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Primera edición, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2001
ISBN 968-36-9309-1
PRÓLOGO
PRESENTACIÓN
LEONOR LUDLOW
Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM
1 Otero, Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la
Tejada, quien calculó que, entre junio y diciembre de 1856, se llevaron a cabo en la ciu-
dad de México y el Distrito Federal 2092 operaciones de desamortización por un valor de
$ 8 905 134.00, además de la venta por remate de 570 fincas no denunciadas por un valor
de $ 4 123 961.00 pesos. En Memoria, p. 252-253.
22 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
El reclamo bancario
De 4 a 5 % de 0 a 5 % Hasta 3 % No fija: de 0 a 4 %
Aguascalientes Guadalajara San Luis Córdoba Orizaba Acapulco
Potosí
Celaya Guanajuato Oaxaca Jalapa Tampico Colima
Durango Zacatecas Querétaro Puebla Veracruz Chihuahua
Lagos Pachuca Matamoros
León Cuernavaca San Blas
Mazatlán Toluca San Juan Tabasco
Monterrey Tepic Guaymas
Morelia
17 Se trata de las operaciones de descuento por letras giradas en pesos fuertes (excepto
Veracruz), el premio es por plata u oro, mas si los giros se hacen sin aquella expresión o
dicen moneda corriente o plata u oro, el descuento aumentaba y el premio disminuía según
la pérdida que en las respectivas plazas se sufría al cambiar los pesos provisionales o al
menudeo por moneda fuerte del águila. En Maillefert, Directorio del comercio, p. 151.
18 Las bancas de inversión inglesas dirigieron sus operaciones a territorios coloniales y
nales”, p. 23-28.
26 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
1884)”, y “El Banco Nacional Mexicano y el Banco Mercantil Mexicano: radiografía de sus
primeros accionistas, 1881-1882”.
22 Diario Oficial del Supremo Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos, 13 de junio de
Consideraciones finales
FUENTES
25 Ibidem, p. 30-32.
30 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
Los fabricantes-financieros
foja 60.
EL EMPRESARIADO TEXTIL DE LA CIUDAD DE MÉXICO 37
11 ANCM, notario Eduardo Galán, n. 293, 15 de marzo de 1875, hoja 180 vuelta, y 181.
12 ANCM, notario José Villela, n. 725, año 1886 .
13 Muestra de lo anterior puede advertirse en los nombres, en lo que fue la sesión del
29 de agosto de 1881, de los que se convirtieron en socios fundadores del Banco Mercantil
Mexicano, en donde aparecen los siguientes fabricantes textiles, aportando las siguientes
cantidades: Nicolás de Teresa, $ 200 000.00; Fausto Sobrino, $ 100 000.00; Manuel Ibáñez,
$ 100 000.00; Bermejillo Hermanos, $ 100 000.00; Benito Arena y hermano $ 50 000.00; Ma-
nuel Mendoza Cortina, $ 50 000.00; Francisco Azurmendi, $ 30 000.00; Suniaga hermanos,
$ 25 000.00. Véase Trujillo, “La Fama Montañesa, 1830-1913”, p. 23-24.
38 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
El empresariado industrial
expediente 4947.
EL EMPRESARIADO TEXTIL DE LA CIUDAD DE MÉXICO 39
20
Trujillo, op. cit., p. 266.
21
Véase notario Ignacio Alfaro: Testimonio de la escritura de disolución de la socie-
dad en comandita “Donnadieu, Vayan y Compañía, Sociedad en Comandita” y de consti-
tución de la Sociedad “Vayan Jean y Compañía, Sociedad en Comandita”; señores Luis Va-
yan (senior), León Meyrán, Antonio y Sebastián Donnadieu, Luis Vayan (junior) y Adrian y
Camilo Jean. Fechada en México, marzo 5 de 1908. Archivo Histórico del Agua (AHA) Fon-
do Aprovechamiento Superficial, caja 4299, exp. 57347.
EL EMPRESARIADO TEXTIL DE LA CIUDAD DE MÉXICO 41
Socios Comanditarios
Luis Vayan (senior)
León Meyrán
Socios Comanditados
Adrian Jean
Luis Vayan (junior)
Camilo Jean
Por otro lado, podemos mencionar que pese a que padre e hijo
Vayan mantuvieron todavía una posición destacada en la constitución
de la segunda empresa, hay que anotar que en la forma de dividir las
utilidades, y como se observa en el recuadro, ellos tenían tan sólo po-
sibilidades de obtener un 38 por ciento de las ganancias, mientras que
la familia de los Jean obtenía el 48 por ciento. Esto último era ya sig-
EL EMPRESARIADO TEXTIL DE LA CIUDAD DE MÉXICO 43
El empresariado-corporativo
no-mexicanos: Luis Barroso Arias, Íñigo Noriega y Adolfo Prieto, y el capitalista francés
Agustín Garcin, compraron las fábricas textiles de Miraflores y La Colmena, en el Estado
de México, y la de San Antonio Abad, de la capital. Esta última la había construido, en
1883, el inversionista español Manuel Ibáñez, quien, en 1885, la vendió a Noriega. Así na-
ció la compañía industrial de San Antonio Abad, cuyo capital ascendía, en 1910, a tres y
medio millones de pesos”.
26 Pacheco, op. cit., p. 274-275.
27 Sobre el emporio agrícola de Íñigo Noriega, véase Tortolero, De la coa a la máquina
ñalar: “En el caso de los inversionistas franceses, se realizaron varios agrupamientos de in-
tereses, uno en México, en torno al Banco Nacional, del que eran accionistas varios de los
más prominentes empresarios de esa nacionalidad, y otro en Suiza, bajo la égida de la Société
46 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
Compañía Industrial de
Hilados y Tejidos y Es-
tampados San Antonio Comercio de exportación Compañía agrícola Río
Abad y anexas: Barrón, e importación Bravo y La Sultana
La Colmena y Miraflores
S.A./ (fundación:1892)
Empresa en Barcelona,
España, dedicada a la Compañía Chichicapan
fabricación y venta de Fábrica de ladrillos o Veta de Córdoba,
máquinas desfibradoras Zoquiapan y Río Frío
de plantas textiles
Participación accionaria en
el Banco Mercanil Mexicano
Financière pour l’Industrie au Mexique, creada desde 1890. Con ambos puntos de apoyo,
aquí se contaba con adecuados recursos de financiamiento a corto plazo, y tanto aquí como
en Europa, con medios para captar recursos a largo plazo. Cuando una empresa deseaba
ampliar su capital, podía abrir la suscripción de acciones simultáneamente en México y Gi-
nebra. La Société contaba con oficinas en París y en la ciudad de México; la presidía, en
París, Eduardo Noetzlin, financiero francés, que participó en la fundación del Banco Nacio-
nal de México [...] La Société, cuyo capital social era de cinco millones de francos en 1910,
poseía intereses, entre otras, en las siguientes empresas mexicanas: Buen Tono; Cervecería
Moctezuma; Compañía Nacional de Dinamita y Explosivos; Papelera San Rafael y CIDOSA.”
Rosenzweig, op. cit., p. 460-461.
EL EMPRESARIADO TEXTIL DE LA CIUDAD DE MÉXICO 47
Conclusiones
FUENTES
Introducción
1 Nos atenemos a la tradición liberal, a la que tiene como numen tutelar de la patria al
Cura de Dolores.
2 Nos referimos a las celebraciones que dependen del Supremo Gobierno y no a las
los héroes de la primera insurgencia junto a Iturbide. En cuanto a las celebraciones patrias
en el mundo civilizado, debemos señalar como paradigmáticas las propias del centenario
de la revolución francesa y las del centenario de la independencia americana. Las formas
particulares que asumieron estos festejos republicanos han sido tratados por Maurice
Agulhon, Pierre Nora y Mona Ozouf.
8 Entendiendo en términos muy amplios que la modernidad deparó un nuevo orden
mos información sobre los organizadores antes de 1869; sin embargo, para 1850, encontra-
mos una “Exposición que la Comisión Permanente de la Junta Patriótica de México dirige al Sobe-
52 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
rano Congreso, solicitando se asignen 6 000 pesos anuales para que los habitantes de esta capital
puedan celebrar los Aniversarios de la Independencia”, p. 3-8. Archivo General de la Nación.
Sección de Folletería, c. 11, f. 395.
10 Biblioteca Nacional, Fondo Reservado (en adelante BNFR); El Imparcial, domingo 15
Esta etapa se inaugura con la primera gestión oficial de Díaz. En los pri-
meros tiempos del régimen porfirista el programa de los festejos no deja-
ba espacio a la esfera civil, y las fiestas —aunque concurridas— estaban
sometidas a la tutela oficial, según la tradición fundada por la Junta Pa-
triótica. Ésta —de grata memoria para entonces— sería el precedente in-
mediato en que se inscribieron las primeras celebraciones porfirianas.18
En septiembre de 1877, con Díaz como presidente constitucional
de México, y el primer año en que la Junta Patriótica ha sido disuelta,
el ciudadano J. P. de los Ríos “acusaba a la autoridad de exagerada
intervención, de lo que resultó que el pueblo ha sido espectador y no
actor. Así, pues, en vez de esa Junta Patriótica que, con razón o sin
ella, daba pábulo a tantas murmuraciones; en vez de esas funciones
teatrales que, según se dice, son más para beneficio de los que las
contratan”.19 El sábado 15 de septiembre del mismo año, El Monitor
junta que tenía para cada año guardados en inmensas bodegas sus
morillos de colores, sus templetes, sus columnas dóricas apolilladas,
sus estatuas de tejamanil carcomidas por los ratones, sus escudos
alegóricos, sus cortinas agujereadas; todo ese museo que salía a lucir
cada año, y era la admiración de los buenos habitantes de la ciudad de
México. En este año las fiestas de la patria han estado ratoneras y no
podía ser de otra manera, cuando tenemos un Ayuntamiento tan indo-
lente en su mayoría, cuando los regidores están como perros y gatos”.24
25 Las cursivas son nuestras. BNFR, El diario del Hogar, sábado 16 de septiembre de 1882.
26 Ibidem.
27 BNFR, Colección Lafragua, r. 982, “Discurso cívico pronunciado en la Plaza de la Cons-
29 Discurso pronunciado por el Sr. Lic. Agustín Verdugo en la Plaza de la Constitución el día
16 de septiembre de 1879.
30 Hacemos alusión a la incorporación de la iluminación eléctrica a los principales edi-
ficios públicos y civiles, al despliegue militar que siempre denota el poder del Estado y a la
convocatoria de la historia nacional a través de las procesiones cívicas y los desfiles de los
carros alegóricos.
31 “Íbamos dando al traste con el 16 de septiembre.” El Monitor Republicano, domingo 2
de septiembre de 1883.
LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 59
por vez primera noticia de la lectura, en la noche del grito, no del Acta
de Iturbide sino del Acta de Independencia emanada de Chilpancingo,
“documento memorable que por desgracia entre el pueblo no es co-
nocido y no se dará lectura a la de Iturbide que por un equívoco inca-
lificable han dado en leer en las solemnidades públicas”.32
Por otro lado, empieza la institucionalización del onomástico de
Porfirio Díaz, “pues se eligió el 18 de septiembre para hacer en él la
felicitación, a fin de que no se confundiera con las fiestas del 15, que
sólo tienen una significación patriótica”.33
Para el 22 de septiembre, apenas pasado el aniversario de la inde-
pendencia, pero muy próximo a la efeméride de la entrada triunfal
del ejército trigarante a la ciudad de México,34 el editorial del Diario
del Hogar se mofaba de los conservadores, deseosos de constituir una
Junta Patriótica para celebrar el centenario del natalicio de Iturbide.35
El porfiriato promovía la primera insurgencia en detrimento de la epo-
peya iturbidista y sus intelectuales sancionaron el puente establecido
entre 1810 y la Reforma; de la síntesis de estos dos procesos sólo po-
dría surgir la paz, cuyo auténtico gestor no era otro que don Porfirio.
Razonamientos de esta índole preparaban la primera reelección de
Díaz, pues empezaban a perfilarlo como el necesario.
Como ya era tradición, para los días 15 y 16 se organizaron las
ceremonias de rigor, pero para el día 16 se anunció una gran procesión
patriótica que sería contemplada desde palacio por el señor presidente
de la República; “los carros alegóricos tendrían el siguiente orden: 1º.
El Descubrimiento de América; 2º. Alumnos de la Escuela de San Pe-
dro y San Pablo; 3º. Carro de la Independencia; 4º. Apoteosis de Hi-
dalgo; 5º. La República; 6º. Armas de la Ciudad; 7º. Operarios del
Ramo; 8º. Sociedad Tolsá; 9º. La Caridad, y 17 carros alegóricos más”.36
La procesión cívica, los arcos triunfales a cargo de cada estado,
colonia extranjera o corporación, las fachadas iluminadas de los edifi-
cios públicos y civiles se integrarían al paisaje cívico de la capital
mexicana en el mes de septiembre. La bandera tricolor instituida por
32 El Diario del Hogar, viernes 14 de septiembre de 1883. Sobre el mismo asunto insiste
Melesio Parra, que no ve en Iturbide más que al enemigo más despiadado de nuestros pri-
meros héroes. En El Diario del Hogar, martes 2 de septiembre de 1884.
33 El Diario del Hogar, martes 18 de septiembre de 1883. Aclaramos que en esta época
quien ejerce la primera magistratura de la nación es don Manuel González. A pesar del
vínculo del presidente con Díaz, se insiste en desvincular el onomástico de don Porfirio
del aniversario de la patria. Esta práctica se abandonará oportunamente.
34 El 21 de septiembre de 1821, se selló, con el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba,
Iturbide campeaba por las calles y las avenidas y por los edificios
públicos. Los colores de la patria exaltaban el civismo de todos los
participantes. El recorrido del desfile patriótico, la Alameda y la Pla-
za de la Constitución integraban el espacio cívico y tangible donde se
celebraba a la patria. El porfiriato dio cuenta de la integración de otros
espacios; tal es el caso de Chapultepec que, en los últimos lustros del
régimen, se convirtió en el recinto oficial para la tribuna monumental
del 16 de septiembre.
Las celebraciones de 1884 también auguraban no tener preceden-
tes. Don Bernabé Bravo señalaba que “lo más grato de dichas cele-
braciones es su espontaneidad, para nada se necesitan ahora las
indicaciones de la Junta Patriótica oficial, ni las excitativas de la autori-
dad, cuyos resultados no eran más que la obediencia involuntaria arran-
cada a veces con la conminación de una multa”.37
Mediante excitativas del Ayuntamiento el pueblo era convidado
a conmemorar el gran día de la independencia,
vista en México, y que por más esfuerzos que se hicieron, no pudo reprodu-
cirse en el último año.39
la solemnidad oficial que tuvo lugar en la glorieta central de la Alameda de México” en Dia-
rio Oficial, miércoles 16 de septiembre de 1885.
62 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
ciones de Díaz.
LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 63
inicio del combate entre artillería del ejército y los sitiados en la fortaleza. El espectáculo
duraría poco más de 15 minutos, pero su realismo no dejaba de impresionar a la concurren-
cia, El Partido Liberal, 15 de septiembre de 1893.
51 La sustitución del simulacro de guerra por el combate de flores es un rasgo del ad-
el señor presidente pasará bajo los arcos triunfales [erigidos para las
celebraciones del 16] en unión de los miembros del Círculo de Amigos
del Presidente, después de detenerse en cada arco, el Primer Magistra-
do se dirigirá al Palacio Nacional y a las diez [de la mañana] recibirá el
saludo del ejército, seguirá después la felicitación del Congreso de la
Unión y por último la del cuerpo diplomático. A las 10:30 desfilarán los
carros alegóricos. A las ocho y media comenzará la gran serenata por
todas las bandas de la guarnición unidas y a las once en punto el Pri-
mer Magistrado de la Nación tocará la campana de la Independencia,
agitará la bandera nacional y se vivificará a los Padres de la Patria.52
El día 15 de septiembre.
El día 16.
A las 5 se izará el Pabellón Nacional en todos los edificios públicos,
acto que será saludado con una salva de artillería, repique a vuelo en
todos los templos y diana que tocarán las bandas militares por las ca-
lles de la ciudad.
A las 9 de la mañana se reunirán el Gobernador del Distrito, el
Ayuntamiento de la Capital y toda persona que quiera tomar parte en
esta demostración y pasarán al Palacio Nacional, para acompañar al
C. Presidente de la República a la Alameda en cuya glorieta principal
pronunciará el discurso oficial el señor [...] y una poesía interpretada
por el señor [...] Pasado el acto el C. Presidente se trasladará a Palacio
para presenciar el desfile de la Columna de Honor.
53 En nuestro esfuerzo por ubicar las piezas discursivas septembrinas hemos consulta-
Fairs. 1880.-1920s.
LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 67
seno del gobierno, para el cual, claro está, la catedral era emblemática del antiguo poder
conservador.
59 Guerra, México, del Antiguo Régimen a la Revolución, p. 325-335.
68 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
...el ánimo fue decayendo, ya sea por los acontecimientos políticos que
agitaron al país, ya por culpa de la Junta Patriótica que, desterrando
el elemento popular de las fiestas, se contentaba con colectar fondos
para dar en la noche del 15, una monótona función en el Teatro Na-
cional [...] Hoy todavía subsisten algunos resabios de esto, pero al me-
nos se ha abolido la cansada velada del Teatro Nacional, pero desde
1883, en que la juventud, los obreros, las colonias extranjeras y el pue-
blo tomaron participación en la fiesta del 16, ésta renace por completo
y cada año se verifica con más entusiasmo y suntuosidad.60
y llevados a cabo por la Comisión Nacional del Centenario de la Independencia designada por el
presidente de la República el 1º de abril de 1907 para que tomara a cargo la dirección general de la
solemnidad y festejos que se organizaron en el mes de septiembre de 1910.
70 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
cia, y a raíz del triunfo liberal sobre las armas conservadoras, al fin, se han vindicado los
héroes que coronarán el panteón heroico mexicano, y el estado porfiriano se encargará de
loar a esos héroes a través de la historia escrita y de la estatuaria cívica.
70 La historiografía que mencionamos tiene el favor oficial del régimen porfirista.
Véase: Riva Palacio (editor), México a través de los siglos. Historia general y completa del des-
envolvimiento social, político, religioso, militar, artístico, científico y literario de México desde la
antigüedad más remota hasta la época actual, y Sierra, Evolución política del pueblo mexicano.
Véanse también los argumentos expuestos por Vázquez, Nacionalismo y educación en Méxi-
co, p. 68-150.
LOS FESTEJOS CÍVICOS SEPTEMBRINOS DURANTE EL PORFIRIATO 71
p. 155.
72 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
mobiliario bajo verdaderos torrentes de luz. “La hora tan deseada sonó
en el reloj de la Catedral y el señor General Díaz, Jefe del Supremo Gobier-
no, caudillo del pueblo y primer ciudadano de México, repicó la sagrada es-
quila de Dolores [...] y pronunció las palabras solemnes: ¡Viva la libertad!
¡Viva la Independencia! ¡Vivan los héroes de la Patria! ¡Viva la República!
¡Viva el Pueblo Mexicano!” 74
La crónica de la ceremonia del grito de Genaro García reproduce
el orden social. La “corte” en Palacio, y el pueblo como espectador des-
de la plaza. La exaltación de la figura de Díaz responde al propósito de
establecer la continuidad histórica entre los héroes libertadores, o sea,
entre Hidalgo y Porfirio Díaz. El primero, por títulos no muy recien-
tes, “Padre de la Patria”, y el segundo “caudillo del pueblo y primer
ciudadano de México” y héroe de la Carbonera y múltiples epítetos
más. La historia del caudillo se confunde con la de la nación en la sim-
biosis del onomástico y el centenario.
Dentro del calendario propuesto para el centenario, la alocución
oficial del 16 de septiembre se reservó para la inauguración de la Co-
lumna de la Independencia y estuvo a cargo del licenciado Miguel S.
Macedo, subsecretario de Gobernación. Macedo, como era común en
los oradores contemporáneos, incursionaba en la historia de México,
y el siglo XIX había sido un siglo liberal. Las conquistas logradas, mu-
chas veces cruentas, habrían sido liberales. En esta pieza discursiva
Macedo evoca las palabras de un ilustre compatriota: “no somos in-
dios ni somos españoles: venimos del pueblo de Dolores, descende-
mos de Hidalgo”.75 La recreación de esta pieza de oratoria, famosa en
los anales de las celebraciones septembrinas rubrica lo que ya lanza-
mos como hipótesis. La apoteosis del general Díaz tenía la bendición
del estado y de la sociedad en la medida en que lograra vincularse
con las figuras heroicas que constituían el panteón nacional. El tingla-
do estaba levantado, el “Padre de la Patria” se hermanaba con el “ge-
nio de la paz”. En la medida en que se promocionara a Hidalgo en las
celebraciones patrias porfirianas, pero en especial en las fiestas del cen-
tenario, se promovía la “figura heroica de Díaz” a ocupar su sitio al
lado de la divinidad rectora de la patria. La revolución terminó de
tajo con la carrera heroica de Díaz.
Consideraciones finales
76 Ibidem, p. 138.
74 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
FUENTES
Archivos y Bibliotecas
Libros
Periódicos
ANTONIO SANTOYO
Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa
1 En este sentido fue crucial el impulso privilegiado que el Estado brindó a la educa-
ción superior desde los años de la restauración republicana (1867-1876) y a lo largo del
porfiriato. Este apoyo tuvo como marco y estímulo el desarrollo definitivo, durante la mis-
ma época, de la especialización del conocimiento a través de disciplinas formalmente sepa-
radas, en Europa occidental y Estados Unidos.
