suscitada hace un tiempo con la lectura del libro de André Breton El amor loco”. El iltimo capitulo esta dedicado a su hija Aube y termina con estas palabras: «te deseo que seas amada loca- mente». Confieso que me embarg6 un profundo estupor al leer la fra- se, con la que ademas se clausura el libro. éTan importante es ser ama- do? 2No hubiera sido més propio que hubiera deseado que eu hija protagonizara de manera activa esa pasién, amando ella locamente? Porque gde qué sirve ser amado si uno no es capaz de amar? ‘Lo que mas me importa ahora no es el asunto, siempre complica do, de la reciprocidad. Desde luego que si alguien me lo planteara en términos de disyuntiva, de tener que escoger entre amar o ser amado, para mi la respuesta no oftece dludas: lo verdaderamente importante ces amar. Lo que desde fuera —esto es, por parte de quien no esta ena morado— puede ser visto como generosidad o desprendimiento representa en realidad una dimensién constituyente del amor. El amor no reclama pata sf como requisito previo el ser correspondido. El que ama bajo ningin concepto le dice al amado/a «mira lo que he hecho por tip, porque no hace depender su amor de la respuesta. Quiza la cosa quede més clara si utilizamos como ejemplo el gesto de regalar. Por decitlo con pocas palabras, al amado lo que le ilusiona es rega- lar, no que le regalen, Cuando alguien regala de verdad, esta pensando en Ja alegria del otro, El qué se regala esta al servicio del guién. Mien- tras que cuando uno espera un regalo lo que le importa es recibir ese objeto en particular, con independencia de quién sea el que s¢ lo obse- quie, Le importa el qué no el quién. (Por supuesto que a quien ama también le gusta que le regalen. Pero cuando recibe un obsequio de su amado/a lo tinico que le importa es el brillo que lleva en los ojos en el momento en que se lo entrega). reclaman, ilegitimamente, del mismo término. Un caso muy claro de-esto es el amor a uno mismo, que en tantas ocasiones se escuda tras el otro para no mostrar su auténtica faz. No se trata en realidad de amor hacia el otro: lo que hay es, por utilizar una expresi6n ilustrati- va, amor a uno mismo por persona interpyesta Por eso, lo propio seria afirmar que, ¢n comparacién a quien ama, el egoista no es malo: es ignorante (3, portanto, pobre) en la medida en que desconoce uno de los registros mayores del ser humano, En efec- to, en su ignorancia, el egofsta se conforma con poco. Perseveraen un registro menor, que no dudaria yo ef calificar de inmaduro. Se confor- ‘ma con esa apariencia de felicidad que tiene como figura emblematica al nifio que se deja querer, quee relame, complacido, por las atencio- nes, especialmente por el tan de chocolate caliente con galletas que su madre o su abuela le llevan a la cama sin esperar nada a cambio, aceptando incluso que ni les dé las gracias. Poca pasién podré conocer quien no esta dispuesto a correr el riesgo de olvidarse, ni por un momento, de su propio yo, quien cifra su ideal de felicidad en ser ‘objeto permanente de cuidado y atencién, Frente a esta figura, la del que ama si corre tiesgos. Lo que signi- fica, evidentemente, que nada le garantiza el éxito final, La gama de contrariedades que se puede suftir por amar es muy amplia, Una de cllas, desde luego, es la de no ser amado, Pero hay mis. Cuando se ama a una persona («incluso cuando solo se piensa intensamente en. ella», lega a escribir Benjamin™), su rostro aparece en todas partes, no hay libro en el que no se descubra su retrato, pelicula en la que no se reconozca su perfil ni ransetinte que no nos la evoque. Esa persona se hace omnipresente, tifie el mundo por entero con su evocacién, coloredndolo con sus tonalidades personales. Pero, al mismo tiempo, tanta presencia tiene como correlato necesario miiltiples ausencias. El que declara «solo tengo ojos para...» esti reconociendo, simultines- mente, su ceguera para casi todo lo demas. Si, ya sé, «el amor ¢s cie- 0», reza el t6pico. Pero no debiéramos plantear las cosas de tal mane- ra que la opcién a la que se nos abocara fuera la de tener que escoger entre ser ciego o quedarse tuerto, Acaso debiéramos intentar aprender amar de otra manera, Pero no nos precipitemos adelantando pro- puestas tan temprano, cuando apenas hemos empezado a adentrarnos en este asunto, 4L 4 «ANTES DE CONOCERTE ERA He UNA PERSONA DISTINTA» _// SAN AGUSTIN Y LA IRR DE LAS SOMBRAS -xtrafio 0 sotprendente que a primera vista pueda parecer, n es, de los autores seleccionados en el presente libro, uno de lleva a cabo un tratamiento més politico del amor antes de Ja época contemporénea. Bastaria con echar una mitada alre- nuestro y ver los pensadores que de una u otra forma se recla- Ly de alguna de sus influencias —con Pablo de Tarso en iuy destacado— para comprobarlo, no iremos haciendo a lo largo de todo el libro, procuraremos , en la reflexidn final con la que se cesrari el presente capitulo, medida algunes iceas que empezaron a cobrar forma en aque. a (no solo en Agustin, sino también en Pablo, hacia cuya obra esarrollado en los iltimos afios un notable interés, perfecta- comprensible) prefiguran las que estan interviniendo en el de ideas contemporaneo. UNA VIDA AGrTADA vida de Agustin de Hipona' fue, ciertamemte, agitada en més entido, De raza bereber, aunque ciudadano romano de pleno Aurelio Agustin nacid el afio 354 d, C, en Tagaste, ciudad en la antigua provincia imperial de Numidia y conocida en Ja lad como Souk Abras (Argelia). Hijo del pagano Patricio, un © propietario rua, y de la crstiana Méniea, su familia disfru- una posicién econdémic desahogaa, lo que le permits acce- AMO, LUEGO EXISTO der a una buena edueacién en el marco dela tradicional paideia paga- na: retérica y estudio de los autores paganos en una atmésfera exclusivamente latina, pues el griego desaparecia ya de la ensefianza en Occidente (de hecho, a pesar de sus esfuerzos por aprenderla, Agustin nunca lleg6 a dominat la lengua griega). Pasé sus primeros afios de formacién, ademas de en Tagaste, en Madaura y, a partir dl afio 370, se asent6 en Cartago, En esta ciudad, ‘Agustin llevard una vida desordenada, orientada hacia el disfrute de todos los placeres sensibles, de la que se acusara con pesar en sus Confesiones («llegué a Cartago y me encontré en medio de una crepi- tante sartén de amores impuros»"). En esa época convivird con una mujer con la que mantendré una relacién apasionada y con la que tendri un hijo, Adeodato, el ato 372: Por esos mismos atios vivia yo con una mujer, no segtin lo que se conoce pot legitimo matrimonio, sino buscada por el ardor ciego de la edad, carente de toda prudencia, Pero fue una sola y también le fui fel. La vida con ell me hizo ver por propia experiencia la diferencia que hay entre el amor conyugal de los casadlos,ditigido a la generacién de los hijos, yel amor lascivo. En este la prole nace contra el deseo de los padres, aunque, una vez nacida, no dejen de queterla’. Con todo, nunca dejé de cultivar los estudios elisicos, especial- mente latinos, y se ocupé con pasién de la gramética, En el afio 373 la lectura de un texto perdido de Cicetén —el Horten sio— cambié su visién de la vida. No fue el estilo del autor, admirado por todos en la época, sino el contenido lo que cautivé al joven lector, La obra, de inspiracidn inequivocamente atistotélica, provocé que el entusiasmo de Agustin por las cuestiones formales y gramaticales derivara en centusiasmo por los problemas del pensamiento. Frente a la sabiduria filos6fica, las Escrituras cristianas se le antojaban no solo «indignas de set comparadas con la prosa perfecta de Ciceténis‘, sino también tudas y ptimitivas en su concepcién antropomérfica y personal de Dios (no se olvide que, a pesar de no estar todavia bautizado, Agustin habfa sido educado por su madre en el cristianismo desde su mas tier- na infancia). Por entonces se adhiere al maniqueismo, secta en la que creyé encontrar la explicacién mas convincente del origern del mal. ‘Tras un ANTES DE CONOCERTE ERA UNA PERSONA DISTINTAn: SAN AGUSTIN 10 habia creado, A esta época pertenece su primer libro, hoy parecido, Belleza yproporcién. La lecrura de la obra de Arist6teles 5 categorias proveca que empiecen a crecer en su mente las pri- \s dudas serias sobre la verdad del maniqueismo, dudas que se rmaron tras el encuentro con Fausto de Milevo, a la sazén el ms .cado representante maniqueo en el norte de Africa, quien no resolvérselas. Decepcionado, abandoné esta doctrina y empren- 1 el afio 383 viajea Roma. Lo hizo con Ia intencidn de proseguir al su ensefianza de la ret6- Una vez en Roma, intenté abrir una escuela, pero el proyecto s6 por razones econdmicas (muchos estudiantes tenian la perver- stumbre de cambiar con frecuencia de maestro para no pagar sus cios). Sucedié entonces que Simaco, prefecto de Roma, recibi6 nes de la capital imperial de Milan para que proveyera a esta ct Je un profesor de retorica, Agustin se present como aspirante al »y, dando pruebas de su competencia, pudo obtener la habilita- oficial para la docencia de la disciplina alli. De nuevo la lectura cer6n, ya abandonado el maniqueismo, le acereé al escepticismo Academia Nueva, hasta que escuché los sermones del obispo de n, Ambrosio, que le impresionaron hondamente y le persuadieron verdad del cristinismo, La lectura alegérica que este hacia del guo Testamento le reconcilié con las Escrituras. Se reunié en n de nuevo con su madre, cuya influencia tuvo una importancia iva en este crucial momento, y sc hizo catectimeno. Su aceptacién fe se rertas6 por su incapacidad para mantener la castidad (en las esiones hace referencia a que «sufria crueles tormentos tratando ciar mi insaciable concupiscencia»’). Tras algén intento fallido de imonio, en el mes de septiembre del afio 386, con treinta y dos se convirtié al cristianismo. Ese mismo afio se establecié en Casi- | (en las cercanias del lago Como, no lejos de Miliin) con su e, su hermano Navigio, su hijo y algunos compatieros en una casa mpo que su amige Verecundo le habia dejado. De las discusiones 18 con estos tiltimos extrajo las ideas para los tres didlogos que Di6 en esa 6poca: Contra los académicos, De la vida felizy Sobre el 1. El aio siguiente, en la vigilia pascual que se celebré el 24 de fue bautizado por el obispo Ambrosio en Miln y opt6, definiti- nte, por una vida ascética y casta. importa consignar qu en est misma época leva «cabo dos lec en la orientacion eal de ANO, LUEGO EXISTO ‘su pensamiento. Por una parte, entra en contacto, gracias al sacerdote Simpliciano, a quien acudié en solicitud de ayuda espiritual, con ‘algunos libros de los platénicos, traducidos del griego al latin, esto es, con alguna de les Bneadas de Plotino, traducidas por Mario Vieto- rino, un famoso retérico que se habfa convertido al cristianismo (y cuya conversién impresioné vivamente a Agustin), y, por otra, inicia la Jectura de las Epistolas de san Pablo, Adclantemos, de momento, que de ellas —y, sobre todo, del relato que hace el apéstol de su impoten- cia para vencer las pasiones— extrae el convencimiento de que solo es posible vencerlas con la gracia de Cristo, que es el camino y el tinico mediador, y que, por tanto, confiar en Ia capacidad humana represen- tada por la meta razén filos6fica es la presuncién de quienes ven hacia dénde se debe caminar, pero no ven el camino. Las afirmaciones de la Epistola