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Lógica del capital y crítica marxista

Rolando Astarita

Una de las cuestiones en las que más se enfrentan las posiciones que defiendo en este
blog con las de muchas organizaciones y autores marxistas es en torno a si existe, o no,
una lógica del capital. En buena parte de la izquierda que, de alguna manera, se
referencia en la teoría de Marx, está difundida la idea de que hablar de una lógica del
capital es propio de un marxismo mecanicista y de derecha, y que equivale a asimilar lo
social al comportamiento natural de las plantas o las bacterias. Uno de los autores que
más ha contribuido a consolidar esta visión, al menos en Argentina, es John Holloway. El
objetivo de esta nota es discutir algunas cuestiones relacionadas con el tema, y comentar
las consecuencias políticas que se desprenden del planteo de la lógica del capital.

¿Por qué hablamos de una lógica?

Empecemos diciendo que, en términos generales, hablamos de una lógica para significar
que existen ciertos cursos de acción, económicos y sociales, que tienden a establecerse
como consecuencia necesaria de las relaciones sociales predominantes. Con esto
queremos decir que muchos hechos sociales, que se repiten más o menos regularmente,
ocurren según leyes. Esto es, hay ley cuando podemos establecer que existe una
dependencia regular de un hecho social con respecto a una determinada condición. Por
ejemplo, cuando decimos que en la sociedad capitalista los individuos que no son
propietarios de los medios de producción y de cambio, pero libres de concurrir al
mercado, están obligados a intentar vender su fuerza de trabajo a los capitalistas,
estamos estableciendo una relación regular entre “no propietarios y libres” e “intentar
vender su fuerza de trabajo”.

En otras palabras, la venta de la fuerza de trabajo ocurre según una ley que dice que, en
promedio, los no propietarios de medios de producción están constreñidos a ofrecer su
fuerza de trabajo a cambio de un salario. Subrayamos que se trata de un promedio, ya
que la existencia de esta legalidad es compatible con la irregularidad individual
(trabajadores que logran eludir la necesidad determinada por la desposesión). Como dice
Bunge en su libro clásico sobre causalidad: “Los enunciados legales estadísticos son
válidos en situaciones en las cuales hay diversas alternativas y las excepciones no son
más que las alternativas menos frecuentes” (Causalidad. El principio de causalidad en la
ciencia moderna, Buenos Aires, Eudeba, 1961, p. 35). Así, algunos trabajadores pueden
preferir caer en el pauperismo; otros logran acceder a un status de pequeños propietarios
de medios de producción, etcétera. Pero a nivel estadístico, se verifica una relación
regular y consistente entre “desposeídos de los medios de producción y libres” y
“obligados a intentar vender su fuerza de trabajo. Por lo cual a nivel teórico puede
explicarse esta conexión como una relación de determinación: bajo el supuesto de que la
mayoría de los seres humanos prefieren trabajar a morirse de hambre, y dado que los
medios de producción son imprescindibles para conseguir medios de consumo, en la
sociedad capitalista los no propietarios de los medios de producción, en promedio deben -
es una relación de necesidad- poner a la venta su fuerza de trabajo.

Puede verse entonces que la regularidad social se explica según una legalidad. Para los
marxistas, esta legalidad deriva de una negación que al mismo tiempo es determinación:
a un grupo social le ha sido negada la propiedad-posesión de los medios de producción y
cambio. Por eso también esta negación determina (esto es, delimita) a un grupo como
una clase social obligada a vender su fuerza de trabajo. Por lo cual existe una lógica de la
explotación, esto es, una conexión orgánica, íntima, entre “no propietario de los medios de
producción y libre” y una consecuencia, “intentar vender la fuerza de trabajo” que debe
seguirle. La no propiedad es la razón de esa consecuencia. No estamos ante una relación
azarosa y arbitraria, ya que existe una necesidad lógica entre una situación social y una
acción (insistimos, colectiva promedio). Necesidad aquí es sinónimo de existencia de una
razón; en nuestro ejemplo, hay una razón para el fenómeno observado. Se trata, además,
de una relación de distinto tipo de la que se puede establecer entre, por ejemplo,
“creencias religiosas” y “vender fuerza de trabajo”; o entre “representaciones simbólicas” y
“vender fuerza de trabajo”. Lo cual conecta con las ideas básicas de la concepción
materialista (pero no es un tema a desarrollar aquí).

Pues bien, los que niegan que existe una lógica del capital (esto es, una lógica de la
explotación) están diciendo que no se puede establecer legalidad alguna del tipo de la
que hemos analizado. Pero en este caso los fenómenos sociales, del tipo “los no
propietarios intentan vender su fuerza de trabajo”, terminan siendo “eventos” de
contingencia absoluta; el hecho social (“venta de la fuerza de trabajo”) es opaco o
sencillamente incomprensible. En este respecto, valdría tanto atribuir la razón de la venta
de trabajo a la no propiedad de los medios de producción, como a cualquier otro factor, ya
que cualquier explicación sería válida; o ninguna explicación. Pero con ello, desaparece la
posibilidad misma de la crítica.

Lógica del capital

Profundizamos ahora qué es una “lógica del capital”. La expresión alude a las conexiones
internas entre fenómenos sociales que son característicos y regulares en el modo de
producción capitalista. Por caso, hay una conexión interna entre trabajo privado (esto es,
basado en la propiedad privada) – mercado – valor. De la misma manera, hay una
vinculación interna entre valor y dinero; entre valor que se valoriza y trabajo no pagado;
entre salarios y ganancias; entre competencia y concentración del capital; entre
reproducción ampliada del capital y distribución de la riqueza cada vez más desigual;
entre interés y ganancia; entre estos y el trabajo no pagado, etcétera.

Por supuesto, estas relaciones no son mecánicas o lineales. Por caso, si hablamos de la
concentración de la riqueza y el capital, es claro que hubo períodos, en determinados
países, en que la tendencia se debilitó, o no operó; y períodos en que se aceleró. Sin
embargo, en el largo plazo, en el sistema capitalista, la concentración aumentó, así como
lo hizo la desigualdad de la riqueza e ingresos. De lo que se trata entonces es de
entender el porqué del fenómeno. Además, el hecho de sostener que existen relaciones
determinadas entre fenómenos, no significa que todas las cuestiones estén solucionadas,
ni mucho menos. Sí significa que tiene sentido intentar establecerlas y encarar
discusiones científicas en torno a ellas (pero esto es imposible si se niega, “por principio”,
la posibilidad misma de la relación). Por ejemplo, la relación, establecida por Marx, entre
aumento de la productividad y la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia,
está, en nuestra opinión, seriamente cuestionada. Pero esto no significa que debamos
renunciar a intentar explicar cómo y por qué la tasa de ganancia puede ser afectada por
los cambios de productividad, con el argumento de “no hay que buscar lógica alguna del
capital”.

Por otra parte, es vital comprender que la posibilidad de brindar explicaciones articuladas
de los fenómenos sociales está en el centro de la crítica radical. Al poner en evidencia
que determinadas relaciones se imponen con el carácter de necesidad, la crítica no se
queda en la superficie de los fenómenos. Así, por ejemplo, desde el marxismo, la razón
de ser de la ganancia es trabajo no pagado, lo cual permite afirmar que “la relación
capitalista necesariamente es una relación de explotación”. Esto significa que la relación
de explotación no se altera, en lo fundamental, por las variaciones ocasionales del salario,
por ejemplo. O que tampoco se altera por el hecho de que el capital sea estatal o privado,
nacional o extranjero (el reformista de izquierda frunce el ceño). De esta manera, la
relación de necesidad -el capital no puede no ser explotador- pone en evidencia los
límites de las luchas reivindicativas, salariales y de otro tipo, al interior del sistema
capitalista. Por ejemplo, a medida que se desarrolla una acumulación de tipo extensivo,
(baja relación trabajo vivo/capital fijo), tienden (de nuevo, no es mecánico) a aumentar los
salarios. Sin embargo, pasados ciertos umbrales a partir de los cuales se puede ver
afectada seriamente la tasa de rentabilidad, se generan condiciones para que el trabajo
humano sea reemplazado por la maquinaria; o para que el capital busque nuevas fuentes
de aprovisionamiento de mano de obra barata, etcétera. La comprensión de las relaciones
entre estos fenómenos (tipo de acumulación, presión obrera por salarios, afectación de
las ganancias, reacción del capital) puede explicarse teóricamente, y puede seguirse en la
dinámica real de la acumulación capitalista. Lo cual no es argumento para no luchar por
salarios o mejoras, pero sí es una razón para preparar políticamente la superación
definitiva del actual modo de producción (volvemos más abajo sobre esta importante
cuestión).