BURÓCRATAS Y MERCADERES DE LA SALUD 79
4 Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Gobernación, 4a. sección, año 1882
6 AGN, Gobernación, 4a. sección, año 1882 (1)1, exp. 18, f. 114.
7 Ibidem, f. 116-118.
8 Ibidem, f. 32-38.
9 AGN, Gobernación, s/sección, año 1886, exp. 1.
BURÓCRATAS Y MERCADERES DE LA SALUD 83
Entre 1882 y 1883 se dio una amplia y agitada discusión en el seno del
Ministerio de Gobernación, responsable directo de los establecimien-
tos de beneficencia pública, sobre la calidad, cantidad, tipos y
durabilidad de la ropa utilizada por sus internos. Como parte del de-
bate, en julio de 1882, el funcionario visitador de los asilos y hospita-
les, Miguel Alvarado, propuso al ministro de Gobernación, Carlos
Díez, romper drásticamente con la forma tradicional de adquisición
y manejo de prendas —llevada a cabo de manera particular y sin
control por cada establecimiento—, que resultaban caras y de poca
calidad, y eran manufacturadas normalmente con telas mexicanas.
El visitador propuso “hacer venir de Europa periódicamente [las ma-
terias primas] para surtir a todos los establecimientos de la ropa que
necesiten”. Sugirió que los agentes consulares mexicanos en España,
Inglaterra, Alemania, Francia y Bélgica remitieran toda clase de teji-
dos de lino, algodón y lana, adquiriéndolos directamente en las fábri-
cas. Al descuento que así se podría obtener se sumaría el proveniente
de que la Beneficencia Pública no pagaría derechos de introducción ni
comisión alguna.10
Como parte de su iniciativa, el visitador formuló una lista detalla-
da de la ropa individual y de cama que cada interno debería recibir
anualmente11 —objetivo que distaría mucho de alcanzarse en los cen-
tros de asistencia pública, incluso bien entrado el siglo XX. También
recomendó al ministro sugerirle al presidente de la República que los
alumnos de las escuelas de artes y oficios participaran en la elabora-
ción de tales prendas (objetivo que, como veremos adelante, fue con-
siderado, con alguna variante, por ciertos empresarios dispuestos a
10 AGN, Gobernación, Establecimientos de Beneficencia, 4a. sección, año 1882 (1) 1, exp. 18,
f. 1.
11
Se debía dotar “a cada asilado, anualmente, de dos vestidos de lienzo [de algodón],
uno de lana, cuatro mudas de ropa interior, seis sábanas y cuatro [fundas] de almohada, un
cobertor de buena clase para el invierno, una colcha de algodón para las otras estaciones y
tres pares de zapatos extranjeros”. Insistía el visitador en que la cantidad permanente de
ropa de cama de los hospitales no debía ser menor de cuatro pares de sábanas, cuatro fun-
das de almohada y dos cobertores por cada cama. AGN, Gobernación, Establecimientos de Be-
neficencia, 4a. sección, exp. 18, año 1882 (1) 1, f. 2.
84 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
ponerse a la cabeza del proyecto). Con todo ello, según opinaba el vi-
sitador, se superarían “las condiciones tristísimas que hasta aquí han
guardado” los asilos y hospitales.12 El objetivo último era implantar
definitivamente en ellos un saneamiento y limpieza efectivos, junto al
orden, disciplina y verdadera economía, como principios de funcio-
namiento.13
La acumulación, valoración y sistematización de información en los
rubros del equipamiento y menaje hospitalario de ninguna manera se
tradujeron en una inmediata, completa y sostenida dotación y reposi-
ción de tales bienes a los hospitales y asilos mexicanos. Esto obedeció a
la limitación de recursos, a la apatía frente a las novedades de no pocos
funcionarios mayores y menores, así como a la corrupción, inercias y
desorganización imperantes en los mismos establecimientos.
Sin embargo, la convicción del poder ejecutivo para satisfacer las
necesidades en cuestión era indudablemente seria. Podemos consta-
tarlo, por ejemplo, a través de las disposiciones presidenciales de agos-
to de 1883. Por ellas, el ejecutivo ordenó que la ropa necesaria para
los establecimientos de la beneficencia se comprara al mayoreo, ya ela-
borada, a aquel o aquellos fabricantes locales que ofrecieran las mejo-
res condiciones. Igualmente, que cada cuatro meses se hiciera una eva-
luación del desgaste y las necesidades de ropa nueva en cada
establecimiento, además de que, periódicamente, se registraran noticias
sobre la cantidad, calidad, precios, duración y ventajas del uso de de-
terminadas prendas y útiles, en centros hospitalarios extranjeros. Tam-
bién dispusieron el presidente y el ministro de Gobernación que los
directores de los hospitales de la ciudad de México informaran sobre
las condiciones y cantidad de los enseres, útiles, instrumentos y ropa
de que disponían entonces, y “que detallaran minuciosamente qué can-
tidad de ropa creían suficiente para un año”, teniendo como fin la satis-
facción de “cuanto sea necesario al servicio y aseo” de cada interno.14
Se sumaban a lo anterior el conocimiento técnico —ampliado y
sofisticado por la información recibida a través de revistas y libros
extranjeros—, el entusiasmo y la ambición económica, así como la
creatividad y los proyectos de los nuevos profesionales mexicanos
12 AGN, Gobernación, Establecimientos de Beneficencia, 4a. sección, año 1882 (1) 1, exp. 18,
f. 2.
13 Un paso que en el mismo sentido se había dado muy recientemente fue la creación
f. 3 y 4.
BURÓCRATAS Y MERCADERES DE LA SALUD 85
p. 222-232.
16 AGN, Gobernación, 4a. sección, año 1882 (1)1, exp. 21, f. 1-46 y folletos.
86 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
17 AGN, Gobernación, 4a. sección, año 1882 (1)1, exp. 21, f. 34-39.
18 Ibidem, f. 39.
BURÓCRATAS Y MERCADERES DE LA SALUD 87
19 AGN, Gobernación, 4a. sección, año 1882 (1)1, exp. 21, f. 7-6, 24-26 y 45-46.
20 AGN, Patentes y Marcas, Libros Cafés, caja 28, año 1885-1886, exp. 1257.
88 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
21 AGN, Gobernación, 4a. sección, año 1882 (1) 1, exp. 19, f. 26.
22 La respuesta que el Ministerio de Gobernación dio a las solicitudes de las empresas
Toussaint & Cía. y Andrade y Soriano, después de revisar sus propuestas, fue rotunda: “Las
proposiciones de ambas casas solicitantes han sido examinadas, estudiadas y discutidas
minuciosamente, y a la verdad ni la una ni la otra son admisibles. Ambas son más ventajo-
sas para los pretendientes que para el Ministerio, y el precio de los instrumentos sería poco
menor que el corriente en plaza, teniendo los contratistas las ventajas de las compras por
mayor, además del tanto por ciento de comisión. Creemos que la casa Toussaint puede, si
se conforma con las condiciones que proponemos, cumplir con el contrato; y que a ella en
igualdad de circunstancias se debe preferir, porque ya ha establecido una fábrica de instru-
mentos de cirugía regularmente montada, con buen surtido de instrumentos, buenos ope-
rarios [y porque] en su interés está acreditar y hacer prosperar esta nueva industria.” AGN,
Gobernación, 4a. sección, año 1882 (1) 1, exp. 19, f. 3-10.
BURÓCRATAS Y MERCADERES DE LA SALUD 89
23 AGN, Gobernación, 4a. sección, año 1882 (1) 1, exp. 19, f. 18-23.
90 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
Consideraciones finales
de reclusión, jardines, baños, etc.; favorecer el aflujo y evacuación de las aguas, multipli-
cando las fuentes [y, de manera fundamental], renunciar a una amplitud y lujo que serán
inútiles […]”. Robleda, “Proyecto de un manicomio general”, p. 100-101.
También se manifestaron radicales ideas sobre lo deseable de un hospital modelo. Las
encontramos en la tesis médica de Felipe Suárez, publicada en 1888. Éste plantea que “al
ser un hospital foco de emanaciones morbosas para la población y la población motivo de
insalubridad para el hospital”, éstos debían ser reubicados fuera del área central de la ciu-
dad y así contar con bastante vegetación. El autor comparte la idea de Michael Levy sobre
la existencia efímera que deberían tener los hospitales, sobre todo por concebir que en po-
cos años se impregnan de gérmenes, miasmas, virus y microbios. Por lo tanto, su periodo
pertinente de existencia no debía ser mayor a diez años. Fundamenta la propuesta al con-
templar la ubicación de los hospitales en la ciudad de México, ya sea frente a escuelas, cer-
ca de las acequias (Hospital Juárez) o de lugares de abasto de carne o de mercados. En el
mismo texto, Suárez recupera las disposiciones sanitarias dictadas por la Sociedad de Ciru-
gía de París sobre la construcción y el buen funcionamiento de los hospitales. En ellas sus-
tentaba sus propuestas de reubicación de los hospitales en la capital del país. Entre ellas
sobresalían las siguientes: “I. Un hospital debe estar situado en un lugar descubierto. II. La
atmósfera de un hospital será tanto más pura cuanto que está más distante de las aglomera-
ciones populares. Sólo se conservarán en el centro de las ciudades hospitales de urgencia y
con carácter de provisionales. […] VII. Los edificios deben estar completamente aislados,
expuestos sin ningún obstáculo a los rayos del sol, a la acción de la lluvia y de los vientos,
teniendo todos los departamentos la misma orientación. […] XII. Todo estará dispuesto para
que las materias de mal olor o que puedan ser causa de infección, como deyecciones, restos
de curaciones, aguas de lavado, etc., puedan ser rápidamente distribuidas, o que, de ningu-
na manera permanezcan cerca de las salas ocupadas por los enfermos.” Suárez, Algunas
consideraciones sobre higiene pública, p. 15-35.
26 AGN, Industrias Nuevas, v. 24, año 1905, exp. 6, f. 8, 7 y 9.
92 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
FUENTES
CLAUDIA AGOSTONI
Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM
II
1 Parra, “La Academia Nacional de Medicina y el siglo XIX”, en Gaceta Médica de Méxi-
co, p. 2.
2 Sobre la medicina “científica” véase el libro de Martínez Cortés, La medicina científica
III
1876-1910”, p. 56-69.
5 Es importante subrayar que, en este trabajo, al referirme a los profesionales de la
7 Ruiz, Tratado elemental de higiene, p. 166. Por su parte, el médico militar Manuel Igle-
sias sostenía que la educación higiénica era una tarea que “incumbe a todos los maestros,
sean laicos o religiosos, particulares o al servicio de los municipios, y también del gobier-
no”, quien debía declarar la obligatoriedad de dicha enseñanza. Véase Iglesias, “Medidas
que deben adoptarse para disminuir el número de fallecimientos en los cinco primeros años
de vida”, en Gaceta Médica de México, p. 80-81.
8 Hobsbawm y Ranger, The Invention of Tradition, p. 1-14.
9 Ibidem, “The past, real or invented, to which they refer imposes fixed (normally
el autor presenta información detallada sobre las cátedras impartidas y los libros estudia-
dos en la Escuela Nacional de Medicina.
11 Fue precisamente durante el porfiriato cuando se redactaron las más completas his-
mencionadas recurrieron a la ley de los tres estadios de Augusto Comte, siguiendo de “ma-
nera ortodoxa” el esquema comtiano, a saber, la sucesión teología-metafísica-ciencia. Véase
Matute, “Notas sobre la historiografía positivista mexicana”, en Estudios Historiográficos,
p. 25-47.
13 Véase “Juramento (Hórkos)”, en Tratados Hipocráticos 1, p. 65-83, así como Journal of
the History of Medicine and Allied Sciences, 1996, 51, IV. Ese número está dedicado a analizar
la trascendencia histórica y cultural, así como las modificaciones y adaptaciones que ha
sufrido el juramento hipocrático desde la época de la Grecia antigua hasta la medicina mo-
derna. En especial consúltese el artículo de Smith, “The Hippocratic Oath and Modern Me-
dicine”, p. 484-500.
102 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
IV
14 Sobre el médico José Eleuterio González véase el estudio de Tapia Méndez, José
médico alemán Gottlob Kühn, y recurrió a las traducciones del latín al francés elaboradas
por el médico galo Emile Littré. Véase Hipócrates, Oeuvres complètes, traducción, introduc-
ción, comentarios, notas filológicas, índice de materias de Emile Littré, París, J. B. Baillière,
1839.
EL ARTE DE CURAR: DEBERES Y PRÁCTICAS MÉDICAS PORFIRIANAS 103
médico era llamado para ver a un enfermo, debía ir sin dilación y acu-
dir vestido “decentemente y muy limpio”, sin “demasiada elegancia
porque no lo crean superficial y casquivano, ni se presente desaliñado
y sucio, porque no dé asco a las gentes”.17 Para González, era preciso
que se estableciera una tajante separación entre el público y el médi-
co. La falta de limpieza y de pulcritud podía llegar a mostrar debili-
dad, reducir el prestigio del médico así como atentar en contra de la
dignidad y estima que el público debía tener hacia este profesional.
Después de todo, el médico no era una persona ordinaria. O, como
señalaba el doctor José Olvera, “ser médico no es un medio como cual-
quier otro para ganarse la vida”.18
El médico a la cabecera del enfermo debía procurar tratar a todos
los familiares o acompañantes del paciente con atención y franqueza,
mostrando “mucho interés por la salud del enfermo” y jamas olvidar
el precepto que Hipócrates plasmó en el libro primero de las Epide-
mias: “Si no puedes hacer bien, a lo menos no dañes”.19 También era
indispensable que el médico fuera muy cuidadoso al examinar al en-
fermo, “sin que nada se le escape, todo conforme a las prescripciones
de la ciencia, preguntando a los asistentes todo cuanto sepan acerca
de la enfermedad de que se trate”.20 Sólo después de contar con la
mayor cantidad de información, podía el médico elaborar el diagnós-
tico y prescribir un tratamiento. Para dicho tratamiento era fundamen-
tal utilizar un lenguaje claro, sencillo y directo, “sin emplear términos
técnicos”21 y ser muy cuidadoso al prescribir remedios. En la opinión
de González, en ocasiones algunos médicos “a la manera de los juga-
dores de dados, ordenan remedios, que si no corresponden a sus mi-
ras llegan a ser funestos a sus enfermos”.22 Era de crucial importancia
evitar perjudicar al paciente, debido a que un solo caso de negligen-
cia médica constituía un serio atentado hacia la honorabilidad del gre-
mio médico en su totalidad.
La necesidad de que el médico contara con una buena posición y
reputación en la sociedad fue subrayada una y otra vez por los médi-
cos porfirianos. Y para esa buena posición y reputación era indispensa-
17 González, Lecciones orales de moral médica, p. 47. Un comentario similar fue expresa-
ble “llevar una vida arreglada, cumpliendo fielmente con las obliga-
ciones de su estado, respetando a todos, sujetándose a las leyes, no
perjudicando ni molestando a persona alguna... y rechazando la avari-
cia, porque ese vicio envilece al profesor y a la ciencia”.23 Otros requisi-
tos indispensables para que el médico lograra consolidar su posición
en la sociedad y ante el propio gremio médico eran los siguientes: ser
honrado con los pacientes y no prometer curaciones maravillosas o
milagrosas, guardar con el celo de un sacerdote el secreto profesio-
nal,24 y no cobrar honorarios desorbitantes, pero sí justos, de acuerdo
con la situación del cliente y en relación con la importancia de los ser-
vicios prestados.25
Aquí es preciso subrayar que el énfasis en contar con una buena
reputación en la sociedad y evitar a toda costa el enriquecimiento ilí-
cito fueron dos de las mayores preocupaciones de los médicos porfi-
rianos. ¿Por qué? Una posible respuesta se encuentra en la expansión
del mercado médico, expansión descrita por Francisco Flores de la si-
guiente manera: “[la] proporción creciente del ejercicio [de la medici-
na] en relación con el ensanche diario de la capital [ha tenido como
resultado una] abundancia de consumidores”.26 Es decir, conforme cre-
cía la capital y otras ciudades, el tratamiento en caso de enfermedad
comenzó a recaer más y más en extraños, es decir en médicos, boticas,
hospitales y otros organismos comerciales y profesionales que vendían
competitivamente sus servicios en el mercado. Ante esa expansión y
la creciente importancia social y cultural que adquirieron la salud, la
higiene y la salubridad a nivel nacional e internacional,27 los médicos
mexicanos no se sentían bien resguardados, y tampoco contaban con
el aprecio y estima de amplios sectores de la población capitalina. Por
lo tanto, no era suficiente que el médico dedicara largos años a su for-
mación profesional, o que se “sentara en la cama del contagioso”28 para
que fuera buscado y respetado por la sociedad.
Es importante señalar que la proporción de la población capitali-
na que efectivamente acudía a un médico, o bien que recibía al médi-
co en su domicilio, era una minoría, debido a que la batalla en contra
23 Ibidem, p. 45-46.
24 Sobre la importancia del secreto profesional en el ejercicio de la medicina véase
Marcelino Mendoza, El secreto médico, 1887.
25 Olvera, op. cit., p. 105-106.
26 Flores y Troncoso, Historia de la medicina en México, desde la época de los indios hasta la
presente, p. 261.
27 Sobre la importancia a nivel internacional que adquirieron la salud pública y la hi-
giene durante las décadas finales del siglo diecinueve véase Norman Howard-Jones, The
Scientific Background of the International Sanitary Conferences, 1851-1931.
28 Olvera, op. cit., p. 105-106.
EL ARTE DE CURAR: DEBERES Y PRÁCTICAS MÉDICAS PORFIRIANAS 105
lo inédito.
30 Olvera, op. cit., p. 106, y “Casa de Maternidad”, p. 60-61.
31 Flores y Troncoso, op. cit., p. 261-262.
32 Sosa, “Las pagas del médico”, p. 259.
33 Salinas y Rivera, Moral médica, p. 22-23.
106 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
Sobre este tema, Sosa añadía que un deber ineludible del gremio
consistía en “conservar la dignidad de la profesión”,34 y para ello era
necesario que los médicos se guiaran por los siguientes preceptos éticos
al tratar el tema de los honorarios: “1. Conciliar la importancia del bene-
ficio hecho al enfermo, con sus recursos pecuniarios. 2. Cobrarle todo al
que pueda pagar. 3. Tratar al pobre con la mayor consideración. 4. Es-
tudiar el valor relativo del dinero, según el lugar en que se ejerce.” 35
Una causa de la dificultad para establecer un sistema equitativo
para la paga de los honorarios médicos derivaba de la aversión o des-
confianza popular hacia la figura del médico. Por ejemplo, en 1897 El
Hijo del Ahuizote, en tono de burla, señalaba: “¿Podría usted decirme
cuál es el signo precursor de la muerte en el domicilio de un enfermo?
—Sí señor, la llegada del médico”.36 O bien, una mujer, al relatar su
experiencia al acudir a una consulta al Hospital de Maternidad e In-
fancia, dejó el siguiente testimonio:
obra referente a la consulta que el médico debe observar delante de casos excepcionales en
medicina, cirugía y obstetricia”, p. 78.
108 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
cro todo lo que conquistó, todo aquello que no aprendió en libros, que
fue, en fin, exclusivo fruto de su experiencia personal” y que era un
hecho que continuaría ocurriendo hasta que no fuesen realizadas obras
comunes de medicina.45
Además de la adversidad que reinaba entre los propios médicos,
también se afirmaba que existía una peligrosa amenaza externa: la pro-
liferación de practicantes médicos no reconocidos por ellos como ta-
les. Es necesario ocuparnos de estos temas porque se relacionan es-
trechamente con lo que he sostenido hasta ahora. En efecto, considero
que una de las razones principales que llevó a los médicos a tratar de
inventarse una tradición, para seguir con la terminología de Hobsbawm,
fue la necesidad de legitimar y consolidar su status privilegiado ante
las profundas transformaciones sociales y culturales en el México de
fin de siglo. Sobre la amenaza de la competencia desleal, los médicos,
oficialmente capacitados y autorizados para ejercer su profesión en la
ciudad de México, constantemente se quejaban de ser víctimas de ese
fenómeno. La competencia provenía de personas que, sin una forma-
ción, promovían curaciones y remedios milagrosos e infalibles para
toda clase de padecimientos.46
Un artículo que apareció en la Revista Médica, en 1906, señalaba
que el médico tenía la obligación de “defender a los enfermos de las
prácticas peligrosas para su salud y su vida, de las trampas groseras
en que deja caer su credulidad, a expensas de su dinero, y a menudo
también de su persona”.47 Añadía que “el ejercicio de la medicina no
está autorizado sino en condiciones estrictamente definidas por la ley
que, teóricamente, castiga todo ejercicio ilegal, pero en México ni teó-
ricamente se exige un castigo semejante”.48 Ante la no eficacia de la
ley, los médicos debían unirse, y actuar para defenderse.
En síntesis, para ejercer el verdadero “arte de curar”, los médicos
porfirianos no debían olvidar jamás que su principal misión consistía
en conservar la vida. Para ello, era indispensable una sólida forma-
ción profesional, pero también una inquebrantable moralidad y hones-
tidad. Los médicos debían ocupar un lugar respetable en la sociedad y
fomentar la unión y cooperación del gremio. Fue, precisamente, duran-
te el porfiriato cuando numerosas asociaciones y sociedades médicas
y científicas proliferaron, y cuando fueron celebrados múltiples con-
gresos médicos e higiénicos, tanto nacionales como internacionales.