a los romanos «revestios del Sefior Jesucristo y no os preocu- péis de la came para satisfacer sus concupiscencias» y «acoged bien al que es débil en Ia fe» operaron en Agustin como una auténtica revela- ci6n: «se disiparon todas las tinieblas de mis dudas, como si una luz de seguridad se hubiera apoderado de mi corazén»®, Convencido por completo de que su misién era difundir en su patria la sabidurfa cristiana, decide volver a establecerse en Africa. Lo hace en su vieja casa de Tagaste, donde funda un monasterio de laicos (una especie de comunidad de cristianos primitives cuyos miembros ponian todas sus propiedades en comiin para que cada uno las utiliza- ra segtin sus necesidades) en el que permanecerd hasta el aio 391. Dicho afio se traslada a la cercana ciudad de Hipona (actualmente Annaba, también en Argelia), en la costa, para buscar un lugar donde abrir un monasterio y vivir con sus hermanos. Durante una celebra- cién livargica protagonizada por el obispo de Hipona, Valerio, en la que este habia hablado al pueblo acerca de su necesidad de un sacer- dote que le ayudase, fue elegido por la comunidad para recibir las Grdenes sagradas, propuesta a la que Agustin accedié y que se concre- 16 de inmediato, En terrenos cedidos por el obispo fund6 otro monasterio, esta vez de clérigos, en el que desarrollé una fecunda actividad filosdfica y religiosa. Siguiendo una costumbre que era muy comin en el Oriente pero insélica en el Occidente, el obispo, que era griego, hablaba el latin con dificultad y no entendia el ptinico de sus camps bt6 predicador a Agustin e incluso le concedi6: agin en sur ausencia, lo cual resultaba ya del t¢ époc desu de lo por mod Teod Hon jutor 397, regul ysub atuvi acep obisy imbi fue al habit ipali 10s, y tes se contr: c Go la fue el eri Por st dades habia Agust hasta justi 422, ¢ para p cién f conta ‘ANTES DE CONOGHKTE ERA UNA PERSONA DISTINTA» SAN AGUSTIN 1. Desde entonces, el futuro santo no dejé de predicar hasta el fin vida, Se conservan casi cuatrocientos sermones suyos, la mayorfa s cuales no fueron escritos directamente por él, sino recogidos us oyentes, Cuatro afios después de ser ordenado, en 395 (ese mismo afio, a ) de presagio del Jerrumbamiento histérico que se avecinabya, osio dividfa el Imperio entre sus hijos, entregando Occidente a tio y Oriente a Arcadio), Agustin fue consagrado obispo y coad= de Valerio y, poco después de la muerte de este, en agosto de e sucedi6, Procedié inmediatamente a establecer la vida comin ar en su propia casa y exigid que todos los sacerdotes, diéconos digconos que vivian con él renunciasen a sus propiedades y se esen a las reglas, sin admitir en las 6rdenes a aquellos que no aran esa forma de vida. Durante sus treinta y cinco afios como 0 de Hipona, desarroll6 una incesante actividad en miltiples 0s. Asi, fund6 una comunidad de mujeres religiosas de la cual radesa su hermans Perpetua. O atrajo a la fe cristiana a muchos ntes de la vecina Madaura (la ciudad habia sido colonizada prin- nente por veteranos romanos, muchos de los cuales eran paga- el obispo se gand sus voluntades proporcioniindoles importan- rvicios puiblicos). O continus defendiendo con firmeza la fe Jas heres o el paganismo. uando en el afio 410 Roma fue tomada y saqueada por Alarico Jo, volvi6 a cobrar actualidad la vieja tesis de que la seguridad y za del Imperio romano estaban ligadas al paganismo, por lo que tianismo constitula un elemento de debilidad y de disolucién. parte, los propios paganos denunciaban que todas las calarni- que cafan sobre la ciudad se debfan a que los antiguos dioses 1 sido olvidados. En parte para contestar a estas acusaciones, in comenzé en el afio 413 su mayor libro, que no terminaria afio 426: La Ciudad de Dios, examen de la historia humana y -aci6n de la filoso‘ia cristiana. Entretanto, entre los afios 418 y n plena descomposicién del Imperio, tuvo tiempo y arrestos articipar en el concilio de Cartago y continuar su activa produc- los6fica y religiosa, que abarcaré mas de cien volimenes, sin las Epfstolas y Semones. 1 Jos ditimos afios de su vida, Agustin asistis a fa brutal conmo- vandala del notte de Africa. En mayo del /Genserico (incitados por el conde Boni- AMO, LUEGO EXISTO. facio, antiguo general imperial de Africa que habia cafdo injustamen- te en desgracia de la regente Placidia) desembarcaron en Aftica dis- puestos a invadir las ricas provincias africanas. Recortieron Mauritania y Numidia sin encontrar resistencia. Todos los relatos que han legado hasta nosotros coinciden en dibujar un cuadro de terror y desolacién para describir su avanee. Excepto Cartago, Hipona y Citta, ciudades demasiado fuertes para que los vandalos acometieran su conquista de buen inicio, el resto de poblaciones quedaron en ruinas tras su paso, asi como las casas de campo, que fueron saqueadas, y los habitantes ‘que no consiguieton huir, asesinados 0 convertidos en esclavos, Pare- cida suerte cottié el cleto, que, 0 peteci6 a manos de los invasores 0, incendiads la iglesias y cesado el culto, se vio obligado a vivir de la caridad, A fines del mes de mayo de 430, justo dos afios después de su deseinbaico, los vandalos de Geusetico se presentaron delante de Hipona, la ciudad més fortificada de la regin, cuya defensa estaba encomendada al meacionado Bonifacio (que habia recupcrado el favor de Placidia) y a sus soldados mercenarios. Establecieron un sitio que habria de prolongarse a lo largo de catorce meses. Muy pronto, en. el verano de ese mismo aio, Agustin cayé enfermo con ficbre y supo que no sobreviviria a aquella enfermedad. Mantuvo su mente liicida hasta el final y el 28 de agosto, a la edad de setenta y seis afios, muti6, ‘Meses después, la ciudad fue completamente arrasada, ‘SENOR, HAZME CASTO, PERO NO TODAVIA ‘Aunque ya hemos sefalado la enorme importancia de los proble- ‘mas que, hasta su tardio bautismo, le plantea el sexo a Agustin, con: vvendra detenerse un poco més en este asuinto y especialmente en la enorme influencia que tiene al respecto sobre su pensamiento la figura de Pablo de Tarso. Decimos «figura» delibetadamente, porque su influencia no es tnicamente doctrinal, sino que se relaciona también con su propio testimonio personal, con el que la peripecia vital de “Agustin no deja de mantener un cierto paralelismo, Porlo pronto, en ambos se produce una conversién que, con las diferencias pertinentes, sc inscribe en la linea de las lamadas leyendas de conversion, La experiencia paulina en el co a conocemos por el relato del evangelista Lu ritual d Juz del Es ques de su ve tivos cf matiz t caballo exe mo consee Ya no com catélica tad que (cuand: teasuh Javolu sofos cc viente | tent p se habic nacido. habia nes, un Ave del Esp cuenta rincén ANTES DE OONOCERTE ERA UNA PERSONA DISTINTA: SAN AGUSTIN elas manifestaciones espectaculares habituales en estos casos: cielo, voz misteriosa, la caida, la ceguera..: [1 acontecié que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rode6 un resplandor de luz del cielo; y eayendo en tierra, oy6 una vor que le decia: «Saulo, Saulo, cpor qué me persigues?> El dijo: «Quién eres, Sefior?» ¥ le dijo: «Yo soy Jess, a quien ti persigues; dara cosa tees det coces contra el aguiién». El, temblando y temeroso, dijo: &Sefior, aqué quieres que yo haga?» Y el Sefor le dijo: «Levdntate y entra en la ciudad, y se te drs lo que debes hacer». Y los hombres que iban con Saulo se parason aténites,oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a nadie. Entonces Saulo se levant6 de tetra, y abriendo los ojos, no veia a nadie; asi que, llevindole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tes dias sin ver, yno comi6 ni bebi6 cierto que lo de Saulo no es una conversiGn en toda tegla, ya sin él mismo, lo que se produce es mas bien una reafirmacién ycacién, equivocadamente planteada (persiguiendo a los primi- istianos bajo la influencia de los fariseos), pero ese mismo ambién se aplica a Agustin, quien, en su particular caida del lo que obtiene no es el conocimiento de una verdad que hasta nento le viniera velada, sino las fuerzas para actuar de manera jente con las creencias que ya posefa. dijimos que el retraso en recibir el bautismo no se debié a que prendiera Ja excelencia de la castidad predicada por la Iglesia sino alla dificultad que le representaba practicarla. Una dificul- ‘era vivida por el propio Agustin como una auténtica condena ) no como una fatalidad). En realidad, los problemas que le plan- juria evocan lo que los griegos Uamaban akrast, o debilidad de rad, y que nada casualmente ha sido tratada por destacados fl6- mntempordneos, Efectivamente, a pesar de desear de manera fer- berarse de las cackenas de la catne, Agustin se declaraba imy ra superar las tentaciones. E! Enemigo, segtin propia expresion, -apropiado de su voluntad, dela perversin dela voluntad habia ja Iujuria y de la lujria la costumbre,y la costumbre, ante la que ido, habfa creado en luna especie de necesidad cuyos eslabo- dos unos @ otros, le mantenian «en cruel esclavitud>, srgonzado de su prapia debilidad, desgarrado entre la llamada {ritu Santo a la castidad y el deleitable recuerdo de sus excesos, Aue parce de septiembre de 386 se retitd a un ayuda Dios yar amargaments, Fue de un nifio que cantaba en la casa vecina «tole lege, tolle lege> (‘toma y lee, toma y yento record6 que san Antonio se habia convertido al ctuira de un pasaje del Evangclio ¢ interpreté las palabras del ‘como una sefial de cielo, dejé de llorar y fue en busca del libro de as Epistolas de san Pablo. Inmediatamente lo abi y leyé ensilen- cio las primeras palabras con las que tropezaron sus ojos: «nada de comilonas ni borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias», y, a continuacién: «revestios mas bien del Sefior Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias»*, Los restos de dudas que pudieran quedaren el corazén de Agustin se desvanecieron por completo. El paralelismo entre Pablo de Tarso y Agustin no termina aqui. Y es que en ambos la conversién da lugar a relevantes consecuencias pricticas. En cl caso del apéstol, ya lems visto el giro radical que supuso en su vida la experiencia del camino de Damasco, En el de Agustin, las consecuencias no le van a la zaga, El mismo recuerda las palabras del Evangelio: «vete, vende todas las cosas que tienes, dalas alos pobres y tendrés un tesoro en los cielos, y después ven y sigue- ‘me, y, segiin vimos, las aplica a su propia vida. Conviene destacar que la experiencia tiene un aire de familia, nada accidental, con esa specifica conversién que se produce en el enamorado: se olvida de ‘madre, hermanos y amigos, y llega a no importatle en absoluto perder su patrimonio por descuido, se parece mucho alo que se dice en los Evangelios. eDénde se encontrarfa la conexién entre esas conversiones, en apariencia tan diferentes? Probablemente alrededor de una nocién «que, con toda seguridad, habra de reaparecer en este libro (porque es consustancial a la experiencia amorosa). Nos referimos a la nocién de autoengafio, subyacente a la frase que da titulo al presente capitulo («antes de conocerte era una persona distinta»). ¥ es que, en efecto, una de las caracterfsticas de la experiencia amorosa la constituye pre- cisamente su excepcionalidad, irreductible a cualquier forma de rior- ‘malidad, Es esa irreductibilidad (o intraducibilidad) la que se expresa bajo la