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De Jorge Eliécer Gaitán no existe en Bogotá ni siquiera una estatua.

O bueno, sí: hay una, pero


horrorosa, y en mal sitio. Lo cual está muy bien: Gaitán era horroroso ( El Negro Gaitán, lo
llamaban con horror, aunque era más bien aindiado, las oligarquías europeizantes); y estaba
en mal sitio (con el pueblo , en muy variadas acepciones de la palabra). Por eso lo mataron. Un
asesinato que, según la frase consagrada, partió en dos la historia del país . Un asesinato que,
medio siglo más tarde, no ha sido resuelto todavía. No ha sido resuelto ni siquiera en el más
estricto sentido de la investigación penal. Treinta años de averiguaciones judiciales, antes de
que por fin se diera por cerrado el caso al cabo de decenas de miles de folios, no pudieron dar
cuenta ni de los motivos del crimen, ni de sus propósitos, y casi ni siquiera de la identidad del
autor material, despedazado por la muchedumbre, desnudo su cadáver ante el palacio
presidencial pero ataviado no con una, sino con dos

La chusma gaitanista Gaitán nunca tuvo poder. Fue alcalde de Bogotá unos pocos meses, y lo
corrieron a gorrazos los taxistas cuando les quiso imponer una gorra de uniforme; fue otros
pocos meses ministro de Educación, y lo corrieron a baculazos los obispos cuando habló de
quitarles el monopolio de la enseñanza; fue ministro de Trabajo, y tampoco duró mucho.
Nunca tuvo un partido: la aventura de la Unir a principios de los años treinta fue un completo
fracaso, y en el partido liberal, aunque las masas estuvieran con él, todos los jefes estaban en
su contra, así como toda la prensa, como pudo verse en los días que siguieron a su asesinato.
No dejó una obra teórica ( sus discursos?), ni tuvo discípulos: muerto él, se acabó el
gaitanismo. No queda de él, ya dije, ni siquiera una estatua. Y sin embargo ese enemigo de los
políticos, y que fracasó en su empeño, es el político más importante que ha habido en
Colombia en este siglo que ya se está acabando, más importante que los que lo precedieron y
que los que vinieron después, por una sola razón: inventó el pueblo.

Ahora, qué era exactamente eso que Gaitán llamaba el pueblo? Algo muy vago e impreciso. No
da la impresión de que lo hubiera tenido muy claro él mismo (salvo cuando, poseído, en
trance, hablaba con la voz del pueblo, como un médium). Gaitán no era un ideólogo, sino un
intuitivo: un vidente. Y para él el pueblo era más una entelequia que una realidad fácilmente
definible. No era el proletariado, como para los marxistas ortodoxos, ni el campesinado, como
para Mao Tse Tung. Ni los descamisados o las cabecitas negras de Perón y Evita, mezcla de
lumpen y obreros sindicalizados. Era una entelequia: lo que el pueblo debería ser, si fuera
como Gaitán creía que era, como sabía que podía ser. El pueblo es superior a sus dirigentes es
una frase suya muy citada, muy oportunistamente copiada, muy demagógica también, pero
que él creía cierta. El mismo ignaro vulgo de que hablaba Laureano Gómez? Sí, coincidían los
dos, pero como coinciden dos triángulos congruentes, pero de carga opuesta. El ignaro vulgo
de Gómez era la masa creadora de Gaitán, con poder y destino históricos. Lo que
conservadores y liberales por igual llamaban con desprecio La chusma gaitanista era para
Gaitán el pueblo . Y era, efectivamente, gaitanista. (Gaitán según lo definió Gerardo Molina, no
era un líder político sin un líder social ).

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