45Ibidem, p. 78.
46Agostoni, “Médicos científicos y médicos ilícitos en la ciudad de México durante el
porfiriato”, en prensa.
47 “El ejercicio ilegal de la medicina”, en Revista Médica, p. 313.
48 Ibidem, p. 313.
EL ARTE DE CURAR: DEBERES Y PRÁCTICAS MÉDICAS PORFIRIANAS 109
FUENTES
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no de la Sociedad de Medicina Interna, 2a. época, I (2), mayo de 1907,
p. 86-90.
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la Secretaría de Fomento, 1904.
, Apuntes históricos de la Escuela Nacional de Medicina, prólogo del
doctor Salvador Iturbide Alvírez, México, Universidad Nacional Au-
tónoma de México, 1963.
SALINAS Y RIVERA, Alberto, Moral médica, tesis para el examen profesio-
nal de medicina, cirujía y obstetricia, Escuela Nacional de Medicina,
México, 1871.
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of the History of Medicine and Allied Sciences, v. 51, n. 4, octubre de 1996,
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SOSA, Secundino, “Deberes del médico”, en El Estudio, t. 1, n. 15, 16 de
septiembre de 1889, p. 225-226.
, “El médico debe estudiar”, en El Estudio, t. 1, n. 16, 23 de sep-
tiembre de 1889, p. 241-243.
, “Las pagas del médico”, en El Estudio, t. 1, n. 17, 30 de septiem-
bre de 1889, p. 257-259.
TAPIA MÉNDEZ, Aureliano, José Eleuterio González. Benemérito de Nuevo León,
México, Editorial Libros de México, 1976.
Tratados Hipocráticos 1, introducción general de Carlos García Gual,
Madrid, Biblioteca Clásica Gredos 63, 1990.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX.
EL DIARIO DEL HOGAR
lleva por título: México 1900: mentalidad y cultura en el cambio de siglo. Percepciones y valores a
través de la gran prensa capitalina. En dicha investigación se realizó un seguimiento de la
información publicada en cuatro periódicos representativos de diversas tendencias político
ideológicas: El Imparcial, oficialista, El Diario del Hogar, de oposición liberal, y los católicos
El Tiempo y El País, a lo largo del año 1900, parteaguas entre dos siglos.
2 El Diario del Hogar, fundado en 1881 por Filomeno Mata, pasó a la oposición en 1888,
con motivo de la segunda reelección de Díaz, y desapareció hasta 1912. Su circulación estu-
vo limitada entre 850 y 1000 ejemplares, pero constituyó un periódico representativo de las
diversas publicaciones de tendencia liberal que circulaban en la capital y la provincia. Se
trató de uno de los diarios más atacados por Díaz, a decir de Cosío Villegas, a causa de sus
críticas al reeleccionismo y sus denuncias de la injusticia ya que, si bien se trataba de una
crítica poco incisiva, era persistente, y además venía de un miembro de la propia familia
liberal tuxtepecana. Véanse: Cosío Villegas, El porfiriato. La vida política interna, y Toussaint,
“Diario del Hogar: de lo doméstico y lo político” en Revista Mexicana de Ciencia Política. Para
prensa en general véanse también, de la misma autora, Escenario de la prensa en el porfiriato y
“La prensa y el porfiriato” en Las publicaciones periódicas y la historia de México, y de Ruiz
Castañeda, El periodismo en México, 450 años de historia.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX 117
La figura presidencial
del diario la historia de los últimos veinticinco años no se había escrito, y por tanto consi-
dera su obligación contribuir a la narración de los hechos verdaderos. Hace aquí caso omi-
so de la obra México, su evolución social, coordinada por Justo Sierra, que empezaría a
publicarse en 1900, en virtud de que el grupo político de liberales que se nucleaba y o ex-
presaba a través de sus páginas, no fue convocado.
10 Para el origen y desarrollo del mito juarista conformado en el porfirismo ver Weeks,
La lectura de las páginas de El Diario deja ver, desde los primeros días
del año de 1900, la clara intencionalidad de sostener una tenaz batalla
a favor de la alternancia en el poder. Para ello se invoca, directamen-
te, una vez más, la voluntad superior del general Díaz, el único que
podía dar el paso definitivo en este sentido. El periódico intenta, re-
petidamente, demostrar a Díaz que existe un reclamo popular por la
alternancia y que ésta es una necesidad histórica.
basta desarrollar fielmente [...] ese plan, para contar de antemano con
un éxito [...], el General Díaz [...] ha trazado determinadas leyes de
cuya observancia ha surgido la prosperidad de México, ¿por qué ha
de ser el hombre necesario, cuando esas leyes, [...] ese plan, [...] ese
programa han caído ya bajo el dominio público, están al alcance de
todos los políticos y [...] pueden éstos implantarlos... 30
33 Ibidem.
34 Boletín de El Diario del Hogar, 13 de enero de 1900, p. 1.
35 Ibidem.
36 Ibidem.
37 Boletín de El Diario del Hogar, 30 de enero de 1900, p. 1.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX 127
El Diario del Hogar aprovecha las coyunturas que ofrecen los años elec-
torales como el de 1900, en los que se efectúan elecciones tanto presi-
denciales como de miembros de los poderes legislativos y de diversas
gubernaturas. Denuncia con numerosos ejemplos los mecanismos elec-
torales fraudulentos y el agobiante peso del centralismo en los proce-
sos electorales estatales.
Inicia el año con una fuerte crítica: “La soberanía popular entre
nosotros es un mito; pocos son los estados del territorio mexicano, que
no sientan el terrible peso de sus jefes ineptos [...] los gobernados odian
a sus gobernantes [y] cuando [...] concluyen sus periodos aparecen
reelectos por voluntad popular.” 44
43
Ibidem.
44
“Sobre la alternabilidad. La soberanía popular es ilusoria”, de El Barretero de
Guanajuato, en El Diario del Hogar, 23 de enero de 1900, p. 1.
LA CRÍTICA POLÍTICA LIBERAL A FINES DEL SIGLO XIX 129
Los sufragios son una farsa, repite el diario. Y esa burla se hace en
nombre del pueblo. Al ser designados para cuidar sus derechos unos
individuos que el pueblo ni conoce ni elige, se demuestra que el su-
fragio y la voluntad popular son ilusorias y que ascienden al poder
no los que el pueblo quiere, sino los que el Gran Elector desea.45
En defensa de la legalidad constitucional, critica la forma anticons-
titucional con la cual son removidos los gobernadores, de acuerdo con
los intereses presidenciales; por ejemplo, el caso del gobernador de
Nuevo León convertido en enero de 1900 en secretario de la Defensa,
aun cuando los cargos de elección popular no son renunciables.
Existen gobernantes que, a juicio de la redacción del diario, no han
hecho otra cosa, en sus largos periodos administrativos, que detener
el progreso y el adelanto de las entidades que están bajo su adminis-
tración, pero que cuentan con la decidida protección del centro. Sólo
se han preocupado en tributar alabanzas y adulaciones al que los sos-
tiene en el poder y se mantienen en el poder con menoscabo de las
prácticas democráticas y hasta de la dignidad de los habitantes de sus
estados, que sufren con resignación toda clase de tropelías sin encon-
trar remedio a sus repetidas quejas.46
Pasadas las elecciones y después del triunfo de la fórmula reelec-
cionista en prácticamente todos los cargos electorales en “disputa”, el
tono del periódico se torna más crítico. El Diario del Hogar ofrece di-
versos ejemplos de lo que califica de burdas y descaradas maniobras
electorales de los agentes de la autoridad. Así observa que: “Tuxtepec
con más ahinco que sus antecesores ha establecido la costumbre de
llamar a los jefes de Estado de las diversas entidades federativas para
arreglar ‘en petit comité’ el personal que debe formar el cuerpo legis-
lativo. Este sistema corruptor del voto público a medida que pasan
los años toma mayor incremento.”47
Al respecto, el Boletín de El Diario del Hogar advierte del riesgo de
desafiar las consignas oficiales: “Pobre elector disidente [...] con su
imprudente rebelión: si es empleado, será destituido; si tiene tendajón,
prevéngase para soportar las multas que le lloverán en su comercio;
si no es ni una ni otra cosa, ya le caerá el sorteo ó alguna otra calami-
dad imprevista.”48
45 Ibidem.
46 Boletín de El Diario del Hogar, 28 de abril de 1900, p. 1.
47 Ibidem.
48 Boletín de El Diario del Hogar, 10 de julio de 1900, p. 2.
130 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
ría ser ciudadano mexicano en el ejercicio de sus derechos, tener 25 años cumplidos el día
de la apertura de sesiones, ser vecino del estado o territorio en el que se hacía la elección y no
pertenecer al estado eclesiástico. La vecindad no se perdía por ausencia en desempeño de
cargo público popular. Para información sobre la legislación electoral vigente y el sistema
electoral en 1900 véase García Orozco, Legislación electoral mexicana, p. 189-204.
50 “Sobre la alternabilidad. La soberanía popular es ilusoria”, de El Barretero de
60 Kips, ”El porvenir de México en los Estados”, El Diario del Hogar, 15 de mayo de
1900, p. 1.
61 Para información sobre el Ayuntamiento de la Ciudad de México, historia y trans-
ahora tan sólo se les pediría su opinión sobre ciertos asuntos, opinión
que aunque autorizada podía ser desechada. Como si la naturaleza mis-
ma de las cosas no indicase cuáles eran los servicios municipales, la ley
se encargaría de definirlos, con lo cual, al cambiarse la nomenclatura
existente, se crearían unos nuevos y se suprimirían otros.
Tal proyecto, que según el periódico transformaría una vieja insti-
tución sin motivo alguno, no podría menos que traer considerables
trastornos. El peligro que representaría un paso como éste en la vida
política del país era grande ya que todos los estados estaban pendien-
tes del centro para imitar sus actos y exagerarlos “con el criterio más
infeliz y arbitrario”.64 Los ayuntamientos, de cuerpos consultivos se
convertirían en maniquíes obligados a dar un voto aprobatorio en lo
que se les ordenara, sancionando incluso los mayores desaciertos,
como suelen hacerlo los llamados poderes legislativos, pues no que-
rrá ningún miembro de esa nueva agrupación poner su veto o negar-
se a aprobar lo que le mande quien lo favorece.
Si tal iniciativa no era reprobada en la Cámara, y no lo sería dada
su procedencia y la pasividad del cuerpo deliberante, agregaba el edi-
torialista, la iniciativa de ley marcaría el aniquilamiento del poder
municipal en México.
Otro de los graves males que afectaban al país, y que denunciaba
valientemente El Diario del Hogar, era el nepotismo, calificado de “gan-
grena social”, y producto del reeleccionismo. En los estados, en las
legislaturas, en los tribunales superiores e inferiores, en las adminis-
traciones de rentas, en los ayuntamientos, en las cátedras de las es-
cuelas, etcétera, los puestos estaban ocupados casi siempre por parien-
tes cercanos y lejanos de los principales funcionarios:
64 Ibidem.
65 “El nepotismo en la administración pública”, El Diario del Hogar, 16 de enero de 1900,
p. 3.
134 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
La política de conciliación
Reflexiones finales
81 Hale, La transformación del liberalismo en México a fines del siglo XIX; Knight, “El libera-
lismo mexicano desde la reforma hasta la revolución”, y Guerra, México: del Antiguo Régi-
men a la Revolución.
142 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
FUENTES
ERIKA PANI
Instituto de Investigaciones Dr. José Ma. Luis Mora
5 Adame, op. cit., p. 41-46, p. 51, p. 63. Como Manuel Ceballos, pensamos que la co-
rriente democrática dentro del catolicismo no afloró hasta fines del porfiriato y principios
de la era revolucionaria. Ceballos, op. cit., p. 48-49.
6 Adame, op. cit., p. 111-112.
DEMOCRACIA Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA 145
[se había] contaminado algo del cesarismo, del galicanismo, del libe-
ralismo, y [había acogido] ciertas máximas protestantes y racionalistas
[...] el partido católico y conservador, para progresar en el bien y lle-
gar a su triunfo, [debía] completar la rectificación de sus ideas asen-
tando y profesando teórica y prácticamente la enseñanza del Pontifi-
cado en cuanto a filosofía, jurisprudencia y política cristiana.12
11 Carta de Lucas Alamán a Antonio López de Santa Anna, marzo 23, 1853, en
original.
13 “Flagrante infracción de la ley”, en La Voz de México, marzo 17, 1888.
14 “El periodismo católico”, en La Voz de México, julio 3, 1903.
DEMOCRACIA Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA 147
guiados por motivos precarios, por intereses materiales, por una am-
bición acomodaticia, se [adherían] a una candidatura hostil a sus
creencias y a sus principios, [merecían] la negra nota de inconsecuen-
tes, falsos y ciegos instrumentos de sus enemigos [...] porque, si en ob-
vio de la paz, se adhieren a los encarnizados enemigos de la Iglesia,
hacen el más vergonzoso trueque.19
alta jerarquía, beneficiada por la política de conciliación de Díaz y buscando una “transac-
ción para vivir como conviene en las sociedades modernas”, como decía Eulogio Gillow,
vio con mejores ojos el “constitucionalismo” de El Tiempo que la crítica virulenta e intransi-
gente de La Voz. Ceballos, op. cit., p. 88-91.
19 “Otra vez las elecciones”, en La Voz de México, mayo 12, 1892.
148 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
parte de los católicos de muchos de los principios políticos de la época, véase Adame, op.
cit., p. 63-64.
31 Rosanvallon, Le sacre du citoyen. Histoire du suffrage universel en France, p. 323.
32 “La verdadera democracia”, en El Tiempo, febrero 13, 1892.
33 Adame, op. cit., p. 61-62.
34 “Los colegios electorales”, en La Voz de México, mayo 13, 1880.
150 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
La Ley es, dice el liberalismo, la voluntad del pueblo soberano [...] ¡Ah,
nada más despótico, nada más tiránico, nada más contrario a la liber-
tad que el liberalismo! Con este nombre no hay ilegalidad que no se
justifique, ni injusticia que no se legitime. Para ello basta reunir a la
soberanía de la voluntad [...] La voluntad podrá ejercerse sobre lo más
ilegal por naturaleza. No, la ley no es la obra de la voluntad, sino de
la razón.39
Para estos articulistas, las leyes benéficas, las leyes que asegura-
ban el orden y el bienestar de la población “se [ajustaban] a reglas se-
guras no sujetas a la volubilidad de la muchedumbre o al capricho de
un individuo, [sino a] la ley natural, emanación de la ley o razón eter-
na”.40 Así, al crear normas y reglamentos, la tarea de los legisladores no
era buscar el consenso, mediar entre distintos grupos de interés para
satisfacer a las mayorías respetando las demandas imprescindibles de
las minorías. Al contrario, sólo hacía falta dilucidar esta “ley natural”
de origen divino, y acomodar a ésta toda la legislación —aunque fue-
ra en contra de los deseos de la mayoría.
37 “El derecho electoral de las mujeres”, en La Voz de México, junio 11, 1892. Un sistema
plural de votación —que pretendía dar una “densidad cualitativa” al voto, otorgando
“votos” adicionales a los padres de familia, a los contribuyentes mayores, a los profesionistas,
etcétera. Funcionó durante cierto tiempo en Bélgica. Rosanvallon, op. cit., p. 321-322. No
debe sorprendernos: esta monarquía católica fue el gran modelo de la prensa católica del
porfiriato.
38 “¿Qué es el liberalismo?”, en La Voz de México, mayo 31, 1892.
39 “ ‘El Tiempo’ ”, en El Tiempo, mayo 24, 1883.
40 “La oposición de los católicos”, en El Tiempo, marzo 15, 1888.
152 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
7, 1904.
47 La expresión es de El Tiempo. “El General Díaz”, julio 30, 1884.
48 “La monarquía en la República”, en La Voz de México, junio 18, 1880.
49 Véase Ceballos, op. cit., sobre todo p. 134-139.
50 “La democracia cristiana”, en La Voz de México, febrero 8, 1903.
51 Véase Perry, op. cit.
154 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
bía “medio más eficaz para desacreditar las teorías liberales que la so-
lemne y periódica mentira de las elecciones”.52
Los católicos se engolosinaban ante la hipocresía del régimen del
“sufragio efectivo”. Ésta demostraba, a fin de cuentas, que eran ellos los
que tenían razón, y que el tan mentado respeto a la soberanía popular
no era más que “un mito, [...] un fantasma para alcanzar o conservar los
puestos públicos”.53 Los liberales los describían como reaccionarios, di-
ciendo, con “uno de los tantos lugares comunes de la pedantería libe-
ral”, que los católicos proponían un regreso “al estado de cosas de leja-
nos siglos”.54 A esto respondieron los católicos que el gobierno de Díaz,
que no era “ni autócrata, ni demócrata, ni monárquico ni republicano”,55
se acercaba más al despotismo arcaico que cualquier cosa que hubieran
propuesto conservadores o católicos. Así describía La Voz, en un texto
bastante ingenioso que recuerda las sátiras de Ignacio Aguilar y
Marocho, la elección de las autoridades estatales:
Los romeros saben muy bien, como lo saben todos los mexicanos, que
en este Palacio encantado se oculta el dispensador munificente de to-
das las gracias, y que aquí reciben el espaldarazo todos esos caballeros
de la edad media que constituidos en virtud de ceremonia tan simbóli-
ca, señores de horca y cuchillo en sus respectivos feudos, se retiran luego
a sus castillos [...] Y toda esta práctica en la que descuellan las garantías,
libertades y franquicias de que disfruta el pueblo rey, encadenado a los
pies de su señor, fundada está en la interpretación que el uso, la cos-
tumbre y la tolerancia del soberano han dado al Fuero Viejo que plugo
a nuestros remotos y gloriosos antecesores otorgar en la Egira 857, a
esta muy noble, muy feliz, muy libre y muy independiente república.56
Esto no quería decir que este periódico estuviese a favor del cen-
tralismo, pero elegían “entre dos males el menor, [...] el centralismo
franco que el disfrazado de máscara, el de apariencias hipócritas”.60
debían persuadirse de que “una sola causa [era] la que debían sostener y defender [...] la de
la Iglesia y los derechos del Pontificado”. No podían usar “el lenguaje común de los libera-
les”, ni dar importancia a hechos que en nada interesaban al “espíritu católico”. “El perio-
dismo católico”, en La Voz de México, julio 3, 1903.
69 No obstante, Agüeros siguió siendo un intelectual católico de peso. En 1909, presi-
debían haber combatido con las mismas armas del enemigo, y dejan-
do a un lado la rutina y la preocupación, pelear en la vida pública,
meterse en el barrizal, saliendo limpios, usando de todos los medios
lícitos; luchando en contra del mal en el escabroso terreno en que está
planteada la lucha [... Al faltar] a los deberes del ciudadano [habían]
desertado de la eterna lucha contra el mal.74
Ruiz Sánchez, que, al entrar en la lucha política activa, muchas veces tuvo que actuar “prag-
máticamente”, votando por el “mal menor” y utilizando medios caciquiles que se habían
condenado, perdiendo así sus iniciales “planteamientos regeneracionistas”. Ruiz Sánchez,
“El testimonio del voto. Elecciones y católicos en la Sevilla de la Restauración, 1901-1923”,
especialmente p. 443-444.
76 “Reliquias de la fiebre electoral”, en El Tiempo, julio 5, 1910.
DEMOCRACIA Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA 159
FUENTES
77 Ceballos, op. cit., p. 279. No obstante, cabe mencionar que El Tiempo se congratuló
de los triunfos electorales de diputados antirreeleccionistas, porque éstos formarían una mi-
noría parlamentaria valiosa. Puede decirse entonces que había ya aceptado un sistema re-
presentativo plural, donde estuvieran representados intereses en pugna. “Hacia la demo-
cracia ideal”, en El Tiempo, julio 21, 1910.
160 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
1 Versión que apunta algunos de los caminos que he emprendido a propósito de una
nueva investigación sobre los toros en los distintos imaginarios mexicanos durante el siglo
XIX. Este texto fue leído y comentado por Alfredo Ávila, Erika Pani y Enrique Plasencia a
quienes agradezco sus interesantes aportaciones.
2 Mayer, México, lo que fue y lo que es, p. 85. Vino a México en calidad de secretario de la
vas expedidas desde la independencia de la república, ordenada por los licenciados Manuel Dublán y
José María Lozano, v. 10, p. 152. El asunto de la prohibición requiere, desde mi punto de
vista, ser investigado más a fondo. Sabemos que esta ley fue secundada al año siguiente
por los estados de Puebla, Chihuahua, Jalisco, San Luis Potosí, Hidalgo y Coahuila, en los
162 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
que, junto con el Distrito Federal, se acumularon las protestas y con ellas algunas licencias
especiales para que alguna corrida se llevara a cabo. Poco tiempo después la prohibición
fue derogada salvo en la capital en la que continuó durante cuatro lustros. Véase al respec-
to, Guadalupe Monroy, “La discusión compensadora”, en “La República Restaurada. La Vida
Social”, en Historia Moderna de México, v. 3, p. 616-617.
5 Para el diputado Pimentel los toros aumentaban la comisión de delitos, mientras
Agustín Reyes Retana sostenía lo contrario. Gustavo Baz manifestó que despertaban instin-
tos salvajes. Rodríguez Rivera pidió el reconocimiento legal de las corridas de toros porque
eran una “costumbre nacional”. El diputado Romero se opuso a esto y asoció lo nacional
con los aztecas para recordar que éstos no conocieron los toros. Justo Sierra consideró que
el Código Penal consideraba faltas de tercera clase maltratar o atormentar a los animales.