formal, un tanto paradéjica, del auto-engaio, en la que sujeto agente y sujeto paciente vienen inextricablemente ligados, resultando imposible, desde la instancia del propio suj vicioso de una aradja imposible oes que de seni seni nes pud mer apa ante vine Bier una imp sexu Espi vicie los ¢ «ANTES DE CONOCERTE ERA UNA PERSONA DISTINTA»: SAN AGUSTIN sa particular variante de conversién que es el amor pasa a ver, in nos dice Plat6n, su vida anterior como un attificio vacto y sin ido, sometido a unas normas sociales y a unas convenciones sin t(y celebra el descubrimiento de dicho sentimiento con expresi como la referida Face un momento, como «nunca pensé que esto iera llegar a sucederme a mi», u otras similares). Aunque no es 0s cierto que quien sufre un desengafio amoroso contempla su ionamiento perdido como un episodio de confusién, de ceguera la realidad, 0 incluso de locura transitoria, Sin duda, la influencia paulina en el plano doctrinal se encuentra ulada al paralelismo entre sus respectivas peripecias personales. pudiéramos decir que Agustin cree encontrar en Pablo de Tars0 vida paralela a la suya, reconfortindole especialmente la gran ortancia que este concede a los problemas que origina el deseo al, Para el apdstol, la castidad forma parte de uno de los dones del ritu Santo, la continencia, en tanto que la lujuria constituye un especialmente indigno de un cristiano, que excluye del reino de ielos y, por tanto, merece ser condenado: La voluntad de Dios es vuestra santificacién: que os abstengdis de la fornicacién; que cada uno sepa tener a su mujer en santidad y honor, no con afectolibidinoso, como los gentiles que no conocen a Dios t..] no nos llamé Dios ala impureza, sino a la santidad. Por tanto, quien estos preceptos cesprecia, no desprecia al hombre sino a Dios, que os do su Espititu Sento”. importa destacar la argumentacién con la que Pablo justifica el epto, porque en cierto modo en la justificacién se encuentra la -de una propueste que Agustin va a recoger con entusiasmo: [io] el cuerpo noes para la fornicacién, sino para el Seftor y el Seior, para el cuerpo. [..] ¢No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de isto? Bl que se une al Seftor sun espiritu con &. Hud de a forniea- cin, Culquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica peca en su propio cuerpo. 20 es que no sabéis que ‘yuestro cuerpo estemplo del Espiritu Sanco? El habita en vosotros por aque lo habéis recbido de Dios". AMO, LUEGO EXISTO que existe en el interior del hombre esclavo del pecado entre la ley de su mente y la ley de la carne, que le tiene cautivo, En efecto, partien- do de una descripcién de su tormento intimo («mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que abo- rrezco. Y, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la ley en que cs buena; en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mip [...] «Advierto otza ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi raz6n y me esclaviza ala ley del pecado...»"),y tras preguntarse quién le libraré de ese cuerpo que le lleva a la muerte, Pablo ofrece la respuesta: Dios ha enviado @ nuestros corazones el espiritu del Hijo, el Espiritu de Dios habita en nosotros, lo que signi- fica que aquella ansiada liberacién ha venido con la gracia traida por Cristo. Pablo, en ese sentido, tras un planteamiento inicial que a alguien sc le podtia antojar tcucLeuse y amenazadur, cu el que lo que queda ba destacado era el trazo de la condena y del castigo por el incumpli- miento del precepto de la castidad, imprime un giro a su argumenta- cién que, por un lado, no solo proporcions el elemento (la gracia de Cristo) que permite dar salida al persistente contlicto de la carne, sino ‘que también, como consecuencia de lo anterior, parece acentuat su dimensién ms comprensiva. Y asi, comentando las virtudes del celi- bato y partiendo de que «cada cual tiene de Dios su gracia particu- lar», plantea su conocida recomendacién (que no mandato): lo desea- ble serfa que solteros y viudas permanecieran como él, manteniendo «raya la Lujuria, Pero la recomendaci6n hay que tomarla con laxitud: «si no pueden contenerse, que se casen», A lo que sigue la rotun- da sentencia, bien pragmética por cierto: «mejor es casarse que abra- sarse»”, Pero dicha acentuacién no constituye en absoluto una mera con- descendencia benevolente por parte de Pablo, sino que se desprende cstrictamente de su interpretacién de la figura de Cristo, cuya muerte, lejos de abrumarnos, debe ser motivo y fundamento de esperanza y fortaleza. Porque Cristo murié por los impios, no por los justos (aun- que podria ser que alguien osara mosis por el bueno, dificilmente se :muere por un justo, puntualiza Pablo), lo que nos proporciona la (sin) medida del amor de Dios. Este convencimiento de que, reconciliacos con el Padre por el sacrificio del Hijo, la presencia de Dios en nosi i6 todo por completo lo encontramos también —y por cier ‘“ANTES DE CONOCERTE ERA UNA PERSONA DISTINTAS: SAN AGUSTIN to— en Agustin. Dios nunca esté lejos de su criatura, es més, perma- nnece siempre presente en su intimidad, segiin la bella intuicién que aparece en las Confesiones: «edéinde estabas ti cuando estabas lejos de mi? Yo vagaba lejos de ti [..]. Ti, sin embargo, estabas dentro de mi, en lo més profundo de mi mismo, y en lo mis alto de lo més elevado de mi», ‘Nos encontramos, por tanto, con un doble movimieato en lo que a la concepcién agustiniana del amor se refiete, En relacién con el planteamiento platénico, y, mas en concreto, con la idea de eros ‘examinada en el capitulo anterior, lo primero que destaca es la irrup- ci6n de las sombras de la culpa. Culpa vinculada al pecado y, sobre todo, a una impotencia para vencer las propias pasiones (no en vano eros es el amor que no nace de la voluntad, sino que se impone al ser ‘humano) que termina por sumir al pecador en una profunda deses- eracion. Pero ese sentimiento de culpa, que en muchos momentos de su vida amenazé con atenazar por entero a Agustin, parece que- dar desactivado metced a una interpretacién del hecho amoroso que introduce, por asi decirlo, la segunda gran novedad respecto a las concepciones heredadas: la novedad de poner precisamente deter- minados aspectos del pensamiento de Plat6n al servicio de una espe. cifica vision cristiana del amor, que pasaré a ser entendido en térmi- nos de agape, esto es, como don orientado al bien del otro y capaz, por tanto, de superar la autorreferencialidad del yo, caracteristica del deseo erdtico. AMA Y HAZ LO QUE QUIERAS Esta es, sin la menor duda, la afirmacién acerca del amor més conocida de Agustin, Conviene, antes de nada, tener presente junto a «qué otras afitmaciones aparece. La plantea tras sefialar que los hechos de los hombres son buenos en la medida en que proceden de la cari- dad —que es aquella virtud mediante la cual se ama lo que debe amar- se—, de forma que cosas de apariencia buena no lo son realmente si no proceden de dicha rafz, en tanto que otras aparentemente duras lo son si proceden de la misma. Es precisamenteen ese momento cuando deja eaer el prec AMO, LUEGO EXISTO. tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serdn tus frucoss”, ‘Lo de menos es que la idea pudiera no pertenecer al propio Agus- tin, sino que procediera de Taito, como han seialado algunos intér- pretes. Lo que importa de veras es que nos proporciona una indica- cién del lugar absolutamente central que nuestro autor concede al amor. No se trata, por tanto, de que el amor legitime cualquier accién (como si la afirmacién «es que estaba enamorada/o» constituyera un ceximente absoluto que nos blindara de toda critica), sino de que cual- quiet accién inspirada por el amor bien entendido tiene consecuencias y frutos positivos. La cuestién es qué contenido le atsibuimos a la expresi6n «el amor bien entendido». Porque el asunto es bastante menos intuitive de lo que parece a primera vista. Al que pretendiera presentarnos como obvias virtudes de este planteamiento que si amamos no pode- ‘mos cometer determinadas acciones (pongamos por caso, matar, hacer dafio a los demas o incluso destruir nuestro entorno), siempre se le podria replicar con la constatacién de que, de hecho, en miiltiples ‘ocasiones tales acciones han sido presentadas como finalmente buenas con el argumento de que eran Ilevadas a cabo por un bien superior. A fin de cuentas, de lo ‘nico que podemos decir que es siempre bueno ces de la caridad, mientras que quedamos advertidos de que el amor puede ser bueno o malo, segiin que sea amor al bien o amor al mal, cextremo este precisamente pendiente de defini. ‘Llegados a este punto se hace ya del todo ineludible para hacer comprensible el planteamiento agustiniano la referencia a Plat6n. “Agustin ha sido llamado «el Plat6n cristiano» porque su recorrido argumentativo transcurre en paralelo al de aquel, aunque introducien- do algunas aportaciones propias. Debemos reconocer a nuestro autor el gran esfuerzo que hace por | armonizar la esfera de a fe con la del pensamiento, Apoyindose en el versiculo de Isaias «si no creéis, no comprenderéis», Agustin comen- tard: es un término en alza, vientras que no resulta muy arriesgado afirmar que «caridad» cotiza laramente a la heia. Pero cahe preguntarse: en el mercado de loc echos mismos o de las acciones, ges también la cosa asi?, ges el caso ue estamos asistiendo a un aumento espectacular de comportamien- 9s solidatios y al declive de lo caritativo? Si definimos la caridad mo el amor desinteresado por el préjimo, por cualquiera que nece- te ayuda, y la solidaridad como la unidad que mantienen aquellos ue comparten intereses, habria algo de chocante en la situacién. Cémo es posible que en épocas de feroz individualismo y ocaso de s grandes discursos de emancipacién estemos asistiendo a semejante 1ge de lo solidario? Por lo pronto, hay que decir que no contribuye a la clarificacién | asunto la mecénica identificaciGn de caridad con caridad cristiana on la consiguiente caricatura de la sefiora enjoyada y con abrigo de eles dando limosna a la puerta de Ia iglesia a la salida de misa : doce), de la misma manera que también confunde las cosas la cat- | de desprendimieato que a menudo viene asociada a lo solidatio. Si -permanece en el equivoco de ambas identificaciones, no hay pro- emas de eleccién: al primer términoes, desde una cierta perspectiva, 1a antigualla desechable, frente al segundo, que se adoma con todas s cualidades benéficas y progresistas que seamos capaces de conce- r. Los problemas surgen en ¢l momento en que se aborda la cosa de anera algo més desprejuiciada, y se formulan cuestiones como la si puede tener sentido hablar de caridad laica o, en el otro lado, se statan las insuificencias de una solidaridad que ha quedado defini- a Soe tea ole 2 sci uniasia ce at ‘AMO, LUEGO EXISTO egofsta. Entonces la contraposicién ya no parece funcionar tan bien, hasta el extremo de que incluso podcia cambiar de signo, Pero como la discusién no debiera ser sobre palabras sino sobre hechos, conviene plantearse qué es lo que efectivamente estd ocurtien- do, esto es, hasta qué punto las campaiias y las propuestas que suclen parecer hoy en dia subsumidas bajo el rétulo de «solidarias» (el acti- visto humanitarista de las ONG, del voluntariado, de la solidaridad con el Tercer Mundo) efectivamente lo son o, por el contrario, les conviene mejor