Fenómenos objetivos y sociales, o plantas y bacterias

Una de las objeciones más frecuentes que se ha hecho a la tesis de que existe una lógica
del capital dice que los fenómenos sociales no son asimilables a los fenómenos naturales.
Se sostiene que no existe algo objetivo que pueda llamarse “lógica del capital”, ya que se
trata de una “construcción histórico – simbólica”, y que en todo caso hablar de lógica del
capital sería asimilar la dinámica social al comportamiento de las bacterias, o de las
plantas.
Pues bien, empecemos por el tema de lo objetivo. ¿Qué quiere decir que existen leyes
sociales objetivas? ¿Por qué, por ejemplo, los marxistas decimos, en oposición a los
teóricos burgueses, que la ley del valor trabajo es objetiva? ¿Acaso porque pensamos
que la ley del valor trabajo puede asimilarse a las leyes que rigen el comportamiento de
las bacterias o las plantas? La respuesta es, naturalmente, que no. Cuando decimos que
la ley del valor trabajo es objetiva no estamos negando que sea un fenómeno social.
Tampoco estamos afirmando que la ley determine el comportamiento de los productores.
Lo que decimos es que el comportamiento de los productores, en promedio, procede de
acuerdo a cierta legalidad. Esto significa que la ley es una forma o pauta de la
determinación -los tiempos de trabajo determinan los movimientos tendenciales de
precios-, y no un principio que actúa desde fuera (Bunge precisa esta cuestión). Por eso,
la determinación de los precios por los tiempos de trabajo promedio se impone a través de
la acción de seres humanos que tienen conciencia de los precios y los mercados (incluso
aunque no logren explicarse el porqué de muchos fenómenos del mercado). En
consecuencia, cuando afirmamos que la ley del valor es objetiva, no estamos afirmando
que se trate de una ley natural, como las que encontramos en el estudio de las plantas o
las bacterias. Simplemente estamos diciendo que, a pesar de tratarse de una ley social -
esto es, producto de determinadas relaciones sociales-, no es dominada por los seres
humanos.

Tal vez la cuestión pueda entenderse mejor si analizamos el concepto de valor. Cuando
Marx dice que el valor es una propiedad objetiva (y este es todo un punto de discrepancia
con los defensores de la teoría subjetiva del valor) no está significando que se trata de
una propiedad natural de la mercancía. Está diciendo que es una propiedad social que se
ha objetivado en un producto; por eso la objetivación no ocurre en el aire, sino a través de
una relación también social, el mercado, que articula y sanciona los trabajos privados en
tanto trabajos sociales. Por esta razón también la determinación de los precios por los
tiempos de trabajo invertidos en la producción tiende a imponerse a los productores. Al
ser el valor una propiedad que se objetiva en cosas -por eso hablamos de relaciones
sociales cosificadas- los movimientos de los valores -expresados en precios- dominan a
los productores individuales. Más precisamente, la competencia -realizada por seres
humanos con conciencia y representaciones- es el mecanismo específico a través del
cual se impone ese carácter objetivo del valor. A través de la competencia y del impulso a
la igualación de la tasa de ganancia entre ramas, se determinan los precios de producción
que actúan como centros de gravitación hacia los cuales tienden los precios de mercado.
Estos atractores surgen a través de las múltiples acciones individuales descoordinadas, e
infinidad de movimientos azarosos, y se imponen con la fuerza de un fenómeno objetivo,
pero que es social. Por ejemplo, si el productor A está empleando en la producción del
bien X 10 horas de trabajo promedio, y en la rama comienza a prevalecer una nueva
tecnología que reduce el tiempo de trabajo a la mitad, A se verá obligado, por la fuerza de
la competencia, a adoptar la nueva tecnología, so pena de desaparecer como productor.
Esta constricción operará sobre su actividad laboral al margen, o por fuera, de sus gustos
y preferencias por tal o cual tecnología, o por tal o cual intensidad de trabajo (y por
supuesto, por fuera y al margen de toda otra multitud de inclinaciones espirituales,
convicciones ideológicas, etcétera).

Es claro que esta presión objetiva deriva de ciertas relaciones sociales establecidas,
referidas a la propiedad de los medios de producción y de cambio, y a las formas en que
los trabajos se validan en tanto trabajos sociales. Negar estos procesos hablando de
plantas y bacterias es una tontería; es no comprender el ABC de qué es el mercado, y el
capitalismo.

La tesis de que existen fenómenos sociales y objetivos permite también entender por qué
es un error pretender que la relación capitalista es mera construcción simbólica, como ha
argumentado alguno en oposición a la tesis de la lógica del capital. Es que el capital
encierra una relación de poder, y este poder no se levantó sobre construcciones
simbólicas (aunque estas pudieron haber incidido), sino sobre un fenómeno más
“palpable”: la desposesión de los medios de producción de campesinos y artesanos, por
medio de la violencia, el robo y el saqueo (cercamientos de tierras comunales,
colonialismo, pillaje y robo en la ocupación americana, y un largo etcétera). Por eso
también es un error pensar que las clases sociales son construcciones discursivas.

Más sobre leyes objetivas y determinación

Al tratar la lógica del capital, y la existencia de leyes sociales objetivas, aparece de


manera repetida la cuestión de la “determinación”. Los críticos de la tesis de la lógica del
capital hacen todo un mundo de la crítica al “determinismo”, y en particular, al
“determinismo económico”. A este fin, construyen un muñeco de paja: reducen todo
determinismo al determinismo unidireccional y mecánico, para concluir que la
determinación es propia de un marxismo “dogmático y cerrado”.

La realidad sin embargo es que la determinación juega un rol central en las ciencias
sociales. Por supuesto, es fácil acordar en que las determinaciones que son propias de la
mecánica clásica (del tipo que dice “si en un instante dado se conocen las posiciones y
velocidades de un sistema dado finito, a partir de sus funciones se pueden determinar las
velocidades y posiciones futuras”), tienen una aplicación muy limitada, o nula, en el
análisis social. Dado que las actividades humanas se desarrollan en entornos siempre
cambiantes, y que cambian precisamente a causa de las acciones de los seres humanos
sobre esos entornos -y sus reacciones a esos cambios-, el futuro no está determinado de
ninguna manera mecánica o lineal.

Sin embargo, los tipos de determinación no se reducen a la determinación propia de la


mecánica clásica, esto es, a la determinación lineal. Por caso, los enunciados legales
estadísticos, a los que nos referimos en la primera parte de esta nota, ponen en evidencia
que existen determinaciones estadísticas; cuando decimos que, en promedio, los no
propietarios de los medios de producción están obligados a vender la fuerza de trabajo,
estamos poniendo el acento en que esta determinación no opera de manera lineal y
mecánica. Lo mismo puede decirse de muchas otras relaciones vinculadas con la lógica
del capital y el mercado. Por ejemplo, en la teoría del valor trabajo cuando abordamos los
precios de producción -atractores- y la tasa media de ganancia, las determinaciones
también son estadísticas. En estos campos no se puede fijar de manera determinística el
movimiento real de los precios individuales, o de las ganancias, por lo cual encontramos
otra clase de regularidad, la de los promedios. Desconocemos una importante proporción
de los datos dinámicos que permitirían determinar con exactitud la evolución de cada
precio (o del sistema en todos sus detalles), pero podemos reemplazar esa ignorancia por
distribuciones de probabilidades, susceptibles de ser explicadas teóricamente.

Por otra parte, también hay que admitir que muchas veces aplicamos algunas formas de
determinaciones lineales, conociendo por supuesto sus limitaciones. Por ejemplo, cuando
decimos que, dados el producto neto y la masa salarial de trabajadores productivos, se
determina el excedente de una economía, estamos estableciendo una relación
determinista que orienta de manera importante el análisis -es punto de partida de la
Economía Política clásica, en oposición a las explicaciones de la distribución de la
economía vulgar, donde precios, cantidades y variables distributivas se determinan
simultáneamente- aunque no lo agota. Por lo tanto tenemos, por lo menos,
determinaciones mecánicas, de escasa aplicación, aunque juegan un rol en determinado
nivel del análisis; y determinaciones estadísticas, cuyo ámbito de acción es más amplio,
ya que engloban la mayoría de los fenómenos tendenciales asociados al valor y el capital.

Determinación asociada a la lucha de opuestos

Pero además de las determinaciones mecánicas y estadísticas existe la determinación


dialéctica, también señalada por Bunge, que se asocia a la lucha de opuestos, y que por
lo tanto da lugar a resultados abiertos, en un sentido más fundamental que el que
encontramos en las determinaciones estadísticas, o de grandes números. Es el caso de la
lucha de clases. Por ejemplo, la lucha de clases puede determinar cambios al interior del
modo de producción capitalista; o cambios que impliquen la modificación misma de esa
estructura, dependiendo de su intensidad, programas y acciones de las clases
involucradas, y otros factores. En ambos casos se introduce un factor de indeterminación
que no puede ser superado ex ante.