Véase González Navarro, “El Porfiriato. La Vida Social”, en Historia Moderna de México,
p. 727-728.
CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 163
el artículo 87.6 La mayoría del Congreso decidió votar porque las co-
rridas fueran permitidas y así un decreto decía que los permisos para
esas diversiones serían concedidos en lo sucesivo por los ayuntamien-
tos de cada localidad. Agregaba que los empresarios pagarían por li-
cencia de cada corrida el 15 % del importe total de las entradas, y que
los fondos que se recaudaran en virtud de este impuesto se destina-
rían exclusivamente a la obra del desagüe.7 El año de 1887 se inaugu-
raba con el nuevo permiso. Muchos empresarios se dedicaron a la
construcción de cosos taurinos que, si bien se decía que se hacían con
elegancia, al estilo europeo y “con todas las reglas del arte”, eran re-
cintos de madera que albergaban entre 4 000 y 12 000 espectadores y
cuyas sillas eran arrendadas a las plazas por distintas personas. Se
rumoraba por entonces que “poderosas influencias” se empeñaban en
derogar la prohibición de 1867 y lo consiguieron.8
Mientras en España la fiesta de toros evolucionaba hasta hacer de
ella un “arte regido por reglas”, en México la prohibición a las “corri-
das” en 1867 le dio un sesgo peculiar a la “fiesta”. Dado que el decreto
no mencionó el jaripeo —lazar y jinetear la res—, ni al coleadero —de-
rribar a un toro en plena carrera jalándole la cola con la mano— éstos
se mezclaron con lo que quedaba de “tradición española”, muy al modo
de torear que por muchos lustros impuso en México el gaditano Ber-
nardo Gaviño.9 Cuando los diputados restablecieron las corridas de
toros, a fines de los ochenta, se había apoderado del gusto del público
capitalino mexicano una fiesta muy propia, en la que el “torero” se
lucía como buen jinete domando reses y cuacos, vestía de charro, por-
taba grueso bigote, ponía banderillas a caballo, lazaba la res, y tam-
bién la mataba a pie, de una manera distinta a como se hacía en España.
De pronto, la fiebre que despertó su reanudación, puso en juego algu-
nos capitales para construir plazas en la ciudad de México, contratos
jugosos para muchos toreros españoles que vinieron a “hacer la Améri-
ca” en nuevos cosos, y a miles de aficionados que, desde distintos ám-
bitos, manifestaron sus sentimientos de hispanofobia o hispanofilia con
relación a lo taurino. Se avivó entonces un debate entre los vicios y las
virtudes del toreo que hacían los mexicanos y el que traerían los espa-
1888, t. 1.
7 Apareció en el Diario Oficial el 17 de diciembre de 1886. Véase también Dublán y
ñoles, que encarnaron los lidiadores Ponciano Díaz por México y Luis
Mazzantini por España.
La fiebre de los toros convirtió a 1887 y 1888 en dos años que fue-
ron definidos como la “edad de oro” de la tauromaquia moderna en
México. Fue en esos años cuando la pugna Ponciano-Mazzantini llegó
a su punto más alto. El número de publicaciones periódicas dedica-
das a los toros en el primer año habla por sí solo: El Arte de la Lidia, El
Monosabio, La Muleta, La Banderilla, El Arte del Toreo, El Toreo, El Correo
de los Toros, El Torero, La Gaceta de los Toros.10 Según los reseñadores de
espectáculos, era la diversión en la que el público gastaba más dinero.
El “respetable” siempre gustó de escenificar batallas imaginarias, di-
vidiéndose en banderías por uno u otro matador. Se había vuelto ma-
nía del público promover rivalidades entre artistas y a veces los tore-
ros le temían más que al mismo toro. Durante muchos periodos, los
ayuntamientos tuvieron que suspender las corridas por los escánda-
los que se organizaban.
Se instauraron la reventa, los empeños en el Monte de Piedad
por adquirir a toda costa un boleto y las enormes ganancias para to-
reros, empresarios y ayuntamientos. Como algunos toreros también
eran empresarios, asociaron utilidad con beneficencia y acostumbra-
ban dar muchas funciones en pro de familias empobrecidas, de afec-
tados por un terremoto, como el que azotó a Guerrero en 1902, o por
epidemias, como la peste bubónica en Mazatlán, ocurrida durante los
primeros meses de 1903. A Enrique Olavarría le parecía increíble que
el espectáculo más bárbaro y anticivilizador —morían además un pro-
medio de diez caballos por corrida— fuera el mejor reglamentado y
en el que el público se mostraba más exigente.11 También abundaron
los duelos provocados por desavenencias en la plaza. Para 1902 los
toros sólo compartían la afluencia de gente con las tandas. Ambos se
parecían, según algunos, porque sus respectivos artistas provenían de
una baja cuna y porque en los dos espectáculos se organizaban feno-
menales camorras.
El ambiente taurino también inundó los teatros y tuvo que ver en
el asunto de la polémica Ponciano-Mazzantini. El hispanismo de la cul-
tura mexicana de algunos sectores sociales de entonces fue notable en
el ámbito del teatro.12 En 1881 se puso por primera vez en escena la
10
González Navarro, “El Porfiriato. La Vida Social”, p. 731.
11
Olavarría, op. cit., p. 1595.
12 Pani, “Cultura nacional, canon español: España, los españoles y la cultura mexicana
19 Ibidem, p. 98.
20 De Maria y Campos, Los toros en México en el siglo XIX (1810-1863), Reportazgo retros-
pectivo de exploración y aventura, p. 97-98.
21 El padre, José Mazzantini; la madre, Bonifacia Eguía.
22 Descripción del historiador potosino Roque Solares Tacubac recogida por De Maria
23Por ejemplo los de Lino Zamora y de Nolasco Acosta, que incluía a toda su cuadrilla.
24Vocabulario taurómaco, o sea, colección de las voces y frases empleadas en el arte
del toreo con su explicación correspondiente, por Leopoldo Vázquez Rodríguez, con unos
breves apuntes sobre los espadas, banderilleros y picadores más conocidos.
25 Ibidem.
26 Ibidem. El sitio se conoce con varios nombres : cruz, péndolas, rubios, agujas, o más
la plaza ese día, la carne de los siete toros que mató. Las cabezas de
los bichos las obsequió a distinguidos miembros de la sociedad mexi-
cana y las moñas elegantes que los adornaban a la esposa de Porfirio
Díaz y a otras señoras de postín.52 En el teatro Arbeu se estrenó el
sainete en un acto Ponciano y Mazzantini 53 —con letra de Juan A.
Mateos y música de José Austri. El Pabellón Español hizo días des-
pués la crónica del sainete o zarzuela que, dijo, pretendía que entre
México y España había un espíritu de conciliación y que eran acci-
dentales las escisiones que el toreo producía. Mateos quiso demos-
trar, con esa obra, que aunque se tuvieran distintas apreciaciones
sobre la fiesta de toros, esto no debía molestar la armonía de dos
pueblos hermanos.54
Por esos días se anunció el estreno de la plaza de Bucareli que era
propiedad de Ponciano Díaz. El músico Inclán compuso una marcha
llamada Ponciano que se repartió en papeletas para que todo el públi-
co la entonara a los acordes de la banda militar. El torero mexicano
fue colmado de obsequios 55 y una niña le puso en la frente una coro-
na de laureles, con él arrodillado mientras por todo el coso volaban
flores y palomas. Arriba del palco principal había una bandera blanca
y roja que tenía grabada la figura de un toro y sobresalía en el conjun-
to la famosa cabeza del astado de Ayala, que había cogido de muerte
a Bernardo Gaviño. Ponciano vistió a la usanza española con un terno
morado y oro que le regaló el torero hispano Diego Prieto, alias Cua-
tro Dedos, y que mereció bastantes críticas de los puristas, porque se
puso una faja color de rosa que le llegaba a los cuadriles,56 pero se
cambió a su habitual atuendo charro para poner elegantes banderillas
a caballo. El primer toro lo brindó a sus dos únicos amores: su patria
y su madre, y demostró que sabía matar como lo hacían los españo-
les. A la mitad de la corrida, un niño vestido de general, otro de indio
zacapoaxtla y una niña de china poblana le ofrecieron los regalos. Des-
pués cruzaron el pecho de Ponciano con una lujosa banda tricolor
patriota el banderillero Juan Romero, alias Saleri, haciendo un salto de garrocha sobre el
toro, había muerto cornado en la ciudad de Puebla, por lo que, “después de verter algunas
lágrimas”, abandonó la función y ofreció una corrida de beneficio para la familia del infor-
tunado.
55 Entre otros: una banda tricolor con fleco de oro; una cartera de piel de Rusia; un
fistol de oro con brillantes y rubíes; una manifestación impresa en seda con letras de oro;
dos coronas de laurel; una pistola colt con incrustaciones de oro y plata; una espada y un
cuadro con el retrato del diestro e infinidad de ramos de flores artificiales.
56 Citado por De Maria y Campos, op. cit., p. 154.
178 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
como la que usaban los presidentes.57 Al día siguiente, la casa del dies-
tro mexicano también se vio atiborrada de mendigos a quienes les
repartió una buena suma de dinero. Alguna prensa pidió que fueran cas-
tigados, porque muchos de ellos eran viciosos que aprovechaban cual-
quier oportunidad para sacar dinero. Se había dicho que Mazzantini
iba a suspender su corrida en la plaza Colón para asistir a la inaugu-
ración de la de Ponciano —como éste, que cambió la fecha de apertura
para no afectar el beneficio de Mazzantini— pero no lo hizo, quizá por-
que a su corrida asistió Porfirio Díaz, y en uno de sus brindis deseó
“que hubiera mucha suerte en otra plaza”. El que se consideró el “bau-
tizo” de Bucareli fue cinco días después, y sí contó con la presencia de
Mazzantini, vestido con sombrero jarano y pantaloneras, en una fies-
ta mexicana en la que hubo jaripeo y coleadero de los cornúpetas y la
presencia de muchos reconocidos charros. El español coleó una res e
intentó, sin éxito, hacer algunas faenas desde el caballo. Según Olavarría,
Ponciano y Mazzantini, al centro de la plaza, se abrazaron de nuevo y
entre mil y tantas galanterías chocaron sus copas de champagne y be-
bieron a su respectiva salud y a la de España y México, en medio del
frenético entusiasmo de la concurrencia.58
Antes de despedirse del público de la capital, Mazzantini se pre-
sentó en Orizaba, desde donde protestó porque la empresa del teatro
principal usó su nombre para atraer público en un supuesto beneficio
a la familia del banderillero español Juan Romero (Saleri) muerto por
un toro en Puebla. Para mucha gente esto fue un desaire a los actores
mexicanos y, de paso, una ofensa a México y lo criticaron en El Arle-
quín y El Partido Liberal, diciendo que aquí “se había saciado su ham-
bre”. Mazzantini mandó un remitido a varios periódicos, en el que
subrayaba que era incapaz de desacreditar a un país que lo había
albergado por segunda vez y que, aunque él no había padecido el mal-
comer, aquí se habían premiado con creces sus esfuerzos.59 Para con-
graciarse con el público de comedias, aceptó formar parte como actor
en el beneficio de la actriz Carmen Alentorn. En su corrida de des-
pedida del domingo 19 de febrero brindó un toro al doctor Rafael
Lavista quien correspondió a Mazzantini con uno de los anillos que
llevaba, que los rumores hicieron valer casi 600 pesos. Por su parte
Ponciano terminó la temporada en Bucareli —en una de cuyas corri-
das fue herido por un toro— y su público le dedicó a Mazzantini unos
versillos de despedida, en los que decían que no lo extrañaban, y para
60 Según decía Ciro B. Ceballos, que lo conoció, hacia 1883 habitaba con su madre, en
una vivienda con ventana hacia la calle de Nuevo México. Agregó que era muy afortunado
con las mujeres y que en su vecindad raptó a una muchacha muy guapa, hija de un general
que había fallecido; ver De Maria y Campos, op. cit., p. 92.
61 Notas tomadas de De Maria y Campos, ibid., y Horta, op. cit.
180 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
62 Por entonces se usaba la montera andaluza con caireles cortos en sus dos extremos.
Mazzantini regresó por cuarta vez a México a fines de 1901, pocos días
después de que en la capital se hubiera creado el Círculo Taurino, uno
de cuyos objetos era regularizar y popularizar las reglas del toreo.71
En esta ocasión, volvió a traer toros españoles que fueron desen-
cajonados en la ahora llamada Hacienda de los Morales, e invitaron al
público a verlos antes de que pudieran presentarlos en la plaza. En
sus corridas alternó con Lagartijo, quien se vio mucho más reposado,
sereno y valiente que él. A una de ellas, invitaron a las familias de los
delegados del Congreso Panamericano, con los que Mazzantini se
codeó después en algunos banquetes, en uno de los cuales brindó por
la prosperidad de México debida a Porfirio Díaz. Las entradas a la pla-
za empezaron a estar flojas hasta en sombra. En su segunda corrida
Mazzantini estuvo desanimado y toreó sin entusiasmo. Ahora sí se dio
cuenta de que el público estaba cambiando con respecto a él. Todo
esto coincidió con la vuelta a México del famoso torero español Anto-
nio Fuentes, que había gustado mucho desde el año anterior. Para en-
tonces ya se habían demolido las plazas de San Rafael, Paseo, Colón y
Bucareli y funcionaban la de Mixcoac —inaugurada en 1894— y la de
la Indianilla, también conocida como plaza México, desde diciembre
de 1899. Con una entrada para perder, en su corrida del domingo 8 de
diciembre en la México, sólo fue ovacionado casi hasta el delirio des-
pués de matar al quinto de la tarde. También fue alabado porque por
primera vez ya se hacía cargo de la dirección de la lidia sin permitir
que se formaran grupos en sus cuadrillas y que cada uno hiciera lo que
se le diera la gana.72 En Puebla y en Monterrey, Mazzantini sí tuvo éxi-
to y cuando alternó con Fuentes en la capital, el domingo 29 de diciem-
bre, y con buen ganado mexicano de Tepeyahualco, fue escasamente
ovacionado porque dio varios pinchazos, con estocadas tendidas y
bajas. El héroe de la tarde fue, sin duda, Antonio Fuentes, quien para
el siguiente domingo confirmaría que ya era dueño completo de la
simpatía del público mexicano.
El cartel anunciado volvió a despertar a los aficionados porque se
presentaban Mazzantini, Lagartijo y Fuentes y porque una de las más
celebradas corridas madrileñas de la primavera de 1900 había reuni-
do a los tres espadas, que ahora toreaban en la plaza México ese 6 de
enero de 1902. Lleno absoluto, buen ganado mexicano de Piedras Ne-
gras que alternó con toros españoles de los cuales dos fueron bravos,
quince caballos muertos y el público muy complacido. Mazzantini
ofreció una elegante estocada que fue correspondida con una ovación.
A su segundo toro lo pinchó dos veces; al cuarto sólo logró ponerle
un buen par de banderillas al cuarteo. Las ovaciones atronadoras fue-
ron para Fuentes. A pesar de todo, Mazzantini preparó su función de
beneficio para el siguiente domingo, tarde en la que se encerró a ma-
tar él solo seis toros sevillanos de Benjumea que se llamaban Paleto,
Peineto, Cara Larga, Doradito, Jardinito y Corredor.
Mazzantini ya pertenecía al mundo de los millonarios, por lo que
dispuso la distribución de las lumbreras, para que las familias decentes
Para 1903 ya se hacía una distinción entre los jaripeos charros y el toreo
español. Ambas fiestas convivían de manera armónica, como cuando la
colonia española obsequió a los marinos de la fragata hispana Nautilus
con las dos. La temporada noviembre 1903-febrero de 1904, produjo por
corridas a la española, casi $190 000 de entradas brutas. Mazzantini vol-
vió por quinta y última vez a México, a fines de 1904, y trajo con él a su
esposa en una gira que consideraba de despedida. Ya estaba algo obeso
y su popularidad más que agotada en España. Acá, sin embargo, Porfirio
Díaz lo recibió en su casa de la calle de la Cadena junto con su joven
esposa, con la que asistió a una de sus corridas. La fiesta ese día incluyó
a distinguidas damas y señoritas en “adecuadas toilettes”. 13 000 espec-
tadores cantaron el himno nacional, agitaron sus pañuelos y sombre-
186 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
Epílogo
prensa mexicana en su época de éxito. Véase, además, Claramunt, op. cit., p. 416.
188 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
88 Ibidem, p. 366.
89 García Riera, Historia documental del cine mexicano, p. 241 y 242. Argumento de Pepe
Ortiz y adaptado por éste y Elvira de la Mora. Diálogos de González Pastor. Música y can-
ciones de Lorenzo Barcelata y Manuel Esperón. Los personajes principales eran Ponciano:
Jesús Solórzano; Rosario: Consuelo Frank; Juanón: Leopoldo Ortín; Lolo: Carlos López Cha-
flán; Mercedes: Mercedes Azcárate; Don Luis Martínez del Arco: Carlos Villa Díaz. Filma-
da en Clasa y en Atenco.
90 Chucho Solórzano y Dávalos vio la luz en Morelia, Michoacán, el 10 de enero de
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Le Trait-d’Union.
CHARROS CONTRA “GENTLEMEN” 193
1 Entre los más importantes colaboradores de la Revista Azul estaban los escritores
cuentran como común denominador para sus interpretaciones el carácter sincrético y con-
tradictorio de esta estética que abarcó innumerables “ismos”, muchas veces considerados
antagónicos en el orbe europeo. La Revista Azul despliega una muestra heterogénea de es-
critores, la cual no parece responder a un periodo, movimiento o escuela específicos. Entre
los escritores franceses, aparecen figuras importantes como Gustave Flaubert, Charles
Baudelaire, Victor Hugo, y Emile Zolá, pero, en su mayoría, las publicaciones provienen de
autores menores como Catulle Mendés y Pierre Loti. En el caso hispanoamericano, además
de los modernistas, la revista publicó a autores tan disímiles como Federico Gamboa, Ma-
nuel Flores, Juan de Dios Peza, Luis González y Obregón y Ángel del Campo ( Micrós).
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 197
carácter abarcable del concepto, Richard Gilman; sobre el decadentismo finisecular en Fran-
cia, Eugène Weber, Jean Pierrot y E. A. Carter; y sobre una fenomenología del decadentismo
de fin de siglo en Europa, el artículo de Jan B. Gordon y el de Gabriela Mora.
5 Del latín cadere que significa caer.
6 Según E. A. Carter, en diversas épocas históricas, durante las cuales se alcanza un
segunda mitad del siglo XIX, consultar el primer capítulo de France. Fin de Siècle, donde
Weber coteja las alusiones científicas, sociales, económicas, políticas y culturales, así como
aquellas derivadas de los estudios médicos que inauguraron la psicología moderna y que
se aplicaron a otros registros. Para el caso inglés, consultar Thornton, “Decadence in Later
Nineteenth-Century England”, en Fletcher, Decadence and the 1890’s, p. 15-29.
198 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
con anterioridad a Wilde, en el poema de Tennyson, “The Lady of Shalott” (1832), donde
“the departure from the archetypal romantic journey is identical to a crisis in language”.
(En Fletcher, op. cit., p. 131-32). No obstante, el irlandés Oscar Wilde encarnó en su persona
los signos estéticos del fenómeno, y su obra crítica y de ficción no sólo sirvió de puente
entre las diversas tendencias decadentes de Francia e Inglaterra, sino que consolidó la tra-
dición literaria artepurista establecida por Téophile Gautier, Baudelaire, Edgar Allan Poe y
Gustave Flaubert. En su libro Intentions (1891), exalta el individualismo en el terreno artísti-
co al afirmar que la naturaleza imita al arte y que el arte es independiente de la ética por-
que se expresa a sí mismo. En el ámbito francés, Las flores del mal (1857) de Baudelaire y su
recepción en la crítica de Barbey d’Aurevilly, Gautier y Paul Bourget inauguran el sentido
del concepto en términos estéticos.
11 Martin Jay considera que, en el decadentismo, se disuelve el lazo entre el referente y
el signo (Fin de Siècle Socialism, p. 6); por ello, Pierrot afirma que la estética decadente “is a
line of cleavage between the classical esthetic and the modern esthetic” (op. cit., p. 11).
12 El libro Degeneration (1894) del alemán Max Nordau es un compendio de la postura
ción negativa que el término suscitó en las elites letradas latinoamericanas a partir de Azul.
(Philipps, “A propósito del decadentismo en América”, p. 230).
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 199
14 En “Too Wilde for Comfort. Desire and Ideology in Fin de Siècle Spanish America”,
fin de siglo”, 7 de octubre de 1894, I (23), p. 357, y “Azul Pálido”, 28 de abril de 1895, II (26),
p. 420.
17 “Degeneresencia”, en Revista Azul, 10 de junio de 1894, I (6), p. 83-85.
18 “El dolor de la producción”, en Revista Azul, 4 de agosto de 1895, III (14), p. 209-210;
Azul”, 17 de junio de 1894, I (7), p. 97; y en sus bocetos de Casal, 17 de febrero de 1895, II
(16), p. 246, y de Leconte de Lisle, 12 de agosto de 1894, I (15), p. 231-235.
200 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
p. 289-292.