otro rétulo, Porque no es el caso que en ellas encon- tremos Jos elementos para articular una efectiva rebelién contra la injusticia 0 los materiales con los que consteuir un proyecto para un futuro mejor; Norberto Bobbio" tiene escrito: «la caridad deja las cosas como esti, alivia el sufrimiento, pero no ejecuta ninguna accién para remontarse alas causas». Peto esta limitacién encuentra su corre- Jato casi perfecto en la esfera de la solidaridad, la cual, a su vez, ha mostrado hist6ricamente su incapacidad para tomar cl relevo de lo caritativo. El propio Bobbio se ha referido a la adebilidad laica», al hecho, a su entender incontrovertible, de que los laicos no pueden hhacer gala de los mismos méritos que los eatdlicos en lo que se reficre su atencién al padecimiento ajeno. La alternativa al egofsmo viene designada por el altruismo, y es en «30s términos como resulta apropiado plantear cl problema, Es proba- ble que conviniera, por utilizar términos ya manejados,intentar un tra tamiento también «inteligente y comunitario» del altruismo, alejara tanto de su identificacién con determinadas creencias re como de la interpretacién del mismo como mera coartada para la obtencién de una autogratificacién de cardcter narcisista, La solidari- dad, asi, deberia contener un cierto componente altruista, aunque sin reducirse a él, porque en tal caso quedaria convertida en filantropia, El componente altruista mencionado se introduciria en la solida- ridad a través de la idea de justicia, que vendria a significar el desarto- llo, en un estadio superior, de lo que en el concepto de caridad venia representado por el amor. Frente a la idea tradicional del cristianismo, ‘que mantenfa la superioridad del amor sobre la justicia —en el sentido cde que el amor se brinda a todo ser humano al margen de sus méritos, ‘como ya hemos visto tematizado en Agustin—, habia hacia un concepto de justicia més rico, que i de los elementos que en el viejo discurso. “como rasgos exclusivos del amor ‘ANTES DE CONOCERTE ERA UNA PERSONA DISTINTAD: SAN AGUSTIN, o de que el precepto del amor colma, supera y da al préjimo més de > que Ie pertenece estrictamente, ahora se diria que un desarrollo ompleto y adecuado de la idea de justicia consigue integrar en un rden de sentido celectivo lo que antes aparecian como prettogativas raciosas de Ja conciencia (moral) individual. Pero no seria correcto desequilibrar ef presente comentario dejan- »suelto el cabo de una consideracién que antes apenas qued6 enuin- ada, la de las posibles diferencias entre catidad y caridad cristiana 0, se prefiere decirlo de otra manera, la distincién entre la idea de tidad en cuanto tal y los usos que de la misma se han solido hacer. ot lo menos valdri la pena dejar abierta la sospecha de que, de la isma forma que la solidaridad se deja pensar en otros términos dis- tos alos del meroegofsmo organizado, asi también la caridad admi- una interpretacién secularizada, En el fondo es la que han propues. autores como Slavoj Zizek o Alain Badiou, Una nueva lectura en la el énfasis se colecaria sobre el caricter universal del individuo, en superacién de los vinculos mas préximos ¢ inmediatos en beneficio una comunidad de nuevo tipo que dé acogida en su seno a todos uellos que, por no pertenecer a grupo alguno, viven alguna forma abandono o exclusién, Una lectura, en fin, que parece prefigurat a idea de democracia que, paraftaseando las palabras de Bataille, dria quedar definida como la comunidad de los que no tienen nuniclad. Lo mejor de la idea de caridad es, pues, ese énfasisen que +bligacién moral de ayuda al otro desborda los limites naturales en que se desenvuche el individuo. La exhortacién cosmepolita que contiene el principio de que tam- n debemos atencién a aquellos que no forman parte de nuestra lia, de nuestro g-upo o de nuestra naciGn, parece especialmente tinente en un momento como el actual, en el que el curso de los ntecimientos parece sefialar inequivocamente hacia un horizonte I que no tenga sentido hablar de mis comunidad que la constitui- pot Ia propia humanidad en su conjunto. Quiza fue eso lo que no trevi6 a pensar Agustin. O, quizd més exactamente, Io que no se ontraba en condiciones de pensar. Dicks. pueda afir Bloisa pasa que decir, Eloisa. Per cade la vie dela mismé que se suel 3 «SOLO TENGO OJOS PARA Th» LAR DO Y ELO{SA, 0 EL AMOR COMO HEREJiA lisculpardn la pequefia irceverencia, pero probablemente se mat, Sin temor a equivocarse en exceso, que Abelardo y n pot ser los Romeo y Julieta dela filosofia occidental. Hay ara empezar, que sabemos mucho mas de Abelardo que de >, aunque no disponemos de demasiaclos testimonios acer- a de esta, son suficientes para componer un inicial dibujo alejacla de los tépicos mais 0 menos pigraalionenses con los = evocar su relacién con Pedro Abelardo. RECEDENTES DE UNA HISTORIA TORMENTOSA en Paris y descendiente por su padre de los Montmorency des de Beaumont, por su madee de los vidames' de Chartres, como también Abelardo, a uno de los dos clanes que se dis- ocler a principios dl siglo xi1en el entormo del rey Luis VI s dicen que hizo sus primeros estudios en el convento de ora de Argenteuil, que tenfa una escuela, como entonces la -delos conventos de mujeres. Las ensefianzas que recibié u tiempo: los salmos, las Sagtadas Escrituras y los autores c se estudiaban en clase de gramitica y que se consideraba fan la base de una buena formacion intelectual, mostrando ones yun edo porel eutio umbién extaercinario AMO, LUEGO EXISTO Menor, Al servicio de Tboel IV, duque de Bretafia, su padre, Beren- ‘gue, controlaba la zona y sus posesiones desde su castillo feudal en la ciudad de Le Pallet, préxima a Nantes, Como todos los sefiores de la época, ejercfa el oficio de las armas, aunque habia recibido cierta edu- cacién en su juventud, lo que le decidié ano privar de ella a sus hijos. Pedro, el mayor, seducido por las letras y el estudio, cedié sus dere- chos de primogenitura sobre tierzas y vasallos a su hermano, Durante suadolescencia, entre 1095 y 1097, estudié Artes en Loches (al sur de Tours), en la escucla de Roscelino de Compigne, considerado el padre del nominalismo, y posteriormente se traslad6 a Patis, cuya escuela episcopal, en el claustro de Notre Dame, era, ala sazén, la més famosa y la més concurrida, Su jefe o cabeza era el archidiécono Gui- Ietmo de Champeaux, quien defendia las teorias realistas de Boecio, y-cra muy distinguido por la sutileza de su discurso y su elocuencia Alli permanecié entre los afios 1098 y 1100. La educacién entonces se subsumia bajo el rétulo global de «artes liberales», repartidas entre el erivéum (que incluia las artes de gramati- ca, dialéctica y ret6rica) y el cuadriviume (con las artes de atitmética, geometria, astronomia y miisica). Abclardo se formé bisicamente en las artes del primero, lo que le procuré, como manifiestan sus escritos, tun gran conocimiento no solo de las escuelas de su época, sino tam- bién de los antiguos fil6sofos, ambito en el que se interesé tanto por Jas aportaciones de Agustin y otros padres de la Iglesia como por las de clasicos como Cicerén, Pronto él mismo empez6 a impartir ensefianzas y con veintitrés aftos (en 1102) abrié por su cuenta una escuela, primero en Melum y luego en Corbeil, Frecuentada por millares de discipulos, adquirid agtan fama a pesar de los enfrentamientos que mantuvo con algunos de sus maestros. O tal vez fuera més correcto decir que precisamente pot tales enfrentamientos. De hecho, Abelardo ya habja dado tempranas muestras de su condicién de extraordinario polemista, y con solo die- cisiete afios derroté a su maestro Roscelino en varios debates pabli- cos. Aunque, sin duda, ese rasgo de su cardcter —que él desctibfa, no sin cierta autocomplacencia, como ala necesidad de desteuit {do- Jos»— se le fue acentuando conforme iba superando nuevos retos polémicos. Porque lo propio le ocurrié tiempo después Guillermo de Champeaux (llamado « sn en 1108 desafid y también ridieuliza que sus a 1, trun laciudad entre 111. tiempo, A mente se dedica lo mds sus la teyun At perseguir ‘menos ve urdiendo, Ento y conflict peaux obi escuela ca alcanzand politico fi ceducaron. de cincuer Nore pudo afec quedado s lidades de cionaba k todo: cané hhabja ect rico era el siempre se de Paris e una las ar escribir en ‘MOS que cK SOLO TENGO OJOS PARA Ths: ABELARDO Y ELOISA ndolo por su tealismo ingenuo, Eso trajo como consecuencia umnos abandonaran 4 Guillermo y que Abelardo se instala- dor, en Ia iglesia de Santa Genoveva, fuera de los muros de de Paris, en la orilla sur del Sena. trota de sus primeros maestros no parece resultar suficiente ar la avidex de Abelardo. Irtitado por la superior considera- merecfan en la época los tedlogos, se jura que él también ese tango. Vuelve a hacerse estudiante y se precipita a Laon 2 y 1113 para seguir lecciones del mas ilustre tedlogo de su nselmo de Laon, Contraviniendo la imagen que tradicional- ha dado de este, en las primeras palabras que Abelardo le describe como un «anciano a quien habjan dado nombre rgos afios que su memoria y su talento». La historia se repi- 1selmo presuntamente «roida por la envidian comenzard a le en sus lecciones sobre las Sagradas Escrituras con no hemencia de como lo habia hecho Guillermo en filosofia, como este, calumnias diversas. do caso, Abclardo salié vencedor de tantos enfrentamientos 98. ¥ asi, en 1114, al ser nombrado Guillermo de Cham- spo de Chalons-sur-Marne, regresa a Paris y triunfa en la tedralicia de Notre-Dame como magister in artibus laico, o el apogeo de su fama, Si hemos de creer al historiador y ancés Frangois Guizot?, la escuela fue tan célebre que se en ella un papa (Celestino ID), diecinueve cardenales y mas ta obispos y arzobispos franceses, ingleses y alemanes. sulta dificil de imaginar en qué forma tan descormunal éxito rar a una persona cuya soberbia y competitividad habian obradamente acreditadas en el pasado. Las indudables cua- Abelardo obtenfan, gracias a la plataforma que le propor- escuela, una resonancia extraordinaria. Parecia tenerlo nigo de la catedral y profesor del claustro, si como filésofo sado por completo # Guillermo de Champeaux, como reté- cuente, vivaz, poseedor de una hermosa y modulada voz, y guro de su capacidad de persuasidn, Pero, ademas, el idolo a bien parecido y a sus cualidades tedrico-especulativas istico-literarias: componia miisica y poesia, y era capaz de os mais variados estilos ¢ incluso lenguas (de hecho, sabe- on n lenguaje sencillo y utilizando lengua romance ‘extremo a los estudiantes). Teniendo, como tenia, el mundo a sus pies, poco hay de extrafio en que alguien como Abelardo se sintiera henchi- do de-vanidad y orgullo, llegando a afirmar que por aquel entonces se consideraba nada mas y nada menos que «el nico filésofo que queda- ba en el mundo»’. Pues bien, es este hombre, con esta especifica per- sonalidad y en esta particular etapa de su vida, quien, en 1118, conoce a Eloisa, LA HISTORIA TORMENTOSA. Probablemente insatisfecha por no encontrar en el convento de Argenteuil religiosas suficientemente instruidas para alimentar sus ansias de saber, Eloisa se trasladé a easa de su tio Fulberto, eanénigo de la catedral de Paris, bajo cuya tutela se puso, De la informacién ue poscemos de ella lo més destacado, sin duda, es la formacién que haba alcanzado, de todo punto insélita entre las mujeres