A fin de ilustrar lo que queremos decir, damos dos casos característicos. El primero,
referido a la lucha salarial reivindicativa. En principio, sabemos que en las fases de
expansión del capitalismo, mejoran (en promedio) las condiciones para obtener mejoras
salariales (o de otro tipo); y que lo inverso sucede en períodos de crisis y recesión. Pero
dicho esto, el resultado final en los diversos escenarios dependerá del nivel e intensidad
de la lucha de clases, que a su vez estará condicionado por muchos factores: nivel de la
desocupación, grado de organización y democracia sindical, ánimo y disposición para
luchar, política de la clase dominante o el gobierno, etcétera. Se trata de un complejo de
determinaciones e influencias recíprocas, cuyos resultados están abiertos en muchos
sentidos. Aunque también reconocen límites; por ejemplo, las luchas salariales, dentro del
modo de producción capitalista, tropiezan con los límites de la “huelga de inversiones” del
capital (o el desplazamiento del capital hacia otras regiones o países) y de la introducción
de la maquinara, entre otros. Precisamente estas limitaciones (pero que no pueden
analizarse si se desconoce que existe una lógica del capital) están en el centro de la
crítica del marxismo al sistema capitalista.

El segundo caso se refiere a la eventualidad de que la clase trabajadora emprenda una


lucha revolucionaria y acabe con la propiedad privada del capital y el Estado capitalista.
Se abre aquí otro tipo de escenario, completamente nuevo, cuya definición (¿cómo se
organiza la producción o la distribución? ¿Qué articulación se establece entre producción
y mercado?, etcétera) dependerá de muchos otros factores, tales como las relaciones
entre las clases sociales, el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, la situación
internacional, etcétera. Lo importante aquí es entender que al introducir la determinación
derivada del conflicto y la lucha estamos enfatizando lo que ya habíamos visto más arriba,
a saber, que las leyes del capitalismo son histórico-sociales, y por lo tanto, pueden ser
abolidas por la acción de los seres humanos. Un conflicto salarial en determinada
circunstancia puede generalizarse y dar lugar a una transformación revolucionaria,
provocando los cambios en la estructura social que determinaba los límites de las luchas
reivindicativas al interior del sistema capitalista. Lo cual significa la emergencia de
relaciones sociales nuevas; por ejemplo, relaciones sociales basadas en la propiedad en
común y la cooperación, en lugar de las sustentadas en la propiedad privada y la
explotación. Pero este resultado no está predeterminado; depende de cómo se resuelvan
los conflictos, cuestión que a su vez se vincula a múltiples factores sociales, ideológicos y
políticos.

Por lo tanto, estamos muy lejos del determinismo fatalista o de la predestinación. El


determinismo tipo “bala de cañón” -reglas de comportamiento perfectamente prescritas y
condiciones iniciales perfectamente definidas- no tiene lugar en la determinación
dialéctica. Pero además, la compleja relación entre lucha y condicionamientos derivados
de las relaciones sociales existentes es imposible de captar si se niega, ab initio, la
posibilidad misma de comprender la conexión interna entre los fenómenos. También pone
en evidencia que constantemente estamos hablando de fenómenos sociales, que ocurren
a través del accionar de seres conscientes, que imaginan, proyectan, elaboran esquemas
para interpretar la realidad en que actúan, etcétera. Y desmiente la idea de que hablar de
determinación implica negar la incertidumbre en el análisis social (tampoco la niega en las
ciencias naturales). Es claro que en tanto alguno de los opuestos no se imponga al otro, el
resultado puede mantenerse incierto. Por último, dejamos anotado aquí que es muy
significativo que la crítica de la tesis de la lógica del capital, y el rechazo del determinismo,
se acompañen del no al dualismo.

Determinación, interrelación y “reduccionismo”

Los que conciben la determinación solo como determinación lineal y unidireccional


tienden a oponerle, como alternativa, la interacción entre todos los elementos e
instancias. Según esta visión, la tesis de la determinación llevaría a establecer una
jerarquía explicativa -por ejemplo, cuando decimos que las relaciones sociales de
producción y las fuerzas productivas tienen prioridad con respecto a las representaciones
políticas para explicar la evolución social en el largo plazo- y por lo tanto es sospechosa
de “reduccionismo economicista” y “cerrazón dogmática” (puede verse esta posición en
Omar Acha,
http://www.avizora.com/publicaciones/ciencias_politicas/textos/0078_marxismo_de_derec
ha.htm). En contraposición, la interacción con igual peso de todos los elementos del
sistema social, sería propio del marxismo “abierto, crítico y de izquierda”. Según este
enfoque, dado que todos los factores cuentan igual, la resultante está indeterminada. En
otros términos, y con el argumento de evitar la “unidireccionalidad”, no habría posibilidad
de establecer direccionalidad alguna. Por caso, estaría vedado afirmar que en el
capitalismo hay una tendencia a la concentración de la riqueza, o a la internacionalización
del capital; proposiciones de este tipo son sospechosas de “unidireccionalidad” y
“determinismo”.

Frente a esto, empecemos aclarando que la interrelación en sí misma no es sinónimo de


posiciones de izquierda, abiertas y críticas. Por ejemplo, y como mencionamos más
arriba, en la economía neoclásica los precios, las cantidades y las variables distributivas
se determinan simultáneamente, vía la oferta y la demanda, sin que esto convierta a este
enfoque en “abierto”, y mucho menos “de izquierda y crítico”. Las teorías de Ricardo o
Marx, por el contrario, establecen un orden jerárquico -por caso, los salarios y el producto
se determinan antes que el excedente, que aparece como un resto; la oferta y la demanda
juegan un rol secundario con respecto a los tiempos de trabajo necesarios, etcétera- y es
esta jerarquización en la determinación la que permite superar el enfoque acríticamente
superficial del “todo depende de todo por igual”. Por lo cual cabe preguntarse por qué
tiene que ser superior, y además “no dogmático” y “crítico”, el enfoque “no hay jerarquías
ni direccionalidad”, con respecto al que dice que sí hay jerarquías y direccionalidad, ya
que la interacción no anula la determinación.

Más en general, digamos que la interrelación nunca puede agotar los problemas de la
determinación, a menos que esté en juego una simetría extrema (Bunge, 1959). Pero en
este caso habría que demostrar que la simetría efectivamente es extrema. Por ejemplo,
podemos decir que la creencias religiosas, las tradiciones culturales y/o las
representaciones ideológicas influyen en los modos y las disposiciones de los no
propietarios de medios de producción a vender su fuerza de trabajo al capital. Pero de
aquí a afirmar que esas creencias, tradiciones y representaciones tienen el mismo peso
que la relación social de no propiedad al momento de explicar por qué venden su fuerza
de trabajo, hay un salto que el crítico de la lógica del capital (y de la determinación en
general) no justifica. La realidad es que en la sociedad capitalista el peso de la necesidad
lleva al trabajador promedio al mercado laboral, a pesar de las resistencias que pueden
estar enraizadas en creencias, tradiciones y representaciones. Lo cual no niega la
autonomía relativa de muchas prácticas humanas, ni implica afirmar que la lógica del
capital explique cualquier manifestación de la vida social. Simplemente estamos diciendo
que existen determinadas relaciones sociales que son más fundamentales, y están
asociadas a las formas en que los seres humanos producen y reproducen sus
condiciones de existencia.

Es claro, por otra parte, y contra lo que dice el crítico ad usum de la lógica del capital, que
el análisis y dilucidación de qué variables son independientes y cuáles dependientes -esto
es, el debate sobre la direccionalidad de la determinación-, está en el centro mismo de
muchas investigaciones en ciencias sociales. El caso de las teorías de la distribución del
ingreso es un ejemplo claro. Otro ejemplo lo encontramos en la famosa fórmula de la
teoría cuantitativa del dinero, masa monetaria x velocidad del dinero = precios x
transacciones. Desde el punto de vista formal, se puede sostener que hay interrelación
entre las cuatro variables; pero esto no explica el asunto. Como sabe cualquiera que se
haya asomado a las cuestiones de teoría monetaria, la discusión entre defensores del
enfoque cuantitativo y sus críticos es sobre el orden de determinación (no es casual que
en El Capital Marx presente una ecuación prácticamente igual a la de Fisher, en lo
formal). ¿Qué solución frente a estas cuestiones es la del teórico que irrumpe con el “no
hay determinación porque toda determinación es reduccionista”? Es un absurdo que no
hay por dónde agarrarlo. En ese cuadro, no hay posibilidad de ciencia siquiera. Es un
enfoque que solo lleva a “la patente degradación de las pautas de rigor intelectual” (Sokal,
2009) en el estudio de las ciencias sociales.

