Está en la página 1de 4

Adán y Eva eran Aymaras.

En el siglo XIX, un personaje curiosísimo, el erudito cochabambino Emeterio Villamil de Rada,


sostuvo que el aymara fue la primera lengua de la humanidad. Tuvo una vida nómada, aprendió
más de 20 idiomas y acabó suicidándose. Hay obras que están destinadas a convertirse en objetos
de culto. En Bolivia hay pocos ejemplos de ello (uno es la primera y única edición de la
monumental novela de Jaime Saenz, Felipe Delgado). Pero nos toca hablar de una obra
excéntrica, un libro que pasó varios años empolvándose en el Archivo de La Paz hasta que un
visionario lo rescató antes del incendio del Palacio Quemado de La Paz, en 1875. Se trata de La
lengua de Adán, el único libro que fue publicado de la ambiciosa obra del erudito cochabambino
Emeterio Villamil de Rada, que se suicidó en 1875 luego de una vida de aventuras y de intentar
infructuosamente que el Gobierno boliviano financiara la edición de sus trabajos.

La lengua de Adán intentaba probar nada menos que el aymara fue la ‘lengua perfecta’, el primer
idioma que hablaron los seres humanos, y del que se desprendieron todos los otros. Villamil de
Rada llegó a esa conclusión luego de aprender –se dice- 22 lenguas a la perfección y de manejar
medianamente otras diez, traídas de sus incansables viajes por el mundo. También, basándose en
estudios arqueológicos, propuso que el Edén estuvo en los Andes, lo que significó una
reivindicación explosiva de la cultura indígena andina, sometida a la servidumbre.
Hoy en día es difícil sustentar la teoría de Villamil de Rada, pero en su época, cuando los
conceptos arqueológicos y antropológicos modernos nacían, su hipótesis fue discutida por
lingüistas de todo el mundo.

LANZARSE A EUROPA.

Aunque no hay retratos de nuestro personaje, se lo describe como un hombre algo encorvado, de
nariz ancha y ojos un poco saltones, uno de ellos ligeramente nublado. Nació en Sorata,
Cochabamba, el 3 de mayo de 1804, en una familia adinerada. Llegó a la juventud en el clima
caótico de las luchas por la independencia de Bolivia. Su primera aparición memorable fue en
1825, año de la independencia, cuando pronunció el discurso de bienvenida a Simón Bolívar en su
entrada a La Paz. Tenía 20 años. Antonio José de Sucre quedó impresionado con la oratoria del
muchacho y lo invitó a unirse a su comitiva, pero él lo rehusó.

Al año siguiente tuvo un encuentro crucial con el explorador británico lord Behring, que estaba de
paso por La Paz para realizar investigaciones filológicas, etnográficas y antropológicas, y que
también lo invitó a seguirlo en sus viajes científicos por el mundo. Esta vez, el joven Emeterio no
vaciló: le pidió permiso a su padre, que puso a disposición su fortuna, y se lanzó a descubrir el
Viejo Mundo. En esa época, la tradición exigía a los jóvenes distinguidos el ineludible viaje a
Europa por un par de años para visitar los lugares obligados del arte y la cultura. En el caso de
Emeterio Villamil de Rada, aquél fue un viaje sin retorno a la fascinación de las lenguas. En
Londres, un tutor inglés lo preparó en el griego y el latín. Su fortuna y su inteligencia le abrían
puertas en todas partes: llegó a Francia con una carta de recomendación para el viejo general La
Fayette y visitó Roma, Viena, Bruselas y Polonia.

EL EXCÉNTRICO EXPLORADOR.

Siete años después retornó a La Paz e inmediatamente quiso poner en práctica sus conocimientos.
Sus empresas fueron de lo más diversas y contradictorias: dictó la cátedra de Literatura de la
recién fundada Universidad de San Andrés, intentó incursionar en la política pero fracasó
estrepitosamente y, por último, se metió en las minas de Coro Coro para buscar cobre. Acabó
desterrado en Lima por causa de sus simpatías políticas, a los 39 años, y entonces se permitió, por
única vez en la vida, la locura de enamorarse.
Se casó con la peruana Mercedes Castañeda en 1842, tras un brevísimo romance, pero la pasión
le duró poco: un año después abandonó a su mujer y a su único hijo, Octavio –que moriría a los 19
años-, para irse al norte de Perú, atraído por la explotación de la quina. No se le conoció otra
mujer, no tanto por su tendencia a la soledad –que era grande- como por su misoginia.

