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Es menester destacar que los frutos de la evangelización han logrado germinar en cada siglo
con testigos sencillos. Maria Angélica era la segunda hija de don Andrés Recharte, coronel del
ejército y natural del Cuzco y de doña María Corrales Melgar, natural de Arequipa. Fue
bautizada a los 22 días de nacida, en la parroquia “Santa Ana” de Barrios Altos. Siempre se
caracterizó por ser una mujer de admirable finura espiritual, sensibilidad social, compromiso
apostólico misionero y clara inteligencia.
Junto a sus hermanas María Rosa y Rosa Amelia, en el seno familiar, recibe una sólida
formación en la fe. Esto se refleja en la actitud cotidiana que luego caracterizará en su vida
religiosa el amor a Cristo Eucarístico y viendo en su madre, María, la fiel discípula de su Señor.
Ellos serán los dos grandes pilares en su formación vocacional.
Se le recuerda como una niña con una sensibilidad aguda ante la realidad. Con apenas siete
años lograba elaborar hermosos textos de corte lírico y también en prosa con un estilo
descriptivo realista que vislumbraba un gran talento innato, convirtiendo en su fiel confidente
la poesía y pequeños diarios donde relataba sus primeras inspiraciones. Sus primeros poemas
los dedicaba alegremente a sus padres, familiares y a la directora de su colegio. Soñaba con
convertirse en una gran poetiza y escritora, pero, evidentemente, sus designios eran otros. Y
ella todavía no se daba cuenta de lo que sucedería después…
Con apenas 17 años, y una vida medianamente planificada, sucede un acontecimiento que le
marcará mucho: la muerte de su amado padre. De todas las hijas, ella siempre fue la más unida
a él. Las deudas contraídas y la falta del apoyo paterno la obligarán a asumir la inevitable
decisión de dejar de lado sus sueños poéticos y musicales para contribuir en la economía
familiar como preceptora. Ella renegaba de su destino y su consuelo era desahogarse en sus
escritos con amargura. Logra obtener una vacante y empieza a trabajar al entonces “pueblo
pobre de San Mateo” en Huarochirí, donde desarrolla su labor magisterial con las niñas, en su
mayoría hijas de mineros y los agricultores analfabetos. En esos dos años de labor descubre,
en medio del dolor y la pobreza, la necesidad de formar una verdadera “educación del pobre”.
Angélica reconocerá esta experiencia como “el lugar de la revelación de Dios en su vida, que la
llevó para hablarle al corazón”, en la soledad y el silencio de la “fría sierra”, en el contacto
cercano con la naturaleza, en el dolor de los pobladores, el abandono de la mujer y la realidad
minera, forjará en ella un espíritu de misionera y educadora. Ella reconocerá que la educación
consiste en integrar las necesidades humanas más elementales del ser humano, con una
necesidad de formación cristiana que dirija al hombre hacia una verdadera libertad desde una
educación evangelizadora”.
En 1906, ya con 32 años fue invitada por el sacerdote diocesano Vicente Vidal y Uría para
dirigir el Centro de Catequesis en el templo Buen Pastor, de Chorrillos. Esto se convirtió en la
gran oportunidad para poder educar en la fe a los hijos de obreros y pescadores de la zona.
Una de las anécdotas más simpáticas de su vida fue considerar paseos de carácter obligatorio
como sano esparcimiento y diversión. Esto indicaba siempre su arraigada sensibilidad por la
naturaleza. Posteriormente, nace en ella el deseo fuerte de entregarse totalmente a la labor
misiones y logra contagiar ese espíritu entre sus familiares y amigas e instituye la “Asociación
de Catequistas del Niño Jesús de Praga” con un Reglamento de vida espiritual. El objetivo de
esta asociación era formar una verdadera comunidad de amigas y compañeras que
contribuyeran al servicio de la educación de la fe, ampliando después su acción social a favor
de otras necesidades, entre ellas, la niñez desamparada.
Maria Angélica nunca fue una mujer solitaria, es más, estaba siempre rodeada de buenas
amigas. Una de ellas era Isolina Sánchez Besnard. Esta amistad se convertiría en una compañía
de fe y madurez entre ellas. Con el paso de los años y la obra marchando bien, varios amigos
de Angélica le aconsejaron que fuera importante que se constituyeran en Congregación
Religiosa aprobada por la Iglesia para lograr las gracias necesarias y su continuidad de esa
misión en el tiempo. Ella, lejos de considerar estos consejos como un disparate, interpreta las
sugerencias como expresión de la voluntad de Dios.
Luego de sendas gestiones, la iniciativa fue acogida por el entonces, arzobispo de Lima,
Monseñor Pedro Pascual Farfán. Y, el 16 de julio de 1 936, con una Angélica de 62 años, en
ceremonia privada, a cargo del Padre Vicente Vidal y Uría, tiene lugar la vestición del hábito
religioso de las 9 primeras hermanas de la naciente congregación, llamada “Misioneras
Parroquiales del Niño Jesús de Praga” con la madre Isolina Sánchez como co-fundadora,
inspirada y apoyada en una espiritualidad ignaciana. Ellas tendrán la asesoría y la compañía de
los jesuitas para su formación de fe y asesoría espiritual. La naciente congregación tendrá
como consigna “todo para mayor gloria de Dios y la salvación de las almas, obrando para todo
amar y más amar, servir y mas servir” centrado en el amor a Jesús pobre, humilde y obediente.