Lo cierto es que en las ciencias sociales hay muchas proposiciones de interdependencia


compleja, sin simetría completa, pero tampoco sin determinación lineal, o carentes de
causalidad simple. Desde este punto, podríamos aún avanzar más a fondo a otros tipos
de articulación también compleja, como los que trata Marx (inspirado en Hegel), propios
de totalidades “orgánicas”. Por ejemplo, las relaciones entre la producción, el cambio, la
distribución y el consumo en la sociedad capitalista (así, no hay unidireccionalidad de la
producción al consumo, pero tampoco es una interrelación simétrica; véase Marx, 1980).
Pero con lo que desarrollamos hasta aquí es suficiente. Es sencillamente infantil negar
estas complejidades con el sonsonete de “no caigamos en el reduccionismo determinista”.

Determinismo y movimientos caóticos

Los críticos de la lógica del capital identifican todo determinismo con el determinismo
mecánico y lineal, y a partir de aquí rechazan toda determinación. Y con esto hacen todo
un punto de ataque al “marxismo dogmático y determinista”. Pero la realidad es que la
mayoría de los marxistas es consciente de que el determinismo lineal tiene aplicación muy
limitada en las ciencias sociales. Los procesos sociales jamás son lineales; están
sometidos a múltiples influencias y sus resultados la mayoría de las veces son inciertos, o
meramente probabilísticos. De hecho, el determinismo lineal también es de aplicación
limitada en las ciencias naturales, ya que en la naturaleza los procesos tampoco son
lineales. “La ciencia de hoy demuestra que la naturaleza es inexorablemente no lineal”,
anota Ian Stewart. Sin embargo, todo esto no impide que los científicos hagan
aproximaciones lineales a los procesos que no son lineales; es legítimo en las ciencias
sociales y en las naturales, siempre que se tenga presente que se trata de
aproximaciones. Por ejemplo, la ecuación de Marx de la tasa media de ganancia es una
aproximación, muy simplificada, a la tasa de ganancia efectiva, que de todas maneras nos
permite entender algunos rasgos, de trazo grueso pero centrales, de la dinámica de la
acumulación del capital. Lo cual, por otra parte, no significa que estemos buscando
reducir la dinámica económica y social a algunas fórmulas matemáticas (una pretensión
propia de la economía mainstream). Incluso en la naturaleza existen muchísimos
fenómenos que ni siquiera se pueden traducir a ecuaciones diferenciales; también
muchos otros que se pueden expresar en ecuaciones, pero estas no se pueden resolver.
Si esto sucede en la naturaleza, con más razón, podríamos decir, ocurre en la sociedad.

Pero vinculado a esto existe otra cuestión, y es que las ecuaciones deterministas ni
siquiera conducen siempre a comportamientos regulares. “Los sistemas simples no
poseen necesariamente propiedades dinámicas simples” (Stewart, 2007). Por ejemplo, el
resultado de iterar una sencilla ecuación determinista como 2x2 – 1 genera un resultado
sin pauta. Pequeñas variaciones en el valor inicial dan lugar a que se pierda
completamente la pista de adónde va la serie. De manera que el caos y el orden pueden
ser manifestaciones distintas de un determinado subyacente. Una idea que puede echar
luz en el análisis de fenómenos sociales tales como las crisis económicas. Por ejemplo,
una acumulación gradual de capital fijo, acompañada de incrementos de productividad y
presiones bajistas de los precios, y crecimiento del crédito, puede aproximarse con
algunas ecuaciones lineales. Sin embargo, en determinado punto esta evolución puede
dar lugar a la emergencia (un “salto” cualitativo) de un comportamiento caótico, cuya
dinámica (profundidad de la crisis, formas de evolución, etcétera) es impredecible.
Máxime si a estas variables se le agregan las respuestas políticas de clases y grupos
sociales. Así, relaciones deterministas relativamente simples pueden generar movimientos
tan complejos y tan sensibles a las medidas, que se los considera caóticos. Por lo tanto
es de una simpleza asombrosa sostener que, por el hecho de que alguien plantee una
relación determinista (por ejemplo, la ecuación de la tasa media de ganancia) esté
negando lo impredecible.

Las cuestiones referidas a la determinación y la lógica social (la lógica del capital) admiten
múltiples abordajes, y soluciones o aproximaciones parciales, que permiten echar luz
sobre algunos aspectos de la realidad. ¿Con qué derecho el crítico de la lógica del capital
desecha todo este esfuerzo, so pretexto de “no hay determinismo”? Es inexplicable. Pero
sin asomarse siquiera a estas cuestiones, rechaza in limine la posibilidad misma de hacer
una discusión argumentada del asunto.

“No hay núcleo unificador”

Una de las cuestiones centrales en que nos oponemos los que sostenemos que existe
una lógica del capital y los críticos de esta tesis, es acerca de si hay una relación social
núcleo, unificadora de la formación social. En este respecto, el crítico de la lógica del
capital sostiene que la realidad social contemporánea no tiene un núcleo que sea
conocible, y que incluso no tiene importancia que sea conocible porque, de todas
maneras, no existe núcleo alguno. En consecuencia, la realidad es fragmentada: cada
instancia -la política, la economía, lo institucional, la cultura, las ideas morales, la
ideología, etcétera- es autónoma con respecto a las otras, y tiene el mismo poder
explicativo acerca de la evolución social. Por eso, ni discute siquiera cuál puede ser la
relación central; no tiene objeto analizar si la contradicción central es “imperio – nación” o
“capital – trabajo” ya que la misma formulación de algún eje ordenador carece de sentido.
Más aún, ni siquiera es conocible. Por lo tanto, la suma de “realidad no conocible” y
“fragmentación” de instancias a igual nivel da como resultado un enfoque afín al
pensamiento posmoderno. En particular, porque se rechaza la idea de que la economía
es el ámbito central de las contradicciones sociales, y que la clase obrera es el sujeto
social fundamental enfrentado a la clase capitalista (puede verse esta posición en Omar
Acha, citado en la segunda parte de esta nota).

Esta tesis, además, se presenta como una suerte de “marxismo crítico”. Lo cual es un
sinsentido, ya que si se niega la centralidad de la relación capital – trabajo, que está en la
esencia misma de la crítica marxista al capitalismo, ¿qué queda del marxismo? La
respuesta es que nada. Ni siquiera se podría argumentar, con Lukacs, que sería
rescatable el método, ya que ¿qué método científico sería este que habría llevado a
conclusiones equivocadas en lo que atañe a la tesis central de la teoría, a saber, que la
sociedad capitalista se basa en la explotación del trabajo? Puede verse entonces que la
negación de la lógica del capital no es políticamente neutra: se asocia a la negación de la
centralidad de la explotación del trabajo. La negación es por partida doble: por un lado, se
sostiene que no es conocible alguna relación social esencial, y en segundo término se
afirma que esa relación no tiene centralidad alguna. Esto es, se afirma que no es
conocible una relación que al mismo tiempo se sostiene que no tiene prioridad explicativa
(a esto le llaman hoy “pensamiento no dogmático”). Pero si no hay posibilidad de conocer
siquiera la relación social sobre la que se levanta la civilización capitalista, y si la clase
obrera no es el sujeto central de oposición al capital, no hay lugar para una estrategia
unificada contra el sistema capitalista y su Estado. Los cuestionamientos serían siempre
parciales, a fragmentos de una realidad siempre desarticulada.

El crítico de la lógica del capital disimula el carácter conservador de su planteo hablando


de la importancia de las luchas de las mujeres, contra la opresión nacional o étnica, por la
libertad sexual, y similares. Pero no es esta la cuestión real que está en debate. Después
de todo, cualquiera sabe que la militancia socialista, radical y antiburocrática, -esto es,
aquella que critica regímenes como el de Corea del Norte y otras variedades de
burocracias- participa, en su amplia mayoría, de las luchas por los derechos de las
minorías oprimidas. Por eso, lo que en realidad se critica es la afirmación de que la
relación capital – trabajo constituye la contradicción insuperable en tanto subsista la
propiedad privada del capital. Proposición de la que se deriva la afirmación de que el
sistema no se podrá alterar en lo esencial por el hecho de que el grupo de explotados y el
grupo de explotadores esté compuesto por miembros pertenecientes a tal o cual minoría
sexual, religiosa, nacional o étnica; o por el hecho de que estos tipos de opresión tienden
a atenuarse con la evolución del modo de producción capitalista (como ha efectivamente
ocurrido, por lo menos en los últimos 100 años). Por eso, sostenemos que la oposición
binaria de clases es más fundamental, en relación al modo de producción imperante, que
las otras oposiciones. Esta es la oposición que niega el crítico del “reduccionismo
economicista”. Su crítica es a la tesis marxista que dice que las clases están definidas por
una determinada relación con los medios de producción y por su lugar en la estructura
productiva. Por eso piensa que los nuevos movimientos sociales podrían ocupar un rol de
clase; de aquí también el énfasis en lo cultural, en lo discursivo y retórico en la formación
de los movimientos políticos y la acción política.