En el Amazonas, Emeterio descubrió la variedad de quina llamada kallisaya y trató en vano de


obtener ganancias vendiéndola a Europa. Aunque no le dio dinero, la experiencia le sirvió para
entrar en contacto con otras lenguas nativas que le serían útiles para su trabajo filológico.
En vez de convencerse de su poca habilidad para los negocios, Villamil de Rada se embarcó en la
siguiente aventura: mezclarse entre los miles de afiebrados por el oro en San Francisco, California,
convencido de que el destino finalmente lo favorecería.

Emeterio se vio perdido en el anonimato, rodeado de una fauna humana de toda clase y
nacionalidad, y librado a su suerte en ese mundo tentador, hostil y peligroso. Allí tuvo una idea
genial: abrió un periódico en cuatro idiomas que lo hizo millonario de la noche a la mañana. Ése
fue el único éxito empresarial de toda su vida.

EL PRINCIPIO DE LA MISERIA.

Al poco tiempo se vio tentado a invertir todo su dinero en la importación de casas de madera desde
Nueva York, negocio que pareció funcionar hasta que, mal chiste, el viento propagó un incendio
que dejó las casas convertidas en cenizas, y a Emeterio más pobre que Job. El filólogo intentó
repetir el éxito del periódico plurilingüe en Ciudad de México, pero no cosechó más que fracasos y
miseria.

Comenzar de cero a los 40 años debió ser un golpe durísimo para un hombre como Villamil de
Rada, que para entonces ya hablaba una veintena de idiomas. No obstante, sin otra alternativa,
aceptó la propuesta de un joven pastor protestante de marcharse a Australia a buscar fortuna, bajo
su protección.

Las cosas no pudieron salir peor. Al poco tiempo de llegar a Sidney, su amigo murió y Emeterio
quedó desamparado en un mundo racista que le daba con la puerta en las narices. Al lingüista no
le quedó más que emplearse en oficios humildes, barriendo y fregando pisos. Sin embargo,
aprovechaba las noches para estudiar a fondo las lenguas nativas australianas y las de la India,
con lo que sus conocimientos se enriquecieron enormemente. Parece imposible que soportara seis
años en ese infierno de soledad y penurias, pero así fue. Su familia lo daba por muerto.

EL RETORNO A BOLIVIA.

En 1856 se lo encontró triunfante en Valparaíso. De allí prosiguió hasta La Paz, donde lo recibieron
por primera vez con pompa y lo nombraron diputado del presidente Jorge Córdova.
En su cargo, se distinguió por sus posturas liberales y sus propuestas de reforma basadas en el
modelo británico. Otra vez, su buena estrella se esfumó pronto. La dictadura de José María Linares
lo obligó a exilarse de nuevo a Perú y a permanecer allí hasta 1861. A su regreso, volvió a la carga
con la política y criticó hasta las últimas consecuencias al dictador Linares.

Ya sesentón, se arriesgó a un último negocio aventurero: la búsqueda de oro en las minas de


Tipuani, que como puede adivinar el lector, tampoco dio resultados. Anciano, el Gobierno lo envió
a demarcar los límites de Bolivia con Brasil, y en la frontera aprendió otros idiomas nativos del
oriente boliviano. Viejo, pobre y dueño de un enorme caudal de conocimientos, decidió mudarse a
Río de Janeiro, donde empezaría a clasificar sus saberes y a darle forma a su vastísima obra,
además de crear una sociedad de estudios antropológicos.
UNA OBRA INMENSA.