23 El Duque Job había sostenido estas posturas desde 1876 en debate con Francisco
res como Leopoldo Zea y Abelardo Villegas, entre otros, consideran el positivismo mexica-
no como un pragmatismo social (véanse las obras citadas de estos autores). Otros prefieren
denominarlo “política científica” (véase Charles Hale, “Political and Social Ideas in Latin
America, 1870-1930”, p. 388). En The Transformation of Liberalism in Late Nineteenth-Century
Mexico, Hale concibe que el punto de partida para una historia de las ideas del porfiriato no
es el paradigma positivista (tan heterogéneo) sino el mito liberal en el que se sustentó el
régimen.
26 “Azul Pálido”, en Revista Azul, 15 de julio de 1894, I (11), p. 175.
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 201
34 Según Hale, Sierra favoreció, en 1897, el fortalecimiento del estado y del presidente
Díaz en nombre de un orden científico. (Hale, “Political and Social Ideas”, p. 393-394. Sin
embargo, años después, en el debate de 1893-1894 y siguiendo los mismos postulados cien-
tíficos, Sierra se inclinó por una política constitucionalista que limitara la autoridad de Díaz.
Al decir de Carlos Monsiváis: “Sierra [...] el arquetipo del intelectual como hombre de Esta-
do, es también el autor de la mejor justificación teórica de las represiones porfirianas [...]
Como ningún otro, encarna las contradicciones internas de la clase dominante” (Monsiváis,
“Notas sobre la cultura mexicana del siglo XX”, en Historia general de México, p. 315-316).
35 Siguiendo las estrategias de “La muerte de Jesús” de Renan, Sierra publicó el relato
“En Jerusalén” (Revista Azul, 8 de marzo de 1896, IV (19), p. 287-90), el cual habría de apare-
cer posteriormente en su colección Cuentos románticos (1896). Esta historia está relatada des-
de el punto de vista racional y testimonial de un abogado romano que brinda una versión
científicamente documentada del juicio y la muerte de Jesucristo. Se le consideró parnasiano
porque varios de los Poèmes Antiques y Poèmes Barbares de Leconte de Lisle así como de los
Trophées de Heredia, aparecidos en la revista, fueron traducidos por Sierra. Véanse Revista
Azul, 24 de junio de 1894, I (8), p. 115-116, 131-132 y los números especiales del 29 de julio
de 1894, I (13) y del 12 agosto de 1894, I (15).
36 Su famoso prólogo a la colección de poesías de Gutiérrez Nájera, publicada
fundó las llamadas Escuelas Pías. Fue beatificado en 1748 por el Papa Benedicto XIX
y canonizado en 1776 por Clemente XIII (en Sierra, Obras completas del maestro Justo Sierra,
p. 457).
38 El monje se ve atrapado en alucinatorios recuerdos de juventud, en los que figura
una “mujer ebria de vida y de pasión” (Revista Azul, 4 de noviembre de 1894, II (1), p. 20.
39 Véanse, por ejemplo, Manuel Flores, “El beato Calasanz”, en Revista Azul, 18 de no-
viembre de 1894, II (3), p. 37-40; Gutiérrez Nájera, “La primera de Calasanz”, en el número
del 11 de noviembre de 1894, II (2), p. 90-93; y Díaz Dufoo, “Azul Pálido”, 11 de noviembre
de 1894, II (2), p. 35-36.
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 203
postura artepurista: “En los gobiernos parlamentarios, cada ministerio entrante presenta su
programa [...] ¡Yo nunca he tenido un programa! [...] El arte es nuestro Príncipe y Señor”
(en Revista Azul, 6 de mayo de 1894, I (1), p. 1.
41 En el prefacio de sus Poèmes Antiques (1852), Leconte de Lisle, el poeta más represen-
del poema: “Esculpe granito y resuena el bronce” (“El beato Calasanz”, en Revista Azul,
25 de noviembre de 1894, II (4), p. 53); por su parte, Gutiérrez Nájera caracterizó “El
beato Calasanz” como un drama filosófico bajo la influencia de Renan (Nájera, “La pri-
mera de Calasanz”, 11 de noviembre de 1894, I (2), p. 21), pero reconoció su acuosa agili-
dad lingüística, más cercana al sensualismo verlaniano que al parnasianismo hierático de
Heredia: “caía el verso inflamado, como chorro de bronce derretido en el molde de la
estatua” (“La primera de Calasanz”, 11 de noviembre de 1894, II (2), p. 23). Una polémica
en torno al poema, entre Amado Nervo y Rafael Ángel de la Peña, ocurrió fuera de la
Revista Azul. Peña resaltaba los aspectos teológicos del poema, mientras que Nervo se-
ñalaba “la revelación del estado psicológico del autor” (Díaz Alejo, Índice de la Revista
Azul, p. 74).
204 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
43 Prueba de ello fueron los diversos debates entre liberales, positivistas y católicos a
lo largo del siglo. Entre 1880 y 1883 se dio un debate en torno a la adopción de textos de
lógica en la Escuela Nacional Preparatoria, en el que krausistas alemanes y espiritualistas
franceses, defensores del liberalismo clásico, se pronunciaron en contra del programa posi-
tivista de la Escuela. (Hale, The Transformation of Liberalism, p. 23-24). La oposición católica
al positivismo, particularmente al darwinismo, se manifestó en el debate que enfrentó a los
Sierra y sus allegados del periódico La Libertad con los intelectuales católicos de La Voz de
México, El Centinela Católico, y La Ilustración Católica (op. cit., p. 207).
44 “Asunción”, en Revista Azul, 19 de agosto de 1894, I (16), p. 241-242, “La virgen de
Guadalupe”, 9 de diciembre de 1894, II (6), p. 90; “Las almas muertas”, 5 de abril de 1896, IV
(23), p. 351-354.
45 En “Asunción”, Nájera afirma: “Los dioses de mármol no ven que padecemos. El
hombre necesitaba una madre para quejarse a ella, y el cristianismo se la dio” (op. cit.,
p. 241).
46 Revista Azul, 12 de abril de 1896, IV (24), p. 381.
47 Publicado en episodios: 28 de julio de 1895, III (13), p. 199-203; 4 de agosto de 1895,
ria de una joven cristiana —representada como una “santa” por su pureza y devoción—
cuya fe se pone a prueba al experimentar una sensual y a la vez mística fascinación por el
emperador Nerón. Este último es representado como un héroe decadente, triste y abatido
por el hastío de la vida.
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 205
50 “Ah, bailan con tanta languidez las mujeres de Siria. Yo conocí a una [...] Me gusta-
ban sus danzas bárbaras, sus cantos tristes, su carne perfumada con incienso y la somno-
lencia en que parecía vivir [...] después de algunos meses supe casualmente que se había
unido a un tropel de hombres y mujeres que seguían a un joven taumaturgo galileo. Se
llamaba Jesús [...] fue crucificado por no sé qué crimen” (Revista Azul, 14 de abril de 1895, II
( 24), p. 378.
51 Muchos poemas del cubano Julián del Casal, publicados en la Revista Azul, se valen
de mitos y leyendas para enmascarar una latente homosexualidad. Este aspecto ha sido
estudiado por Óscar Montero en Erotismo y representación en Julián del Casal.
52 Revista Azul, 26 de julio de 1896, XV (15), p. 195-198.
53 “Del seno de dos perversidades brotó la flor de cieno”, Revista Azul, 9 de junio de
los espíritus artísticos: “Somos una alma enferma que soporta un cadáver”. Véase “Los tris-
tes”, Revista Azul, 21 de octubre de 1894, I (25), p. 385.
206 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
consultar Jullian, op. cit., p. 39-53, y Reynolds, Victorian Heroines. Representations of Feminity
in Nineteenth-century Literature and Art, especialmente el capítulo tres que se concentra en el
periodo decadente.
56 Pierrot, op. cit., p. 143.
57 Revista Azul, 16 de junio de 1895, III (7), p. 100.
58 Manuel Torres también percibió la mezcla de realismo y esteticismo en la obra de
Urbina: “la posibilidad de cultivar y difundir la forma soberana del realismo, vaciándola
en el molde exquisito de la poesía” (“Los poemas crueles de Urbina”, en Revista Azul, 21 de
julio de 1895, III (12), p. 183.
59 “Luis G. Urbina”, en Revista Azul, 16 de junio de 1895, III (7), p. 107.
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 207
El héroe decadente
nuestra.
208 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
64 En palabras del propio Wilde: “Art is our spirited protest, our gallant attempt to
teach Nature her proper place” (Intentions, p. 21). No cabe duda que, con un agudo sentido
de la teatralidad, Wilde personificaba el prototipo de la decadencia: “una intoxicadora sub-
versión del orden natural [...] un exponente y un maniquí de un modo de vida estético,
proclamando lánguidamente su superioridad a los estilos prácticos de la vida burguesa”
(Gilman, Decadence. The Strange Life of an Epithet, p. 128). Se sabe que su comportamiento
equívoco y su apariencia física irreverente eran motivo de escándalos en los círculos litera-
rios de París (Pierrot, op. cit., p. 20); al decir de Jullian, Wilde representaba “an ill-starred
poet at the end of a delightful life” (op. cit., p. 26). Incluso los poetas modernistas hispano-
americanos, quienes aclamaban su mensaje poético habrían de cuestionarlo como figura
pública (Véase Molloy, op. cit., p. 189-195).
65 González Pérez, La crónica modernista hispanoamericana, p. 109.
66 Rubén Darío lo expresaría en su poema “Divagación”: “Amo más que la Grecia de
crítica al “galicismo mental” de Darío en el prólogo a la primera edición de Azul, así como
con el prólogo de Rodó a las Prosas Profanas, donde el escritor uruguayo supone que el
afrancesamiento y la marcada individualidad de Darío no le permiten ser el poeta de Amé-
rica (“Rubén Darío, su personalidad literaria, su última obra”, p. 7). Posteriormente surge
una línea marxista, encabezada por Juan Marinello. En “Sobre el modernismo: polémica y
definición”, Marinello contrapone las propuestas de Darío y de Martí: “Los seguidores de
Darío [...] siguieron (sic) su gesto de aceptar modelos lejanos, franceses casi siempre, y el de
mecerse en la molicie verbal, con olvido de los grandes dolores y de las grandes esperanzas
[...] Martí es el polo positivo, el ejemplo vigente que recoge una heroica tradición america-
na” (ibidem, p. 291-292).
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 209
68 Para romper la manida interpretación del modernismo y sus fuentes como depen-
dencia o imitación, críticos como Ángel Rama (véase obras citadas de este autor) establecen
una estrecha relación entre el estilo modernista y la experiencia directa de la moderniza-
ción a la que se enfrentaron los poetas. Una de las contribuciones de Rama al modernismo
es el estudio del periodismo finisecular como vehículo para instaurar un sistema literario
latinoamericano, como taller de experimentación formal, y como medio marginal para la
profesionalización del escritor a través de la formación de un público lector hasta entonces
inexistente. La revalorización de la prosa modernista fue iniciada por Ivan Schulman y Ma-
nuel Pedro González, entre otros. Rama relaciona la función del periodismo con el límite de
géneros en la prosa modernista (Rama, Rubén Darío y el modernismo, p. 78). Críticos posterio-
res como Julio Ramos y Aníbal González Pérez retoman el estudio del impacto periodístico
en el modernismo, reivindicando la importancia de los “géneros menores” como la crónica,
donde los límites de la propuesta artepurista se problematiza. Véase la bibliografía.
69 Muchas de las crónicas casalianas tematizan la confrontación del poeta con las mi-
p. 77-79.
210 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
72 Ibidem.
73 Díaz Dufoo, “Alrededor del lecho”, en Revista Azul, 3 de febrero de 1895, II (14),
p. 214.
74 “El Duque Job”, en Revista Azul, 2 de febrero de 1896, IV (14), p. 213.
75 En 1860 Poulet-Malasis, editor y amigo de Baudelaire, publicó Les paradis artificiels.
Esta colección constaba de dos ensayos sobre el haschish y el opio; la publicación también
incluía una traducción del controversial libro Confessions of an English Opium-Eater (1841)
del inglés Thomas de Quincey (1785-1859).
76 En Europa, los decadentes iniciaron el culto al absintio, “el hada verde” como ellos
Campos, El Bar. La vida literaria de México en 1900, así como las memorias de José Juan
Tablada, La feria de la vida (1937).
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 211
la década de 1890: “Correctional judges in Mexico City complained that arrests were
exceeding the capacity of their courts” (Piccato, Pablo, “ ‘El paso de Venus por el disco del
sol’: Criminality and Alcoholism in the Late Porfiriato”, p. 208). Para reducir el impacto
periodístico que generaron los reportes sobre el tema, la política científica del porfiriato
trató de relacionar el fenómeno con la injerencia de narcóticos, en especial, el alcohol, y con
categorías de género, raza y clase. Según Piccato, el crimen se asoció frecuentemente con
las clases bajas, en especial con la población indígena, clasificada como una “clase delin-
cuente” propensa al vicio del alcohol (op. cit., p. 211-212).
79 “El Duque Job”, Revista Azul, p. 213.
80 Jullian señala que en Inglaterra, con la excepción de Wilde, no se dio un personaje
decadente a la Rollinat y a la Lorrain, como en Francia, donde la recepción de Las flores del
mal propició la emergencia de temas y actitudes ligados al decadentismo: satanismo, dan-
dismo, exoticismo y erotismo. El esteta inglés, carente de la extravagancia decadente fran-
cesa, era el personaje masculino prototípico del arte prerrafaelita y se caracterizaba por su
culto a la belleza y por ser el lazo entre varias formas de expresión artística (op. cit., p. 29).
81 Ibidem, p. 26.
82 En “A Manuel Gutiérrez Nájera”, Revista Azul, 2 de febrero de 1896, IV (14), p. 216,
Adalberto Esteva manifiesta, sobre Gutiérrez Nájera, “Más que por genio, eres inmortal por
tu bondad.”
83 Boyd y Joan Carter compilaron la crítica aparecida en Revista Azul en torno a
“Mariposas” (10 de febrero de 1895, II (15), p. 235-236, “La serenata de Schubert” (2 de fe-
brero de 1896, IV (14), p. 209-210), y “Mis enlutadas” (2 de febrero de 1896, IV (14), p. 210-
211) revelan la asimilación sincrética del romanticismo, el parnasianismo y el impresionismo.
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 213
289-292) propone este intercambio para romper con la dependencia cultural en relación
a España: “La decadencia de la poesía española es innegable [...] y depende, por decirlo
así, de falta de cruzamiento” (p. 291).
89 Véase el comentario de Peza sobre el poema “Flor de luna” en Revista Azul, 22 de
describe a la virgen María como símbolo de belleza, no únicamente religiosa, sino también
artística: “No hay en las mitologías creación tan bella como la de la Virgen cristiana que es
virgen y es madre, las dos más altas excelencias del ideal” (p. 241). Véase también “El asno
a Jerusalem” (7 de abril de 1895, II (23), p. 357-359, y “La Virgen de Guadalupe” (9 de di-
ciembre de 1894, II (6), p. 90-93).
91 Un ejemplo es el cuento “Juan el organista”, publicado en episodios: 14 de octubre
el arte pictórico; en el caso del impresionismo, los estudios físicos de Chevreul y los fisioló-
gicos de Helmoltz inauguraron la revolución impresionista, presente en las gradaciones de
Corot y en la emotividad de Renoir. Dicha técnica culminó en el arte-proceso de Signac.
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 215
Conclusiones
Para consultar los manifiestos en torno al impresionismo, ver Freixa, Las vanguardias del
siglo XIX, p. 268-303.
216 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
FUENTES
II (6), p. 86. En éste, el narrador traduce la visión trascendental (literaria) del amor románti-
co (simbolizado en el sacrificio de la heroína que muere por salvar a su esposo) en un senti-
miento efímero, más cercano a una sensibilidad juguetona y sensual expresada idealmente
con el tono de una plática amena y casual. Al transformar el paradigma romántico en senti-
mentalismo mundano, el narrador cuestiona su propia propuesta estetizante con un guiño
de sutil ironía, sello indiscutible de una visión moderna del lenguaje.
97 Estudios, p. 220.
POSITIVISMO Y DECADENTISMO 217
dentro del Fondo Juan Comas de la Biblioteca del Instituto de Investigaciones Antropológicas
de la UNAM. Con la ayuda de los bibliotecarios del Instituto, fue posible localizar esta co-
lección para realizar esta ponencia. El material se encuentra actualmente identificado y a la
disposición del público. La Biblioteca del Museo Nacional de Antropología e Historia, que
fue hasta ahora el único lugar donde se podía consultar el material relacionado con la So-
ciedad Indianista Mexicana, cuenta sólo con tres números del Boletín.
224 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
3 Como bien lo ha señalado Luis Gerardo Morales Moreno, el impulso que se dio a la
dianista en los siguientes términos: “He concebido el proyecto de crear una Sociedad
Indianista Mexicana que tenga por único y exclusivo objeto el estudio de nuestras razas
indígenas y procurar su evolución.” Carta de Francisco Belmar a Porfirio Díaz, fechada el
28 de marzo de 1910 y firmada también por José L. Cossío y Esteban Maqueo Castellanos.
Juan Comas, op. cit., p. 70.
226 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
7 Entre 1890 y 1914, Francisco Belmar realizó innumerables monografías y estudios com-
parativos sobre diversas lenguas indígenas de México. Para los especialistas, su obra más im-
portante fue la Glotología Indígena Mexicana, que destruyó parcialmente al final de su vida.
8 Véase Urías Horcasitas, “La memoria de lo indígena en el discurso etnológico de las
ciudad de México del 30 de octubre al 5 de noviembre de 1910, reúne “un conjunto hetero-
géneo de personalidades. Están en él Genaro García, Federico Gamboa y Belisario Domín-
guez junto con Olegario Molina y Ramón Corral”. En términos generales, señala Bonfil,
“el Congreso resulta, pese a las dignas voces discordantes, la tribuna oficial del régimen
moribundo, desde la cual unos defienden la acción gubernamental, otros proponen refor-
mas y muy pocos critican de manera abierta la situación imperante”. Guillermo Bonfil,
op. cit., p. 219.
ETNOLOGÍA Y FILANTROPÍA 227
ciedad Indianista Jaliciense ha resuelto defenderlos (a los indios) contra todo lo que trate
de menoscabarles indebidamente el libre ejercicio de sus prerrogativas ciudadanas y su des-
envolvimiento social o entorpezca... el perfeccionamiento educacional, indispensable para
su reincorporación a la vida nacional...; con las únicas cortapisas, sin embargo, de que nues-
tra Sociedad está resuelta a no mezclarse en sus contiendas civiles.” Sociedad Indianista
Jaliciense, texto manuscrito, Guadalajara 1911.
13 Existieron sociedades indianistas en diferentes puntos de la República Mexicana.
Las más importantes de ellas se formaron en el estado de Jalisco. Un dato curioso acerca las
asociaciones locales es que, en 1910, la Sociedad Indianista de Autlán se reunía en un domi-
cilio que aludía directamente a las finalidades de la agrupación: el número 5 de la calle de
la Filantropía. Texto manuscrito incluido dentro de los documentos del Boletín de la Socie-
dad Indianista.
14 Boletín preparatorio de la Sociedad Indianista Mexicana, p. 5.
228 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
en la solemne Inauguración del Primer Congreso Indianista, instalado por el Sr. Gral. Porfirio
Díaz, Presidente de la República” (enero de 1910), BSIM, n. 1, p. 18.
16 “Discurso del Sr. Lic. Canseco, Oaxaca”, BSIM, n. 4, abril 1911, p. 23.
17 “Prólogo”, BSIM, n. 1, enero de 1911, op. cit., p. 1.
ETNOLOGÍA Y FILANTROPÍA 229
20 Bolaños Cacho, “La educación del indio”, BSIM, n. 1, enero de 1911, p. 71-72.
ETNOLOGÍA Y FILANTROPÍA 231
ción de esta capital, su estado actual, noticia de sus fondos, que desde luego necesitan y plan
general de su arreglo presentado por José María Andrade”; Peza, La beneficencia en México;
Fernández Castelló, Las fundaciones de beneficencia privada bajo su aspecto económico y jurídico.
23 Abadiano, Establecimientos de beneficencia, p. 7.
24 “La elaboración de tipologías sociales que permitieran distinguir, diferenciar y sepa-
rar diversas clases de pobres y fundar instituciones de atención para cada uno de los grupos
de pobres introdujo el criterio económico en las tipologías sociales, que desplazó el factor
moral o ético de clasificación social, al tiempo que la sociedad moderna se abría paso. Una
línea crítica se estableció entre los ‘pobres dignos’ o clases trabajadoras y los ‘pobres indig-
nos’ o clases andrajosas, entre quienes estaban imposibilitados para el trabajo y quienes
hacían de esa actividad un negocio.” Padilla Arroyo, “De criminales a ciudadanos: la edu-
cación penitenciaria mexicana en el siglo XIX”, p. 21.
232 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
25 Ibidem, p. 28.
26 Domínguez, Reseña histórica del Asilo Particular para Mendigos establecido en la Ciudad
de México, p. 4.
27 Ibidem, p. 13-14.
28 “La perceptible diferencia de clases entre las personas ahí reunidas; el pobre traje
que vestían las unas junto a la crujiente seda que llevaban otras; el caballero de abolengo
ilustre al lado del obscuro pordiosero; el niño que naciera entre vaporosas blondas codeán-
dose con el vástago de ignorado tronco, amamantado por la desgracia; el religioso recogi-
miento de todos; las mal contenidas lágrimas que lloraban nuestros ojos... todo ello nos
transportó a los frugales convites de caridad de los primeros cristianos.” Ibidem, p. 19-20.