Imposibilidad de conocer y construcción discursiva

Una de las cosas que más daño hacen a un planteo crítico y liberador es sostener que la
realidad última del capitalismo -su naturaleza explotadora- no es conocible. Es que si la
realidad social, en su naturaleza más esencial, no se puede conocer, no hay posibilidad
de crítica radical. Y la afirmación de que la realidad no es conocible es una de las tesis
centrales del posmodernismo en el terreno de la epistemología. La idea aquí es que,
debido a que todos somos miembros de comunidades discursivas, estas determinan
cuáles serán nuestras opiniones, interpretaciones y actitudes, de manera que cualquier
proposición acerca del mundo solo refleja los marcos interpretativos de las comunidades
en que vivimos y actuamos. En consecuencia, no hay verdad científica “objetiva”, ni
maneras de conocer que sean científicas y racionales. Se trata, en el fondo, del problema
epistemológico que los posmodernos heredan de los postestructuralistas: si el
conocimiento del mundo que nos rodea solo es posible a través de estructuras
conceptuales, articuladas por el habla, todo objeto de conocimiento no es más que una
construcción, una representación particular, sea de un individuo, o un grupo (ver los
trabajos críticos del posmodernismo de Antonio, 2000; Atkinson, 2002; Mirchandani, 2005;
Rush, 1998; Sokal, 2008, en quienes nos basamos en lo que sigue). De esta manera, la
crítica, correcta, a la tesis del conocimiento como reflejo o espejo (que subyace al
positivismo) desemboca en la afirmación de la imposibilidad de conocer.

Lo cual conecta, a su vez, con el planteo de que la realidad social es construcción


discursiva. Este enlace es esencial para entender por qué el crítico de la lógica del capital
-en su versión más dogmática- afirma la imposibilidad de conocer y al mismo tiempo niega
la primacía explicativa de las relaciones sociales de producción y la lucha de clases en el
análisis social, para poner en el mismo plano las construcciones discursivas, las formas
ideológicas o las modalidades culturales. Este es el verdadero contenido de su crítica al
“reduccionismo economicista” y a la tesis de la centralidad de la oposición entre el capital
y el trabajo. Por eso no hay rechazo de la lógica del capital sin negación de esos puntos
básicos de la crítica marxista (primacía de las relaciones de producción, lucha de clases).
Y no hay posibilidad de negarlos sin asociar el planteo a la tesis que dice que el núcleo de
la explotación es “no conocible”, y por lo tanto la realidad es mera construcción discursiva.
No es casual por eso que el conocimiento termine siendo el estudio de cómo los juegos
del lenguaje constituyen la sociedad y las relaciones sociales de formas heterogéneas; de
manera que todo conocimiento de esos juegos es fracturado y diverso, y el rol del
investigador consiste en insistir en esta fragmentación para desarticular el conocimiento
ordinario (tesis de Lyotard). Las sociedades están formadas “por inmensas nubes de
materia lingüística, siendo cada nube estructurada “por un 'juego de lenguaje', es decir,
por pautas específicas de interrelación lingüístico-social”. El lazo social entonces es
lingüístico; es natural que en esta visión no tenga cabida hablar de la primacía de las
relaciones de clase. La negación del realismo epistemológico, la reducción de toda
discusión sobre la verdad a juegos de lenguaje, tiene este necesario correlato.

En otra variante del mismo enfoque crítico de la tesis de la lógica del capital, se sostiene
que la realidad del capitalismo moderno se explica por la generación infinita de signos, las
nuevas fuentes de poder (por caso, el capital financiero sería meramente generador de
“signos” sin referencia alguna a la plusvalía, esto es, a la existencia de trabajo explotado).
Esto sucedería porque, (Baudrillard dixit), la línea entre lo real y la representación
lentamente “colapsa”, y solo tenemos simulacros, copias sin original, reproducidas hasta
que se hacen reales. En la semiurgy (neologismo francés que significa el arte de crear
signos y sistemas de signos) radical que estaríamos viviendo, la producción de
mercancías habría perdido su centralidad para dar lugar, a través de la proliferación de
signos, al poder del signo y de las simulaciones. En la misma vena, Lipovetsky sostendrá
que el imaginario social tiene prioridad explicativa sobre la lógica social, y que las
relaciones de producción son desbancadas por “las relaciones de seducción”. Todo esto
encaja en el cuadro conceptual del teórico (pos)marxista “abierto y antidogmático” que
rechaza la primacía de las relaciones sociales de producción y de cambio, así como la
centralidad del conflicto de clase entre explotadores y explotados. Por eso su marco
conceptual es tributario del posmodernismo más ramplón. El énfasis está puesto en la
fragmentación y en el “no estar seguros”, ya que todo punto de vista es igualmente válido:
el punto de vista del explotado y del explotador; el del judío encerrado en el campo de
concentración, y el del verdugo. Son simples “perspectivas” e “interpretaciones”. Si no hay
núcleo conocible, todo está en el mismo nivel explicativo. Entre la explicación de la crisis
actual argentina por las relaciones sociales y las contradicciones de las fuerzas
productivas, y la que dice que se debe a las pulsiones autodestructivas de la presidenta
Cristina Kirchner, no habría posibilidad alguna de decidir cuál se acerca más a un
discurso científico.

De conjunto, esta perspectiva metodológica e ideológica explica entonces una llamativa


característica del discurso del crítico de la lógica del capital: su falta de crítica específica,
concreta. Rechaza in toto que exista una lógica del capital sin tomarse la molestia siquiera
de intentar refutar “desde adentro” la tesis que rechaza. Dado que todos son juegos
discursivos, y partiendo que ha decretado ab initio la imposibilidad misma de conocer, le
basta negar de manera externa lo que rechaza. En un mundo donde todo es discurso e
interpretación de discurso, basta oponer un discurso a otro, sin generar siquiera la
posibilidad de intercambio argumentado de razones. Serían simples juegos de poder,
jugados a través de la creación incesante de signos. Hablar de la lógica del capital, desde
este enfoque, es solo discurso del “marxismo de derecha y dogmático”, una proposición
que carece de original en el mundo real, o de la que ni siquiera se puede hacer afirmación
alguna sobre su realidad.

La naturaleza del capitalismo es conocible

Frente a la tesis posmoderna (que adoptan alegremente los posmarxistas) sostenemos


que el mundo que nos rodea es conocible, y en particular, que la naturaleza del sistema
capitalista es conocible. También sostenemos que la mente humana puede penetrar por
detrás de las apariencias: por ejemplo, para entender que detrás de la apariencia del
salario como “valor del trabajo” está la fuerza de trabajo; o que detrás de la ganancia
como “rendimiento de la máquina” está la creación de valor por el trabajo. Más en general,
para entender que existe una relación básica, la relación capital – trabajo, que se ha
extendido y profundizado a nivel planetario en las últimas décadas.

Todo esto es lo básico de lo que entendemos por la actividad científica: siguiendo a Sokal,
por ciencia nos referimos a una visión que da primacía a la razón y a la observación, y a
una metodología que se caracteriza, por sobre todo, por el espíritu crítico, esto es, que se
compromete a verificar constantemente los resultados mediante observaciones o
experimentos (estos en las ciencias naturales) y a revisar o desechar las teorías que no
superen las pruebas. Por ejemplo, si decimos que la relación capital trabajo se está
extendiendo en el mundo, esto debe poder ser comprobado mediante observaciones -
cuanto más rigurosas mejor-; y debemos tratar de explicar racionalmente el fenómeno. Lo
que sostengo es que esta realidad, a saber, la extensión de la relación capitalista, que
hasta ahora todos los datos nos la muestran como un hecho fáctico, es conocible. Por
supuesto, admitir que existe una realidad objetiva, y que esta es conocible, no es
sinónimo de adherir a una perspectiva empirista que niegue el rol activo del sujeto que
conoce. El conocimiento más elemental, incluso el que pertenece al plano de la certeza
sensible, solo es posible a través de estructuras conceptuales, como ha demostrado
Hegel.