En Brasil escribió la totalidad de su obra, que, según el bibliógrafo y escritor Nicolás Acosta, incluía
títulos tan sugestivos como El sistema de la primitividad americana (cuatro tomos), Nacionalidades
americanas emanando del Perú (un tomo), La localidad del Edén y su mapa de los cuatro ríos que
designa con precisión el Génesis (un tomo), La Historia prehistórica, generante de la ulterior (dos
tomos), Introducción al vocabulario en aimara teutónico. Glosario (un tomo), De los radicales
aimaras en lenguas arianas (un tomo), La religión primitiva y sus dogmas en América (un tomo) y
un volumen que contenía de ocho a diez vocabularios del aimara irradiados a otras lenguas como
la griega, la latina, la inglesa, la hebrea y la tecnología científica. Además, estaba escribiendo
Historia del descubrimiento de la lengua primitiva, Del estado de las ciencias de las lenguas de
Europa, Notas sobre la lengua elemental, Introducción general al vocabulario aimara en otras
lenguas, Elementos gramaticales del aimara y Discurso. Preliminar o prólogo exponente y
resumente de la obra principal titulada El Sistema de la primitividad americana. Estos libros
estaban destinados a conformar una obra de alcance monstruoso: La filosofía de la humanidad.
En ese momento decidió acudir al Gobierno boliviano para que publicaran su obra. Preparó un
pequeño resumen del contenido de sus trabajos y lo despachó, pero el Gobierno, envuelto en
agitaciones políticas, ni siquiera se tomó el trabajo de contestarle. Ese resumen, que fue rescatado
del Archivo por un amigo de Nicolás Acosta y publicado en 1888 bajo el título de La lengua de
Adán, por poco corrió la suerte de ser consumido por el incendio del Palacio, hoy Quemado, de La
Paz. Paradójicamente, es lo único que se conoce de la obra de Emeterio Villamil de Rada.
El filólogo, viéndose abandonado por su patria, tuvo que mendigar la buena voluntad del Gobierno
de Brasil y apelar al interés de otros investigadores, que quedaron asombrados con el alcance de
su obra. Pero ya era demasiado tarde. Deprimido, desmoralizado, sin un centavo en el bolsillo,
Emeterio Villamil de Rada se suicidó arrojándose al mar en 1880. Su obra se perdió para siempre.

LA LENGUA DE ADÁN.

En la primera edición de La lengua de Adán y el hombre del Tihuanaco, de 1888, Nicolás Acosta
indica que el libro se trata de un resumen explicativo extractado de la obra mayor de Villamil de
Rada. El filólogo cochabambino intentaba demostrar que la civilización más antigua de América y
del mundo fue la aymara, y que de allí migraron los hombres hacia el resto del planeta. Haciendo
gala de una erudición y una memoria impresionantes, Emeterio Villamil de Rada esgrime datos
arqueológicos, etnográficos y filológicos que relacionan a la civilización del lago Titicaca con el
resto de las culturas americanas. Es más, el filólogo asegura encontrar claramente raíces aymaras
en los idiomas hablados en Irán, Mesopotamia, Egipto, Grecia, Italia, Alemania y muchos otros
lugares.

Hay que recordar también que en los tiempos que le tocaron vivir a Emeterio Villamil de Rada
surgieron estudiosos que comenzaron a reivindicar al indígena oprimido, muchas veces a través de
teorías como la del filólogo boliviano. Se pueden encontrar teorías semejantes en Perú, Ecuador,
México y Argentina. De cuando en cuando, el nombre de Emeterio Villamil de Rada aparece
envuelto en acaloradas discusiones en torno a la antigüedad de la cultura aymara o a la
importancia de su aporte a otras lenguas o civilizaciones. Algunos lo consideran un iluminado,
otros un ‘pseudolingüista’. La lengua de Adán, libro del que sólo se han lanzado tres ediciones en
más de 100 años, es casi imposible de encontrar, y por esa misma razón, es buscado con avidez
por coleccionistas de libros raros, investigadores, antropólogos y filólogos.

Más allá de la validez actual de sus investigaciones, que tienen que ser estudiadas desde su
contexto y tomando en cuenta los conocimientos científicos de la época, es importante rescatar la
exquisita obra de ese hombre erudito, políglota y aventurero que fue, quizás, uno de los lingüistas
americanos más importantes de su tiempo.
Fue una teoría atrevida para su tiempo

Como soy indígena aymara, La lengua de Adán me llamó la atención cuando empecé a estudiar a
fondo el idioma aymara. El título de su libro y su estudio eran, políticamente, demasiado atrevidos
para la época. Decirle a un mundo católico, recientemente salido de la Colonia, que la lengua
aymara fue la lengua de Adán y Eva, era un sacrilegio terrible. Para nosotros, Villamil de Rada es
una especie de libertador. En su libro, demuestra un dominio de todos los aspectos de la lengua.
Su única limitación es no haber nacido en la época de la lingüística, que por entonces estaba en
pañales.

La lengua aymara es esencialmente sufijante. El castellano es como un señor que carga en la


espalda un bulto (los sufijos), y por delante lleva los prefijos. En cambio el aymara es como un tipo
que carga con bultos sólo en la espalda (los sufijos), y por delante no lleva nada. La plasticidad del
aymara también se debe al manejo de la lógica trivalente o difusa. A partir de eso, el aymara se
convierte en un abanico de posibilidades, se pueden crear neologismos. En el aymara es posible
transformar todos los nombres en verbos y todos los verbos en nombres.
Félix Layme/Catedrático de aymara

También podría gustarte