de entonces, Tanto es asi que su «conocimiento de las letras», especialmente en literatura antigua, la habia hecho celebérrima en todo el reino, de acuerdo con el testimonio del propio Abelardo’, Es en esto en lo que repara él, mas que en su belleza, a la que se refiere con una cierta dis- licencia («por su cara y su belleza no era la iiltima»’). Conocemos algyin detalle més acerca de su aspecto, deducido a parti del anilisis de sus huesos. Segtin su esqueleto, debia de tener «una gran estatura y bonitas proporciones [...] la frente redondeada y en armonia con las tras partes del rostro», asi como una mandibula «provista de dientes de extrema blancura’, La puntualizaci6n acerca del atractivo de Eloisa tal vez resulte relevante a los efectos de lo que estamos abordando, Da la sensacion de que Abelardo se plantea la conquista de Eloisa como el enésimo desafio de su carrera. En la cumbre del éxito profesional, era tal su fama y, segin propia declaracién (por lo demas, coincidente con la de ter ceros), tanto descollaba por su juventud y belleza, que no temia cl rechazo de ninguna mujer a quien ofreciera su amor. ¥ asi, persuadido de que podia hacer suya ala famosa Eloisa, enamoriindola ficilmente, clabora un plan. Se hospeda en casa de Fulberto con el pretexto de una serie de ventajas précticas (Ia comodidad de ky draa, el tiempo que le hace perder ocuparse de § 108 excesivos...) y ofreciendo a can «60.0 TENGO OJ0S PARA Th»: ABELARDO Y ELOISA saa la que Abelado sabia que el candnigo, tremendamente avaro, 1a ser muy sensible, Conseguido esto, el resto vino rodado: no le »st6 convencer a aquel hombre, siempre pendiente de su sobrina, bre todo en lo referente a sus estudios y conocimicntes literarios, ela necesidad de profundizar en la esmerada educacién de la ven, El engafio salié a pedir de boca (de Abelardo) y el canénigo, de 1a simplicidad y credulidad asombrosas, le formul6 al nuevo precep- de su sobrina el encargo de que ejerciera sobre ella su magisterio 1ando terminara su trabajo en la escuela, as fuera de dia como de rche, autorizindole de manera expresa a reprenderla con energia si encontraba negligente, Esté claro que Abelardo siguié las indicacio- de Fulberto solo que haciendo una interpretacién muy propia del cargo. En efecto, Abelardo, que habia decidido por aquel entonces Itar los frenos de la carne (que hasta ese momento habia mantenido raya), enseguida dsj6 de lado la ciencia, os libros e incluso las pala- as y los sustituyé por besos y caricias, aplicandose a este nuevo enester con auténtica fruicién. Del relato autodiogrifico de Abelardo se desprende que ambos no parece que Eloisa opusiera la menor resistencia ni siquiera en un er momento— vivian la relacién sin imponerse limitaciones ni perimentar el menor sentimiento de culpa, extremo este de gran pportancia y que habrii que recuperar més adelante. Los detalles que oporciona este texto resultan suficientemente elocuentes por si los: «Mis manos ce dirigian mas facilmente a sus pechos que a los ros», «ninguna gama o grado del amor se nos pasé por alto [..] sta se afiadié cuanto de insélito puede crear el amor» o «cuanto enos habjamos gustado estas delicias, con mis ardor nos enfrasca- os en ellas, sin llegar nunca al hastio»’ Es cierto que de ese mismo relato parece desprenderse que Abe- cdo acabé enamorado de Eloisa, aunque las fronteras con la mera sién le resultaran a él mismo ciertamente borrosas en muchos omentos, De hecko, cuando Fulberto los descubre y los separa es ando parece hacérscle mas evidente la calidad de sus sentimientos cia ella, El cinico que entré en aquella casa para dar satisfaccién ato a su Jujuriat como a su vanidad sale shore de alli perdidamente amorado, Empieza a escribir entonces coses tales como que «la lai ee ssi oleae aa AMO, LUEGO EXISTO jos mismos momentos cuando, por vez primera en su vida, de- \de las ocupaciones que tanto le habjan importado siempre. Se ‘eonvierte en clase en un mero repetidor de su pensamiento anterior (su cabeza estaba mas con Eloisa que con sus estudiantes: bien pudié- ramos decir, usilizando las palabras que dan titulo al presente capftulo, ‘que solo tenia ojos para ella) y descuida el estudio de la filosoffa y Gni- ‘camente se dedica a la tarea de escribir versos amorosos. Poco después de descubrirse su relacién, Elofsa le comunica a Abelardo que est embarazada y le consulta acerca de lo que debia hacer: En ausencia de Fulberto, Abelardo entra en secreto en su casa y la rapta, Para evitar que sea reconocida, le procura un habito de reli- giosa y Ia hace pasar a Bretaia, donde, ya en casa de su hermana, en Pallet, naceré el hijo de ambos, al que pondrén por nombre Pedro Astrolabio, Entretanto, Fulberto se sume en un estado de abatimiento tel, en un dolor y una vergiienza tan intensos, que Abelardo llega a temer por su propia vida, Hasta que, finalmente, cinco seis meses después de la huida, la mala conciencia puede con él («compadecido desu angustia y acusindome a mi mismo del engafo 0 trampa que me habia tendido el amor, que yo consideraba como la mayor traicién»") yorganiza un encuentro con el candnigo. Le ofrece, a modo de satis- faccién, casarse con su sobrina con la tinica condicién de que el matri- monio permanezca secreto, ofrecimiento que Fulberto acepta y que sella una aparente reconciliacién entre los dos hombres, En este punto, conviene recordar que, aunque la condicién de clétigo y canénigo que posefa Abelardo en modo alguno resultaban ‘equiparables a lo que entendemos hoy por sacerdote y que, por tanto, podian contraer matrimonio, no es menos cierto que el estado matri- ‘monial era considerado, en la estela de lo que afirmaba Pablo de Tar- 0, Como un mal menor, como el Gltimo remedio para quienes fueran incapaces de guardar continencia, En ese sentido, Abelardo (y Eloisa, ‘como veremos) era consciente de que el estado matrimonial se aseme- jaba mucho a una decadencia e implicaba un deteriora de su imagen piiblica, E] problema era que el acuerdo sellado entre Abelardo y Fulberto contenia en si el germen del drama posterior, en la medida en que oftecia una reparacidn secreta de una ofensa publica, B i bieron Ja bendicién nupcial en una iglesia de Parts, Jasola presencia del tio de Elofsa y de: SOLO TENGO OJOS PARA Tl»: ABELARDO Y ELOISA y, una vez finalizada la ceremonia, cada uno se fue por su lado. A par- tir de entonces no se vieron mas que en pocas ocasiones y de modo fustivo, a fin de mantener oculta la unin, Insatisfechos por el acuer- do, Fulberto y sus familiares apenas tardaron en romper la promesa, y se dedicaron a divulgar la existencia del matrimonio, cosa que Elofsa intentaba neutralizar jurando ante todo aquel que quisiera escucharla ue tal cosa era falsa, Para reforear los desmentidos de su esposa, y de paso aliviarla del mal trato a que la sometia su tio, Abelardo decidié enviarla ala abadia de Argenteuil, donde habia recibido educacién en su juventud, para que pareciera que habia tomado los habitos. De esa manera daba a entender pablicamente que lo propalado por los parientes de Eloisa era una pura falsedad (ceémo iba a ser su esposa alguien que acababa de entrar en un convento?).. El remedio result6 set mucho peor que la enfermedad. El engaiio urdido por Abelardo fue tan efectivo que el propio Fulberto se lo cre- y6: entendi6 que habia sido estafado y que el aprovechado preceptor se habia desembarazado de su sobrina, haciéndola entrar en religidn, El desenlace de la historia es sobradamente conocido: el ofendido y sus allegados sorprendieron a Abelardo mientras dormia y le castiga- ron «con cruclisime ¢ incalificable venganza, no sin antes haber com- prado con dinero a un criado que me servia. Asi me amputaron —con gran horror del mundo— aquellas partes de mi cuerpo con las que habia cometido el mal que lamentaban»'. El criado y otto de los agre- sores fueron presos y castigacios con idéntica mutilacin y, ademas, con la pérdida de los ojos, y el canénigo Fulberto fue desterrado de Paris y ele confiscaron todos sus bienes. Abelardo, sumido en un profundo sentimiento de vergiienza, ent fraile en el monasterio de Saint Denis, mientras que Eloisa se hacia monje en el convento de Angenteuil, INTERPRETACIONES DE LA HISTORIA TORMENTOSA ‘La pareja se reencontraria doce afios después, en 1152. Ella habia sido expulsada del convento de Argenteuil, al frente de cuya comuni- dad estaba, yl, sabedor del episodio, le ofrece refugio en el monaste- rio del Paracleto, fundado por él mismo en 1120 y del que era propie- tario, Se inicia entonces el intercambio epistolar entre ambos, < el relato de sus desgracias que poco Tignes tna dy §, y que, dle manera casual, habia llegado a manos de Eloisa pecialmente los comentarios de esta los que han propiciado el 6 de fildsofos, historiadores y escritores en general, en la medida en que han crefdo ver en ellos una manera nueva y radicalmente dis- tinta de vivir la experiencia amorosa por parte de la mujer. Con toda probabilidad, el fragmento mas citado de Eloisa es este, ‘que pertenece a su primera carta a Abelardo: Dios sabe que nunca busqué en ti nada més que a ti mismo, Te queria simplemente ati, no a tus cosas. No esperaba los beneficios del matri- ‘monio, ni dote alguna, [..] El nombre de esposa parece ser més santo y ‘ms vinculante, pero para mila palabra mas dulce es la de amiga y, sino temolesta, la de concubina o meretri2®, No resulta dificil comprender que afirmaciones asi, debidamente descontextualizadas, provocaran primero el entusiasmo de Rousseau, Diderot, Voltaire, luego de tantos roménticos o del propio Rilke y, ya is cerca de nosotros, de muchos que han visto en esta mujer el ideal ce una pasién libre y arrebatada gue rechaza el matrimonio porque encadena y transforma en deber el don gratuito de los cuerpos 0, incluso, ala precursora heroica de la liberaci6n femenina, ‘Nada més lejos de nuestro énimo que pretender oficiar de agua- fiestas de nadie, pero Jo cierto es que tan entusiastas interpretaciones descuidan elementos ineludibles para un anilisis minimamente veraz de los textos, Porque sia las afirmaciones citadas afiadimos estas ottas, pertenecientes al mismo pasaje, sin duda el sentido del fragmento pue- de empezar a virar en direccién distinta: [uJ nunca busqusé satisfacer mis caprichos y deseos, sine —como ti sabes— los tuyos. [..] Tan convencida estaba de que cuanto mis me jhumillara por ti, més grata seria a tus ojos y también causaria menos. aio al brillo de tu gloria”, ‘Como en tantas ocasiones, el empefio por convertir a un autor 0 aun personaje hist6rico en adelantado a su tiempo a base de leer sus texog on comportamintos dec a cxtegortas de a atl (y ro desde las suyas propias) solo puede propiciar dy no espejismos, Ya hemos este aver en nombre de . . . aes cou pee de estar casado, lo importante es que Eloisa hace suyos toda una serie de argumentos criticos hacia la institucién matrimonial que formaban parte de la tradicién recibida en su esmerada educacién. Séneca, Cicerén, Pablo de Tarso, Jeronimo 0 Teofrasto, entze otros, son con vocados para aportar argumentos que disuadan a Abelardo de sus intenciones matrimoniales. Alguno aporta argumentos de orden pric- tico que Elofsa traslada a una descripcién francamente efectiva: ‘No podrias ocuparte con igual cuidado de una esposa y de a filosofia. ¢Cémn0 concliar Ios cursos escolaresy las srvientas, ls bibliotecasy