ETNOLOGÍA Y FILANTROPÍA 233
Consideraciones finales
32 “Opinión del Señor Profesor Francisco Veyro”, BSIM, n. 10, octubre de 1911. p. 88.
ETNOLOGÍA Y FILANTROPÍA 235
37 Ibidem.
38 Ejemplos típicos de estos estudios fueron los siguientes trabajos coordinados por
José Gómez Robleda: Características biológicas de los escolares proletarios; Pescadores y campesi-
nos tarascos, y Estudio biotipológico de los otomíes.
39 Ibidem, p. 114.
40 Ibidem, p. 39.
41 Ibidem, p. 122.
42 Ibidem.
ETNOLOGÍA Y FILANTROPÍA 237
FUENTES
Durante la segunda mitad del siglo XIX, como parte del proyecto de
modernización o del anhelo por implementar las ideas y las institucio-
nes de tipo liberal, la elite mexicana se abocó a la tarea de promulgar
códigos legales.2 El primero que se expidió fue la Constitución o el có-
digo político, en el año de 1857. Las guerras civiles retrasaron la expe-
dición del resto de los cuerpos, pero en 1870 —tras la restauración de la
república y gracias a los trabajos de las comisiones que años antes se
habían reunido—, se promulgó el civil, y un año más tarde, en 1871, el
penal y el de procedimientos civiles. La tarea de codificación continuó
a lo largo del porfiriato: en 1880 se redactó el de procedimientos pena-
les, en 1884 el comercial y los nuevos códigos civil y de procedimientos
civiles; en 1890 el segundo código comercial, y en 1894 el segundo de
procedimientos penales.3
Los códigos transformaron el panorama legislativo. En primer lugar,
terminaron con la dispersión que había caracterizado al orden jurídico
mexicano durante los cincuenta años que siguieron a la consumación
de la independencia o, en palabras de María del Refugio González, al
“derecho de transición”.4 Durante dicho periodo, la legislación vigente
1 Agradezco a María del Refugio González y Jaime del Arenal los comentarios a una
el proceso de codificación. Para el caso de Europa, véanse, entre otras obras, Manlio Bellomo,
La Europa del derecho común; Nicoló Lipari, Derecho privado; Giovanni Tarello, Storia della
cultura giuridica moderna, y Francisco Tomás y Valiente, Manual de historia del derecho español
y Códigos y constituciones. Para América Latina, véase Olmo, América Latina y su criminología.
3 Respecto a los códigos mexicanos pueden consultarse: Rodolfo Batiza, Los orígenes de
la codificación civil y su influencia en el derecho mexicano; Ignacio Galindo Garfias, “El Código
Civil de 1884 del Distrito Federal y territorio de la Baja California”; María del Refugio
González, “Derecho de transición”, El derecho civil en México 1821-1871, “¿Cien años de de-
recho civil?”, y Estudios sobre la historia del derecho civil en México durante el siglo XIX; Catherine
Prati, “Apuntes sobre la influencia de la legislación civil francesa en el código civil de 1884”.
4 Véase González, El derecho civil, y “Derecho de transición”.
242 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
5 De ello dan constancia no sólo autores contemporáneos sino los propios juristas de la
época quienes, incluso, enumeran las leyes españolas más empleadas en los tribunales de
la época. (Véanse Dublán y Méndez, Novísimo Sala mexicano; y Rodríguez, El código penal de
México y sus reformas, p. 15.)
6 Debido a ello, como afirma María del Refugio González, los autores de la doctrina
jurídica mexicana debieron establecer el “orden de prelación” para la aplicación del dere-
cho. Coincidieron en que primero debían considerarse las medidas dictadas por los gobier-
nos mexicanos pero, a falta de ellas, señalaron el orden en que debían aplicarse las españo-
las. (González, El derecho civil, p. 26-27.) Con esta misma preocupación, célebres juristas de
la época elaboraron obras que reunían las leyes vigentes, privilegiando las mexicanas y
adecuando las medidas españolas, que no habían quedado obsoletas, a las prácticas jurídi-
cas nacionales. La mayoría tomó como base cuerpos o trabajos españoles: Escriche, Diccio-
nario razonado de legislación civil, penal, comercial y forense; Ilustración del derecho real de España;
Curia Filípica Mexicana, y Dublán y Méndez, op. cit. Sin embargo, otros partieron de las leyes
mexicanas y las organizaron según la estructura empleada en los nuevos códigos europeos,
recurriendo al derecho hispano sólo para cubrir las lagunas existentes (por ejemplo, Gil,
Código de procedimientos civiles y criminales. Para una aproximación a este texto véase
Speckman Guerra, “El código de procedimientos penales de José Hilarión Romero Gil”.)
7 Véase Tomás y Valiente, Manual de historia del derecho español; p. 500-501.
8 Por cuestiones de espacio resultaría imposible brindar una visión global de las carac-
terísticas del derecho propio del Antiguo Régimen, del de la época de la Ilustración y del
liberal o moderno. Sin embargo, creemos necesario apuntar algunos elementos. En el dere-
cho del Antiguo Régimen o de la época del absolutismo europeo al soberano le correspon-
día hacer las leyes; cada estamento gozaba de diferentes derechos y obligaciones, además
de existir tribunales especiales; el delito era considerado como un atentado al rey y a Dios y
no se establecía diferencia entre delito y pecado, por lo que se castigaban actos contra la fe;
además, al aplicar justicia los jueces tenían un amplio margen de arbitrio. (Véanse Lipari,
op. cit., p. 45; Tarello, op. cit., p. 28-59; y Tomás y Valiente et al., Sexo barroco y otras transgre-
siones premodernas.) En la época de la Ilustración diversos pensadores clamaron por eximir
de castigo las faltas contra la religión, sostuvieron que sólo debían penarse las acciones que
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 243
todos los planos y los eventos de la vida social, e incluso algunos del
ámbito privado. Así, las leyes delimitaron el funcionamiento de las ins-
tituciones políticas, económicas y sociales. Además, enumeraron las obli-
gaciones de las instituciones hacia el individuo (por ejemplo, como ga-
rantes de los derechos naturales del hombre), y los deberes de los
ciudadanos hacia las instituciones (por ejemplo, en el plano político, el
voto, o en el campo fiscal, el pago de contribuciones). También, en un
esfuerzo por preservar el orden social, reglamentaron la convivencia
entre los hombres. Por otro lado, en el aspecto económico, garantizaron
la libertad de comercio, protegieron la propiedad y la libertad de dis-
poner de ella, y reglamentaron los contratos, todo ello con el fin de
favorecer el desarrollo económico de tipo capitalista. Pero, además, se
ocuparon del perfil que debían presentar los mexicanos, delineando
muchas de las costumbres o de los hábitos que en su opinión debían
adoptar. Asimismo, se encargaron de dictar principios éticos o de ve-
lar por la moral de los individuos.
El objetivo de este ensayo es reconstruir ese último nivel, es decir,
analizar la legislación buscando las normas en torno a la conducta del
individuo y el código de valores que se refleja en ella.
Los autores del derecho moderno —que responde a los postula-
dos de la escuela liberal de derecho penal— presumen de haber sepa-
rado las nociones de delito-pecado o delito-falta moral, y, por tanto,
de haberse limitado a castigar acciones que dañaban a la sociedad.11
Sin embargo, creemos que si bien la legislación mexicana elaborada
en la segunda mitad del siglo XIX se acogió a los principios de esta
doctrina y por ello constituye una pieza del derecho moderno, no de-
finió las diferencias entre las nociones de delito-pecado y delito-falta
moral. Los miembros de la comisión redactora del Código Penal afir-
man que sólo tipificaron como delitos aquellos actos que, al mismo
tiempo, constituían una violación a la justicia moral y a la conserva-
ción de la sociedad.12 Indudablemente, los atentados contra las perso-
nas o los bienes cumplían con ambas condiciones, pues constituían una
falta moral y también un atentado contra la comunidad, ya que, se-
gún la escuela liberal de derecho penal, todo delito es una falta a la
sociedad en su conjunto dado que el criminal viola el acuerdo origi-
nario o el “contrato social”. Sin embargo, el código criminal no sólo
actos prohibidos por los textos y tradiciones de carácter religioso; y como delitos los que
figuran en los textos jurídicos. (Clavero, “Delito y pecado. Noción y escala de transgresio-
nes”, en Tomás y Valiente et al., op. cit., p. 57-90.)
12 Código penal de 1871, Exposición de motivos del libro tercero: de los delitos en par-
ticular.
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 245
castigaba estos atentados, sino que también sancionaba actos que sólo
constituían una falta contra la moral, por ejemplo, los llamados ultra-
jes a la moral pública o a las buenas costumbres. Estos actos eran ob-
jeto de castigo cuando se cometían con escándalo, pues se creía que
de cometerse en público constituían un mal ejemplo y ello los conver-
tía en atentados contra la conservación de la sociedad. Resulta obvio
que ésta es una consideración netamente moral, pues el orden social
no tendría por qué verse cuestionado por prácticas como la homose-
xualidad o el ayuntamiento ilícito. Por lo tanto, consideramos que el
código penal mexicano no definió, efectivamente, ambas nociones de
delito y no eximió al derecho de consideraciones meramente morales.
Retomando, revisamos la legislación con el interés de localizar las
normas en torno a la conducta del individuo y el código de valores
que se refleja en ella. Con este fin consultamos los códigos válidos para
el Distrito Federal vigentes en el porfiriato y los reglamentos y leyes
expedidas a lo largo de esta etapa en los ramos civil, penal y comer-
cial.13 Además, para señalar las novedades pero también las continui-
dades, contraponemos las leyes vigentes con el orden jurídico propio
del Antiguo Régimen.
El trabajo se divide en tres partes. En la primera se tratan las nor-
mas dirigidas al ámbito familiar; en el segundo se reconstruye el perfil
de conducta deseado para los varones, y en el tercero el que se anhe-
laba para las mujeres, considerando, en los dos últimos apartados, el
lugar que se asignaba a cada género dentro de la familia y dentro de
la sociedad.
creemos que resulta un marco válido para nuestro trabajo. Fue desde el porfiriato cuando
se contó con códigos para todos los campos del derecho, pues si bien el político data de
1857, y el civil, el penal y el de procedimientos penales, de la etapa de la República Restau-
rada, fue en los primeros años del gobierno de Porfirio Díaz cuando se expidieron el resto
de los cuerpos. Por otro lado, creímos pertinente cortar en el momento del estallido de la
Revolución —y no cuando se promulgaron los cuerpos que sustituyeron a los códigos
decimonónicos, alrededor de la década de los treinta del siglo XX— pues el movimiento
armado interrumpió el ritmo de la vida legislativa y cambió la concepción y la aplicación
del derecho.
246 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
libros de ingreso debían ser considerados como solteros los amasios o los individuos casa-
dos por la Iglesia. (Reglamento general de los establecimientos penales del Distrito Federal, expe-
dido el 14 de septiembre de 1900, Art. 120, en Legislación mexicana, t. XXXII, p. 352-391.)
15 Véase Margadant, “La familia en el derecho novohispano”, p. 31.
16 En el derecho del Antiguo Régimen, la esposa legítima era la que había contraído
nupcias ante la Iglesia y los hijos legítimos eran los nacidos y procreados de esa unión.
(Brena Sesma, “La libertad testamentaria en el código civil de 1884”, p. 113; y Margadant,
“La familia” p. 48.) El derecho moderno también estableció una diferencia entre los cónyu-
ges y los hijos ilegítimos y los de legítimo matrimonio, pero ahora éste era el sustentado en
el contrato civil.
17 Código civil de 1870, Art. 222; y Código civil de 1884, Art. 211.
18 Antes de 1884 privaba la testamentación forzosa, por lo que la legislación en mate-
ria de sucesiones era muy parecida a la existente en el derecho hispano. Al igual que en los
siglos anteriores, las leyes dictadas en marzo y agosto de 1857 establecían que el testador
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 247
no podía heredar libremente, pues un alto porcentaje, que se denominaba porción legítima,
debía destinarse a los herederos en línea recta. La situación cambió con la promulgación
del segundo código civil, que estableció la libertad de testar. (Código civil de 1884, Art. 3324.)
19 Código civil de 1884, Art. 3575.
20 Consigna el código penal que cometía el delito de bigamia el que habiéndose casa-
do con otra persona en matrimonio válido y no disuelto todavía contraía nuevas nupcias
con las formalidades que exigía la ley. Por tanto, sólo castigaba a los bígamos que se casa-
ban ante el registro civil (Código penal de 1871, Art. 831). Lo mismo sucede en el caso del
adulterio, pues sólo podían cometer este delito los individuos casados por la vía reconoci-
da legalmente (Código penal de 1871, Arts. 816-830).
21 Para el derecho del Antiguo Régimen, no todos los hijos ilegítimos ocupaban el mis-
les correspondían las cuatro quintas partes de los bienes; si dejaba únicamente hijos natura-
les sólo les tocaban dos tercios, y a los espurios la mitad; si concurrían hijos legítimos o
legitimados con naturales y espurios, la repartición favorecía a los primeros (por ejemplo,
si concurrían hijos legítimos o legitimados con hijos naturales, se consideraba como legíti-
248 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
ma de todos ellos las cuatro quintas partes de los bienes, pero no tocaba la misma propor-
ción a los primeros que a los segundos; o concurriendo hijos legítimos con espurios, la legí-
tima de los cuatro quintos pertenecía exclusivamente a los primeros, y los segundos sólo
tenían derecho a “alimentos”). (Código civil de 1870, Arts. 3460-3467.) Como se ha dicho, el
código civil de 1884 dejó al individuo en libertad de disponer de sus bienes, siempre y cuan-
do dotara de “alimentos” al cónyuge, descendientes y ascendientes. (Código civil de 1884,
Art. 3324.) Si bien hasta aquí no se marca diferencia alguna entre hijos legítimos e ilegíti-
mos, la divergencia se introduce respecto a la sucesión legítima, es decir, cuando no había
testamento o el que existía se consideraba nulo. En este caso, la herencia se repartía en par-
tes iguales entre los hijos legítimos o legitimados; si concurrían con naturales, la división se
hacía deduciendo un tercio de la porción que correspondería a los naturales para acrecen-
tar la divisible entre los legítimos; y si concurrían con espurios, los segundos sólo tenían
derecho a recibir “alimentos”. (Código civil de 1884, Arts. 3591-3602.)
23 Por ejemplo, las penas contempladas para el delito de infanticidio iban de cuatro a
circunstancias y sólo con el fin de terminar con algunas de las obligaciones derivadas del
matrimonio. (Código civil de 1870, Arts. 239-243; y Código civil de 1884, Arts. 226-227.)
27 La indisolubilidad del matrimonio formaba parte de las ideas de Santo Tomás y de
otros teólogos, que lo consideraron como un vínculo perpetuo y del cual nacían las obliga-
ciones de cohabitación, de fe conyugal, de solución del débito, de educación de la prole y
de mutuo auxilio. Así lo definió el Concilio de Trento, cuya resolución se basó en las doctri-
nas de San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Pablo. Estos postulados fueron tomados
por los legisladores del mundo hispano. Por ejemplo, en las Siete Partidas, se le define como
el ayuntamiento de marido y de mujer hecho con la intención de vivir siempre en uno.
(Véase Gutiérrez, Nuevo código de la Reforma, t. II, p. 2 y 6.)
28 Couto, op. cit., v. I., p. 178.
29 Código civil de 1884, Arts. 343 y 345.
30 Código civil de 1884, Arts. 75 y 78.
31 Código civil de 1884, Art. 325.
32 Código civil de 1884, Art. 326.
250 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
33 Código civil de 1870, Art. 159, y Código civil de 1884, Art. 155.
34 Teólogos y canonistas del catolicismo suscriben que el matrimonio fue instituido
para propagar el género humano, por lo que el acto conyugal es esencial e indispensable
entre los casados. Así, consideran que cuando marido y mujer lo realizan con este fin no
hay pecado alguno. Incluso, sostienen que los cónyuges quedan obligados a pagarse mu-
tuamente el débito conyugal, pues sólo así se cumple el objeto de la unión. (Véase Gutiérrez,
op. cit., p. 15-16.)
35 Código civil de 1870, Art. 280; y Código civil de 1884, Art. 257. Así lo contemplaban
también algunos cuerpos hispanos, por ejemplo las Siete Partidas en el caso de impotencia
perpetua y previa al matrimonio. (Véase Gutiérrez, op. cit., p. 170.)
36 Por ejemplo, en las Siete Partidas se exigía a los varones tener más de catorce años y
a las mujeres más de doce, pues según los médicos antes de dicha edad estaban incapacita-
dos para procrear. Sin embargo, se admitía que en algunos menores “la naturaleza podía ade-
lantarse” y que si tenían capacidad de engendrar también debían tener permiso de casarse,
idea con la cual coincidieron las leyes canónicas. (Véase Gutiérrez, op. cit., p. 14 y 23.) A partir
de ello, sostuvieron juristas decimonónicos (como Ricardo Couto) y estudiosos contemporá-
neos (como Guillermo Margadant), que lo mismo sucedía en el derecho moderno, es decir,
que no se brindara la oportunidad de casarse a los menores de edad se debía a que éstos no
eran aptos para la procreación. (Couto, op. cit., v. I., p. 180-181; y Margadant, op. cit., p. 30.)
37 Así lo entendió Joaquín Escriche quien, anotando a Jeremías Bentham, escribió que
no se debía otorgar licencia para casarse a los individuos que por su corta edad no pudie-
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 251
ran conocer el valor del contrato y entrar en posesión de sus bienes. Así lo consideró tam-
bién Blas José Gutiérrez, quien se preguntó: si se ha resguardado a los menores de contratos
de menor trascendencia que el matrimonio, ¿por qué se deberá conceder mayor libertad con
probable perjuicio al menor de catorce o doce años, para que se obligue durante la vida, sin
contar siquiera con la capacidad necesaria para saber a qué se obliga? (Gutiérrez, op. cit., 24.)
38 La condición de la mujer en el campo del derecho familiar porfiriano ha sido trata-
da por autores como Álvarez de Lara, “Los alimentos”, 1985; Brena Sesma, Los regímenes
patrimoniales; Macedo, “Supervivencia del derecho colonial en el régimen matrimonial”;
Morineau, “Situación jurídica de la mujer en el México del siglo XIX” y “Situación de la
mujer en el México decimonónico”; Muñoz de Alba, “La condición jurídica de la mujer en
la doctrina mexicana del siglo XIX”; Pérez Duarte y Noroña, “Los ‘alimentos’ en la historia
del México independiente”; y Sánchez Medal, Los grandes cambios en el derecho de la familia
en México.
39 Código civil de 1870, Art. 201; y Código civil de 1884, Art. 192.
40 Código civil de 1870, Art. 205; y Código civil de 1884, Art. 196.
41 Código civil de 1870, Arts. 207, 2109 y 2156-2179; y Código civil de 1884, Arts. 198 y
2023-2046.
42 Consigna el código civil que, para efectos legales, el domicilio de la mujer era el del
marido. (Código civil de 1870 y Código civil de 1884, Art. 32.) Más adelante establece como
obligación de la esposa habitar con su marido. (Código civil de 1870, Art. 199; y Código civil
de 1884, Art. 190.) Quedaba exenta de esta obligación sólo si así se había pactado en las
capitulaciones matrimoniales o si era eximida por los tribunales, pero únicamente si se tra-
taba de una mudanza al extranjero. (Código civil de 1870, Art. 204; y Código civil de 1884, Art.
195.)
252 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
43 Código civil de 1870, Art. 426; y Código civil de 1884, Art. 399.
44 Código civil de 1870, Art. 77; y Código civil de 1884, Art. 72.
45 Ley de extranjería y naturalización, dictada el 28 de mayo de 1881, en Legislación mexi-
cana, t. XVII, p. 475-479; y en García, Manual de la Constitución Política Mexicana y colección de
leyes relativas, p. 74-86.
46 Este proceso se inició antes de la adopción del derecho moderno o liberal. Por ejem-
plo, si las Siete Partidas concedían al abuelo la patria potestad sobre hijos y nietos, la Novísima
Recopilación emancipó al hijo por el hecho de casarse y cortó la liga jurídica entre abuelos y
nietos (Margadant, op. cit., p. 47).
47 Ibidem, p. 47.
48 Código civil de 1870, Art. 165; y Código civil de 1884, Art. 161.
49 Código civil de 1870, Art. 389; y Código civil de 1884, Art. 363.
50 Véase Álvarez de Lara, op. cit., p. 66.
51 Véase Brena Sesma, La libertad testamentaria, p. 120.
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 253
tad de corregir y castigar a sus vástagos.52 Por otro lado, el código pe-
nal contemplaba la pena capital para los parricidas o los individuos que
terminaran con la vida de alguno de sus ascendentes en línea recta,
pero esta consideración no se aplicaba en el caso de los descendientes,
es decir, si un padre mataba a su hijo no merecía más que la pena apli-
cada al simple homicida. 53
En síntesis, los legisladores mostraron simpatía hacia la familia
sustentada en el matrimonio, lazo al que consideraron como indisolu-
ble. Por otro lado, la dotaron de un esquema patriarcal, otorgando al
varón amplios derechos sobre la mujer, los hijos y los bienes.
52 Sin embargo, debía hacerlo de forma templada y mesurada. (Código civil de 1870, Art.
396; y Código civil de 1884, Art. 370.) Además, se le quitaba la patria potestad si imponía casti-
gos demasiado severos. (Código civil de 1870, Art. 396; y Código civil de 1884, Art. 370.)