Sin embargo, el énfasis en el rol activo del sujeto que conoce no debe llevarnos a la idea
de “todo es interpretación, todo es perspectiva”; o que la actividad de la mente construye
el objeto que se conoce, como dice la tesis interpretacionista; o que las realidades
sociales (clases sociales, relaciones de producción, etcétera) son meras construcciones
discursivas.

En oposición a este perspectivismo e interpretacionismo, que llegan al idealismo, y


siguiendo a Westphal (inspirado, a su vez, en la epistemología de Hegel), se puede
afirmar que el conocimiento empírico es interpretativo a fin de reconstruir, no crear, el
objeto del conocimiento (en paralelo con la idea de Marx del concreto pensado que
reconstruye el concreto representado). Por esta razón, una epistemología activista es
consistente con el realismo de sentido común.
No se trata entonces de entender “la verdad” como mera correspondencia – existe en el
mundo algo que se llama capital, que está en correspondencia con mi representación
mental, entendida como reflejo- sino de la coherencia entre nuestras concepciones del
conocimiento y del mundo, y también entre estas y lo que nuestro conocimiento y el
mundo son para nosotros. Así, en nuestro ejemplo, lo que la relación capitalista es para
nosotros depende tanto de la noción que tenemos de capitalismo, con la que abordamos
el conocimiento del mundo social que nos rodea, como de la existencia de ese mundo
(hay trabajadores asalariados, títulos de propiedad, ganancias, etcétera) por fuera de
nuestra mente, así como de la experiencia de conocimiento que hacemos de ese mismo
conocimiento, que nos lleva a rectificar o modificar nuestras concepciones previas, y a
profundizar en el conocimiento del mundo (véase una explicación más amplia aquí). Es en
esta interrelación múltiple que el mundo es conocible, aunque el conocimiento sea
siempre parcial y tenga mucho de provisorio. Es a través de este proceso que podemos
reconstruir mentalmente el “núcleo ordenador”, la relación capital trabajo, de la sociedad
en la que vivimos.

Por eso, el realismo epistemológico es compatible con una concepción histórica y social
del conocimiento humano. Contra lo que dicen los interpretacionistas, la relatividad de
nuestros esquemas conceptuales o marcos lingüísticos no elimina el externalismo del
contenido mental: este último solo puede ser especificado por sus relaciones a partes o
características del entorno del sujeto (Westphal). En particular, decimos que la realidad
del capitalismo es conocible por los seres humanos -aunque ese conocimiento, insistimos
en ello, sea siempre aproximado, y sea pasible de constantes correcciones-- y que las
proposiciones acerca de esa realidad social pueden ser sometidas a examen por el
colectivo social. Por lo tanto, la noción del capital, y la intelección de las formas de
movimiento y desarrollo del capital, no son construcciones mentales arbitrarias; tienen
raíces en el mundo que nos rodea, y en las concepciones que elaboramos para
entenderlo. Y decimos por eso que es necesario explicar que se puede conocer la
naturaleza íntima del sistema capitalista, y sostenemos que esto es altamente favorable
para desarrollar una crítica social.

El discurso posmoderno post caída del Muro

Los críticos de la tesis de la lógica del capital sostienen que no existe centralidad del
trabajo asalariado, ni leyes objetivas de la dinámica capitalista. Ya hemos discutido
teóricamente estas cuestiones. Sin embargo, las diferencias no deben ser dilucidadas
solo a nivel teórico, sino también en relación a datos y hechos. La pregunta entonces es
acerca de la capacidad que ha tenido la tesis “no hay leyes ni lógica del capital” para
explicar, o prever, las tendencias del desarrollo económico y social de las últimas
décadas.

En este punto tengamos presente que el posmodernismo tomó vuelo con sus pronósticos
sobre lo que venía luego del derrumbe de la URSS, la desarticulación de los llamados
Estados de bienestar, en Occidente, y el arranque de la globalización. Por aquellos años
los posmodernos plantearon que con la caída de los regímenes stalinistas, y el fin del
fordismo -producción y consumo de masas, trabajo alienante en las líneas de montaje,
cultura conformista, control sindical y estatal- se abría una era de expansión de la
diferencia, de construcción libre de las identidades, de exaltación de la particularidad y
desarrollo de las personalidades. Según esta visión, la posmodernidad consumista
llevaría a ofrecer a cada uno la mercancía adecuada, en tanto que en los lugares de
trabajo se impondrían los horarios flexibles, los equipos de trabajo participativos y
creativos, y la especialización no alienante. Las relaciones de producción capitalista
serían flexibilizadas en sentido libertario y democrático, y la sociedad sería abierta y
plural, dando lugar a un individuo “liberado del corsé autoritario” y focalizado en el placer y
el cuidado del cuerpo y la mente.

Por supuesto, en esta operación interpretativa de “lo nuevo” los posmodernos no


registraron la permanencia, profundización y extensión de la matriz que subyacía al
Estado de bienestar occidental: la relación capitalista de explotación.

Por eso la idea misma de la lógica del capital era imposible de encajar en ese discurso de
la “nueva diversidad”. Y como no podía ser de otra manera, esta operación ideológica y
política fue acompañada del rechazo de la teoría de la explotación y de la lucha de clases,
y de cualquier proyecto emancipador colectivo. Dada, además, la identificación de los
regímenes soviético y maoísta con el marxismo, la tarea fue relativamente sencilla. Por
supuesto, para eso hubo que ignorar a los marxistas revolucionarios que habían sido
críticos del stalinismo y de la utopía de construir el socialismo en un solo país. Pero esto
poco importaba a gente que estaba y está convencida de que “no hay hechos, sino solo
interpretaciones”. En consonancia con el discurso de la clase dominante (Tatcher,
Reagan, en versión criolla Menen), ya no había alternativas sociales a lo existente.
Naturalmente, la retórica de “se acabaron las utopías” contribuía al desánimo y la
desorientación de los explotados y oprimidos. A estos se les decía que había que
renunciar a la posibilidad de la transformación revolucionaria, ya que las revoluciones del
pasado simplemente habían creado regímenes tan monstruosos como inevitables.
Nutriéndose de esta historia trágica, de ahora en más los trabajadores debían
conformarse con cambiar lo posible, en el marco de un capitalismo imposible de
cuestionar en sus raíces. La globalización, con sus infinitas posibilidades de desplegar las
diferencias, era el horizonte posible; todo lo demás pertenecía al reino de las mega
narrativas, al servicio de fanáticos y de los totalitarismos, y de los dogmáticos defensores
de la tesis de la lógica del capital y la lucha de clases.

La realidad de la globalización

Pues bien, pasado ya un cuarto de siglo desde aquellos pronósticos posmodernos, cabe
preguntarse qué se ha verificado de los mismos. Somos conscientes de que entramos en
un terreno altamente problemático y resbaladizo para el posmoderno y el posmarxista,
quienes han decretado que no hay hechos, sino solo interpretaciones. Pero aun a riesgo
de ser acusados de “positivistas”, es imprescindible hacer el balance. En algún punto hay
que poner límites a la palabrería que se alimenta de palabrería (y oscuridad discursiva). Y
la realidad es que el mundo de hoy se parece muy poco a lo que pronosticaron los
teóricos del “no hay leyes objetivas del capital”; la realidad es que estamos inmersos en
un mundo cada vez más uniformemente sujeto al dominio del capital mundializado.

Efectivamente, a partir del colapso de los regímenes burocrático stalinistas, y del


retroceso de los modelos keynesianos “nacional centrados”, las relaciones mercantiles y
capitalistas se extendieron y profundizaron a nivel planetario, generando una mayor
interrelación de los espacios nacionales de valor, y dando un carácter incluso más
homogéneo a las formas de producir, de intercambiar y consumir. A la par que hubo
diferenciación y particularización -por ejemplo, con el surgimiento de nuevos estados
nacionales en los territorios de la ex URSS y Yugoslavia- hubo un fuerte impulso a la
interdependencia y a la uniformidad. Hoy, y como nunca antes había ocurrido en la
historia del capitalismo, lo que le ocurre a la clase obrera de un país, o a su economía,
afecta a la clase obrera de otros países, o a sus economías. Las políticas destinadas a
aumentar la productividad del trabajo y a contener salarios, tienden a parecerse a lo largo
de países y continentes. Las cadenas internacionales de producción imponen ritmos de
trabajo y métodos más o menos similares. Incluso algunos geógrafos económicos hablan
hoy de cadenas globales de mercancías que las definen como conjuntos de redes inter-
organizacionales, agrupadas en torno a un producto, que ligan hogares, empresas y
Estados dentro de la economía mundial. Por eso, no se puede comprender el capitalismo
actual si se hace abstracción de esta tendencia, y si no se exploran sus razones últimas,
que están lejos de ser meramente culturales. Contra lo que sostienen los críticos de la
lógica del capital, esta evolución hacia una mayor interdependencia e internacionalización
de las fuerzas de la producción es imposible de explicar al margen de las leyes del valor y
la acumulación. Desmintiendo la idea de la diferenciación y diversidad infinitas, y en el
contexto de la internacionalización del capital, los métodos de explotación de los
empresarios chinos, o mexicanos, no son muy distintos de los que aplican los capitalistas
estadounidenses o franceses. Las tendencias a la polarización de los ingresos entre el
capital y el trabajo, se repiten en más y más países. Los métodos de trabajo toyotistas,
que en principio se pensaban que emponderarían al trabajo y generarían formas laborales
superadoras del viejo fordismo y taylorismo, se revelan tan alienantes y embrutecedores,
por lo menos, como los que decían superar (y en los hechos, hoy lo que predomina en los
lugares de trabajo es una mezcla heterogénea de métodos). El propio Lipovetsky, y otros
posmodernos, tuvieron que admitir, a poco de andar “la nueva era” post Muro de Berlín,
que continuaban la polarización social, el desempleo, la miseria, el trabajo sin
perspectivas, la inseguridad, la infelicidad y la violencia.