las ccunas, los libros y las ruecas, las pumas y los husos? Quien debe absorber- seen meditaciones teol6gicas o floes, zpuede soportar los gritos de los bebés, ls canciones de cuna de ls nodrias, laetreo de una domesticidad ‘masculina y femenina? ¢Cémo tolerar las suciedades que hacen constante- _mente los nifios pequefios? Pueden hacero los rcos que tienen un palacio ‘0 una casa suficentemente grande para poder aslarse, cuyn opalencia no sient ls gastos, que no estén directamente crucificados por las preoeupa- ciones materiales. Pero esa no es la condicién de los intelectues(fl6so- fos), y quienes deben preocuparse porel dinero y las cuestiones materiales ‘no pueden entregarse a su ocupacin de teélogos 0 de filésofos", Pero Jo que hay en juego tras estas consideraciones es la opcién por un ideal de vida. Ideal en el que, por cierto, coincidian tanto los pensadores creyentes como los paganos. Ambos proyectaban —unos sobre la figura del tedlogo, otros sobre la figura del filésofo—un ideal de consagracién a Ia dimensi6n espititual que pasaba por toda una serie de renuncias, ineluida la de la carne. Asi, en Seneca, el moralista por antonomasia, la excelencia filos6fica estaba unida inseparable- ‘mente a la continencia en las costumbres. Y si el estoico ensefiaba que el verdadero filésofo no cesa nunca de filosofar (porque interrumpir Ia filosofia viene @ ser lo mismo que dejar de filosofar), Pablo, por su parte, predicaba que el verdadero cristiano no deja ni por un instante de rezar. El que se casa, en cambio, sliena su libertad: cede por debi- lidad una parte de si —de su tiempo, de sus energfas, de sus recur- s05— a algo de menor valor, en perjuicio de lo que sabe que es mas puro. En ese sentido, Eloisa es consciente de que Abelardo se encuen- tra frente a una decisién de enorme trascendencia, Debe elegit entre set dueiio de sf mismo o vivir como un siervo: entre practicar la conti- ‘neneia paca adquiri el derecho a dedicarse-a a filosofia como hombre AMO, LUEGO EXISTO 10s, por tanto, ante dos modelos de vida que suponen dos, ‘encontréndose en el superior, inequivocamente, quienes resul- ‘admirables no solo por su ciencia, sino también por la pureza de Aceste selecto grupo de héroes de la vida espiritual aspicaba a pertenecer Abelardo y Elofsa compartia dicha aspiracién. Mientras Abelardo permaneciera libre, solo se perteneceria a si mismo o, lo que slo mismo, perteneceria al mundo entero como fildsofo ya la Iglesia enters como tedlogo. Desde este punto de vista, no puede dejar de destacarse —al margen de cémo se valore— el empefio de Eloisa en que Abelardo recuperara la dignidad transitoriamente perdida por su apasionada debilidad hacia ella. De ahi también que, cuando no con- sigue disuadirlo de sus propésitos, exclame, premonitoria, refiriéndo- se ast inminente matrimonio: «Solo nos queda una cosa (...) que en la ae de los dos el dolor no sea menor que el amor que lo ha pre= lor”, estado de cosas existente, sino mas bien al contrario: hemos rela do un pequefio catélogo de autoridades, cristianas y paganas, ql hacfan ascos a la uni6n estable entre hombre y mujer. Si hemos atender a los anilisis de historiadores como Georges Duby’, a pat del aiio 1000 la Iglesia intensifica su esfuerzo de reflexién y de reg ‘mentacién a propésito de la institucién matrimonial, tratando de feceionat la insercién del matrimonio cristiano en las ordenanza laborar tna ideologia del matrimonio cristiano basada en la jt i6n, en la desculpabilizacién de la carne. Resultaria engafioso, por tanto, recelar de la ideologia m, nialista Gnicamente a partir dela institucién que la reivindica, E to que es en esta época cuando se plantea el debate acerca del. cimiento del matrimonio como uno de los siete sacramento, d orientado a reforzar el contrato entre los eényuges a base de zarlo, pero no lo es menos que de la Iglesia tuvo, os ‘hoy no S010 TENGO OJ0S PARA THe: ABELARDO Y ELOISA empezara a prescribir en determinados sectores sociales que el vincu- Jo conyugal debia establecerse mediante consentimiento mutuo? Repérese en las siguientes palabras de Eloisa, en las que deja claro ue sus desgracias no fueron un castigo a los pecados de la carne: ientras gozbamos de los placeres del amor, —lo dité con un voca- pero més expresivo— nos entregabamos a la fornicacidn, ivina nos perdoné. Pero cuanda eorregimos nuestros exce $08,ycubrimos con el honor del matrimonio la torpeza de la fornicacin, entonces la cdlera del Scior hizo pesar fuertemente su mano sobre nose, tos y no consintié un lecho casto, aunque habia tolerado antes uno manchado ypoluto”, Es desde esta otra perspectiva desde la que se tornan inteligibles as calamidades de los amantes. Dios habia castigado un matrisnonio valo por diversos motivos: por haber sido celebrado a escondidas para evitar el ineesto y la bigamia, las nupcias debian ser pablicas) On una intencién 20 recta (Abelardo actuaba movido por la codicia or el «apetito de agarrar, de retener a la joven perpetuamente para b>, temiendo que aquel joven cuerpo se sintiera atraido por otros ombres)y sin la aceptacin de la esposa (acabamos de indicar que la woridad eclesiastica proclamaba que el vinculo matrimonial debia bblecerse por consentimiento mutuo). Como remate, Abelardo abia sido indigno del sacramento cuando, estando ya Eloisa en ngenteuil, habia transgredido todas las prohibiciones y dado rienda elta a su lascvia, obligando «con golpes y amenazasy» a la falea mon. # acceder a sus deseos en el mismisimo refectorio del convento. los, reconoce también Abelardo, tenia todo el derecho a vengatse nis de los c6nyuges que de los fornicadores», y por eso esperé a que uni6n estuviese sellada para obrar con rigor, Ein todo caso, merece Ia pena destacat la escasa presencia de la Ipa a lo largo de todo el proceso, Ni en medio del escdndalo que alla cuando se ecnoce su relacién parecen los amantes sentie un in Femordimiento por sus actos («nuestra culpa nos parectainsign. ante frente a la dalzura del placer reciproco»"'), Pero €s que las Imaciones de Eloisa afios después, siendo ya abadesa en el Paracle- Feinciden en el mismo registro y no tiene el menor tecato en confe- | quela dulzura de los placeres experimentados con él AMO, LUEGO EXISTO bracién de la misa —cuando la celebracién ha de ser més pura— de tal manera (las fantasias] acosan mi desdichada alma, que giro més en tomo a esas torpezas que a la oracién». No ha perdido la conciencia del pecado, pero la evocacién del goce puede mis y la arrastra a afio- rar minuciosamente lugares y momentos. Los amantes recuerdan sus pecados con un deleite tal, compla- ciéndose de tal manera en la evocacién de los detalles, que podria llegar a sospecharse que se arzepienten de haberlos cometido con la boca francamente pequefia, Y aunque es verdad que muchas de las ceclaraciones de entrega de Eloisa se pueden leer en clave de sumisién alos deseos de su esposo, se comprende que la fuerza de sus manifes- taciones, poniendo a este por delante del mismo Dios, impactaran a ‘generaciones de lectores (especialmente a los tomAnticos) No fue la vocacién religiosa la que arrastré a esta jovencita a la austeri= dad de la vida monéstia, sino tu mandato. Puedes juzgar por ti mismo Jo indtil de mi trabajo, sino puedo esperar algo de ti, Por esto no debo ‘esperar nada de Dios, pues todavia no tengo conciencia de haber hecho ‘nada por su amor. Te seguf a tomar el habito cuando ti corrias hacia Dios”. Ahora se percibiri hasta qué punto no era del todo una broma la alusin inicial a Romeo ¥ Julieta. Junto con ellos y con otras insignes parejas —como Tancredo y Clorisa, Aquiles y Pentesiea, en la version de Kleist, o, sobre todo (por ir al mito fundacional), Tiistin ¢ Isolda—, ‘Abelardo y Eloisa representan un modelo de amor-pasién inédito has- ta.un determinado momento, En cierto modo, Abelardo puso las bases de ese nuevo modelo al escribir: «Dios tiene en cuenta no las cosas que hacemos, sino el énimo con que se hacen», Elofsa es perfectamente consciente del alcance de las posiciones de Abelardo, como no deja de recordarle en su correspondencia con 1. Asi, en el pasaje en el que reconoce haberle hecho mucho mal, se apresuta a rechazat toda culpa acogiéndose precisamente a la autori- dad filos6fica de su amado: «no ¢s la obra, sino la intencién del ag te, lo que constituye el crimen, Tampoco lo que se hace, sino el espiti- Y aunque ‘transferir- Todo le el mero cando} 1050 pa que am Es expresi momen legalida pio cue gue son esta que tas no t En muy ge alguien nuestra condici casi esp forma c apacibl 46010 TENGO OJOS PARA TI ABELARDO Y ELISA someto a tu juicio y me entrego totalmente a tu veredicto»”), hecho de que considere abierta esa valoracién nos esté indi asta qué punto las tesis de él constituyen un argumento pode- ra entender la forma, sustancialmente libre de culpa, con la 508 vivieron su pasi6n. por esa espita del pensamiento por la que se libera, cobra in y visibilidad un conjunto de registros eréticos hasta este 0 silenciados. Es por ese quiebro ala norma, por esa finta ala J moral, por el que el deseo, la pasién y la carne parecen incor- por vez primera, de pleno derecho (sin reservas, reticencias ni s), al ideal de la plenitud amorosa. A fin de cuentas, no hay n mas limpia que la inocencia del amante. ‘REFLEXION: EL AMOR ENTRE LOS CUERPOS: Ellos son dos por error que le noche corte. Eduardo Galesno ropésito de la reflexién que sigue es sencillo, Se trata, a partir unteado, de levantar acta de la cambiante relacién con el pro- ;po y con los cuerpos ajenos (particularmente, con aquellos objeto de deseo) que impone el paso del tiempo, perspectiva , por las razones sefialadas en el capitulo, nuestros protagonis- wvieron ni la posibilidad de plantearse. una primera aproximacién al asunto, ciertamente de caracter neral, una cosa gue de inmediato llamaria la atencién de que se preguntara por el lugar y la importancia del cuerpo en vidas es el hecho de que este, con los afios, va perdiendo la in de ocasién para el goce, que tiende a atribuirsele de manera ontinea durante la juventud, para, en su lugas, adquirir de cciente ¢ imparable el estatuto de cbsticulo para el desarrollo dela propia existencia, Con el paso del tiempo, en efecto, el ¢ convierte precisamente en aquello que se nos resiste, que se rota, que se nos rebela y nos recuerda su existencia a través de s como el dolor, e! malestar 0, ya no digamos, la enfermedad Con otros términos, si acordamos denominar edad a ese tiempo especifico que habla através del cuerpo, podria afirmarse que lo mas caracteristico de la juventud en lo que respecta ala relacién que man- tiene con su materialidad corporal es justamente la fluidez, la inmedia- tez, Ia transitividad, El joven es, en ese sentido, alguien que puede convocar al cuerpo con el convencimiento de que el cuerpo acudiré, presuroso, ala llamada, En la edad madura, en cambio, todo es lento, como ha sefialado Coetzee, a veces incluso extremadamente lento, Tanto es as{ que hasta las propias palabras terminan por contagiarse de ese ritmo pausado, calmo, y ellas mismas se demoran en llegar a nuestros labios. Era lo que, segiin tengo entendido, le comentaba al gran Fernando Ferniin-Gémez una vieja amiga suya, recordando con nostalgia los viejos tiempos: «Te acuerdas cuando hablébamos de corrido?