53 Código civil de 1870, Arts. 567-568.
54 La Constitución parte justamente del reconocimiento de que “los derechos del hom-
bre son la base y el objeto de las instituciones sociales” y les dedica la primera sección. O
bien, el código de procedimientos penales incluye diversas garantías para los procesados,
por ejemplo, contar con una adecuada defensa y un juicio justo. (Código de procedimientos
penales de 1880, Arts. 161-162; y Código de procedimientos penales de 1894, Arts. 107-116.) Como
último ejemplo podemos aludir al código civil, que buscaba garantizar la libertad de con-
trato y la propiedad individual; y con la intención de dotar de un amplio significado a es-
tas premisas, el código de 1884 eliminó el principio de la herencia forzosa y adoptó la liber-
tad de testar. (Respecto a este cambio véanse Brena Sesma, La libertad testamentaria; Galindo
Garfias, op. cit., y González, op. cit.)
254 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
55 Esta idea la han desarrollado autores como Norbert Elias o Peter Gay, (Elias, El pro-
p. 160.
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 255
riña, “a que se ven arrastrados los combatientes por la fuerza casi irre-
sistible de la preocupación vulgar”, no podían recibir el mismo castigo
que los ocurridos en “un combate en que los peligros son iguales para
entrambos, en que no hay fraude ni violencia, en que no hay ventaja, en
que todo se hace ante testigos imparciales y en virtud de un pacto pre-
vio, que es cumplido con lealtad”.57 Por tanto, si el agredido o el desa-
fiado recibía una sanción de seis años para un homicidio cometido en
riña, sólo era merecedor de la mitad de la pena si lo había cometido
en duelo.58 Lo mismo se observa para el delito de lesiones. Tratándose
de heridas que dejaban a la víctima incapacitada para trabajar, ciego o
mudo, el individuo que no había provocado el enfrentamiento merecía
tres años de prisión si había causado el daño durante una riña y la
mitad del tiempo si lo había provocado durante un duelo.59
El único resquicio que los legisladores dejaron al estallido de pa-
siones o, lo que es lo mismo, la única reacción impulsiva que mere-
cería su comprensión, era la resultante de la defensa del honor. Es
decir, entendían que el individuo reaccionara de forma irracional
cuando veía su honor mancillado o amenazado. Esta consideración
es otro factor que explica la tolerancia que tenían hacia el delito de
duelo, pues para que un enfrentamiento fuera considerado como tal era
condición que se celebrara por la “defensa del honor” y por una “causa
moral”.60 La defensa del honor también justificaba otros delitos, lo cual
se refleja en la disminución de las penas que se contemplaban para
los delitos cometidos en su nombre. Al igual que en el derecho vigen-
te en la etapa colonial —aunque en menor medida— se justificaba
que el individuo matara a su esposa o a su hija si las sorprendía al
momento de realizar el acto carnal,61 y el que lo hacía recibía casi la
mitad de la pena que se aplicaría a un homicidio cometido en otras
circunstancias.62
Ahora bien, para que el hombre pudiera mantener el autocontrol,
los legisladores buscaron eliminar los escenarios o las circunstancias
que, en su opinión, coadyuvaban en la pérdida de la razón o la tem-
57 Código penal de 1871, Exposición de motivos del libro tercero: de los delitos en parti-
cular. Duelo.
58 Ibidem, Arts. 552-553 y 587-614.
59 Ibidem, Arts. 511 - 539 y 587-614.
60 Ibidem, Exposición de motivos del libro tercero. Duelo.
61 En el derecho hispano, el marido era exonerado si mataba a su mujer y su amante al
mitiéndoles abrir exclusivamente durante la jornada laboral (de seis a seis) y en días hábi-
les—; eliminar mesas o música del interior de los locales; exigir a los consumidores que
permanecieran en ellos sólo el tiempo estrictamente necesario para consumir el líquido, y
prohibirles el “excederse en la bebida hasta el grado de embriaguez” y “provocar escánda-
lo”. Finalmente, dado que se preocupaban por cuidar la imagen de la ciudad y dotarla de
un “aspecto civilizado”, se exigió a las pulquerías mantener su puerta cerrada y se prohibió
a los parroquianos consumir la bebida en los portales o calles aledañas. (Reglamento de
pulquerías, 25 de noviembre de 1871, en Legislación mexicana, t. XI, Medida 6957, p. 590-592;
Reglamento de pulquerías, 24 de octubre de 1873, en Legislación mexicana, t. XII, Medida 7205,
p. 507-509; y Reglamento de pulquerías, 27 de noviembre de 1884, en Legislación mexicana, t.
XVII, Medida 9107, p. 78-80.)
65 En los primeros años del porfiriato, las corridas de toros estuvieron prohibidas. Más
tarde se permitieron, pero bajo reglas precisas. Véanse, por ejemplo: Reglamento de corridas
de toros, 28 de febrero de 1887, en Legislación mexicana, t. XVIII, Medida 9804, p. 33-35; Regla-
mento de corridas de toros, 8 de enero de 1895, en Legislación mexicana, t. XXV, Medida 12891,
p. 4-6; y Reglamento de corridas de toros, 16 de enero de 1898, en Legislación mexicana, t. XXIX,
Medida 14356, p. 20-28.
66 Esta idea ha sido propuesta por autores como Fanni Muñoz quien, en un trabajo
dedicado a la ciudad de Lima, Perú, sostiene que la elite modernizante tomó las diversio-
nes públicas como vehículo para educar a la población. Con el fin de inculcar en los ciuda-
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 257
danos costumbres y conductas que consideraba como propias de una nación civilizada, pug-
nó por eliminar las festividades religiosas o populares en las cuales, en su opinión, se fo-
mentaba el espíritu violento, licencioso, libertino, haragán y, en cambio, impulsó activida-
des “acordes a las ideas modernas”, como el teatro culto, el ballet, los conciertos de música
clásica o los deportes. (Muñoz Cabrejo, “Las diversiones y el discurso modernizador”.)
67 Medidas para reprimir la embriaguez, 16 de junio de 1879, en Legislación mexicana,
Latinoamérica), ha sido tratado por diversos autores, como Carner, “Estereotipos femeni-
nos en el siglo XIX”; Nash, “La mayoría marginada: las mujeres en el siglo XIX y primer
tercio del XX”; Radkau, “Imágenes de la mujer en la sociedad porfirista. Viejos mitos en
ropaje nuevo” y “Hacia la construcción de lo eterno femenino”; Ramos Escandón, “Mujeres
mexicanas: historia e imagen. Del porfiriato a la revolución”, “Señoritas porfirianas: mujer
e ideología en el México progresista 1880-1910” y “Mujeres de fin de siglo. Estereotipos fe-
meninos en la literatura porfiriana”; y Smith Rosenberg Carroll y Charles Rosenberg, “El
animal hembra: puntos de vista médicos y biológicos sobre la mujer y su función en la Amé-
rica del siglo XIX”.
70 Para la situación jurídica de la mujer en la época colonial véanse Gonzalbo Aizpuru,
les de 1894, Arts. 258-399; Ley de jurados en materia criminal, junio 24 de 1891, que entró en
vigor el 1 de agosto de 1891, en Legislación mexicana, 1898, t. XXI, n. 11 228, p. 494-513, y
en Memoria del Ministro de Justicia, 1892, Documento número 46, p. 62-95; Ley de organización
de tribunales, septiembre 15 de 1880 y que entró en vigor el 1 de noviembre de 1880, en
Memoria del Ministro de Justicia, 1881, Documento número 46, p. 41-54; Ley de organización
judicial para el Distrito Federal y territorios federales, septiembre 9 de 1903, que entró en vigor
el 1 de enero de 1904, véase Ley de organización judicial, 1903, o buscarla en Memoria del Mi-
nistro de Justicia, 1910, Documento número 70, p. 247-281; y el Reglamento de la Ley Orgánica
de Tribunales, noviembre 30 de 1903, véase Reglamento de la Ley Orgánica de Tribunales, 1903,
o buscarla en Memoria del Ministro de Justicia, 1910, Documento n. 73, p. 295-329.
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 259
74 Código civil de 1870, Art. 206; y Código civil de 1884, Art. 197.
75 Excepto que los tribunales le extendieran una venia por ausencia o interdicción de
su marido. (Código de comercio de 1890, Art. 8.)
76 Ibidem, Art. 10.
77 Ibidem, Art. 11.
78 Reglamento de policía.
79 Código civil de 1870, Art. 734; y Código civil de 1884, Art. 678.
80 Carreño, op. cit., p. 382.
260 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
81 Esta idea ha sido desarrollada por autores como Carner, op. cit.; Nash, op. cit.; Radkau,
menor respeto por lo que la moral cristiana prescribía, el adulterio masculino no era tomado
en cuenta por la ley civil. Podía el confesor reprender a los penitentes y recordarles la grave-
dad de su pecado, igual a los ojos de Dios que el cometido por las mujeres; pero la mirada de
la ley, como la de la sociedad, era mucho más indulgente en estos casos.” Mientras el derecho
canónico determinaba que la esposa podía acusar de adulterio a su marido, la ley española
se lo prohibía, disponiendo que la acusación podría hacerla algún pariente o vecino en su
nombre. Si se le comprobaba amancebamiento, el castigo era que un quinto de los bienes
pasaran a la mujer. Pero generalmente la pena no se aplicaba y sólo se le obligaba a regre-
sar con su esposa. (Gonzalbo Aizpuru, Familia y orden colonial, p. 63.)
83 Código civil de 1870, Arts. 241-242; y Código civil de 1884, Art. 228.
84 Código civil de 1870, Art. 276; y Código civil de 1884, Art. 253.
85 Código civil de 1870, Art. 3428; y Código civil de 1884, Art. 3291.
LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 261
Consideraciones finales
FUENTES
Publicaciones periódicas
Folletería
Cuerpos legales
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LAS TABLAS DE LA LEY EN LA ERA DE LA MODERNIDAD 269
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MANUALES DE CONDUCTA, URBANIDAD Y BUENOS
MODALES DURANTE EL PORFIRIATO
NOTAS SOBRE EL COMPORTAMIENTO FEMENINO
Uno de los textos que mayor influencia tuvo en las formas de com-
portamiento de las nacientes sociedades independientes de América,
entre ellas México, que buscaban consolidar una nueva identidad, fue
el Manual de urbanidad y buenas maneras del venezolano Manuel Anto-
nio Carreño, escrito en 1854. En la segunda mitad del siglo XIX, el Ma-
nual se insertó en el proceso de construcción nacional, es decir, este
texto hizo evidente la necesidad de la(s) nueva(s) nación(es) de poder
ser gobernada(s) por autoridades legítimas y leyes admitidas en los
nuevos espacios políticos.
La reflexión sobre la educación, que fue una constante preocupa-
ción de la mayor parte de los gobernantes desde el siglo XVI, en el si-
glo XIX manifiesta una intención de asimilar la “civilización” europea
como un antídoto contra lo que se concebía como “barbarie”, de igual
manera que inculcar una religión, una moral y unos hábitos conso-
nantes con tal idea de civilización. Después de la revolución francesa
era claro que la igualdad política debía otorgar una educación básica
a todos los ciudadanos. En su tierra de origen, Venezuela, el Manual
se explica, tras el fracaso de la Gran Colombia, dentro del proyecto
escolar, Instrucción cívica. Nociones de instrucción cívica y moral para alumnos de escuelas prima-
rias de la república dice: “Buscando el camino más práctico nos dirigimos al niño, al hogar
como la primera sociedad legítimamente constituida, de la cual él sabe que es un miembro
subordinado, sus padres legislan, hacen cumplir sus disposiciones y castigan a infractores.
Nace la idea de gobierno con sus tres formas diferentes bajo las cuales se manifiesta el
poder.”
274 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
5 Agradezco al doctor Gabriel Restrepo las notas iniciales de su tesis doctoral sobre el
Carreño en Colombia que han sido de invaluable ayuda para esta investigación.
6 Hale, La transformación del liberalismo a finales del siglo XIX, p. 241.
7 Locke, Thoughts, citado por Leites en La invención de la mujer casta, p. 42.
8 Hale, op. cit., p. 277.
MANUALES DE CONDUCTA, URBANIDAD Y BUENOS MODALES 275
9 Ibidem, p. 253.
10 Gabriel Restrepo, al referirse a su trabajo sobre el Carreño, en el Boletín de historia de
la educación latinoamericana, n. 5, julio de 1997, p. 58.
11 Restrepo, op. cit.
276 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
reglas de conducta que les prepararían para actuar y sentir de una for-
ma adecuada a su posición”. En cuanto a las mujeres pondrían, ade-
más, límites a su comportamiento en público, retomando esta tarea que
había sido una preocupación de la Iglesia, especialmente en el siglo XIX,
cuando la categoría de mujer, para los sectores medios, sólo tenía dos
alternativas: ser mujer respetable o ser prostituta. Los manuales de ur-
banidad y moralidad alentaron enormemente la propia vigilancia de
los jóvenes, haciendo creer a sus lectores que estaban constantemente
bajo el ojo escudriñador de otros. En la mayoría de estos textos se pone
de manifiesto una intención de coadyuvar al progreso intelectual y mo-
ral de la sociedad, en el entendido de que la felicidad solamente puede
lograrse con el apego a los cánones establecidos y trasmitidos en ellos.
Señalaba a los jóvenes los “medios de felicidad que están a su alcance”,
misma que se conseguía exclusivamente mediante el cultivo de las vir-
tudes, que quedaban explícitas mediante constantes referencias y ejem-
plos proporcionados por la historia.12
República, p. 36.
15 Amar y Borbón, Discurso sobre la educación física y moral de las mugeres, p. I.
MANUALES DE CONDUCTA, URBANIDAD Y BUENOS MODALES 279
ya que considera que “la mala crianza de la mitad del género humano
(es decir de las mujeres) hace mucho más daño a los hombres, ya que
de los desórdenes femeninos provienen los malos comportamientos
y las pasiones masculinas”, además de que un exceso en su educación
las podría conducir a una curiosidad imprudente, que en el caso fe-
menino podría ser perjudicial.16
Para Fenelon la educación femenina debía limitarse a ciertas ense-
ñanzas adecuadas a este sexo, pues si se las dejaba crecer intelectual-
mente podrían trastocar el orden establecido en cuanto a la estratifi-
cación social y al desarrollo de las buenas costumbres sociales:
Las mugeres están sujetas igualmente que los hombres a las obliga-
ciones comunes a todo individuo, quales son la práctica de la Religión,
y la observancia de las leyes civiles del país en que viven. A mas de
estos tienen las particulares del estado que abrazan, y de la circuns-
tancia en que se hallan; es decir, que no hay en este punto diferencia
alguna entre ambos sexos, y que por consiguiente ambos necesitan de
una instrucción competente para su entero desempeño.
Las obligaciones del matrimonio son muy extensas, y su influxo
da sobrado impulso al bien o daño de la sociedad general; porque el
orden ó desorden de las familias privadas trasciende y se comunica á
la felicidad y quietud pública...20
19 Ibidem, p. XXXIX.
20 Ibidem, p. XI y XII.
21 Ibidem, p. XIII.
22 Ibidem, p. XXIII.
MANUALES DE CONDUCTA, URBANIDAD Y BUENOS MODALES 281
de sus facultades y de sus virtudes que son las que forman su patri-
monio”.23
El queretano Septién escribe para la juventud, puesto que consi-
dera a ésta la etapa “más arriesgada y más expuesta a la perversión y
al engaño”, aunque también la edad en la que los beneficios de la edu-
cación son mayores.24 Sus máximas tienen por “único fin el bien públi-
co”, para ilustrar la ignorancia de la niñez y contener el fogoso ímpetu
de la juventud.25 Las Máximas están inspiradas en las Sagradas Escritu-
ras. Su objetivo es muy claro. Desea que los niños de la nueva nación
independiente, esto es de México, aprendan a ser “políticos cristianos”
y puedan servir tanto a la religión como al Estado.26 Por política en-
tiende lo que podría ser otra definición de urbanidad, “la ciencia
importantísima que regla los deberes de la sociedad, enseñándonos a
medir y proporcionar nuestras acciones en orden a merecernos el apre-
cio y estimulación de las personas con quienes tratamos y a que nunca
puedan justamente notarnos de hombres groseros y sin educación”.27
Las Cartas sobre la educación del bello sexo de la señora Ackermann
están dirigidas a las señoras de la Sociedad de Beneficencia Pública
de Buenos Aires, quienes seguramente se dedicaban a la educación de
las niñas pobres. El editor espera que el texto “produzca mucha
utilidad en los países independientes de América”. 28 Sus objetivos son
propagar la “buena moral”, reformar la educación e inspirar a las
americanas el deseo de llevar adelante tan importante empresa. Esta
autora plantea que el ejemplo de los sabios puede servir para hacer-
nos sabios. Su visión de la mujer y de la educación es progresista; ve
en ella la capacidad de gobernar y dedicarse a la ciencia. Su trabajo
está inspirado en lo que observó a lo largo de un recorrido por los
países de Europa que, sin duda, la conmocionó:
29 Ibidem, p. VI.
30 Staffe, Indicaciones prácticas para alcanzar reputación de mujer elegante, p. 108 y 80 a 83.
MANUALES DE CONDUCTA, URBANIDAD Y BUENOS MODALES 283
Mary Poovey señala que la idea de la mujer decente fue una creación
de la sociedad burguesa, una sociedad hecha por hombres para hom-
bres.35 Efectivamente, son muchos los manuales en que las reglas están
p. 148.
284 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
Los periódicos neoyorquinos aconsejaban a las damas de sociedad conducir un auto en lu-
gar de caminar por Central Park, lo cual era más respetable puesto que los carros podían
guardar distancias del público. Esto también les permitía utilizar vestidos de seda y mos-
trarlos, p. 99 y 101.
41 Berger, Ways of Seeing, p. 47, citado por Montgomery, op. cit., p. 117-118.
286 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
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MANUALES DE CONDUCTA, URBANIDAD Y BUENOS MODALES 289
Género y modernidad
1 Landes, “The Public and the Private Sphere: A Feminist Reconsideration”, en Feminists
Read Habermas, p. 95, y Habermas, The Structural Transformation of the Public Sphere.
2 Por relaciones de género entiendo aquí la forma de relación oposicional, dinámica,
que se construye social e históricamente entre individuos de sexo distinto, y que, como ha
señalado Joan Scott, “no constituyen características inherentes sino subjetivas”. Véase Scott,
Gender and the Politics of History, p. 39.
292 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
6 Sobre la prescripción de las conductas femeninas véase Torres Septién, “Los manua-
les de conducta como historiografía”, en Historia y Grafía, 1999, p. 167-190. Sobre las con-
ductas femeninas desviantes o delincuentes véase Speckman, “Las flores del mal” en Histo-
ria Mexicana, p. 183-229.
7 Para la influencia de los pensadores positivistas en México, véase Zea, “El posi-
tivismo” en Estudios de Historia de la Filosofía en México, 1963. Allí, Zea afirma: “El comp-
tismo, en sentido estricto, subordinaba el individuo a la sociedad en todos los campos de
lo material. Tal era el sentido de la sociocracia de Comte, tal establecía su política po-
sitiva”, p. 257-258.
294 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
sus miembros tuvo una significación particular, en especial para las re-
laciones entre ellos y ellas, y sobre todo para el proceso de construcción
de la diferencia sexual, es decir el proceso de diferenciación genérica.8
Esta construcción de la diferencia genérica puede explorarse en las
publicaciones y artículos, dirigidos a un público mayoritariamente fe-
menino, publicados en la ciudad de México.
Pensando en la mujer
diferencia sexual, en Scott, “Género, una categoría útil para el análisis histórico”, en El géne-
ro, la construcción cultural de la diferencia sexual, p. 265-302, y Scott, “Historia de las mujeres”
en Formas de hacer historia, p. 59-88. Para un enfoque feminista en el análisis historiográfico
véase Thurner, “Subject to Change: Paradigms of US Feminist History”, en Journal of Women’s
History, p. 1-15.
9 Véanse por ejemplo: Hale, La transformación del liberalismo en México a fines del siglo
XIX, p. 279-298; Dumas, Justo Sierra y el México de su tiempo; Zea, El positivismo en México;
Villegas, Positivismo y Porfirismo, y Zea, Del liberalismo a la revolución en la educación mexicana.
10 Véase Scott, Gender and the Politics of History, p.38.
11 Gayle, “El tráfico de mujeres: notas sobre la economía política del sexo”, en El géne-
Mujeres positivas
12 Esta teoría de la evolución, tan cara a la ideología del positivismo mexicano, revela
cunstancia mexicana”.
296 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
14 Ramos Escandón, “The Social Construction of Wife and Mother: Women in Porfirian
Mexico: 1880-1917”.
15 Molina Enríquez, Los grandes problemas nacionales, p. 75.
16 Este concepto, ya clásico, fue articulado por Simone de Beauvoir en El segundo sexo,
Género y legislación
génesis del crimen en México; Molina Enríquez, Los grandes problemas nacionales; Lara y Pardo,
La prostitución en México; Bulnes, Los grandes problemas de México.
298 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
sin embargo, al respecto cabe apuntar que el cambio central en este sentido sigue los
lineamientos del Código Napoleónico que en México se implanta con los códigos civiles de
1870 y 1884. Al respecto véanse Arrom, “Changes in Mexican Family Law in the Nineteenth
MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 299
Century”, p. 87-102; Muñoz de Alba, “La condición jurídica de la mujer en la doctrina mexi-
cana del siglo XIX”, p. 813; Arrom, “Cambios en la condición jurídica de la mujer en el México
del siglo XIX”, p. 493-518; Morineau, “Situación jurídica de la mujer en el México del siglo XIX”,
p. 42-43.