Por otra parte, las formas del capital financiero en Estados Unidos y China, para tomar
dos casos paradigmáticos de capitalismo, que muchos visualizan como opuestos, se
asemejan. Lo mismo ocurre con las variedades del capital mercantil. Incluso las empresas
de capitalismo de Estado de los más diversos países se someten a la disciplina de la
valorización a igual que las empresas privadas, y los fondos de inversión
gubernamentales se rigen por la misma lógica de rentabilidad que prevalece entre los
fondos privados.

La realidad entonces es que la “liberación de diversidades” para miles de millones implicó


una mayor subordinación a las leyes del mercado laboral, y una mayor inseguridad y
angustia frente a la pérdida de trabajos (sin redes de seguros sociales), y a la
marginación. Como lo constata el posmoderno Zugmunt Bauman en Tiempos líquidos.
Vivir en una época de incertidumbre: habla de los “tiempos líquidos” para caracterizar una
sociedad dominada por el miedo y la incertidumbre, la falta de “bienestar existencial” y de
perspectivas vitales, la inestabilidad de los empleos y empresas, la desaparición de la
esperanza en el progreso, los temores existenciales y el miedo a “perder el tren”, la
sensación de desorden “que nuestras propias acciones provocan”, la mercantilización de
la seguridad, los millones de desocupados, desplazados y refugiados, la competencia
acrecentada por el desmantelamiento del Estado de seguridad y los sistemas de
seguridad colectiva, la exigencia permanente de “mayor flexibilidad”, y atribuye la causa
última de estos fenómenos a “la nueva plenitud del planeta -el alcance de los mercados
(financiero, laboral y de bienes de consumo), de la modernización gestionada por el
capital...” (p. 46). Fenómeno que está detrás de “la propagación global de la forma de vida
moderna, que ha alcanzado a estas alturas los límites remotos del planeta”, al punto de
haber anulado “la división entre centro y periferia o, para ser más exactos, entre formas
de vida modernas (o desarrolladas) y premodernas (o subdesarrolladas o retrasadas).

En definitiva, Bauman (un autor insospechado de “economicismo”), sostiene que hay una
realidad (conocible) que padecen miles de millones de seres humanos, la cual es movida,
en su tendencia básica, no por el “poder del signo”, ni por la generalización del “discurso
fragmentado y diverso”, sino por la dinámica de un capital siempre ávido de más y más
valor para generar más y más valor, sin importar los costos en vidas humanas. ¿Qué
queda de la diversidad que permitiría el pleno desarrollo de las personalidades?

Producción en masa y commoditization

Tal vez uno de los terrenos en los que más se evidencia el fracaso del pronóstico
posmoderno, y su incapacidad de explicar, es en lo que atañe a la producción de
mercancías. Si bien actualmente hay una enorme variedad de mercancías -se calcula que
se producen en el mundo unos 10.000 millones de bienes diferentes cada año- esa
variedad va de la mano de la producción en masa y de poderosas tendencias a la
uniformidad, cuestiones que solo se explican a partir de la competencia entre los capitales
y el hambre de ganancia. Las discusiones en torno a la commoditization son hoy un lugar
común en las publicaciones sobre negocios, y expresan una preocupación real de los
capitalistas. Por commoditization se entiende el proceso por el cual muchos bienes pasan
a distinguirse por los precios, y no por la marca o calidad. Es que cuando una empresa
innova de manera exitosa, la competencia imita y compite mediante guerras de precios.
En consecuencia, una amplia variedad de bienes se estandariza. El outsourcing, al cual
recurren cada vez más las grandes compañías, también impulsa a la estandarización. E
incluso los diseños se unifican. Un caso típico es la industria automotriz: debido a que la
producción está en manos de unos pocos grupos, los fabricantes unifican y normalizan
diseños, reduciendo tiempos de desarrollo y costos.

Otros ejemplos de estandarización los encontramos en alimentos, industria informática,


servicios y en la construcción. Por ejemplo, actualmente más del 90% de las calorías de
origen vegetal que obtienen los seres humanos provienen de no más de 30 vegetales,
aunque existen más de 7000 variedades. En la industria informática, los chips de
memoria, los discos duros, los monitores, los teclados, etcétera, se producen de manera
cada vez más estandarizada, y las empresas compiten por precios. En servicios, los
proveedores de internet, los servicios de cable, de telefonía, de limpieza, de cuidados
personales, de salud y diagnóstico, de transportes (taxis, autobuses, aviación), tienden a
parecerse y también se compite por precio. En la industria farmacéutica, cuando se
acaban las protecciones de las patentes, se compite por precio a través de los genéricos.
Asimismo hay homogenización en la fabricación de partes del automóvil, o en materiales
para la construcción (pinturas, cemento, ladrillos, cerámicos, etcétera). Pero tal vez el
caso más significativo sea la arquitectura, que inspiró decisivamente, desde fines de los
1970, la tesis posmoderna acerca de la diversidad de estilos y el eclecticismo, por sobre
el formalismo unificador del estilo modernista. ¿Qué sucedió en los últimas décadas?
Pues que en lugar de diversidad, en los polos urbanos desarrollados en estos últimos
años proliferan las torres vidriadas, similares en todo el mundo e imposibles de identificar
en términos de arquitectura nacional. Rem Koolhaas, reconocido arquitecto y urbanista
holandés, observa que por todos lados hay una “disneylandización” de las ciudades
históricas y una “singapurización” del urbanismo contemporáneo, y que en ambos casos
no hay lugar para los claroscuros, porque “se impone la eficacia autoritaria y la perfección
angustiante”. Y señala que estas construcciones son hijas de la tecnología y del marketing
“en una globalización emponderada por las finanzas transnacionales” (véase la nota de
Fabio Grementieri, “Arte. Nostalgia e incertidumbre”, ADN Cultura, La Nación, 19/07/14).
En lugar del pastiche, la diferencia, el eclecticismo, tenemos la uniformidad creciente,
gobernada por “las finanzas transnacionales”.

Es necesario comprender las tendencias básicas

Lo que estamos planteando, a partir de lo anterior, es la necesidad de explicar algunas


tendencias básicas, a partir de leyes -objetivas en tanto subsista el sistema capitalista-
que permitan entender algunos rasgos igualmente básicos, tales como el impulso a la
internacionalización del capital, la homogeninización de métodos de producción, la
generalización de una lógica financiera crecientemente articulada con la generación y
distribución de plusvalía a nivel mundial, o la uniformidad de productos. Por supuesto,
esto está lejos de agotar los múltiples problemas. Por caso, aquí no se pretende reducir a
la lógica del capital, por ejemplo, la actual guerra entre sunnitas y chiitas, o entre
jihadistas sunnitas y yazidis o kurdos. De la misma manera, sería absurdo explicar las
formas del arte contemporáneo por la dinámica del capital (aunque se pueden explicar las
tendencias a la mercantilización del arte). Sí estamos afirmando la necesidad de ubicar en
el centro del análisis de las tendencias económico sociales actuantes hoy las leyes de la
generación, realización y acumulación de la plusvalía. En otras palabras, la lógica del
capital. No se trata de negar los cambios, de no leer las novedades, sino de entender que
cambio y continuidad se implican, y que de manera fundamental permanece la centralidad
de la relación capital – trabajo. Pero es esta continuidad la que niegan los críticos de la
lógica del capital. El resultado en el plano del análisis y la explicación está a la vista: han
sido incapaces de explicar lo elemental.