>. Pero si solo se tratara de eso, bien podefa sostenerse, a modo de consolador resumen, que vivir es en tiltima instancia ir encontrando acomodo—aunque sea un paradéjico acomodo incémodo— en el pro- pio cuerpo. El problema, al menos por lo que respecta a uno de los asuntos que nuestra sociedad piensa con mayor dificultad (me serviria de ilustracién a este respecto cualquiera de las novelas de Michel Houellebecq), radica en que, ademas de esta dimensi6n intrasubjetiva a la que acabo de hacer referencia y que a cada cual le cumple asumin, también existe una especifica y particular intersubjetividad macerial, una de cuyas expresiones mas destacadas es la que se manifiesta a través del deseo. con una actitud para mi gusto francamente faisaica —a medio c centre la indiferencia y el patemalismo—, en especial cuanto més a zada es la edad de los cuerpos implicados. Pareceréa como si el umb ‘maximo de lo que resultara entre nosotros correcto aceptar pata q nes han dejado definitivamente atras la condicién de cuerpos glorios fuera el de una ternura apenas coloreada por una suave tonalidad p tel de pasién residual, Pero tal vez el cuerpo responda a una légica, sSOLOTENGO 0J0S PARA Tis: ABELARDO Y ELOISA a, hasta el presente, redimiéndolo de la usura del tiempo, diastso nmisericorde del devenit. Se equivocan quienes creen que st e conforman, se tesignan, se avienen alo que les es dadaNo-Bl uerpo recuerda Ia plenitud que tuvo aquel otro con el quefP!5€ sti fundiendo, El cuerpo preserva la memoria —su propis€0- i— de lo que conocié, de lo que alguna vez fue suyo, Nosttl0 ferir una ensofiacién 0 una fantasfa. Absténganse de sonrditisli- entes, sobrados en su ignorancia, quienes no conozcan esta e2t#0- a: sentir la violena punzada del deseo al reconocer en e'8¢0 ue ha cambiado radicalmente, que casi en nada se parece altisn- © atras, sus contomos perdidos, el fresco olor que lo ident! rsura hoy marchita de su piel. Solo desde esa memoria deli? @ que me he venido refiriendo resulta inteligible tan revelades°X°- encia. Quienes silt conozcan no solo sabran, con perfecta cit ~on toral precisién—, de qué he estado hablando. Gozasin te ds, de un privilegio suplementario: comprenderan cel significa prO- ndo de lo que les pasa y, en similar proporcién, acaso les #8440 conciliarse con ello, desembarazindose, en cl mismo gest, 8 niento de vergiienza y de culpa que esta sociedad se obstnse r sobre sus concieacias por cometer el delito de deseat libre. En resumidas cuentas: no termino de entender por qué lagstes€ nita a jurarse amot eterno (aunque cada vez menos: eso ¢l0 8) -beria tener el atievimiento, en determinadas circunstant®s J arse deseo eterno. Con suerte y sensibilidad, a lo mejor bstt 0 dian cumplit, Los misticos lo creian, por cierto. Y, més et de sottos, André Gorz lo expresé al principio de la larga exit ibi6 a su esposa poco después de descubrir que estabe ft™, 1 unas conmovedoras palabras atravesadas de sensibilidad ys 0% ‘Acabas de cumplir ochenta y dos aos. Has encogido seis exist, no pesas mis de cuarents y cinco kil y sigues siendo bell, eat"€¥ descable. Hace cincuenta y ocho afios que vivimos juntos y te st 748 que nunca, De nuevo siento en mi pecko un vacio devorsdor cola el calor de tu cuerpo abrazado al mfo* an el a ae a ee Re ee 4 es. «TE NECESITO» SPINOZA: ARITMETICA DE LA RAZON, GEOMETRIA DE LAS PASIONES UNA VIDA SIN BRILLO Yegrin la fil6sofa htingara Agnes Heller, la diferencia fundamental atre escritores y flésofos en lo tocante a la relacién que mantieneo ntre su vida y su obra es que mientras los primeros pueden utilizar 1s propias peripecias vitales como materia prima, estimulo e incenti- o para sus creacioaes, lo propio de los fildsofos es precisamente que na vida anodina y sin relieve constituya la condicién de posibilidad 1és adecuada para un trabajo te6rico de interés. Pues bien, sien alga utor parece cumplirse con perfecta exactitud dicha maxima o princi- jo es, sin duda, en Baruch Spinoza, Baruch (equivelente hebreo de! latinizado Benedicto o del portu- ués Benito) Spinoza nacié en Amsterdam, Holanda, en 1632, proce- ente de una familia de judios sefardies criptojudaizantes (marranos), s decir, judios a cuienes la Inquisicién habfa obligado a profesar poco después las cosas empezaron a vatiat y bien radical- or cierto, Porque cuando el juez dicts la sentencia, distribu quitativamente los bienes legados, Spinoza renuncié a su e queds Ginicamente con le cama de sus padres. Se dirfa que I entonces habia descubierto ya que pensar y escribir eran es fuentes de satisfacci6n, y necesitaba poco para mantener dedicada a ellas. Nada parecia importarle tanto como su | intelectual. Subsistia gracias a su trabajo de fabricante de con posterioridad a 1667, merced a la pequefia pensién de ‘mencionada. Le bastaba disponer de dinero, alojamiento y poder comprar papel, tinta, cristal y tabaco, y estar en con- de pagar las facturas del doctor. Parecfa persuadido de que fo debia permanecer oculto, ajeno a todo, tras su filosofia y, tue sus antepasados intelectuales Euclides, Epicuro y Lucre- sult6 efectivamente detras de sus obras. Nunca lleg6 a for- AMORES PENSADOS, AMORES VIVIDOS Y de amores, gqué? La pregunta solo puede obtener esta respues- ta: de amores, pocos. Utilizando nuestros esquemas, se sentiria la ten- tacién de atribuir el escaso éxito amoraso de Spinoza a su apariencia fisica, Disponemos de la descripei6n de nuestro ilésofo a través de las declataciones, coincidentes, hechas ante la Inquisicion, en Madrid en agosto de 1659, por parte de un fraile agustino, fray Tams Solano y Robles, y un capitin de infanterfa, Miguel Pérez de Maltranilla, des- pues de haber viajado a Amsterdam: estatura baja, delgado, blanco, de ‘ojos y cabellos negros. A lo que habria que afiadis, por otros testimo- nios, que su constitucién débil se traslucia en lo enfermizo de su aspecto. Pero también sabemos de su reputacién de hombre de gran cor- tesia y amenidad, querido y respetado por sus vecinos; nada severo, frio ni amigo de censurar. En realidad, cfrar en sus cualidades —exte- tiores o interiores— el origen de su escasez amorosa implicarfa incu- rir de nuevo en un manifiesto anacronismo (como sien la época solo contrajeran matrimonio los apuestos o los encantadores). Mas razona- ble resulta atribuir dicho origen a alguno de los factores objetivos que habfamos empezado a sefialar. Recuérdese que la excomuni6n que padecié Spinoza dictaminaba que ningin judio podia vivir bajo su misimo techo y que lo maldijeran al acostarse y al levantarse, Tampoco nadie podia hablar con él, En consecuencia, ninguna mujer judia debfa tener contacto de ningtin tipo con a filésofo. De hecho, en sus cartas no aparece ninguna mujer como corresponsal. Afidase a esto que en la comunidad judia sefardi de Amsterdam los casamientos eran arreglados (por convenio, en funcién de los intereses sociales y econd- ‘micos). La comunidad vigilaba que no se realizaran bodas clandestinas y si eran descubiertas recibian la excomunién. Eso por lo que respecta a las mujeres de su propia comunidad. Porque si dirigimos nuestra mirada hacia el resto de las mujeres holan- desas, lo mas probable es que se sometieran a lo estipulado pot la confesién calvinista, Segiin la versién de Eric Fromm', existia la nor- ma de que los feligreses de dicha confesién no debian smanifestar sen- timientos de amistad hacia los extranjeros. Si a eso verbial ascetismo de los protestantes, lo m prota del vinculo aaa ‘«TE NECESITO»: SPINOZA, trativa municipal que prol nos con judios. Como es natural, todas estas probibiciones y dificultades podian, como mucho, obstaculizar un hipotético matrimonio de Spinoza, pero en modo alguno le impedian enamorarse. Al parecer, lo hizo de Clara Maria, la hija tinica de su maestro catélico Franz van den Ende. Aun- que de constitucién fragil y figura poco agraciada, la joven, que con- taba terece afios en ese momento, dominaba la lengua latina y la mési- ca tan perfectamente que era capaz de dar clase a los alumnos de su padre en ausencia de este. ‘También conocia lenguas modernas, era poetisa, estudiante de filosofia y matematicas. Parece que su finura de espiritu y su excelente cultura dejaron prendado a Spinoza. Pero ella prefirié al mas apuesto de los condiscipulos, un joven luterano rico llamado Dirck Kerckrinck, natural de Hamburgo, quien, segtin cuen- fan, con el regalo de un hermoso (y muy caro) collar de perlas consi- guid inclinar de su lado el favor de Clara Maria, con la que terminaria casdndose (no sin antes abjurar de la religion luterana y abrazar el catolicismo). Spizoza hablaba de ella a sus amigos con veneracién, aunque parece se: que la pretendida se adornaba también con una refinada coquetesia que la llevaba a complacerse galvanizando la pasién serena y caldeando Ia fria sangre del futuro filésofo. En reali- dad, tanto da este tiltimo extremo. Lo importante es que Spinoza encontraba en ells cualidades que la convertian, a su juicio, en digna de ser amada, pero que la expectativa de lograr su amor se vio entera- mente frustrada. En qué medida esta experiencia influyé en sus ideas acerca del amor, hasta qué punto este fracaso tuvo sobre su pensamiento un efee- (0 andlogo al que su excomunién suscité sobre su forma de vivir es igo imposible de dilucidar desde nuestra perspectiva y con la infor. maci6n a nuestro alcance. En muchos pasajes, efectivamente, el lector experimenta la tentacién de levar a cabo una interpretacidn en clave itobiografica. Tal vez no haya nada malo en deslizarse por esa via, siempte que seamos conscientes de que no hay forma de sancionar inequivocamente el acierto o el desacierto de semejante interpreta- sion, y de que sole nos es dad, como mucho, aportar indicios o bue- nas razones a favor de la misma. En cierto modo, podria decirse que la vida y la obra de Spinoza sicts por idéntica tensidn, Respecto a la primera, se mpon con el mising culdado aus cy E a, elie fa el matrimonio de todo tipo de eristia- 1usas posibles cel mal los elementos extrafios, domi stancias, sin dejarse dominar por ellas, y desenvol- xin un principio interno de conducta, al cual supedité las 'y contradicciones del medio. éResultado?: esa vida anodina y sin brillo ala que empezabamos refitiéndonos, pero que no por ello carece del pilpito de los suetios, del entrecortado pulso de la existen- cia. Respecto a su obra, especialmente en lo tocante a sus ideas acerca del amor, aparece regida por andloga voluntad de orden y sistema, tutelada por un formidable esfuerzo por introducir el intelecto y Ja abstraccién en el fluido y desordenado objeto de su pensamiento, la experiencia humana, DEL AMOR COMO ALEGRIA La definicién spinoziana de la esencia del amor en la Etica demos- trada segiin el orden geométrico queda formulada en los siguientes té ‘minos: «cl amor es una alegria acompafiada por la idea de una causa exterion»', Por su parte, el deseo podria definirse como «el apetito acompafiado de la conciencia del mismo» y, aunque nos centraremos en el primero, la seferencia al segundo es importante porque para Spi- noza el deseo es el afecto basico, concibiendo la aleeria y la tristeza ‘como sus primeras variaciones y derivando todos los demés, incluido el amor, a partir de ellos. Conviene empezar indicando que el mero hecho de que el amor resulte susceptible de ser definido ya resulta, en el esquema de Spino- za, algo profundamente significativo. Para él es posible