20 Ramírez, La mujer en el matrimonio, breves reflexiones escritas para un álbum de boda.
21 Ibidem, p. 15.
300 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
refugio del hombre frente a las decepciones del mundo. Así, Ramírez
propone una separación de las esferas pública y privada, con la cual
la mujer resulta constreñida a la esfera privada y alejada completa-
mente de los aspectos de la vida pública. La separación esquemática
y tajante de los roles femenino y masculino encuentra eco en Ramírez,
para quien el hombre es “por naturaleza” arrogante y orgulloso,
firmísimo pilar de convicciones que, sin embargo, “se ve caer vencido
al brillo de una mirada”.22
En esta descripción de lo que son las relaciones entre hombres y
mujeres está implícita una concepción de la mujer en la que ésta apare-
ce como objeto de la adoración masculina. Para la mujer, esto implica
un estereotipo de comportamiento en donde sus acciones y decisiones
tendrían que adaptarse al concepto idealizado de femineidad que pre-
senta Ramírez, para quien el sentimiento que organiza la totalidad de
la vida de la mujer es la religiosidad. Esta concepción de lo femenino,
permeada de religión, tuvo un efecto importante sobre una variedad
de círculos, no sólo católicos, sino también laicos, como demuestra el
hecho de que este libro esté firmado por un civil, no por un sacerdote.
Obras como la de Ramírez fueron muy frecuentes, siguieron aparecien-
do a lo largo del porfiriato y, en ocasiones, la diferencia entre el discur-
so civil y el religioso con respecto a la mujer es sólo de matiz. Ambos
están permeados de una concepción casi mística de lo que debe ser una
mujer y ambos coinciden también en el intento de imponer a las mu-
jeres conductas que obedezcan únicamente a su papel reproductor. La
imagen es la de una mujer etérea, intangible, cuya concepción es so-
bre todo producto de un imaginario masculino que, prácticamente, no
toma en cuenta la experiencia que vivieron las propias mujeres.
A este tipo de idealización de la mujer, expresado en el alambica-
do estilo de la época, obedecen las obras de Ramírez, de Ignacio
Gamboa y de Antonio de Paula Moreno.23
La obra de Gamboa, La mujer moderna, pretende partir de un rigor
científico al preguntarse por los orígenes mismos de la vida en la tie-
rra, y acepta el principio del progreso humano, pero rechaza de plano
el darwinismo como una “trama rebuscada y sostenida sistemá-
ticamente, atropellando las conclusiones del buen sentido”,24 para
contrariar la verdad de Dios revelada a los hombres. Así, a pesar de
22Ibidem, p. 18.
23 Ibidem; Gamboa, La mujer moderna; De Paula Moreno y Elizalde, La mujer. Ambos
libros pertenecieron a Genaro García y forman parte del acervo de la Benson Latin American
Collection de la Universidad de Texas en Austin.
24 Gamboa, op. cit., p. 99.
MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 301
27
Ibidem, p. 33.
28
La Mujer. Periódico de la Escuela de Artes y Oficios, dirigido por G. L. Rubin y Ramón
Manterola, 15 de abril, 1880, p. 2.
MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 303
Genaro García hace una defensa de la mujer, de sus derechos, con cla-
ros tonos de liberalismo clásico, es decir, sigue el principio fundamen-
tal del liberalismo que entiende que cada individuo, por el hecho de
ser miembro de la sociedad, debe disfrutar de igualdad de derechos
con sus semejantes.31 Basado en esta idea, reflexionó sobre la situa-
ción de la mujer y de sus derechos civiles según el Código de 1884. En
efecto, García defendió en su examen profesional de licenciado en de-
recho, del 15 de diciembre de 1890, su trabajo La desigualdad de la mu-
alcance de este ensayo. Para una definición conceptual y de matiz entre liberalismo clásico
y moderno véase Bobbio, Diccionario de Política, p. 343-349, y Abbagnano, Diccionario de Fi-
losofía, p. 737.
304 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
jer, publicado en 1891.32 Ese mismo año publicó otra versión del tra-
bajo mucho más fundamentada y ampliada, intitulada Apuntes sobre
la condición de la mujer. 33
Genaro García (1857-1920) es bien conocido como abogado, histo-
riador, funcionario público y bibliófilo; sin embargo, sus ideas a favor
de los derechos de la mujer son poco conocidas, como es también des-
conocida la influencia que, en sus ideas feministas, tuvo Stuart Mill, a
quien leyó con cuidado, a la vez que tradujo a Herbert Spencer y se
inspiró en sus ideas para escribir sobre la condición de la mujer.34
En la primera de sus dos publicaciones sobre la mujer, Genaro Gar-
cía resulta un feminista convencido en la medida en que, explícitamente,
expresa su desacuerdo con la situación de la mujer y señala, apoyado
en un argumento del liberalismo clásico, la injusticia de la desigualdad,
y cómo la opresión de la mujer se ha mantenido desde los orígenes de
la humanidad debido a la feroz brutalidad del hombre.35
El feminismo de Genaro García debe valuarse en el contexto de su
tiempo,36 pues difiere de la mayoría de sus contemporáneos en su pers-
pectiva sobre la mujer al no aceptar la inferioridad femenina.37 Para él,
la situación de la mujer resulta aberrante y la única forma de explicarla
es histórica. El recorrido que hace por el pasado de la humanidad para
explicar este fenómeno le revela lo que hoy parece totalmente evidente,
pero que en su época resultaba una verdadera revelación: la opresión
de cada uno de estos opúsculos fueron localizadas en la Colección Genaro García, que guar-
da los papeles personales, folletería política y el catálogo de su biblioteca. La Colección
García se localiza en la Benson Latin American Collection, de la Universidad de Texas en Austin.
La autora agradece al comité de becas C. B. Smith el haber seleccionado su proyecto de
investigación para una beca de viaje que le permitió consultar dichos documentos. La bi-
blioteca entera de Genaro García fue vendida por la familia a la Universidad de Texas en
Austin en 1920 y allí se conserva. Sobre la biblioteca de García véase: Ramos Escandón,
“Genaro García. Portrait of a Book Collector”, p. 97-101.
33 García, Apuntes sobre la condición de la mujer.
34 García, “La condición jurídica de la mujer según Herbert Spencer” en El minero mexi-
cano, 25, 1886, p. 104-105, 115-117. Entre los libros que pertenecieron a la biblioteca de García,
conservados hoy en la Perry-Castañeda Library, por no referirse a América Latina, localicé
un ejemplar, en francés, de las obras de Stuart Mill, en donde García subrayó en rojo los
pasajes relativos a la mujer y anotó al margen “mujer” en las partes pertinentes.
35 García, La desigualdad, p. 3.
36 La palabra “feminismo” no aparece en los diccionarios antes de 1880. De la mujer se
dice que: “considerada desde el punto de vista de la historia natural, la mujer no difiere del
hombre solamente por el sexo. Difiere por su talla, su crecimiento y por la redondez de sus
formas”. Dictionnaire Universel des Sciences, des Lettres et des Arts, p. 676.
37 García dice haber seguido las ideas feministas de Stuart Mill en García, Notas sobre
mi vida, mecanoescrito, Genaro García Papers, folder 40, Benson Latin American Library,
University of Texas at Austin. Agradezco a Jane Garner, bibliotecaria de la Benson Latin
American Collection el acceso a este documento conservado entre las listas originales, para
la compra de la biblioteca, elaboradas en 1920.
MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 305
The Origins of the Family, Private Property and the State; Lerner, La creación del patriarcado.
41 Entre 1896 y 1899, Genaro García publicó dos traducciones del trabajo de Herbert
Spencer sobre el México Antiguo. Los hermanos García, Genaro y Daniel, editaron, traduje-
ron y corrigieron errores en el texto de Spencer consultando las fuentes originales, puesto
que Spencer, que no sabía español había usado traducciones al inglés de las fuentes
prehispánicas. Véase Genaro García, “Los antiguos mexicanos”, en Notas sobre mi vida,
mecanoscrito, Genaro García Papers, folder 40, Benson Latin American Library, University
of Texas at Austin.
42 García, “La condición jurídica de la mujer según Herbert Spencer”, p. 66-77.
306 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
Ley de Divorcio promulgada por Venustiano Carranza, pues si bien se conserva la idea de
que el adulterio femenino es mucho más nocivo que el masculino, en esta ley, por primera
vez, se establece el divorcio en el sentido moderno propiamente dicho, lo cual implica la
posibilidad de contraer nupcias y no una mera separación de cuerpos. La reglamentación
específica sobre estos puntos se dio en 1917 con la Ley de relaciones familiares. Véase
Carranza, Codificación de los decretos de Venustiano Carranza; Ley sobre relaciones familiares, ex-
pedida por el Jefe del Ejército Constitucionalista, encargado del Poder Ejecutivo de la Nación el 12 de
abril de 1917.
54 García, Apuntes sobre la condición de la mujer, p. 14.
55 Ibidem, p. 18.
56 Ibidem, p. 20.
57 Ibidem, p. 22.
310 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
ria como enfermedad netamente femenina a fines de siglo véase Showalter, The Female
Malady: Women, Madness and English Culture 1830 1980, reseñado en Ramos, “Historia, dis-
curso psiquiátrico e historia de mujeres” en Historias, p. 155-156.
62 La modernidad de esta argumentación queda de manifiesto en el hecho de que ese
mismo argumento fue esgrimido por las feministas mexicanas de los años treinta, según
recordaba Josefina Vicens. Véase Cano, Radkau y Ramos, Entrevista a Josefina Vicens, ciudad
de México, julio de 1987. Grabación. Tuñón Pablos, Mujeres que se organizan. El frente único
pro derechos de la mujer, p. 99-128.
MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 311
66 Ibidem, p. 71.
67 Ibidem, p. 51.
MUJERES POSITIVAS: LOS RETOS DE LA MODERNIDAD 313
Conclusión
FUENTES
Primarias
Secundarias
LANDES, Joan, “The Public and the Private Sphere: A Feminist Reconside-
ration” en Johanna Mehan (editora), Feminists Read Habermas, New
York, Routledge, 1995, p. 91-116.
LERNER, Gerda, La creación del patriarcado, Barcelona, Crítica, 1996.
MOLINA PETIT, Cristina, Dialéctica feminista de la Ilustración, prólogo de
Cecilia Amorós, Madrid, Anthropos, 1994.
MORINEAU, Marta, “Situación jurídica de la mujer en el Mexico del siglo
XIX” en Sara Bialostosky de Chazán et al., Situación jurídica de la mujer
en México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1975,
p. 42-59.
MUÑOZ DE ALBA, Marcia, “La condición jurídica de la mujer en la doctri-
na mexicana del siglo XIX” en Memoria del IV Congreso de Historia del
Derecho Mexicano, México, Universidad Nacional Autónoma de Méxi-
co, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1988.
NICOLSON, Linda, Gender and History, New York, Columbia University
Press, 1986.
316 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
TODOROV, Tzvetan, The Conquest of America, the Question of the Other, New
York, [s. e.], 1982.
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grafía” en Historia y Grafía, 1999, p. 167-190.
TUÑÓN PABLOS, Esperanza, Mujeres que se organizan: el frente único pro de-
rechos de la mujer 1935-1938, México, Porrúa, Universidad Nacional
Autónoma de México, 1992.
VILLEGAS, Abelardo, Positivismo y Porfirismo, México, Secretaría de Edu-
cación Pública, 1972.
ZEA, Leopoldo, El positivismo en Mexico, apogeo y decadencia, México, Fon-
do de Cultura Económica, 1968.
, Del liberalismo a la revolución en la educación mexicana, México, Bi-
blioteca del Instituto de Estudios de la Revolucion Mexicana, 1965.
, “El positivismo”, en Estudios de Historia de la Filosofía en México,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1963.
NOTAS SOBRE LA MORAL DOMINANTE A FINALES
DEL SIGLO XIX EN LA CIUDAD DE MÉXICO
LAS MUJERES SUICIDAS COMO PROTAGONISTAS
DE LA NOTA ROJA
sa capitalina. En términos generales, surgió una prensa de carácter mercantil con tirajes de
varios miles de ejemplares. Una pieza clave en estos cambios fue la figura del reportero,
muy ligada al concepto moderno de la noticia. Los grandes titulares de la nueva prensa se
referían a los suicidios y a las tragedias conyugales del momento, produciendo un discurso
vinculado a los proyectos político-culturales de los grupos dirigentes. Del Castillo, “Entre
la moralización y el sensacionalismo. Prensa, poder y criminalidad a finales del siglo XIX en
la ciudad de México”.
320 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
ro de 1901, consigna 3 casos de adulterio contra 217 robos y 13 homicidios, mientras que la
Cárcel General de la ciudad de México registró en marzo del mismo año entre sus causas
de ingreso 2 adulterios, contra 316 robos y 28 homicidios. Por otro lado, la Memoria del Con-
sejo de Gobierno, en su documento número 35, titulado “Mortalidad habida en la ciudad de
México. 1901-1905”registra 22 suicidios de un total de 50 930 defunciones.
LAS MUJERES SUICIDAS EN LA NOTA ROJA 321
3 Jordanova, Sexual Visions. Images of Gender in Science and Medicine between the Eighteenth
7 “Noticia de una mujer asesinada en la calle de San Juan de Letrán”, en Baluarte del
hombre libre, México, 5 de agosto de 1843, citado en Tuñón, El álbum de la mujer: antología
ilustrada de las mexicanas, p. 54.
8 En una investigación reciente que analiza el problema de la interpretación de las
primera mitad del presente siglo, reforzada, por supuesto, por las diferentes versiones cine-
LAS MUJERES SUICIDAS EN LA NOTA ROJA 323
Por otro lado, y planteadas así las cosas, se podía concluir en tor-
no a la necesidad de reducir a las mujeres al espacio de lo privado y
justificar, de esta manera, su alejamiento de la esfera de lo público:
“Podemos decir que su destino es amar, amar siempre, sin que ningu-
na otra satisfacción pueda reemplazar jamás esa imperiosa necesidad
de su alma […] De todo esto resulta que el hombre está destinado para
obrar y pensar, en tanto que el destino de la mujer consiste en amar.” 13
La tesis que postulaba la inferioridad intelectual de la mujer dis-
taba de ser una simple coartada masculina para justificar la opresión.
Por el contrario, formaba parte de un proceso cultural bastante com-
plejo, en el que se presentaban con frecuencia casos de mujeres, de
diferentes estratos sociales, que aceptaban su supuesta inferioridad y
la argumentaban de una manera bastante similar a la de sus compa-
ñeros de ruta porfirianos.
Al respecto, vale la pena citar a Matilde Montoya, la primera mé-
dica en la historia del país, la cual se refería al problema de la si-
guiente manera: “La experiencia de muchos siglos demuestra que la
mujer tiene un organismo más semejante al del niño que al del hom-
bre, pues su desarrollo no ha alcanzado el grado de perfección de
este último.” 14
a partir del concepto de debilidad constituye uno de los tópicos más frecuentes de la litera-
tura pediátrica del porfiriato. Entre otros, puede verse a Macouzet, El arte de criar y educar a
los niños, p. 76-78.
15 A principios del presente siglo, la prensa capitalina abarcaba las más diversas ten-
dencias políticas. En este artículo revisaremos dos de las líneas ideológicas y culturales más
representativas. Por un lado, la prensa liberal-positivista, representada por el diario El Im-
parcial, fundado en 1896 por el empresario Rafael Reyes Spíndola, miembro del grupo de
los llamados “científicos”, cercanos al grupo de Díaz. Por otro, el periódico El País, dirigido
por Trinidad Sánchez Santos a partir de 1899, representante del “catolicismo social”, ver-
LAS MUJERES SUICIDAS EN LA NOTA ROJA 325
tiente doctrinal impulsada por la encíclica Rerum Novarum en la década de los noventa, que
criticaba en forma severa la opción liberal y buscaba influir en el terreno social. Para los
católicos, Díaz representaba un dique frente a la amenaza del liberalismo más radical.
16 En el año de 1907, Carlos Roumagnac —periodista, detective y autor de varios de
los textos más importantes sobre la criminalidad en México a principios de este siglo— so-
licitaba la incorporación de los suicidios a las estadísticas criminales de la siguiente manera:
“También pediría que se incluyesen en los cuadros las noticias correspondientes al suicidio,
de gran interés en toda estadística de este género; pues si bien es verdad que tal acto no es
considerado como criminal por muchas legislaciones, entre ellas la nuestra, no cabe duda
tampoco de que sí es un acto inmoral, culpable o disculpable —no es el momento de diluci-
dar la cuestión— que está ligado con vínculos poderosos a los estudios criminológicos,
porque no ignoráis, señores, que hay quienes opinan que el suicidio, lo mismo que la pros-
titución, no vienen a constituir otra cosa que derivativos del crimen. Sea cual fuere la idea
que a este respecto se tenga, entiendo que el dato de los suicidios consumados o frustrados
no estará de más en nuestras estadísticas.” Véase Roumagnac, La estadística criminal en México,
p. 15-16.
17 El País, 15 de noviembre de 1907.
18 El Imparcial, 4 de enero de 1905.
326 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
Las causas aparentes de los suicidios son el amor, en el caso de las mu-
jeres, y el hambre, en el de los hombres. Todo suicida es un desequili-
brado, un neurasténico, y la solución terapéutica radica en el trabajo,
así que ya lo sabéis, señoritas cloróticas y jóvenes anémicos, buscad, vo-
sotras los trabajos domésticos y vosotros los trabajos varoniles.20
Con respecto al de Sofía Ahumada, puede consultarse un grabado en particular, que mues-
tra a la infortunada obrera en su espectacular caída.
24 El Imparcial, 1 de junio de 1899.
328 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
25 Ibidem.
LAS MUJERES SUICIDAS EN LA NOTA ROJA 329
a las 12.30 “no se hablaba de otra cosa en todos los círculos y reunio-
nes públicas de la ciudad”.26
Hasta aquí el diario católico coincide con la lectura psiquiátrica de
su rival, si bien eludiendo, como hemos señalado, el aspecto central
de la historia, esto es, las relaciones amorosas entre Sofía y Bonifacio.
Sin embargo, el periódico católico va mucho más allá, y desarrolla un
notable y significativo discurso en torno a las causas y repercusiones
del suicidio, el cual gira en torno a la responsabilidad ideológica de la
prensa positivista en la conducta de la población, y a las implicaciones
morales de la participación femenina en este tipo de sucesos.
El País señaló la existencia de una relación directa entre la influen-
cia de la prensa positivista gubernamental y el incremento de la inmo-
ralidad entre la población. Si antes el positivismo se propagaba sola-
mente en las aulas, con el resultado previsible de que los jóvenes
estudiantes comenzaran a suicidarse, el problema se incrementaba en
esta ocasión, debido a que la prensa “creada y apoyada” por el gobier-
no se difundía entre sectores más amplios de la población, con resulta-
dos por demás funestos, ya que dicha prensa no enseñaba al pueblo a
leer o a cultivarse, sino que, por el contrario, lo inducía al suicidio.
En este orden de ideas, lo más perjudicial de todo el asunto era
que esta influencia constituía un atentado contra lo más “precioso” que
poseía la nación mexicana: la “rectitud”, la “abnegación” y, por supues-
to, la “decencia” de la mujer.27
El mismo reportero de El País, en un párrafo magistral, entreteje
los argumentos a partir de los cuales un suicidio público podía resul-
tar doblemente deleznable para una cierta manera de enfocar los pro-
blemas sociales:
Una mujer que se arroja desde lo alto no sabe cómo caerá, y qué es-
pectáculo dará a la multitud. Pasa a la indecencia, al impudor, a la
bajeza, que consiste en abdicar de la inviolable dignidad del sexo y
convocar a la multitud, en pleno día y plena vía pública, a una exhibi-
ción vergonzosa. Pudiendo hundirse un hierro en el corazón, prefiere
un procedimiento cuya primera consecuencia será la exposición de su
desnudez.28
31Ibidem.
32El Imparcial, 4 de diciembre de 1909.
33 Ibidem, 5 de diciembre de 1909.
34 “[…] en toda la historia de la humanidad nunca se ha producido una revolución
más completa que la que ha tenido lugar desde mediados del siglo XIX en la visión y el
registro visual. Las fotografías nos dan una evidencia visual de cosas que ningún hombre
LAS MUJERES SUICIDAS EN LA NOTA ROJA 333
ha visto o verá nunca directamente […] El siglo XIX empezó creyendo que lo razonable era
cierto y terminó convencido de que era verdadero todo aquello que aparecía en una foto-
grafía”, W. M. Ivins, Imagen impresa y conocimiento. La imagen pre-fotográfica, p. 136.
35 El desarrollo de este tipo de retratos y su difusión a través de las tarjetas de visita en
la segunda mitad del siglo pasado proyectó un código de valores y actitudes vinculado al
mundo de las apariencias, en el que el fotógrafo construía las poses y actitudes de los suje-
tos retratados de acuerdo a sus expectativas sociales. En este caso lo significativo reside en
el hecho de que un retrato que responde al mundo de lo familiar y lo privado se modifica al
insertarse en el espacio público de la prensa, que le confiere una lectura y una interpreta-
ción diferentes.
36 El País, 5 de diciembre de 1909.
37 Ibidem, 4 de diciembre de 1909.
334 MODERNIDAD, TRADICIÓN Y ALTERIDAD
Consideraciones finales
FUENTES