Por el contrario, los marxistas que dijeron que continuaba vigente la relación de
explotación, pudieron prever, en sus trazos gruesos, la evolución tendencial, de manera
más acertada. Frente a los que se apresuraron a proclamar el advenimiento de una nueva
era libre de las constricciones del capital, los marxistas dijimos que, salvo algunas
experiencias parciales y más bien episódicas, las leyes de la competencia terminarían
imponiéndose sobre las ensoñaciones idealistas y románticas. Las guerras de precios, los
ritmos de producción crecientes, las devaluaciones y bajas de salarios para sostenerse en
los mercados, no son simples “interpretaciones” ni “construcciones semánticas”. Son
hechos, experiencias reales que afectan a millones de seres humanos, que sufren en sus
prácticas diarias, de las que parecen estar alejados tantos académicos, encerrados en
sus cajas de cristales de infinitas elucubraciones, carentes de raíz en la vida humana, real
y concreta.

Lógica del capital y marxismo revolucionario


y humanista
En esta entrada señalo la importancia de la cuestión para la política revolucionaria y el
programa socialista.

Dado que la vinculación entre la existencia de una lógica del capital y la política socialista
revolucionaria ha sido expuesta por Tony Smith de una manera con la que no puedo
estar más de acuerdo, reproduzco aquí los pasajes claves. Los tomos de The Logic of
Marx’s Capital. Replies to Hegelian Criticisms (1990, State University of New York Press),
pp. 38-40. Escribe entonces Smith:

“La política revolucionaria puede ser definida de dos maneras: 1) política revolucionaria
siempre está orientada al objetivo de largo plazo de cambiar las estructuras
fundamentales de la sociedad (aun cuando sea necesario preocuparse por objetivos
transicionales aquí y ahora); y 2) la política revolucionaria contra el capitalismo implica la
afirmación de que las estructuras fundamentales a ser cambiadas son inherentemente y
necesariamente explotadoras. En contraste, el reformista es alguien que está preocupado
con cambiar estructuras que no son fundamentales, y/o siente que las estructuras
fundamentales pueden ser convertidas en no explotadoras si son arregladas (tinkered,
también puede traducirse por “toqueteadas”) de la manera correcta. En los dos puntos
una fundamentación teórica de la perspectiva revolucionaria requiere la lógica dialéctica.

1) Las transformaciones revolucionarias atacan las estructuras fundamentales de un


sistema social. Pero la distinción entre estructuras fundamentales y no fundamentales
solo puede ser elaborada adecuadamente dentro una teoría categorial sistémica. Algunos
creen que medidas tales como manipular las rentas monopólicas a través de regulaciones
estatales incrementadas, o regular estrechamente las transacciones del capital financiero,
y semejantes, constituyen un paso radical hacia el socialismo. Un marxista revolucionario,
por el contrario, sostiene que solo el salir de la forma mercancía, de la forma dinero, de la
relación capital / trabajo asalariado, cuenta realmente como una transformación
revolucionaria hacia el socialismo. La base teórica de la posición marxista se encuentra
en El Capital. En la medida en que la forma mercancía, la forma dinero y la relación
capital / trabajo asalariado son categorías abstractas que sirven como principios para la
derivación de categorías más avanzadas en una reconstrucción del modo de producción
capitalista, articulan estructuras y tendencias estructurales que definen ese sistema. Esto
implica que transformar otras tendencias, tematizadas en la reconstrucción sistemática
por categorías posteriores, más concretas, deja el corazón del sistema intacto. Sin una
lógica dialéctica que establezca esta conexión –una conexión que es, por esta vía,
verificada prácticamente en el fracaso continuo de las regulaciones con respecto a los
beneficios de monopolio y las transacciones bancarias para transformar de manera
significativa el sistema- sería imposible una acción revolucionaria consciente guiada por la
teoría. En ese caso, la única respuesta al capital serían reacciones sin dirección, ad hoc,
espontáneas y, en última instancia, inútiles. Una teoría dialéctica de las categorías es una
condición de posibilidad de una transformación revolucionaria consciente (lo cual, por
supuesto, no es decir que sea una condición suficiente)”.

En un pasaje anterior Tony Smith señala que, según la teoría de Marx, “existe una
conexión sistemática y necesaria (y por lo tanto una conexión lógica, en el sentido de una
lógica dialéctica), entre las categorías ‘capital’ y ‘explotación’” (p. 38). A partir de esto,
afirma, 2) que este punto teórico tiene conclusiones prácticas:

“El separar la conexión entre la lógica dialéctica de Hegel y El Capital tiene el costo de
socavar el intento de Marx de proveer un fundamento para el rechazo de la práctica liberal
reformista. El liberal reformista sostiene que las deficiencias del intercambio generalizado
de mercancías no son inherentes a la misma forma valor. Se deben a condiciones
contingentes. El reformista sostiene que si solo esas condiciones pudieran ser cambiadas
(a través de regulaciones estatales, relaciones laborales no adversarias, o lo que sea)
entonces en principio esas deficiencias podrían ser superadas. En contraste, la posición
de Marx era que los problemas residen en la forma misma del valor, y no en algún
conjunto específico de condiciones. Solo la transformación de esa forma puede encarar
de manera adecuada esas deficiencias. Para justificar esta posición Marx tuvo que
establecer que fenómenos tales como la explotación y las crisis están inherente y
necesariamente conectados con la forma valor”.
A lo anterior solo quiero agregar un énfasis: esta crítica a la forma valor y a la explotación
del trabajo es el fundamento del proyecto liberador y humanista del marxismo. Es volver a
la idea de la “negatividad absoluta como el principio motriz y creador”, como decía Raya
Dunayevskaya (Filosofía y revolución. De Hegel a Sartre y de Marx a Mao, México, Siglo
XXI, 1989). Y citaba al joven Marx: “el comunismo es el humanismo conciliado consigo
mismo mediante la superación de la propiedad privada. Solo con la superación de esta
mediación- que es, sin embargo, una premisa necesaria- se llega al humanismo que
comienza positivamente consigo mismo, al humanismo positivo”. Agregaba
Dunayevskaya que era a esto precisamente a lo que temía el comunismo oficial, “a la
negatividad absoluta en pleno funcionamiento no solo contra el capitalismo privado sino
también contra el capitalismo de estado que se hace llamar comunismo” (p. 66). Dejando
de lado el hecho de que no considero que la URSS stalinista haya sido un régimen de
capitalismo de Estado (pero sí burocrático y explotador del trabajo), de nuevo debo decir
que no puedo estar más de acuerdo con este mensaje.

Para que quede lo más claro y explícito posible: en estos puntos están contenidas las
diferencias esenciales que mantengo con las corrientes de izquierda (muchas
consideradas marxistas) que buscan remendar el sistema capitalista; que adoptan
posiciones políticas nacional estatistas; o que apuestan a reactualizar el programa
socialista a través del apoyo (“crítico”, faltaba más) a regímenes burocráticos-capitalistas
y explotadores del trabajo, como el chavista venezolano; o burocráticos no capitalistas,
como el de Corea del Norte. No es casual el afán de muchos autores de estas corrientes
de negar la existencia de una lógica del capital, y las consecuencias político-prácticas que
se desprenden de la misma.

En definitiva, no hay posibilidad de acabar con el trabajo alienado, con la explotación, con
el extrañamiento del ser humano ante el mundo mercantil, si no se va a la raíz del mal. Y
si no se denuncia, sin componendas ni oportunismos varios, toda forma de opresión y
sometimiento de los pueblos, sea por el capital, o por el Estado y su burocracia (así se
autotitule “socialista y revolucionaria”).

Textos citados:
- Antonio, R. 2000, “After Posmodernism: Reactionary Tribalism”, American Journal of
Sociology, vol. 106, Nº1.
- Atkinson, E. (2002): “The responsible anarchist: postmodernism and social change”,
British Journal of Sociology of Education, 23, pp. 73-87.
- Bunge, M. (1959): Causalidad. El principio de causalidad en la ciencia moderna, Buenos
Aires, Eudeba.
- Marx, K. (1980): “Introducción a la Crítica de la Economía Política”, en Contribución a la
Crítica de la Economía Política, México, Siglo XXI.
- Mirchandani. R. (2005): “Postmodernism and Sociology: From the Epistemological to the
Empirical”, Sociological Theory, vol. 23, pp. 86-115.
- Rush, A. (1998): Latinoamérica y el síntoma posmoderno, Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad Nacional de Tucumán.
- Sokal, A. (2009): Más allá de las imposturas intelectuales. Ciencia, filosofía y cultura,
Barcelona, Paidós.
- Stewart, I. (2007): ¿Dios juega a los dados?, Barcelona, Paidós.
- Westphal, K. R. (2003): Hegel's Epistemology. A Philosophical Introduction to the
Phenomenology of Spirit, Indianapolis, Cambridge.

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