abordar la cuesti6n del amor humano de manera que de su andlisis extraigamos verdades objetivas. A este respecto, las declaraciones de Spinoza son absolutamente inequivocas: propone tratar los afectos humanos «como si fuese cuestién de lineas, superficies 0 cuerposs*, Planteando las cosas de semejante forma, se distancia por un igual de quienes «prefieren, tocante a les afectos y actos humanos, detestar- » os y ridiculizarlos mas bien que entenderlos»’ y de quienes, aprecin- ‘dolos, consideran los afectos fuera de las eyes de a naturaleza i __quepa seguir orden alguno con respecto a ello , “41 NECESITO»: SPINOZA de concebirlo en tanto «la voluntad que tiene el amante de unirse ala cosa amada», entendiendo por voluntad el contento que produce en nosotros la presencia de dicha cosa amada, Para Spinoza, el error con- ceptual de esta otra versidn consiste en que la presencia del amado no puede constituir a esencia del amor porque sigue habiendo amor incluso cuando el amado esté ausente. ero es que, ademis, en la versin criticada por Spinoza el amado importa de una manera muy particular: importa en la medida en que es juente de alegra, sin contemplarel conocimiento de él. Con otras pala- bras, este amado es dinicamente ocasién, oportunidad, mero soporte material para la idea preconcebida del amor que pueda tener el aman- je. La desesperadanecesidad con la que se buscan, por més apesionada Jue parezea, es meramente instrumental: se necesitan el uno al otr0 para arder en el fuego de la pasi6n, pero ninguno de ellos necesita ver {aderamente al oro tal como es, en su real y concreta especificidad, En -e sentido, en tales situaciones —representadas de manera emblemé- ica por lo que se suele denominar flechazo, cuya caracteristica funda- nental es precisamente que la rapidez, casi instanténea, con la que srota el vinculo amoroso parece hacer de todo punto innecesario un sroceso de conocimiento entre los presuntamente enamorados— lo jue hay, ms que amor al amado es, utilizando la expresién que Denis Je Rougemont® toma de Agustin, un amor al amor. Pues bien, frente a ambos grupos (el de quienes desdefian los fectos y el de quienes los valoran en clave subjetivista), Spinoza pos- ula la dimensién cognitiva consustancial a nuestras emociones. El emor, Ia afliccién, la ira, la alegefa ¢ incluso el mismo amor suponen a valoracién de la situacién en la que se producen. En ese sentido, las mociones, lejos de ser simples impulsos o instintos, constituyen yatrones sumamente selectivos de visidn e interpretacién. Aunque, eso i, el conocimiento que cualquicra de aquellas reacciones aporta es un onocimiento planceado desde una perspectiva especifica, en concre- o, la de hasta qué punto una determinada situacion afecta a mi bien- star, en qué medida lo altera. El amor esa conciencia de una transicién significativa en la direc j6n de un mayor florecimiento personal, En a alegria del amante este ssperimenta eémo se realiza su ser con una perfeccién mayor a la que ‘AMO, LUEGO EXISTO que el amor hace que sequen lo mejor de si o que el haber conocido iy haberse enamorado) de X les ha transformado en sentido positivo. Con la contrapartida inevitable de que no cabrfa considerar en puti- dad como amor, en sentido spinoziano, todas esas relaciones #éxicas en las que, ala inversa, una de las personas acaba sacando lo peor de sf —por no hablar de cuando termina autodestrayéndose—. En todo caso, la alegria en cuestién, definida por Spinoza como el paso del hombre de una menor a una mayor perfeccién, en modo alguno significa que el individuo se transforme en alguien distinto al que era en el sentido de que su esencia o forma cambien a otra (por és que @ los afectados 2 menudo les agrade fantasear tan radical ‘mudanza). Significa que aumenta su potencia de obrar, «tal y como se lh entiende segtin su naturaleza»’. En consecuencia, en cuanto alegria ”), os diecinueve dias que pasan juntos cconstituyen un auténtico festin para su espiritu, Largos paseo bosques cercanos ¢ inacabables veladas que en 0 ‘hasta altas horas de la noche en la habitacié ‘<{COMO PUEDES SER TAN BGOISTA?»: NIETZSCHE. ¥ LOU ANDIEASSALOME Buiente escindalo de Elisabeth), en las que Nietzsche disiuta cona un niffo, segtin sus propias palabras. Disfruta por el espectaculo de la intcligencia de Lov en plene ebullicién, por encontrarse con un alma gemela («creo que la tinice diferencia que kay entre nosotros es la edad», «nests inteligencis y gustos son profundamente afines>™) con la que aleanza unos nivels de comunicacién desconocidos para él hasta ese momento («es la mis inteligente de las mujeres»*) y por compattir opiniones estcas acer de lo divino y lo humano. Esto diltimo en sentido propio, por cierto de acuerdo con el testimonio de la hermana ce Nietzsche, £2 Sus cor versaciones lo ponian todo patas attiba. No dejaban titere con cabeza: ara ellos la religidn era tan solo un sucfio de nifios; la compasidn, unt prueba de debilidad; Dios, un ideal inventado por la naturaleza, y el amor... una trampa de la naturaleza La verdad es que resulta dificil imaginar un sarcasmo mayor part el filésofo que el de encontrarse completamente atrapado ea la mis- ‘ma trampa que denuncia, Aunque Nietzsche se esfuerza en disimular ante ella sus auténticos sentimientos, algunos gestos le delatan. Asi se empefia en indisponerla con Rée, al que descalifica llamando cobarde, candicato al suicidio y otras lindezas, lo que, ademés de inritar @ Lou, tiene como resultado que se haga del todo evidente que todavia alimenta unas esperanzas que ella ya daba por muertas. Pero Nietasche, en la cima de su euforia, parece vivir de espaldas a la rea- lidad, hasta el punto de que llega a escribir, sin conocimiento de su hija, a Frau von Salomé para decitle que se consideraba prometido a ella en secreto. Al terminar las vacaciones de Tautenburg, los acontecimientos se precipitan. Nietzsche regresa a Naumburgo, donde acaba discutiendo ‘iolentamente sobre «la rusa» con su madre, encizafada por Elisa- beth, No esta clato, como veremos, que, a pesar de que rompa con su familia por este encontronazo, el filésofo consiga hacer ofdos sordos a las insidias de su hermana, que acusaba a Lou de completa amoralidad ¥, sobre todo, de egoismo desenfrenado, Por su parte, esta viaje @ Ber- lin para encontrarse con un Rée tan nostélgico y preocupado como decidido a abandonar el proyecto de vida en comin de los tres. Y, aunque la ¢rinidad vuelve a reunirse en octubre en Leipzig y Nietzsche plantea la propuesta de pasar el invierno juntos en Paris, la iniciativa no obtiene respuesta sae y Glacabaria embargado por un profundo y amargo sentimiento ¢ i i AMO, LUEGO EXISTO. ‘Tras permanecer todavia unas semanas en Leipzig, en noviembre de 1882 Nietasche compe con Rée y con Lou. Los borradores de car- tas que escribe a ambos resultan ciertamente reveladores. Aquellos asgos del carécter de ella que en los momentos de mixima euforia atraian con fuerza al filésofo se convierten, tras la definitiva ruptura, cen el objeto prioritatio de su critica. Y si alabé de Lou en una carta a ‘Gast que «pose una increfble firmeza de caricter y sabe perfectamen- tc lo que quiere, sin preguntarle al mundo y sin preocuparse de lo que el mundo piense»”, ahora le espeta directamente —se dirfa que dando Ja raz6n a su hermana—: Hasta ahora nunca me he engafado con respecto a una persona y en usted esté ese impulso aun santo egofsmo que es el impulso de obedecer ‘lo mis elevado—a causa de no sé qué maldicién, usted lo ha transfor- ado en su apweste: el aprovechamienta por el placer de aprewecharse. tipico del gato, por amor nada mas que ala vida Sin duda, Nietzsche respira por la herida, y ello le conduce a ‘mojar la pluma en hiel. Con su referencia gatuna parece mostrar su arrepentimiento por el exaltado clogio que le dedicé en otro momen- 10, aquel «es sagaz como un Aguila y valerosa como un len» de pocos meses atrés. Lou se ha quedado en la caricatura del culto a uno mis- mo: el vulgar gato. Una figura, la del gato, que protagonizaré muchos de sus mas acerados aforismos mis6ginos. La rabia del filésofo no termina aqui y, con escasa clegancia, llega a deslizar un reproche pto- bablemente basado en alguna confidencia de la joven en Tautenberg: ‘que, parapetada en una postura de rechazo al sexo y perfectamente duefia de si misma, se dedicaba a excitar la sensualidad masculina. Reproches todos ellos que no consiguen ocultar el auténtico motivo de su decepcién y en los que se expresan las limitaciones de la concep- ci6n nietzscheana del amor. ‘Habra que recordar alguno de los argumentos esgrimidos por Nietzsche cuando intentaba que Lou aceptara su invitacién a pasar unas semanas de vacaciones juntos: «Usted ya sabré, sin duda, que deseo ser su profesor, su gufa por el camino de la produccién cientifi- ca>, argumento al que poco después siguic la declaracién, més expli- cita, de que necesitaba un heredero espititual: «Llevo conmigo algu- nas cosas que de ningtin modo pueden leerse en mis libros —y busco. para ellas la tierta mas hermosa y fecunde—»". Este pt parecié abandonar a Nietzsche en ningun moment lhe baa ste sar, ¢ part expe {COMO PUEDES SER TAN EGOISTA?»: NIETZSCHE Y LOU ANDREAS SALOME cho de que en la misma carta recign citada, en la que le reprocha- Lou su egoismo, terminaba manifestindole: «Yo la consideraba a | mi heredera», No estamos, en contra de lo que se podria pen- n una esfera diferenciada de la amorosa. Ambos registros forman ‘en Nietzsche, de manera inequivoea ¢ indisoluble, de una sola riencia: Un hombre que no tiene ningiin confidente del secreto de su meta en la Vida: un hombre af pierde algo indescriptiblemente grande al perder la esperanza de haber encontrado aun ser semejante, que arrastra consigo una tage semejanrey ue espe ansosamente na slucién semejan- te®, arece dificil, con el privilegio que nos proporciona la perspec- lel presente, aceptar el dibujo de Lou —sin ningin género de s una de las mujeres mis interesantes de la modernidad— ) esa nifia inmadura e inhibida que pretende presentarnos sche. Habria que plantearse hasta qué punto lo que este con- a cgoismo en ella no es otra cosa que la defensa de la propia yendencia personal, llevada a cabo por una mujer joven en un -xto cultural, politico y social extremadamente hostil hacia las as ideas de emancipacién. Es cierto que sus propias afirmacio- i hacemos completa abstraccién de las cixcunstancias en que Janteadas, sugicren una voluntad de autoalirmacién a medio no entre lo ingenuo y lo autosuficiente: «Ni puedo ajustarme a odelo ni ser modelo para nadie; pero puedo, eso si, formar mi a vida a mi manera y esto es lo que voy a hacer, cualquiera que | resultado. No represento ningtin principio, sino algo mas villoso, algo que uno lleva dentro, algo vivo, calido, que grita -erfa_y que pugna por salit»”, pero no lo es menos que su refe- 1 alos modelos vigentes a los que se la quiere someter propor- ‘una clave particularmente esclarecedora para lo que estamos ido. in efecto, Lou no se reconoce en ninguna de las posiciones de en las que las personas de su entorno pretenden colocarla, Ni quelle atribufan quienes, como su made, esperaban que se ajus- ‘un modelo clésico, ni en la que, més tarde, le atribuyen personas bre todo, el propio Nietesche, Este comin recha- significa que estos dos modelos resulen equipara-

También podría gustarte